Capítulo 2
Un experimento natural de historia
En las islas Chatham, situadas a 800 km al este de Nueva Zelanda, siglos de independencia llegaron a un fin brutal para el pueblo moriori en diciembre de 1835. El 19 de noviembre de ese año llegó un barco que transportaba a 500 maoríes provistos de armas de fuego, palos y hachas, a los que siguieron el 5 de diciembre 400 maoríes más. Grupos de maoríes comenzaron a recorrer los asentamientos de los morioris, anunciando que los morioris eran ahora sus esclavos y matando a quienes ponían objeciones. Una resistencia organizada por parte de los morioris podría haber derrotado con todo a los maoríes, cuya proporción con respecto a los habitantes de las islas era de 1 a 2. Sin embargo, los morioris tenían una tradición de resolver las disputas pacíficamente. Decidieron en una junta no responder a los ataques, sino ofrecer la paz, la amistad y la división de los recursos.
Antes de que los morioris pudieran presentar aquella oferta, los maoríes atacaron en masa. En el transcurso de los días siguientes, mataron a cientos de morioris, cocinaron y devoraron muchos de sus cuerpos y esclavizaron a todos los demás, matando a la mayoría de ellos también en los años siguientes según su antojo. Un superviviente moriori recordó: «[Los maoríes] comenzaron a matarnos como ovejas. […] estábamos aterrados, huimos a la maleza, nos ocultamos en agujeros subterráneos y en cualquier lugar para escapar de nuestros enemigos. Todo fue inútil; nos descubrieron y nos mataron, a hombres, mujeres y niños indiscriminadamente». Un conquistador maorí explicó: «Tomamos posesión […] de acuerdo con nuestras costumbres y capturamos a todas las personas. Ninguna escapó. Algunas huyeron de nosotros, y a ésas las matamos, y matamos a otras, pero ¿qué importancia tiene? Lo hacíamos de acuerdo con nuestras costumbres».
El brutal resultado de esta colisión entre los morioris y los maoríes podría haberse predicho fácilmente. Los morioris era una población pequeña y aislada de cazadores-recolectores, equipados únicamente con la tecnología y las armas más sencillas, sin ninguna experiencia en la guerra, y carecían de liderazgo y organización fuerte. Los invasores maoríes (procedentes de la isla Norte de Nueva Zelanda) procedían de una población densa de agricultores inmersos crónicamente en feroces guerras, equipados de tecnologías y armas más avanzadas y que funcionaban bajo un liderazgo fuerte. Naturalmente, cuando los dos grupos entraron finalmente en contacto, fueron los maoríes quienes mataron a los morioris, y no a la inversa.
La tragedia de los morioris se parece a muchas otras tragedias de este tipo que han tenido lugar tanto en el mundo moderno como en la antigüedad, en las que se han enfrentado grupos numerosos y bien equipados con oponentes escasos y mal equipados. Lo que hace que la colisión entre maoríes y morioris sea tristemente ilustrativa es que ambos grupos habían divergido de un origen común menos de un milenio antes. Ambos eran pueblos polinesios. Los maoríes modernos son descendientes de agricultores polinesios que colonizaron Nueva Zelanda hacia 1000. Poco después, un grupo de aquellos maoríes colonizó, a su vez, las islas Chathamm y se convirtió en los morioris. En los siglos siguientes los dos grupos se separaron y evolucionaron en direcciones opuestas: los maoríes de la isla Norte desarrollaron una tecnología y una organización política más complejas, siendo menos complejas las de los morioris. Los morioris volvieron a ser cazadores-recolectores, mientras que los maoríes de la isla Norte se dedicaron a una agricultura más intensiva.
Estas trayectorias evolutivas opuestas decidieron el resultado de su colisión final. Si pudiéramos comprender las razones del desarrollo dispar de estas dos sociedades insulares, podríamos tener un modelo para comprender la cuestión más amplia de los diferentes desarrollos en los continentes.
La historia de los morioris y los maoríes constituye un breve experimento natural en pequeña escala que pone a prueba cómo los entornos afectan a las sociedades humanas. Antes de leer un libro entero en el que se examinan los efectos ambientales en una escala muy grande —efectos sobre las sociedades humanas en todo el mundo durante los últimos 13 000 años—, acaso sea razonable desear una seguridad, obtenida a partir de pruebas más pequeñas, de que tales efectos son realmente significativos. Si el lector fuera un científico de laboratorio que estudiase las ratas, podría realizar esa prueba tomando una colonia de las mismas, distribuyendo grupos de estas ratas ancestrales entre muchas jaulas con diferentes entornos y volviendo muchas generaciones de ratas después para ver qué habría sucedido. Naturalmente, este tipo de experimentos tan deliberados no pueden llevarse a cabo con sociedades humanas. Por consiguiente, los científicos deben buscar «experimentos naturales» en los cuales algo semejante les hubiese acontecido a los humanos en el pasado.
