Capítulo 20

¿Quiénes son los japoneses?

Entre las potencias mundiales de nuestros días, el pueblo japonés es el más característico por su cultura y su entorno. El origen de su lengua es una de las cuestiones más discutidas de la lingüística: entre las demás lenguas principales del mundo, no hay ni una sola sobre la que persistan aún dudas acerca de sus afinidades con otros idiomas. ¿Quiénes son los japoneses? ¿Cuándo llegaron a Japón y de dónde provenían? ¿Y cómo llegaron a desarrollar su sin igual lengua? Estas preguntas ocupan una posición central en la imagen que los japoneses tienen de sí mismos y en cómo los contemplan los demás pueblos. La creciente preponderancia de Japón y sus relaciones con sus vecinos, en ocasiones delicadas, confieren más importancia que nunca a la tarea de desmantelar mitos muy arraigados y buscar respuestas ciertas.

El reducido espacio que dediqué a Japón en ediciones anteriores de Armas, gérmenes y acero representa la laguna geográfica más importante de mi libro. La acumulación de nuevos datos sobre los orígenes del lenguaje y la genética de los japoneses desde que apareciera la primera edición de mi libro, me anima a evaluar cómo se ajusta el caso de Japón a mi marco general. La búsqueda de respuestas es una tarea difícil dadas las contradicciones que ofrecen los diferentes tipos de evidencias. Por una parte, el pueblo japonés no presenta rasgos biológicos distintivos, puesto que su apariencia y sus genes son muy similares a los de otros orientales, sobre todo a los de los coreanos. Como a los japoneses les gusta resaltar, ellos son bastante homogéneos desde el punto de vista cultural y biológico: hay pocas diferencias entre personas de diferentes zonas de Japón, a excepción de un pueblo muy distinto denominado «ainu», en la isla más septentrional de Japón, Hokkaido. Todos estos hechos parecen indicar que los japoneses llegaron hace poco a Japón procedentes del este del Asia continental y que desplazaron a los ainu, que son sus pobladores originales. Pero, si esto fuera cierto, podríamos esperar que la lengua japonesa mostrara afinidades estrechas y evidentes con algunas lenguas del este del Asia continental, del mismo modo que la lengua inglesa guarda una estrecha relación con otras lenguas germánicas debido a que los anglosajones del continente invadieron Inglaterra en una fecha tan reciente como el siglo VI. ¿Cómo podemos resolver esta contradicción entre la supuesta antigüedad de la lengua de Japón y todas las demás evidencias de que su origen es más reciente?

Se han propuesto cuatro teorías en conflicto, cada una de ellas popular en determinados países e impopular en otros. La idea más popular en Japón es que los japoneses evolucionaron paulatinamente a partir de un antiguo pueblo del período glaciar que ocupó Japón mucho antes del año 20 000 a. C. En Japón también está muy extendida la teoría de que los japoneses eran descendientes de jinetes nómadas del centro de Asia que atravesaron Corea para conquistar Japón en el siglo IV d. C., pero que en ningún caso eran coreanos. Una teoría que goza de popularidad entre muchos coreanos y arqueólogos occidentales, y que es muy impopular en algunos círculos de Japón, es la de que los japoneses son descendientes de inmigrantes procedentes de Corea que llegaron con su agricultura de arrozales en torno al año 400 a. C. Por último, los pueblos citados en las otras tres teorías podrían haberse fusionado para dar lugar a los japoneses actuales.

Cuando surgen preguntas similares sobre los orígenes de otros pueblos, se pueden discutir sin apasionamiento. Pero esto no sucede con las preguntas sobre el origen de los japoneses. Fue un logro muy notable que Japón, a diferencia de tantos otros países no europeos, conservara su independencia política y su cultura mientras emergía del aislamiento y desarrollaba una sociedad industrial a finales del siglo XIX. Ahora, el pueblo japonés está comprensiblemente preocupado por mantener sus tradiciones ante la influencia cultural occidental masiva. Quieren creer que su lengua y su cultura son tan únicas que han exigido procesos de desarrollo de una complejidad igualmente única, a diferencia de los que tuvieron lugar en otros lugares del mundo. Reconocer que la lengua japonesa está vinculada con cualquier otra lengua parece constituir una renuncia a su identidad cultural.

Hasta 1946, en las escuelas japonesas se enseñaba un mito de la historia de Japón basado en las primeras crónicas japonesas, que datan del período comprendido entre los años 712 y 720. Dichas crónicas describen cómo la diosa solar Amaterasu, nacida del ojo izquierdo del dios creador Izanagi, envió a su nieto Ninigi a la isla japonesa de Kyushu para que contrajera matrimonio con una deidad terrenal. El bisnieto de Ni-nigi, Jimmu, ayudado por una resplandeciente ave sagrada que dejó indefensos a sus enemigos, se convirtió en el primer emperador de Japón en el año 660 a. C. Para rellenar el vacío comprendido entre 660 a. C. y los primeros monarcas japoneses cuya existencia está históricamente documentada, las crónicas se inventaron otros trece emperadores igualmente ficticios.

Antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, cuando el emperador Hirohito reveló al pueblo japonés que él no descendía directamente de los dioses, los arqueólogos e historiadores japoneses tuvieron que adaptar sus interpretaciones a esta nueva explicación. Pese a que hoy en día gozan de mayor libertad para interpretar, aún continúan las restricciones. Los monumentos arqueológicos más importantes de Japón —los 158 túmulos gigantescos del período kofun que se erigieron entre los años 300 y 686, y que se considera que albergan los restos de antiguos emperadores y sus familias— son todavía propiedad de la casa imperial japonesa. Está prohibido excavar las tumbas porque ello constituiría una profanación; y también podría derramar una luz no deseada acerca de la verdadera procedencia de la familia imperial de Japón (por ejemplo, ¿acaso Corea?).

Mientras que en Estados Unidos los pueblos que no guardaban relación alguna con la mayor parte de los actuales estadounidenses (los indígenas americanos) dejaron yacimientos arqueológicos, en Japón se cree que los yacimientos, con independencia de cuál sea su antigüedad, han sido abandonados por antepasados de los propios japoneses modernos. De ahí que en Japón la arqueología se financie con presupuestos astronómicos y despierte la atención pública hasta un extremo inconcebible en ningún otro lugar del mundo. Todos los años, los arqueólogos japoneses excavan más de diez mil fosas y contratan a más de cincuenta mil arqueólogos de campo. Así pues, en Japón se han descubierto yacimientos neolíticos en una cifra veinte veces superior a la de toda China. En la televisión y en las primeras páginas de los periódicos más importantes de Japón aparecen reportajes sobre excavaciones casi a diario. Decididos a demostrar que los antepasados de los actuales japoneses modernos llegaron a Japón en un pasado remoto, los arqueólogos que informan sobre las excavaciones resaltan lo diferentes que eran los antiguos habitantes de Japón de los pueblos actuales de cualquier otro lugar, y lo parecidos que eran a los japoneses de hoy en día. Por ejemplo, un arqueólogo japonés que ofrecía una conferencia sobre un yacimiento de 2000 años de antigüedad llamaría la atención sobre las fosas de desperdicios en las que los habitantes del emplazamiento arrojarían la basura sin procesar, ilustrando con ello que los japoneses de aquellos remotos tiempos ya practicaban la limpieza de la que hoy en día se enorgullecen sus supuestos descendientes.

Lo que dificulta sobremanera analizar de forma desapasionada la arqueología japonesa es que las interpretaciones que los japoneses hacen de su pasado afectan a su conducta actual. De los pueblos del este de Asia, ¿quién llevó la cultura a quién?, ¿quién es superior desde el punto de vista cultural y quién es un bárbaro?, y ¿quién es titular de derechos históricos sobre la tierra de quién? Por ejemplo, hay infinidad de evidencias arqueológicas de que existieron intercambios de personas y objetos materiales entre Japón y Corea en el período comprendido entre los años 300 y 700 d. C. Los japoneses entienden que esto significa que Japón conquistó Corea y que después trasladó esclavos y artesanos coreanos a Japón; la interpretación coreana indica, por el contrario, que Corea conquistó Japón, y que los fundadores de la familia imperial japonesa eran coreanos.

Por tanto, cuando Japón envió tropas a Corea y se la anexionó en 1910, los dirigentes militares japoneses celebraron la anexión como «el restablecimiento del legítimo orden de la Antigüedad». Durante los 35 años posteriores, las fuerzas de ocupación japonesas trataron de erradicar la cultura coreana y sustituir en las escuelas el coreano por la lengua japonesa. A las familias coreanas que han vivido en Japón durante varias generaciones todavía les resulta difícil adquirir la ciudadanía japonesa. En Japón, las «sepulturas de narices» todavía contienen los apéndices nasales amputados de 20 000 coreanos, que fueron trasladados a Japón como trofeos de una invasión japonesa de aquel país en el siglo XVI. No son de extrañar la resistencia generalizada que hay en Corea ante lo japonés ni el desprecio generalizado que sienten en Japón hacia los coreanos.

