La religiosidad de Adriano

Es difícil penetrar en la religiosidad de Adriano, al ser un hombre complejo. El autor de su biografía en la Historia Augusta le califica de varius, multiplex, multiformis. Era un hombre ávido de conocimiento, según la Apologia de Tertuliano, datada en el año 197. Adriano sintió la necesidad de indagar en lo divino, ya participando en las religiones mistéricas, examinando el sentido de los sueños, interrogando a los oráculos o participando en la religión oficial.

Adriano propagó el culto a Roma Eterna. En Roma, por iniciativa del emperador, se levantó el primer templo dedicado a la diosa Roma, asociada a Venus, la diosa protectora de la gens Julia. Adriano cuidó con especial esmero este templo, enriqueciéndolo y embelleciéndolo. Las ideas que en este momento bullían en la mente de Adriano han quedado bien claras en una serie de monedas acuñadas en la ceca de Roma, con la leyenda Saec(ulum) Aurfum), con la figura simbólica de Aion colocada en el interior del Zodíaco, como en los mosaicos de Haidra, de Hippo Regius (Casa del triunfo de Anfitrite), de Cartago (Casa de las estaciones), de El Djem, de Thugga, todos en el África Proconsular; de Augusta Emérita (mosaico cosmogónico y escultura de Aión), de Itálica y de Aranjuez, en Hispania; de la Isola Sacra; de Sentinum (Libia); de Arlés; de Annala (Argelia); de Philippopolis (Siria); de Antioquía (Turquía); y de Nea Paphos (Chipre). Estas monedas son el precedente de futuras representaciones de Aión con el Zodíaco. El programa de Adriano era crear un mundo próspero y feliz, bajo Roma, que durara eternamente.

El culto a Roma era de procedencia oriental y encajaba bien con el carácter de Adriano, profundamente enamorado de la cultura griega. La dedicatoria de este grandioso templo es un acto oficial de la religiosidad de Adriano con connotaciones políticas.

Una segunda manifestación de la religiosidad de Adriano se documenta en la piedad hacia Trajano, al que se debía el Imperio. Al volver de Oriente no aceptó los honores del triunfo concedidos por el Senado. Entró sobre el carro triunfal acompañado de la imagen de Trajano, el verdadero artífice de las victorias en el Oriente. Encargó al arquitecto de Trajano, Apolodoro de Damasco, levantar un templo en honor de Trajano divinizado. El templo estuvo colocado en el foro de Trajano y es conocido a través de las monedas. Las columnas eran de granito y estaban coronadas por capiteles corintios. Fuera de Roma, también se ocupó de que Trajano divinizado recibiera culto. En la acrópolis de Pérgamo amplió el templo dedicado a Zeus Filios y a Trajano. Al igual que en los relieves del arco de Benevento, Trajano estaba asociado a Júpiter. En Roma levantó una basílica dedicada a la familia de Trajano, consagrada a Matidia y a Marciana, la hermana de Trajano y madre de Matidia, muerta en el año 118. Años después, en el año 130, dio el nombre de ella a una tribu de la ciudad de Antinoe, fundada por el emperador en el lugar donde Antinoo había encontrado la muerte.

El interés vivo manifestado por Adriano por todo lo referente a la religión de Roma fue otro de los rasgos de la religiosidad del emperador, que según su biógrafo en la Historia Augusta, cuidó con grandísimo esmero todos los cultos romanos, y despreció los extranjeros, no sólo por razones políticas, sino también por su profundo deseo de conocimiento de todo y por su espíritu profundamente religioso. En Grecia demostró el emperador un interés notable por tributar culto a los dioses del panteón heleno, como lo demuestran la terminación del gigantesco templo dedicado a Zeus Olímpico, en el año 131-132, que guardaba una colosal estatua crisoelefantina en la cela de Zeus, al igual que en el templo de Olimpia.

En la mente de Adriano, como escribe M. Guarducci, bullía la idea de la unidad de todos los griegos. Esta idea quedó bien reflejada en la terminación del colosal templo dedicado a Zeus, padre de los hombres y de los dioses. La dedicatoria del gigantesco templo en Atenas coincidió con la institución de un sinedrio panhelénico en Atenas, en el que participaran todas las ciudades del mundo griego. Instituyó también unas fiestas panhelénicas.

En el año 128, fecha de la dedicación de la cela en el templo a Zeus Olímpico, se colocó en el templo un altar consagrado a Adriano. A partir de este momento, el emperador fue identificado con Zeus y recibió el título de «Olímpico». Esta identificación, aceptada en Asia y en Grecia, era desconocida en Roma y en Occidente. En el año 130, Adriano construyó un templo dedicado a Júpiter Capitolino sobre las ruinas del antiguo templo levantado por Herodes y destruido por Tito en el año 70, en Jerusalén. Convirtió la ciudad sagrada de los judíos en la colonia Aelia Capitolina, donde asentó gentes procedentes de Grecia, lo que motivó una revuelta de los judíos en el año 134. Considera M. Guarducci que con la creación de la colonia y la construcción del templo dedicado al dios supremo del panteón greco-romano, Adriano pretendía que Jerusalén continuara siendo un centro religioso pero diverso. Como hombre profundamente admirador de la cultura griega, todo lo judaico le debía de repugnar. Pretendía arrancarlo de raíz para siempre en la capital del judaismo.

