Capítulo 9

Cebras, matrimonios infelices y el principio de Ana Karenina;

Todos los animales domesticables se asemejan; cada animal no domesticable es no domesticable a su modo.

Si el lector piensa que ha oído ya algo parecido a la frase anterior, tiene toda la razón. Sólo tiene que introducir algunos cambios, y tendrá ante sí la célebre primera frase de la gran novela Ana Karenina, de Tolstói: «Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo». Con esta frase, Tolstói quería decir que, para ser feliz, un matrimonio debe tener éxito en muchos aspectos distintos: atracción sexual, acuerdo acerca del dinero, la disciplina infantil, la religión, la familia política y otras cuestiones vitales. El fracaso en uno cualquiera de estos aspectos esenciales puede condenar a un matrimonio aun cuando tenga todos los demás ingredientes necesarios para la felicidad.

Este principio puede extenderse a la comprensión de muchas más cosas de la vida además del matrimonio. Tenemos tendencia a buscar explicaciones del éxito fáciles y de un único factor. Para la mayoría de las cosas importantes, sin embargo, el éxito requiere realmente evitar muchas posibles causas distintas del fracaso. El principio de Ana Karenina explica una característica de la domesticación de animales que tuvo grandes consecuencias para la historia humana; a saber, que tantas especies de grandes mamíferos salvajes aparentemente aptas, como la cebra y el pécari, nunca han sido domesticadas, y que las especies que se han logrado domesticar han sido de manera casi exclusiva euroasiáticas. Después de examinar en los dos capítulos precedentes por qué tantas especies de plantas silvestres aparentemente aptas para la aclimatación nunca fueron cultivadas, abordaremos ahora la cuestión correspondiente para los mamíferos domésticos. Nuestra anterior pregunta sobre las manzanas o los indios se transforma en una pregunta sobre las cebras o los africanos.

En el capítulo 4 recordábamos las muchas maneras en que los grandes mamíferos domésticos fueron decisivos para las sociedades humanas que los poseían. Como aspectos más destacados, proporcionaban carne, productos lácteos, fertilizantes, transporte terrestre, cuero, vehículos de asalto militar, tiro para el arado y lana, además de gérmenes que mataron a pueblos que no habían estado expuestos previamente a estos animales.

Además, naturalmente, los pequeños animales domésticos y las aves y los insectos domésticos también han sido útiles para el ser humano. Muchas aves fueron domesticadas para aprovechar su carne, sus huevos y sus plumas: el pollo en China, varias especies de pato y ganso en distintas zonas de Eurasia, el pavo en Mesoamérica, la gallina de Guinea en África y el pato almizclado en América del Sur. El lobo fue domesticado en Eurasia y América del Norte para convertirse en nuestro perro, al que se utilizó como compañero de caza, centinela, mascota y, en algunas sociedades, alimento. Entre los roedores y otros pequeños mamíferos domesticados para ser utilizados como alimento figuraban el conejo en Europa, el cobaya en los Andes, una rata gigante en África occidental y posiblemente un roedor llamado hutia en las Antillas. El hurón fue domesticado en Europa para cazar conejos, y el gato fue domesticado en el norte de África y el suroeste de Asia para cazar plagas de roedores. Entre los pequeños mamíferos domesticados en épocas tan recientes como los siglos XIX y XX se cuentan el zorro, el visón y la chinchilla para aprovechar sus pieles, y el hámster como mascota. Incluso algunos insectos han sido domesticados, especialmente la abeja melífera de Eurasia y el gusano de seda de China, para producir miel y seda, respectivamente.

Muchos de estos pequeños animales producían, pues, alimento, vestido o calor. Pero ninguno de ellos tiraba de arados o carretas, ninguno portaba jinetes, ninguno a excepción del perro tiraba de trineos o se convertía en máquina de guerra, y ninguno de ellos ha sido tan importante para producir alimento como los grandes mamíferos domésticos. De ahí que el resto de este capítulo se circunscriba a los grandes mamíferos.

La importancia de los mamíferos domesticados reside en un número sorprendentemente escaso de grandes herbívoros terrestres. (Sólo se han domesticado mamíferos terrestres, por la razón obvia de que los mamíferos acuáticos resultaban difíciles de mantener y criar hasta la construcción de las modernas instalaciones recreativas marinas). Si por «grande» entendemos «que pesa más de 45 kg», sólo catorce de esas especies fueron domesticadas antes del siglo XX (véase una relación en la Tabla 9.1). De esas catorce antiguas, nueve (las «nueve menores» de la Tabla 9.1) se convirtieron en ganado importante para el ser humano únicamente en zonas limitadas del planeta: el camello, el dromedario, la llama/alpaca (razas distintas de la misma especie ancestral), el asno, el reno, el búfalo acuático, el yak, el banteng y el gaur. Sólo cinco especies se generalizaron y adquirieron importancia en todo el mundo. Esas «cinco grandes» de la domesticación de los mamíferos son la vaca, la oveja, la cabra, el cerdo y el caballo.