Por citar solo un ejemplo de cómo las disputas arqueológicas aparentemente arcanas pueden levantar pasiones, pensemos en la reliquia arqueológica más famosa del Japón protohistórico: la espada del túmulo de Eta-Funayama, del siglo V, declarada patrimonio nacional y expuesta en el Museo Nacional de Japón. Sobre la espada de hierro hay una inscripción en caracteres chinos grabada en letras de plata, una de las muestras más antiguas que nos quedan de la escritura de Japón. En ella se habla de un Gran Rey, de un funcionario que le servía y de un escriba coreano llamado Chóan. Algunos caracteres chinos están incompletos, oxidados o han desaparecido, y es necesario adivinar cuáles son. Tradicionalmente, los especialistas japoneses entendieron que los caracteres desaparecidos indicaban que el rey era el emperador japonés Mizuha-wake, el de los Dientes Hermosos, citado en las crónicas japonesas del siglo VIII. Sin embargo, en 1966 el historiador coreano Kim Sokhyong escandalizó a los especialistas japoneses con la sugerencia de que el nombre desaparecido era en realidad el del rey Kaero de Corea, y que el funcionario citado era en realidad uno de sus vasallos coreanos que por aquel tiempo administraba algunas zonas de Japón. ¿Cuál era en realidad «el legítimo orden de la Antigüedad»?

Hoy en día, Japón y Corea son ambas centros económicos neurálgicos que se miran frente a frente a través del estrecho de Tsushima y se contemplan a través de las lentes distorsionadas de los mitos falsos y las atrocidades auténticas del pasado. Es un mal augurio para el futuro del este de Asia que estos dos grandes pueblos no puedan encontrar unos cimientos comunes. Para encontrar ese fundamento común será esencial comprender correctamente quién es realmente el pueblo japonés y cómo se separó del pueblo coreano, que tan estrechamente vinculado a él está.

Los puntos de partida para comprender la peculiar cultura de Japón son su geografía y su entorno igualmente peculiares. A primera vista, Japón podría asemejarse desde el punto de vista geográfico a Gran Bretaña, puesto que ambos son grandes archipiélagos que flanquean el continente euroasiático en el este y el oeste, respectivamente. Pero hay diferencias muy concretas que se revelan importantes: Japón es un poco más grande y está más alejada del continente. La superficie de Japón, de casi 378 000 km2, supera en más de la mitad a la de Gran Bretaña y es casi igual a la de California. Gran Bretaña se encuentra solo a 35 kilómetros de la costa francesa, pero Japón se encuentra a 177 kilómetros del punto más próximo del continente asiático (Corea del Sur), a 290 de la Rusia continental y a 740 de la China continental.

Quizá como consecuencia de ello, a lo largo de su historia Gran Bretaña se ha visto mucho más implicada con la Europa continental que Japón con el Asia continental. Sin ir más lejos, desde la época de Cristo se han materializado desde el continente cuatro invasiones de Gran Bretaña, pero ninguna de Japón (a menos que Corea conquistara realmente el Japón protohistórico). Y en sentido contrario, desde los tiempos de la conquista normanda del año 1066, las tropas británicas han combatido en el continente en todos los siglos, mientras que antes del siglo XIX no hubo nunca tropas japonesas en el Asia continental, a excepción de en Corea durante el período protohistórico y la última década del siglo XVI. Así pues, las especificaciones geográficas han hecho de Japón un país más aislado y, por consiguiente, portador de rasgos más distintivos desde el punto de vista cultural que los de Gran Bretaña.

Por lo que respecta al clima de Japón, su pluviosidad, que asciende hasta los 4064 milímetros anuales, lo convierte en el país de clima templado más húmedo del mundo. Además, a diferencia de las lluvias invernales que predominan en gran parte de Europa, en Japón las lluvias se concentran en la estación de crecimiento estival. Esta combinación de elevada pluviosidad y lluvias estivales confiere a Japón la tasa de productividad vegetal más elevada de todas las naciones de zonas templadas. La mitad de sus tierras de cultivo están dedicadas al cultivo intensivo de arroz de regadío y alto rendimiento, lo cual se ve favorecido por los numerosos ríos que fluyen desde las húmedas montañas hacia las llanuras bajas y en leve pendiente. Pese a que el 80 por ciento de las zonas rurales de Japón son tierras montañosas poco propicias para la agricultura y únicamente el 14 por ciento son tierras de cultivo, ese Japón agrario sustenta por kilómetro cuadrado una densidad de población ocho veces superior a la de Gran Bretaña. De hecho, en relación a la extensión de tierras de cultivo disponibles, Japón es la sociedad con mayor densidad de población del mundo.

La elevada pluviosidad de Japón garantiza también que sus bosques, una vez talados, se regeneren con rapidez. Pese a los miles de años de alta densidad de ocupación humana, la primera impresión que Japón produce en todo el mundo es la de su verdor, puesto que más del 70 por ciento de su extensión rural está todavía cubierta de bosques (en comparación con el 10 por ciento de Gran Bretaña). Y, a la inversa, todo ese bosque significa que no hay pastizales autóctonos ni praderas naturales. Tradicionalmente, el único animal que se criaba a gran escala en Japón para obtener alimento era el cerdo; las ovejas y las cabras nunca han sido relevantes, y el ganado vacuno se criaba para que tirara de arados y carros, pero no para obtener alimento. La ternera criada en Japón sigue siendo un alimento de lujo para unos pocos adinerados, ya que alcanza un precio de hasta 200 dólares el kilo.

La composición de los bosques japoneses varía con la latitud y la altitud: bosques de frondosas de hoja perenne en el sur y a baja altitud, bosques de frondosas caducifolias en el centro de Japón y bosques de coníferas en el norte y a elevada altitud. El bosque más productivo para los seres humanos prehistóricos era el de frondosas caducifolias, dada su abundancia de frutos secos comestibles, como la nuez, la castaña, la castaña de Indias, la bellota y el hayuco. Al igual que sus bosques, las aguas japonesas son extraordinariamente productivas. Los lagos y ríos, el mar Interior, el mar de Japón, al oeste, y el océano Pacífico, al este, están repletos de pescado, como el salmón, la trucha, el atún, la sardina, la caballa, el arenque y el bacalao. En la actualidad, Japón es el país más importante del mundo en lo que a capturas, importaciones y consumo de pescado se refiere. Las aguas japonesas también son ricas en almejas, ostras y demás marisco de concha, en cangrejos, gambas y langostas, así como en algas marinas comestibles. Como veremos, la elevada productividad de la tierra, el agua dulce y los mares fue un elemento clave en la prehistoria de Japón.

Antes de pasar a ocuparnos de las evidencias que aporta la arqueología, analicemos lo que sobre el origen de los japoneses aportan la biología, la lingüística, las primeras representaciones de su apariencia y los registros documentales. Los conflictos derivados de estos cuatro tipos de evidencias al uso son los que convierten los orígenes de Japón en un asunto tan controvertido.

De sudoeste a nordeste, las cuatro islas japonesas principales son Kyushu, Shikoku, Honshu (la más grande) y Hokkaido. Antes de que se produjera la inmigración japonesa a gran escala a Hokkaido, en el siglo XIX, esta isla (y el norte de la de Honshu) estaban pobladas desde tiempos inmemoriales principalmente por los ainu, que eran cazadores-recolectores que solo practicaban la agricultura de forma muy limitada, mientras que los japoneses ocupaban las otras tres islas. Tanto en sus genes y esqueletos como por su apariencia externa, los japoneses son muy similares a los demás asiáticos del este, entre los que se encuentran los habitantes del norte de China, los de la Siberia oriental y, sobre todo, los coreanos. Mis amigos japoneses y coreanos dicen incluso que a veces ellos mismos tienen dificultades para determinar si alguien es japonés o coreano mirándole solo a la cara.

Por lo que respecta a los ainu, los rasgos distintivos de su aspecto se han traducido en que se ha escrito más sobre sus orígenes y relaciones que sobre los de cualquier otro pueblo de la Tierra. Los varones ainu exhiben una barba muy poblada y tienen más vello corporal que cualquier otro pueblo. Este hecho, unido a otros rasgos heredados, como el patrón de sus huellas dactilares o el tipo de cera de sus oídos, ha supuesto que a menudo se les catalogue como caucasianos (también llamados «blancos») que consiguieron emigrar de algún modo hacia el este atravesando Eurasia y acabaron en Japón. Con todo, en su equipamiento genético general los ainu están vinculados a otros asiáticos del este, entre los que se encuentran los japoneses, los coreanos y los habitantes de la isla de Okinawa. Quizás en su aspecto externo característico intervengan relativamente pocos genes, que acaso surgieron mediante selección sexual con posterioridad a que los ainu emigraran desde el Asia continental y quedaran aislados en el archipiélago japonés. A menudo se entiende que la peculiar apariencia y la forma de vida cazadora-recolectora de los ainu, y la peculiar apariencia y la forma de vida de la agricultura intensiva de los japoneses, indican directamente que los ainu eran descendientes de los cazadores-recolectores originarios de Japón, y que los japoneses son invasores más recientes procedentes del Asia continental.

