Capítulo 12

Proyectos originales y letras prestadas

Los autores del siglo XIX tendían a interpretar la historia como una progresión desde la barbarie a la civilización. Entre los sellos distintivos de esta transición figuraban el desarrollo de la agricultura, la metalurgia, la tecnología compleja, el gobierno centralizado y la escritura. De éstos, la escritura era tradicionalmente el más limitado geográficamente: hasta la expansión del islam y la de los europeos coloniales, estuvo ausente de Australia, Oceanía, el África subecuatorial y todo el Nuevo Mundo a excepción de una pequeña parte de Mesoamérica. Como consecuencia de esta distribución limitada, los pueblos que se enorgullecen de ser civilizados han considerado siempre la escritura como la distinción más marcada que los elevaba por encima de los «bárbaros» o «salvajes».

El conocimiento confiere poder. De ahí que la escritura otorgue poder a las sociedades modernas, al hacer posible la transmisión de los conocimientos con una exactitud mucho mayor y en cantidad y detalles también mucho mayores, desde tierras más lejanas y tiempos más remotos. Naturalmente, algunos pueblos (en particular los incas) lograron administrar imperios sin la escritura, y los pueblos «civilizados» no siempre han derrotado a los «bárbaros», como aprendieron los ejércitos romanos frente a los hunos. Pero las conquistas europeas en América, Siberia y Australia ilustran el resultado reciente típico.

La escritura avanzó junto con las armas, los microbios y la organización política centralizada a modo de agente de conquista moderno. Las órdenes de los monarcas y los comerciantes que organizaron las flotas colonizadoras se transmitían por escrito. Las flotas fijaban sus derrotas mediante mapas y orientaciones para la navegación escritas, y preparados unos y otras por expediciones anteriores. Las relaciones escritas de esas expediciones anteriores motivaban las posteriores, al describir la riqueza y la fertilidad de las tierras que esperaban a los conquistadores. Las relaciones enseñaban a posteriores exploradores qué condiciones cabía esperar, y les ayudaban a prepararse. Los imperios resultantes eran administrados con la ayuda de la escritura. Aunque todos estos tipos de información se transmitían también por otros medios en las sociedades que no conocían la escritura, la escritura hizo la transmisión más fácil, más pormenorizada, más exacta y más persuasiva.

¿Por qué, pues, sólo algunos pueblos y no otros desarrollaron la escritura, dado su inmenso valor? Por ejemplo, ¿por qué los cazadores-recolectores tradicionales no desarrollaron o adoptaron la escritura? Entre los imperios insulares, ¿por qué la escritura surgió en la Creta minoica y no en la Tonga polinesia? ¿Cuántas veces distintas se desarrolló la escritura en la historia humana, en qué circunstancias y para qué usos? De los pueblos que la desarrollaron, ¿por qué unos lo hicieron mucho antes que otros? Por ejemplo, en nuestros días prácticamente todos los japoneses y los escandinavos están alfabetizados, pero la mayoría de los iraquíes no lo están: ¿por qué la escritura surgió, sin embargo, hace casi 4000 años en Irak?

La difusión de la escritura a partir de sus lugares de origen plantea también importantes preguntas. ¿Por qué, por ejemplo, se difundió a Etiopía y Arabia desde el Creciente Fértil, pero no a los Andes desde México? Los sistemas de escritura, ¿se difundieron mediante su copia, o los sistemas existentes sólo inspiraron a los pueblos vecinos para inventar sus propios sistemas? Dado un sistema de escritura que funciona bien para una lengua, ¿cómo se inventa un sistema para una lengua distinta? Preguntas semejantes surgen cada vez que se intenta comprender los orígenes y la difusión de muchos otros aspectos de la cultura humana, como la tecnología, la religión y la producción de alimentos. El historiador interesado en estas cuestiones relativas a la escritura tiene la ventaja de que a menudo pueden ser respondidas con un detalle excepcional por medio del propio registro escrito. Analizaremos, pues, el desarrollo de la escritura no sólo por su importancia intrínseca, sino también por las ideas generales sobre la historia cultural que proporciona.

Las tres estrategias básicas que subyacen a los sistemas de escritura se diferencian en el tamaño de la unidad de habla denotada por un signo escrito: un sonido, una sílaba o una palabra básicos. De estas tres posibilidades, la utilizada hoy por la mayoría de los pueblos es el alfabeto, que idealmente ofrecería un signo único (llamado letra) para cada sonido básico de la lengua (un fonema). En realidad, la mayoría de los alfabetos están formados por sólo unas veinte o treinta letras, y en la mayoría de los idiomas hay más fonemas que letras tienen sus respectivos alfabetos. Por ejemplo, el inglés transcribe unos 40 fonemas con sólo 26 letras. De ahí que la mayoría de las lenguas que se escriben alfabéticamente se vean obligadas a asignar varios fonemas distintos a la misma letra y a representar algunos fonemas mediante combinaciones de letras, como la ch del español, o las combinaciones de dos letras del inglés sh y th, en ambos casos representadas por una sola letra en los alfabetos ruso y griego o español, respectivamente.

La segunda estrategia utiliza los llamados logogramas, que significan que un signo escrito representa una palabra. Ésa es la función de muchos signos de la escritura china y del sistema de escritura japonés predominante (llamado kanji). Antes de la difusión de la escritura alfabética, los sistemas que hacían un gran uso de los logogramas eran más comunes, y entre ellos se contaban los jeroglíficos egipcios, los glifos mayas y la escritura cuneiforme sumeria.

La tercera estrategia, que es la menos conocida para la mayoría de los lectores de este libro, utiliza un signo para cada sílaba. En la práctica, la mayoría de estos sistemas de escritura (llamados silabarios) ofrecen signos diferenciados para sílabas formadas por una consonante seguida de una vocal (como en la palabra ca-mi-no), y recurren a diversas estratagemas para escribir otros tipos de sílabas por medio de esos signos. Los silabarios eran habituales en épocas antiguas, como lo ilustra la escritura Lineal B de la Grecia micénica. Algunos silabarios continúan utilizándose en nuestros días; el más importante es el silabario kana, que los japoneses utilizan para telegramas, estados de cuentas bancarios y textos para lectores ciegos.