TABLA 9.1. Las catorce especies antiguas de grandes mamíferos domésticos herbívoros
Las cinco grandes
1. Oveja. Antepasado salvaje: el muflón asiático de Asia occidental y central. Ahora en todo el mundo.
2. Cabra. Antepasado salvaje: la cabra de bezoar de Asia occidental. Ahora en todo el mundo.
3. Vaca. Antepasado salvaje: el ya extinguido uro, en otros tiempos presente en toda Eurasia y el norte de África. Ahora en todo el mundo.
4. Cerdo. Antepasado salvaje: el jabalí, presente en toda Eurasia y el norte de África. Ahora en todo el mundo. En realidad es omnívoro (come regularmente alimentos animales y vegetales), mientras que los otros trece antiguos son más estrictamente herbívoros.
5. Caballo. Antepasado salvaje: caballos salvajes ya extinguidos del sur de Rusia; una subespecie diferente de la misma especie sobrevivió en libertad hasta la época moderna: el caballo de Przewalski de Mongolia. Ahora en todo el mundo.
Las nueve menores
6. Dromedario (con una giba). Antepasado salvaje: ya extinguido, vivía en Arabia y zonas adyacentes. Se lo encuentra básicamente en Arabia y el norte de África, aunque también vive asilvestrado en Australia.
7. Camello (con dos gibas). Antepasado salvaje: ya extinguido, vivía en Asia central. Se lo encuentra básicamente en Asia central.
8. Llama y alpaca. Parecen ser razas bien diferenciadas de la misma especie, y no especies diferentes. Antepasado salvaje: el guanaco de los Andes. Se las encuentra básicamente en los Andes, aunque algunas son criadas como bestias de carga en América del Norte.
9. Asno. Antepasado salvaje: el asno salvaje del norte de África y antes quizá de la zona adyacente del suroeste de Asia. Presente en un principio como animal doméstico en el norte de África y el oeste de Eurasia, en épocas más recientes se lo usó también en otros lugares.
10. Reno. Antepasado salvaje: el reno del norte de Eurasia. Presente sobre todo como animal doméstico en esa zona, aunque ahora también se lo usa en Alaska.
11. Búfalo acuático. El antepasado salvaje vive en el sureste de Asia. Sigue siendo utilizado como animal doméstico principalmente en esa zona, aunque también se usan muchos en Brasil y otros se han asilvestrado en Australia y otros lugares.
12. Yak. Antepasado salvaje: el yak salvaje del Himalaya y la meseta de Tíbet. Se lo encuentra sobre todo como animal doméstico en esa zona.
13. Vaca de Bali. Antepasado salvaje: el banteng (un pariente del uro) del sureste de Asia. Se la encuentra sobre todo como animal doméstico en esa zona.
14. Mithan. Antepasado salvaje: el gaur (otro pariente del uro) de India y Birmania. Se lo encuentra sobre todo como animal doméstico en esa zona.

Puede parecer que en esta lista hay flagrantes omisiones. ¿Dónde está el elefante africano, con el que los ejércitos de Aníbal cruzaron los Alpes? ¿Dónde está el elefante asiático, que continúa utilizándose como animal de trabajo en el sureste de Asia en nuestros días? No, no nos hemos olvidado de ellos, y esto plantea una distinción importante. El elefante ha sido domado pero nunca domesticado. Los elefantes de Aníbal eran, y los elefantes de trabajo asiáticos son, elefantes salvajes que han sido capturados y domados; no han sido criados en cautividad. En cambio, por animal domesticado entendemos un animal criado selectivamente en cautividad y, por tanto, modificado a partir de sus antepasados salvajes, para su uso por el ser humano, que controla la reproducción y el suministro alimentario del animal.

Quiere decirse que la domesticación implica la transformación del animal salvaje en algo más útil para el ser humano. Los animales realmente domesticados presentan varias diferencias con respecto a sus antepasados salvajes. Estas diferencias son el resultado de dos procesos: la selección humana de los animales que son más útiles para el propio ser humano que otros individuos de la misma especie, y las respuestas evolutivas automáticas de los animales a la alteración de las fuerzas de la selección natural que actúan en los entornos humanos en comparación con los entornos naturales. En el capítulo 7 vimos que todos estos enunciados se aplican asimismo a la aclimatación de las plantas.

La separación de los animales domesticados de sus antepasados salvajes ha seguido diversos caminos. Muchas especies cambian de tamaño: la vaca, el cerdo y la oveja se hicieron más pequeños después de la domesticación, mientras que el cobaya se hizo más grande. La oveja y la alpaca fueron seleccionadas para la retención de la lana y la reducción de la pérdida de pelo, mientras que la vaca ha sido seleccionada por el alto rendimiento en leche. Varias especies de animales domésticos tienen el cerebro más pequeño y los órganos sensoriales menos desarrollados que sus antepasados salvajes, porque ya no necesitan el cerebro más grande y los órganos sensoriales más desarrollados de los que sus antepasados dependían para escapar de los predadores salvajes.

Para apreciar los cambios que se han desarrollado en virtud de la domesticación, basta con comparar el lobo, que es el antepasado salvaje del perro doméstico, con las muchas razas de perros. Unos perros son mucho más grandes que los lobos (gran danés), mientras que otros son mucho más pequeños (pequinés). Unos son más esbeltos y su constitución es idónea para la carrera (galgo), mientras que otros tienen las patas cortas y son inútiles para correr (téckel). Su variación es inmensa en cuanto a forma y color del pelo, e incluso los hay sin pelo. Los polinesios y los aztecas desarrollaron razas de perro criadas específicamente para utilizarlos como alimento. Si se compara un téckel con un lobo, puede ser que ni siquiera se sospeche que el primero ha sido obtenido a partir del segundo si no se sabe esto previamente.

Los antepasados salvajes de las «catorce especies antiguas» se propagaron de manera desigual por el planeta. En América del Sur sólo había uno de estos antepasados, que dio origen a la llama y la alpaca. En América del Norte, Australia y el África subsahariana no había ninguno. La falta de animales domésticos autóctonos del África subsahariana es especialmente asombrosa, si pensamos que una de las principales razones por la que los turistas visitan África en nuestros días es para contemplar su abundantes y diversos mamíferos salvajes. En cambio, los antepasados salvajes de trece de las «catorce antiguas» (incluidas las «cinco grandes») se circunscribían a Eurasia. (Como en el resto de este libro, el término «Eurasia» incluye en varios casos el norte de África, que biogeográficamente y en muchos aspectos de la cultura humana está más relacionado con Eurasia que con el África subsahariana).

