Agradecimientos

Este libro no habría sido posible sin la ayuda de demasiada gente. Vaya desde aquí una especial mención a José Manuel Fernández por haber soportado mis incansables preguntas, por haberme dado el ánimo necesario en los primeros momentos poniéndome siempre en la dirección adecuada y por haber permitido que hiciera uso en demasiadas ocasiones de su inagotable conocimiento de la historia del videojuego (de hecho, sabes que este libro lo deberías haber escrito tú); a Juan Carlos Caballero, que se ha pegado un currazo impresionante para corregir el texto y al que le debo el mayor halago profesional recibido hasta la fecha; a David Navarro, que también puso su granito de arena corrigiendo; a Flavio Escribano, por creer en este proyecto; a Manuel Pazos por no dejar que mi ignorancia informática supusiera un obstáculo para escribir este relato y a Elena por aguantarme demasiados días de quejas, resoplidos y lamentos ante la posibilidad de no llegar a tiempo a la fecha de cierre.

También merece una mención destacada Ferran González, un gran tipo y mejor persona que no ha dudado en embarcarse en este proyecto sin apenas conocerme, y Ariel Frigoli sin el que habría sido imposible que este libro viera la luz; Manuel Moreno, de FX Interactive, y que me ha soportado en demasiados correos pidiéndole respuestas y materiales; los hermanos Ruiz y su paciencia infinita con mis interminables dudas; Paco Pastor, capaz de responder a cualquier pregunta, por trivial que fuera; José Antonio Morales, que me concedió una de las entrevistas más divertidas que he hecho en mi carrera; Rafa Gómez, el primero al que tuve la ocasión de entrevistar hace ya casi cinco añazos; Andrés Samudio, un trozo de pan; y Charlie Granados y Fernando Rada, que han estado al pie del cañón para responder a dudas puntuales. Y, por supuesto, el buenazo de Javier Cano, un tipo que se merece lo mejor de este mundo.

Aprovecho para enviar un fuerte abrazo a todos aquellos que en su día me recibieron o me concedieron un minuto de su tiempo para que este libro saliera adelante: César Astudillo, Juan Delcán, Malena Menéndez, Julio y Gonzalo Martín, Alfonso Azpiri, Miguel Ángel Villas, Gonzo Suárez, Paco Suárez, Pedro Ruiz, José Manuel Muñoz, Paco Portalo, Igor Ruiz, Paco Delgado, Carlos Abril, Nicolás Lecuona y José Luis Domínguez, del que llegué a pensar que nunca lograría entrevistar. En esta lista también tienen un lugar todos aquellos que han creído en este proyecto y me han dado su apoyo y ayuda para sacarlo adelante: Rafa Corrales, Jesús Fabre, Daniel Parente, David Sanz, Manuel Sagra, Bolo Muñoz-Calero, Roswell, Alberto Corral, Carolina Lorén.

Y, por supuesto, no puede faltar una mención a la escena internetera que lucha por mantener la llama del retro encendida. Especialmente importante ha sido Computer Emuzone para que se publicara este trabajo, sin semejante biblia del software español todo habría sido mucho más difícil de poner en contexto; El Mundo del Spectrum también ha sido una fuente de información precisa y rigurosa, con algunas entrevistas muy interesantes; World of Spectrum, otra biblia para todo lo que tiene que ver con el micro de Sinclair, ha sido el referente en muchos momentos de duda y la referencia básica para consultar datos sobre el videojuego español en el extranjero.

Ferran Balsells también se merece un lugar en letras de oro, ya que sin su empujón este proyecto habría quedado en el olvido en el que cayó a lo largo de 2009 y 2010. Gracias a Daniel Aznar, Jorge Fernández, Gerard Gassol, Xavi Ceamanos y Heriberto Araújo por alejar mi mente del trabajo cada vez que nos hemos encontrado. A Roberto Méndez, Sharif Hassan, Borja Rivas, Jaime Martín, David Vidal, Álvaro Rivas y Victor Cintas por darme cobijo en Madrid y enseñarme lo que duele un verano. A Jennifer Rey y María Cajo por las interminables noches etílicas barcelonesas durante el año y medio que tardó en gestarse este libro. A Roberto García, Alberto Rodríguez y Manuel Torío por demostrarme que basta con verse una vez al año, y beberse unos benjamines, con dos cojones, para mantener una amistad y pasárselo de puta madre. A Samuel Valderas, Eugenio Román, Roberto Morato, Óscar Pérez y Alberto Rodríguez por haber hecho del cine algo más que ir a ver películas y convertirlo en un equilibrio de troleos, risas y persecuciones a famosos.

Pero este libro no habría sido posible sin otros muchos factores. Sin Tita y sus incansables ganas de jugar, que han sido la excusa perfecta para desconectar cuando las letras se amontaban en el monitor; sin Daft Punk, banda sonora de todas las Microhobby que revisé en su día mientras me documentaba para comenzar a investigar; sin la HBO, Juego de tronos y Walter White, que me han ayudado a tener la mente despejada y a pensar en otras cosas que no fueran 8 bits; sin nuestro buen amigo Barracus, que en un Jack Daniels Music Day me enseñó a ver la vida con otra perspectiva; sin Ruben Yuste, Marta Soria y la correspondiente docena de Krispy Kreme (originales, eso ni se pregunta) cada vez que me acerco a Londres, sin We are standard, que ha puesto el hilo musical a las últimas semanas de escritura; sin el indio de Guardiola, lugar de refugio de los viernes por la noche.

Pero, y prometo acabar, este libro no habría sido posible si mis hermanos no le hubieran comido la oreja a mis padres en algún momento de los años ochenta y hubiesen metido un MSX en casa. Sin ese MSX quien esto escribe no sería el que es hoy: no habría jugado a La Abadía del Crimen en su día, no habría jurado en arameo cuando una carga se iba al garete después de veinte minutos de espera, no habría llegado a la cima del mundo en el Footballer of the Year y no habría construido un currículum jugable que me llevaría, «veintitantos» años después, a salvar la Tierra junto a Shepard en Mass Effect 3. Y lo que queda.