Capítulo 10

Horizontes abiertos y ejes inclinados

En el mapa del mundo de la figura 10.1, comparemos las formas y orientaciones de los continentes. Llama la atención una discrepancia evidente. América abarca una distancia mucho mayor de norte a sur (unos 15 000 km) que de este a oeste: sólo 5000 km en su parte más amplia, que se estrechan a tan sólo unos 65 km en el istmo de Panamá. Es decir, el eje más largo de América es el que va de norte a sur. Lo mismo sucede, aunque en un grado menos extremo, con África. En cambio, el eje mayor de Eurasia va de este a oeste. ¿Qué efectos han podido tener estas diferencias de orientación de los ejes continentales en la historia humana?

Este capítulo tratará de lo que considero sus consecuencias, siempre enormes y a veces trágicas. La orientación de los ejes influyó en los ritmos de difusión de los cultivos y la cría de animales, y también puede ser que en los de inventos como la escritura, la rueda y otros. Dicha característica básica de la geografía contribuyó así poderosamente a las experiencias, muy diversas, de los pueblos autóctonos americanos, africanos y eurasiáticos en los últimos 500 años.

La difusión de la producción de alimentos se demuestra tan esencial para entender las diferencias geográficas en la aparición de los gérmenes, las armas de fuego y el acero como lo fue su origen, que ya hemos estudiado en los capítulos precedentes. Es así porque, como vimos en el capítulo 5, no hubo más de nueve zonas del globo terráqueo, que quizá pudieran reducirse a sólo cinco, donde la producción de alimentos surgiera con independencia de otras. Sin embargo, la producción de alimentos se había propagado ya en tiempos prehistóricos a otras muchas regiones además de esas pocas zonas de origen. Todas ellas se convirtieron en productoras de alimentos como consecuencia de la difusión de cultivos, ganado y conocimientos de cómo lograr su crecimiento y, en algunos casos, como resultado de migraciones de los propios agricultores y ganaderos.

Entre tales difusiones de la producción de alimentos, las más importantes tuvieron lugar desde el suroeste de Asia hasta Europa, Egipto y el norte de África, Etiopía, Asia central y valle del Indo; del Sahel y África occidental a África oriental y meridional; de China a los trópicos del sureste de Asia, Filipinas, Indonesia, Corea y Japón, y de Mesoamérica a América del Norte. Además, la producción de alimentos se enriqueció, incluso en sus zonas de origen, por la adición de cultivos, ganados y técnicas de otras zonas de origen.

Del mismo modo en que algunas regiones demostraron ser mucho más idóneas que otras para dar origen a la producción alimentaria, también la facilidad de difusión de ésta variaba en gran medida en el mundo. Algunas zonas que ecológicamente son muy adecuadas para la producción de alimentos no la obtuvieron en absoluto en tiempos prehistóricos, a pesar de que en sus cercanías había zonas de producción alimentaria prehistórica. Los ejemplos más evidentes de estos casos son las faltas de difusión, tanto de la agricultura como de la ganadería, a la California autóctona desde el suroeste de los Estados Unidos o a Australia desde Nueva Guinea e Indonesia, y la falta de difusión de la agricultura desde la provincia surafricana de Natal a la de El Cabo. Incluso en todas las zonas en donde la producción de alimentos tuvo efectivamente difusión en la era prehistórica, los ritmos y épocas de esa difusión experimentaron variaciones muy considerables. En uno de los extremos se dio una rápida propagación a lo largo de los ejes este-oeste: desde Asia suroccidental hacia el oeste a Europa y Egipto y hacia el este al valle del Indo (a un ritmo medio aproximado de 1 km por año), y desde Filipinas hacia el este a Polinesia (5 km por año). En el extremo opuesto tuvo lugar la lenta difusión a lo largo de los ejes norte-sur: a 0,8 km por año desde México hacia el norte hasta la región suroccidental de Estados Unidos; a menos de 0,5 km por año el maíz y los frijoles de México hacia el norte para alcanzar la productividad en el este de Estados Unidos alrededor de 900, y a 0,3 km por año la llama de Perú hacia el norte a Ecuador. Estas diferencias incluso podrían ser mayores si el maíz, en lugar de haber sido aclimatado en México en una época tan tardía como la de 3500 a. C., que es el supuesto que hemos adoptado para estos cálculos de forma un tanto conservadora, como también lo asumen ahora algunos arqueólogos, hubiese sido aclimatado en época muy anterior, tal como solían admitir la mayoría de los arqueólogos (y muchos así lo siguen suponiendo todavía).

