Capítulo 17
Lancha rápida a Polinesia
La historia de las islas del Pacífico se compendia para mí en un hecho sucedido cuando, en compañía de tres amigos indonesios, caminaba en dirección a un comercio de Jayapura, la capital de la Nueva Guinea indonesia. Los nombres de mis amigos eran Achmad, Wiwor y Sauakari, y el comercio era regentado por un comerciante llamado Ping Wah. Achmad, funcionario del gobierno indonesio, actuaba como jefe, porque él y yo estábamos organizando un estudio ecológico para el gobierno y habíamos contratado a Wiwor y Sauakari como ayudantes locales. Pero Achmad nunca había estado antes en un bosque de las montañas de Nueva Guinea, y no tenía la menor idea de qué suministros comprar. Los resultados fueron cómicos.
En el momento en que mis amigos entraron en la tienda, Ping Wah leía un diario chino. Al ver entrar a Wiwor y Sauakari, siguió leyendo, pero escondió el periódico debajo del mostrador en cuanto advirtió la presencia de Achmad. Éste cogió un hacha, haciendo reír a Wiwor y Sauakari, porque la sostenía al revés. Wiwor y Sauakari le enseñaron cómo asirla correctamente y probarla. Achmad y Sauakari llegaron después a los pies descalzos de Wiwor, cuyos dedos estaban muy separados por no haber llevado zapatos en toda la vida. Sauakari cogió los zapatos más anchos que había en la tienda y los midió con los pies de Wiwor, pero el calzado seguía siendo demasiado estrecho, y la situación hizo que Achmad, Sauakari y Ping Wah rompieran a reír a carcajadas. Achmad cogió un peine de plástico para peinar sus cabellos negros y lacios. Dirigiendo su mirada al cabello recio y muy ensortijado de Wiwor, le entregó a éste el peine. El artefacto se atascó inmediatamente en el cabello de Wiwor, y después se rompió en cuanto Wiwor tiró de él. Todo el mundo comenzó a reír, incluido Wiwor. Wiwor respondió recordándole a Achmad que debería comprar grandes cantidades de arroz, porque en las aldeas de las montañas de Nueva Guinea no podían comprarse alimentos a excepción de batatas, que le revolverían el estómago a Achmad (más hilaridad).
A pesar de las risas, pude percibir las tensiones subyacentes. Achmad era javanés, Ping Wah era chino, Wiwor era un montañés de Nueva Guinea y Sauakari un habitante de las tierras bajas de la costa septentrional de Nueva Guinea. Los javaneses dominan el gobierno indonesio, que se anexionó la mitad occidental de Nueva Guinea en el decenio de 1960 y utiliza bombas y ametralladoras para aplastar a la oposición neoguineana. Achmad decidió más tarde quedarse en la ciudad y dejarme hacer solo el estudio del bosque con Wiwor y Sauakari. Me explicó su decisión señalando su cabello lacio y áspero, tan diferente del de los neoguineanos, y diciendo que éstos matarían a cualquiera que tuviera el cabello como el suyo si lo encontraban lejos del apoyo del ejército.
Ping Wah había apartado su periódico porque la importación de escritura china es teóricamente ilegal en la Nueva Guinea indonesia. En gran parte de Indonesia, los comerciantes son inmigrantes chinos. El temor mutuo latente entre los chinos económicamente dominantes y los javaneses políticamente dominantes estalló en 1966 en una revolución sangrienta, en la que los javaneses mataron a cientos de miles de chinos. En su condición de neoguineanos, Wiwor y Sauakari compartían la mayor parte de los rencores de los neoguineanos por la dictadura javanesa, pero también menospreciaban a sus respectivos grupos. Los montañeses rechazan a los habitantes de las tierras bajas por considerarlos afectados comedores de sagú, mientras que éstos rechazan a los montañeses por primitivos cabezotas, expresión con la que se refieren tanto a su voluminoso cabello ensortijado como a su fama de arrogantes. Unos días después de haber montado un campamento aislado en los bosques con Wiwor y Sauakari, estuvieron a punto de pelearse con hachas.
Las tensiones entre los grupos que Achmad, Wiwor, Sauakari y Ping Wah representan dominan la política de Indonesia, que es el cuarto país del mundo en población. Estas tensiones modernas tienen raíces que se remontan a miles de años atrás. Cuando pensamos en grandes movimientos de población ultramarinos, tendemos a centrarnos en los que han tenido lugar desde el descubrimiento de América por Colón, y en las sustituciones resultantes de los no europeos por los europeos en la época histórica. Pero ha habido también grandes movimientos ultramarinos mucho antes de Colón, y sustituciones prehistóricas de pueblos no europeos por otros pueblos no europeos. Wiwor, Achmad y Sauakari representan tres oleadas prehistóricas de pueblos que se desplazaron por mar desde Asia continental hasta el Pacífico. Los montañeses de Wiwor descienden probablemente de una temprana oleada que había colonizado Nueva Guinea desde Asia hace 40 000 años. Los antepasados de Achmad llegaron a Java en última instancia desde la costa del sur de China, hace unos 4000 años, culminando la sustitución allí de pueblos relacionados con los antepasados de Wiwor. Los antepasados de Sauakari llegaron a Nueva Guinea hace unos 3600 años, como parte de la misma oleada procedente de las costas del sur de China, mientras que los antepasados de Ping Wah continúan ocupando China.
El movimiento demográfico que llevó a los antepasados de Achmad y Sauakari a Java y Nueva Guinea, respectivamente, llamado expansión austroindonesia, fue uno de los mayores movimientos de población de los últimos 6000 años. Un flanco de ella se convirtió en los polinesios, que poblaron las islas más remotas del Pacífico y fueron los mayores navegantes entre los pueblos neolíticos. Las lenguas austroindonesias se hablan aún en nuestros días como lenguas autóctonas en más de la mitad de la extensión del planeta, desde Madagascar hasta la isla de Pascua. En este libro sobre los movimientos de población humana desde el final de los períodos glaciales, la expansión austroindonesia ocupa un lugar fundamental como uno de los fenómenos más importantes que deben ser explicados. ¿Por qué los austroindonesios, originarios en última instancia de China continental, colonizaron Java y el resto de Indonesia y sustituyeron a los habitantes originales de estas zonas, en vez de ser los indonesios quienes colonizaran China y sustituyeran a los chinos? Una vez ocupada toda Indonesia, ¿por qué fueron después los austroindonesios incapaces de ocupar más que una estrecha franja costera de las tierras bajas de Nueva Guinea, y por qué fueron totalmente incapaces de desplazar al pueblo de Wiwor de las tierras altas de Nueva Guinea? ¿Cómo se transformaron los descendientes de los emigrantes chinos en polinesios?