Este experimento se desarrolló durante la colonización de Polinesia. En el océano Pacífico, más allá de Nueva Guinea y Melanesia, hay diseminadas miles de islas que difieren sobremanera en cuanto a superficie, aislamiento, altitud, clima, productividad y recursos geológicos y biológicos (fig. 2.1). Durante la mayor parte de la historia humana, esas islas estuvieron muy lejos del alcance de las embarcaciones. Hacia 1200 a. C., un grupo de pueblos agricultores, pescadores y marineros procedentes del archipiélago de Bismarck, al norte de Nueva Guinea, logró finalmente llegar a algunas de esas islas. En los siglos siguientes sus descendientes colonizaron prácticamente cada palmo de tierra habitable del Pacífico. El proceso había terminado en su mayor parte en 500, y las últimas islas fueron pobladas hacia 1000 o poco después.
Así pues, en un marco temporal modesto, entornos insulares de enorme diversidad fueron poblados por colonos que en su totalidad provenían de la misma población fundadora. Los antepasados últimos de todas las poblaciones polinesias modernas compartían en esencia una misma cultura, lengua, tecnología y un mismo conjunto de plantas cultivadas y animales domesticados. De ahí que la historia de Polinesia constituya un experimento natural que nos permite estudiar la adaptación humana, carente de las habituales complicaciones de múltiples oleadas de colonos dispares que a menudo frustran nuestros intentos de comprender la adaptación en otros lugares del mundo.
Dentro de esa prueba de tamaño mediano, la suerte de los morioris constituye una prueba más pequeña. Es fácil determinar cómo los diferentes entornos de las islas Chatham y de Nueva Zelanda moldearon de manera diferente a morioris y maoríes. Aunque aquellos maoríes ancestrales que colonizaron por primera vez las islas Chatham podrían haber sido agricultores, los cultivos tropicales maoríes no podían crecer en el clima frío de las islas Chatham, y a los colonos no les quedó otra alternativa que volver a ser cazadores-recolectores. Dado que en su condición de cazadores-recolectores no producían excedentes de cultivos disponibles para su redistribución o almacenamiento, no podían mantener y alimentar especialistas artesanos no cazadores, ejércitos, burócratas y jefes. Sus presas eran las focas, los crustáceos, las aves marinas que se posaban en tierra para anidar y los peces que podían ser capturados a mano o con palos y no exigían una tecnología más compleja. Además, las islas Chatham son relativamente pequeñas y remotas, capaces de mantener a una población total de un máximo aproximado de 2000 cazadores-recolectores. Al no haber otras islas accesibles para colonizar, los morioris tuvieron que permanecer en las islas Chathamm y aprender a soportarse los unos a los otros. Para ello renunciaron a la guerra y redujeron los posibles conflictos derivados de la superpoblación castrando a algunos varones de corta edad. El resultado fue una población pequeña y no belicosa dotada de tecnología y armas sencillas y sin liderazgo ni organización fuertes.
En cambio, la parte septentrional (más cálida) de Nueva Zelanda, el grupo de islas más grande con diferencia de Polinesia, era apta para la agricultura polinesia. Los maoríes que permanecieron en Nueva Zelanda aumentaron en número hasta ser más de 100 000. Desarrollaron poblaciones localmente densas que libraban crónicamente feroces guerras con las poblaciones vecinas. Con los excedentes de cultivos que podían cultivar o almacenar, alimentaban a artesanos especializados, jefes y soldados a tiempo parcial. Necesitaban y desarrollaron herramientas variadas para cultivar sus plantas, combatir y hacer arte. Erigieron complejas edificaciones ceremoniales y un número prodigioso de fuertes.
Así pues, las sociedades moriori y maorí se desarrollaron a partir de la misma sociedad ancestral, pero siguiendo líneas muy diferentes. Las dos sociedades resultantes perdieron conciencia incluso de la existencia de la otra y no entraron en contacto de nuevo durante muchos siglos, quizá unos 500 años. Finalmente, un barco australiano de cazadores de focas que recaló en las islas Chatham en su camino a Nueva Zelanda llevó a esta isla la noticia de la existencia de unas islas donde «hay abundancia de peces y crustáceos; los lagos están llenos a rebosar de anguilas; y es una tierra de bayas de karaka. […] los habitantes son muy numerosos, pero no entienden cómo combatir y no tienen armas». Aquella noticia fue suficiente para inducir a 900 maoríes a poner rumbo a las islas Chatham. El resultado ilustra con claridad cómo los entornos pueden influir en la economía, la tecnología, la organización política y los conocimientos guerreros en un breve plazo.
