LOS GUARDIANES

Érase una vez un planeta. El último en el último Sistema Solar de la última Galaxia del último de los Universos.

Sus habitantes —los «hombres»— se sentían orgullosos.

No en vano el Hijo de Dios había descendido sobre dicho planeta, conviviendo con sus gentes durante más de treinta años.

No en vano había sido su mundo el escenario del desconcertante prodigio de su resurrección de entre los muertos.

No en vano los hombres habían aprendido a volar.

Y cruzaban ya en cuestión de horas todos los continentes y océanos.

No en vano habían logrado salir del propio planeta y pisar su único satélite natural al que llaman Luna.

Los hombres de aquel mundo, sí, se sentían orgullosos de su técnica y progreso.

Habían desvelado la más íntima estructura de la materia. Y dominaron las lluvias y vientos.

Extrañas máquinas a las que llamaron «computadoras» les dieron nuevas claves y conocieron así la magnitud del Universo en el que vivían.

Lograron bajar hasta las más negras profundidades de los océanos y nuevas ciudades nacieron en el espacio. Los hombres de aquel planeta emprendieron la inmensa aventura de la conquista de su Sistema Solar.

Y un día histórico, los hombres de aquel planeta dejaron atrás su Sistema y conocieron la profundidad de su galaxia.

Pero otros «hombres» como ellos —eternos habitantes de aquel Universo— les cortaron el paso.

Eran seres aparentementes iguales. Y los hombres del último planeta del último Sistema Solar de la última de las Galaxias del último de los Universos se preguntaron por qué:

—¿Cuál es la razón —interrogaron a los guardianes de la galaxia— que nos impide seguir adelante?

Los habitantes de aquel universo explicaron a los exploradores que las Leyes Cósmicas Universales marcaban como única ruta para la integración en el Cosmos «la del propio Espíritu».

Era necesario volver atrás. Regresar al viejo mundo y advertir a los orgullosos hombres que lo poblaban, que todo había sido inútil.

Era preciso empezar de nuevo. Y esta vez, por la exploración, el estudio y el conocimiento de cada uno de los Espíritus.

Según los «guardianes» del Estado, «sólo a través de la conquista y del descubrimiento de cada corazón puede accederse a otros mundos».

La Providencia quiere que el

progreso técnico rápido vaya

acompañado por un progreso

también rápido en lo concerniente

a la vida moral.

Wernher von Braun