Epílogo del autor a la primera parte
Al terminar la primera parte de Las aventuras del valeroso soldado Schwejk (en el interior del país) quisiera comunicar que las dos partes, «En el frente» y «En el cautiverio», aparecerán en breve. En éstas los soldados y la población también hablarán y actuarán como ocurre en la realidad.
Considero que las perífrasis y la puntuación son una comedia tonta. Este tipo de palabras se usa también en el parlamento.
Una vez se dijo, y con razón, que un hombre bien educado puede leerlo todo. Por algo que es natural sólo pueden enfadarse los mayores puercos y los hombres de refinada ordinariez.
Hace años leí la crítica de no sé qué novela. El comentarista se escandalizaba porque el autor había escrito: «Se sonó y se limpió las narices», y dijo que esto atentaba contra la belleza y la sublimidad que la literatura tiene que dar al pueblo.
Las personas que se enfadan por las expresiones fuertes son cobardes, pues la vida real les sorprende y precisamente las personas débiles son las más perjudiciales para la cultura y el carácter. Ellos quisieran transformar al pueblo en una multitud de personajes supersensibles, masturbadores de una cultura falsa, a la manera de San Luis, sobre el cual se cuenta en el libro del monje Eustaquio que cuando oía que un hombre soltaba sus vientos con estrépito empezaba a llorar y sólo conseguía calmarse rezando.
También hay personas que se irritan en público, pero que sienten extraordinaria afición por los retretes públicos y allí leen las indecorosas frases que hay escritas en las paredes.
No podemos pedirle al tabernero Palivec que hable con tanta finura como la señora Laudová, el doctor Guth, la señora Olga Fastrova [24] y toda una serie de personas que desearían transformar la República checoslovaca en un gran salón con parquet por el que habría que ir en frac y guantes y donde se guardarían las delicadas costumbres del gran mundo, bajo cuya cubierta los finos lobos podrían entregarse a los peores vicios y excesos.
Aprovecho esta oportunidad para advertir que el tabernero Palivec está vivo.
Pasó la guerra en la cárcel y se quedó igual que antes cuando le ocurrió lo del cuadro del emperador Francisco José.
Cuando se enteró de que salía en el libro, vino a verme y compró más de veinte fascículos [25] del primer número y se los regaló a sus amigos, con lo que contribuyó a la difusión de la obra. Estaba francamente contento de que hubiera escrito sobre él y de que lo hubiera descrito como hombre de notoria ordinariez.
«Nadie va a cambiarme —me dijo—, he hablado toda mi vida de una manera muy ordinaria y seguiré hablando así. No voy a callar la boca por una tía tonta. Hoy soy famoso».
Desde luego su conciencia de sí mismo ha aumentado. Su fama se basa en algunas expresiones fuertes y esto le basta para sentirse satisfecho. Si al reproducir literalmente su manera de hablar, tal como lo he hecho, le hubiera aconsejado que no se expresara de esta manera, cosa que por otra parte yo no tenía intención de hacer, seguro que el buen hombre se hubiera ofendido.
Sin que él mismo lo supiera, con sus expresiones naturales, sencillas y francas manifestaba la aversión del pueblo checo por el servilismo. Ese desprecio por el emperador y por las expresiones corteses es una cosa que se lleva en la sangre.
También Otto Katz está vivo. Tras la derrota renunció a todo, abandonó la Iglesia y hoy trabaja como procurador en una fábrica de bronces y pinturas en el norte de Bohemia.
Me escribió una larga carta en la que me amenazaba con ajustar cuentas conmigo. Un periódico alemán había publicado la traducción de un capítulo en el que quedaba retratado tal como era. Entonces fui a visitarlo y se arregló todo. A las dos de la madrugada ya no podía tenerse en pie, pero a pesar de ello en su predicación dijo:
—Soy Otto Katz, capellán castrense, cabezas de chorlito. Tipos como el difunto Bretschneider, detective estatal de la antigua Austria, los hay también en gran cantidad en la República. Se interesan extraordinariamente por todo cuanto la gente dice.
No sé si en este libro he conseguido lo que me proponía, pero el hecho de haber oído que un soldado le decía a otro: «Eres tan tonto como Schwejk», demostraría que no. Sin embargo, si la palabra Schwejk se transforma en un nuevo insulto del florilegio de palabrotas tendré que contentarme con este enriquecimiento de la lengua checa.
Jaroslav Hasek.