Hoy en día, la población de Java, la mayoría de las demás islas de Indonesia (excepto las más orientales) y Filipinas es bastante homogénea. En cuanto a apariencia y genes, los habitantes de estas islas son semejantes a los de China meridional, e incluso más parecidos a los pobladores del Asia suroriental tropical, especialmente los de la península malaya. Sus lenguas son igualmente homogéneas: aunque en Filipinas y el oeste y el centro de Indonesia se hablan 374 lenguas, todas ellas están estrechamente relacionadas y se inscriben en la misma subfamilia (malayo-polinesio occidental) de la familia de lenguas austroindonesias. Las lenguas austroindonesias llegaron a Asia continental por la península malaya y pequeñas zonas de Vietnam y Camboya, cerca de las islas indonesias más occidentales de Sumatra y Borneo, pero no se hablan en ningún otro punto del continente (fig. 17.1). Algunas palabras indonesias han pasado a otras lenguas occidentales, como «tabú» y «tatuaje» (de una lengua polinesia), «boondocks» (empleada en inglés para designar un lugar muy lejano, procedente del tagalo de Filipinas), y «amok», «batik» y «orangután» (del malayo).
Esta uniformidad genética y lingüística de Indonesia y Filipinas es tan sorprendente en un principio como la uniformidad lingüística predominante de China. Los célebres fósiles de Homo erectus de Java demuestran que el ser humano habita al menos en la zona occidental de Indonesia desde hace un millón de años. Este tiempo habría sido suficiente para que los humanos desarrollasen una diversidad genética y lingüística y adaptaciones tropicales, como piel oscura al igual que la de muchos otros pueblos tropicales, pero los indonesios y los filipinos tienen la piel clara.
Es sorprendente también que los indonesios y los filipinos sean tan parecidos a los pobladores del Asia suroriental tropical y del sur de China en otros rasgos físicos además de la piel clara y los genes. Una mirada al mapa pone de manifiesto que Indonesia ofrecía la única vía posible para que el ser humano llegara a Nueva Guinea y a Australia hace 40 000 años, por lo que podría esperarse ingenuamente que los indonesios modernos fueran iguales que los neoguineanos y los australianos modernos. En realidad, sólo hay unas pocas poblaciones parecidas a las de Nueva Guinea en la zona de Filipinas e Indonesia occidental, en especial los negritos que viven en las zonas montañosas de Filipinas. Del mismo modo que las tres poblaciones residuales parecidas a la de Nueva Guinea que hemos mencionado al hablar del sureste de Asia tropical (capítulo 16), los negritos de Filipinas podrían ser vestigios de poblaciones ancestrales del pueblo de Wiwor antes de su llegada a Nueva Guinea. Incluso esos negritos hablan lenguas austroindonesias semejantes a la de sus vecinos filipinos, lo cual implica que ellos también (al igual que los negritos semang de Malasia y los pigmeos de África) han perdido su lengua original.
Todos estos hechos indican con firmeza que, o bien asiáticos surorientales tropicales, o bien chinos meridionales que hablaban lenguas austroindonesias, se propagaron recientemente por Filipinas e Indonesia, sustituyendo a todos los habitantes anteriores de esas islas a excepción de los negritos de Filipinas, sustituyendo asimismo todas las lenguas insulares originales. Es evidente que este hecho tuvo lugar en fechas demasiado recientes como para que los colonizadores desarrollaran una piel negra, familias lingüísticas diferenciadas o un carácter distintivo genético o diversidad. Sus lenguas son, desde luego, mucho más numerosas que las ocho lenguas chinas dominantes de China continental, pero no son más diversas. La proliferación de muchas lenguas semejantes en Filipinas e Indonesia refleja simplemente el hecho de que las islas nunca experimentaron una unificación política y cultural, como fue el caso de China.
Los detalles de las distribuciones de las lenguas ofrecen valiosas pistas en relación con el camino de esta expansión austroindonesia que se admite como hipótesis. Toda la familia lingüística austroindonesia está formada por 959 lenguas, divididas en cuatro subfamilias. Pero una de estas subfamilias, llamada malayo-polinesia, comprende 945 de esas 959 lenguas y abarca casi en su totalidad el ámbito geográfico de la familia austroindonesia. Antes de la reciente expansión ultramarina de europeos que hablaban lenguas indoeuropeas, la austroindonesia era la familia lingüística más extendida en el mundo. Este hecho sugiere que la subfamilia malayopolinesia se diferenció recientemente de la familia austroindonesia y se difundió lejos desde su territorio originario austroindonesio, dando origen a muchas lenguas locales, todas las cuales continúan estrechamente emparentadas porque no ha transcurrido tiempo suficiente como para que se desarrollen grandes diferencias lingüísticas. Para la localización de ese territorio originario austroindonesio no deberíamos mirar, pues, a la subfamilia malayo-polinesia, sino a las otras tres subfamilias austroindonesias, que presentan diferencias entre sí y con respecto a la malayo-polinesia más importantes que las subfamilias de la malayo-polinesia entre sí.
Resulta que esas otras tres subfamilias tienen distribuciones coincidentes, todas ellas minúsculas en comparación con la distribución de la subfamilia malayo-polinesia. Están limitadas a los aborígenes de la isla de Taiwán, situada a sólo 150 km de la China continental meridional. Los aborígenes de Taiwán tuvieron la isla en gran medida para ellos mismos hasta que los chinos comenzaron a establecerse en gran número en los últimos mil años. El número de chinos que llegaron a la isla aumentó a partir de 1945, sobre todo después de la derrota de los nacionalistas por los comunistas chinos en 1949, de tal manera que los aborígenes constituyen ahora sólo el 2 por 100 de la población de Taiwán. La concentración de tres de las cuatro subfamilias austroindonesias en Taiwán parece indicar que, dentro del terreno austroindonesio actual, Taiwán es el territorio originario donde las lenguas austroindonesias se han hablado durante más milenios y han tenido sistemáticamente más tiempo para divergir. Todas las otras lenguas austroindonesias, desde las de Madagascar a las de la isla de Pascua, habrían brotado, pues, de una expansión demográfica a partir de Taiwán.