He llamado deliberadamente estrategias a estos enfoques, y no sistemas de escritura. Ningún sistema real de escritura emplea una sola estrategia exclusivamente. La escritura china no es puramente logográfica, como tampoco la escritura inglesa o la española son puramente alfabéticas. Como todos los sistemas de escritura alfabéticos, el inglés o el español utilizan muchos logogramas, como numerales, $, % y +: es decir, signos arbitrarios no formados por elementos fonéticos, que representan palabras enteras. La escritura Lineal B, «silábica», tenía muchos logogramas, y los jeroglíficos egipcios, «logográficos», incluían muchos signos silábicos además de un alfabeto virtual de letras individuales para cada consonante.

Inventar un sistema de escritura partiendo de cero debió de ser incomparablemente más difícil que tomarlo prestado y adaptarlo. Los primeros escribas tuvieron que establecer los principios básicos que ahora damos por supuestos. Por ejemplo, tuvieron que idear cómo descomponer una expresión continua en unidades de habla, sin tener en cuenta si esas unidades se tomaban como palabras, sílabas o fonemas. Tuvieron que aprender a reconocer el mismo sonido o unidad de habla en todas nuestras variaciones normales en cuanto a volumen, tono, velocidad, énfasis, agrupamiento de las frases y peculiaridades individuales de pronunciación. Tuvieron que decidir que un sistema de escritura debía ignorar toda esa variación. Después tuvieron que inventar fórmulas para representar los sonidos mediante símbolos.

De alguna manera, los primeros escribas resolvieron todos estos problemas, sin tener a mano ningún ejemplo del resultado final que orientara sus esfuerzos. Esta tarea fue evidentemente tan difícil que sólo ha habido un reducido número de ocasiones en la historia en que la gente haya inventado la escritura totalmente por su cuenta. Las dos invenciones indudablemente independientes de la escritura fueron obra de los sumerios de Mesopotamia, antes de 3000 a. C., y de los indígenas mexicanos antes de 600 a. C. (fig. 12.1); la escritura egipcia de 3000 a. C. y la escritura china (antes de 1300 a. C.) también podrían haber surgido independientemente. Es probable que todos los demás pueblos que han desarrollado la escritura posteriormente hayan tomado prestados otros sistemas existentes, los hayan adaptado o al menos se hayan inspirado en ellos.

La invención independiente que podemos analizar con más detalle es el sistema de escritura más antiguo de la historia, la escritura cuneiforme sumeria (fig. 12.1). Desde miles de años antes de que cuajara, la población de algunas aldeas agrícolas del Creciente Fértil utilizaba una especie de fichas de arcilla de diversas formas con fines contables, como el registro del número de ovejas y las cantidades de grano. En los últimos siglos antes de 3000 a. C., los avances en la tecnología, el formato y los signos contables condujeron rápidamente al primer sistema de escritura. Una de aquellas innovaciones tecnológicas fue el uso de tablillas de arcilla planas como prácticas superficies para escribir. Al principio, la arcilla se arañaba con utensilios puntiagudos, que produjeron o dieron paso gradualmente a los estilos de caña para imprimir limpiamente una señal en la tablilla. Entre los avances habidos en el formato figuraba la gradual adopción de convenciones cuya necesidad es hoy aceptada universalmente: que la escritura debe organizarse en hileras o columnas alineadas (hileras horizontales para los sumerios, al igual que para los europeos modernos); que las líneas debían leerse en una dirección constante (de izquierda a derecha para los sumerios, como para los europeos modernos); y que las líneas debían leerse de arriba abajo de la tablilla y no a la inversa.

Pero el cambio decisivo supuso la solución del problema fundamental de prácticamente todos los sistemas de escritura: cómo idear señales visibles convenidas que representen sonidos hablados reales, en vez de representar únicamente ideas o palabras independientes de su pronunciación. Las primeras fases del desarrollo de la solución han sido detectadas especialmente en miles de tablillas de arcilla encontradas en excavaciones de ruinas de la antigua ciudad sumeria de Uruk, a orillas del río Eufrates, a unos 300 km al sureste del moderno Bagdad. Los primeros signos escritos sumerios eran imágenes reconocibles de los objetos a los que se hacía alusión (por ejemplo, una imagen de un pez o un ave). Naturalmente, estos signos pictóricos estaban formados principalmente por numerales más sustantivos para los objetos visibles; los textos resultantes eran simplemente informes contables en una especie de taquigrafía telegráfica desprovista de elementos gramaticales. Gradualmente, las formas de los signos se hicieron más abstractas, especialmente cuando los utensilios de escribir puntiagudos fueron sustituidos por los estilos de caña. Se crearon nuevos signos combinando signos antiguos para producir nuevos significados: por ejemplo, el signo que significaba cabeza se combinó con el signo que significaba trigo para producir un signo que significaba comer.

La escritura sumeria más antigua estaba formada por logogramas no fonéticos. Es decir, no se basaba en los sonidos específicos de la lengua sumeria, y podría haber sido pronunciada con sonidos totalmente distintos para producir el mismo significado en otra lengua, del mismo modo que el signo numeral 4 se pronuncia como cuatro, chetwíre, neljä y empat por hablantes de las lenguas española, rusa, finesa e indonesia, respectivamente. El paso más importante de la historia de la escritura fue quizá la introducción por los sumerios de la representación fonética, en un principio mediante la escritura de un sustantivo abstracto (que no podía representarse fácilmente como imagen) por medio del signo de un nombre representable que tenía la misma pronunciación fonética. Por ejemplo, es fácil trazar una imagen reconocible de flecha, difícil trazar un signo reconocible de vida, pero ambas se pronuncian ti en sumerio, por lo que la imagen de una flecha llegó a significar flecha o vida. La ambigüedad resultante se resolvió mediante la adición de un signo mudo llamado determinativo, para indicar la categoría de los nombres a los que el objeto en cuestión pertenecía. Los lingüistas llaman a esta innovación decisiva, que se halla también bajo los juegos de palabras actuales, el principio del jeroglífico.

