Querida Sofía:
No sé cómo empezar esta carta. Tengo tantas cosas que decirte y me da tanta vergüenza contártelas que ni siquiera me atrevo a llamarte hija.
Tú sabes que siempre te he querido más que a nada en este mundo, pero lo que tengo que confesarte te hará cambiar la idea que hasta ahora tenías de mí.
No te descubro nada nuevo cuando te digo que la muerte de tu madre me hundió profundamente en una depresión que aún creo no haber podido superar. Los dos sabíamos que se moriría, pero los dos luchamos hasta el final para ella no se diera cuenta, para que viviera feliz los últimos días que la quedaban. Ahora creo que tú y yo albergamos hasta el último momento la esperanza de que no se despidiera de nosotros en aquella cama, abrazada a ti y diciendo “Te quiero mi niña”…
No puedo evitar llorar cada vez que lo recuerdo. Al menos se fue en paz…
No puedo evitar pensar que mi vida se marchó con ella hace ya más de dos años. No he podido olvidarla ni un solo momento durante todo este tiempo. Y ese error ha sido el que me ha llevado a terminar con mi vida: el intentar olvidarla.
La vida sin ella no tiene sentido, mi niña. La soledad me ha matado en silencio poco a poco, como un veneno letal, que introducido en la sangre te va comiendo por dentro sin que lo notes, y te consume lentamente.
Hace poco hice que grabaran en su tumba los versos que aquel poeta que tanto la gustaba, ¿te acuerdas? Aquel que escribió lo de Volveré… Ahora, cuando me entierren junto a ella se los podré volver a recitar, y ella me volverá a sonreír y yo volveré a ser el hombre más feliz del mundo por estar otra vez a su lado…
Te decía que cometí un gran error al querer olvidarla, ya que me creí que los libros llenarían el vacío que ella había dejado en mi vida… y no sólo no lo conseguí si no que además te arruiné la vida a ti y tu amigo Javier.
Durante unos años me dediqué en cuerpo y alma a los libros y te descuidé a ti sin darme cuenta. Ocupaba mi tiempo en reuniones, presentaciones y contratos con el único objetivo de no tener un segundo libre que me recordara que tu madre ya no estaba entre nosotros, y que nunca más la volvería a ver. Me hice egoísta y sólo pensé en mí… y me olvidé de ti, me olvidé de mi niña…
¿Recuerdas el viaje que hicimos a Roma después del verano? Allí me condené a ser el hombre más despreciable del mundo. ¿Te acuerdas del italiano que vino al estudio aquella tarde que tú volvías de darte un paseo? Se quedó prendado de tu belleza y durante el tiempo que pasó desde que llegaste sólo me habló de ti. Me propuso quedar contigo para enseñarte la ciudad y para hablar contigo. Yo me opuse, ya que le dije que tú eras muy joven para él y que él no era tu tipo por muchas razones… pero no pareció entenderlo y me amenazó con romper el contrato de la edición en España de sus libros si no le permitía cortejarte. Yo seguía pensando que aquello era una locura, pero el egoísmo me cegó y terminé cediendo. Acordamos que a la mañana siguiente él te visitaría, hablaría contigo y te enseñaría la ciudad mientras yo cerraba los últimos flecos del contrato con la editorial…
Perdóname, mi niña…
Ahora sé que te vendí a un monstruo…
Ayer estuve viendo a tu madre en el cementerio y, aunque no te lo creas, ella me habló. Me dijo que ese bebé que llevas dentro, y que yo nunca conoceré, no era de tu amigo Javier. No quiero ni imaginarme cómo pudiste quedarte embarazada, no quiero imaginármelo; porque si lo hago podría volverme loco de saber que yo tuve la culpa de que ese hombre te hiciera… lo que te hizo… porque seguro que él fue el culpable…
Cuida bien a ese chico, a Javier, porque lo que hizo demuestra que te quería… que te quería más que yo mismo. Él fue valiente al querer asumir una responsabilidad como esa sin ninguna obligación de hacerlo; él es una buena persona y yo estuve a punto de marcarle para siempre…
Espero que ambos podáis perdonarme algún día. Sé que no me lo merezco, pero ya es tarde para reparar todo el daño que os hice a los dos; pediros perdón a ambos es lo único que se me ocurre, pero se me antoja insuficiente compensación.
Otra que espero que pueda perdonarme es tu madre. Cuando me vuelva a encontrar con ella también se lo suplicaré. Gracias a sus palabras conocí la verdad. Le pediré que me ayude y desde donde estemos os cuidaremos a los tres: al bebé, a ti y a Javier.
No puedo decir que vaya a morir en paz ni como un valiente. Más bien lo haré con muchas cosas por arreglar y como un auténtico cobarde. Yo he elegido el camino fácil, pero quiero que sepas que si lo hago es para evitarte más malos momentos. Quizá ahora no entiendas los que te digo, pero créeme que es lo mejor para todos.
Si después de todo lo que has leído sigues creyendo en mí, sabrás que soy sincero cuando deseo que todo te vaya muy bien en la vida, o al menos mejor que lo que yo pude ofrecerte. Sin mí estoy seguro de que ya no tendrás más problemas. Mi culpa y mi condena irán conmigo donde vaya y nunca las podré olvidar…
Sólo te pido una cosa antes de despedirme para siempre: cuida la tumba de tu madre y visítala siempre que puedas, porque ella te lo agradecerá. Cuando nazca el bebé llévale alguna vez para que podamos conocerle, te lo suplico. Nada nos haría más felices a tu madre y a mí.
El amor me volvió loco, mi niña, y la soledad de un cariño injustamente perdido me mató a traición. Vive, Sofía, y cuando encuentres a la persona ideal quiérela con todo tu corazón, pero ten en cuenta que algún día puede que la vida no te permita seguir estando a su lado… y si esto te pasa, recuerda este último consejo: no dejes que la soledad te mate en silencio.
Hasta siempre mi niña…
Rafael Olmedo
Tu padre…