Hubo asimismo grandes diferencias en cuanto a lo completo de la difusión de determinados grupos de cultivos y animales, lo que de nuevo supone barreras más fuertes o débiles a su difusión. Por ejemplo, mientras que cultivos y animales oriundos de Asia suroccidental lograron propagarse hacia el oeste a Europa y hacia el este al valle del Indo, ninguno de los mamíferos domésticos andinos (la llama/alpaca y el cobaya) lograron alcanzar Mesoamérica en los tiempos precolombinos. Este fallo asombroso exige una explicación. Al fin y al cabo, en Mesoamérica se desarrollaron densas poblaciones de agricultores y sociedades muy complejas, de manera que no cabe duda alguna de que los animales domésticos andinos (si los hubiesen tenido a su disposición) les habrían sido útiles para la alimentación, el transporte y la obtención de lana. A excepción del perro, Mesoamérica padecía una escasez total de mamíferos indígenas para satisfacer dichas necesidades. No obstante, algunos cultivos de América del Sur sí lograron alcanzar Mesoamérica, como ocurrió con la mandioca, la batata y el cacahuete. ¿Qué barrera selectiva permitió el paso de esos cultivos mientras lo impedía a llamas y cobayas?

Una expresión más clara de esta facilidad geográficamente variable de difusión es el fenómeno denominado aclimatación prioritaria. La mayor parte de las especies vegetales silvestres de las que se obtuvieron nuestros cultivos varían genéticamente de una zona a otra, debido a que se habían afianzado mutaciones alternativas entre las poblaciones silvestres ancestrales de diferentes zonas. De forma análoga, los cambios necesarios para transformar plantas silvestres en cultivos pueden en principio introducirse mediante nuevas mutaciones alternativas o series alternativas de selección que produzcan resultados equivalentes. Desde este punto de vista, es posible examinar la difusión de un cultivo en tiempos prehistóricos y plantear la cuestión de si todas sus variedades muestran la misma mutación autóctona o la misma mutación transformadora. El objeto de este examen es tratar de averiguar si el cultivo se desarrolló en sólo una zona o en varias por separado.

Si se realiza tal análisis genético para especies importantes de cultivos antiguos del Nuevo Mundo, muchos de éstos demuestran incluir dos o más de esas variantes silvestres, o dos o más de esas mutaciones alternativas transformadoras. Esto hace pensar que el cultivo en cuestión se aclimató por separado en por lo menos dos zonas diferentes, y que algunas variedades del mismo heredaron la mutación particular de un área mientras que otras heredaron la mutación de diferente zona. Basándose en esto, algunos botánicos llegan a la conclusión de que las judías «lima» (Phaseolus lunatus), las alubias comunes (Phaseolus vulgaris) y los chiles del grupo Capsicum annuum/chinense se aclimataron todos en por lo menos dos ocasiones distintas: una en Mesoamérica y otra en América del Sur; y que la calabaza Cucurbita pepo y el quenopodio también se aclimataron por separado dos veces por lo menos: una en Mesoamérica y otra en el este del actual Estados Unidos. En cambio, la mayor parte de cultivos antiguos de Asia suroccidental presentan sólo una de las variantes silvestres alternativas o mutaciones transformadoras alternativas, lo que sugiere que todas las variedades modernas de cualquiera de esas plantas provienen de una sola aclimatación.

¿Qué significa el que un mismo cultivo se haya aclimatado reiterada y separadamente en varias partes de su zona silvestre y no sólo una vez en una zona única? Hemos visto ya que la aclimatación de las plantas supone la modificación de especies silvestres de forma que alcancen mayor utilidad para el hombre gracias a semillas de mayor tamaño, sabores menos amargos u otras cualidades. De lo que se deduce que si disponían ya de determinada planta productiva, los agricultores primitivos procederían seguramente a su cultivo en lugar de empezar de nuevo recogiendo, para readaptarlo, su pariente silvestre todavía no tan útil. La evidencia de una sola de estas aclimataciones hace pensar que, una vez que determinada planta silvestre había sido aclimatada, su cultivo se difundía con rapidez a otras áreas por toda la zona autóctona de dicha planta, con prioridad sobre las necesidades de otras aclimataciones por separado de la misma especie. Sin embargo, si la evidencia nos muestra que el mismo antepasado silvestre fue aclimatado por separado en zonas diferentes, deducimos que su cultivo se propagaba con demasiada lentitud como para que su aclimatación pudiera considerarse prioritaria en cualquier parte. La evidencia del predominio de aclimataciones únicas en Asia suroccidental, y, por el contrario, la frecuencia de aclimataciones múltiples en América, podrían así constituir un testimonio más claro de que los cultivos se difundieron con mayor facilidad desde Asia suroccidental que en América.