Podemos pasar ahora a las pruebas arqueológicas. Aunque entre los restos de antiguos emplazamientos de aldeas no se encuentran palabras fosilizadas junto con huesos y cerámica, sí revelan movimientos de personas y artefactos culturales que podrían estar relacionados con las lenguas. Como el resto del mundo, la mayor parte del actual dominio austroindonesio —Taiwán, Filipinas, Indonesia y muchas islas del Pacífico— estuvieron pobladas en un principio por cazadores-recolectores que carecían de cerámica, útiles de piedra pulimentada, animales domésticos y cultivos. Las únicas excepciones a esta generalización son las islas remotas de Madagascar, Melanesia oriental, Polinesia y Micronesia, a las que nunca llegaron los cazadores-recolectores y que permanecieron vacías de seres humanos hasta la expansión austroindonesia. Los primeros signos arqueológicos de algo diferente en el terreno austroindonesio provienen de… Taiwán. A partir más o menos del cuarto milenio a. C., aparecieron en Taiwán y en el litoral opuesto de la China continental meridional útiles de piedra pulimentada y un estilo de cerámica decorada distintivo (llamado cerámica Ta-p'en-k'eng) derivada de cerámica anterior de la China meridional continental. Restos de arroz y mijo en emplazamientos taiwaneses posteriores proporcionan pruebas de la existencia de la agricultura.
Los yacimientos Ta-p'en-k'eng de Taiwán y la costa del sur de China están llenos de espinas de peces y conchas de moluscos, así como de pesas de piedra para redes y de azuelas aptas para construir una canoa de madera ahuecando el tronco de un árbol. Evidentemente, aquellos primeros ocupantes neolíticos de Taiwán poseían embarcaciones adecuadas para la pesca de altura y para el tráfico marítimo regular a través del estrecho de Taiwán, que separa esa isla de la costa de China. Así pues, el estrecho de Taiwán pudo haber actuado como campo de entrenamiento donde los chinos del continente desarrollaron las técnicas marítimas de aguas abiertas que les permitirían expandirse por el Pacífico.
Un tipo específico de artefacto que vincula la cultura Ta-p'enk'eng de Taiwán con culturas posteriores de las islas de Oceanía es un batidor de corteza, utensilio de piedra que se utilizaba para golpear la fibrosa corteza de ciertas especies arbóreas para transformarlas en cuerdas, redes y vestidos. Una vez que los pueblos del Pacífico se extendieron más allá de la zona de distribución de los animales domésticos productores de lana y de los cultivos de plantas fibrosas, y por tanto de los vestidos tejidos, pasaron a depender del «tejido» de corteza golpeado para su vestimenta. Habitantes de la isla de Rennell, una isla polinesia tradicional que no se occidentalizó hasta el decenio de 1930, me contaron que la occidentalización produjo el maravilloso beneficio indirecto de que la isla se quedó en silencio. Se acabaron los ruidos de los batidores de corteza en todas partes, con los que se aporreaba tejidos de corteza desde el alba hasta después de anochecer todos los días.
En el plazo de aproximadamente un milenio después de la llegada de la cultura Ta-p'en-k'eng a Taiwán, las pruebas arqueológicas indican que culturas obviamente derivadas de ella se extendieron cada vez más lejos desde Taiwán hasta llenar el moderno territorio austroindonesio (fig. 17.2). Entre las pruebas figuran útiles de piedra pulida, cerámica, huesos de cerdos domésticos y restos de cultivos. Por ejemplo, la cerámica Ta-p'en-k'eng decorada de Taiwán dio paso a la cerámica lisa o roja no decorada, que también se ha encontrado en yacimientos de Filipinas y en las islas indonesias de Célebes y Timor. Este «lote» cultural de cerámica, útiles de piedra y animales domesticados apareció hacia 3000 a. C. en Filipinas, hacia 2500 a. C. en las islas indonesias de Célebes y el norte de Borneo y Timor, hacia 2000 a. C. en Java y Sumatra y hacia 1600 a. C. en la región de Nueva Guinea. Allí, como veremos, la expansión en ritmo de lancha rápida, a medida que los portadores del lote cultural corrían rumbo al este hasta el océano Pacífico antes deshabitado más allá del archipiélago de las Salomón. Las últimas fases de la expansión, durante el primer milenio de nuestra era, tuvieron como consecuencia la colonización de todas las islas polinesias y micronesias capaces de albergar seres humanos. Sorprendentemente, también se dirigió hacia el oeste a través del océano Índico para llegar a la costa oriental de África, para terminar en la colonización de la isla de Madagascar.
Al menos hasta que la expansión llegó a las costas de Nueva Guinea, el desplazamiento de una isla a otra se efectuaba probablemente mediante canoas con doble balancín, cuyo uso sigue siendo generalizado en nuestros días en toda Indonesia. Este diseño de embarcación representó un gran avance en relación con las sencillas piraguas de tronco de árbol que dominaban entre los pueblos tradicionales que vivían en cursos de agua interiores de todo el mundo. Una piragua de tronco es ni más ni menos que lo que su nombre indica: un tronco de árbol macizo excavado (es decir, ahuecado), y sus extremos moldeados, por una azuela. Dado que el fondo de la piragua es tan redondo como el tronco del que se ha tallado, el menor desequilibrio en la distribución del peso hace que la canoa se incline hacia el lado más pesado. Siempre que he remontado los ríos de Nueva Guinea en piraguas impulsadas por neoguineanos, he pasado gran parte del viaje aterrorizado: parecía que cada leve movimiento mío ponía en peligro de volcar la canoa y de enviarnos a mí y mis binoculares a intimar con los cocodrilos. Los habitantes de Nueva Guinea se las arreglan para parecer seguros mientras reman en las piraguas en lagos y ríos en calma, pero ni siquiera los neoguineanos pueden usar una piragua de este tipo en mares donde haya un modesto oleaje. De ahí que algún mecanismo estabilizador debió de ser fundamental no sólo para la expansión austroindonesia por Indonesia, sino incluso para la colonización inicial de Taiwán.
