LOCOS, VISIONARIOS E ILUMINADOS
A Einstein, que llegó y se fue a destiempo.
Hace 300 años, el planeta Tierra abrió sus ojos al Universo. Galileo inventó el telescopio.
Pero los hombres necesitaron tiempo y valor para asomarse a las estrellas...
Galileo, naturalmente, fue ridiculizado por la Ciencia «oficial». El gran astrónomo preguntó con amargura a su colega Kepler:
—¿Qué dirá usted de los científicos que, con una obstinación realmente viperina, se han negado a mirar el cielo por el telescopio?
«¿Qué debemos hacer ante ellos: reír o llorar?»
En 1723 fallecía en los Países Bajos el inventor del microscopio: Antoine van Leeuwenhoek, portero en la regiduría de Delf.
El mundo abrió sus ojos por segunda vez. En esta ocasión, hacia el Microcosmos. Un «universo» ignorado hasta entonces apareció ante el hombre.
Pero la Ciencia «oficial» se mostró igualmente perezosa y refractaria.
«¿Qué nueva locura es ésta? ¿Cómo podemos aceptar la existencia de un mundo infinitamente pequeño?»
En pleno siglo XX, y por tercera vez, la Ciencia «oficial» menosprecia a los «locos, visionarios e iluminados» que se atreven a señalar la existencia de otros espacios tridimensionales...
«¿Quién puede aceptar la insensatez de una velocidad superior a la de la luz?», claman los guardianes del tradicionalismo.
Y, sin embargo, esos «locos» han sentenciado:
«En el momento en que el hombre logre controlar la inversión homogénea de todas las subpartículas del cuerpo humano, o de un objeto cualquiera, se habrá logrado el "paso" de un sistema referencial de espacio tridimensional a otro también tridimensional, pero distinto al primero.»
Y esos diferentes espacios tridimensionales son quizá infinitos. Albert Einstein y otros muchos científicos consideraron la velocidad de la luz (299.780 km/seg) como la velocidad límite.
Tenían razón, pero se equivocaban.
Tenían razón en cuanto a la «velocidad tope» en este «marco tridimensional» que conocemos y en el que vivimos.
Pero se equivocan en lo que se refiere a otros espacios o universos igualmente tridimensionales. Basta cambiar o «saltar» de marco o universo o de sistema de tres dimensiones para que esa «velocidad límite» cambie notablemente.
Y hasta tal punto esto es así, que la única referencia que puede reflejar el cambio de ejes de esas subpartículas es precisamente la medida de esa velocidad. Esto nos lleva a una familia de valores que oscila entre «universos» donde la velocidad de la luz es cero y otros en los que dicha velocidad es infinita.
En el primer caso, por ejemplo, encajarían los fenómenos que hoy conocemos por Parapsicología.
En el segundo, el Universo carecería de realidad física, al menos como nosotros la concebimos actualmente.
Pero la Humanidad no ha abierto aún sus ojos a este «Pluricosmos».