Pero resulta difícil conciliar este punto de vista con los rasgos distintivos de la lengua japonesa, acerca de la cual todo el mundo coincide en que no guarda relación estrecha ni directa con ninguna otra lengua del mundo (al modo en que el francés es una lengua próxima al español). Todo lo que se puede decir de sus parentescos es que muchos especialistas consideran que se trata de una variedad aislada de la familia de lenguas altaicas de Asia, que está compuesta por las lenguas túrcicas, las lenguas mongolas y las lenguas tungús o manchú-tungús de la Siberia oriental. También suele considerarse que el coreano es una lengua aislada de esta familia, y en el seno de esa familia, el japonés y el coreano pueden tener alguna relación mayor entre sí que con otras lenguas altaicas. Sin embargo, las semejanzas entre el japonés y el coreano se reducen a unos pocos rasgos gramaticales generales y a aproximadamente el 15 por ciento de su vocabulario básico, en lugar de ser los rasgos gramaticales y léxicos específicos y comunes que vinculan al francés y el español. Si aceptamos que el japonés y el coreano guardan alguna relación, por remota que sea, el hecho de que compartan el 15 por ciento de su vocabulario hace pensar que las dos lenguas comenzaron a divergir entre si hace más de cinco mil años, frente a los únicamente dos mil años o menos en los que el francés y el español han estado diferenciándose. Por lo que respecta a la lengua ainu, sus parentescos son profundamente dudosos; podría no guardar ninguna relación especial con el japonés.

Una vez examinados la biología y el lenguaje, el tercer tipo de evidencia de que disponemos sobre los orígenes de los japoneses procede de las representaciones antiguas. Las primeras descripciones que se conservan de los habitantes de Japón son las estatuillas denominadas «haniwa», erigidas alrededor de los túmulos hace aproximadamente mil quinientos años. Sobre todo por la forma de sus ojos, las estatuillas representan inequívocamente a habitantes del Asia oriental, como los actuales japoneses o coreanos. No recuerdan a los muy barbados ainu. Si los japoneses reemplazaron efectivamente a los ainu en Japón al sur de Hokkaido, ese reemplazo debió de producirse antes del año 500 d. C. Cuando en el año 1615 los japoneses establecieron asentamientos comerciales en Hokkaido, empezaron a tratar a los ainu de Hokkaido de un modo muy parecido a como los norteamericanos trataron a los indígenas americanos. Los ainu fueron sometidos, confinados en reservas, obligados a trabajar para las estaciones comerciales, expulsados de las tierras deseadas por los agricultores japoneses, y muertos cuando se rebelaban. Cuando Japón se anexionó Hokkaido en 1869, los maestros de escuela japoneses realizaron esfuerzos decididos para eliminar la cultura y la lengua ainu. En la actualidad, esta lengua prácticamente ha desaparecido y quizá no quede ningún ainu de pura cepa.

La primera información escrita de que disponemos sobre Japón procede de las crónicas chinas, ya que China desarrolló la escritura mucho antes de que se extendiera desde allí hacia Corea o Japón. Desde el año 108 hasta el 313, China ocupó un asentamiento en la actual Corea del Norte e intercambió emisarios con Japón. En las consiguientes crónicas chinas sobre los diversos pueblos a los que se referían como «bárbaros del este», se describe a Japón bajo el nombre de Wa, cuyos habitantes, según se dice, conformaban un centenar de pequeños Estados independientes que no cesaban de combatir entre sí. Solo nos han quedado unas cuantas inscripciones japonesas anteriores al año 700 en las que se hable de los coreanos, pero en Japón se escribieron crónicas más extensas en los años 712 y 720, y en Corea con posterioridad a estas fechas. Si bien estas crónicas japonesas y coreanas afirman referir historias de períodos anteriores, ambas están repletas de invenciones evidentes concebidas para ensalzar y legitimar a las familias gobernantes, como el relato japonés según el cual su emperador descendía de la diosa solar Amaterasu. Sin embargo, las crónicas bastan para dejar claro que en Japón hubo una enorme influencia de la propia Corea, y de China a través de Corea, que se tradujo en la introducción en Japón del budismo, la escritura, la metalurgia, algunas artesanías y los procedimientos burocráticos. Las crónicas también están repletas de notas sobre la presencia de coreanos en Japón y de japoneses en Corea, cosa que los historiadores japoneses y coreanos interpretan, respectivamente, como una evidencia de la conquista japonesa de Corea o a la inversa.

Vemos, por tanto, que los antepasados de los japoneses llegaron a Japón antes de que dispusieran de escritura, y que sus rasgos biológicos indicarían que su llegada fue reciente, pero su lenguaje parece sugerir que esa llegada se produjo hace al menos 5000 años. Pasemos ahora a examinar las evidencias que proporciona la arqueología con el fin de tratar de resolver este rompecabezas. Veremos que las antiguas sociedades japonesas se encontraban entre las más sorprendentes del mundo.

Japón en la época de las glaciaciones

En la actualidad, gran parte de Japón y de la costa de Asia oriental está rodeada de mares poco profundos. Por tanto, esos mares se convirtieron en tierras durante las glaciaciones, momento en el que gran parte del agua de los océanos pasó a formar parte de glaciares y el nivel del mar descendió hasta aproximadamente 150 metros por debajo de su actual nivel. En aquella época, la isla más septentrional de Japón, Hokkaido, estaba unida a la Rusia continental mediante una pasarela de tierra que atravesaba lo que en la actualidad es la isla de Sajalín; la isla más meridional de Japón, Kyushu, estaba unida a Corea del Sur por otra pasarela de tierra que atravesaba lo que en la actualidad es el estrecho de Tsushima; todas las principales islas japonesas formaban un único territorio; y gran parte de la extensión de lo que hoy en día son el mar Amarillo y el mar de la China Oriental constituían extensiones de tierra de la China continental. Por consiguiente, no debe sorprendernos que entre los mamíferos que salieron de Japón para recorrer aquellos puentes terrestres mucho antes de que se hubieran inventado los barcos se encontraran no solo los antepasados de los actuales osos y monos de Japón, sino también seres humanos. Los utensilios de piedra indican la llegada de seres humanos hace nada menos que medio millón de años. Los utensilios de piedra antiguos del norte de Japón recuerdan a los de Siberia y el norte de China, pero los del sur de Japón se parecen a los de Corea y el sur de China, lo cual hace pensar que se utilizaron ambos puentes de tierra, tanto el del sur como el del norte.

El Japón de las glaciaciones no era un lugar fantástico para vivir. Aun cuando la mayor parte de Japón se libró de glaciares como los que cubrían Gran Bretaña y Canadá, Japón era no obstante un lugar frío, seco y masivamente cubierto de bosques de coniferas y abedules que ofrecían pocos alimentos vegetales a los seres humanos. Estos inconvenientes convierten a la ya de por sí prematura Edad del Hielo japonesa en algo aún más impresionante: hace aproximadamente treinta mil años los japoneses constituían ya uno de los primeros pueblos del mundo que había desarrollado utensilios de piedra afilados mediante pulimentación, en lugar de tratarse de piedras desbastadas o talladas. En la arqueología de Gran Bretaña, los utensilios pulimentados se consideran un gran avance cultural que diferencia al Neolítico (la Edad de la Piedra Nueva o Pulimentada) del Paleolítico (la Edad de la Piedra Antigua o Tallada), pero en Gran Bretaña no aparecen hasta la llegada de la agricultura, hace menos de siete mil años.

Hace aproximadamente trece mil años, cuando los glaciares se fundieron rápidamente en todo el mundo, en Japón mejoraron de forma espectacular las condiciones para los seres humanos. Las temperaturas, la pluviosidad y la humedad se elevaron, lo cual incrementó la productividad vegetal hasta los altos niveles actuales por los que Japón destaca entre los países de clima templado. Los bosques de frondosas caducifolias en los que abundaban los árboles de frutos secos, que durante las glaciaciones habían quedado confinados al sur de Japón, se extendieron hacia el norte en detrimento de los bosques de coníferas, con lo que se sustituyó un tipo de bosque que había sido bastante estéril para los seres humanos por otro tipo de bosque mucho más productivo. El aumento del nivel del mar eliminó los puentes de tierra, supuso que Japón dejara de ser un pedazo del continente asiático para pasar a formar un gran archipiélago, convirtió lo que anteriormente había sido una llanura en ricas plataformas continentales de poca profundidad y dio lugar a miles de kilómetros de nuevas y muy productivas costas con infinidad de islas, bahías, plataformas intermareales y estuarios, todos ellos abarrotados de pescado.