La solución consistió en amarrar dos troncos más pequeños (balancines o batangas) paralelos al casco y a cierta distancia de éste, uno a cada lado, unidos al casco por palos amarrados en perpendicular a éste y los balancines. Cuando el casco comienza a inclinarse hacia un lado, la flotabilidad del balancín de ese lado impide que éste sea empujado debajo del agua, y por tanto hace prácticamente imposible que la embarcación vuelque. La invención de la piragua con doble balancín debió de ser el gran avance tecnológico que desencadenó la expansión austroindonesia desde China continental.
Dos sorprendentes coincidencias entre las pruebas arqueológicas y lingüísticas respaldan la inferencia de que las personas que llevaron una cultura neolítica a Taiwán, Filipinas e Indonesia hace miles de años hablaban lenguas austroindonesias y eran antepasados de los hablantes austroindonesios que continúan habitando esas islas en nuestros días. En primer lugar, ambos tipos de prueba apuntan inequívocamente a la colonización de Taiwán como primera etapa de la expansión desde la costa del sur de China, y a la colonización de Filipinas e Indonesia desde Taiwán como fase siguiente. Si la expansión hubiera avanzado desde la península de Malaca en el sureste de Asia hasta la isla indonesia más cercana (Sumatra), a continuación a otras islas indonesias y finalmente a Filipinas y Taiwán, encontraríamos las divisiones más profundas (reflejo de la mayor profundidad temporal) de la familia lingüística austroindonesia entre las lenguas modernas de la península de Malaca y Sumatra, y las lenguas de Taiwán y Filipinas se habrían diferenciado recientemente dentro de una misma subfamilia. En cambio, las divisiones más profundas están en Taiwán, y las lenguas de la península de Malaca y Sumatra pertenecen a la misma subsubfamilia: una rama reciente de la subfamilia malayo-polinesia occidental, que es, a su vez, una rama bastante reciente de la subfamilia malayo-polinesia. Estos detalles de las relaciones lingüísticas coinciden a la perfección con las pruebas arqueológicas que indican que la colonización de la península de Malaca fue reciente, y que no precedió sino que siguió a la colonización de Taiwán, Filipinas e Indonesia.
La otra coincidencia entre los datos arqueológicos y lingüísticos se refiere al bagaje cultural que utilizaban los antiguos austroindonesios. La arqueología nos proporciona pruebas directas de cultura en forma de cerámica, huesos de cerdo y pescado, etc. Cabría preguntarse en un principio cómo un lingüista, que sólo estudia las lenguas modernas cuyas formas ancestrales no escritas siguen siendo desconocidas, podía conjeturar siquiera si los austroindonesios que vivían en Taiwán hace 6000 años tenían cerdos. La solución consiste en reconstruir los vocabularios de lenguas antiguas desaparecidas (llamadas protolenguas) comparando vocabularios de lenguas modernas derivadas de ellas.
Por ejemplo, las palabras que significan «oveja» en muchas lenguas de la familia lingüística indoeuropea, distribuida desde Irlanda hasta India, son muy parecidas: «avis», «avis», «ovis», «oveja», «ovtsa», «owis» y «oi», en lituano, sánscrito, latín, español, ruso, griego e irlandés, respectivamente. (Incluso el inglés conserva el término «ewe» para designar a la oveja, además de la más genérica y utilizada «sheep»). La comparación de los cambios de sonidos que las diversas lenguas indoeuropeas modernas han experimentado durante su historia indica que la forma original era «owis» en la lengua indoeuropea central que se hablaba hace unos 6000 años. Esa lengua ancestral no escrita recibe el nombre de protoindoeuropeo.
Evidentemente, los protoindoeuropeos de hace 6000 años tenían ovejas, de acuerdo con las pruebas que nos ofrece la arqueología. Casi 2000 palabras más de su vocabulario pueden reconstruirse de manera semejante, incluidos los términos que significan «cabra», «caballo», «rueda», «hermano» y «ojo». Pero no puede reconstruirse ninguna palabra protoindoeuropea que signifique «arma de fuego», que utiliza diferentes raíces en distintas lenguas indoeuropeas modernas: «gun» en inglés, «fusil» en francés, «ruzhyo» en ruso, etc. Esto no debe sorprender a nadie: la gente de hace 6000 años no podía tener una palabra que designara las armas de fuego, que fueron inventadas únicamente en los últimos 1000 años. Dado que no había una raíz compartida heredada que significase «arma de fuego», cada lengua indoeuropea tuvo que inventar o tomar prestada su propia palabra cuando se inventaron finalmente las armas de fuego.
Procediendo del mismo modo, podemos comparar las lenguas taiwanesa, filipina, indonesia y polinesia modernas para reconstruir una lengua protoaustroindonesia que se hablase en el pasado lejano. No es ninguna sorpresa que la lengua protoaustroindonesia reconstruida tuviera palabras con significados como «dos», «pájaro», «oreja», y «piojo»: naturalmente, los protoaustroindonesios podían contar hasta dos, conocían los pájaros y tenían orejas y piojos. Pero más interesante es saber que la lengua reconstruida tenía palabras que significan: «cerdo», «perro» y «arroz», que debían formar por tanto parte de la cultura protoaustroindonesia. La lengua reconstruida está llena de palabras que indican una economía marítima, como «canoa con balancín», «vela», «almeja gigante», «pulpo», «trampa para peces» y «tortuga marina». Las pruebas lingüísticas en relación con la cultura de los protoaustroindonesios, con independencia de dónde y cuándo vivieran, concuerda perfectamente con las pruebas arqueológicas en relación con la gente fabricante de cerámica, orientada hacia el mar y productora de alimentos, que vivía en Taiwán hace unos 6000 años.
El mismo procedimiento puede aplicarse para reconstruir el protomalayo-polinesio, la lengua ancestral que hablaban los austroindonesios después de emigrar de Taiwán. El protomalayo-polinesio contiene palabras para designar muchos cultivos tropicales como el taro, el fruto del árbol del pan, las bananas, los ñames y los cocos, para los cuales no ha podido reconstruirse ninguna palabra en protoaustroindonesio. Así pues, las pruebas lingüísticas indican que muchos cultivos tropicales se incorporaron al repertorio austroindonesio después de la emigración de Taiwán. Esta conclusión coincide con las pruebas arqueológicas: a medida que los agricultores colonizadores se extendían hacia el sur desde Taiwán (situado a unos 23º norte del ecuador) hacia los trópicos ecuatoriales, llegaron a depender cada vez más de cultivos de tubérculos y árboles tropicales, que pasaron a llevar con ellos hasta el Pacífico tropical.