Como ya se ha dicho, la colisión entre maoríes y morioris representa una pequeña prueba dentro de una prueba de tamaño mediano. ¿Qué podemos aprender de toda Polinesia acerca de las influencias del entorno sobre las sociedades humanas? ¿Qué diferencias entre las sociedades de diferentes islas polinesias deben ser explicadas?
Polinesia en su conjunto presentaba una gama mucho más amplia de condiciones medioambientales que Nueva Zelanda y las islas Chatham, aunque las segundas definen un extremo (el extremo simple) de la organización polinesia. En sus modos de subsistencia, los polinesios iban desde los cazadores-recolectores de las Chatham hasta los agricultores de roza e incendio, los practicantes de la producción intensiva de alimentos que vivían en algunas de las densidades de población más altas de cualquier sociedad humana. Los productores de alimentos polinesios intensificaron de diversas maneras la producción de cerdos, perros y pollos. Organizaron fuerzas de trabajo con el fin de construir grandes sistemas de regadío para la agricultura y cercar grandes estanques para la producción de peces. La base económica de las sociedades polinesias estaba formada por unidades familiares más o menos autosuficientes, aunque en algunas islas también había gremios de artesanos especializados a tiempo parcial y hereditarios. En cuanto a la organización social, las sociedades polinesias recorrían toda la gama desde las sociedades bastante igualitarias radicadas en aldeas hasta algunas de las sociedades más estratificadas del mundo, con numerosos linajes clasificados jerárquicamente y con clases de jefes y pueblo llano cuyos miembros se casaban con los de su propia clase. Por lo que se refiere a la organización política, las islas polinesias oscilaban entre los paisajes divididos en unidades tribales o de aldea independientes y los protoimperios pluriinsulares que dedicaban establecimientos militares permanentes a la invasión de otras islas y guerras de conquista. Finalmente, la cultura material de Polinesia variaba desde la producción de no más que utensilios personales hasta la construcción de arquitectura de piedra monumental. ¿Cómo puede explicarse toda esta variación?
A estas diferencias entre las sociedades polinesias contribuyeron al menos seis conjuntos de variables medioambientales entre las islas polinesias: el clima, el tipo geológico, los recursos marinos, la superficie, la fragmentación del terreno y el aislamiento de las islas. Examinemos las gamas de estos factores antes de examinar sus consecuencias específicas para las sociedades polinesias.
El clima de Polinesia varía desde el tropical o subtropical cálido en la mayoría de las islas, que están situadas cerca del ecuador, hasta el clima templado en la mayor parte de Nueva Zelanda, pasando por el subártico frío en las Chatham y en la parte meridional de la isla Sur de Nueva Zelanda. La isla Grande de Hawai, aun estando situada en el trópico de Cáncer, tiene montañas de altura suficiente como para albergar hábitats alpinos y recibir ocasionales nevadas. La precipitación de lluvia varía desde las más altas que se registran en la Tierra (en Fjordland, Nueva Zelanda, y los pantanos de Alakai en Kauai, Hawai) y sólo la décima parte de esos valores en islas tan secas que resultan marginales para la agricultura.
Entre los tipos geológicos de las islas figuran los atolones de coral, la piedra caliza emergida, las islas volcánicas, los fragmentos de continentes y las mezclas de esos tipos. En un extremo, innumerables islotes, como los del archipiélago de Tuamotu, son atolones llanos y de escasa altura que apenas se elevan sobre el nivel del mar.
Otros antiguos atolones, como Henderson y Rennell, se han elevado muy por encima del nivel del mar para constituir islas de piedra caliza emergida. Estos dos tipos de atolones plantean problemas para los pobladores humanos, porque están formados en su integridad por piedra caliza sin ningún otro tipo de piedra, su suelo es muy poco profundo y carecen de agua dulce permanente. En el extremo opuesto, la isla más extensa de la Polinesia, Nueva Zelanda, es un fragmento continental antiguo y geológicamente diverso de Gondwana, y ofrece una gama de recursos minerales, como hierro, carbón, oro y jade, explotables comercialmente. La mayoría de las restantes islas extensas de Polinesia son volcanes que emergieron del mar, nunca han formado parte de un continente y pueden incluir o no zonas de piedra caliza emergida. Aun cuando carecen de la riqueza geológica de Nueva Zelanda, las islas volcánicas oceánicas representan al menos una mejora con respecto a los atolones (desde la perspectiva de los polinesios) por cuanto ofrecen diversos tipos de piedras volcánicas, algunas de las cuales son sumamente aptas para fabricar útiles de piedra.