Naturalmente, no todas las trece especies ancestrales salvajes se daban juntas en toda Eurasia. Ninguna zona poseía las trece, y algunos de estos antepasados salvajes eran de ámbito muy local, como el yak, circunscrito en libertad a Tíbet y zonas de tierras altas adyacentes. Sin embargo, en muchas partes de Eurasia bastantes de estas trece especies vivían juntas en la misma zona: por ejemplo, siete de los antepasados salvajes se daban en el suroeste de Asia.

Esta distribución tan desigual de las especies ancestrales salvajes entre los continentes se convirtió en una razón importante de que fueran los eurasiáticos, y no los pueblos de otros continentes, quienes terminaran poseyendo armas de fuego, gérmenes y acero. ¿Cómo podemos explicar la concentración de las «catorce especies antiguas» en Eurasia?

Una razón es sencilla. Eurasia posee el mayor número de grandes especies de mamíferos salvajes terrestres, ya sean antepasados o no de las especies domesticadas. Definamos el «candidato a la domesticación» como cualquier especie de mamífero herbívoro u omnívoro terrestre (no predominantemente carnívoro) que pese por término medio más de 45 kg. En la Tabla 9.2 puede comprobarse que Eurasia tenía más candidatos que otras regiones, 72 especies, del mismo modo que tenía más especies en muchos otros grupos de vegetales y animales. Esto se debe a que Eurasia es la masa terrestre más extensa del planeta, y su diversidad ecológica es también muy alta, con hábitats que van desde los extensos bosques pluviales tropicales hasta los bosques templados, los desiertos y las marismas, pasando por tundras igualmente extensas. El África subsahariana tiene menos candidatos, 51 especies, del mismo modo que tiene menos especies en la mayoría de los restantes grupos de plantas y animales, porque es menos extensa y ecológicamente menos diversa que Eurasia. África posee zonas más pequeñas de bosque pluvial tropical que el sureste de Asia, y ningún hábitat templado más allá de los 37º de latitud. Como hemos visto en el capítulo 1, es posible que América tuviera en otros tiempos casi tantos candidatos como África, pero la mayoría de los grandes mamíferos salvajes de América (incluidos los caballos, la mayoría de sus camélidos y otras especies que probablemente habrían sido domesticadas si hubieran sobrevivido) se extinguieron hace unos 13 000 años. Australia, el continente más pequeño y aislado, siempre ha tenido un número muy inferior de especies de grandes mamíferos salvajes que Eurasia, África o América. Del mismo modo que en América, en Australia todos esos escasos candidatos, a excepción del canguro rojo, se extinguieron coincidiendo más o menos con la primera colonización del continente por seres humanos.

TABLA 9.2. Mamíferos candidatos a la domesticación
Continente
Eurasia África subsahariana América Australia
Candidatos 72 51 24 1
Especies domesticadas 13 0 1 0
Porcentaje de candidatos domesticados 18 0 4 0

Se entiende por «candidato» una especie de mamífero salvaje terrestre, herbívoro u omnívoro, que pese por término medio más de 45 kg.

Así pues, la explicación de por qué Eurasia ha sido el principal escenario de la domesticación de grandes mamíferos reside en parte en que era el continente que poseía más especies candidatas de mamíferos salvajes con los que comenzar, y perdió menos candidatos que las demás regiones debido a la extinción en los últimos 40 000 años. Pero las cifras de la Tabla 9.2 nos advierten que no es ésa toda la explicación. También es cierto que el porcentaje de candidatos domesticados realmente es más alto en Eurasia (18 por 100) y es especialmente bajo en el África subsahariana (ninguna especie domesticada de 51 candidatas). Especialmente sorprendente es el gran número de especies de mamíferos africanos y americanos que nunca fueron domesticados, a pesar de tener homólogos o parientes cercanos eurasiáticos que fueron domesticados. ¿Por qué fueron domesticados los caballos de Eurasia, pero no las cebras de África? ¿Por qué los cerdos de Eurasia, pero no los pecaríes americanos ni las tres especies de auténticos cerdos salvajes de África? ¿Por qué las cinco especies de bóvidos salvajes de Eurasia (uro, búfalo acuático, yak, gaur, banteng), pero no el búfalo africano ni el bisonte americano? ¿Por qué el muflón asiático (antepasado de nuestra oveja doméstica), pero no la oveja de las montañas Rocosas (Ovis canadensis) de América del Norte?

¿Compartían todos aquellos pueblos de África, América y Australia, a pesar de su enorme diversidad, algún obstáculo cultural para la domesticación que no compartían con los pueblos euroasiáticos? Por ejemplo, la abundancia de grandes mamíferos salvajes de África, disponibles para ser abatidos mediante la caza, ¿hizo superfluo que los africanos se tomasen la molestia de cuidar animales domésticos?

La respuesta a esa pregunta es inequívoca: ¡no! La interpretación es refutada por cinco tipos de pruebas: la rápida aceptación de las especies domésticas de Eurasia por los pueblos no eurasiáticos, la propensión humana universal a tener animales domésticos, la rápida domesticación de las «catorce especies antiguas», las reiteradas domesticaciones independientes de algunas de ellas y los éxitos limitados de los intentos modernos de llevar a cabo nuevas domesticaciones.

