Epílogo
El futuro de la historia humana como ciencia
La pregunta de Yali daba de lleno en el centro de la condición humana actual, y de la historia humana después del Pleistoceno. Ahora que hemos concluido esta breve gira por los continentes, ¿qué respuesta daremos a Yali?
Yo le diría a Yali: las asombrosas diferencias entre la historia a largo plazo de los pueblos de los distintos continentes no se han debido a diferencias innatas entre los propios pueblos, sino a diferencias en sus respectivos medios. Supongo que si las poblaciones de la Australia aborigen y de Eurasia pudieran haberse intercambiado durante el Pleistoceno tardío, los aborígenes australianos serían quienes hoy ocupasen la mayor parte de América y Australia, además de Eurasia, mientras que serían los eurasiáticos originarios quienes habrían de verse reducidos ahora a fragmentos de población oprimidos en Australia. En un principio podríamos sentirnos inclinados a rechazar esta afirmación pensando que carece de sentido, porque el experimento es imaginario y mi afirmación acerca de su resultado no puede verificarse. Pero los historiadores, sin embargo, pueden evaluar hipótesis relacionadas mediante pruebas retrospectivas. Por ejemplo, se puede examinar qué sucedió cuando los agricultores europeos fueron trasplantados a Groenlandia o las Grandes Llanuras de Estados Unidos, y cuando agricultores originarios en última instancia de China emigraron a las islas Chatham, los bosques pluviales de Borneo o los suelos volcánicos de Java o Hawai. Estas pruebas confirman que los mismos pueblos ancestrales terminaron extinguiéndose, o volvieron a vivir como cazadores-recolectores, o llegaron a construir Estados complejos, dependiendo de su entorno. Igualmente, cazadores-recolectores aborígenes australianos, trasplantados de formas diversas a la isla de Flinders, a Tasmania o al sureste de Australia, terminaron extinguiéndose, bien como cazadores-recolectores con la tecnología más sencilla del mundo moderno, bien como constructores de canales que gestionaban intensivamente una pesca productiva, dependiendo del entorno.
Naturalmente, los continentes son distintos en innumerables características medioambientales que afectan a las trayectorias de las sociedades humanas. Pero una simple lista general de todas las posibles diferencias no constituye una respuesta a la pregunta de Yali. Sólo cuatro grupos de diferencias me parecen las más importantes.
El primer grupo está formado por las diferencias entre los continentes en cuanto a las especies de animales salvajes y plantas silvestres disponibles como materiales de partida para la domesticación. Esto se debe a que la producción de alimentos fue decisiva para la acumulación de excedentes alimentarios que pudieran alimentar a los especialistas no productores de alimentos, así como para la acumulación de grandes poblaciones que tuvieran una ventaja militar por su mero número aun antes de haber desarrollado ventaja tecnológica o política alguna. Por estas dos razones, todos los avances de las sociedades económicamente complejas, socialmente estratificadas y políticamente centralizadas más allá del nivel de las pequeñas e incipientes jefaturas se basaron en la producción de alimentos.
Pero la mayoría de las especies de animales salvajes y plantas silvestres han resultado poco adecuadas para la domesticación: la producción de alimentos se ha basado en un número relativamente reducido de especies de animales y plantas. El número de especies salvajes candidatas a la domesticación variaba sobremanera entre un continente y otro, debido a las diferencias en cuanto a superficie y también (en el caso de los grandes mamíferos) a las extinciones del Pleistoceno tardío. Estas extinciones fueron mucho más severas en Australia y América que en Eurasia y África. En consecuencia, África terminó un poco peor dotada biológicamente que la mucho más extensa Eurasia, América peor que África, y Australia peor aún, como la Nueva Guinea de Yali (con la septuagésima parte de la superficie de Eurasia y con todos sus grandes mamíferos originarios extinguidos en el Pleistoceno tardío).
En cada continente, la domesticación de animales y el cultivo de plantas se concentró en un número reducido de territorios especialmente favorables que sólo representaban una pequeña proporción de la superficie total del continente. También en el caso de las innovaciones tecnológicas y las instituciones políticas, la mayoría de las sociedades adquieren mucho más de otras sociedades de lo que inventan. Así pues, la difusión y la migración dentro de un continente hacen una contribución importante al desarrollo de sus sociedades, que a largo plazo tienden a compartir los avances de las demás (en la medida en que el medio lo permite) debido a los procesos ilustrados de forma tan sencilla por las «guerras de los mosquetes» de la Nueva Zelanda maorí. Es decir, sociedades que carecen inicialmente de una ventaja, o la adquieren de sociedades que la poseen, o (si no lo consiguen) son sustituidas por esas otras sociedades.
De ahí que un segundo grupo de factores esté formado por aquéllos que afectan a esos ritmos de difusión, que pueden presentar grandes diferencias entre los continentes. Los más rápidos fueron los de Eurasia, debido a su eje principal este-oeste y a sus obstáculos ecológicos y geográficos relativamente modestos. El razonamiento es sencillo en el caso de los movimientos de cultivos y ganados, que muestran gran dependencia del clima y, por tanto, de la altitud. Pero un razonamiento semejante puede aplicarse también a la difusión de las innovaciones tecnológicas, en la medida en que se adapten mejor sin modificación a medios específicos. La difusión fue más lenta en África y especialmente en América, debido a los ejes norte-sur y a las barreras geográficas y ecológicas de estos continentes. También fue difícil en la Nueva Guinea tradicional, donde lo accidentado del terreno y la larga espina dorsal de altas montañas impidieron todo avance significativo hacia la unificación política y lingüística.
Relacionado con estos factores que afectan a la difusión dentro de los continentes se halla un tercer grupo de factores que influyen en la difusión entre los continentes, que pueden ayudar también a acumular una reserva de especies domésticas y tecnología. La facilidad para la difusión intercontinental ha variado, porque unos continentes están más aislados que otros. En los últimos 6000 años, la vía más fácil ha sido la que ha conducido desde Eurasia hasta el África subsahariana, por la que ha llegado la mayoría de las especies de ganado de África. Pero la difusión interhemisférica no aportó nada a las sociedades complejas de la América indígena, aislada de Eurasia en latitudes bajas por amplios océanos y en latitudes altas por la geografía y por un clima apto únicamente para la caza y la recolección. En la Australia aborigen, aislada de Eurasia por las barreras marinas del archipiélago de Indonesia, la única aportación demostrada de Eurasia fue el dingo.