La rápida difusión de un cultivo puede hacer prioritaria su aclimatación en otras zonas no sólo ante la misma especie silvestre antecesora, sino asimismo ante especies silvestres emparentadas. Si se cultivan ya guisantes de buena calidad, no tiene objeto comenzar de cero aclimatando de nuevo el mismo guisante silvestre ancestral, y tampoco lo tiene el aclimatar especies estrechamente relacionadas de guisante silvestre que para los agricultores son poco más o menos equivalentes a la especie de guisante ya aclimatada. Todos los cultivos primitivos de Asia suroccidental alcanzaron prioridad sobre la aclimatación de cualquiera de sus parientes cercanos por toda la extensión de Eurasia occidental. En cambio, el Nuevo Mundo presenta muchos casos de aclimatación en Mesoamérica y América del Sur de especies equivalentes y muy relacionadas entre sí, pero no obstante distintas. Por ejemplo, el 95 por 100 del algodón que se cultiva hoy en el mundo pertenece a la especie Gossypium hirsutum, que se aclimató en Mesoamérica en tiempos prehistóricos. Sin embargo, los agricultores prehistóricos de América del Sur cultivaban en lugar de esa especie su pariente Gossypium barbadense. Es evidente que el algodón mesoamericano experimentaba tales dificultades en alcanzar América del Sur que no consiguió en la era prehistórica ser considerado cultivo de aclimatación prioritaria a la de otras especies de algodón allí (y viceversa). Los chiles, las cucurbitáceas, los amarantos y las quenopodiáceas son otras plantas de las que se aclimataron especies distintas, pero emparentadas, en Mesoamérica y América del Sur, ya que ninguna especie era capaz de propagarse con rapidez suficiente como para conquistar prioridad sobre las demás.

Vemos así que muchos fenómenos diferentes coinciden en llegar a la misma conclusión: la producción de alimentos se difundió con mayor facilidad a partir de Asia suroccidental que en América, y también probablemente que en el África subsahariana. Estos fenómenos consisten en: la falta completa de logro de la producción alimentaria en algunas áreas ecológicamente idóneas; las diferencias en su ritmo y selectividad de difusión, y las discrepancias en cuanto a si los cultivos aclimatados antes alcanzaron o no prioridad sobre readaptaciones de la misma especie o aclimataciones de parientes cercanos. ¿Qué fue lo que hizo en América y en África la difusión de la producción de alimentos más difícil que en Eurasia?

Para responder a esta pregunta, empecemos por examinar la rápida difusión de la producción de alimentos a partir de Asia suroccidental (el Creciente Fértil). Poco después de que allí emergiera la producción de alimentos, algo antes de 8000 a. C., apareció una onda centrífuga de la misma en otras partes de Eurasia occidental y África septentrional, cada vez más alejada del Creciente Fértil hacia el oeste y hacia el este. En estas páginas reproducimos el singular mapa (fig. 10.2) confeccionado por el experto en genética Daniel Zohary y la botánica María Hopf, en el que ambos ilustran cómo esa onda había alcanzado Grecia y Chipre y el subcontinente indio hacia 6500 a. C., Egipto poco después de 6000 a. C., Europa central cerca de 5400 a. C., el sur de España hacia 5200 a. C. y Gran Bretaña hacia 3500 a. C. En cada una de esas zonas, la producción alimentaria se inició a partir de algunas de las mismas especies de plantas y animales domésticos que la empezaron a difundir en el Creciente Fértil. Además, el lote del Creciente Fértil penetró en África hacia el sur, en Etiopía, en alguna época todavía incierta. Sin embargo, Etiopía desarrolló asimismo muchos cultivos autóctonos y aún no sabemos si fueron éstos o los llegados del Creciente Fértil los que dieron principio a la producción alimentaria de Etiopía.

Desde luego, no todas las variedades del lote se difundieron a todas esas zonas exteriores: Egipto, por ejemplo, era demasiado caluroso como para poder aclimatar el trigo esprilla (Triticum monococum). En algunas zonas distantes, los componentes del lote llegaron en épocas diferentes: por ejemplo, la ganadería ovina precedió a los cereales en Europa suroccidental. Algunas de esas zonas procedieron a aclimatar algunos cultivos regionales propios, como las amapolas en Europa occidental y posiblemente los melones en Egipto. Pero la mayor parte de la producción alimentaria en las zonas exteriores dependía en sus comienzos de las aclimataciones oriundas del Creciente Fértil. Su difusión fue pronto seguida por la de inventos o innovaciones de otra índole con origen en el Creciente Fértil o en sus cercanías, como la rueda, la escritura, las técnicas metalúrgicas, la extracción de leche, los árboles frutales y la producción de vino y cerveza.

¿Por qué activó el mismo lote de plantas la producción alimentaria por toda Eurasia occidental? ¿Acaso porque la misma gama de vegetales existía en estado silvestre en muchas zonas, en donde descubrieron su utilidad al igual que en el Creciente Fértil, cultivándolas por separado? No: no es ésa la razón. En primer lugar, muchas de las plantas básicas del Creciente Fértil ni siquiera se dan en estado silvestre fuera de Asia suroccidental. Por ejemplo: ninguna de las ocho plantas básicas más importantes, a excepción de la cebada, crece silvestre en Egipto. El valle del Nilo egipcio constituye un medio ecológico similar a los valles del Tigris y del Eufrates en el Creciente Fértil. De ahí que el lote vegetal que se desarrollara bien en estos valles se adaptase asimismo en el Valle del Nilo con adecuación suficiente como para activar el auge espectacular de la civilización autóctona egipcia. Pero los alimentos que impulsaron ese auge espectacular no existían en un principio en Egipto. La esfinge y las pirámides fueron erigidas por gentes alimentadas a base de cultivos de origen autóctono en el Creciente Fértil, no en Egipto.

