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Drago. Continúa intrigándole lo poco consciente que parece ser de su atractivo. No es narcisista; no reflexiona sobre sí mismo. Por otro lado, si fuera un poco más consciente de sí mismo, podría perder parte de ese aire de candor intrépido, esa mirada de guerrero.
¿Existe un equivalente femenino al candor dragoniano? ¿La pureza amazónica? Blanka, la hermana, la incógnita: ¿cómo es? ¿Cuándo va a conocerla?
Narciso descubrió un gemelo en el estanque del que no se podía separar. Cada vez que él sonreía, el gemelo le devolvía la sonrisa. Pero cada vez que se inclinaba para besar aquellos labios incitantes, el gemelo se desvanecía entre ondas fantasmales.
No hay narcisismo en Drago: todavía no y tal vez nunca. Tampoco hay narcisismo en Marijana. A su manera, se trata de un rasgo admirable. Es curioso que se haya enamorado de Marijana, teniendo en cuenta que en el pasado siempre se enamoró de mujeres que se amaban a sí mismas.
Él mismo nunca se ha sentido cómodo con los espejos. Hace mucho tiempo cubrió con un trapo el espejo del baño y aprendió a afeitarse a ciegas. Una de las cosas más irritantes que la Costello hizo durante su estancia fue quitar el trapo. En cuanto ella se marchó, él volvió a ponerlo en su sitio.
No solo tapa el espejo del baño para eludir la imagen de sí mismo anciano y feo. No: el gemelo que hay aprisionado detrás del cristal le resulta, sobre todo, aburrido. «¡Gracias a Dios que llegará un día —piensa para sí mismo—, en que no tendré que volver a verlo!».
Han pasado cuatro meses desde que le dieron el alta del hospital y le permitieron regresar a su antigua vida. La mayor parte de ese tiempo lo ha pasado enclaustrado en su piso, sin apenas ver el sol. Desde que Marijana dejó de venir, no come como es debido. Ha perdido el apetito, no se molesta en cuidarse. La cara que amenaza con confrontarlo desde el espejo es la de un viejo vagabundo demacrado y sin afeitar. De hecho, es peor que eso. Una vez, en un puesto de libros junto al Sena, encontró un libro de medicina con fotografías de pacientes de la Salpêtrière: casos de manía, demencia, melancolía, enfermedad de Huntingdon. A pesar de las barbas descuidadas, a pesar de los camisones del hospital, él reconoció de inmediato a sus hermanos espirituales, a unos primos que se le habían adelantado por un camino que él seguiría algún día.
Está pensando en Drago porque, después de la noche que pasó en su apartamento, no ha regresado ni ha sabido más de él. Y está pensando en espejos por la historia que le contó la señora Costello sobre el anciano que convirtió a Simbad en su esclavo. La señora Costello quiere someterlo a alguna historia que ella tiene en la cabeza. A él le gustaría creer que, desde el episodio de Marianna, se ha resistido a sus planes y la ha mantenido a raya. Pero ¿está en lo cierto? Tiembla solo de pensar en lo que le mostraría el más breve reflejo de un espejo: sonriendo sobre sus hombros, atenazándole el cuello, la figura de una vieja bruja de cabellos alborotados y pechos desnudos con un látigo en la mano.
Debería escribirle una carta a Marijana, a casa de su cuñada o a su casa o adondequiera que esté. «Por favor, no se aparte usted de mí. Dijera lo que dijese, prometo no repetirlo nunca. Fue una equivocación. Procuraré no ir más allá en mi relación con usted. Aunque usted ha hecho por mí más, mucho más, de lo que el deber requiere, nunca he sido tan necio como para confundir su amabilidad con amor, con amor auténtico. Lo que le ofrezco a Drago, y a usted a través de Drago, es una muestra de gratitud, nada más. Por favor, acéptelo como tal. Usted ha cuidado de mí. Ahora yo quiero darle algo a cambio, si me lo permite. Le ofrezco cuidar de usted. O, por lo menos, aligerarla de una parte de su carga. Y se lo ofrezco porque en mi corazón, en mi fuero interno, usted me importa. Usted y los suyos».
«Cuidar»: es capaz de poner la palabra sobre el papel, pero se sentiría demasiado inseguro pronunciándola, incorporándola a su habla. Una palabra demasiado vernácula, una palabra íntima. Tal vez Marijana de los Balcanes, dispensadora de cuidados, más obligada incluso que él a desenvolverse en un idioma extranjero, comparta esa inseguridad. O quizá no. Tal vez haya aceptado sin más lo que le dijeron en el consejo de acreditación: que la profesión en la que se estaba iniciando era conocida en el mundo anglófono como «cuidadora»; que en adelante su trabajo consistiría en cuidar a gente o en que le importara esa gente, y que no debía presuponer que esos cuidados tuvieran nada que ver con el corazón, salvo por supuesto en el caso de enfermos cardíacos.
Pero ¿no es precisamente eso en lo que se ha transformado durante los últimos cuatro meses, en un caso del corazón, un cardiaque? Hace mucho tiempo, su corazón era el más fuerte de sus órganos. Cualquier otro de sus órganos hermanados podía fallarle —los intestinos, el bazo, el cerebro—, pero su corazón, puesto a prueba primero en Magill Road y luego en la sala de operaciones, le serviría fielmente hasta el final.
«Querida Marijana —escribe, esta vez con una pluma de verdad y sobre papel de verdad—. ¿Acaso piensa realmente usted, o su marido, que a cambio de lo que cuesta la escuela de Drago voy a intentar imponerle mi persona? Ni se me ocurriría. Y además, la señora Costello siempre está presente para asegurarse de que no me pase de la raya. “Ninguna mujer que tenga ojos en la cara querría estar con un tipo como usted”, dice la señora Costello. Estoy completamente de acuerdo.
»Ha tenido usted que tratar mucho conmigo por cuestiones de trabajo, tal vez demasiado. Déjeme simplemente que le diga estas palabras: por los cuidados imparciales que usted me ha prodigado, le estaré agradecido hasta el día de mi muerte. Si me ofrezco para ocuparme de la educación de Drago es solo con el fin de pagar esa deuda.
»Miroslav y yo hemos estado hablando acerca de un fondo fiduciario. Si un fondo fiduciario es lo que Miroslav necesita para sentirse cómodo, yo me encargaré de abrir uno. Para Drago; de hecho para sus tres hijos.
»La señora Costello, que parece saberlo todo, me ha dado su dirección. ¿Podrían usted y Miroslav replantearse la cuestión y hacerme el honor de aceptar un regalo que es, como suele decirse, sin ningún tipo de compromiso?
»Afectuosamente,
»Paul Rayment».