El cuarto y último grupo de factores está integrado por las diferencias entre los continentes en cuanto a superficie o tamaño total de la población. Una superficie o población más grandes significan más inventores en potencia, más sociedades competidoras, más innovaciones disponibles para adoptar… y más presión para adoptar y conservar las innovaciones, porque las sociedades que no lo hagan tenderán a ser eliminadas por las sociedades competidoras. Ese destino les cupo en suerte a los pigmeos africanos, y a muchas otras poblaciones de cazadores-recolectores desplazadas por los agricultores. A la inversa, también les cupo en suerte a los tenaces y conservadores agricultores nórdicos de Groenlandia, sustituidos por cazadores-recolectores esquimales cuyos métodos de subsistencia y tecnología eran muy superiores a los de los nórdicos en las condiciones de Groenlandia. Entre las masas terrestres del planeta, la superficie y el número de sociedades competidoras fueron mayores en Eurasia, mucho más pequeñas en Australia y Nueva Guinea, y especialmente en Tasmania. América, a pesar de su gran extensión total, estaba fragmentada por la geografía y la ecología y funcionaba efectivamente como varios continentes más pequeños deficientemente conectados entre sí.
Estos cuatro grupos de factores constituyen grandes diferencias en cuanto a medios que pueden cuantificarse objetivamente y que no son objeto de controversia. Aunque se puede poner en duda mi impresión subjetiva de que los habitantes de Nueva Guinea son por término medio más listos que los eurasiáticos, no se puede negar que la superficie y el número de especies de grandes animales de Nueva Guinea son mucho menores que los de Eurasia. Pero la mención de estas diferencias en cuanto a medios se prestan entre los historiadores a la etiqueta de «determinismo geográfico», que no está bien vista. La etiqueta parece tener connotaciones desagradables, como que la creatividad humana no cuenta nada, o que los seres humanos somos robots pasivos programados irremediablemente por el clima, la fauna y la flora. Naturalmente, estos temores no vienen al caso. Sin la inventiva humana, todos nosotros estaríamos aún hoy cortando nuestra carne con utensilios de piedra y comiéndola cruda, como nuestros antepasados de hace un millón de años. En todas las sociedades humanas hay personas ingeniosas. Lo único que sucede es que unos entornos proporcionan más materiales de partida, y condiciones más favorables para la utilización de los inventos, que otros entornos.
Estas respuestas a la pregunta de Yali son más largas y complicadas de lo que el propio Yali habría deseado. A los historiadores, sin embargo, les pueden parecer demasiado breves y simplificadas en exceso. Comprimir 13 000 años de historia en todos los continentes en 500 páginas hacen inevitables la brevedad y la simplificación. Pero la comprensión reporta un beneficio compensador: las comparaciones a largo plazo entre regiones produce visiones que no pueden obtenerse de estudios a corto plazo de sociedades individualmente consideradas.
Naturalmente, muchísimas cuestiones planteadas por la pregunta de Yali continúan sin resolver. En este momento podemos exponer algunas respuestas parciales más un programa de investigación para el futuro, más que una teoría plenamente desarrollada. El desafío consiste ahora en desarrollar la historia humana como ciencia, al mismo nivel que ciencias históricas tan reconocidas como la astronomía, la geología y la biología evolutiva. De ahí que parezca oportuno concluir este libro mirando hacia el futuro de la disciplina de la historia, y esbozando algunas de las cuestiones no resueltas.
La extensión más sencilla de este libro será para cuantificar más —y de este modo determinar de manera más convincente su papel— las diferencias intercontinentales en los cuatro grupos de factores que parecen ser los más importantes. Para ilustrar las diferencias en cuanto a materiales de partida para la domesticación, ya aporté cifras del total de grandes mamíferos terrestres, herbívoros y omnívoros, de cada continente (Tabla 9.2) y de cereales de semillas grandes (Tabla 8.1). Una extensión sería reunir las cifras correspondientes a las legumbres de semilla grande (leguminosas), como las judías, los guisantes y las algarrobas. Por otra parte, hemos hablado ya de los factores que descalifican a los grandes mamíferos candidatos a la domesticación, pero no hemos tabulado cuántos candidatos fueron descalificados por cada factor en cada continente. Sería interesante hacerlo, sobre todo en el caso de África, donde el porcentaje de candidatos descalificados es más alto que en Eurasia: ¿qué factores descalificadores son los más importantes en África, y qué han seleccionado con su alta frecuencia en los mamíferos africanos? Deberían reunirse asimismo datos cuantitativos para probar nuestros cálculos preliminares que indicaban diferentes ritmos de difusión a lo largo de los ejes principales de Eurasia, América y África.
Una segunda extensión será a escalas geográficas menores y escalas temporales más breves que las de este libro. Por ejemplo, la siguiente pregunta obvia se les ha ocurrido ya probablemente a los lectores: ¿por qué, dentro de Eurasia, fueron las sociedades europeas, y no las del Creciente Fértil, China o India, las que colonizaron América y Australia, tomaron la delantera en cuanto a tecnología y llegaron a ser política y económicamente dominantes en el mundo moderno? Un historiador que hubiera vivido en cualquier época entre 8500 a. C. y 1450, y que hubiera intentado predecir entonces las trayectorias históricas futuras, habría afirmado sin duda que la dominación final de Europa era el resultado menos probable, porque Europa fue la más atrasada de estas tres regiones del Viejo Mundo durante la mayor parte de esos 10 000 años. Desde 8500 a. C. hasta el auge de Grecia, y después de Italia, a partir de 500 a. C., casi todas las grandes invenciones de Eurasia occidental —la domesticación de animales, la aclimatación de plantas, la escritura, la metalurgia, la rueda, los Estados, etc.— surgieron en el Creciente Fértil o cerca de esta región. Hasta la proliferación de los molinos de agua a partir de 900, la Europa situada al oeste o al norte de los Alpes no aportó nada de especial relevancia a la tecnología o la civilización del Viejo Mundo; por el contrario, fue receptora de avances procedentes del Mediterráneo oriental, el Creciente Fértil y China. Incluso desde 1000 hasta 1450, la corriente de ciencia y tecnología se dirigió de forma predominante hacia Europa a partir de las sociedades islámicas que se extendían desde India hasta el norte de África, y no a la inversa. Durante esos mismos siglos, China estuvo a la cabeza del mundo en tecnología, tras haber emprendido la producción de alimentos muy poco después que el Creciente Fértil.
¿Por qué, pues, el Creciente Fértil y China perdieron finalmente su enorme delantera de miles de años sobre una Europa que partió mucho después? Se pueden señalar, desde luego, los factores inmediatos que explican el ascenso de Europa: el desarrollo de una clase mercantil, el capitalismo y la protección de los inventos mediante patentes, el no haber desarrollado déspotas absolutos e impuestos aplastantes, y su tradición greco-judeo-cristiana de investigación empírica y crítica. Con todo, a pesar de tales causas inmediatas, debemos formular la pregunta de la causa última: ¿por qué estos factores inmediatos también surgieron en Europa, y no en China o el Creciente Fértil?