Las islas volcánicas difieren entre sí. Las elevaciones de las más altas generan lluvia en las montañas, por lo que las islas están muy erosionadas y presentan suelos profundos y cursos de agua permanentes. Éste es el caso, por ejemplo, de las islas de la Sociedad, Samoa, las Marquesas y especialmente Hawai, que es el archipiélago polinesio con montañas más altas. Entre las islas de menor altura, Tonga y (en menor medida) la isla de Pascua, tienen también suelos ricos debido a las precipitaciones de cenizas, pero carecen de los grandes cursos de agua de Hawai.
Por lo que se refiere a los recursos marinos, la mayoría de las islas de Polinesia están rodeadas de aguas poco profundas y arrecifes, y muchas abarcan también lagunas. Estos entornos hierven de peces y crustáceos. Sin embargo, las costas rocosas de Pascua, Pitcairn y las Marquesas, así como su fondo marino que gana profundidad bruscamente, y la ausencia de arrecifes de coral en torno a ellas, son mucho menos productivas de alimentos marinos.
La superficie es otra variable obvia, que oscila entre las 40 ha de Anuta, la isla polinesia aislada más pequeña de las que albergan población permanente, y los 265 000 km2 del minicontinente de Nueva Zelanda. El terreno habitable de algunas islas, especialmente las Marquesas, está fragmentado en valles de paredes escarpadas por cadenas montañosas, mientras que otras islas, como Tonga y Pascua, están formadas por terrenos suavemente ondulados que no presentan obstáculo alguno para el desplazamiento y la comunicación.
La última variable ambiental que hemos de considerar es el aislamiento. La isla de Pascua y las Chatham son pequeñas y están tan lejos de otras islas que, una vez que fueron colonizadas inicialmente, las sociedades fundadas de ese modo se desarrollaron en total aislamiento del resto del mundo. Nueva Zelanda, Hawai y las Marquesas son también muy remotas, pero al menos los dos últimos archipiélagos tuvieron aparentemente otros contactos con otros archipiélagos después de su primera colonización, y los tres están formados por muchas islas lo bastante cercanas entre sí como para que sea posible el contacto regular entre islas del mismo archipiélago. La mayoría de las restantes islas de Polinesia mantuvieron contactos más o menos regulares con otras islas. En particular, el archipiélago de Tonga está situado suficientemente cerca de los archipiélagos de Fiji, Samoa y Wallis como para permitir el desplazamiento regular entre ellos, lo que finalmente permitió a los pobladores de Tonga emprender la conquista de Fiji.
Una vez concluido este breve repaso a los diversos entornos de Polinesia, veamos ahora cómo esa variación influyó en las sociedades polinesias. La subsistencia es una faceta de la sociedad que nos resulta práctica para comenzar, ya que a su vez influye en otras facetas.
La subsistencia en Polinesia dependía de diversas mezclas de pesca, recolección de plantas silvestres y peces y crustáceos marinos, caza de aves terrestres y cría de aves marinas y producción de alimentos. La mayoría de las islas de Polinesia albergaron en un principio grandes aves incapaces de volar que habían evolucionado en ausencia de predadores, y cuyos ejemplos más conocidos son el moa de Nueva Zelanda y el ganso incapaz de volar de Hawai. Aunque estas aves eran importantes fuentes de alimento para los primeros colonizadores, especialmente en la isla Sur de Nueva Zelanda, la mayoría de ellas fueron exterminadas pronto en todas las islas, debido a la facilidad con que podían ser abatidas. El número de aves marinas que anidaban también se redujo rápidamente, aunque estas aves continuaron siendo importantes fuentes de alimento en algunas islas. Los recursos marinos eran importantes en la mayoría de las islas, aunque menos en las islas de Pascua y Pitcairn y las Marquesas, donde en consecuencia la población dependía especialmente de los alimentos que podía producir por sus medios.