Una vez que los sumerios dieron con este principio fonético, comenzaron a utilizarlo para algo más que escribir nombres abstractos. Lo emplearon para escribir sílabas o letras que constituían desinencias gramaticales. Por ejemplo, en inglés no es evidente cómo dibujar una imagen de la sílaba común —tion, pero podríamos dibujar una imagen que ilustrase el verbo shun (evitar, rehuir), que tiene la misma pronunciación. Signos interpretados fonéticamente se utilizaban también para «deletrear» palabras más largas, como una serie de imágenes cada una de las cuales representaba sonidos de una sílaba. Es como si un anglohablante escribiese la palabra believe (creer) mediante la imagen de una abeja (bee) seguida de la imagen de una hoja (leave), que unidas tienen parecida pronunciación. Los signos fonéticos permitían también que los escribas utilizasen el mismo signo pictórico para una serie de palabras relacionadas (como diente, habla y hablante), pero que resolviesen la ambigüedad con un signo adicional interpretado fonéticamente (como seleccionar el signo que significaba dos, cada o cima).

Así pues, la escritura sumeria llegó a estar formada por una compleja mezcla de tres tipos de signos: logogramas, que remitían a una palabra o nombre completos; signos fonéticos, utilizados en realidad para deletrear sílabas, letras, elementos gramaticales o partes de palabras; y determinativos, que no se pronunciaban sino que se utilizaban para resolver ambigüedades. Sin embargo, los signos fonéticos de la escritura sumeria distaban mucho de ser un silabario o un alfabeto completos. Algunas sílabas sumerias carecían de signos escritos; el mismo signo podía pronunciarse de maneras distintas; y el mismo signo podía leerse como palabra, sílaba o letra.

Además de la escritura cuneiforme sumeria, el otro caso seguro de origen independiente de la escritura en la historia humana proviene de las sociedades indígenas americanas de Mesoamérica, probablemente del sur de México. Se cree que la escritura mesoamericana surgió independientemente de la escritura del Viejo Mundo, porque no hay prueba convincente alguna de contacto anterior a los vikingos entre sociedades del Nuevo Mundo y sociedades del Viejo Mundo que poseyeran la escritura. Además, las formas de los signos de la escritura mesoamericana eran totalmente distintos de los de cualquier escritura del Viejo Mundo. Se conocen más o menos una docena de escrituras mesoamericanas, todas o la mayoría de ellas aparentemente relacionadas entre sí (por ejemplo, en sus sistemas numéricos y de calendario), que en su mayor parte sólo han sido descifradas parcialmente. Por el momento, la escritura mesoamericana más antigua que se conserva es la proveniente de la zona zapoteca del sur de México, hacia 600 a. C., pero la mejor conocida es con diferencia una de la región de las tierras bajas mayas, donde la fecha de escritura conocida más antigua corresponde a 292.

A pesar de sus orígenes independientes y las formas distintivas de sus signos, la escritura maya está organizada sobre principios básicamente semejantes a los de la escritura sumeria y otros sistemas de escritura de Eurasia occidental inspirados en la sumeria. Al igual que la sumeria, la escritura maya utilizaba logogramas y signos fonéticos. Los logogramas para designar palabras abstractas solían tener su origen en el principio del jeroglífico. Es decir, una palabra abstracta se escribía con el signo de otra palabra que se pronunciaba de manera semejante pero con un significado distinto y que pudiera ser representada fácilmente. Al igual que los signos de los silabarios kana de Japón y Lineal B de la Grecia micénica, los signos fonéticos mayas eran en su mayoría signos de sílabas de una consonante más una vocal (como ta, te, ti, to, tu). Como las letras del antiguo alfabeto semita, los signos silábicos mayas tenían su origen en imágenes del objeto cuya pronunciación comenzaba con esa sílaba (por ejemplo, el signo silábico maya ne se parece a una cola, palabra que en maya es neh).

Todos estos paralelismos entre la escritura mesoamericana y la de Eurasia occidental de la antigüedad atestiguan la universalidad subyacente de la creatividad humana. Aunque las lenguas sumerias y mesoamericanas no guardan ninguna relación especial entre sí o entre las lenguas del mundo, ambas plantearon cuestiones básicas semejantes al reducirlas a la escritura. Las soluciones inventadas por los sumerios antes de 3000 a. C. fueron reinventadas, a medio mundo de distancia, por los indígenas mesoamericanos antes de 600 a. C.

Con las posibles excepciones de las escrituras egipcia, china y la de la isla de Pascua, que se examinarán más adelante, todos los demás sistemas de escritura ideados en cualquier lugar del mundo, en cualquier época, parecen ser descendientes de sistemas modificados a partir de, o al menos inspirados en, la escritura sumeria o mesoamericana antigua. Una razón de que hubiera tan pocos orígenes independientes de la escritura es la gran dificultad que entraña su invención, como ya hemos visto. La otra razón es que la escritura sumeria o la mesoamericana antigua y sus derivados se adelantaron a otras oportunidades de invención independiente de la escritura.

Sabemos que el desarrollo de la escritura sumeria requirió al menos cientos, posiblemente miles de años. Como veremos, los requisitos previos para estos avances eran varias características de la sociedad humana que determinaban si a una sociedad le resultaría útil la escritura, y si la sociedad podría mantener a los necesarios escribas especializados. Muchas otras sociedades humanas además de las de los sumerios y los primitivos mexicanos —como las de India, Creta y Etiopía en la antigüedad— desarrollaron estos requisitos previos. Sin embargo, los sumerios y los primitivos mexicanos fueron los primeros en desarrollarlos en el Viejo y en el Nuevo Mundo, respectivamente. Una vez que los sumerios y los primitivos mexicanos hubieron inventado la escritura, los detalles o los principios de su escritura se difundieron rápidamente a otras sociedades, antes de que pudieran pasar por los necesarios siglos o milenios de experimentación independiente con la escritura por sí mismos. Así pues, aquel potencial para otros experimentos independientes se vio anticipado o frustrado.

La difusión de la escritura ha tenido lugar según uno u otro de dos métodos diferentes, que encuentran su parangón en toda la historia de la tecnología y de las ideas. Alguien inventa algo y comienza a usarlo. ¿Cómo un tercero, otro posible usuario, diseña después algo parecido para su propio uso, sabiendo que otra persona dispone ya de su propio modelo construido y en funcionamiento?

Este tipo de transmisión de las invenciones supone todo un espectro de formas. En un extremo se halla «la copia del proyecto original», cuando se copia o modifica un proyecto detallado disponible. En el extremo opuesto se halla «la difusión de la idea», cuando lo que se recibe es poco más que la idea básica y es preciso reinventar los detalles. El saber que puede hacerse estimula a la persona receptora a intentarlo por sí misma, pero la solución específica final puede parecerse o no a la del primer inventor.