¿Cómo pudieron aquellos agricultores de habla austroindonesia procedentes del sur de China a través de Taiwán sustituir a la población original de cazadores-recolectores de Filipinas y el oeste de Indonesia de manera tan completa que apenas se han conservado pruebas genéticas y ninguna lingüística de aquella población original? Las razones se asemejan a las razones por las que los europeos sustituyeron o exterminaron a los indígenas australianos en los últimos dos siglos, y a las razones por las que los chinos meridionales habían sustituido antes a la población del Asia suroriental tropical original: la mayor densidad de población de los agricultores, la superioridad de los útiles y de las armas, el mayor desarrollo de las embarcaciones y los conocimientos marítimos y las enfermedades epidémicas para las que los agricultores tenían resistencia, pero no así los cazadores-recolectores. En Asia continental, los agricultores de habla austroindonesia pudieron sustituir asimismo a algunos de los antiguos cazadores-recolectores de la península de Malaca, porque los austroindonesios colonizaron la península desde el sur y el este (desde las islas indonesias de Sumatra y Borneo) más o menos en la misma época en que los agricultores de habla austroasiática colonizaban la península desde el norte (desde Tailandia). Otros austroindonesios lograron establecerse en algunas zonas del sur de Vietnam y Camboya para convertirse en los antepasados de la moderna minoría chamic de esos países.
Sin embargo, los agricultores austroindonesios no pudieron extenderse más por el sureste asiático continental, porque agricultores austroasiáticos y tai-kadai habían sustituido ya a los antiguos cazadores-recolectores de la zona, y porque los agricultores austroindonesios no tenían ventaja alguna sobre los agricultores austroasiáticos y tai-kadai. Aunque inferimos que los hablantes austroindonesios tuvieran su origen en las costas del sur de China, las lenguas austroindonesias actuales no se hablan en ningún lugar de China continental, posiblemente porque se contaban entre los cientos de antiguas lenguas chinas eliminadas por la expansión hacia el sur de los hablantes chinotibetanos. Se cree, sin embargo, que las familias lingüísticas más cercanas a la austroindonesia son la tai-kadai, la austroasiática y la miao-yao. Así pues, aunque las lenguas austroindonesias en China no pudieron sobrevivir a la matanza de las dinastías chinas, algunas de sus lenguas hermanas y primas sí lo hicieron.
Hemos seguido ya las etapas iniciales de la expansión austroindonesia a lo largo de 4000 km desde las costas del sur de China, pasando por Taiwán y Filipinas, hasta el oeste y el centro de Indonesia. En el curso de esta expansión, los austroindonesios llegaron a ocupar todas las zonas habitables de esas islas, desde la costa al interior, y desde las tierras bajas hasta las montañas. En 1500 a. C., sus huellas arqueológicas familiares, incluidos los huesos de cerdo y una cerámica lisa bañada en rojo, indican que habían llegado a la isla de Halmahera, en el oeste de Indonesia, a unos 300 km del extremo occidental de la gran isla montañosa de Nueva Guinea. ¿Procedieron a apoderarse de esa isla, como ya habían hecho con las grandes islas montañosas de Célebes, Borneo, Java y Sumatra?
No lo hicieron, como una mirada a los rostros de la mayoría de los neoguineanos modernos pone de relieve, y como los pormenorizados estudios genéticos sobre los genes de los habitantes de Nueva Guinea confirman. Mi amigo Wiwor y todos los demás montañeses de Nueva Guinea son evidentemente distintos de los indonesios, los filipinos y los chinos meridionales en su piel oscura, el cabello muy ensortijado y la forma del rostro. La mayoría de los pobladores de las tierras bajas del interior y de la costa meridional de Nueva Guinea se parecen a los montañeses a excepción de que tienden a ser más altos. Los expertos en genética no han encontrado indicadores genéticos austroindonesios característicos en las muestras de sangre de los montañeses de Nueva Guinea.
Pero las poblaciones de las costas septentrional y oriental de Nueva Guinea y las de los archipiélagos de Bismarck y Salomón, al norte y este de Nueva Guinea, presentan un cuadro más complejo. En apariencia, son intermedios en grado variable entre los montañeses como Wiwor y los indonesios como Achmad, aunque por término medio están considerablemente más cerca de Wiwor. Por ejemplo, mi amigo Sauakari, procedente de la costa septentrional, tiene un cabello ondulado intermedio entre el cabello lacio de Achmad y el cabello ensortijado de Wiwor, y la piel algo más pálida que la de Wiwor, aunque mucho más oscura que la de Achmad. Genéticamente, los habitantes de las islas Bismarck y Salomón y los de las costas septentrionales de Nueva Guinea son más o menos un 15 por 100 austroindonesios y un 85 por 100 como los pobladores de las tierras altas de Nueva Guinea. De ahí que sea evidente que los austroindonesios llegaron a la región de Nueva Guinea pero no penetraron en absoluto en el interior de la isla, diluyéndose genéticamente entre los residentes anteriores de Nueva Guinea en la costa septentrional y las islas.
Las lenguas modernas cuentan en esencia la misma historia pero añaden detalles. En el capítulo 15 explicamos que la mayoría de las lenguas de Nueva Guinea, llamadas lenguas papúas, no guardan relación con ninguna familia lingüística de otras partes del mundo. Sin excepción, todas las lenguas que se hablan en las montañas de Nueva Guinea, todas las tierras bajas del suroeste y el sur-centro de Nueva Guinea, incluida la costa, y el interior de Nueva Guinea septentrional, son lenguas papúas. Pero se hablan lenguas austroindonesias en una estrecha franja situada inmediatamente al norte de las costas surorientales. La mayoría de las lenguas de los archipiélagos de Bismarck y Salomón son austroindonesias: las lenguas papúas se hablan sólo en rincones aislados de algunas islas.