Los polinesios ancestrales llevaron consigo tres animales domesticados (el cerdo, el pollo y el perro) y no domesticaron a ningún otro animal en Polinesia. Muchas islas conservaron estas tres especies, aunque en las islas polinesias más aisladas faltaban uno o más de ellos, ya sea porque el ganado transportado en las canoas no sobrevivió al largo periplo marino de los colonizadores o porque el ganado que desapareció no pudo ser obtenido con facilidad del exterior. Por ejemplo, la Nueva Zelanda aislada terminó únicamente teniendo perros; Pascua y Tikopia, sólo pollos. Sin acceso a arrecifes de coral ni aguas poco profundas productivas, y con el rápido exterminio de sus aves terrestres, los habitantes de la isla de Pascua emprendieron la construcción de gallineros para la cría intensiva de aves.
En el mejor de los casos, estas tres especies de animales domesticados sólo proporcionaban comidas ocasionales. La producción alimentaria de Polinesia dependía principalmente de la agricultura, que era imposible en latitudes subárticas ya que todos los cultivos polinesios eran tropicales y habían comenzado a cultivarse fuera de Polinesia habiendo sido llevados después hasta las islas por colonizadores. Los pobladores de las islas Chatham y la parte meridional fría de la isla Sur de Nueva Zelanda se vieron obligados, pues, a abandonar el legado agrícola desarrollado por sus antepasados durante los milenios anteriores y a convertirse de nuevo en cazadores-recolectores.
La población de las restantes islas de Polinesia practicó una agricultura basada en cultivos de secano (especialmente taro, ñames y batatas), cultivos de regadío (principalmente taro) y cultivos arbóreos (como el árbol del pan, la banana y el coco). La productividad y la importancia relativa de estos tipos de cultivo varían considerablemente en diferentes islas, dependiendo de sus entornos. Las densidades de población humana eran más bajas en Henderson, Rennell y los atolones debido a su pobre suelo y sus limitadas reservas de agua dulce. Las densidades eran bajas también en la Nueva Zelanda templada, que era demasiado fría para algunos cultivos polinesios. Los polinesios de éstas y algunas otras islas practicaron un tipo no intensivo de agricultura de rotación y roza e incendio.
En otras islas los suelos eran ricos, pero no eran ellas lo bastante elevadas como para tener corrientes de agua permanentes, y por tanto, regadío. Los habitantes de esas islas desarrollaron una agricultura intensiva de secano que requería una gran aportación de mano de obra para construir terrazas, cubrir con mantillo, rotar los cultivos, reducir o eliminar los períodos de barbecho y mantener las poblaciones de árboles. La agricultura de secano llegó a ser especialmente productiva en la isla de Pascua, la minúscula Anuta y la llana y baja Tonga, donde los polinesios dedicaron la mayor parte de la superficie terrestre al cultivo de productos alimenticios.
La agricultura polinesia más productiva era el cultivo de taro en campos de regadío. Entre las islas tropicales más pobladas, esta opción fue descartada en Tonga por su escasa elevación y, por tanto, su falta de ríos. La agricultura de regadío alcanzó su apogeo en las islas más occidentales de Hawai, Kauai, Oahu y Molokai, que tenían extensión y humedad suficientes como para albergar no sólo grandes cursos de agua permanentes sino también poblaciones humanas numerosas y disponibles para los proyectos de construcción. La mano de obra forzada de Hawai construyó complejos sistemas de regadío para campos de taro que producían hasta 60 tm/ha, el rendimiento más alto de un cultivo en Polinesia. Estos rendimientos, a su vez, permitían la producción intensiva de cerdos. Hawai fue también único en Polinesia en el uso de mano de obra masiva para la acuicultura, mediante la construcción de grandes estanques en los que se criaban peces lácteos y mújoles.
Como consecuencia de toda esta variación ambientalmente relacionada con la subsistencia, las densidades de la población humana (medidas en personas por km2 de tierra cultivable) presentaban grandes variaciones en Polinesia. En el extremo inferior estaban los cazadores-recolectores de las islas Chathamm (algo menos de 2 personas por km2) y la isla Sur de Nueva Zelanda y los agricultores del resto de Nueva Zelanda (10 habitantes por km2). En cambio, muchas islas con agricultura intensiva alcanzaron densidades de población superiores a los 45 habitantes por km2. Tonga, Samoa y las islas de la Sociedad llegaron a entre 80 y 95 habitantes por km2 y Hawai llegó a 115. El extremo superior, con 400 habitantes por km2, estuvo ocupado por la elevada isla de Anuta, cuya población convirtió básicamente toda la tierra en apta para la producción intensiva de alimentos, para lo cual albergó a 160 personas en las 40 ha de la isla, incorporándose a las filas de las poblaciones autosuficientes más densas del mundo. La densidad de población de Anuta superó a la de la Holanda moderna e incluso rivalizó con la de Bangladesh.