Para poner un ejemplo reciente, los historiadores continúan debatiendo si fue la copia de proyectos o la difusión de ideas lo que contribuyó más a la fabricación de la bomba atómica por parte de la antigua Unión Soviética. ¿Dependieron decisivamente las iniciativas de fabricación de la bomba de la antigua Unión Soviética de proyectos originales de la bomba estadounidense ya construida, que fueron robados y transmitidos a aquella URSS por espías? ¿O lo que sucedió fue, simplemente, que la revelación de la bomba A de Estados Unidos en Hiroshima convenció por fin a Stalin de la viabilidad de la fabricación de esa bomba, y que los científicos soviéticos reinventaron después los principios en un programa de choque independiente, con escasa orientación pormenorizada de la iniciativa estadounidense anterior? Preguntas parecidas se plantean en relación con la historia del desarrollo de la rueda, las pirámides y la pólvora. Examinemos ahora cómo la copia de proyectos originales y la difusión de ideas contribuyeron a la propagación de los sistemas de escritura.

Hoy en día, los lingüistas profesionales diseñan sistemas de escritura para lenguas no escritas por el método de copiar proyectos. La mayoría de estos sistemas «a medida» modifican alfabetos existentes, aunque algunos diseñan silabarios. Por ejemplo, lingüistas misioneros trabajan en alfabetos romanos modificados para cientos de lenguas de Nueva Guinea y de los indígenas americanos. Lingüistas del gobierno idearon el alfabeto romano modificado que fue adoptado en 1928 por Turquía para escribir en la lengua turca, así como alfabetos cirílicos modificados diseñados para muchas lenguas tribales de la antigua Unión Soviética.

En algunos casos, tenemos noticia también de individuos que diseñaron sistemas de escritura mediante el sistema de copia del proyecto original en el pasado remoto. Por ejemplo, el propio alfabeto cirílico (el que se usa en nuestros días para la lengua rusa) desciende de una adaptación de letras griegas y hebreas ideadas por san Cirilo, un misionero griego entre los eslavos en el siglo IX. Los primeros textos conservados de una lengua germánica (la familia lingüística a la que pertenece, por ejemplo, el inglés) están escritos con un alfabeto gótico creado por el obispo Ulfilas, un misionero que vivía con los visigodos en la actual Bulgaria en el siglo IV. Al igual que la invención de san Cirilo, el alfabeto de Ulfilas fue una mezcolanza de letras prestadas de diferentes fuentes: unas veinte letras griegas, unas cinco letras romanas y dos letras del alfabeto rúnico, y otras dos inventadas por el propio Ulfilas. Con mucha mayor frecuencia, no sabemos nada de los individuos responsables de la invención de alfabetos célebres del pasado. Sin embargo, sigue siendo posible comparar alfabetos recién surgidos del pasado con otros existentes previamente, y deducir de las formas de las letras cuál de ellos sirvió de modelo. Por la misma razón, podemos estar seguros de que el silabario Lineal B de la Grecia micénica había sido adoptado hacia 1400 a. C. del silabario Lineal A de la Creta minoica.

En los cientos de ocasiones en que un sistema de escritura existente de una lengua ha sido utilizado como modelo para ser adaptado a una lengua distinta, siempre han surgido problemas, porque nunca dos lenguas tienen exactamente el mismo conjunto de sonidos. Algunas letras o signos heredados pueden suprimirse sin más, cuando los sonidos representados por esas letras en la lengua que hace el préstamo no existen en la lengua prestataria. Por ejemplo, el finés carece de los sonidos que muchas otras lenguas europeas expresan mediante las letras b, c, f, g, w, x y z, por lo que los finlandeses han suprimido estas letras de su versión del alfabeto romano. Se ha planteado también con frecuencia el problema inverso, de idear letras para representar sonidos «nuevos» que están presentes en la lengua prestataria pero ausentes en la lengua que hace el préstamo. El problema se ha resuelto de distintas maneras: por ejemplo, utilizando una combinación arbitraria de dos o más letras (como en inglés th para representar un sonido para el que los alfabetos griego y rúnico utilizaban una sola letra); añadiendo una pequeña marca distintiva a una letra existente (como la tilde de la ñ española, la diéresis o umlaut alemana de ö, y la proliferación de marcas que aparecen en las letras polacas y turcas); adaptando letras existentes para las cuales la lengua prestataria no tenía uso (como cuando los checos modernos reciclan la letra c del alfabeto romano para expresar el sonido checo ts); o inventando sin más una nueva letra (como nuestros antepasados medievales hicieron cuando crearon las nuevas letras j, u y w).

El alfabeto romano, a su vez, fue el producto final de una larga secuencia de copia de proyectos originales. Los alfabetos surgieron aparentemente una sola vez en la historia humana: entre los hablantes de las lenguas semíticas, en la zona comprendida entre la moderna Siria y el Sinaí, durante el segundo milenio a. C. Todos los cientos de alfabetos históricos y existentes en la actualidad derivaron en última instancia de aquel alfabeto semítico ancestral, en algunos casos (como el alfabeto ogham irlandés) por difusión de la idea, pero en la mayoría de ellos por la copia real y la modificación de las formas de las letras.

Esta evolución del alfabeto puede seguirse hasta los jeroglíficos egipcios, que incluían un juego completo de 24 signos para las 24 consonantes egipcias. Los egipcios nunca dieron el siguiente paso lógico (para nosotros) de descartar todos sus logogramas, determinativos y signos para pares y tríos de consonantes, y utilizar únicamente su alfabeto consonántico. A partir de hacia 1700 a. C., sin embargo, semitas que conocían los jeroglíficos egipcios comenzaron a experimentar con ese paso lógico.

