EL HOMBRE DE LA LINTERNA

No se va el tiempo, sino nosotros.

Mis «hermanos» —aquellos que viven y dominan otras dimensiones— explicaron en cierta ocasión el verdadero significado del «tiempo».

—Estás equivocado —anunciaron—. El tiempo no es una sucesión de horas, o minutos, o siglos. Ni siquiera es una cuarta dimensión, como afirmó Einstein.

Todo eso no son otra cosa que puras ilusiones psicológicas de los humanos.

¿Y cómo puedo entenderlo?

La respuesta llegó en forma de ejemplo:

El tiempo podría asemejarse a un largo túnel de cristal. Ese túnel discurre por entre los árboles de un espeso bosque. En su interior hay dispuestos los más variados enseres, muebles, libros, etc.

Pues bien, por el interior de ese transparente túnel —y en mitad de la oscuridad de la noche— camina un hombre con una linterna en la mano. Esa persona va alumbrando las paredes de vidrio del túnel, así como las sillas, mesas, cuadros, o flores que encuentra a su paso. Ese ser tiene conciencia y recuerda lo que ha visto al principio del túnel, aunque —una vez dejado atrás— ya no puede volver a verlo. Tampoco conoce la realidad física del resto del túnel, puesto que no ha terminado de recorrerlo.

A decir verdad, lo único que cuenta para él es aquella diminuta parte por donde pasa e ilumina con su linterna. Esto es lo que ustedes, los humanos, llaman «presente». En realidad, la vida entera es un constante descubrimiento del presente-

Si ese hombre podiera escapar del túnel se daría cuenta de que todo esto «es» a un mismo tiempo: pasado, presente y futuro. El túnel está ahí: de principio a fin. Son ustedes, los seres pensantes que marchan por dicho túnel, los que carecen de la perspectiva real. Y creen, equivocadamente, que el «tiempo» es una suma de momentos.

Fue así cómo comprendí que la muerte es la gran liberación del ser humano: la definitiva salida de ese «túnel» que nos «encarcela» y limita.