El tamaño de la población es el producto de la densidad de población (habitantes por km2) por la superficie (km2). La superficie pertinente no es la superficie de una isla, sino la de una unidad política, que puede ser mayor o menor que una isla. Por una parte, las islas situadas cerca de otras podían combinarse en una unidad política única. Por otra parte, las islas extensas y de relieve accidentado se dividían en muchas unidades políticas independientes. De ahí que la superficie de la unidad política variase no sólo con la superficie de una isla sino también con su fragmentación y su aislamiento.
En cuanto a las islas pequeñas y aisladas, donde no existían obstáculos importantes para las comunicaciones internas, toda la isla constituía la unidad política, como en el caso de Anuta, con sus 160 habitantes. Muchas islas más extensas nunca llegaron a unificarse políticamente, ya fuera porque su población estaba formada por bandas dispersas de unas decenas de cazadores-recolectores cada una (las islas Chatham y la isla Sur de Nueva Zelanda) o por agricultores dispersos y separados por grandes distancias (el resto de Nueva Zelanda), o por agricultores que vivían en poblaciones densas pero en territorios accidentados que impedían la unificación política. Por ejemplo, los habitantes de los profundos valles colindantes de la islas Marquesas se comunicaban entre sí principalmente por mar; cada valle formaba una entidad política independiente de unos miles de habitantes, y la mayoría de las islas Marquesas de gran tamaño permanecieron divididas en muchas de estas entidades.
El territorio de las islas de Tonga, Samoa, Sociedad y Hawai permitía la unificación política dentro de las islas, y produjo unidades políticas de 10 000 o más personas (más de 30 000 en la más extensa de las islas de Hawai). Las distancias entre islas del archipiélago de Tonga, así como las distancias entre Tonga y los archipiélagos vecinos, eran suficientemente modestas como para que se estableciese finalmente un imperio pluriinsular que comprendía a 40 000 personas. Así pues, las unidades políticas polinesias oscilaban en cuanto a tamaño entre unas docenas y 40 000 personas.
El tamaño de la población de una unidad política interactuó con su densidad de población para influir en la organización tecnológica y económica, social y política de Polinesia. En general, cuanto mayor era el tamaño y más alta la densidad, más complejas y especializadas eran la tecnología y la organización, por razones que examinaremos en detalle en capítulos posteriores. En una palabra, con densidades de población altas sólo una parte de los habitantes llegaron a ser agricultores, pero fueron movilizados para dedicarse a la producción intensiva de alimentos, produciendo de este modo excedentes para alimentar a los no productores. Los no productores que los movilizaron incluían jefes, sacerdotes, burócratas y guerreros. Las unidades políticas más grandes podían reunir grandes fuerzas de trabajo para construir sistemas de regadío y estanques para peces que intensificaron aún más la producción de alimentos. Estos acontecimientos fueron especialmente evidentes en Tonga, Samoa y las islas de la Sociedad, todas las cuales eran fértiles, densamente pobladas y moderadamente grandes de acuerdo con los criterios polinesios. La tendencia alcanzó su cénit en el archipiélago de Hawai, formado por las islas polinesias tropicales más extensas, donde la densidad de población y las grandes superficies terrestres implicaron que los jefes tuviesen la posibilidad de disponer de mano de obra muy numerosa.
Las variaciones entre las sociedades polinesias asociadas a diferentes densidades y tamaños de la población eran las siguientes. Las economías continuaron siendo más sencillas en las islas con baja densidad de población (como los cazadores-recolectores de las Chatham), bajas cifras de población (pequeños atolones) o valores bajos tanto de densidad como de población. En estas sociedades, cada unidad familiar hacía lo que necesitaba; la especialización económica era escasa o no existía. La especialización aumentaba en las islas más extensas y con mayor densidad de población, para llegar a su apogeo en Samoa, las islas de la Sociedad y especialmente Tonga y Hawai. Estas dos últimas islas albergaban a artesanos especializados a tiempo parcial y hereditarios, incluidos constructores de canoas, navegantes, canteros, cazadores de aves y tatuadores.
La complejidad social presentaba variaciones semejantes. También en este caso, las islas Chatham y los atolones tenían las sociedades más simples e igualitarias. Cuando estas islas conservaban la tradición polinesia original de tener jefes, éstos lucían escasos o nulos signos visibles de distinción, vivían en chozas corrientes como las del pueblo llano y cultivaban o capturaban su alimento como cualquier otra persona. Las distinciones sociales y los poderes propios de los jefes aumentaban en las islas de alta densidad de población dotadas de grandes unidades políticas, y eran especialmente acusadas en Tonga y las islas de la Sociedad.