En primer lugar, cuando los «cinco grandes» mamíferos domésticos de Eurasia llegaron al África subsahariana, fueron adoptados por los pueblos africanos más diversos siempre que las condiciones lo permitieron. De ese modo, aquellos ganaderos africanos lograron una enorme ventaja sobre los cazadores-recolectores africanos y rápidamente los desplazaron. En particular, los agricultores bantúes que adquirieron vacas y ovejas se extendieron desde sus tierras originarias en África occidental y en un breve lapso de tiempo se impusieron a los antiguos cazadores-recolectores en la mayor parte del África subsahariana. Incluso sin adquirir cultivos, los pueblos khoisan que adquirieron vacas y ovejas hace unos 2000 años desplazaron a los cazadores-recolectores khoisan en gran parte del África austral. La llegada del caballo doméstico a África occidental transformó la guerra en esa región y la convirtió en un conjunto de reinos dependientes de la caballería. El único factor que impidió que el caballo se propagara más allá de África occidental fueron las enfermedades tripanosomiásicas portadas por las moscas tsé-tsé.

La misma pauta se repitió en otros lugares del mundo, siempre que los pueblos que carecían de especies de mamíferos salvajes autóctonos aptos para la domesticación tuviesen finalmente la oportunidad de adquirir animales domésticos eurasiáticos. Los caballos europeos fueron adoptados con entusiasmo por los indígenas americanos tanto en América del Norte como en América del Sur, en el plazo de una generación a partir de la huida de caballos de asentamientos europeos. Por ejemplo, en el siglo XIX los indios de las Grandes Llanuras de América del Norte fueron famosos como expertos guerreros a caballo y cazadores de bisontes, pero no consiguieron los caballos hasta finales del siglo XVII. Las ovejas adquiridas de los españoles transformaron asimismo la sociedad de los indios navajos y condujo, entre otras cosas, al tejido de las bellas mantas de lana por las que los navajos han adquirido renombre. En el plazo de una década a partir de la colonización de Tasmania por europeos con perros, los aborígenes tasmanos, que nunca habían visto un perro, comenzaron a criarlos en gran número para utilizarlos en la caza. Así pues, entre los miles de pueblos autóctonos culturalmente diversos de Australia, América y África, ningún tabú cultural universal impidió la domesticación de animales.

Es indudable que si alguna especie de mamífero salvaje local de esos continentes hubiera sido domesticable, algunos pueblos australianos, americanos y africanos los habrían domesticado y habrían obtenido una gran ventaja gracias a ellos, del mismo modo que se beneficiaron de los animales domésticos eurasiáticos a los que adoptaron inmediatamente cuando tuvieron la oportunidad de adquirirlos. Por ejemplo, pensemos en todos los pueblos del África subsahariana que vivían dentro de la zona de distribución de la cebra y el búfalo salvajes. ¿Por qué no hubo al menos una tribu de cazadores-recolectores africanos que domesticara esas cebras y esos búfalos y obtuviera con ello el dominio sobre otros africanos, sin tener que esperar la llegada de caballos y vacas de Eurasia? Todos estos datos indican que la explicación de la falta de domesticación de mamíferos autóctonos fuera de Eurasia reside en los propios mamíferos salvajes disponibles en cada zona, no en los pueblos de esas zonas.

Un segundo tipo de pruebas para la misma interpretación proviene de los animales domésticos o mascotas. Tener animales salvajes como mascotas, y domarlos, constituye una etapa inicial de la domesticación. Pero se tiene noticia de la existencia de animales domésticos de este tipo en prácticamente todas las sociedades humanas tradicionales de todos los continentes. La variedad de animales salvajes domados de este modo es mucho mayor que la variedad de los domesticados finalmente, e incluye algunas especies que nos costaría trabajo imaginar como animales domésticos.

Por ejemplo, en las aldeas de Nueva Guinea donde trabajo, veo a menudo que la gente tiene a modo de mascotas canguros, oposum y aves que van desde papamoscas hasta águilas pescadoras. La mayoría de estos animales cautivos se consumen finalmente como alimento, aunque algunos se tienen exclusivamente como mascotas. Los neoguineanos capturan incluso habitualmente polluelos de casuarios salvajes (una gran ave incapaz de volar, parecida al avestruz) y los crían para comerlos como bocado exquisito, aun cuando los casuarios adultos cautivos sean sumamente peligrosos y de vez en cuando destripen a algún aldeano. Algunos pueblos de Asia doman águilas para usarlas como aves de caza, aunque también se sabe que estos poderosos animales domésticos han matado ocasionalmente a sus portadores humanos. Los egipcios y asirios de la antigüedad, y los italianos modernos, domaban guepardos para usarlos en sus partidas de caza. Pinturas ejecutadas por los egipcios de la antigüedad muestran que también domaban (como era de esperar) mamíferos ungulados como la gacela y el antílope, aves como la grulla, animales más sorprendentes como la jirafa (que puede ser peligrosa) y lo más sorprendente de todo: la hiena. El elefante africano era domado en la época romana a pesar del eminente peligro, y el elefante asiático sigue siendo domado en nuestros días. La mascota menos probable quizá sea el oso pardo europeo (la misma especie que el norteamericano), que el pueblo ainu de Japón capturaba habitualmente cuando eran individuos jóvenes, los domaba y los criaba para matarlos y comerlos en una ceremonia ritual.

Así pues, muchas especies de animales salvajes alcanzaron la primera etapa de la secuencia de las relaciones entre animales y humanos que condujo a la domesticación, pero sólo unos pocos llegaron al otro extremo de esa secuencia como animales domésticos. Hace más de un siglo, el científico británico Francis Galton resumió sucintamente esta discrepancia: «Parece ser que todo animal salvaje ha tenido su oportunidad de ser domesticado, que unos pocos […] fueron domesticados hace tiempo, pero que los muchos restantes, que en ocasiones fallaron sólo en un pequeño detalle, están destinados a un estado salvaje perpetuo».