En segundo término, incluso para aquellas plantas cuyo antepasado silvestre crece fuera de Asia suroccidental, podemos casi asegurar que sus cultivos en Europa e India se obtuvieron en su mayoría a partir de Asia suroccidental y no procedían de adaptaciones autóctonas. Por ejemplo, el lino silvestre se da hacia el oeste hasta Gran Bretaña y Argelia y al este hasta el mar Caspio, mientras que la cebada silvestre crece al este incluso en Tíbet. No obstante, para la mayor parte de las plantas básicas del Creciente Fértil, todas las variedades de cultivo en el mundo actual tienen en común una sola de las series de cromosomas que se hallan en el antecesor silvestre, o bien una sola mutación (entre las muchas posibles) por la que las variedades cultivadas difieren del antecesor silvestre en características deseables para los humanos. Es el caso de los guisantes cultivados, que poseen el mismo gen recesivo que impide la apertura espontánea de las vainas maduras, con el consiguiente derrame de guisantes, como sucede con las vainas de la planta silvestre.

Evidentemente, la mayoría de las plantas autóctonas básicas del Creciente Fértil no volvieron a adaptarse al cultivo en parte alguna después de su aclimatación inicial en dicha región del Creciente Fértil. Si se hubiesen adaptado por separado repetidas veces, presentarían cualidades transmitidas por esos orígenes múltiples en forma de series diversas de cromosomas o mutaciones variadas. De ahí que éstos sean ejemplos típicos del fenómeno de aclimatación prioritaria del que ya hemos tratado. La rápida difusión del lote del Creciente Fértil predominó ante otras posibles tentativas, dentro de dicha región o en cualquier parte, de aclimatar los mismos antepasados silvestres. Una vez disponible la planta para el cultivo, ya no había necesidad de recogerla en estado silvestre, empezando de nuevo la secuencia de adaptación.

Los antepasados de la mayor parte de cultivos básicos tienen parientes silvestres, en el Creciente Fértil y en otras zonas, cuya adaptación hubiera sido asimismo posible. Por ejemplo, los guisantes pertenecen al género Pisum, que consiste en dos especies silvestres: Pisum sativum, que fue la adaptada al cultivo para cosechar nuestros guisantes de huerta, y Pisum fulvum, que nunca fue objeto de cultivo. Sin embargo, los guisantes silvestres de Pisum fulvum tienen buen sabor, tanto frescos como secos, y abundan en la vegetación espontánea. Asimismo, el trigo, la cebada, las lentejas, los garbanzos, las alubias y el lino tienen numerosos parientes silvestres además de los adaptados al cultivo. Algunos de esos parientes de las judías y de la cebada sí fueron aclimatados por separado en América o en China, lejos de la zona primitiva de aclimatación en el Creciente Fértil. Pero en Eurasia occidental sólo se adaptó al cultivo una de las varias especies silvestres que presentaban perspectivas favorables: probablemente porque esa sola especie se difundía con tal facilidad que los agricultores pronto cesaron de cosechar los demás parientes silvestres y consumían sólo el cultivado. De acuerdo una vez más con lo que hemos visto, la rápida difusión del cultivo se adelantó a otras posibles tentativas sucesivas de adaptar sus parientes, así como de readaptar su antepasado.

¿Por qué fue tan rápida la difusión de cultivos a partir del Creciente Fértil? La respuesta depende en parte de ese eje este-oeste de Eurasia con el que iniciábamos este capítulo. Lugares repartidos al este y al oeste unos de otros en la misma latitud tienen en común la misma duración exacta de los días y sus variaciones estacionales. En menor grado, tienden asimismo a padecer enfermedades similares y a tener regímenes parecidos de temperatura y precipitaciones, así como hábitats o biomasa (tipos de vegetación). Por ejemplo, Italia meridional, el norte de Irán y Japón, situados todos casi a la misma latitud pero separados sucesivamente por 6500 km al este u oeste de cada uno, se parecen más entre sí por el clima que cada uno a zonas situadas a tan sólo 1500 km al sur. En todos los continentes, el tipo de hábitat conocido como bosque pluvial tropical queda confinado al interior de unos 10º de latitud del ecuador, mientras que los hábitats mediterráneos de maleza (como el chaparral de California y el monte bajo europeo) crecen entre unos 30º y 40º de latitud.

Pero la germinación y el crecimiento de las plantas y su resistencia a las enfermedades se adaptan precisamente a esas particularidades del clima. Los cambios estacionales de duración del día, temperatura y régimen de precipitaciones constituyen factores que estimulan la germinación de las semillas, el crecimiento de los plantones y el desarrollo de flores, semillas y frutos en las plantas adultas. Las poblaciones de plantas están programadas genéticamente por selección natural, de manera que puedan responder de forma apropiada a los factores del régimen estacional bajo el que evolucionan. Esos regímenes varían considerablemente con la latitud. Por ejemplo, la duración del día es constante a lo largo de todo el año en el ecuador, pero en zonas templadas aumenta conforme los meses transcurren desde el solsticio de invierno al solsticio de verano, a partir del cual vuelve a disminuir durante el siguiente semestre. La estación de crecimiento, es decir los meses cuya temperatura y horas de luz son adecuados para el desarrollo de la planta, es más corta en latitudes altas y más larga hacia el ecuador. Las plantas se adaptan también a las enfermedades extendidas en sus latitudes.

