Nada empezó en aquellos años. Nada que fuera concluyente o incorregible. Nada que nosotros pudiéramos revertir, solo la distancia lo haría. Pero después de aquel tiempo no hubo marcha atrás, las cicatrices acabaron siendo pequeñas manchas en la piel, y las retinas aceptaron el olvido. El regusto amargo de la juventud quedó en los rincones de la memoria.

Decidiremos perdonarnos por todo lo que hicimos, y por lo que no hicimos. Sin dudarlo, dejaremos que los recuerdos perezcan alterados por la indiferencia.

Fue aquí, en esta atarazana; en este conjunto de playas, entre dos faros. Fue aquí donde murieron los sueños y se falsificaron los recuerdos.

Y tal vez lo niegue si sale de estas páginas. Sé que lo negaré.

No puedo jurarlo. Solo os diré que fue aquí, y pasó entre vecinos.

«De cierto os digo que: cuanto hicisteis al último de mis hermanos, a mí me lo hicisteis.»

Mateo, 25:40