Capítulo 4
El poder de los agricultores
Siendo un adolescente, pasé el verano de 1956 en Montana, trabajando para un agricultor de edad avanzada llamado Fred Hirschy. Nacido en Suiza, Fred había llegado al suroeste de Montana en su juventud, en el decenio de 1890, fundando una de las primeras explotaciones agrícolas de la zona. Cuando él llegó, gran parte de la población indígena americana original de cazadores-recolectores vivía aún en la región.
Los demás peones eran, en su mayor parte, rudos blancos cuyo lenguaje abundaba en retahilas de maldiciones y que dedicaban los días laborables a trabajar para poder dedicar el fin de semana a despilfarrar la paga semanal en la taberna del pueblo. Entre los peones, sin embargo, había un miembro de la tribu india pies negros llamado Levi, cuyo comportamiento era distinto del de los toscos mineros: era educado, amable, responsable, serio y bien hablado. Fue el primer indio con el que hablé durante mucho tiempo, y llegué a admirarle.
Fue, por tanto, una terrible decepción para mí cuando, un domingo por la mañana, Levi también llegó tambaleándose borracho y maldiciendo después de pasar la noche del sábado de juerga. Entre sus maldiciones, una ha permanecido en mi memoria: «¡Maldito seas, Fred Hirschy, y maldito sea el barco que te trajo de Suiza!». Aquellas palabras me hicieron recordar dolorosamente la perspectiva de los indios sobre lo que a mí y a otros escolares blancos nos habían enseñado a considerar como la heroica conquista del oeste estadounidense. La familia de Fred Hirschy estaba orgullosa de él, pues había sido un agricultor pionero que había triunfado en condiciones difíciles. Pero a los cazadores y célebres guerreros de la tribu de Levi, los agricultores blancos inmigrantes les habían robado sus tierras. ¿Cómo se impusieron los agricultores a los célebres guerreros?
Durante la mayor parte del tiempo transcurrido desde que los antepasados de los humanos modernos se separaron de los antepasados de los grandes simios que viven actualmente, hace unos 7 millones de años, todos los humanos de la Tierra se alimentaban exclusivamente mediante la caza de animales salvajes y la recolección de plantas silvestres, como los pies negros seguían haciendo en el siglo XIX. Sólo en los últimos 11 000 años algunos pueblos se dedicaron a lo que se llama producción de alimentos: es decir, la domesticación de animales salvajes y el cultivo de plantas, y el consumo del ganado y las cosechas resultantes. La mayoría de los pobladores actuales de la Tierra consumen alimentos producidos por ellos mismos o producidos por otras personas para ellos. Si continúa el ritmo de cambio actual, en la próxima década las escasas hordas que aún quedan de cazadores-recolectores abandonarán sus costumbres, se desintegrarán o desaparecerán, poniendo fin de ese modo a nuestros millones de años de compromiso con la forma de vida de los cazadores-recolectores.
La producción de alimentos fue adquirida por diferentes pueblos en distintos momentos de la prehistoria. Unos, como los aborígenes australianos, nunca la adquirieron. De aquéllos que la adquirieron, unos (por ejemplo, los chinos de la antigüedad) la desarrollaron independientemente por sí mismos, mientras que otros (incluidos los egipcios) la adquirieron de sus vecinos. Pero, como veremos, la producción de alimentos fue indirectamente un requisito previo para el desarrollo de las armas de fuego, los gérmenes y el acero. De ahí que la variación geográfica en lo relativo a si (o cuándo) los pueblos de diferentes continentes se convirtieron en agricultores y ganaderos explique en gran medida su posterior y opuesta suerte. Antes de dedicar los seis capítulos siguientes a comprender cómo surgieron las diferencias geográficas en la producción de alimentos, este capítulo repasará las principales conexiones a través de las cuales la producción de alimentos condujo a todas las ventajas que permitieron a Pizarro capturar a Atahualpa, y a la gente de Fred Hirschy desposeer a la de Levi (fig. 4.1).
La primera conexión es la más directa: la disponibilidad de más calorías consumibles significa más gente. Entre las especies de plantas silvestres y animales salvajes, sólo una pequeña minoría son comestibles para el ser humano, o su caza o recolección merecen la pena. La mayoría de las especies son inútiles para nosotros como alimento, por una o más de las siguientes razones: son difíciles de digerir (como la corteza), venenosas (las mariposas monarcas y muchos hongos), bajas en valor nutritivo (la medusa), fastidiosas de preparar (las nueces muy pequeñas), difíciles de recolectar (las larvas de la mayoría de los insectos) o peligrosas de cazar (el rinoceronte). La mayor parte de la biomasa (materia biológica viva) sobre la Tierra se presenta en forma de madera y hojas, mayor parte que no podemos digerir.