Adriano visitó durante sus viajes multitud de santuarios, a los que colmó de beneficios. Sin duda satisfacía su curiosidad, su deseo innato de conocimiento y su carácter profundamente religioso; al mismo tiempo los visitaba por motivos políticos.

Adriano, gran cazador, mató una osa y consagró los despojos del animal a Eros en Tespie. El emperador compuso un epigrama a Eros y solicitó de él el favor de Afrodita Urania. A Zeus Olímpico dedicó una serpiente traída de la India. Se ha pensado que esta dedicatoria responde a la costumbre de representar al mítico rey de Atenas, Erictonio, como culebra. Adriano tributó culto a su amigo Antinoo, y le deificó. Se le dedÍcaron varias ciudades en Oriente, que llevan su nombre, y los artistas lo representan frecuentemente en relieves y esculturas. Adriano creyó ver en el cielo una nueva estrella, que era el alma de Antinoo. Veinte días después de la muerte de Antinoo, Adriano y sus acompañantes visitaron el coloso que hablaba, llamado Memnón, que era una de las maravillas de Egipto y de todo el Oriente. En realidad, era una escultura del faraón Amenhotep junto a una segunda estatua del mismo monarca. El coloso había sido dañado por un terremoto. De las grietas surgían, en el paso de la noche al día, ciertos sonidos que parecían lamentos. Sobre estas esculturas corrían diferentes leyendas: unos creían que el coloso había sido dañado por el persa Cambises, y por eso emitía lamentos; otros que representaba al hijo de la Aurora, matado por Aquiles bajo los muros de Troya, y las voces eran los gemidos de la madre por la muerte del hijo. Adriano los visitó. A partir de este momento, el coloso se convirtió en objeto de culto. Adriano divinizó a Memnón. La visita de Adriano respondía, sin duda, a su curiosidad, pero también la motivó su religiosidad. Iulia Balbilla compuso unos epigramas en lengua eolia, que se escribieron en la estatua. Memnón saludó tres veces al emperador y Adriano le respondió. Sabina había visitado el lugar con anterioridad. La segunda vez, el coloso respondió que Adriano había venido al salir el sol. Se ha dudado del sentido religioso de esta visita de Adriano y que podría tener sólo un interés turístico. Adriano era amante de todo lo exótico y esta visita encaja perfectamente en su carácter. Se ha pensado igualmente que el emperador, al divinizar a Memnón, intentaba extender el prestigio de Roma y facilitar el culto de los dioses egipcios, al mismo tiempo que halagaba a los griegos al tributar culto a un griego muerto en la guerra de Troya.

En el año 125 Adriano visitó el famosísimo santuario de Dodona, en el que unas palomas habitaban una encina, y Zeus Naios y Dión emitían los oráculos. Recibió el nombre de Zeus dodonaios. El título lo daba la ciudad. No tenía especial sentido religioso, pues se lo daban a todos los emperadores. En Rodas, el título otorgado era Nuevo Helios.

Los santuarios de Beocia atravesaban una grave crisis: unos santuarios ya no emitían oráculos y otros se encontraban en ruinas. Tan sólo funcionaba el oráculo de Trofonio en Lebadea. El dios emitía los oráculos en una profunda gruta. En nombre de Antinoo se dieron oráculos y se decía que el propio Antinoo los emitía. Adriano restauró el templo de Augusto en Tarragona, donde vivió el fundador del Principado durante las Guerras Cántabras. La Historia Augusta recoge una noticia curiosa e importante: Adriano construyó templos sin imágenes, lo que sería prueba de una religiosidad profunda y cosmopolita.

Adriano se inició en los cultos mistéricos. Es dudosa la iniciación del emperador en los cultos de los Cabiros de Samotracia o en los de Tebas. En los años 124 y 128 se inició en los antiquísimos cultos de Core, Deméter y Triptólemo de Eleusis, que se remontan a la época micénica. Adriano concedió grandes beneficios a la ciudad de Eleusis por haberle admitido en la iniciación. Recibieron, el emperador y su familia, muchos actos de homenaje de la ciudad. Adriano pensó en instituir en Atenas algo parecido a los misterios de Eleusis.

Adriano favoreció igualmente los cultos dionisíacos. Ya había socorrido a los artistas dionisíacos y se le llamaba Nuevo Dionisio. En Mantinea, fundación de Bitimon, patria de Antinoo, creó unos misterios en honor de su amigo. La iniciación en los misterios satisfacía, probablemente, su deseo de inmortalidad y la aseguraba.

En la Villa Adriana colocó una representación de los Infiernos. Unos corredores subterráneos se han relacionado con ellos. Probablemente, los últimos años de la vida de Adriano fueron tristes, y le rondaba continuamente la idea de ultratumba. La situación de su espíritu al final de la vida ha quedado bien reflejada en los versos recogidos por la Historia Augusta. No parecen ser unos versos con grandes esperanzas de la otra vida. Adriano debió de ser un hombre profundamente religioso, aunque muchas manifestaciones de su religiosidad tuvieron un tinte político. Se ha interpretado el rechazo de los cultos extranjeros como la demostración de que carecía de una religiosidad personal, lo que es poco probable.