¡Ay de la planta cuyo programa genético no se adecúe a la latitud del terreno en el que ha sido sembrada! Imagínese un granjero canadiense lo bastante insensato como para plantar una variedad de maíz adaptada a desarrollarse más al sur, en México. La infortunada planta, con arreglo a su programa genético adaptado a México, se prepararía para hacer brotar sus retoños en marzo, encontrándose todavía sepultada bajo más de dos metros de nieve. Aunque la planta se reprogramara genéticamente para germinar en una época más adecuada de Canadá —digamos que a finales de junio—, seguiría teniendo problemas por otras razones. Sus genes la harían crecer a un ritmo parsimonioso, sólo suficiente para alcanzar la plena madurez en cinco meses. Esta táctica resulta perfecta en el clima suave de México, pero en Canadá garantiza la catástrofe de la muerte de la planta por las heladas del otoño, antes de haber producido ni una sola mazorca de maíz maduro. Asimismo, la planta carecería de genes de resistencia a las enfermedades de los climas septentrionales, pues sería portadora de genes sólo útiles para resistir las enfermedades meridionales. Todas estas características hacen que las plantas de baja latitud se adapten deficientemente a las condiciones de latitudes altas, y viceversa. En consecuencia, la mayor parte de los cultivos del Creciente Fértil se desarrollan bien en Francia y Japón, pero mal en zonas ecuatoriales.

También los animales están adaptados a rasgos climáticos relacionados con la latitud. En este aspecto los humanos somos animales típicos, como averiguamos por introspección. Muchos no podemos aguantar los fríos inviernos norteños con la corta duración de sus días y sus gérmenes característicos, mientras que otros nos adaptamos a esos climas pero no podemos sufrir el calor tórrido de los trópicos ni las dolencias propias de éstos. En siglos recientes, los colonos procedentes de las frescas regiones de Europa septentrional que emigraban a ultramar preferían hacerlo a zonas de parecido frescor en América del Norte, Australia y Suráfrica, o establecerse en las tierras altas, también frescas, del interior ecuatorial de Kenia y Nueva Guinea. Los europeos que eran enviados a las cálidas tierras bajas tropicales solían morir de a miles por enfermedades como la malaria, contra la que en cambio los pueblos autóctonos de esas regiones habían desarrollado alguna resistencia genética.

Ésa es en parte la razón por la que los cultivos domesticados en el Creciente Fértil se propagaron con tanta rapidez hacia el oeste y hacia el este: se habían adaptado ya bien a los climas de las regiones hacia las que se expansionaban. Por ejemplo, una vez que la agricultura cruzó desde las llanuras de Hungría hasta Europa central hacia 5400 a. C., se extendió con tal rapidez que los lugares donde se establecieron los primeros agricultores fueron casi contemporáneos en todo el territorio comprendido entre Polonia y Holanda (señalados por su alfarería característica con decoraciones lineales). Hacia los tiempos de Cristo, los cereales del Creciente Fértil se cultivaban ya por toda la franja de unos 15 000 km que va de la costa atlántica de Irlanda a la oriental de Japón. La extensión oeste-este de Eurasia es la distancia más larga por tierra de nuestro planeta.

De ahí que el eje oeste-este de Eurasia permitiera que los cultivos del Creciente Fértil dieran rápidamente origen a la agricultura en toda la franja de latitudes templadas que va desde Irlanda hasta el valle del Indo, y enriquecieran la que emergió por separado en Asia oriental. A la inversa, los cultivos eurasiáticos que se aclimataron por primera vez lejos del Creciente Fértil, pero en las mismas latitudes, pudieron difundirse en sentido opuesto hacia el Creciente Fértil. Hoy, cuando las semillas son transportadas por todo el planeta por barco y avión, damos por sabido que nuestros alimentos son un batiburrillo geográfico. El menú de un restaurante típico estadounidense de comida rápida incluiría pollo (domesticado por primera vez en China) y patatas (de los Andes) o maíz (de México), sazonado con pimienta negra (de India), acabando con una taza de café (de origen etíope). Pero no sólo ahora: hace ya unos 2000 años que los romanos se nutrían con su propia mezcolanza de alimentos que en su mayoría eran originarios de diversas partes de su vasto Imperio. De sus cultivos, sólo la avena y las amapolas eran autóctonas de Italia. Las materias primas romanas eran el lote inicial del Creciente Fértil, con suplementos de membrillos (originarios del Cáucaso); mijo y cominos (aclimatados en Asia central); pepinos, sésamo y cítricos (de India); y pollo, arroz, albaricoques, melocotones y panizo (oriundos de China). Aunque las manzanas romanas eran al menos originarias de Eurasia occidental, eran cultivadas mediante técnicas de injerto que se habían desarrollado en China extendiéndose desde allí hacia el oeste.

