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La excelencia tecnológica de Opera cae en el olvido
Tan diferentes en su concepción, Opera y Topo tuvieron finales cuasi calcados en su travesía por los estertores de la Edad de Oro. Opera, el tecnócrata radical, si se me permite la expresión, la excelencia hecha versión, el equipo lleno de MVPs tuvo un final nada acorde a lo que había sido su carrera.
En sus últimos diecinueve meses de vida, el equipo comandado por José Antonio Morales (Paco Suárez, Pedro Ruiz y Gonzo habían abandonado la nave a estas alturas) aún tuvo tiempo de lanzar algún título interesante, y más de una medianía, por mucho que el negocio del videojuego en España se estuviese yendo directamente por el desagüe.
«A partir de Sirwood ya no fue divertido, por lo menos para mí. No tenía gracia, no nos divertíamos igual. Empezaban a aparecer juegos que decías, hostia lo que viene. Llegaron las consolas, el PC comenzaba a pegar muy fuerte. Nos planteamos si era rentable hacer versiones de Atari y Amiga[240]».
En esa situación de transformación, Opera decidió tocar todos los palos posibles para ver si sonaba la flauta, un movimiento que también hizo Topo. Hubo de todo: Jai Alai, título de cesta punta muy original, y que desgraciadamente apareció en el momento equivocado; o un arcade de corte consolero más que oportunista, Rescate en el Golfo, que salió de la mente de Igor Ruiz, y que no era otra cosa que una aproximación a los arcades de repartir galletas que lo estaban petando en consolas.
«Era de un menda que daba puñetazos que se iba a llamar Puños de Acero. Lo iba a lanzar Animagic. Al final, me contrataron en Opera, vendí este juego, y se convirtió en Rescate en el Golfo. El título fue oportunista total. Decían que la publicidad en Micromanía costaba medio millón de pesetas pero no la pagamos porque salió Jesús Hermida en la tele diciendo que era el juego de la Guerra del Golfo[241]».
Morales también dio luz verde a una secuela quizá por aquello de rescatar viejas glorias y comprobar si, tirando de nostalgia, aún se podía hacer caja. Ojo, que la secuela no era otra que Pogaboo o, lo que es lo mismo, La Pulga 2[242]. Pero el planteamiento de tantos años atrás había quedado completamente desfasado y prueba de ello fueron las críticas recibidas. Además de lanzar secuelas, Morales se embarcó en un proyecto del que nunca se ha sabido nada en los círculos de la retroinformática y que explica por qué Opera siguió esta especie de deriva durante sus últimos meses.
«Nos habíamos organizado alrededor de un concepto muy claro: un grafista, un programador, una idea y a trabajar sobre eso. Pero en aquel momento ya íbamos por mal camino. Venían las consolas. ¿Queríamos estar en este mercado? Era evidente que no habíamos nacido para eso. Éramos muy individualistas, autodidactas. Se hacían juegos mucho más serios y noté que la cosa iba mal. Comenzó la crisis del videojuego, una crisis galopante, y tuvimos que dejar el chalet. Nos dejaron un local que estaba muy bien y ahí fue donde se rompió la baraja».
«Decidí, personalmente, meterme con la ONCE que quería hacer un proyecto para niños sordomudos basado en videojuegos. Las pedagogas vieron juegos y no me preguntes por qué les parecieron más afortunados o más cercanos los de Opera. Me contactaron y nos metimos en un proyecto de dos años, que es lo que estuve haciendo en la última etapa de Opera, que se llamó Opera Plus».
«Me quedé yo [en Opera], que no hice otra que desarrollar, desarrollar y mantener equipos. Antes no llevaba ninguna parte financiera y llegó un momento que cuando me metí al cien por cien aparecieron algunos problemas. Problemas que quería liquidar con el proyecto de la ONCE. Pero necesitaba un cambio de nombre, por eso creamos Opera Plus, para sacar la nueva etapa de desarrollo de juegos educativos. Con el Ministerio de Educación y Ciencia y patrocinado por la ONCE hicimos cuarenta y ocho juegos para colegios de niños sordomudos para que se lo pasaran bien y aprendieran pero no tuvo ninguna repercusión porque fue muy local».
En efecto, como explica Morales, los últimos dos juegos que el estudio lanzó no salieron bajo el sello Opera Soft de toda la vida, sino como Opera Plus por culpa de esos problemas económicos.
«Todo el mundo estaba en declive. Hicimos La Colmena, que fue el último intento de hacer un juego junto al de los Juegos del 92, que lo hizo Igor Ruiz y Juan Carlos García[243] en casa y lo sacamos con Opera», explica Morales.
Ambos títulos, ya del 92, supusieron el final comercial de Opera. Y aún así, La Colmena fue una joya a su manera, una rara avis en la que Azpiri estuvo mezclado desde su concepción. Pensado como un juego de tablero para ordenador y para jugar en compañía, tenía un cierto componente erótico que venía de la mano de los cientos de ilustraciones que el viñetista ideó para el juego. Cientos. Eso sí, con un mercado que todavía estaba compuesto en su mayoría por adolescentes o infantes, la portada sufrió un absurdo retoque para esconder unas nalgas.