La restricción de los signos a aquéllos que representaban consonantes simples fue sólo la primera de tres innovaciones decisivas que distinguieron a los alfabetos de otros sistemas de escritura. La segunda fue ayudar a los usuarios a memorizar el alfabeto colocando las letras en una secuencia fija y dándoles nombres fáciles de recordar. Los nombres de las letras españolas, por ejemplo, son monosílabos en su mayor parte carentes de significado («a», «be», «ce», «de», etc.). Sin embargo, los nombres semitas poseían un significado en las lenguas semíticas: eran las palabras que significaban objetos familiares: (aleph = buey, beth = casa, gimel = camello, daleth = puerta, etc.). Estas palabras semíticas estaban relacionadas «acrofónicamente» con las consonantes semíticas a las que se refieren: es decir, la primera letra de la palabra del objeto era también la letra que designaba el objeto (a, b, g, d, etc.). Además, las formas más antiguas de las letras semíticas parecen haber sido en muchos casos imágenes de esos mismos objetos. Todas estas características permitieron que las formas, los nombres y la secuencia de las letras del alfabeto semítico fueran fáciles de recordar. Muchos alfabetos modernos, incluido el nuestro, conservan con pequeñas modificaciones aquella secuencia original (y, en el caso del griego, incluso los nombres originales de las letras: alfa, beta, gamma, delta, etc.) más de 3000 años después. Una pequeña modificación que los lectores habrán advertido ya es que la g semítica y griega se convirtió en la c romana e inglesa, mientras que los romanos inventaron una nueva g en su posición actual.

La tercera y última innovación que condujo a los alfabetos modernos fue la incorporación de vocales. Ya en los primeros tiempos del alfabeto semítico, comenzaron los experimentos con métodos para escribir vocales mediante el añadido de pequeñas letras adicionales para indicar vocales seleccionadas, o bien mediante puntos, líneas o garabatos repartidos por las letras consonantes. En el siglo VIII a. C. los griegos fueron el primer pueblo que indicó sistemáticamente todas las vocales mediante los mismos tipos de letras utilizados para las consonantes. Los griegos obtuvieron las formas de sus vocales α - ε - η - ι - ο mediante la «asimilación» de cinco letras utilizadas en el alfabeto fenicio para representar sonidos consonánticos de los que el griego carecía.

A partir de aquellos primeros alfabetos semíticos, una línea de la copia de proyectos originales y la modificación evolutiva condujeron, pasando los primeros alfabetos árabes, al alfabeto etíope moderno. Una línea mucho más importante evolucionó a través del alfabeto arameo, utilizado para documentos oficiales del Imperio persa, hasta los alfabetos árabe, hebreo, indio y del sureste asiático modernos. Pero la línea más conocida para los lectores europeos y americanos es la que condujo a través de los fenicios a los griegos a comienzos del siglo VIII a. C., y de ahí a los etruscos en el mismo siglo, y en el siglo siguiente a los romanos, cuyo alfabeto con ligeras modificaciones es el que se ha utilizado para imprimir este libro. Gracias a su potencial ventaja de combinar precisión y sencillez, los alfabetos han sido adoptados ya en la mayoría de las zonas del mundo moderno.

Aunque la copia de un modelo y su modificación es la opción más sencilla para transmitir la tecnología, esa opción no está disponible a veces. Los modelos pueden mantenerse en secreto, o pueden ser ilegibles para quien no esté informado previamente de la tecnología. Se puede tener noticia de un invento realizado en algún lugar lejano, pero puede ser que los detalles no se transmitan. Quizá sólo se conozca la idea básica: alguien ha logrado, de alguna manera, alcanzar cierto resultado final. Este conocimiento puede, sin embargo, inspirar a otros, mediante la difusión de la idea, a idear sus propias vías para alcanzar ese resultado.

Un ejemplo llamativo de la historia de la escritura es el origen del silabario ideado en Arkansas hacia 1820 por un indio cherokí llamado Sequoyah, para la escritura de la lengua cherokí. Sequoyah observó que los blancos hacían marcas en el papel, y que obtenían grandes ventajas mediante la utilización de esas marcas para anotar y repetir largos discursos. Sin embargo, el funcionamiento detallado de esas marcas seguía siendo un misterio para él, ya que Sequoyah (como la mayoría de los cherokís antes de 1820) era analfabeto y no sabía hablar ni leer inglés. Como era herrero, Sequoyah comenzó ideando un sistema contable que le ayudara a registrar las deudas de sus clientes. Dibujó una imagen de cada cliente, y después dibujó círculos y rayas de diversos tamaños para representar la cantidad de dinero que le debían.

Hacia 1810, Sequoyah decidió pasar a diseñar un sistema para escribir la lengua cherokí. Comenzó de nuevo dibujando imágenes, pero las abandonó por ser demasiado complicadas y demasiado exigentes desde el punto de vista artístico. A continuación comenzó a inventar signos independientes para cada palabra, y de nuevo quedó insatisfecho cuando había acuñado miles de signos y seguía necesitando más.

Finalmente, Sequoyah se dio cuenta de que las palabras estaban formadas por un número moderado de sonidos distintos que se repetían en muchas palabras distintas, lo que llamaríamos sílabas. Ideó inicialmente 200 signos silábicos y los redujo gradualmente a 85, la mayoría de ellos para combinaciones de una consonante y una vocal.

Como fuente de los propios signos, Sequoyah practicó la copia de las letras de un libro de ortografía inglesa que le había regalado un maestro. Algo más de veinte signos silábicos cherokís fueron tomados directamente de esas letras, aunque naturalmente con un significado totalmente distinto, ya que Sequoyah no conocía los significados ingleses. Por ejemplo, decidió que las formas D, R, b y h representasen las sílabas cherokís a, e, si y ni, respectivamente, mientras que la forma del numeral 4 fue tomada para representar la sílaba se. Acuñó otros signos modificando letras inglesas, como , y para representar las sílabas yu, sa y na, respectivamente. Otros signos fueron creación suya, como , y para ho, li y nu, respectivamente. El silabario de Sequoyah ha merecido la admiración general de los lingüistas profesionales por su buena adecuación a los sonidos cherokís y por la facilidad con que puede ser aprendido. En un breve lapso de tiempo, los cherokís alcanzaron casi el 100 por 100 de alfabetización en el silabario, compraron una imprenta, fundieron los signos de Sequoyah como tipos y comenzaron a imprimir libros y periódicos.