Las fechas de domesticación ofrecen una tercera línea de prueba que confirma la idea de Galton de que los primeros pueblos ganaderos domesticaron rápidamente todas las especies de grandes mamíferos aptas para ser domesticadas. Todas las especies de las que disponemos de pruebas arqueológicas relativas a su fecha de domesticación fueron domesticadas aproximadamente entre 8000 a. C. y 2500 a. C., es decir en los primeros milenios de existencia de las sociedades de agricultores y ganaderos sedentarios que surgieron después del fin del último período glacial. Tal como se resume en la Tabla 9.3, la época de domesticación de grandes mamíferos comenzó con la oveja, la cabra y el cerdo, y terminó con los camélidos. Desde 2500 a. C. no se ha incorporado ninguna especie significativa a esta lista.

TABLA 9.3. Fechas aproximadas de las primeras pruebas contrastadas de domesticación de especies de grandes mamíferos
Especie Fecha (a. C.) Lugar
Perro 10 000 Suroeste de Asia, China, América del norte
Oveja 8000 Suroeste de Asia
Cabra 8000 Suroeste de Asia
Cerdo 8000 China, Suroeste de Asia
Vaca 6000 Suroeste de Asia, India, norte de África
Caballo 4000 Ucrania
Asno 4000 Egipto
Búfalo acuático 4000 China (?)
Llama/Alpaca 3500 Los Andes
Camello 2500 Asia central
Dromedario 2500 Arabia

Para las otras especies de grandes mamíferos domesticados —reno, yak, gaur y banteng— se dispone aún de pocas pruebas relativas a la domesticación. Las fechas y los lugares de la tabla son únicamente los primeros contrastados hasta el momento; la domesticación pudo empezar antes y en lugares distintos.

Es cierto que, naturalmente, algunos pequeños mamíferos fueron domesticados por vez primera mucho después de 2500 a. C. Por ejemplo, el conejo no fue domesticado para ser aprovechado como alimento hasta la Edad Media, el ratón y la rata para la investigación de laboratorio hasta el siglo XX, y el hámster como mascota hasta el decenio de 1930. El constante desarrollo de los pequeños mamíferos domesticados no es sorprendente, porque existen literalmente miles de especies salvajes como candidatas, y porque eran de muy poco valor en las sociedades tradicionales como para merecer el esfuerzo de criarlos. Pero la domesticación de grandes mamíferos terminó hace prácticamente 4500 años. En esa fecha, la totalidad de las 148 grandes especies candidatas del mundo debieron haberse probado en innumerables ocasiones, con el resultado de que sólo un número reducido de ellas superó la prueba y no quedó ninguna otra apta.

Una cuarta línea de prueba de que algunas especies de mamíferos son mucho más aptas que otras nos la ofrecen las reiteradas domesticaciones independientes de las mismas especies. Las pruebas genéticas basadas en las partes de nuestro material genético conocido como ADN mitocondrial confirmaron recientemente que, como se sospechaba desde hacía tiempo, los bóvidos con joroba de India y los bóvidos sin joroba de Europa tuvieron su origen en dos poblaciones distintas de bóvidos ancestrales salvajes que se habían separado cientos de miles de años atrás. Es decir, los habitantes de India domesticaron las subespecies indias locales de uros salvajes, los pobladores del suroeste de Asia domesticaron independientemente sus propias subespecies de uros del suroeste de Asia, y los norteafricanos pudieron haber domesticado independientemente los uros norteafricanos.

Asimismo, el lobo fue domesticado independientemente para convertirlo en perro en América y probablemente en varias partes distintas de Eurasia, entre ella. China y el suroeste de Asia. El cerdo moderno tiene su origen en secuencias independientes de domesticación en China, Eurasia occidental y posiblemente otras zonas. Estos ejemplos vuelven a subrayar que las mismas escasas especies salvajes aptas merecieron la atención de muchas sociedades humanas distintas.

El hecho de que los intentos modernos no hayan proporcionado un tipo de prueba definitivo de los casos de no domesticación de grandes residuos de especies candidatas salvajes tiene su origen en inconvenientes de esas especies, y no en inconvenientes de los humanos de la antigüedad. Los europeos actuales son herederos de una de las más largas tradiciones de domesticación de animales en la Tierra, la que comenzó en el suroeste de Asia hace unos 10 000 años. Desde el siglo XV, los europeos se han extendido por todo el planeta y se han encontrado con especies de mamíferos salvajes que no se encuentran en Europa. Los colonizadores europeos, como los que encontré en Nueva Guinea con canguros y oposum a modo de mascotas, han domado o convertido en mascotas muchos mamíferos locales, del mismo modo que los pueblos autóctonos. Los ganaderos y agricultores europeos que emigraron a otros continentes han protagonizado también esfuerzos serios por domesticar algunas especies locales.

En los siglos XIX y XX, al menos seis grandes mamíferos —el eland, el uapití, el alce americano, el buey almizclero, la cebra y el bisonte americano— han sido objeto de proyectos especialmente bien organizados que pretendían su domesticación, y que han sido realizados por criadores y científicos expertos en genética animal modernos. Por ejemplo, el eland, que es el mayor antílope africano, ha sido sometido a selección para mejorar la calidad de su carne y la cantidad de su leche en el parque zoológico de Askaniya-Nova, Ucrania, así como en Inglaterra, Kenia, Zimbabue y Suráfrica; una granja experimental para uapitíes (ciervos rojos, según la terminología británica) ha sido dirigida por el instituto de investigación Rowett en Aberdeen, Escocia; y una granja experimental de alces americanos ha funcionado en el parque nacional de Pechero-Ilych, Rusia. Sin embargo, estas iniciativas modernas sólo han logrado éxitos muy limitados. Aunque la carne de bisonte americano aparece ocasionalmente en algunos supermercados de Estados Unidos, y aunque el alce americano ha sido usado como cabalgadura y ordeñado y utilizado para tirar de trineos en Suecia y en Rusia, ninguna de estas iniciativas ha producido un resultado de valor económico suficiente como para atraer a muchos granjeros. Es especialmente llamativo que los intentos recientes de domesticar el eland en la propia África, donde su resistencia a las enfermedades y su tolerancia al clima le darían gran ventaja sobre los animales salvajes eurasiáticos introducidos que son susceptibles a enfermedades africanas, no se han impuesto.