El fin de la Edad del Hielo vino acompañado del primero de los dos cambios más decisivos para la historia japonesa: la invención de la cerámica. En una experiencia pionera para la humanidad, la gente dispuso de recipientes con la forma que se le antojara y desprovistos de fisuras. Gracias a esta nueva posibilidad de almacenar, cocer al vapor o cocinar alimentos, accedieron a abundantes fuentes de recursos alimentarios que anteriormente resultaban difíciles de aprovechar: vegetales de hoja grande, que arderían o se deshidratarían si se cocinaban sobre el fuego; marisco, que ahora se podía abrir con facilidad; y otros alimentos tóxicos o amargos, pero en todo caso nutritivos, como las bellotas o las castañas de Indias, de las que ahora se podían eliminar las toxinas dejándolas en remojo. Los alimentos cocidos podían utilizarse para alimentar a los niños pequeños, lo cual permitía destetarlos antes y que sus madres tuvieran bebés de nuevo con intervalos más breves. Ahora se podía alimentar a los ancianos desdentados, los depositarios de la información en una sociedad preletrada, y vivían más tiempo. Todas estas trascendentales consecuencias de la cerámica desencadenaron una explosión demográfica que significó que la población de Japón aumentara desde aproximadamente unos pocos miles de personas hasta un cuarto de millón de habitantes.

Los japoneses, naturalmente, no fueron el único pueblo de la Antigüedad que dispuso de cerámica: la cerámica se inventó en la Antigüedad de forma independiente en muchos momentos y lugares distintos del mundo. Pero la cerámica conocida más antigua del mundo se fabricó en Japón hace 12 700 años. Cuando en 1960 se dieron a conocer estas dataciones mediante radiocarbono, ni siquiera los científicos japoneses pudieron creerlas en primera instancia. Según la experiencia más común entre los arqueólogos, se supone que las invenciones se desplazan desde la tierra firme hacia las islas, y no se espera que las pequeñas sociedades de la periferia aporten avances revolucionarios al resto del mundo. Según la experiencia de los arqueólogos japoneses más concretamente, se considera que China es la fuente de los grandes adelantos culturales de Asia oriental, como la agricultura, la escritura, la metalurgia y cualquier otra cosa de importancia. En la actualidad, casi cuarenta años después de que se realizaran esas primeras dataciones de cerámica de Japón, los arqueólogos todavía sienten vértigo ante el impacto que les produjo el carbono 14, que es como se denomina comúnmente a este método. En China y el este de Rusia (cerca de Vladivostok) se ha encontrado más cerámica antigua. Los arqueólogos asiáticos compiten para batir el registro japonés. (De hecho, acabo de enterarme de que hay rumores de que los chinos y los rusos están a punto de batirlo). Pero los japoneses todavía ostentan el récord mundial, con una cerámica que es miles de años más antigua que la más antigua del Creciente Fértil o de Europa.

El prejuicio de que, supuestamente, los habitantes insulares aprenden de pueblos superiores, los habitantes continentales, no fue la única razón de que la cerámica japonesa que batió el registro produjera semejante impacto. Además, aquellos primeros alfareros japoneses eran claramente cazadores-recolectores, y esto también contradecía los puntos de vista al uso. En su mayoría, las que poseen cerámica son las sociedades sedentarias: ¿para qué quiere un nómada cargar con toda una colección de pesadas vasijas, además de con las armas y los bebés, cada vez que se muda de campamento? De ahí que los cazadores-recolectores no suelan tener cerámica, puesto que las sociedades más sedentarias de cualquier otro lugar del mundo florecieron únicamente cuando adoptaron la agricultura. Pero el entorno japonés es tan productivo que fue uno de los pocos lugares donde la población podía instalarse y fabricar cerámica mientras todavía vivía de la caza y la recolección. La cerámica contribuyó a que aquellos cazadores-recolectores japoneses explotaran los abundantes recursos alimentarios de su entorno durante más de diez mil años antes de que llegara a Japón la agricultura intensiva. A diferencia de ello, la cerámica no se adoptó en el Creciente Fértil hasta aproximadamente mil años después de la introducción de la agricultura.

Así pues, no es extraño que la cerámica japonesa fuera simple desde el punto de vista tecnológico comparado con las calidades actuales. Carecía de vidrio, estaba hecha a mano en lugar de en un torno, se cocía en fuegos al aire libre en lugar de al horno, y la temperatura de cocción era relativamente baja. Pero, a medida que fue pasando el tiempo, fue fabricándose con una increíble profusión de formas que la elevan a la categoría de arte para los criterios de cualquier época. Gran parte de ella se decoraba con rodetes o presionando con una cuerda sobre el barro cuando todavía estaba fresco. Como la palabra japonesa para referirse al «dibujo de cuerdas» es «jomon», el término «jomon» se aplica a la propia cerámica, ai antiguo pueblo japonés que la fabricaba y a la totalidad del período de la prehistoria japonesa que se inicia con la invención de la cerámica y termina 10 000 años después.

Vasija «jomon»

La cerámica jomon más antigua, de 12 700 años de antigüedad, procede de Kyushu, la isla japonesa más meridional. Desde allí, la cerámica se extendió hacia el norte hasta alcanzar las inmediaciones de la actual Tokio hace aproximadamente nueve mil quinientos años y la isla más septentrional, Hokkaido, hace menos de siete mil años. La expansión hacia el norte de la cerámica siguió a la expansión hacia el norte de los bosques caducifolios con abundancia de frutos secos, lo cual parece indicar que la explosión alimentaria fue lo que hizo posible la vida sedentaria y la explosión de la cerámica. El estilo de la cerámica jomon más antigua es bastante uniforme en todo Japón, lo cual refuerza esta interpretación de que la cerámica fue una invención exclusiva de algún lugar del sur, desde donde se extendió. Con el paso del tiempo, nacieron unas cuantas docenas de estilos regionales a lo largo de los más de 2400 kilómetros de longitud del archipiélago japonés.

¿De qué vivía el pueblo jomon? Disponemos de abundantes evidencias en la basura que este pueblo abandonó en centenares de miles de yacimientos arqueológicos excavados y en los montones de conchas de marisco repartidas por todo Japón. Resulta que era un pueblo cazador, recolector y pescador que gozaba de una dieta tan asombrosamente diversa y equilibrada que hoy en día sería objeto de elogios por parte de los nutricionistas modernos.

Una categoría de alimentos principal eran los frutos secos, sobre todo las castañas y las nueces, más las castañas de Indias y las bellotas, una vez desprovistas de sus amargos tóxicos. Los frutos secos se podían recoger en otoño en cantidades prodigiosas para después almacenarse para el invierno en silos subterráneos de hasta dos metros de profundidad y otros dos de anchura. Entre los demás alimentos vegetales que recogían se encontraban bayas, frutas, semillas, hojas, brotes, bulbos y raíces. En total, al pasar por la basura jomon, el tamiz de los arqueólogos identificó 64 especies de plantas comestibles.

Al igual que ahora, ya entonces los habitantes de Japón eran uno de los principales consumidores de pescado del mundo. El atún se cazaba en mar abierto con arpón; las marsopas eran conducidas a aguas poco profundas donde, al igual que les sucede en el Japón actual, se las aporreaba o arponeaba; a las focas se las mataba en las playas; en los ríos se explotaban los remontes estacionales del salmón; se capturaba una gran variedad de pescado con redes, trampas o anzuelos tallados en asta de venado; y en las zonas intennareales se recogía marisco, cangrejos y algas marinas, ya fuera a pie o buceando. Los esqueletos jomon exhiben una incidencia elevada de lo que los patólogos denominan «exostosis auditivas», que supone un crecimiento anormal de los huesos de los oídos que a menudo puede observarse hoy día en los buceadores.

Entre los animales terrestres que se cazaban, las presas más habituales eran el jabalí y el venado, seguidos de la cabra montesa y el oso. A estos animales de caza se los atrapaba en fosos trampa, se los mataba con arco y flecha o se los agotaba mediante el acoso de perros. Durante el período jomon aparecieron huesos de cerdo en islas próximas a la costa, lugares donde no se dan los cerdos de forma natural; lo cual hace que nos preguntemos si el pueblo jomon no estaría empezando a realizar experimentos con la domesticación de cerdos.