La escritura cherokí sigue siendo uno de los ejemplos mejor atestiguados de escritura surgida a través de la difusión de una idea. Sabemos que Sequoyah recibió papel y otros materiales de escritura, la idea del sistema de escritura, la idea de usar señales distintas y la forma de varias docenas de señales. Dado que, sin embargo, no sabía leer ni escribir inglés, no adquirió detalle alguno y ni siquiera principios de las escrituras existentes a su alrededor. Rodeado de alfabetos que no podía comprender, reinventó independientemente un silabario, sin saber que los minoicos de Creta habían inventado ya otro silabario 3500 años antes.

El ejemplo de Sequoyah fue servir de modelo de cómo la difusión de ideas condujo probablemente también a muchos sistemas de escritura de la antigüedad. El alfabeto han'gul ideado por el rey Sejong de Corea en 1446 para la lengua coreana se inspiró evidentemente en el formato de bloque de los caracteres chinos y en el principio alfabético de la escritura mongol o budista tibetana. Sin embargo, el rey Sejong inventó las formas de las letras han'gul y varios rasgos exclusivos de su alfabeto, entre ellos la agrupación de letras por sílabas en bloques cuadrados, el uso de formas de letras relacionadas para representar sonidos vocálicos o consonánticos relacionados y las formas de las consonantes que representan la posición de los labios o la lengua para pronunciar esa consonante. El alfabeto ogham utilizado en Irlanda y algunas zonas de la Gran Bretaña celta a partir más o menos del siglo IV adoptó asimismo el principio fonético (en este caso, a partir de alfabetos europeos existentes), pero también ideó formas de letras exclusivas, basadas aparentemente en un sistema de cinco dedos de señales manuales.

Podemos atribuir con seguridad los alfabetos han'gul y ogham a la idea de la difusión más que a la invención independiente y aislada, porque sabemos que ambas sociedades estaban en estrecho contacto con sociedades que poseían la escritura y porque es evidente que escrituras extranjeras proporcionaron la inspiración. En cambio, podemos atribuir con certeza la escritura cuneiforme sumeria y la primera escritura mesoamericana a la invención independiente, porque en la época de su primera aparición no existía ninguna otra escritura en sus respectivos hemisferios que pudiera haberlas inspirado. Siguen siendo discutibles los orígenes de la escritura en la isla de Pascua, en China y Egipto.

Los polinesios que vivían en la isla de Pascua, en el océano Pacífico, tenían una escritura única cuyos primeros ejemplos conservados se remontan sólo a aproximadamente 1851, mucho después de que los europeos llegaran a la isla de Pascua, en 1722. Quizá la escritura surgió independientemente en la isla de Pascua antes de la llegada de los europeos, aunque no se ha conservado texto alguno. Sin embargo, la interpretación más sencilla consiste en tomar los hechos tal como se presentan, y suponer que los habitantes de la isla de Pascua fueron estimulados a idear una escritura después de ver la proclama escrita de anexión que una expedición española les entregó en 1770.

Por lo que se refiere a la escritura china, atestiguada por primera vez hacia 1300 a. C. pero con posibles precursores anteriores, tiene asimismo signos locales exclusivos y algunos principios exclusivos, y la mayoría de los estudiosos suponen que evolucionó de manera independiente. La escritura se había desarrollado antes de 3000 a. C. en Sumeria, 6000 km al oeste de los primeros centros urbanos chinos, y apareció antes de 2200 a. C. en el valle del Indo, 4000 km al oeste, pero no se conoce ningún sistema primitivo de escritura en toda la zona comprendida entre el valle del Indo y China. Así pues, no hay prueba alguna de que los primeros escribas chinos pudieran haber tenido conocimiento de un sistema de escritura distinto que les inspirase.

De los jeroglíficos egipcios, que constituyen el sistema de escritura más célebre de la antigüedad, se supone también habitualmente que son el resultado de la invención independiente, pero la interpretación alternativa de la difusión de la idea es más factible que en el caso de la escritura china. La escritura jeroglífica apareció de modo ciertamente súbito, en forma casi completa hacia 3000 a. C. Egipto está situado a sólo 1300 km al oeste de Sumeria, territorio con el que Egipto mantenía contactos comerciales. Me parece sospechoso que no hayan llegado hasta nosotros pruebas de un desarrollo gradual de los jeroglíficos, aun cuando el clima seco de Egipto habría sido favorable a la conservación de experimentos anteriores de escritura, y aunque el clima igualmente seco de Sumeria haya producido abundantes pruebas de la evolución de la escritura cuneiforme durante al menos varios siglos antes de 3000 a. C. Igualmente sospechosa es la aparición de varios sistemas de escritura, diseñados de manera aparentemente independiente, en Irán, Creta y Turquía (llamados escritura protoelamita, pictogramas cretenses y escritura jeroglífica hitita, respectivamente), después del nacimiento de la escritura sumeria y egipcia. Aunque cada uno de estos sistemas utilizaba juegos distintivos de signos que no habían sido tomados de Egipto ni de Sumeria, los pueblos afectados difícilmente podrían haber ignorado la escritura de sus socios comerciales vecinos.

Sería una coincidencia extraordinaria el que, después de millones de años de existencia humana sin escritura, todas aquellas sociedades del Mediterráneo y de Oriente Próximo hubieran tenido de manera independiente la idea de la escritura con una diferencia de escasos siglos. De ahí que una posible interpretación me parezca la difusión de la idea, como en el caso del silabario de Sequoyah. Es decir, los egipcios y otros pueblos podrían haber aprendido de los sumerios la idea de la escritura y posiblemente algunos de sus principios, ideando después otros principios y todas las formas específicas de las letras por sí solos.

Volvamos ahora a la cuestión principal con la que comenzábamos este capítulo: ¿por qué la escritura surgió en unas sociedades y no en otras, y se difundió a unas sociedades pero no a muchas otras? Las limitaciones de las capacidades, los usos y los usuarios de los primeros sistemas de escritura son puntos de partida útiles para nuestro análisis.