En lo que al Creciente Fértil se refiere, la respuesta es clara. Una vez perdida la ventaja de salida de la que había disfrutado gracias a la concentración localmente accesible de plantas silvestres y de animales domesticables, el Creciente Fértil no poseía ninguna ventaja geográfica de peso. La desaparición de esa ventaja de salida puede analizarse en detalle, del mismo modo que el desplazamiento hacia el oeste de los imperios poderosos. Después del nacimiento de los Estados del Creciente Fértil en el cuarto milenio a. C., el centro del poder permaneció inicialmente en el Creciente Fértil, rotando entre imperios como los de Babilonia, los hititas, Asiria y Persia. Con la conquista griega de todas las sociedades avanzadas desde Grecia hasta India bajo Alejandro Magno a finales del siglo IV a. C., el poder efectuó finalmente su primer desplazamiento irrevocablemente hacia el oeste. Se desplazó más al oeste con la conquista de Grecia por Roma en el siglo II a. C., y después de la caída del Imperio romano se movió finalmente de nuevo, hacia Europa occidental y septentrional.
El principal factor en estos desplazamientos se hace evidente en cuanto se compara el Creciente Fértil moderno con las descripciones antiguas de la región. Hoy en día, las expresiones «Creciente Fértil» y «líder mundial de la producción de alimentos» son absurdas. Grandes zonas del antiguo Creciente Fértil son ahora desierto, semidesierto o estepa, o terreno intensamente erosionado o salinizado, inútil para la agricultura. La efímera riqueza actual de algunas naciones de la región, basada en el solo recurso no renovable del petróleo, oculta la antigua y profunda pobreza de la región y su dificultad para alimentarse.
En la antigüedad, sin embargo, gran parte del Creciente Fértil y de la región del Mediterráneo oriental, incluida Grecia, estaba cubierta de bosques. La transformación de la región de bosques fértiles a maleza erosionada o desierto ha sido aclarada por paleobotánicos y arqueólogos. Sus bosques fueron talados para la agricultura, o cortados para obtener madera para la construcción, o quemados en forma de leña o para fabricar yeso. Debido a las bajas precipitaciones, y por tanto a la baja productividad primaria (proporcional a la precipitación), el rebrote de la vegetación no pudo seguir el ritmo de su destrucción, especialmente ante el exceso de pastoreo de las abundantes cabras. Una vez eliminada la cubierta de árboles y hierba, la erosión avanzó y los valles se encenagaron, mientras la agricultura de regadío en un medio con bajo nivel de precipitaciones condujo a la acumulación de sal. Estos procesos, que comenzaron en el Neolítico, han continuado hasta la época moderna. Por ejemplo, los últimos bosques cercanos a la antigua capital nabatea de Petra, en la moderna Jordania, fueron talados por los turcos otomanos durante la construcción del ferrocarril de Hejaz, poco antes de la Primera Guerra Mundial.
Así pues, las sociedades del Creciente Fértil y el Mediterráneo oriental tuvieron la desgracia de surgir en un medio ecológicamente frágil. Cometieron suicidio ecológico al destruir su base de recursos. El poder se desplazó hacia el oeste a medida que la sociedad del Mediterráneo oriental, a su vez, se debilitaba, a partir de las sociedades más antiguas, las del este (el Creciente Fértil). Europa septentrional y occidental evitaron esta suerte, no porque sus habitantes fuesen más inteligentes sino porque tuvieron la buena suerte de vivir en un entorno mucho más sólido, con un nivel de precipitaciones muy superior, en el que la vegetación vuelve a crecer rápidamente. Gran parte de Europa septentrional y occidental puede seguir albergando una agricultura intensiva y productiva en nuestros días, 7000 años después de la llegada de la producción de alimentos. En realidad, Europa recibió sus cultivos, animales domésticos, tecnologías y sistemas de escritura del Creciente Fértil, que después se autoeliminó gradualmente como centro principal de poder e innovación.
Así fue como el Creciente Fértil perdió su temprana y enorme ventaja de salida sobre Europa. ¿Por qué China también perdió su ventaja? Su retraso es sorprendente en un principio, porque China disfrutaba de indudables ventajas: un nacimiento de la producción de alimentos tan temprano como en el Creciente Fértil; diversidad ecológica desde China septentrional hasta la meridional y desde el litoral hasta las altas montañas de la meseta tibetana, que dio origen a una diversidad de cultivos, animales y tecnología; una superficie extensa y productiva, que alimentaba a la población humana regional más numerosa del mundo; y un medio menos seco o ecológicamente frágil que el del Creciente Fértil, que permite aún a China albergar una agricultura intensiva y productiva después de casi 10 000 años, aunque sus problemas ambientales vayan en aumento hoy en día y sean más graves que los de Europa occidental.
Estas ventajas generales y esta ventaja de salida permitieron que la China medieval se pusiese a la cabeza del mundo en tecnología. La larga lista de sus grandes primicias tecnológicas incluye el hierro fundido, la brújula, la pólvora, el papel, la imprenta y muchas otras a las que ya nos hemos referido. También estuvo a la cabeza del mundo en poder político, navegación y dominio de los mares. A comienzos del siglo XV envió flotas en busca de tesoros, formadas cada una por cientos de embarcaciones que podían superar los 100 m de eslora y con unas tripulaciones totales de hasta 28 000 hombres, cruzando el océano Índico, hasta las costas orientales de África, décadas antes de que las tres minúsculas carabelas de Colón cruzasen el estrecho océano Atlántico para llegar a las costas orientales de América. ¿Por qué las embarcaciones chinas no bordearon África por el cabo más meridional del continente, continuando hacia el oeste para colonizar Europa, antes de que las tres enclenques embarcaciones de Vasco da Gama bordearan el cabo de Buena Esperanza rumbo al este y dieran comienzo a la colonización de Asia oriental por Europa? ¿Por qué los barcos chinos no cruzaron el Pacífico para colonizar las costas occidentales de América? ¿Por qué, en una palabra, China perdió su ventaja tecnológica frente a la antes tan atrasada Europa?
El fin de las flotas chinas buscadoras de tesoros nos ofrece una pista. Siete de aquellas flotas zarparon de China entre 1405 y 1433. A partir de este último año fueron suspendidas como consecuencia de una aberración típica de la política local que pudo suceder en cualquier lugar del mundo: una lucha por el poder entre dos facciones de la corte china (los eunucos y sus oponentes). La primera facción había sido identificada con el envío y capitaneo de las flotas. De ahí que cuando la segunda facción se impuso en una lucha por el poder, dejó de enviar flotas, desmanteló finalmente los astilleros y prohibió la navegación de altura. Este episodio nos recuerda la legislación que estranguló el desarrollo del alumbrado eléctrico público en Londres en el decenio de 1880, el aislacionismo de Estados Unidos entre la primera y la segunda guerras mundiales y distintos pasos atrás en distintos países, todo ello motivado por cuestiones políticas locales. Pero en China hubo una diferencia, porque toda la región estaba unificada políticamente. Una sola decisión detuvo las flotas en toda China. Aquella decisión temporal se hizo irreversible, porque no quedaron astilleros para producir barcos que demostrasen la insensatez de aquella decisión temporal, y para actuar como núcleo de la reconstrucción de otros astilleros.