La complejidad social alcanzaba también su apogeo en el archipiélago de Hawai, donde las personas descendientes de los jefes se dividían en ocho linajes clasificados jerárquicamente. Los miembros de estos linajes de jefes no se casaban con personas del pueblo llano sino únicamente entre sí, a veces con hermanos o medio hermanos. El pueblo llano debía postrarse ante los jefes de alto rango. Todos los miembros de los linajes de jefes, burócratas y algunos artesanos especializados estaban liberados del trabajo de producción de alimentos.
La organización política seguía las mismas tendencias. En las islas Chatham y los atolones, los jefes contaban con escasos recursos para administrar, las decisiones se tomaban tras un debate general y la propiedad de la tierra era de la comunidad en su conjunto en vez de pertenecer a los jefes. Las unidades políticas más grandes y con más densidad de población concentraban más autoridad en los jefes. La complejidad política era mayor en Tonga y Hawai, donde los poderes de los jefes hereditarios se aproximaban a los de los reyes de otras regiones del mundo, y donde la tierra era controlada por los jefes, no por el pueblo llano. Utilizando burócratas designados como agentes, los jefes requisaban alimentos al pueblo llano y reclutaban a miembros de éste para trabajar en grandes proyectos de construcción, cuya forma variaba de una isla a otra: proyectos de regadío y estanques para peces en Hawai, centros de danza y fiesta en las Marquesas, tumbas de los jefes en Tonga y templos en Hawai, Sociedad y Pascua.
En el momento de la llegada de los europeos, en el siglo XVIII, la jefatura o estado de Tonga se había convertido ya en un imperio que abarcaba varios archipiélagos. Dado que el archipiélago de Tonga estaba geográficamente unido e incluía varias islas extensas con terreno no fragmentado, cada isla se unificó bajo un único jefe; después, los jefes hereditarios de la isla más extensa de Tonga (Tongatapu) unieron todo el archipiélago, y finalmente conquistaron islas no pertenecientes al archipiélago y situadas a distancias que llegaban a los 800 km. Practicaban regularmente el comercio de largo recorrido con Fiji y Samoa, establecieron asentamientos tonganos en Fiji y comenzaron a asaltar y conquistar algunas zonas de Fiji. La conquista y la administración de este protoimperio marítimo se lograron mediante armadas de grandes canoas, en cada una de las cuales podían viajar hasta 150 hombres.
Al igual que Tonga, Hawai se convirtió en una entidad política que abarcaba varias islas muy pobladas, aunque quedó limitada a un solo archipiélago debido a su extremo aislamiento. En el momento del «descubrimiento» de Hawai por los europeos en 1778, la unificación política había tenido lugar ya en cada isla hawaiana, y había comenzado alguna fusión política entre las islas. Las cuatro islas más extensas —la isla Grande (Hawai en sentido estricto), Maui, Oahu y Kauai— conservaron su independencia y siguieron controlando (o disputándose el control de ellas) las islas menores (Lanai, Molokai, Kahoolawe y Niihau). Después de la llegada de los europeos, el rey Kamehameha I de la isla Grande avanzó rápidamente en la consolidación de las islas mayores mediante la adquisición de armas de fuego y barcos europeos para invadir y conquistar primero Maui y después Oahu. A partir de ahí, Kamehameha preparó invasiones de la última isla independiente de Hawai, la de Kauai, cuyo jefe llegó finalmente a un acuerdo negociado con él, completándose así la unificación del archipiélago.
El tipo de variación que nos queda por considerar entre las sociedades polinesias tiene que ver con los útiles y otros aspectos de la cultura material. Los diferentes grados de disponibilidad de materias primas impusieron una limitación evidente a la cultura material. En un extremo estaba la isla de Henderson, un antiguo arrecife elevado sobre el nivel del mar y desprovisto de piedras distintas de la piedra caliza. Sus habitantes se limitaron a fabricar azuelas con las conchas de almejas gigantes. En el extremo opuesto, los maoríes del minicontinente de Nueva Zelanda tenían acceso a una amplia gama de materias primas y destacaron especialmente por su uso del jade. Entre estos dos extremos se hallaban las islas volcánicas oceánicas de Polinesia, que carecían de granito, sílex y otras rocas continentales, pero al menos tenían rocas volcánicas, con las que los polinesios fabricaron azuelas de piedra tallada o pulimentada que utilizaron para limpiar la tierra para la agricultura.