Así pues, ni los ganaderos autóctonos con acceso a especies candidatas durante miles de años, ni los expertos en genética modernos han logrado fabricar especies domésticas útiles de grandes mamíferos más allá de las «catorce antiguas», que fueron domesticadas hace al menos 4500 años. Sin embargo, los científicos actuales podrían indudablemente satisfacer para muchas especies, si lo desearan, la parte de la definición de domesticación que especifica el control de la reproducción y el suministro de alimento. Por ejemplo, los zoológicos de San Diego y Los Ángeles someten actualmente a los últimos cóndores supervivientes de California a un control de la reproducción más draconiano que el que se impone a cualquier especie domesticada. Todos los cóndores han sido domesticados genéticamente, y un programa informático determina qué macho debe juntarse con qué hembra para alcanzar los fines humanos (en este, caso, maximizar la diversidad genética y, por tanto, conservar esta especie en peligro de extinción): en los zoológicos se llevan a cabo programas semejantes de reproducción para muchas otras especies amenazadas, entre ellas el gorila y el rinoceronte. Pero la rigurosa selección de los cóndores de California que se hace en los zoológicos no muestra perspectiva alguna de producir un producto económicamente útil. Tampoco los intentos de los zoológicos con rinocerontes, aunque los rinocerontes ofrecen hasta más de tres toneladas de carne sobre sus pezuñas. Como veremos ahora, el rinoceronte (y la mayoría de los grandes mamíferos) presenta obstáculos insuperables para la domesticación.

En total, de los 148 grandes mamíferos herbívoros terrestres salvajes del planeta —los candidatos a la domesticación—, sólo 14 pasaron la prueba. ¿Por qué fracasaron las otras 134 especies?

¿A qué condiciones se refería Francis Galton cuando hablaba de esas otras especies como «destinadas a un estado salvaje perpetuo»?

La respuesta se deduce del principio de Ana Karenina. Para ser domesticada, una especie salvaje candidata debe tener muchas características distintas. La falta de cualquiera de las características requeridas condena al fracaso los esfuerzos de domesticación, del mismo modo que condena los esfuerzos de construir un matrimonio feliz. Jugando a ser asesores matrimoniales de la pareja cebra/ser humano y otras parejas heterogéneas, podemos reconocer al menos seis grupos de razones del fracaso de la domesticación.

Dieta. Cada vez que un animal come una planta o a otro animal, la conversión de la biomasa alimentaria en biomasa del consumidor supone una eficiencia de mucho menos del 100 por 100: típicamente, del orden del 10 por 100. Es decir, se necesitan 5000 kg de maíz para criar una vaca de 500 kg de peso. Si lo que se desea es criar 500 kg de carnívoro, hay que darle de comer 5000 kg de herbívoros criados con 50 000 kg de maíz. Incluso entre los herbívoros y los omnívoros, muchas especies, como el koala, son demasiado melindrosos en sus preferencias vegetales como para recomendarse a sí mismos en tanto que animales de granja.

Como consecuencia de esta ineficiencia fundamental, ningún mamífero carnívoro ha sido domesticado jamás para ser aprovechado como alimento (no, no es porque su carne resultase dura o insípida: comemos continuamente peces salvajes carnívoros, y puedo dar fe personalmente del delicioso sabor de la hamburguesa de león). Lo más cercano a una excepción es el perro, domesticado originariamente como centinela y compañero de caza, pero se han desarrollado y criado razas de perro para utilizarlos como alimento en el México azteca, Polinesia y la China de la antigüedad. Sin embargo, el consumo habitual de perro ha sido un último recurso de sociedades humanas privadas de carne: los aztecas no tenían otro mamífero doméstico, y los polinesios y los chinos de la antigüedad sólo tenían cerdos y perros. Las sociedades humanas bendecidas con mamíferos herbívoros domésticos no se han molestado en comer perros, excepto como manjar poco habitual (como en algunas zonas del sureste de Asia en nuestros días). Además, el perro no es estrictamente carnívoro sino omnívoro: si somos tan ingenuos como para pensar que nuestro amado perro mascota es un devorador de carne, bastará con leer la lista de ingredientes que figura en las bolsas de alimento para perros. Los perros que los aztecas y los polinesios criaban como alimento eran engordados eficientemente con verduras y restos.

Ritmo de crecimiento. Para que merezca la pena criarlos, los animales domésticos deben crecer también rápidamente. Esta norma elimina al gorila y el elefante, aun cuando sean vegetarianos con preferencias alimentarias admirablemente poco melindrosas y representen una buena cantidad de carne. ¿Qué posible criador de gorilas o elefantes esperaría 15 años para que su manada alcanzase el tamaño adulto? A los asiáticos modernos que desean trabajar con elefantes les resulta mucho más barato capturarlos en la naturaleza y domarlos.

Problemas de reproducción en cautividad. A los humanos no nos gusta practicar el sexo bajo la mirada atenta de otras personas; a algunas especies animales potencialmente valiosas tampoco les agrada. De ahí los fallidos intentos de domesticar al guepardo, el más rápido de los animales terrestres, a pesar de nuestra intensa motivación para hacerlo desde hace miles de años.