Comparemos ahora estos hechos de China con lo que sucedió cuando las flotas de exploración comenzaron a navegar desde la Europa políticamente fragmentada. Cristóbal Colón, italiano de nacimiento, cambió su lealtad hacia el duque de Anjou en Francia, y después hacia el rey de Portugal. Cuando éste rechazó su petición de naves para emprender la exploración rumbo al oeste, Colón recurrió al duque de Medina-Sidonia, quien también la rechazó, y después al conde de Medinaceli, quien hizo otro tanto, y finalmente al rey y la reina de España, que rechazaron la primera petición de Colón pero finalmente aceptaron su nuevo requerimiento. Si Europa hubiera estado unida bajo cualquiera de los tres primeros gobernantes, la colonización de América podría no haber visto la luz todavía.
De hecho, precisamente porque Europa estaba fragmentada. Colón triunfó en su quinto intento de convencer a uno de los cientos de príncipes de Europa para que le patrocinara. Una vez que España hubo iniciado de este modo la colonización europea de América, otros Estados europeos vieron que la riqueza fluía hacia España, y fueron seis los que se apuntaron a la colonización de América. La historia se repitió en el caso del cañón, la luz eléctrica, la imprenta, las pequeñas armas de fuego e innumerables innovaciones de Europa: todas ellas encontraron al principio indiferencia u oposición en algunas partes de Europa por razones idiosincrásicas, pero una vez adoptadas en una zona, se difundieron finalmente al resto de Europa.
Las consecuencias de la falta de unidad de Europa presentan un marcado contraste con las de la unidad de China. La corte china decidía de vez en cuando poner fin a otras actividades, además de a la navegación ultramarina: abandonó el desarrollo de una compleja máquina de hilar propulsada por agua, retrocedió cuando estaba al borde de una revolución industrial en el siglo XIV, demolió o prácticamente abolió los relojes mecánicos después de estar a la cabeza del mundo en fabricación de relojes, y abandonó los ingenios mecánicos y la tecnología en general a partir de finales del siglo XV. Estos efectos potencialmente perjudiciales de la unidad han estallado de nuevo en la China moderna, especialmente durante la locura de la Revolución Cultural de los decenios de 1960 y 1970, cuando una decisión de uno o unos cuantos dirigentes cerraron todos los sistemas escolares del país durante cinco años.
La frecuente unidad de China y la permanente desunión de Europa tienen una larga historia. Las zonas más productivas de la China moderna se unieron políticamente por primera vez en 221 a. C., y así han permanecido durante la mayor parte del tiempo transcurrido desde esa fecha. China sólo ha tenido un sistema de escritura desde el comienzo, una sola lengua dominante durante mucho tiempo, y una considerable unidad cultural durante dos mil años. En cambio, Europa nunca ha estado ni remotamente cerca de la unificación política: estaba aún escindida en 1000 pequeños Estados independientes en el siglo XIV, en 500 pequeños Estados en 1500, llegó a un mínimo de 25 Estados en el decenio de 1980, y a partir de ese momento su número aumentó de nuevo, hasta casi 40 en el momento de escribir esta frase. Europa tienen aún 45 lenguas, cada una de ellas con su propio alfabeto modificado, y una diversidad cultural mayor aún. Las discrepancias que continúan frustrando hoy en día incluso los modestos intentos de unificación europea a través de la Unión Europea (UE) son sintomáticos del arraigado compromiso de Europa con la desunión.
De ahí que el verdadero problema para comprender la pérdida de preeminencia política y tecnológica de China ante Europa radique en comprender la unidad crónica de China y la desunión crónica de Europa. La respuesta nos la sugieren de nuevo los mapas. El litoral de Europa es sumamente recortado, con cinco grandes penínsulas que se acercan a las islas en su aislamiento, y todas las cuales desarrollaron lenguas, grupos étnicos y gobiernos independientes: Grecia, Italia, la península Ibérica, Dinamarca y Noruega/Suecia. El litoral de China es mucho más uniforme, y sólo la cercana península de Corea alcanzó una importancia independiente. Europa tiene dos islas (Gran Bretaña e Irlanda) suficientemente grandes como para afirmar su independencia política y mantener sus propias lenguas y etnicidades, y una de ellas (Gran Bretaña) bastante grande y cercana como para convertirse en una gran potencia europea independiente. Pero la superficie de las dos islas más grandes de China, Taiwán y Hainán, no representa en cada caso ni la mitad de la superficie de Irlanda; ni hubo una gran potencia independiente hasta la aparición de Taiwán en las últimas décadas; y el aislamiento geográfico de Japón hizo que este país estuviera más aislado políticamente del resto del continente asiático que Gran Bretaña de la Europa continental. Europa está dividida en unidades lingüísticas, étnicas y políticas independientes por altas montañas (los Alpes, los Pirineos, los Cárpatos y los montes escandinavos), mientras que las montañas de China al este de la meseta tibetana son barreras mucho menos formidables. El núcleo de China está unido de este a oeste por dos largos sistemas fluviales navegables situados en ricos valles aluviales (los ríos Yangtsé y Amarillo), y está unido al norte y al sur por conexiones relativamente fáciles entre estos dos sistemas fluviales (vinculados finalmente por canales). En consecuencia, China estuvo dominada desde muy pronto por dos grandes zonas geográficas centrales de alta productividad, sólo separadas débilmente entre sí y finalmente fusionadas en un solo centro. Los dos ríos más importantes de Europa, el Rin y el Danubio, son más pequeños y conectan una superficie mucho menor de Europa. A diferencia de China, Europa tiene muchas zonas centrales pequeñas y dispersas, ninguna bastante grande como para dominar a las demás durante mucho tiempo, y cada una de ellas centro de Estados crónicamente independientes.
Una vez unificada finalmente China, en 221 a. C., ningún otro Estado independiente tuvo nunca la oportunidad de surgir y perdurar durante mucho tiempo en China. Aunque los períodos de desunión reaparecieron en varias ocasiones después de 221 a. C., siempre acabaron en la reunificación. La unificación de Europa, en cambio, ha resistido los intentos de conquistadores tan resueltos como Carlomagno, Napoleón y Hitler; ni siquiera el Imperio romano en su apogeo llegó a controlar más de la mitad de la superficie europea.