La cuestión más polémica sobre la subsistencia de los jomon guarda relación con la posible participación de la agricultura. Los yacimientos jomon suelen contener restos de plantas comestibles que son autóctonas de Japón en sus variedades silvestres, pero que también se cultivan en la actualidad, entre las que se encuentran las judías chinas (Phaseoíus angularis), el frijol chino (Vigna radiata) y el mijo japonés. Los restos procedentes de la época jomon no presentan rasgos morfológicos claros que diferencien las variedades cultivadas de sus antepasadas silvestres, de modo que no sabemos si estas plantas se recogían en forma silvestre o se cultivaban de forma deliberada. En los yacimientos también hay restos de especies vegetales comestibles o provechosas que no son autóctonas de Japón, y que debieron de ser introducidas allí procedentes del continente asiático por su valor, como el trigo rabión, el melón, la calabaza vinatera, el cáñamo y el shiso o iresine (utilizado como condimento). Alrededor del año 1200 a. C., a finales del período jomon, empezaron a aparecer unos pocos granos de arroz, cebada, panizo blanco y mijo, los cereales básicos de Asia oriental. Todas estas tentadoras pruebas hacen probable que el pueblo jomon estuviera empezando a practicar en parte la agricultura de tala y quema, pero sin duda era de un modo ocasional que únicamente representaba una contribución menor para su dieta.

No pretendo transmitir la impresión de que todos estos alimentos que he mencionado se ingirieran en todo el territorio del Japón jomon. En la zona de bosques rica en frutos secos, al norte de Japón, eran especialmente importantes los silos de almacenamiento de frutos, junto con la caza de la foca y la pesca. En el sur, en cuyos bosques no abundaban los frutos secos, el marisco asumía un papel más importante. Pero, aun así, la diversidad es lo que caracteriza a cada una de las dietas locales jomon, e incluso los alimentos preparados de los jomon. Por ejemplo, según indican los restos de comida que se conservan, el pueblo jomon mezclaba en diferentes proporciones harina de castaña y de nuez, carne y sangre de cerdo y venado y huevos de ave para elaborar, o bien una especie de galleta de la señorita Jomon rica en carbohidratos, o bien lo que sería una hamburguesa Mcjomon, rica en proteínas. Los cazadores-recolectores ainu de época reciente mantenían cociendo agua a fuego lento en una cazuela de barro a la que arrojaban todo tipo de alimentos juntos; sus predecesores jomon que vivieran en los mismos lugares y comieran los mismos alimentos podrían haber hecho lo mismo.

He señalado que su cerámica (incluidas unas pesadas piezas de hasta un metro de altura) hace pensar que los cazadores-recolectores jomon fueron sedentarios en lugar de nómadas. Otras evidencias que revelan que su residencia era fija proceden de sus pesados utensilios de piedra, de los restos de sólidas viviendas semienterradas con señales de haber sido reformadas, de ruinas de grandes aldeas en las que vivían un centenar o más de habitantes, y de cementerios. Todos estos rasgos diferencian al pueblo jomon de los actuales cazadores-recolectores conocidos, que cambian de asentamiento cada pocas semanas, construyen solo refugios y cargan con pocas pertenencias que sean fáciles de transportar. Esta forma de vida sedentaria era posible gracias a que a muy poca distancia de un asentamiento principal el pueblo jomon disponía de gran variedad de hábitats ricos en recursos: bosques en el interior, ríos, costas, bahías y mar abierto.

El pueblo jomon vivió con una de las densidades de población más elevadas de las que jamás se hayan estimado para otros pueblos cazadores-recolectores, sobre todo en el centro y norte de Japón, gracias a la abundancia de frutos secos de sus bosques, a los remontes del salmón en los ríos y unos mares muy productivos. Las estimaciones de población total del Japón jomon cifran su momento culminante en 250 000 habitantes; una cifra banal, claro está, comparada con el Japón actual, pero asombrosa para un pueblo cazador-recolector. En la época moderna sus rivales más estrechos habrían sido los indígenas americanos de la costa noroccidental del Pacífico y de California, quienes de manera similar, subsistían a base de bosques ricos en frutos secos, los remontes de salmones y mares productivos; un caso asombroso de evolución convergente de sociedades humanas.

Al poner todo este énfasis en aquello de lo que disponía el pueblo jomon debemos dejar claro también de qué carecían. No disponían de agricultura intensiva, y es solo probable que dispusieran de algún tipo de agricultura. Además de los perros (y quizá de los cerdos), no tenían animales domésticos. No tenían herramientas de metal, ni escritura, ni tejidos. Las aldeas y cementerios jomon no están compuestos por unas cuantas viviendas y tumbas decoradas con suntuosidad que contrastaran con la abundancia de otras más austeras, sino que, por el contrario, son bastante uniformes; lo cual indica que había poca estratificación social que dividiera a los habitantes en jefes y plebeyos. Las variaciones locales en el estilo de la cerámica hacen pensar que hubo pocos progresos hacia la centralización y unificación políticas. Todos estos rasgos negativos contrastan con los rasgos de otras sociedades de su época que se encontraban solo a unos cuantos centenares de kilómetros del Japón jomon, en la China y la Corea continentales; y también con los cambios que tuvieron lugar en el propio Japón a partir del año 400 a. C.

Pese a sus peculiaridades incluso en el Asia oriental de la época, el Japón jomon no era un universo completamente aislado. La distribución de la cerámica y la obsidiana (una roca volcánica muy dura, predilecta para los utensilios de piedra) indica que las embarcaciones jomon conectaban las islas de Izu, que se extienden 290 kilómetros al sur de Tokio. La cerámica, la obsidiana y los anzuelos de pesca atestiguan asimismo que existió cierto comercio jomon con Corea, Rusia y Okinawa; del mismo modo lo hace la llegada desde el Asia continental de la media docena de cultivos que ya he mencionado. Pero los arqueólogos que estudian el Japón jomon han descubierto pocas evidencias de que existieran importaciones directas procedentes de China, a diferencia de la enorme influencia que China ejerció sobre la posterior historia nipona. En comparación con épocas posteriores, lo que resulta más asombroso del Japón jomon no es que se produjeran ciertos contactos con el mundo exterior, sino que éstos tuvieran tan poca influencia sobre su sociedad. El Japón jomon era un conservador universo en miniatura que mantuvo su aislamiento y que, sorprendentemente, cambió muy poco en el curso de 10 000 años; una isla de estabilidad en medio de un mundo que en su época era frágil y cambiaba con rapidez.

Para situar las peculiaridades del Japón jomon en una perspectiva contemporánea, recordemos cómo eran las sociedades del Asia continental que se encontraban a unos centenares de kilómetros al oeste de Japón en el año 400 a. C., justo cuando la forma de vida jomon estaba a punto de llegar a su fin. China estaba compuesta entonces por reinos habitados por unas élites muy ricas y unos plebeyos muy pobres, que vivían en ciudades amuralladas y se encontraban en el umbral de la unificación política que les convertiría en el imperio más grande del mundo. A partir de aproximadamente el año 7500 a. C., China había desarrollado una agricultura intensiva que se basaba en el mijo, en el norte, y en el arroz, en el sur, y disponía de cerdos, gallinas y búfalos acuáticos domésticos. China disponía de escritura desde hacía al menos 900 años y de utensilios de metal desde hacía al menos 1500 años, y acababa de inventar por primera vez en el mundo la producción de fundiciones de hierro. Aquellos avances chinos también se estaban extendiendo hacia Corea, que ya disponía de agricultura desde hacía varios miles de años (incluido el arroz, desde el año 2200 a. C.) y de metales desde el año 1000 a. C.

Dado el curso de todos estos avances que durante miles de años se habían producido simplemente al otro lado del estrecho de Tsushima y del mar de la China Oriental, parece en primera instancia asombroso que en el año 400 a. C. Japón todavía estuviera habitada por un pueblo que tuvo cierto comercio con Corea, pero que seguía siendo preletrado, de cazadores-recolectores y que empleaba utensilios de piedra. A lo largo de la historia de la humanidad, los Estados centralizados que disponían de armas de metal y de ejércitos, sustentados por elevadas densidades de población agrícola, han arrasado poblaciones menos densas de cazadores-recolectores que empleaban utensilios de piedra. ¿Cómo sobrevivió el Japón jomon durante tanto tiempo?

Para entender la respuesta a esta paradoja debemos recordar que hasta el año 400 a. C. la frontera del estrecho de Tsushima no separaba a los agricultores ricos de los cazadores-recolectores pobres, sino a los agricultores pobres de los cazadores-recolectores ricos. La propia China y el Japón jomon no mantenían contacto directo. Por el contrario, los contactos comerciales de Japón, fueran los que fuesen, lo vinculaban a Corea. Pero el arroz había sido domesticado en el cálido sur de China y solo se extendió lentamente hacia el norte hasta la mucho más fresca Corea, puesto que fue necesario mucho tiempo para desarrollar nuevas variedades de arroz resistentes al frío. La primera agricultura arrocera de Corea empleaba métodos de secano en lugar de arrozales de regadío, y no era particularmente productiva. De ahí que la agricultura temprana coreana no pudiera competir con la caza y la recolección jomon. El propio pueblo jomon no habría encontrado ninguna ventaja que les recomendara adoptar la agricultura coreana, en la medida en que fueran conscientes de su existencia; y los agricultores coreanos pobres no poseían ninguna ventaja que les permitiera abrirse paso por la fuerza hasta Japón. Como veremos, las ventajas se invirtieron finalmente de un modo súbito y dramático.