Aunque es Eurasia la que contiene la franja de la misma latitud más ancha del mundo, y de ahí la rápida difusión de aclimataciones, existen asimismo otros ejemplos. Rivalizando en velocidad de difusión con el lote del Creciente Fértil, se propagó hacia el este un lote subtropical que se compuso por vez primera en China meridional y que recibió añadidos al alcanzar el Asia suroriental tropical, Filipinas, Indonesia y Nueva Guinea. En 1600 años, el lote resultante de cultivos (entre los que figuraban las bananas, el taro y el ñame) y de animales domésticos (pollos, cerdos y perros) se había extendido a más de 8000 km hacia el este por el Pacífico tropical hasta alcanzar las islas de Polinesia. Otro ejemplo parecido es la difusión esteoeste de cultivos en el interior de la dilatada zona africana del Sahel, aunque los paleobotánicos tienen todavía que estudiar los detalles.

Compárese la facilidad de difusión este-oeste en Eurasia con las dificultades de difusión a lo largo del eje norte-sur de África. La mayor parte de los cultivos originarios del Creciente Fértil llegaron a Egipto con mucha rapidez, y desde allí se extendieron muy hacia el sur a las tierras altas de Etiopía, de clima suave, sin que se extendieran más allá de éstas. El clima mediterráneo de Suráfrica hubiera sido ideal para esas plantas, pero los 3000 km de condiciones tropicales que se interponen entre Etiopía y Suráfrica fueron una barrera insuperable. En lugar de por éstas, la agricultura africana al sur del Sahara fue impulsada por la adaptación de plantas silvestres (como el sorgo y el ñame africano) autóctonas de la zona del Sahel y de los trópicos de África occidental, que se aclimataron a las temperaturas cálidas, a las lluvias del verano y a la duración relativamente constante de los días de esas latitudes bajas.

De forma parecida, la expansión hacia el sur de los animales domésticos del Creciente Fértil quedó detenida o ralentizada por el clima y la morbilidad, en especial por las afecciones de tripanosoma propagadas por la mosca tsé-tsé. El caballo no pudo jamás aclimatarse más al sur de las regiones de África occidental situadas al norte del ecuador. El avance de los ganados vacuno, ovino y cabrío se detuvo durante 2000 años en el límite norte de las llanuras de Serengeti, mientras que se desarrollaban nuevos tipos de economía humana y razas de ganado. Las vacas, ovejas y cabras no lograron alcanzar por fin Suráfrica hasta los dos primeros siglos de la era cristiana, unos 8000 años después de la aclimatación del ganado en el Creciente Fértil. Los cultivos tropicales africanos experimentaron sus propias dificultades en su expansión hacia el sur de África, a cuyas regiones meridionales llegaron con los agricultores negros africanos (los bantúes), poco después de que lo hicieran los animales del Creciente Fértil. No obstante, esos cultivos tropicales africanos no pudieron jamás cruzar el río Fish de Suráfrica, pues más allá de éste se vieron frenados por el clima mediterráneo al que no estaban adaptados.

El resultado fue el curso, tan familiar, de los dos últimos milenios de la historia surafricana. Algunos de los pueblos khoisan indígenas de Suráfrica (más conocidos como hotentotes y bosquimanos) adquirieron la ganadería pero permanecieron sin agricultura. Su número fue rebasado y fueron sustituidos al noreste del río Fish por agricultores africanos negros, cuya expansión hacia el sur se detuvo en ese río. La agricultura sólo pudo prosperar en la zona de clima mediterráneo de Suráfrica con la llegada por mar en 1652 de colonos europeos, que llevaban con ellos su lote de cultivos del Creciente Fértil. Los choques entre todos esos pueblos produjo las tragedias de la Suráfrica moderna: el rápido exterminio de los khoisan por los gérmenes y las armas de fuego europeos; un siglo de guerras entre europeos y negros; otro siglo de opresión racial; hasta llegar a las tentativas actuales de europeos y negros por buscar un nuevo modo de coexistencia en las antiguas tierras de los khoisan.

Compárese asimismo la facilidad de difusión en Eurasia con sus dificultades a lo largo del eje norte-sur de América. La distancia entre Mesoamérica y América del Sur, o más exactamente, entre las tierras altas de México y las de Ecuador, es sólo de 2000 km, más o menos la misma que en Eurasia separa los Balcanes de Mesopotamia. Los Balcanes aportaron condiciones de desarrollo ideales para la mayoría de cultivos y animales de Mesopotamia, por lo que obtuvieron sus aclimataciones en conjunto dentro de los 2000 años de la formación del lote en el Creciente Fértil. Esa rápida difusión primó sobre las posibilidades de adaptación de especies iguales o similares en los Balcanes. Análogamente, el México mesetario y los Andes hubieran sido idóneos para la mutua difusión de muchos de los cultivos y animales domésticos del uno y del otro. Así ocurrió con algunos cultivos, en especial el maíz mexicano, que se extendieron a la otra región en la época precolombina.