Como ya se ha dicho, guepardos domados eran muy apreciados por los egipcios y asirios de la antigüedad y por los modernos indios como animales de caza infinitamente superiores a los perros. Un emperador mogol de India tenía un establo con 1000 guepardos. Pero a pesar de estas cuantiosas inversiones que muchos príncipes acaudalados efectuaron, todos sus guepardos eran ejemplares domados que habían sido capturados en la naturaleza. Los intentos de los príncipes por criar guepardos en cautividad fracasaron, y hubo que esperar hasta 1960 para que los biólogos de zoológicos modernos lograsen el primer nacimiento de un guepardo en cautividad. En la naturaleza varios hermanos guepardos persiguen a una hembra durante bastantes días, y ese rudimentario cortejo a lo largo de grandes distancias parece ser necesario para que la hembra ovule o sea sexualmente receptiva. Los guepardos suelen negarse a llevar a cabo ese complejo ritual de cortejo dentro de una jaula.

Un problema semejante ha frustrado los problemas para criar la vicuña, un camélido salvaje andino cuya lana es muy apreciada por considerarse la más fina y ligera de la de todos los animales. Los incas de la antigüedad obtenían la lana de la vicuña llevando a vicuñas salvajes a corrales, esquilándolas y dejándolas después en libertad. Los comerciantes modernos que desean esta lana de lujo han tenido que recurrir a este mismo método o, simplemente, a matar vicuñas en libertad. A pesar de los grandes incentivos de dinero y prestigio, todos los intentos de reproducir vicuñas para la producción de lana en cautividad han fracasado, por razones que incluyen el largo y complejo ritual de cortejo de las vicuñas antes del apareamiento (un ritual que se inhibe en cautividad), la feroz intolerancia de los machos de la especie entre sí, y su exigencia de un territorio para alimentarse durante todo el año y otro distinto para dormir durante todo el día.

Mala disposición. Desde ya, prácticamente cualquier especie de mamífero que sea suficientemente grande es capaz de matar a un ser humano. Cerdos, caballos, camellos y vacas han matado a personas. Sin embargo, algunos grandes animales tienen disposiciones mucho más desagradables y son más incurablemente peligrosos que otros. La tendencia a matar seres humanos ha descalificado a muchos candidatos aparentemente ideales para la domesticación.

Un ejemplo obvio es el oso pardo. La carne de oso es un manjar caro, los osos pueden llegar a pesar más de 700 kg, son principalmente vegetarianos (aunque también formidables cazadores), su dieta vegetal es muy amplia, prosperan con desechos humanos (de ahí que creen grandes problemas en los parques nacionales de Yellowstone y de los Glaciares, en Estados Unidos) y crecen a un ritmo relativamente rápido. Si se portasen bien en cautividad, los osos pardos serían un animal fabuloso para la producción de carne. El pueblo ainu de Japón hizo el experimento criando habitualmente oseznos pardos como parte de un ritual. Por razones comprensibles, sin embargo, los ainus consideraron prudente matar a los oseznos y comérselos a la edad de un año. Criar osos pardos durante más tiempo sería suicida. No sé de ningún adulto que haya sido domado.

Otro candidato por lo demás adecuado que se descalifica por razones igualmente evidentes es el búfalo africano. Crece rápidamente hasta alcanzar una tonelada de peso y vive en manadas que están dotadas de una jerarquía de dominación bien desarrollada, rasgo de cuyas virtudes nos ocuparemos más adelante. Pero el búfalo africano está considerado como el gran mamífero más peligroso e imprevisible de África. Cuando alguien ha sido tan insensato como para intentar domesticarlo, o ha muerto en el intento o se ha visto obligado a matar al búfalo antes de que se pusiera demasiado grande y desagradable. Asimismo, el hipopótamo, un vegetariano de 4 tm, sería un gran animal de establo si no fuera tan peligroso: mata a más personas cada año que cualquier otro mamífero africano, incluido el león.

La descalificación de estos candidatos de conocida ferocidad no debe ser una sorpresa para casi nadie. Sin embargo, hay otros candidatos cuyos peligros no son tan bien conocidos. Por ejemplo, las ocho especies de équidos (el caballo y sus parientes) salvajes presentan grandes variaciones en cuanto a disposición, aun cuando las ocho estén genéticamente tan cerca una de la otra que pueden cruzarse y producir crías sanas (aunque normalmente estériles). Dos de estas especies, el caballo y el asno del norte de África (antepasado del asno actual), fueron domesticadas. Estrechamente emparentado con el asno norteafricano está el asno asiático, también llamado onagro. Dado que su territorio originario incluye el Creciente Fértil, cuna de la civilización occidental y de la domesticación de animales, los pueblos de la antigüedad debieron de experimentar ampliamente con onagros. Sabemos por descripciones sumerias y posteriores que la caza del onagro era habitual, así como su captura e hibridación con asnos y caballos. Algunas descripciones antiguas de animales semejantes al caballo que se utilizaban para montar o para tirar de carretas podrían referirse al onagro. Sin embargo, todos los autores que han escrito sobre este animal, desde los romanos hasta los modernos profesionales de los zoológicos, censuran su irascible temperamento y su desagradable hábito de morder a la gente. En consecuencia, aunque semejante en otros aspectos a los asnos ancestrales, el onagro nunca ha sido domesticado.