Así pues, la conexión geográfica y unas barreras internas sólo modestas dieron a China una ventaja inicial. China septentrional, China meridional, el litoral y el interior aportaron diferentes cultivos, ganado, tecnologías y rasgos culturales a la China finalmente unificada. Por ejemplo, el cultivo del mijo, la tecnología del bronce y la escritura nacieron en China septentrional, mientras que el cultivo de arroz y la tecnología de la fundición del hierro surgieron en China meridional. Durante gran parte de este libro hemos hecho hincapié en la difusión de la tecnología que tiene lugar en ausencia de grandes obstáculos. Pero la conexión de China se convirtió finalmente en desventaja, porque la decisión de un déspota podía, y así sucedió reiteradamente, detener la innovación. En cambio, la balcanización geográfica de Europa tuvo como resultado decenas o cientos de pequeños Estados y centros de innovación independientes y competidores. Si un Estado no continuaba con una innovación concreta, otro lo hacía, obligando a los Estados vecinos a hacer lo mismo o a ser conquistados, o a quedar rezagados económicamente. Las barreras de Europa fueron suficientes para impedir la unificación política, pero insuficientes para poner fin a la difusión de tecnologías e ideas. Nunca ha habido un déspota que haya podido cerrar el grifo para toda Europa, como sucedía en China.
Estas comparaciones sugieren que la conexión geográfica ha ejercido efectos tanto positivos como negativos en la evolución de la tecnología. En consecuencia, a muy largo plazo, la tecnología podría haberse desarrollado con mayor rapidez en regiones que tenían una conexión moderada, ni demasiado alta ni demasiado baja. La trayectoria de la tecnología en los últimos mil años en China, Europa y posiblemente el subcontinente indio ilustra esos efectos netos de la conexión alta, moderada y baja, respectivamente.
Naturalmente, otros factores adicionales contribuyeron a las diversas trayectorias en distintas partes de Eurasia. Por ejemplo, el Creciente Fértil, China y Europa se diferenciaban en su exposición a la amenaza permanente de las invasiones bárbaras por parte de nómadas pastores montados a caballo provenientes de Asia central. Uno de estos grupos nómadas (los mongoles) destruyó finalmente los antiguos sistemas de regadío de Irán e Irak, pero ninguno de los nómadas asiáticos logró nunca establecerse en los bosques de Europa occidental más allá de las llanuras de Hungría. Los factores medioambientales fueron la situación geográficamente intermedia del Creciente Fértil, que permitía el control de las rutas comerciales que unía China e India con Europa, y la situación más remota de China con respecto a las otras civilizaciones avanzadas de Eurasia, lo que convertía a China prácticamente en una gigantesca isla dentro de un continente. El relativo aislamiento de China es especialmente relevante para su adopción y posterior rechazo de las tecnologías, que tanto recuerdan los rechazos en Tasmania y otras islas (capítulos 13 y 15). Pero este breve examen podría indicar al menos la relevancia de los factores ambientales para las pautas en menor escala y a más corto plazo de la historia, así como para la pauta más amplia de la historia.
Las historias del Creciente Fértil y China contienen también una saludable lección para el mundo moderno: las circunstancias cambian, y la primacía pasada no garantiza en modo alguno la primacía futura. Podríamos preguntarnos incluso si el razonamiento geográfico empleado en este libro se ha convertido al fin en totalmente irrelevante en el mundo moderno, ahora que las ideas se difunden instantáneamente a todas partes a través de Internet, y las mercancías son transportadas por avión de la noche a la mañana de un continente a otro. Podría parecer que la competencia entre los pueblos del mundo se rige por reglas totalmente nuevas y que, en consecuencia, están surgiendo nuevas potencias: Taiwán, Corea, Malasia y, especialmente, Japón.
Pensándolo bien, sin embargo, vemos que las reglas supuestamente nuevas sólo son variaciones sobre las antiguas. Sí, el transistor, inventado en los laboratorios Bell, en el este de Estados Unidos, en 1947, saltó 13 000 km para poner en marcha una industria de la electrónica en Japón, pero no dio el salto más corto que habría permitido fundar nuevas industrias en el antiguo Zaire o Paraguay. Las naciones que nacen a un nuevo poder siguen siendo aquéllas que fueron incorporadas hace miles de años a los antiguos centros de dominación basados en la producción de alimentos, o que han sido repobladas por pueblos procedentes de esos centros. A diferencia del antiguo Zaire y Paraguay, Japón y las otras nuevas potencias pudieron aprovechar rápidamente el transistor porque su población tenía ya una larga historia de conocimiento de la escritura, de la maquinaria de metal y del gobierno centralizado. Los dos primeros centros de la producción de alimentos en el mundo, el Creciente Fértil y China, continúan dominando el mundo moderno, ya sea a través de Estados sucesores inmediatos (la China moderna), de Estados situados en regiones vecinas influidas en la antigüedad por esos dos centros (Japón, Corea, Malasia y Europa), o de Estados repoblados o dominados por sus emigrantes de ultramar (Estados Unidos, Australia, Brasil). Las posibilidades de que el mundo sea dominado por los africanos subsaharianos, los aborígenes australianos y los indígenas americanos siguen siendo escasas. El control del curso de la historia en 8000 a. C. sigue siendo totalmente nuestro.
Entre otros aspectos relevantes para responder a la pregunta de Yali, los factores y las influencias culturales de cada persona ocupan un lugar destacado. Comenzando por los primeros, los rasgos culturales humanos presentan grandes variaciones en el mundo. Parte de esa variación cultural es producto sin duda de la variación del medio, de la que hemos examinado muchos ejemplos en este libro. Pero una pregunta importante se refiere a la posible significación de los factores culturales locales que no guardan relación con el medio. Una característica cultural secundaria puede surgir por razones insignificantes y temporales de carácter local, hacerse fija y predisponer después a una sociedad a opciones culturales más importantes, tal como lo sugieren las aplicaciones de la teoría del caos a otros campos de la ciencia. Estos procesos culturales son algunos de los comodines de la historia que tenderían a hacer imprevisible la historia.
A título de ejemplo, en el capítulo 13 hemos mencionado el teclado QWERTY para máquinas de escribir. Fue adoptado inicialmente, entre muchos diseños de teclado competidores, por razones específicas nimias relacionadas con la fabricación de las primeras máquinas de escribir en Estados Unidos en el decenio de 1860, la habilidad para vender máquinas de escribir, la decisión tomada en 1882 por una tal señorita Longley, que fundó el Instituto de Taquigrafía y Mecanografía de Cincinnati, y el éxito del alumno estrella de la señorita Longley, Frank McGurrin, que derrotó de forma aplastante al competidor no QWERTY de la señorita Longley, Louis Taub, en un concurso de mecanografía que gozó de gran publicidad en 1888. La decisión pudo haber recaído en otro teclado en las numerosas fases que se produjeron entre los decenios de 1860 y 1880; nada del entorno estadounidense favorecía al teclado QWERTY sobre sus rivales. Una vez tomada la decisión, sin embargo, el teclado QWERTY se afianzó de tal manera que fue adoptado también para el diseño de los teclados de ordenador un siglo después. Razones específicas igualmente nimias, ahora perdidas en el pasado remoto, podrían haberse encontrado en la adopción por los sumerios de un sistema de numeración de base 12 en vez de 10 (lo cual condujo a la hora de 60 minutos, el día de 24 horas, el año de 12 meses y el círculo de 360 grados de nuestros días), a diferencia del sistema de numeración generalizado en Mesoamérica, de base 20 (que condujo a su calendario, que utilizaba dos ciclos concurrentes de 260 llamados días y un año de 365 días).
