Agradecimientos

En aras de la ficción me he tomado algunas libertades con la historia de Texas, y pido disculpas a cualquier lector que detecte aquellos puntos en los que he sido indulgente con los hechos. También en aras de la ficción me he tomado libertades con la temporada de floración de ciertas plantas y la taxonomía del género Vicia. Apelo a la comprensión de los botánicos y horticultores con conocimientos del tema. Cualquier error referente a cuestiones científicas es de mi entera responsabilidad.

Gracias a los siguientes organismos por animarme y apoyarme desde el principio: The Mississippi Review, la Comisión para las Artes de Texas, la Asociación de Escritores de Texas y el Museo de Arte de Dallas.

Gracias a Bárbara French de la Protectora de Murciélagos, a la doctora Diana Sánchez-Bushong de la Iglesia Unida Metodista de Westlake, y al doctor Spencer Behmer de la Universidad A&M de Texas, por su experiencia.

Un agradecimiento especial a Lou Ann y Jim Bradley por dejarme usar su cabaña cuando la necesité; gracias a la profesora Roberta Walker de la Universidad de Texas, en El Paso, que sería capaz de enseñarle a escribir a una piedra; a Lee K. Abbott y Grace Paley; a Shelley Williams Austin, el doctor Michael Glasscock, a Karen Stolz, a Roberta Preston Pazdral, a Gerry Beckman, a Robin Allen y a Katherine Tanney; gracias a Mike Robinson y a su hija Callie, y a Phil y Jennie Tate por el nombre de nuestra heroína. Gracias a los Fabulosos Escritores de Austin por su apoyo infinito: Pansy Flick, Graciela Fleming, Nancy Gore, Gaylon Greer, Jim Haws, Cecilia Jones, Kim Kronzer, Laura van Landuyt, Diane Owens y Lottie Shapiro. A Houston White, Dian Donnell y Charlie Prichard por presentarme a la Old House; al difunto John Sandy Lockett por el relato del murciélago, que juraba que le ocurrió de verdad en el Scholz’s Garden de Austin (una historia improbable, sí, pero nunca me dio un motivo para dudar de él). A mis primeros lectores, Joe Kulhavy, Wayne Price, Roxanne Hale Drolet, Carol Jarvis y Noeleen Thompson por sus ánimos, junto con mi «comadre». Val Brown, que enseña piano con amabilidad y aliento y no se parece en nada a la señorita Brown. A mi agente, Marcy Posner, por fijarse en mí. A Laura Godwin, Noa Wheeler, Ana Deboo, Marianne Cohen y toda la gente de Holt que ha hecho mejorar este libro.

Y, por supuesto, un agradecimiento especial a Gwen Moore Erwin. Después de todos estos años.