Ya he mencionado que la invención de la cerámica en Kyushu, hace aproximadamente 12 700 años, y la consiguiente explosión demográfica jomon constituyeron el primero de los dos cambios decisivos en la historia japonesa. El otro cambio decisivo, que desencadenó una segunda explosión demográfica, se inició en torno al año 400 a. C. con la llegada de una nueva forma de vida (¿y población?) procedente del sur de Corea. Esta segunda transición plantea de forma más apremiante nuestra pregunta acerca de quiénes son los japoneses. ¿Indica esta transición que el pueblo jomon fue sustituido por inmigrantes procedentes de Corea, antepasados de los actuales japoneses? ¿O señala simplemente que la población jomon originaria de Japón siguió habitando en Japón al tiempo que aprendían nuevos y valiosos trucos?

Vasija «yayoi»

Esta nueva forma de vida apareció en un principio en la costa norte de la isla más sudoccidental de Japón, Kyushu, que está situada justo al otro lado de la actual Corea del Sur atravesando el estrecho de Tsushima. Los elementos nuevos más destacados fueron los primeros utensilios de metal de Japón, hechos de hierro, y su primera e incontestable agricultura a gran escala. Esa agricultura apareció en forma de campos de arroz de regadío, con sus canales, presas, taludes, arrozales y restos de arroz hallados mediante excavaciones arqueológicas. Los arqueólogos denominan esta nueva forma de vida como «yayoi», por el barrio de Tokio en el que en 1884 se identificó por primera vez su característica cerámica. A diferencia de la cerámica jomon, la cerámica yayoi presentaba formas muy semejantes a las de la cerámica surcoreana de la época. Entre otros muchos elementos de la nueva cultura yayoi que eran inconfundiblemente coreanos, pero que anteriormente eran ajenos a Japón, se encontraban los objetos de bronce, los tejidos, las cuentas de vidrio, los silos subterráneos de almacenamiento de arroz, la costumbre de enterrar los restos de los muertos en vasijas y los utensilios y viviendas al estilo coreano.

Aunque el arroz fue el cultivo yayoi más importante, se cultivaban también otros 27 granos nuevos para Japón, además de que sin duda alguna se domesticaron cerdos. Quizá los agricultores yayoi practicaron también el doble cultivo, según el cual en verano se regaban los arrozales para producir arroz y después se secaban esos mismos campos para cultivar diversas variedades de mijo, cebada y trigo de secano durante el invierno. Inevitablemente, este sistema de agricultura intensiva altamente productivo desencadenó de inmediato una explosión demográfica en Kyushu, donde los arqueólogos han identificado muchos más yacimientos yayoi que jomon, aun cuando el período jomon fuera catorce veces más largo.

Prácticamente de inmediato, la agricultura yayoi saltó desde Kyushu hasta las principales islas adyacentes de Shikoku y Honshu, hasta alcanzar la región de Tokio al cabo de doscientos años y el extremo septentrional de Honshu (que dista 1600 kilómetros de los primeros asentamientos yayoi de Kyushu) al cabo de otro siglo más. En los primeros yacimientos yayoi de Kyushu se encontró cerámica tanto del nuevo estilo yayoi como del antiguo estilo jomon, pero esta última fue desapareciendo a medida que la cultura y la cerámica yayoi fueron extendiéndose hacia el norte a través de Honshu. Sin embargo, algunos elementos de la cultura jomon no desaparecieron por completo. Los agricultores yayoi siguieron utilizando algunos tipos de utensilios de piedra desbastada, que en China y Corea ya habían quedado completamente reemplazados por las herramientas de metal. Algunas viviendas yayoi eran de estilo coreano y otras, de estilo jomon. Más concretamente, a medida que la cultura yayoi se extendió hacia el norte de Tokio, a zonas más frías donde el cultivo de arroz era menos productivo y la densidad de población de cazadores-recolectores jomon había sido más elevada, floreció una cultura yayoi/jomon que utilizaba anzuelos de metal, pero con formas jomon, y vasijas fabricadas a base de modificar formas yayoi, pero con los dibujos de cuerdas jomon. Tras ocupar brevemente el frío extremo septentrional de Honshu, los agricultores yayoi abandonaron esa zona, presumiblemente porque el cultivo de arroz simplemente no podía competir allí con la forma de vida cazadora-recolectora de los jomon. Durante los siguientes 2000 años, el norte de Honshu quedó como una zona fronteriza, más allá de la cual no se consideraba parte del Estado japonés ni siquiera a la isla más septentrional de Japón, Hokkaido, ni a sus cazadores-recolectores ainu hasta que fueron anexionados en el siglo XIX.

Inicialmente, las herramientas de hierro yayoi se importaron en enormes cantidades de Corea, hasta que al cabo de varios siglos se inició la fundición y producción interior de hierro japonés. Al Japón yayoi también le costó varios siglos exhibir los primeros indicios de estratificación social, tal como esta se refleja, sobre todo, en los cementerios. Aproximadamente a partir del año 100 a. C., comenzaron a disponerse en los cementerios zonas separadas para alojar las sepulturas de lo que era evidentemente una élite emergente, que se distinguía por los artículos de lujo importados de China, como hermosos objetos de jade y espejos de bronce. A medida que la explosión demográfica yayoi se prolongó, y conforme comenzaron a ocuparse todas las mejores marismas o llanuras que pudieran regarse, por ser más adecuadas para la agricultura arrocera de regadío, las evidencias arqueológicas de guerras se volvieron cada vez más frecuentes: producción masiva de puntas de flecha, fosos defensivos en torno a las aldeas y esqueletos enterrados con marcas de la punta de proyectiles. Estos indicios de guerra en el Japón yayoi corroboran las primeras descripciones de Japón que aparecen en las crónicas chinas, según las cuales se describe la tierra de Wa y su centenar de pequeñas unidades políticas que combaten entre sí.

En el período comprendido entre los años 300 y 700, tanto las excavaciones arqueológicas como las descripciones por desgracia ambiguas de crónicas posteriores nos permiten vislumbrar someramente la emergencia de un Japón unificado políticamente. Antes del año 300, las sepulturas de las élites eran pequeñas y exhibían una enorme diversidad local de estilos. A partir de aproximadamente el año 300, se construyeron cada vez más enormes túmulos denominados «kofun» hechos con montones de tierra apilada, con forma de ojo de cerradura, en la región de Kinai, en la isla de Honshu, y que después aparecieron por toda la zona que anteriormente fue de cultura yayoi, desde Kyushu hasta el norte de Honshu. ¿Por qué en la región de Kinai? Quizá porque alberga parte de las mejores tierras agrícolas de Japón, donde hoy en día se cultiva la extraordinariamente cara ternera de Kobe, y donde se localizó la antigua capital de Japón, Kioto, hasta que se trasladó a Tokio en 1868.

Túmulo «kofun» en Nintoku

Los túmulos kofun tienen hasta 450 metros de longitud y más de treinta metros de altura, lo cual posiblemente los convierta en los túmulos de tierra más grandes del mundo antiguo. La prodigiosa cantidad de trabajo necesario para construirlos y la homogeneidad de su estilo en todo Japón presuponen unos gobernantes poderosos que comandaban una inmensa fuerza de trabajo y se encontraban en proceso de alcanzar la unificación política de Japón. Los kofun que se han excavado contienen espléndidos artículos funerarios, pero la excavación de los más grandes está todavía prohibida, porque se cree que albergan a los antepasados del linaje imperial japonés. Esta visible evidencia de centralización política que los kofun ofrecen refuerza las descripciones de los emperadores japoneses del período kofun recogidas muy posteriormente en las crónicas japonesas y coreanas. La influencia coreana masiva sobre Japón durante el período kofun —ya sea consecuencia de la conquista coreana de Japón (el punto de vista coreano) o de la conquista japonesa de Corea (el punto de vista japonés)— introdujo en Japón el budismo, la escritura, la monta de caballería y las nuevas técnicas metalúrgicas y de alfarería procedentes del continente asiático.