Estos detalles del diseño de la máquina de escribir, el reloj y el calendario no han afectado al éxito competitivo de las sociedades que los han adoptado. Pero es fácil imaginar cómo podrían haber influido. Por ejemplo, si el teclado QWERTY de Estados Unidos no hubiera sido adoptado también en otros lugares del mundo —por ejemplo, si Japón o Europa hubieran adoptado el mucho más eficiente teclado Dvorak—, aquella decisión insignificante del siglo XIX podría haber tenido grandes consecuencias para la posición competitiva de la tecnología estadounidense del siglo XX.
Asimismo, un estudio sobre los niños chinos indicó que aprenden a escribir más rápido cuando se les enseña una transcripción alfabética de los sonidos chinos (pinyin) que cuando se les enseña la escritura tradicional china, con sus miles de signos. Se ha apuntado que esta última surgió por su comodidad para distinguir el gran número de términos chinos que poseen significados diferentes pero los mismos sonidos (homófonos). En tal caso, la abundancia de homófonos en la lengua china podría haber tenido gran repercusión en el papel de la alfabetización en la sociedad china, aunque parece improbable que hubiera algo en el entorno chino que seleccionase una lengua rica en homófonos. ¿Explica un factor lingüístico o cultural la ausencia, por lo demás desconcertante, de desarrollo de la escritura en el seno de las sociedades complejas de los Andes? ¿Había en el entorno de India algo que predispusiese a unas castas socioeconómicas rígidas, con graves consecuencias para el desarrollo de la tecnología en ese país? ¿Había en el entorno de China algo que predispusiera a la filosofía confuciana y al conservadurismo cultural, que podrían haber afectado asimismo profundamente a la historia? ¿Por qué la religión proselitista (cristianismo e islam) fue una fuerza impulsora de la colonización y la conquista para europeos y asiáticos occidentales pero no para los chinos?
Estos ejemplos ilustran la amplia gama de cuestiones que afectan a las idiosincrasias culturales, no relacionadas con el medio e inicialmente de escasa significación, que podrían transformarse en características culturales influyentes y duraderas. Su significación constituye una importante pregunta sin respuesta. Para abordarla, lo mejor es concentrar la atención en las pautas históricas que continúan siendo desconcertantes una vez que se han tenido en cuenta los efectos de factores medioambientales importantes.
¿Qué podemos decir de los efectos de personas individuales idiosincrásicas? Un conocido ejemplo moderno es el fracaso por poco, el 20 de julio de 1944, del intento de asesinato de Hitler y de un levantamiento simultáneo en Berlín. Ambos habían sido planeados por alemanes que estaban convencidos de que la guerra no podría ganarse y que deseaban buscar la paz entonces, en un momento en que el frente oriental entre los ejércitos alemanes y los soviéticos se hallaba aún en su mayor parte dentro de las fronteras rusas. Hitler resultó herido por una bomba de relojería depositada en una cartera colocada debajo de una mesa de conferencias; podría haber muerto si la cartera hubiera sido colocada un poco más cerca de la silla donde estaba sentado. Es probable que el mapa moderno de Europa oriental y el curso de la Guerra Fría hubieran sido muy distintos si Hitler hubiera sido asesinado efectivamente y si la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado entonces.
Menos conocido pero más fatídico aún fue un accidente de tráfico ocurrido en el verano de 1930, más de dos años antes de la toma del poder en Alemania por Hitler, cuando un automóvil en el que viajaba en el «asiento de la muerte» (asiento del pasajero delantero derecho) chocó con un camión de gran tonelaje. El camión frenó justo a tiempo para no arrollar el coche de Hitler y aplastarlo. Teniendo en cuenta el grado en que la psicopatología de Hitler determinó la política y el éxito nazis, la forma de una eventual Segunda Guerra Mundial habría sido probablemente muy distinta si el conductor del camión hubiera frenado un segundo después.
Puede pensarse en otros individuos cuyas idiosincrasias han influido aparentemente en la historia del mismo modo que la de Hitler: Alejandro Magno, Augusto, Buda, Cristo, Lenin, Lutero, el emperador inca Pachacuti, Mahoma, Guillermo el Conquistador y el rey zulú Shaka, por citar sólo algunos. ¿Hasta qué punto cada uno de ellos cambió realmente los acontecimientos, y no fue «sólo» casualmente la persona apropiada que estaba en el lugar adecuado en el momento oportuno? En un extremo tenemos la visión del historiador Thomas Carlyle: «La historia universal, la historia de lo que el hombre ha logrado en este mundo, es en el fondo la historia de los grandes hombres que han trabajado aquí». En el extremo opuesto se encuentra la concepción del estadista prusiano Otto von Bismarck, que, a diferencia de Carlyle, tenía una larga experiencia de primera mano de los entresijos de la política: «La tarea del estadista consiste en escuchar los pasos de Dios marchando a través de la historia, y en intentar no perder el contacto con sus faldones mientras avanza».
Al igual que las idiosincrasias culturales, las idiosincrasias individuales reparten comodines en el curso de la historia. Pueden hacer que la historia sea inexplicable en función de las fuerzas medioambientales, o, de hecho, de cualquier causa generalizable. A los efectos de este libro, sin embargo, apenas son relevantes, porque incluso al defensor más apasionado de la teoría de los grandes hombres le resulta difícil interpretar la pauta más general de la historia en función de un número reducido de grandes hombres. Quizá Alejandro Magno «empujó» el curso de los Estados ya alfabetizados, productores de alimentos y equipados con hierro de Eurasia occidental, pero no tuvo nada que ver con el hecho de que Eurasia occidental albergara ya Estados alfabetizados, productores de alimentos y equipados con hierro en una época en que en Australia sólo había tribus de cazadores-recolectores iletradas que carecían de útiles de metal. Sin embargo, continúa sin respuesta la cuestión de la amplitud y duración de los efectos de los individuos idiosincrásicos sobre la historia.