Las primeras escrituras eran incompletas, ambiguas, complejas, o las tres cosas a la vez. Por ejemplo, la escritura cuneiforme sumeria más antigua no podría servir para la prosa normal porque era una mera taquigrafía telegráfica, cuyo vocabulario estaba limitado a nombres, numerales, unidades de medida, palabras para objetos contados y algunos adjetivos. Es igual que si un funcionario de tribunales estadounidense moderno se viese obligado a escribir «John 27 gordo cordero», porque la escritura inglesa careciera de las palabras y la gramática necesaria para escribir: «Ordenamos que John entregue al gobierno los 27 gordos corderos que posee». La escritura cuneiforme sumeria posterior sí adquirió la capacidad de servir para la prosa, pero para ello se valió del desprolijo sistema al que ya hemos aludido, con mezclas de logogramas, signos fonéticos y determinativos no pronunciados que totalizaban cientos de signos distintos. El sistema Lineal B. la escritura de la Grecia micénica, era al menos más sencilla, pues se basaba en un silabario de unos 90 signos más logogramas. En contraposición con esta virtud, el sistema Lineal B era bastante ambiguo. Omitía las consonantes al final de las palabras, y utilizaba el mismo signo para varias consonantes relacionadas (por ejemplo, un solo signo para la l y la r, otro para la p, la b y la ph, y otro para la g, la k y la kh). Todos sabemos la confusión que puede suscitarse cuando una persona de origen japonés habla nuestra lengua sin distinguir entre la l y la r: imaginemos la confusión si nuestro alfabeto hiciera lo mismo al tiempo que homogeneizaba de manera semejante las otras consonantes a las que nos hemos referido. Es como si en español pronunciásemos de idéntica manera las palabras «bala», «para», «carcaj» y «faca».

Una limitación relacionada es que pocas personas aprendieron a escribir estos primitivos signos. El conocimiento de la escritura se circunscribía a los escribas profesionales al servicio del rey o el templo. Por ejemplo, no hay ningún indicio de que la escritura Lineal B fuera utilizada o comprendida por ningún griego micénico aparte de los pequeños cuadros de las burocracias palatinas. Dado que los escribas que utilizaban la escritura Lineal B pueden distinguirse por su caligrafía en los documentos que se han conservado, podemos decir que todos los documentos conservados de la escritura Lineal B de los palacios de Cnosos y Pilos son obra de sólo 75 y 40 escribas, respectivamente.

Los usos de estas primitivas escrituras telegráficas, rudimentarias y ambiguas eran tan limitados como el número de sus usuarios. Si alguien esperase descubrir por medio de ellas cómo pensaban y sentían los sumerios de 3000 a. C., se llevaría una decepción. En cambio, los primeros textos sumerios son asépticas relaciones de los burócratas palaciegos y de los templos. Aproximadamente el 90 por 100 de las tablillas de los primeros archivos sumerios conocidos, de la ciudad de Uruk, son registros sacerdotales de bienes ingresados, raciones entregadas a los trabajadores y productos agrícolas distribuidos. Sólo más adelante, cuando los sumerios avanzaron más allá de los logogramas hasta la escritura fonética, comenzaron a escribir narraciones en prosa, como propaganda y mitos.

Los griegos de la época micénica nunca llegaron a la fase de propaganda y mitos. Un tercio de las tablillas de la escritura Lineal B del palacio de Cnosos son registros de los contables sobre ovejas y lana, mientras una proporción desmesurada de la escritura del palacio de Pilos está compuesta por registros de lino. La escritura Lineal B era intrínsecamente tan ambigua que continuó restringida a las relaciones palatinas, cuyo contexto y cuyas limitadas opciones de palabras hacían clara la interpretación. No se ha conservado huella alguna de su uso con fines literarios. Ilíada y Odisea fueron compuestas y transmitidas por bardos que no sabían leer ni escribir para oyentes que tampoco sabían leer ni escribir, y que no conocerían la escritura hasta el desarrollo del alfabeto griego, siglos después.

Usos igualmente restringidos caracterizan las primitivas escrituras egipcias, mesoamericanas y china. Los primeros jeroglíficos egipcios registraban propaganda religiosa y estatal y relatos burocráticos. La escritura maya conservada estaba dedicada asimismo a la propaganda, los nacimientos y las entronizaciones e historia de los reyes y las observaciones astronómicas de los sacerdotes. La escritura china más antigua que se conserva de la dinastía Shang tardía está tomada por adivinación religiosa sobre asuntos dinásticos, y se trata de incisiones en los llamados huesos de oráculos. Una muestra de un texto Shang dice: «El rey, leyendo el significado de la grieta [en un hueso agrietado tras ser calentado], dijo: "Si el niño nace en un día keng, será de muy buen agüero"».

Para nosotros, actualmente, es una tentación preguntar por qué las sociedades que disponían de primitivos sistemas de escritura aceptaron las ambigüedades que limitaban la escritura a un número reducido de funciones y de escribas. Pero incluso formular esta pregunta es ilustrar la diferencia existente entre las perspectivas antiguas y nuestras expectativas de alfabetización masiva. Los usos restringidos intencionados de las escrituras primitivas desincentivaron directamente la invención de idear sistemas de escritura menos ambiguos. Los reyes y los sacerdotes de la antigua Sumeria querían que la escritura fuese utilizada por escribas profesionales para registrar los números de las ovejas debidas como impuestos, no por las masas para escribir poesía o urdir tramas. Como ha señalado el antropólogo Claude Lévi-Strauss, la función principal de la escritura antigua era «facilitar la esclavización de otros seres humanos». Los usos personales de la escritura por no profesionales no llegaron hasta mucho después, cuando los sistemas de escritura se simplificaron y adquirieron mayor expresividad.

Por ejemplo, con la caída de la civilización de la Grecia micénica, hacia 1200 a. C., la escritura Lineal B desapareció, y Grecia regresó a una época prealfabética. Cuando la escritura regresó finalmente a Grecia, en el siglo VIII a. C., la nueva escritura griega, sus usuarios y sus usos fueron muy diferentes. La escritura no era ya un silabario ambiguo mezclado con logogramas, sino un alfabeto tomado prestado del alfabeto consonántico fenicio y mejorado por la invención griega de las vocales. En lugar de listas de ovejas, legibles únicamente para los escribas y leídas únicamente en los palacios, el sistema de escritura alfabética griega a partir del momento de su aparición fue un vehículo de poesía y humor, para ser leído en los hogares privados. Verbigracia, el primer ejemplo conservado de escritura alfabética griega, en una incisión en una ánfora ateniense de vino de hacia 740 a. C., es un verso de un poema que anuncia un concurso de danza: «Aquél de los danzantes que actúe con más destreza ganará este vaso como premio». El ejemplo siguiente consta de tres versos en hexámetro dáctilico inscrito en una copa: «Soy la deliciosa copa de Néstor. Aquél que beba de esta copa deseará al instante que la coronada Afrodita se apodere de él». Los ejemplos más antiguos de los alfabetos etrusco y romano que se han conservado son también inscripciones en copas y vasijas de vino. Sólo más adelante, un vehículo de comunicación privada de fácil aprendizaje como el alfabeto pudo servir para fines públicos o burocráticos. Así pues, la secuencia del desarrollo de los usos de la escritura alfabética fue la inversa de la secuencia de los sistemas anteriores de logogramas y silabarios.