Al seleccionar y criar las escasas especies de plantas y animales que podemos comer, de tal manera que constituyan el 90 por 100 en vez del 0,1 por 100 de la biomasa de una hectárea de tierra, obtenemos muchas más calorías comestibles por hectárea. En consecuencia, una hectárea puede alimentar a muchos más ganaderos y agricultores —regularmente, entre 10 y 100 veces más— que cazadores-recolectores. Esta fuerza de los números brutos fue la primera de las muchas ventajas militares que las tribus productoras de alimentos obtuvieron sobre las tribus de cazadores-recolectores.
En las sociedades humanas poseedoras de animales domésticos, el ganado alimentaba a un número muy superior de personas de cuatro maneras distintas: proporcionando carne, leche y fertilizante y tirando de arados. Primero y de forma más directa, los animales domésticos se convirtieron en la principal fuente de proteina animal de las sociedades, sustituyendo la caza salvaje. Actualmente, por ejemplo, los estadounidenses suelen obtener la mayor parte de su proteína animal de vacas, cerdos, ovejas y pollos, mientras que la carne de animales como el venado sólo es un raro manjar. Además, algunos grandes mamíferos domésticos actuaban como fuentes de leche y de productos lácteos como mantequilla, queso y yogur. Entre los animales que pueden ordeñarse figuran la vaca, la oveja, la cabra, la yegua, la rena, la búfala de agua, la hembra del yak, las camellas y las dromedarias. Estos mamíferos producen, por tanto, varias veces más calorías durante su vida que si fueran sacrificados y consumidos en forma de carne.
Los grandes mamíferos domésticos también interactúan con las plantas domésticas de dos maneras para aumentar la producción de los cultivos. En primer lugar, como cualquier jardinero o agricultor moderno sabe por experiencia, los rendimientos de los cultivos pueden aumentarse en gran medida mediante la aplicación de estiércol como fertilizante. Incluso con la moderna disponibilidad de fertilizantes sintéticos producidos por fábricas de sustancias químicas, la principal fuente de fertilizante para los cultivos en la mayoría de las sociedades sigue siendo el estiércol de los animales, especialmente de vacas pero también de yaks y de ovejas. El estiércol ha sido valioso asimismo como fuente de combustible para los hogares en las sociedades tradicionales.
Además, los mamíferos domésticos de mayor tamaño interactuaban con las plantas domésticas para aumentar la producción de alimentos tirando de los arados y, por tanto, haciendo posible que se labrasen tierras que antes resultaba antieconómico cultivar. Estos animales agrícolas fueron la vaca, el caballo, el búfalo de agua, la vaca de Bali e híbridos del yak y la vaca. He aquí un ejemplo de su valor: los primeros agricultores prehistóricos de Europa central, la llamada cultura de la cerámica de bandas que apareció poco antes de 5000 a. C., se limitaron inicialmente a cultivar suelos bastante ligeros como para ser labrados por medio de palos de cavar manuales. Sólo más de mil años después, con la introducción del arado tirado por bueyes, aquellos agricultores pudieron extender el cultivo a una gama mucho más amplia de suelos densos y tierras duras. Asimismo, los agricultores indígenas americanos de las grandes llanuras de América del Norte cultivaron plantas en los valles fluviales, pero la agricultura de los suelos duros en las extensas mesetas tuvo que esperar a los europeos del siglo XIX y sus arados tirados por animales.
Hasta aquí, las vías por las que la domesticación de animales y el cultivo de plantas condujeron directamente a poblaciones humanas más densas a la producción de alimentos en cantidades mayores que las que podían obtener con la forma de vida de los cazadores-recolectores. Una forma más indirecta suponía las consecuencias de la forma de vida sedentaria obligada por la producción de alimentos. Los integrantes de muchas sociedades de cazadores-recolectores se desplazan con frecuencia en busca de alimentos silvestres, pero los agricultores deben permanecer cerca de sus campos y huertos. La residencia fija resultante contribuye a que las poblaciones humanas sean más densas al permitir la reducción de los intervalos entre nacimientos. Una madre cazadora-recolectora que cambia de campamento sólo puede transportar a un niño, junto con sus escasas posesiones. No puede permitirse tener el hijo siguiente hasta que el vástago anterior pueda caminar con rapidez suficiente como para mantener el paso de la tribu y no quedarse atrás. En la práctica, los cazadores-recolectores nómadas espacian a sus hijos unos cuatro años mediante la amenorrea de la lactancia, la abstinencia sexual, el infanticidio y el aborto. En cambio, los pueblos sedentarios, que no están limitados por los problemas derivados de transportar a los niños de corta edad en las caminatas, pueden tener y criar tantos hijos como puedan alimentar. El intervalo entre nacimientos en muchos pueblos agricultores es del orden de dos años, la mitad que el de los cazadores-recolectores. Esta natalidad más alta de los productores de alimentos, junto con su capacidad de alimentar a más personas por hectárea, les permite alcanzar densidades de población mucho más elevadas que los cazadores-recolectores.