Por último, con la finalización en el año 712 de la primera crónica de Japón, en parte leyenda y en parte una versión modificada de acontecimientos auténticos, Japón afloró bajo la plena luz de la historia. En el año 712, la población que habitaba en Japón era al menos incuestionablemente japonesa, y su lenguaje (denominado «japonés clásico») era indudablemente el antepasado del japonés moderno. El emperador que reina en la actualidad, Akihito, es el 82° descendiente directo del emperador bajo cuyo mandato se escribió aquella primera crónica del año 712. Tradicionalmente se le considera el 125° descendiente directo del legendario primer emperador: Jimmu, el tatara-tatara-tataranieto de la diosa solar Amaterasu.

La cultura japonesa sufrió una transformación mucho más radical en los 700 años de período yayoi que en los diez milenios de época jomon. El contraste entre la estabilidad jomon, es decir, conservadurismo, y el cambio radical yayoi es el rasgo más asombroso de la historia japonesa. Obviamente, en el año 400 a. C. sucedió algo trascendental ¿Qué fue? Los antepasados de los actuales japoneses, ¿fueron el pueblo jomon, el pueblo yayoi o una mezcla de ambos? La población de Japón se multiplicó por la asombrosa cifra de 70 en la época yayoi; ¿qué originó este cambio? Se ha desencadenado un acalorado debate en torno a tres hipótesis alternativas.

Una teoría es que los propios cazadores-recolectores jomon evolucionaron paulatinamente hasta convertirse en los japoneses modernos. Como durante miles de años ya habían llevado una vida sedentaria en las aldeas, podrían haber estado mejor predispuestos a aceptar la agricultura. Durante la transición yayoi, quizá sucedió solamente que la sociedad jomon recibió de Corea las semillas de arroz resistente al frío y la información sobre el regadío de arrozales, lo cual le permitió producir más alimento e incrementar su cifra. Esta teoría seduce a algunos japoneses modernos, puesto que minimiza la inoportuna contribución de los genes coreanos en el bagaje genético japonés, y porque retrata al pueblo japonés como exclusivamente japonés durante al menos los últimos 12 000 años.

Una segunda teoría, poco atractiva para los japoneses que prefieren la primera, sostiene por el contrario que la transición yayoi representa una masiva afluencia de inmigrantes procedentes de Corea, que transmitieron las prácticas agrícolas, la cultura y los genes coreanos. A los arroceros coreanos, Kyushu les habría parecido un paraíso debido a que es más cálida y más húmeda que Corea y, por consiguiente, un mejor lugar para cultivar arroz. Según una estimación, el Japón yayoi acogió varios millones de inmigrantes procedentes de Corea, lo cual dibujo sin duda la contribución genética del pueblo jomon (que se considera que justo antes de la transición yayoi ascendía aproximadamente a 75 000 habitantes). De ser así, los actuales japoneses son descendientes de inmigrantes coreanos que durante los últimos 2000 años desarrollaron una versión modificada de su propia cultura.

La última teoría acepta la evidencia de la inmigración coreana, pero niega que fuera masiva. Por su parte, afirma que la agricultura altamente productiva permitió que un modesto número de arroceros inmigrantes se reprodujeran con mucha mayor rapidez que los cazadores-recolectores jomon y que finalmente los superaran en número. Supongamos, por ejemplo, que hubieran llegado a Kyushu solo 5000 coreanos, pero que el cultivo del arroz les hubiera permitido alimentar a sus hijos e incrementar su número en un 1 por ciento anual. Esta tasa es mucho más elevada que la registrada en poblaciones de cazadores-recolectores, pero es fácilmente alcanzable para agricultores: la población de Kenia crece en la actualidad un 4,5 por ciento anual. Al cabo de 700 años, aquellos 5000 inmigrantes habrían dejado 5 millones de descendientes, una cifra de nuevo abrumadora para la población jomon. Al igual que la segunda teoría, esta considera que los japoneses modernos son coreanos con ligeras modificaciones, pero se ahorra la necesidad de una inmigración a gran escala.

En comparación con transiciones similares ocurridas en otros lugares del mundo, la segunda y la tercera teoría me resultan más verosímiles que la primera. Durante los últimos 12 000 años, la agricultura apareció sobre la faz de la Tierra en no más de nueve lugares: China, el Creciente Fértil y algunas otras localizaciones. Hace 12 000 años, todos los habitantes de la Tierra eran cazadores-recolectores; ahora, casi todos nosotros somos agricultores o estamos alimentados por agricultores. La expansión de la agricultura desde sus pocos lugares de origen no solía producirse como consecuencia de que los cazadores-recolectores de algún otro lugar adoptaran la agricultura; los cazadores-recolectores solían ser conservadores, como evidentemente lo fue el pueblo jomon desde 10 700 a. C. hasta el año 400 a. C. Más bien, la agricultura se expandía sobre todo porque los agricultores incrementaban su población con mayor rapidez que los cazadores, desarrollaban una tecnología más potente y después mataban a los cazadores o los expulsaban de todas las tierras adecuadas para la agricultura. En la época moderna, los europeos reemplazaron de este modo a los cazadores indios de América del Norte, a los aborígenes australianos y al pueblo san de Sudáfrica. En la prehistoria, los agricultores que empleaban utensilios de piedra reemplazaron de forma similar a los cazadores en toda Europa, en el sudeste de Asia y en Indonesia. Comparado con la única y modesta ventaja de que gozaban los agricultores con respecto a los cazadores en aquellos procesos de expansión prehistóricos, los agricultores coreanos del año 400 a. C. habrían disfrutado de una enorme ventaja con respecto a los cazadores jomon, ya que los coreanos poseían herramientas de hierro y una forma muy desarrollada de agricultura intensiva.

¿Cuál de las tres teorías es correcta en el caso de Japón? La única forma directa de responder a esta pregunta es comparar los esqueletos y los genes jomon y yayoi con los de los actuales japoneses y ainu. Recientemente se han tomado medidas de muchas series de esqueletos. Además, en los últimos años los genetistas moleculares han empezado a extraer ADN de esqueletos humanos de la Antigüedad y a comparar los genes de las poblaciones antigua y moderna de Japón. Lo que encontramos es que, en términos generales, los esqueletos jomon y yayoi se pueden diferenciar fácilmente. El pueblo jomon solía ser de estatura más reducida, con extremidades superiores relativamente más largas y piernas más cortas, con los ojos más separados, los rostros más cortos y más anchos, y con una «topografía» facial mucho más pronunciada en la que sobresalían asombrosamente el entrecejo, la nariz y el puente de la nariz. La población yayoi era por lo general entre dos y cinco centímetros más alta, tenía los ojos más juntos, los rostros eran estrechos y alargados, y el entrecejo y la nariz eran más chatos. Aun así, algunos esqueletos del período yayoi tenían un aspecto más parecido a los jomon, pero eso es lo que cabe esperar casi de cualquier teoría sobre la transición jomon/yayoi. En la época del período kofun, todos los esqueletos japoneses a excepción de los de los ainu constituían un grupo homogéneo, que se parecía a los japoneses y coreanos modernos.

En todos estos aspectos, los cráneos jomon se diferencian de los de los japoneses modernos y se parecen más a los de los actuales ainu, mientras que los cráneos yayoi recuerdan mucho más a los de los japoneses actuales. Bajo la suposición de que el actual pueblo japonés surgió como una mezcla de población yayoi de aspecto coreano con población jomon de aspecto ainu, los genetistas han tratado de calcular la contribución relativa de los dos equipamientos genéticos. La conclusión a la que han llegado es que la contribución coreana/yayoi fue predominante en términos generales. La contribución ainu/jomon fue más reducida en el sudoeste de Japón, adonde habrían llegado la mayor parte de los coreanos y donde las poblaciones jomon serían más escasas, y relativamente mayor en el norte de Japón, donde los bosques eran más ricos en frutos secos, las densidades de población de los jomon eran más elevadas y la agricultura arrocera yayoi tuvo menos éxito.

Así pues, los inmigrantes de Corea realizaron sin duda una importante contribución a los actuales japoneses, si bien no podemos afirmar todavía si se debió a la inmigración masiva o más bien a una inmigración más modesta amplificada por una elevada tasa de incremento demográfico. Los ainu son descendientes más próximos de los antiguos habitantes jomon de Japón, mezclados con genes coreanos de colonos yayoi y de los japoneses actuales.

Dada la aplastante ventaja que el cultivo de arroz proporcionó en última instancia a los campesinos coreanos sobre los cazadores jomon, debemos preguntarnos por qué durante miles de años los agricultores hicieron tan pocos progresos en Japón desde que la agricultura llegó a Corea para, finalmente, imponerse de un modo tan súbito. Ya he señalado que los comienzos de la agricultura coreana fueron relativamente improductivos y se tradujeron solo en agricultores pobres aventajados por cazadores ricos. Lo que finalmente rompió el equilibrio en favor de los agricultores y desencadenó la transición yayoi fue probablemente una combinación de cuatro factores convergentes: el desarrollo de la agricultura arrocera de regadío, en lugar de la menos productiva agricultura arrocera de secano; la progresiva mejora de variedades de arroz adaptadas a un clima más frío; el aumento de la población campesina de Corea, que presionó a los coreanos para emigrar; y el desarrollo de herramientas de hierro para producir masiva y eficientemente las palas, los azadones y demás herramientas necesarias para el cultivo en los arrozales. Es poco probable que el hecho de que el hierro y la agricultura intensiva llegaran a Japón de forma simultánea fuera una coincidencia.