En cuanto a los tipos de objetos que se fabricaban, los habitantes de las islas Chatham necesitaban poco más que bastones y palos para matar focas, aves y bogavantes. La mayoría de los habitantes de las demás islas producían una serie diversa de anzuelos, azuelas, joyas y otros objetos. En los atolones, como en las Chatham, esos objetos eran pequeños, relativamente sencillos y producidos y poseídos individualmente, mientras que la arquitectura consistía únicamente en sencillas cabañas. Las islas extensas y densamente pobladas albergaban a artesanos especializados que producían una amplia serie de objetos de prestigio para los jefes, como las capas de plumas reservadas para los jefes hawaianos y hechas de decenas de miles de plumas de aves.
Las mayores edificaciones de Polinesia eran las inmensas estructuras de piedra de algunas islas: las célebres estatuas gigantes de la isla de Pascua, las tumbas de los jefes de Tonga, las plataformas ceremoniales de las Marquesas y los templos de Hawai y Sociedad. Esta arquitectura polinesia monumental evolucionaba evidentemente en la misma dirección que las pirámides de Egipto, Mesopotamia, México y Perú. Naturalmente, las construcciones de Polinesia no son de la misma escala que las pirámides, pero esto refleja únicamente el hecho de que los faraones egipcios podían recurrir a mano de obra forzada procedente de una población humana mucho más numerosa que la de los jefes de cualquier isla de Polinesia. Con todo, los habitantes de la isla de Pascua lograron erigir estatuas de piedra de 30 tm, lo que no es poco para una isla con sólo 7000 habitantes que no tenían más fuente de energía que sus propios músculos.
Así pues, las sociedades de las islas de Polinesia presentaban grandes diferencias en cuanto a especialización económica, complejidad social, organización política y producción material, relacionadas con diferencias en el tamaño y la densidad de la población, relacionadas éstas a su vez con diferencias de superficie de las islas, su fragmentación y aislamiento y en cuanto a las oportunidades de subsistencia y de intensificación de la producción de alimentos. Todas estas diferencias entre las sociedades polinesias se desarrollaron, en un tiempo relativamente breve y en una fracción modesta de la superficie de la Tierra, como variaciones relacionadas con el entorno sobre una única sociedad ancestral. Estas categorías de diferencias culturales en Polinesia son en esencia las mismas categorías que aparecieron en otros lugares del planeta.
Naturalmente, la gama de variación sobre el resto del planeta es mucho mayor que la que se observa en Polinesia. Mientras que los pueblos continentales modernos incluían a los dependientes de las herramientas de piedra, como era el caso de los polinesios, América del Sur abarcaba sociedades expertas en el uso de metales preciosos, y los habitantes de Eurasia y África llegaban a utilizar el hierro. Estos avances estaban descartados en Polinesia, porque ninguna isla, a excepción de Nueva Zelanda, tenía yacimientos importantes de metales. En Eurasia había imperios con todas las de la ley antes de que Polinesia fuera incluso poblada, y en América del Sur y Mesoamérica se desarrollaron imperios posteriormente, mientras que Polinesia produjo únicamente dos protoimperios, uno de los cuales (Hawai) se unió únicamente después de la llegada de los europeos. Eurasia y Mesoamérica desarrollaron una escritura autóctona, que no apareció en Polinesia, cuya misteriosa escritura pudo sin embargo ser posterior al contacto de los isleños con los europeos.
Es decir, Polinesia nos ofrece una pequeña parte, no todo el espectro, de la diversidad social humana del mundo. Pero esto no debe sorprendernos, pues nos ofrece una pequeña parte de la diversidad geográfica del mundo. Además, habida cuenta que Polinesia fue colonizada en una época tan tardía de la historia humana, incluso las sociedades polinesias más antiguas sólo dispusieron de 3200 años para desarrollarse, frente a un mínimo de 13 000 años para las sociedades de incluso los continentes colonizados en fechas más tardías (América). Si hubieran tenido algunos milenios más, quizá Tonga y Hawai habrían alcanzado el nivel de imperios en toda regla que hubieran luchado por el control del Pacífico, y se habrían desarrollado sistemas de escritura autóctonos para administrar esos imperios, mientras que los maoríes de Nueva Zelanda podrían haber incorporado útiles de hierro y cobre a su repertorio de jade y otros materiales.
En una palabra, Polinesia nos proporciona un ejemplo convincente de diversificación relacionada con el entorno de las sociedades humanas en funcionamiento. Pero de ello sólo aprendemos qué puede suceder, porque sucedió en Polinesia. ¿Sucedió también en los continentes? En caso afirmativo, ¿qué diferencias ambientales fueron las responsables de la diversificación en los continentes, y cuáles sus consecuencias?