Otra consecuencia de la vida sedentaria es que permite almacenar los excedentes alimentarios, pues el almacenamiento sería inútil si no se permaneciera cerca para vigilar los alimentos almacenados. Aunque algunos cazadores-recolectores nómadas pueden recoger ocasionalmente más alimentos de los que pueden consumir en unos días, esa abundancia les resulta de escasa utilidad porque no pueden protegerla. Pero el alimento almacenado es fundamental para alimentar a los especialistas no productores de alimentos, y sin duda para mantener ciudades enteras de ello. De ahí que las sociedades de cazadores-recolectores nómadas tengan pocos o ningún especialista a tiempo completo, figura que apareció por vez primera en las sociedades sedentarias.
Dos tipos de tales especialistas son los reyes y los burócratas. Las sociedades de cazadores-recolectores tienden a ser relativamente igualitarias, a carecer de burócratas a tiempo completo y de jefes hereditarios, y a tener una organización política en pequeña escala al nivel de la horda o la tribu. Esto se debe a que todos los cazadores-recolectores sanos están obligados a dedicar gran parte de su tiempo a la adquisición de alimentos. En cambio, cuando se puede proceder al acopio de alimentos, una élite política puede hacerse con el control de los alimentos producidos por otros, afirmar el derecho a fijar impuestos, escapar de la necesidad de alimentarse a sí misma y dedicar íntegramente su tiempo a actividades políticas. De ahí que muchas sociedades agrícolas de tamaño moderado estén organizadas en jefaturas, y los reinos se circunscriban a las grandes sociedades agrícolas. Estas unidades políticas complejas son mucho más capaces de emprender una guerra de conquista que una horda igualitaria de cazadores. Algunos cazadores-recolectores de entornos especialmente ricos, como la costa noroccidental del Pacífico de América del Norte y la costa de Ecuador, desarrollaron también sociedades sedentarias, almacenamiento de alimentos e incipientes jefaturas, pero su avance por el camino que conducía a los reinos se detuvo ahí.
Los excedentes alimentarios almacenados, acumulados mediante la recaudación de impuestos, pueden mantener a otros especialistas a tiempo completo, además de los reyes y los burócratas. Sumamente importante para las guerras de conquista es que pueden utilizarse para alimentar a los soldados profesionales. Éste fue el factor decisivo de la derrota final de la bien armada población indígena maorí de Nueva Zelanda por el Imperio británico. Aunque los maoríes lograron algunas victorias temporales aplastantes, no pudieron mantener un ejército constantemente en el campo de batalla, y al final fueron derrotados por 18 000 soldados profesionales británicos. Los alimentos almacenados pueden alimentar asimismo a los sacerdotes, que aportan una justificación religiosa a las guerras de conquista; a artesanos como los trabajadores metalúrgicos, que desarrollan espadas, armas de fuego y otras tecnologías; y a los escribas, que conservan mucha más información de la que pueda recordarse con exactitud.
Hemos subrayado hasta aquí los valores directos e indirectos de los cultivos y el ganado como alimento. Sin embargo, tienen otros usos, como darnos calor y suministrarnos materiales valiosos. Los cultivos y el ganado producen fibras naturales para confeccionar vestidos, mantas, redes y cuerdas. La mayoría de los centros importantes de aclimatación de plantas desarrollaron no sólo cultivos alimentarios sino también cultivos de fibras, en particular el algodón, el lino y el cáñamo. Varios animales domésticos producían fibras animales, en particular la lana de la oveja, la cabra, la llama y la alpaca, y la seda del gusano de seda. Los huesos de animales domésticos eran importantes materias primas para fabricar los artefactos de los pueblos neolíticos antes del desarrollo de la metalurgia. Las pieles de vaca se utilizaban para hacer cuero. Una de las primeras plantas cultivadas en muchas zonas de América se plantaba con fines no alimentarios: la calabaza vinatera o de peregrino, que se utilizaba como recipiente.