Los usos y usuarios limitados de la primitiva escritura sugieren por qué la escritura apareció en fases tan tardías de la evolución humana. Todas las probables o posibles invenciones independientes de la escritura (en Sumeria, México, China y Egipto), y todas las tempranas adaptaciones de esos sistemas inventados (por ejemplo, las de Creta, Irán, Turquía, el valle del Indo y la región maya), suponían sociedades socialmente estratificadas y dotadas de instituciones políticas complejas y centralizadas, cuya relación necesaria con la producción de alimentos examinaremos en un capítulo posterior. La primitiva escritura sirvió a las necesidades de esas instituciones políticas (como el mantenimiento de registros y la propaganda real), siendo sus usuarios burócratas a dedicación completa alimentados por los excedentes alimentarios almacenados que cultivaban los campesinos productores de alimentos. Las sociedades de cazadores-recolectores nunca desarrollaron o ni siquiera adoptaron la escritura, porque carecían de los usos institucionales de la escritura primitiva y de los mecanismos sociales y agrícolas que generasen los excedentes alimentarios necesarios para mantener a los escribas.

Así pues, la producción de alimentos y los miles de años de evolución de las sociedades tras su adopción fueron tan fundamentales para la evolución de la escritura como para la evolución de los microbios causantes de enfermedades epidémicas humanas. La escritura sólo surgió independientemente en el Creciente Fértil, México, y probablemente China, precisamente porque éstas fueron las primeras zonas donde la producción de alimentos surgió en sus respectivos hemisferios. Una vez inventada la escritura por aquellas nuevas sociedades, se difundió, mediante el comercio y la conquista y la religión, a otras sociedades que tenían economías y organizaciones políticas semejantes.

Aunque la producción de alimentos fue, por tanto, una condición necesaria para la evolución o la temprana adopción de la escritura, no fue una condición suficiente. Al comienzo de este capítulo, vimos cómo algunas sociedades productoras de alimentos y dotadas de una organización política compleja no desarrollaron ni adoptaron la escritura antes de la época moderna. Entre aquellos casos, en un principio tan desconcertantes para nosotros, los humanos modernos, acostumbrados a considerar la escritura como algo indispensable para una sociedad compleja, está el de uno de los imperios más extensos del mundo en 1520: el Imperio inca de América del Sur. Otros son el protoimperio marítimo de Tonga, el Estado hawaiano emergente a finales del siglo XVIII, todos los Estados y jefaturas del África subecuatorial y del África occidental subsahariana antes de la llegada del islam, y las más grandes sociedades indígenas de América del Norte, las del valle del río Misisipí y sus afluentes. ¿Por qué todas estas sociedades no adquirieron la escritura, a pesar de cumplir los requisitos previos de las sociedades que la tenían?

En este punto debemos recordar que la inmensa mayoría de las sociedades adquirieron la escritura tomándola prestada de sus vecinos o inspirándose en ellos para desarrollarla, no inventándola por sí mismas de forma independiente. Las sociedades carentes de escritura que acabamos de mencionar son las que comenzaron a producir alimentos después de Sumeria, México y China. (La única incertidumbre en esta afirmación se refiere a las fechas relativas del comienzo de la producción de alimentos en México y en los Andes, el territorio final de los incas). De habérseles concedido tiempo suficiente, las sociedades que no conocieron la escritura podrían haberla desarrollado también finalmente por sí solas. Si hubieran estado situadas más cerca de Sumeria, México y China, podrían haber adquirido la escritura o la idea de escritura de estos centros, tal como hicieron India, los mayas y la mayoría de las sociedades que conocían la escritura. Pero estaban demasiado lejos de los primeros centros de la escritura como para adquirirla antes de la época moderna.

La importancia del aislamiento queda perfectamente de manifiesto en los casos de Hawai y Tonga, separados por al menos 6500 km de océano de las sociedades poseedoras de escritura más cercanas. Las otras sociedades ilustran la importante observación de que la distancia en línea recta no es una medida apropiada del aislamiento para el ser humano. Los Andes, los reinos de África occidental y la desembocadura del río Misisipí se encuentran a sólo unos 1900, 2400 y 1100 kilómetros, respectivamente, de sociedades que conocían la escritura en México, el norte de África y México, respectivamente. Estas distancias son muy inferiores a las distancias que el alfabeto hubo de recorrer desde su territorio originario en el Mediterráneo oriental para llegar a Irlanda, Etiopía y el suroeste de Asia en los 2000 años siguientes a su invención. Pero los humanos son frenados por barreras que no pueden salvar. Los Estados del norte de África (con escritura) y de África occidental (sin escritura) estaban separados entre sí por el Sahara, poco idóneo para la agricultura y las ciudades. Los desiertos del norte de México separaban asimismo los centros urbanos del sur de México de las jefaturas del valle del Misisipí. La comunicación entre el sur de México y los Andes requería el viaje por mar o una larga cadena de contactos terrestres a través del estrecho, boscoso y nunca urbanizado istmo de Darién. De ahí que los Andes, África occidental y el valle del Misisipí estuvieran efectivamente aislados de las sociedades que conocían la escritura.

No quiere esto decir que las sociedades que no poseían la escritura estuvieran totalmente aisladas. África occidental recibió finalmente los animales domésticos del Creciente Fértil a través del Sahara, y después aceptó la influencia islámica, incluida la escritura árabe. El maíz se difundió desde México hasta los Andes y, más lentamente, desde México hasta el valle del Misisipí. Pero vimos ya en el capítulo 10 que los ejes norte-sur y las barreras ecológicas en África y América retrasaron la difusión de cultivos y animales domésticos. La historia de la escritura ilustra llamativamente cómo la geografía y la ecología ejercieron una influencia semejante en la difusión de las invenciones humanas.