La disciplina de la historia no se considera generalmente una ciencia, sino algo más cercano a las humanidades. En el mejor de los casos, la historia se clasifica entre las ciencias sociales, entre la que está considerada la menos científica. Mientras la esfera del gobierno se denomina a menudo «ciencia política» y el premio Nobel de economía se refiere a la «ciencia económica», los departamentos de historia rara vez, acaso nunca, se catalogan a sí mismos como «Departamento de Ciencia Histórica». La mayoría de los historiadores no piensan en sí mismos como científicos, y la formación que se les imparte en ciencias reconocidas y sus metodologías es escasa. La sensación de que la historia sólo es una masa de datos se expresa en numerosos aforismos: «La historia es sólo un maldito hecho detrás de otro», «La historia es más o menos una bobada», «No hay más leyes en la historia que en un caleidoscopio», etcétera.
No se puede negar que es más difícil extraer principios generales del estudio de la historia que del estudio de las órbitas de los planetas. Sin embargo, no me parece que las dificultades sean insalvables. Obstáculos semejantes concurren en otras materias históricas cuyo lugar entre las ciencias naturales es, sin embargo, seguro, como la astronomía, la climatología, la ecología, la biología evolutiva, la geología y la paleontología. Lamentablemente, la imagen que la gente tiene de la ciencia se basa a menudo en la física y en otras disciplinas con metodologías semejantes. Los científicos de esos campos tienden a manifestar un ignorante desdén hacia los campos para los cuales estas metodologías no son apropiadas y que deben buscar, por tanto, otras metodologías, como mis propias áreas de investigación en la ecología y la biología evolutiva. Pero recordemos que la palabra «ciencia» significa «conocimiento» (del latín scire, «saber», «conocer», y scientia, «conocimiento»), al que se llega por cualesquiera métodos que resulten más apropiados para la disciplina en particular. De ahí que sienta una gran empatia por los estudiantes de la historia humana, por las dificultades a las que deben hacer frente.
Las ciencias históricas en sentido amplio (incluida la astronomía y otras por el estilo) comparten muchas características que las distinguen de ciencias no históricas como la física, la química y la biología molecular. Yo señalaría cuatro: metodología, causación, predicción y complejidad.
En física, el principal método para acceder al conocimiento es el experimento de laboratorio, por el cual se manipula el parámetro cuyo efecto está en cuestión, se ejecutan experimentos paralelos manteniendo constante ese parámetro, se mantienen constantes otros parámetros durante todo el proceso, se reproducen la manipulación experimental y el experimento de control y se obtienen datos cuantitativos. Esta estrategia, que también funciona bien en química y biología molecular, está tan identificada con la ciencia en la mente de mucha gente que a veces se sostiene que la experimentación es la esencia del método científico. Pero es evidente que la experimentación de laboratorio puede desempeñar un papel escaso o nulo en muchas ciencias históricas. No se puede interrumpir la formación de galaxias, iniciar y poner fin a los huracanes y las glaciaciones, exterminar experimentalmente al oso pardo en algunos parques nacionales, o repetir el curso de la evolución de los dinosaurios. En cambio, debemos alcanzar el conocimiento en estas ciencias históricas por otros medios, como la observación, la comparación y los llamados experimentos naturales (a los que volveremos dentro de un instante).
Las ciencias históricas se ocupan de cadenas de causas inmediatas y últimas. En la mayor parte de la física y la química, los conceptos de «causa última», «propósito» y «función» carecen de significado, aun cuando sean esenciales para comprender los sistemas vivos en general y las actividades humanas en particular. Por ejemplo, a un biólogo evolutivo que estudie las liebres árticas cuyo pelaje pasa del color pardo en verano al blanco en invierno no le basta con identificar las causas inmediatas triviales del color del pelaje en función de las estructuras moleculares y las vías biosintéticas de los pigmentos de pelo. Las preguntas más importantes se refieren a la función (¿camuflaje frente a predadores?) y la causa última (¿selección natural a partir de una población de liebres ancestral cuyo pelaje no cambiaba de color con las estaciones?). Asimismo, a un historiador europeo no le basta con decir acerca de la situación de Europa en 1815 y 1918 que Europa acababa de alcanzar la paz después de una costosa guerra paneuropea. Comprender las cadenas contrastantes de acontecimientos que desembocaron en los dos tratados de paz es fundamental para comprender por qué estalló una guerra paneuropea aún más costosa unas décadas después de 1918 pero no de 1815. Pero los químicos no atribuyen una finalidad ni una función a la colisión de dos moléculas gaseosas, ni tampoco buscan una causa última de la colisión.
Otra diferencia entre las ciencias históricas y las no históricas se refiere a la predicción. En química y física, la prueba de fuego de la comprensión de un sistema es saber si se puede predecir con éxito su comportamiento futuro. También en este caso, los físicos tienden a mirar por encima del hombro a la biología evolutiva y la historia, porque estas disciplinas parecen no superar la prueba. En las ciencias históricas, se pueden aportar explicaciones a posteriori (por ejemplo, por qué el impacto de un asteroide sobre la tierra hace 66 millones de años pudo impulsar la extinción de los dinosaurios pero no la de muchas otras especies), pero las predicciones a priori son más difíciles (no sabríamos con certeza qué especies serían impulsadas a la extinción si no tuviéramos el hecho pasado real para orientarnos). Sin embargo, los historiadores y los científicos históricos hacen y verifican predicciones acerca de qué nos revelarán los futuros descubrimientos de datos acerca de acontecimientos del pasado.
Las propiedades de los sistemas históricos que complican los intentos de predicción pueden describirse de varias formas alternativas. Se puede señalar que las sociedades humanas y los dinosaurios son sumamente complejos, pues se caracterizan por un número ingente de variables independientes que se retroalimentan mutuamente. En consecuencia, pequeños cambios en un nivel inferior de organización pueden conducir a cambios emergentes en un nivel superior. Un ejemplo típico es el efecto de la respuesta de frenado de aquel conductor de camión, en el accidente de tráfico casi mortal de Hitler en 1930, sobre las vidas de los cien millones de personas que perdieron la vida o resultaron heridas en la Segunda Guerra Mundial. Aunque la mayoría de los biólogos coinciden en que los sistemas biológicos están totalmente determinados a fin de cuentas por sus propiedades físicas, y obedecen las leyes de la mecánica cuántica, en la complejidad de los sistemas significa, a efectos prácticos, que la causación determinista no se traduce en previsibilidad. El conocimiento de la mecánica cuántica no ayuda a comprender por qué los predadores placentarios introducidos han determinado a tantas especies marsupiales australianas, ni por qué las potencias aliadas vencieron en la Primera Guerra Mundial, no lográndolo las potencias centrales.