Los grandes mamíferos domésticos revolucionaron además la sociedad humana al convertirse en nuestro medio de transporte terrestre hasta el desarrollo del ferrocarril en el siglo XIX. Antes de la domesticación de animales, el único medio para transportar mercancías y personas por tierra eran las espaldas de los seres humanos. Los grandes mamíferos cambiaron aquella situación: por primera vez en la historia humana fue posible trasladar mercancías pesadas en grandes cantidades, así como personas, rápidamente por tierra a grandes distancias. Los animales domésticos que se utilizaron como cabalgaduras fueron el caballo, el asno, el yak, el reno, el camello y el dromedario. Los animales de estas mismas especies, además de la llama, se utilizaron para transportar cargas. La vaca y el caballo fueron enganchados a carros, mientras que el reno y el perro tiraban de trineos en el Ártico. El caballo se convirtió en el principal medio de transporte a grandes distancias en la mayor parte de Eurasia. Las tres especies de camélido doméstico (el camello, el dromedario y la llama) desempeñaron un papel semejante en algunas zonas del norte de África y Arabia, Asia central y los Andes, respectivamente.
La contribución más directa de la domesticación de animales y el cultivo de plantas a las guerras de conquista fue el caballo euroasiático, cuyo papel militar le convirtió en el vehículo todoterreno y el tanque Sherman de la guerra de la antigüedad en ese continente. Como vimos en el capítulo 3, el caballo permitió que Cortés y Pizarro, al mando únicamente de pequeños grupos de aventureros, derrotasen a los imperios azteca e inca. Incluso mucho antes (hacia 4000 a. C.), en una época en que los caballos aún eran montados a pelo, pudieron ser el componente militar esencial de la expansión hacia Occidente de hablantes de lenguas indoeuropeas procedentes de Ucrania. Aquellas lenguas sustituyeron finalmente a todas las lenguas anteriores de Europa occidental, a excepción de la vasca. Cuando el caballo fue uncido después a carros y otros vehículos, los carros de combate tirados por caballos (inventados hacia 1800 a. C.) revolucionaron la guerra en Oriente Próximo, la región mediterránea y China. Por ejemplo, en 1674 a. C., el caballo permitió incluso que los hicsos, un pueblo extranjero, conquistasen un Egipto por entonces sin caballos y se erigiesen temporalmente en faraones.
Más adelante, tras la invención de la montura y el estribo, el caballo permitió que los hunos y las sucesivas oleadas de otros pueblos procedentes de las estepas de Asia aterrorizasen al Imperio romano y sus Estados sucesores, culminando con las conquistas por los mongoles de gran parte de Asia y Rusia en los siglos XIII y XIV.
El caballo no fue sustituido como principal vehículo de asalto y medio de transporte rápido en la guerra hasta la introducción del camión y el tanque en la Primera Guerra Mundial. Los camellos y dromedarios desempeñaron un papel militar semejante en sus respectivos ámbitos geográficos. En todos estos ejemplos, los pueblos que disponían de caballos (o camellos) domésticos, o de medios mejorados para utilizarlos, disfrutaron de una enorme ventaja militar sobre aquéllos que no los poseían.
Idéntica importancia en las guerras de conquista tuvieron los gérmenes que evolucionaron en las sociedades humanas con los animales domésticos. Enfermedades infecciosas como la viruela, el sarampión y la gripe surgieron como gérmenes especializados del ser humano, derivados de mutaciones de gérmenes ancestrales muy parecidos que habían infectado a los animales (capítulo 11). Los humanos que domesticaron los animales fueron los primeros que cayeron víctimas de los gérmenes recién evolucionados, pero esos humanos desarrollaron después una resistencia importante a las nuevas enfermedades. Cuando aquellas personas parcialmente inmunes entraron en contacto con otras que no habían estado expuestas previamente a los gérmenes, el resultado fueron epidemias en las que murió hasta el 99 por 100 de la población no expuesta previamente. Los gérmenes adquiridos así, en última instancia de los animales domésticos, desempeñaron un papel decisivo en la conquista por los europeos de los indígenas de América, Australia, África austral y Oceanía.
En resumen, la domesticación de animales y plantas significó cantidades muy superiores de alimentos y por tanto densidades de población mucho más elevadas. Los excedentes alimentarios resultantes, y (en algunas zonas) los medios de transporte animal de aquellos excedentes, fueron un requisito previo para el desarrollo de sociedades sedentarias, políticamente centralizadas, socialmente estratificadas, económicamente complejas y tecnológicamente innovadoras. De ahí que la disponibilidad de plantas y animales domésticos explique en última instancia por qué los imperios, la alfabetización y las armas de acero se desarrollaron primero en Eurasia y después, o nunca, en otros continentes. Los usos militares del caballo y el camello y el poder mortífero de los gérmenes derivados de los animales completan la lista de los vínculos fundamentales entre la producción de alimentos y la conquista que examinaremos en estas páginas.