Pero otras plantas y animales domésticos no pudieron expandirse entre Mesoamérica y América del Sur. Las frescas mesetas de México hubieran aportado las condiciones ideales para la cría de llamas, cobayas y patatas, aclimatados todos ellos en las frescas tierras altas de los Andes suramericanos. Sin embargo, la difusión hacia el norte de esas especies andinas quedó frenada en seco por las cálidas tierras bajas que se interponían en América Central. Cinco mil años después de que la llama se aclimatara en los Andes, los olmecas, mayas, aztecas y demás tribus autóctonas de México todavía no disponían de animales adaptados ni de mamífero doméstico comestible alguno a excepción del perro.

A la inversa, los pavos domésticos de México y los girasoles del este de Estados Unidos podrían haber encontrado condiciones favorables en los Andes, pero su expansión hacia el sur fue detenida por los climas tropicales que separan ambas zonas. Los poco más de 1000 km de distancia sur-norte impidieron que el maíz, las calabazas y los frijoles de México llegaran al suroeste de Estados Unidos hasta varios miles de años después de su aclimatación en México, y las quenopodiáceas y los chiles mexicanos no lograron alcanzarlo nunca en tiempos prehistóricos. Durante miles de años posteriormente a su aclimatación en México, el maíz no pudo expandirse hacia el norte hasta el este de Estados Unidos, a causa de las condiciones climáticas y la estación de crecimiento más corta que existían en este último. En algún momento entre el año 1 y 200, el maíz apareció por fin en el este de Estados Unidos, pero sólo como cultivo muy poco importante. Hasta 900, después de haberse desarrollado variedades resistentes de maíz que se adaptaban a los climas norteños, no fue posible que una agricultura basada en el maíz contribuyese al florecimiento de la más compleja de las sociedades indígenas de América del Norte: la cultura de Misisipí, a cuya prosperidad pusieron fin los gérmenes introducidos por los europeos a partir del descubrimiento de Cristóbal Colón.

Recordemos que la mayoría de cultivos del Creciente Fértil, tras su estudio genético, resultan derivar de un solo proceso de adaptación, que se difundió con tal rapidez que prevaleció sobre cualesquiera otras aclimataciones incipientes de las mismas o parecidas especies. En cambio, muchos cultivos autóctonos americanos que aparentemente se habían expandido resultaron ser especies relacionadas o incluso variedades genéticamente distintas de la misma especie, aclimatadas por separado en Mesoamérica, América del Sur y el este de Estados Unidos. Entre amarantos, judías, quenopodiáceas, chiles, algodones, cucurbitáceas y tabacos, las especies estrechamente relacionadas entre sí se sustituyen unas a otras en la geografía. Variedades diferentes de la misma especie se reemplazan mutuamente entre los frijoles, las judías «lima», los chiles Capsicum annuum/chinense y las cucurbitáceas Cucurbita pepo. Estos legados de adaptaciones independientes múltiples aportan un testimonio más de la lenta difusión de los cultivos a lo largo del eje norte-sur de América.

África y América son por ello las dos masas continentales en cuyos ejes predomina la orientación norte-sur con el resultado de difusión lenta. En otras partes del mundo, la lentitud de la difusión norte-sur fue importante en menor escala. Entre estos otros ejemplos, tenemos el intercambio de cultivos a paso de tortuga entre el valle del Indo paquistaní e India meridional, la lenta expansión de la producción alimentaria de China meridional hacia Malasia peninsular, y la falta de alcance de la producción de los trópicos de Indonesia y Nueva Guinea en tiempos prehistóricos a las tierras agrícolas modernas del suroeste y sureste de Australia respectivamente. Estas dos zonas son ahora el granero del país, pero están a más de 3000 km al sur del ecuador. Por ello, las actividades agrícolas tuvieron que esperar en éstas la llegada desde la lejana Europa, en barcos europeos, de cultivos adaptados a las suaves condiciones climáticas y la corta estación de crecimiento de Europa.

Me he extendido en la cuestión de la latitud, que puede evaluarse fácilmente observando un mapa, porque ésta es elemento principal determinante del clima, las condiciones de desarrollo y la facilidad de difusión de la producción alimentaria. Sin embargo, la latitud no es, por supuesto, el único de tales elementos determinantes, y no siempre es cierto que las regiones limítrofes situadas a una misma latitud tengan el mismo clima (aunque sí tienen inequívocamente la misma duración del día). Las barreras topográficas y ecológicas, mucho más pronunciadas en unos continentes que en otros, fueron importantes obstáculos regionales a la difusión.