Cada glaciar, nebulosa, huracán, sociedad humana y especie biológica, e incluso cada individuo y célula de una especie de reproducción sexual, es único, por estar influido por tantas variables y compuesto por tantas partes variables. En cambio, para cualquiera de las partículas elementales y los isótopos del físico y de las moléculas del químico, todos los individuos de la entidad son idénticos entre sí. De ahí que los físicos y los químicos puedan formular leyes deterministas universales a nivel macroscópico, pero los biólogos y los historiadores sólo puedan formular tendencias estadísticas. Con una probabilidad muy alta de acertar, puede predecirse que de los próximos 1000 niños que nazcan en el Centro Médico de la Universidad de Columbia, donde trabajo, no menos de 480 ni más de 520 serán varones. Pero no tenía medio de saber por anticipado que mis dos hijos serían varones. Igualmente, los historiadores señalan que las sociedades tribales pueden haber tenido más probabilidades de transformarse en jefaturas si la población local era lo bastante numerosa y densa y si había posibilidades de producción de alimentos excedentaria que si no era éste el caso. Pero cada una de esas poblaciones locales posee sus propias características peculiares, con el resultado de que las jefaturas surgieron en las mesetas de México, Guatemala, Perú y Madagascar, pero no en las de Nueva Guinea y Guadalcanal.
Otra forma de describir la complejidad y la imprevisibilidad de los sistemas históricos, a pesar de su determinación última, consiste en señalar que largas cadenas de causación pueden separar los efectos finales de las causas últimas situadas fuera del dominio de ese campo de la ciencia. Por ejemplo, los dinosaurios podrían haber sido exterminados por el impacto de un asteroide cuya órbita estaba totalmente determinada por las leyes de la mecánica clásica. Pero un paleontólogo que hubiera vivido hace 67 millones de años no podría haber predicho la desaparición inminente de los dinosaurios, porque los asteroides pertenecen a un campo de la ciencia por lo demás distante de la biología de los dinosaurios. Igualmente, la pequeña glaciación de los años 1300-1500 contribuyó a la extinción de los escandinavos de Groenlandia, pero ningún historiador, y probablemente ni siquiera ningún moderno climatólogo, podría haber predicho la pequeña glaciación.
Así pues, las dificultades a las que deben hacer frente los historiadores para determinar las relaciones de causa y efecto en la historia de las sociedades humanas son semejantes en líneas generales a las dificultades que encuentran los astrónomos, climatólogos, ecólogos, biólogos evolutivos, geólogos y paleontólogos. En grados variables, cada uno de estos campos está asediado por la imposibilidad de llevar a cabo intervenciones experimentales replicadas y controladas, la complejidad derivada de las ingentes cantidades de variables, la singularidad resultante de cada sistema, la consiguiente imposibilidad de formular leyes universales y las dificultades para predecir propiedades emergentes y comportamientos futuros. La predicción en la historia, como en otras ciencias históricas, es más factible en grandes escalas espaciales y largos períodos, cuando las características singulares de millones de breves acontecimientos en pequeña escala quedan reducidas a un promedio. Del mismo modo que pude predecir la proporción de sexos de los próximos 1000 recién nacidos pero no los sexos de mis dos hijos, el historiador puede reconocer los factores que hicieron inevitable el resultado general de la colisión entre las sociedades americanas y eurasiáticas después de 13 000 años de evolución independiente, pero no el resultado de las elecciones presidenciales de 1960 en Estados Unidos. Los pormenores de qué candidato dijo qué durante un único debate televisado en octubre de 1960 podrían haber dado la victoria electoral a Nixon en vez de a Kennedy, pero ningún detalle de quién dijo qué podría haber impedido la conquista de los indígenas americanos por Europa.
¿Cómo pueden los estudiantes de la historia humana sacar provecho de la experiencia de los científicos en otras ciencias históricas? Una metodología que ha resultado útil se refiere al método comparativo y los llamados experimentos naturales. Aunque ni los astrónomos que estudian la formación de las galaxias ni los historiadores humanos pueden manipular sus sistemas en experimentos de laboratorio controlados, ambos pueden aprovechar los experimentos naturales, comparando sistemas que difieran en la presencia o ausencia (o en la fuerza o debilidad de un efecto) de algún supuesto factor causante. Por ejemplo, los epidemiólogos, aun teniendo vedado el suministro experimental de grandes cantidades de sal a la gente, han podido identificar efectos de un alto consumo de sal; y los antropólogos culturales, aun sin poder proporcionar experimentalmente a grupos humanos diversas abundancias de recursos durante siglos, estudian no obstante los efectos a largo plazo de la abundancia de recursos sobre las sociedades humanas comparando poblaciones polinesias recientes que viven en islas que difieren naturalmente en abundancia de recursos. El estudioso de la historia humana puede recurrir a muchos más experimentos naturales que la simple comparación entre los continentes habitados. Las comparaciones pueden basarse también en las grandes islas que han desarrollado sociedades complejas en un grado de aislamiento considerable (como Japón, Madagascar, La Española indígena, Nueva Guinea, Hawai y muchas otras), así como las sociedades de cientos de islas menores y las sociedades regionales dentro de cada continente.
Los experimentos naturales en cualquier campo, ya sea la ecología o la historia humana, están abiertos intrínsecamente a posibles críticas metodológicas. Algunas de ellas se refieren a la confusión de los efectos de la variación natural en variables adicionales además de la que es objeto de interés, así como a los problemas para inferir cadenas de causación a partir de correlaciones observadas entre las variables. En particular, la epidemiología, que es la ciencia de hacer deducciones acerca de las enfermedades humanas mediante la comparación de grupos de personas (a menudo mediante estudios históricos retrospectivos), utiliza con éxito desde hace tiempo procedimientos formalizados para tratar problemas semejantes a los que afrontan los historiadores de las sociedades humanas. Los ecólogos han prestado asimismo una gran atención a los problemas de los experimentos naturales, una metodología a la que deben recurrir en muchos casos en los que la intervención experimental directa para manipular variables ecológicas relevantes sería inmoral, ilegal o imposible. Los biólogos evolutivos han desarrollado recientemente métodos cada vez más perfeccionados para extraer conclusiones a partir de comparaciones de diferentes plantas y animales de historias evolutivas conocidas.
En resumen, reconozco que es mucho más difícil comprender la historia humana que los problemas de campos de la ciencia en los que la historia es poco importante y en los que operan menos variables individuales. Sin embargo, metodologías que han tenido éxito para analizar problemas históricos han funcionado en varios campos. En consecuencia, se reconoce generalmente que la historia de los dinosaurios, de las nebulosas y de los glaciares pertenece a campos de la ciencia en vez de a las humanidades. Pero la introspección nos ofrece una visión mucho más profunda sobre las costumbres de otros humanos que sobre las de los dinosaurios. Soy, pues, optimista en cuanto a que los estudios históricos sobre las sociedades humanas pueden realizarse de forma tan científica como los estudios sobre los dinosaurios, y con provecho para nuestra sociedad actual, al enseñarnos qué configuró el mundo moderno, y qué podría configurar nuestro futuro.