La Pulga 2 no tuvo el eco, ni el éxito, de su predecesora. El videojuego español había entrado en crisis.
«Era un juego erótico, dentro de mi erotismo —explica Azpiri—. Nada ofensivo. Pero cuando entregamos la portada no fue Opera, sino System 4, que nos pidió si podíamos taparla de alguna manera ya que podía causar problemas. A ver cómo coño tapaba eso una vez hecho el dibujo. Monté un acetato y dibujé unas alas de abeja, con aerógrafo, por encima».
Cierto es que el juego se publicitó como «sólo para adultos» o «el videojuego erótico más esperado», pero no hay que olvidar que iba dirigido a un público adolescente en una época en la que Internet no existía y la única oportunidad para ver carne eran las playas de Torrevieja durante el verano o Ay, qué calor en Telecinco. Vamos, que el contenido de La Colmena era una minucia.
El título fue el último gran juego de Opera pero Morales aún tuvo tiempo de dar salida a otro proyecto en el que trabajó Igor Ruiz, Olympic Games 92, ideado exclusivamente para PC. Basado, como no, en los Juegos de Barcelona, supuso el final de uno de los estudios españoles punteros. Curioso, que uno de los hitos de la historia reciente de nuestro país supusiera el final de uno de los proyectos tecnológicos más brillantes.

Portada modificada de La Colmena para no herir sensibilidades en los grandes almacenes.
«Terminé con la ONCE y me fui —explica Morales—. Teníamos una estructura para haber seguido, pero con ese proyecto trabajamos mucho, acabamos muy cansados y dije que ya me bastaba. Me salió una oportunidad y me fui a una empresa que hacía traducciones a Microsoft, de ahí a Canal Satélite y de Canal Satélite a Vértice. Pero la razón principal del cierre, no adaptarnos. Podríamos haber distribuido PC pero me di cuenta de que tenía que montar un equipo con toda esta gente que estaba loca. El día a día de Opera marcó mucho: el chalet, las comidas, el ambiente[244]. Decidí que esa etapa se cerraba y además no estábamos preparados, ni empresarialmente».

Con Olympic Games 92 Opera ponía el broche a una trayectoria trufada de momentos de gloria.
Pedro Ruiz también ahonda en esa escasa preparación empresarial del estudio: «Opera fracasó porque éramos un grupo de amigos. No teníamos nada de lo que una empresa debería tener. En Inglaterra, los dueños de Opera ya no tendrían que trabajar, vivirían bien».
La reflexión final de Morales acerca de lo que supuso Opera a nivel personal puede que sea una de las más ricas que me han dicho todos los entrevistados. En definitiva, todos ellos comparten un mismo patrón al echar la vista atrás —el pasado dorado que nunca volverá, el romanticismo de haber sido pioneros en un mundo que ahora está masificado, la oportunidad perdida— pero Morales sabe conjugarlo todo en pocas palabras como epitafio de lo que significó una forma de vida.
«En nuestra época todo era fácil. Hacías cualquier juego y se vendía. No estaba pensado para ganar dinero. Ninguno de los que estuvimos en Opera tuvimos la sensación de que era para hacernos ricos. Lo hacíamos para vivir bien, nos lo pasamos bien, hicimos algo que está ahí. Que cada uno lo evalúe. Cuando eso cambió, no éramos nosotros los que teníamos que seguir, acabamos muy cansados. Un juego te agotaba. Un juego te absorbía aunque fuera una chorrada como Livingstone, Sirwood o Mot. Tenías que estar todo el día diciendo chorradas y llegaba un momento que decías demasiadas. En definitiva, el resumen es que nos lo pasamos de puta madre. No tenía nada que ver con esto de ahora. Nada que ver. No teníamos más intención que divertirnos. Éramos unos chavales y no valorábamos ni lo que pasaba. Yo tengo cincuenta tacos, que se dice pronto. Una de las cosas que más me da por culo de Opera es que el tiempo ha pasado muy rápido. Muy rápido».