Las lenguas austroindonesias que se hablan en las Bismarck y en las Salomón y en las costas septentrionales de Nueva Guinea están relacionadas, como una subsubsubfamilia independiente llamada oceánica, con la subsubsubfamilia de lenguas que se habla en Halmahera y el extremo occidental de Nueva Guinea. Esa relación lingüística confirma, como cabría esperar observando un mapa, que los hablantes austroindonesios de la región de Nueva Guinea llegaron a través de Halmahera. Los detalles de las lenguas austroindonesias y papuas y su efectiva distribución por el norte de Nueva Guinea atestiguan el largo contacto entre los invasores austroindonesios y los residentes hablantes de lenguas papuas. Tanto las lenguas austroindonesias como las papuas de la región muestran grandes influencias en vocabulario y gramática, por lo que resulta difícil decidir si ciertas lenguas son básicamente lenguas austroindonesias influidas por las papuas o a la inversa. Cuando se viaja de una aldea a otra por la costa septentrional de sus islas colindantes, se pasa de una aldea con lengua austroindonesia a una aldea con lengua papua, y después a otra aldea que habla una lengua austroindonesia, sin discontinuidad genética en las fronteras lingüísticas.
Todo esto indica que los descendientes de los invasores austroindonesios y de los neoguineanos originales han comerciado, se han pasado y han adquirido los genes y las lenguas del otro grupo durante miles de años en la costa septentrional de Nueva Guinea y sus islas. Este prolongado contacto transfirió las lenguas austroindonesias con más eficacia que los genes austroindonesios, con el resultado de que la mayoría de los habitantes de las islas Bismarck y Salomón hablan ahora lenguas austroindonesias, aun cuando su apariencia y la mayoría de sus genes sigan siendo papuas. Pero ni los genes ni las lenguas de los austroindonesios penetraron en el interior de Nueva Guinea. El resultado de su invasión de Nueva Guinea fue, pues, muy diferente del resultado de su invasión de Borneo, Célebes y otras grandes islas indonesias, donde su apisonadora eliminó la mayoría de las huellas de los genes y las lenguas de los anteriores habitantes. Para comprender lo que sucedió en Nueva Guinea, volvamos a las pruebas que nos ofrece la arqueología.
Hacia 1600 a. C., casi simultáneamente con su aparición en Halmahera, aparecen en la región de Nueva Guinea huellas arqueológicas familiares de la expansión austroindonesia: cerdos, gallinas, perros, cerámica bañada en rojo y azuelas de piedra pulida y de conchas gigantes. Pero dos rasgos distinguen la llegada de los austroindonesios de la de su llegada anterior a Filipinas e Indonesia.
La primera característica consiste en los diseños de la cerámica, que son rasgos estéticos sin ninguna significación económica pero que permiten a los arqueólogos reconocer inmediatamente un yacimiento austroindonesio primitivo. Aunque la mayor parte de la primitiva cerámica austroindonesia en Filipinas e Indonesia no estaba decorada, la cerámica de la región de Nueva Guinea estaba bellamente decorada con diseños geométricos dispuestos en bandas horizontales. En otros aspectos, la cerámica conservó el baño rojo y las formas características de las vasijas de la cerámica austroindonesia anterior en Indonesia. Evidentemente, los pobladores austroindonesios de la región de Nueva Guinea tuvieron la idea de «tatuar» sus vasijas, quizá inspirados en los dibujos geométricos que ya habían utilizado en sus tejidos de corteza y sus tatuajes corporales. Este estilo recibe el nombre de cerámica de Lapita, por un yacimiento arqueológico del mismo nombre que permitió su descripción.
La característica distintiva más importante de los primitivos yacimientos austroindonesios en la región de Nueva Guinea es su distribución. A diferencia de los de Filipinas e Indonesia, donde incluso los yacimientos primitivos austroindonesios más antiguos que se conocen están en grandes islas como Luzón y Borneo y Célebes, los yacimientos con cerámica de Lapita de la región de Nueva Guinea se limitan prácticamente a pequeños islotes contiguos a islas remotas más extensas. Hasta la fecha, se ha encontrado cerámica de Lapita en sólo un yacimiento (Aitape) de la costa septentrional de Nueva Guinea, y en un par de yacimientos de las islas Salomón. La mayoría de los yacimientos de Lapita de la región de Nueva Guinea están en las islas Bismarck, el islote frente a las costas de las islas más extensas de las Bismarck, y ocasionalmente en las costas de las propias islas mayores. Dado que (como veremos) los fabricantes de cerámica de Lapita eran capaces de navegar miles de kilómetros, está claro que el hecho de no trasladar sus aldeas a unos kilómetros de distancia hasta las islas Bismarck más grandes, o a unas decenas de kilómetros hasta Nueva Guinea, no se debió a su incapacidad para llegar allí.
La base de la subsistencia de Lapita puede reconstruirse a partir de los desperdicios excavados por los arqueólogos en yacimientos de Lapita. Los pueblos de Lapita dependían sobremanera de los alimentos marinos, que incluían peces, marsopas, tortugas marinas, escualos y mariscos. Tenían cerdos, gallinas y perros y comían las nueces de muchos árboles (incluidos los cocos). Aunque probablemente también comían los habituales cultivos de tubérculos austroindonesios, como el taro y los ñames, resulta difícil obtener pruebas de estos cultivos, porque las duras cáscaras de las nueces sí tienen muchas más probabilidades que las blandas raíces de perdurar durante miles de años en los montones de desperdicios.
Naturalmente, es imposible demostrar directamente que las personas que hacían la cerámica de Lapita hablaran una lengua austroindonesia. Sin embargo, dos hechos permiten afirmar que esta inferencia es prácticamente segura. En primer lugar, a excepción de las decoraciones de las vasijas, las vasijas propiamente dichas y su parafernalia cultural asociada son semejantes a los restos culturales encontrados en yacimientos de Indonesia y Filipinas antepasados de sociedades modernas de habla austroindonesia. En segundo lugar, la cerámica de Lapita aparece también en islas remotas del Pacífico que no habían tenido población humana anterior, mientras que no se encuentran pruebas de una segunda oleada importante de poblamiento posterior a la que llevó las vasijas de Lapita, y donde los modernos habitantes hablan una lengua austroindonesia (volveremos a este punto más adelante). De ahí que pueda suponerse que la cerámica de Lapita señala la llegada de los austroindonesios a la región de Nueva Guinea.