Por ejemplo, la difusión de cultivos entre el sureste y el suroeste de Estados Unidos fue muy lenta y selectiva a pesar de que ambas regiones están a la misma latitud. Ello se debió a que gran parte de la superficie de Texas y de las grandes llanuras meridionales que las separan son secas y poco adecuadas para la agricultura. Ejemplo correspondiente en Eurasia fue el de los cultivos del límite oriental del Creciente Fértil, que se expandieron con rapidez hacia el oeste al Atlántico y hacia el este al valle del Indo sin topar con obstáculos importantes; pero más al este, en India, el cambio de un régimen de precipitaciones predominantes en invierno a otro de precipitaciones predominantes en verano contribuyó a una difusión mucho más retardada de la agricultura, que exigía cultivos y prácticas agrícolas distintos, hacia la llanura del Ganges en India nororiental. Aún más al este, las zonas templadas de China quedaban aisladas y a gran distancia de las zonas de Eurasia occidental de clima similar por el conjunto formado por el desierto centroasiático, la meseta de Tíbet y la cordillera del Himalaya. Así, el desarrollo inicial de la producción alimentaria en China se produjo con independencia del que tuvo lugar a la misma latitud en el Creciente Fértil, haciendo que surgieran cultivos totalmente distintos. No obstante, incluso esas barreras que se interponen entre China y Eurasia occidental fueron superadas por lo menos en parte durante el segundo milenio a. C., en que el trigo, la cebada y los caballos de Asia occidental alcanzaron China.

Por lo mismo, la potencia de un desplazamiento norte-sur de 3000 km varía también según las condiciones regionales. La producción alimentaria del Creciente Fértil se expandió hacia el sur a lo largo de dicha distancia a Etiopía, y la producción de alimentos bantú se propagó velozmente desde la región de los Grandes Lagos africanos hacia el sur a Natal, porque en estos dos casos las zonas interpuestas tienen regímenes de precipitaciones parecidos y son adecuadas para la agricultura. En contraste, la difusión de cultivos desde Indonesia al suroeste de Australia fue absolutamente imposible, y la difusión a distancia mucho menor desde México al suroeste y sureste de Estados Unidos fue lenta debido a que las zonas que era preciso cruzar eran desiertos hostiles a la agricultura. La falta de una meseta de gran altitud en Mesoamérica al sur de Guatemala, y la estrechez extrema de la franja continental al sur de México, en especial en Panamá, fueron por lo menos tan importantes como el gradiente latitudinal en la obstaculización de intercambios de cultivos y animales entre las tierras altas de México y de los Andes.

Las diferencias continentales de orientación de ejes afectaron la difusión no sólo de la producción de alimentos, sino asimismo de otras tecnologías e inventos. Por ejemplo, alrededor de 3000 a. C. la invención de la rueda en o cerca del suroeste de Asia se expandió con rapidez hacia el oeste y hacia el este a través de gran parte de Eurasia en unos pocos siglos, mientras que el invento de la rueda en el México prehistórico, independiente de aquélla, nunca llegó a expandirse hacia el sur a los Andes. De modo similar, la escritura alfabética rudimentaria, que se desarrolló en la parte occidental del Creciente Fértil alrededor de 1500 a. C., se difundió hacia el oeste a Cartago y hacia el este al subcontinente indio en poco más o menos 1000 años, pero los sistemas mesoamericanos de escritura que florecieron en tiempos prehistóricos durante por lo menos 2000 años nunca llegaron a los Andes.

Lógicamente, la rueda y la escritura no están influidas de forma directa por la latitud y la duración del día como ocurre con los cultivos. Sin embargo, existen vínculos indirectos, en particular a través de la producción de alimentos y sus consecuencias. Las ruedas más primitivas formaban parte de carros tirados por bueyes que se utilizaban en el transporte de productos agrícolas. Las primeras escrituras eran exclusivas de élites sostenidas por agricultores productores de alimentos, y servían a diversos fines de sociedades económica y socialmente complejas basadas en la producción de alimentos (efectos como la propaganda real, los inventarios de mercaderías y los registros burocráticos). En general, las sociedades que se dedicaban a grandes intercambios de cultivos, ganados y tecnologías relacionadas con la producción alimentaria eran más propensas a emprender asimismo otros intercambios.

La canción patriótica estadounidense America the Beautiful invoca nuestros horizontes abiertos, nuestras olas doradas de espigas, de uno a otro mar resplandeciente. En realidad, esa canción falsea las realidades geográficas. Al igual que en África, en América la difusión de cultivos autóctonos y animales domésticos se vio ralentizada por horizontes limitados y barreras ecológicas. Jamás hubo olas de cereales que se extendieran desde la costa atlántica de América del Norte a la del Pacífico, desde Canadá hasta la Patagonia; o desde Egipto a América del Sur, mientras que olas de doradas espigas de trigo y cebada sí que llegaron a extenderse desde el Atlántico al Pacífico a través de los horizontes abiertos de Eurasia. La difusión más veloz de la agricultura eurasiática, en comparación con la de las agriculturas de la América indígena y del África subsahariana, desempeñó un papel (como se explicará en la sección siguiente de este libro) en la difusión más rápida de escrituras, metalurgias, tecnologías e imperios eurasiáticos.

El poner de relieve tales diferencias no significa pretender que los cultivos de amplia difusión sean admirables, o que testimonien un ingenio superior de los primeros agricultores eurasiáticos. Reflejan, sí, la orientación del eje euroasiático en comparación con el de América o África. Alrededor de estos ejes han girado los avatares de la historia.