Comencé este capítulo señalando la transparente interpretación de cómo los ainu, con las peculiaridades de su aspecto, y los japoneses, con su poco peculiar apariencia, llegaron a compartir Japón. Aparentemente, estos hechos parecerían indicar que los ainu eran descendientes de los pobladores originales de Japón, y que los japoneses descienden de otros pueblos llegados más recientemente. Ahora hemos visto que la combinación de evidencias procedentes de la arqueología, la antropología física y la genética sustentan este punto de vista.

Pero también mencioné al comienzo que hay una poderosa objeción que da lugar a que la mayor parte de la gente (sobre todo los propios japoneses) busque otro tipo de interpretaciones. Si los japoneses son realmente unos recién llegados procedentes de Corea, esperaríamos que las lenguas japonesa y coreana fueran muy parecidas entre sí. En términos más generales, si el pueblo japonés surgió hace poco en la isla de Kyushu a partir de una mezcla de habitantes jomon con aspecto ainu e invasores yayoi procedentes de Corea, el japonés debería mostrar estrechas afinidades tanto con el idioma coreano como con el ainu. Por el contrario, los idiomas japonés y ainu no guardan ninguna relación demostrable, y la relación entre la lengua japonesa y la coreana son remotas. ¿Cómo es posible si la mezcla se produjo hace solo 2400 años? Sugiero el siguiente modo de resolver esta paradoja: que es poco probable que las lenguas de los habitantes jomon de Kyushu y los invasores yayoi fueran muy similares a las actuales lenguas ainu y coreana, respectivamente.

Ocupémonos primero del idioma ainu; esa lengua, tal como la conocemos, es la única que hablaron en época reciente los ainu de la isla septentrional japonesa de Hokkaido. Por tanto, los habitantes jomon de Hokkaido también hablaron probablemente una lengua parecida a la ainu, pero los habitantes jomon de Kyushu sin duda no la hablaron. Desde el extremo meridional de Kyushu hasta el extremo septentrional de Hokkaido, el archipiélago japonés tiene más de 2400 kilómetros de longitud. Sabemos que en el período jomon sustentaba una inmensa diversidad regional de técnicas de subsistencia y estilos de cerámica, y que jamás estuvo unificado políticamente. Durante los 10 000 años de ocupación jomon, el pueblo jomon habría evolucionado hasta alcanzar igualmente una enorme diversidad lingüística. Si las poblaciones jomon del norte y el sur llegaron respectivamente desde Rusia y Corea atravesando puentes de tierra, tal como parecen indicar las evidencias arqueológicas, sus lenguas pueden incluso haber sido ya muy diversas hace más de doce mil años.

De hecho, muchos nombres de lugares japoneses de Hokkaido y del norte de Honshu incluyen las palabras ainu para referirse a «río» («nai» o «betsu») o «cabo» («shiri»), pero este tipo de nomenclatura ainu no aparece más al sur de Japón. Esto parece indicar que los pioneros yayoi y japoneses adoptaron muchos nombres locales jomon de lugares, exactamente igual que los norteamericanos blancos hicieron con los indios americanos (pensemos en «Massachusetts», «Misisipí» y muchos otros), pero que el ainu era el idioma jomon únicamente en el extremo septentrional de Japón. La lengua jomon de Kyushu puede, por su parte, haber compartido un antepasado común con la familia de lenguas austronésicas, entre las que se encuentran las lenguas polinesias, el indonesio y las lenguas aborígenes de Taiwan. Como ya han señalado muchos lingüistas, la lengua japonesa muestra cierta influencia de las lenguas austronésicas en su común predilección por las denominadas «sílabas abiertas» (una consonante seguida de una vocal, como en «Hi-ro-hi-to»), Los antiguos taiwaneses eran marinos cuyos descendientes se extendieron hacia el sur, el este y el oeste hasta muy lejos; algunos de ellos pueden haberse expandido también hacia el norte, hasta Kyushu.

Es decir, la lengua ainu moderna de Hokkaido no constituye un buen modelo para la antigua lengua jomon de Kyushu. Del mismo modo, la lengua coreana moderna puede ser un modelo desacertado para la antigua lengua yayoi de los inmigrantes coreanos del año 400 a. C. En los siglos anteriores a la unificación política de Corea en el año 676 d. C., aquel territorio estaba compuesto por tres reinos. La actual lengua coreana procede del idioma del reino unificado de Silla, el que salió victorioso y unificó Corea; pero Silla no fue el reino que mantuvo un contacto estrecho con Japón en los siglos precedentes. Las primeras crónicas coreanas nos revelan que los diferentes reinos tenían diferentes lenguas. Aunque apenas se conocen las lenguas de los reinos derrotados por Silla, las pocas palabras que conservamos de uno de aquellos reinos (Koguryo) se parecen mucho más a las palabras correspondientes en japonés clásico que a sus equivalentes en coreano moderno. Las lenguas coreanas pueden haber sido aún más diversas en el año 400 a. C., antes de que la unificación política alcanzara el estadio de los tres reinos. Sospecho que la lengua coreana que fue transmitida a Japón en el año 400 a. C., y que evolucionó hasta convertirse en el actual japonés, era bastante distinta de la lengua de Silla que evolucionó hasta convertirse en el coreano moderno. De ahí que no deba sorprendernos que los pueblos japonés y coreano se parezcan entre sí en su aspecto y sus genes mucho más que en sus lenguas.

Es probable que esta conclusión sea igualmente impopular en Japón y Corea, dada la actual aversión mutua entre estos dos pueblos. La historia les proporciona buenas razones para aborrecerse: sobre todo, para que a los coreanos no les gusten los japoneses. Al igual que los árabes y los judíos, los coreanos y los japoneses son pueblos a los que les une una misma sangre y, sin embargo, viven encerrados en una tradicional enemistad. Pero la animadversión es mutuamente destructiva, tanto en Asia oriental como en Oriente Próximo. Por reacios que sean a admitirlo, los japoneses y los coreanos son como hermanos gemelos que hubieran compartido sus años de formación. El futuro político del este de Asia depende en gran medida del éxito que tengan para redescubrir los antiguos lazos que les unen.

¿Quiénes son los japoneses?

La descripción más reciente en formato de libro sobre los orígenes del pueblo japonés es la de Mark Hudson, Ruins ofldentity: Ethnogenesis irt the Japanese Islands (University of Hawaii Press, Honolulu, 1999). Entre los estudios importantes anteriores se encuentran el de C. Melvin Aikens y Takayasu Higuchi, Prehistory ofjapan (Academic Press, Nueva York, 1982), y el de Keiji Imamura, Prehistoric Japan: Neiv Perspective on Insular East Asia (University of Hawaii Press, Honolulu, 1996). Para el caso de Corea, véase la obra de Sarah Milledge Nelson, The Archaeology of Korea (Cambridge University Press, Cambridge, 1993).

Mientras que el libro de Hudson se centra en el período transcurrido hasta los orígenes del Estado japonés, la historia de Japón desde la formación de su Estado hasta la época actual es objeto de estudio en la obra de Edwin Resichauer, Japan: The Story of a Nation, 3.a ed. (Tuttle, Tokio, 1981). El libro de Conrad Totman, Early Modern Japan (University of California Press, Berkeley, 1993) abarca los años transcurridos entre 1568 y 1868. Una perspectiva coreana de la contribución de Corea al origen del Estado japonés nos la ofrece la obra de Wontack Hong, Paekche of Korea and the Origin of Yamato Japan (Kudara International, Seúl, 1994).

A los lectores interesados en las investigaciones recientes para el ámbito de todo el mundo sobre la difusión de la agricultura que puedan complementar y actualizar la información que aporto en Armas, gérmenes y acero, les recomiendo dos libros: el de Peter Bellwood y Colin Renfrew, eds., Examining the Farming/Language Dispersal Hypothesis (McDonald Institute of Archaeological Research, Cambridge, 2003), y el de Peter Bellwood, First Farmers: The Origins of Agricultural Studies (Blackwell, Oxford, 2005). Hay dos artículos breves en sendas revistas que se ocupan de un campo similar: mi artículo «Evolution, consequences and future of plant and animal domestication», Nature, 418:34-41 (2002), y el de Jared Diamond y Peter Bellwood, «Farmers and their languages: The first expansions», Science, 300:597-603 (2003).