¿Qué hacían aquellos fabricantes de vasijas austroindonesios en islotes adyacentes a las islas mayores? Probablemente vivían de la misma manera que los modernos alfareros vivieron hasta tiempos recientes en los islotes de la región de Nueva Guinea. En 1972 visité una de estas aldeas en el islote de Malai, en el archipiélago de Siassi, frente a las costas de la isla de tamaño medio de Umboi, situada a su vez frente a las costas de la isla mayor de las Bismarck, Nueva Bretaña. Cuando desembarqué en Malai en busca de aves, sin saber nada de la gente que vivía ahí, me sorprendió la visión que me saludó. En vez de la pequeña aldea habitual con chozas bajas, rodeada de grandes huertos suficientes para alimentar a la aldea, y con algunas canoas varadas en la playa, la mayor parte de la superficie de Malai estaba ocupada por casas de madera de dos plantas adosadas una a la otra, sin dejar espacio para huertos, es decir el equivalente neoguineano del centro de Manhattan. En la playa había hileras de grandes canoas. Resultó que los pobladores de la isla de Malai, además de ser pescadores, eran también alfareros, talladores y comerciantes especializados, que vivían fabricando vasijas y cuencos de madera bellamente decorados que transportaban en sus canoas a las islas más grandes, cambiando sus productos por cerdos, perros, verduras y otros artículos necesarios. Incluso la madera para las canoas de Malai se obtenía mediante el comercio con habitantes de las aldeas de la vecina isla de Umboi, dado que en Malai no hay árboles suficientemente grandes como para ser transformados en canoas.
En la época anterior a la navegación europea, el comercio entre las islas en la región de Nueva Guinea estaba monopolizado por estos grupos especializados de alfareros constructores de canoas, expertos en navegar sin instrumentos de navegación, que vivían en islotes cercanos a islas mayores y ocasionalmente en aldeas costeras de las islas principales. Cuando llegué a Malai en 1972, aquellas redes comerciales indígenas se habían desmoronado o contraído, en parte por la competencia de las embarcaciones con motor y las vasijas de aluminio europeas, en parte porque el gobierno colonial australiano prohibió los desplazamientos en canoa a larga distancia después de algunos accidentes en los que los comerciantes se ahogaron. Yo diría que los alfareros de Lapita fueron los comerciantes interinsulares de la región de Nueva Guinea en los siglos posteriores a 1600 a. C.
La expansión de las lenguas austroindonesias a la costa septentrional de Nueva Guinea, y de ahí a las islas más grandes de los archipiélagos de Bismarck y Salomón, debió de tener lugar en su mayor parte después de la época de Lapita, ya que los propios yacimientos de Lapita se concentraban en los islotes de las Bismarck. No fue sino hasta aproximadamente el año 1 cuando una cerámica derivada del estilo de Lapita apareció en la parte meridional de la península suroriental de Nueva Guinea. Cuando los europeos empezaron a explorar Nueva Guinea a finales del siglo XIX, todo el resto de la costa meridional de Nueva Guinea albergaba aún poblaciones de hablantes de lenguas papúas exclusivamente, aun cuando las poblaciones hablantes de lenguas austroindonesias se habían establecido no sólo en la península suroriental, sino también en las islas de Aru y Kei (situadas a unos 120 km de la costa meridional del oeste de Nueva Guinea). Los austroindonesios dispusieron, pues, de miles de años para colonizar el interior de Nueva Guinea y su costa meridional desde bases cercanas, pero no lo hicieron. Incluso su colonización de la franja costera del norte de Nueva Guinea fue más lingüística que genética: todos los pueblos de las costas septentrionales siguieron siendo predominantemente neoguineanos en sus genes. En el mejor de los casos, algunos de ellos se limitaron a adoptar lenguas austroindonesias, posiblemente para comunicarse con los comerciantes situados a larga distancia, que son quienes vinculaban a las sociedades.
Así pues, el resultado de la expansión austroindonesia por la región de Nueva Guinea fue opuesto al realizado por Indonesia y Filipinas. En esta última región, la población autóctona desapareció, presumiblemente expulsada, matada, infectada o asimilada por los invasores. En la primera región, la población autóctona resistió en su mayor parte a los invasores. Los invasores (los austroindonesios) eran los mismos en ambos casos, y las poblaciones indígenas también podrían haber sido genéticamente semejantes entre sí, si la población indonesia original sustituida por los austroindonesios hubiese estado realmente emparentada con la de Nueva Guinea, como sugerimos más atrás. ¿Por qué los resultados fueron opuestos?
La respuesta se hace evidente cuando se piensa en las diferentes circunstancias culturales de las poblaciones autóctonas de Indonesia y Nueva Guinea. Antes de la llegada de los austroindonesios, la mayor parte de Indonesia estaba escasamente poblada por cazadores-recolectores que no disponían siquiera de útiles de piedra pulimentada. En cambio, la producción de alimentos se había establecido ya desde miles de años atrás en las tierras altas de Nueva Guinea, y probablemente también en las tierras bajas de Nueva Guinea y en las islas Bismarck y Salomón. Las tierras altas de Nueva Guinea albergaban algunas de las poblaciones más densas de pueblos de la Edad de Piedra del mundo moderno.
Los austroindonesios disfrutaron de pocas ventajas para competir con las poblaciones establecidas en Nueva Guinea. Algunos de los cultivos que permitían la subsistencia de los austroindonesios, como el taro, los ñames y las bananas, habían sido aclimatados ya probablemente de manera independiente en Nueva Guinea antes de la llegada de los austroindonesios. Los pobladores de Nueva Guinea integraron fácilmente las gallinas, los perros y especialmente los cerdos de los austroindonesios en sus economías productoras de alimentos. Los neoguineanos tenían ya útiles de piedra pulimentada. Eran al menos tan resistentes a las enfermedades tropicales como los austroindonesios, porque portaban los mismos cinco tipos de protecciones genéticas contra la malaria que los austroindonesios, y algunos o todos estos genes evolucionaron de manera independiente en Nueva Guinea. Los neoguineanos eran ya consumados navegantes, aunque no tanto como los fabricantes de la cerámica de Lapita. Decenas de miles de años antes de la llegada de los austroindonesios, los neoguineanos habían colonizado los archipiélagos de Bismarck y Salomón, y el comercio de obsidiana (una piedra volcánica apta para fabricar útiles afilados) esperaba en las Bismarck al menos 18 000 años antes de la llegada de los austroindonesios. Los neoguineanos parecen haberse expandido incluso recientemente hacia el oeste en contra de la marea austroindonesia, hasta el este de Indonesia, donde las lenguas que se hablan en las islas de Halmahera norte y Timor son típicas lenguas papúas emparentadas con algunas lenguas del oeste de Nueva Guinea.
En pocas palabras, los resultados variables de la expansión austroindonesia ilustran llamativamente el papel de la producción de alimentos en los movimientos de población humana. Los productores de alimentos austroindonesios emigraron a dos regiones (Nueva Guinea e Indonesia) ocupadas por pueblos residentes que probablemente estaban relacionados entre sí. Los residentes en Indonesia eran aún cazadores-recolectores, mientras que los residentes en Nueva Guinea eran ya productores de alimentos y habían desarrollado muchos de los elementos concomitantes de la producción de alimentos (poblaciones densas, resistencia a las enfermedades, tecnología más avanzada, etc.). En consecuencia, aunque la expansión austroindonesia barrió a los indonesios originarios, no se impuso en tal medida en la región de Nueva Guinea, del mismo modo que tampoco se impuso a los productores de alimentos austroasiáticos y taikadai en el Asia suroriental tropical.
Hemos seguido ya la trayectoria de la expansión austroindonesia a través de Indonesia y hasta las costas de Nueva Guinea y el sureste asiático tropical. En el capítulo 19 la seguiremos por el océano Indico hasta Madagascar, aunque en el capítulo 15 vimos las dificultades ecológicas que impidieron que los austroindonesios se estableciesen en el norte y el oeste de Australia. El impulso restante de la expansión comenzó cuando los alfareros de Lapita navegaron mucho más al este, hasta un espacio insular donde ningún otro ser humano había llegado antes. Hacia 1200 a. C., los fragmentos de cerámica de Lapita, el triunvirato familiar de cerdos, gallinas y perros, y las demás marcas arqueológicas habituales de los austroindonesios aparecieron en los archipiélagos de Fiji, Samoa y Tonga, situados a más de 1500 km al este de las islas Salomón. Al comienzo de la era cristiana, la mayoría de estas mismas marcas (con la notable excepción de la cerámica) aparecieron en las islas de Polinesia oriental, incluidas las islas de la Sociedad y las Marquesas.
Otros largos periplos en canoas llevaron colonizadores hacia el norte hasta Hawai, al este a Pitcairn y la isla de Pascua, y al suroeste hasta Nueva Zelanda. Los habitantes autóctonos de la mayoría de estas islas son actualmente polinesios, siendo, pues, los descendientes directos de los alfareros de Lapita. Hablan lenguas austroindonesias estrechamente relacionadas con las de la región de Nueva Guinea, y sus principales cultivos son el lote austroindonesio que incluía taro, ñames, bananas, cocos y frutos del árbol del pan.
Con el poblamiento de las islas Chatham, frente a las costas de Nueva Zelanda, hacia 1400, apenas un siglo antes de que los «exploradores» europeos llegaran al Pacífico, la tarea de explorar el Pacífico fue culminada finalmente por los asiáticos. Su tradición de exploración, que duraba ya miles de años, había comenzado cuando los antepasados de Wiwor se expandieron a través de Indonesia hasta Nueva Guinea y Australia. No terminó hasta que se quedó sin objetivos y casi todas las islas habitables del Pacífico habían sido ocupadas.
Para cualquier persona interesada en la historia universal, las sociedades humanas de Asia oriental y del Pacífico son instructivas, porque ofrecen numerosos ejemplos de cómo el entorno moldea la historia. Dependiendo de su territorio geográfico, los pueblos de Asia oriental y del Pacífico fueron diferentes en su acceso a especies vegetales y animales silvestres domesticables, tanto como en su contacto con otros pueblos. Una y otra vez, los pueblos que tienen acceso a los requisitos previos para la producción de alimentos, y que tienen una localización que favorece la difusión de tecnología desde otros lugares, sustituyeron a los pueblos que carecían de estas ventajas. Una y otra vez, cuando una sola oleada de colonizadores se expandió por entornos diversos, sus descendientes se desarrollaron de manera distinta, dependiendo de esas diferencias del medio.
Por ejemplo, hemos visto que los chinos meridionales desarrollaron producción de alimentos y tecnología autóctonas, recibieron la escritura y más tecnologías y estructuras políticas que el norte de China, y avanzaron hasta colonizar el Asia suroriental tropical y Taiwán, sustituyendo en gran medida a los anteriores habitantes de esas zonas. En Asia suroriental, entre los descendientes o parientes de aquellos colonos chinos meridionales productores de alimentos, los yumbris de los bosques fluviales de montaña del noreste de Tailandia y Laos volvieron a vivir como cazadores-recolectores, mientras que unos parientes cercanos de los yumbris, los vietnamitas (que hablaban una lengua de la misma subsubfamilia austrasiática que los yumbris), siguieron siendo productores de alimentos en el rico delta del río Rojo y fundaron un extenso imperio basado en los metales. Asimismo, entre los agricultores emigrantes austroindonesios de Taiwán e Indonesia, los punan de los bosques pluviales de Borneo se vieron obligados a volver a la forma de vida de los cazadores-recolectores, mientras que sus parientes que vivían en los ricos suelos volcánicos de Java siguieron siendo productores de alimentos, fundaron un reino bajo la influencia de India, adoptaron la escritura y construyeron el gran monumento budista de Borobudur. Los austroindonesios que llegaron a colonizar Polinesia quedaron aislados de la metalurgia y la escritura de Asia oriental, por lo que permanecieron sin escritura ni metales. Como vimos en el capítulo 2, sin embargo, la organización política y social y las economías polinesias experimentaron una gran diversificación en los diferentes entornos. Al cabo de un milenio, los colonizadores de Polinesia oriental habían vuelto a la caza y la recolección en las islas Chatham, mientras construían un protoestado con producción intensiva de alimentos en Hawai.
Cuando los europeos llegaron finalmente, sus ventajas tecnológicas y de otra índole les permitieron establecer una dominación colonial temporal en la mayoría de las islas del sureste del Asia tropical y del Pacífico. Sin embargo, los gérmenes y los productores de alimentos autóctonos no impidieron que los europeos se estableciesen en la mayor parte de esta región en número importante. Dentro de esta zona, sólo Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y Hawai —las islas más extensas y remotas, situadas más lejos del ecuador y por tanto en los climas más cercanos al templado (semejante al de los europeos)— albergan ahora grandes poblaciones europeas. Así pues, a diferencia de Australia y América, Asia oriental y la mayoría de las islas del Pacífico continúan pobladas por pueblos de Asia oriental y el Pacífico.