Las cuatro especies de cebra de África son peores aún. Los intentos de domesticación llegaron hasta a engancharlas a carros: fueron probadas como animales de tiro en Suráfrica en el siglo XIX, y el excéntrico lord Walter Rothschild desfiló por las calles de Londres en un carruaje tirado por cebras. Lamentablemente, las cebras se vuelven terriblemente peligrosas a medida que envejecen. (Con esto no pretendo negar que muchos caballos sean también desagradables, pero las cebras y los onagros lo son de manera mucho más uniforme). La cebra tiene el desagradable hábito de morder a una persona y no soltarla. En Estados Unidos, las cebras hieren a más cuidadores de zoológicos cada año que los propios tigres. Las cebras también resultan prácticamente imposibles de enlazar con una cuerda —incluso para vaqueros que ganan campeonatos de rodeos capturando con sus lazos a los caballos— debido a su habilidad a toda prueba para observar el extremo de la cuerda volando hacia ellas para, a continuación, agachar la cabeza y esquivarla.

De ahí que rara vez (acaso ninguna) haya sido posible ensillar o montar una cebra, por lo que el entusiasmo de los surafricanos por su domesticación desapareció. El comportamiento imprevisiblemente agresivo de parte de un mamífero de gran tamaño y potencialmente peligroso forma parte asimismo de la razón por la que los experimentos modernos inicialmente tan prometedores en la domesticación del uapití y el eland no hayan tenido más éxito.

Tendencia al pánico. Las especies de grandes mamíferos herbívoros reaccionan ante el peligro proveniente de predadores o humanos de distinta manera. Unas especies son nerviosas, rápidas y están programadas para la huida instantánea cuando perciben una amenaza. Otras especies son más lentas, menos nerviosas, buscan la protección en manadas, permanecen inmóviles cuando se sienten amenazadas y no corren hasta que es necesario. La mayoría de las especies de ciervos y antílopes (con la notoria excepción del reno) son del primer tipo, mientras que la oveja y la cabra lo son del segundo.

Naturalmente, es difícil mantener en cautividad a las especies nerviosas. Si se las encierra en un recinto, es probable que sean presa del pánico y mueran de la conmoción, o se golpeen hasta la muerte contra la cerca en su intento de escapar. Esto es cierto, por ejemplo, en el caso de la gacela, que durante miles de años fue la especie cinegética cazada con más frecuencia en algunas zonas del Creciente Fértil. No hay ninguna especie de mamífero que los primeros pobladores sedentarios de aquella zona tuvieran más oportunidades de domesticar que la gacela. Pero ninguna especie de gacela ha sido domesticada jamás. Imaginemos cómo sería intentar conducir en manada a un animal que emprende súbitamente la carrera, que se golpea ciegamente contra las paredes, que puede saltar hasta casi 10 m y que puede correr a una velocidad de 80 km por hora.

Estructura social. Casi todas las especies de grandes mamíferos domesticados resultan ser aquellas cuyos antepasados salvajes comparten tres características sociales: viven en manadas, mantienen una jerarquía de dominación bien desarrollada entre los miembros del grupo, y las manadas ocupan territorios que se superponen parcialmente en vez de territorios mutuamente excluyentes. Por ejemplo, las manadas de caballos salvajes están formadas por un semental, hasta media docena de yeguas y sus potros. La yegua A es dominante sobre las yeguas B, C, D y E. La yegua B es sumisa en relación con A pero dominante sobre C, D y E; la C es sumisa ante B y A, pero dominante sobre D y E, etc. Cuando la manada está en movimiento, sus miembros mantienen un orden estereotipado: detrás, el semental; delante, la primera hembra, seguida de sus potros por orden de edad, con el más joven primero; y detrás de ella, las otras yeguas en orden de rango, cada una de ellas seguidas por sus potros en orden de edad. De este modo, muchos adultos pueden coexistir en la manada sin una lucha constante y conociendo cada cual su rango.

Esa estructura social es ideal para la domesticación, porque en realidad los humanos asumen la jerarquía de dominación. Los caballos domésticos de una recua siguen al líder humano como seguirían normalmente a la yegua que ocupa el primer lugar. Las manadas o rebaños de ovejas, cabras, vacas y perros ancestrales (lobos) tienen una jerarquía semejante. A medida que los animales jóvenes crecen en un grupo de esas características, aprenden de los animales que habitualmente ven cerca de ellos. En condiciones naturales, se trata de miembros de su misma especie, pero los animales jóvenes de manadas que están en cautividad también ven a los humanos cerca y también los siguen.

Estos animales sociales se prestan a ir en manada. Dado que son tolerantes con los otros miembros del grupo, pueden ser agrupados; dado que instintivamente siguen a un líder dominante y toman a los humanos por líderes, pueden ser conducidos fácilmente por un pastor o un perro pastor. Los animales gregarios se comportan bien cuando están encerrados en condiciones de hacinamiento, porque están acostumbrados a vivir en grupos densamente atestados en la naturaleza.

En cambio, los miembros de la mayoría de las especies animales territoriales y solitarias no pueden ser conducidos en manada. No se toleran unos a otros, no asumen la impronta humana, y no son sumisos instintivamente. ¿Quién ha visto alguna vez una hilera de gatos (solitarios y territoriales) en estado natural siguiendo a un humano o dejándose ser conducidos por éste? Todo amante de los gatos sabe que este animal no es sumiso para con los humanos de la manera que un perro lo es instintivamente. El gato y el hurón son las únicas especies de mamíferos territoriales que han sido domesticadas, porque nuestra motivación para hacerlo no fue criarlos en grandes grupos para obtener alimento, sino tenerlos como cazadores o mascotas solitarios.

Así pues, aunque la mayoría de las especies territoriales solitarias no han sido domesticadas, no es a la inversa el caso de que la mayoría de las especies gregarias puedan ser domesticadas. La mayoría no pueden serlo, por una o varias razones adicionales.

En primer lugar, las manadas de muchas especies no tienen territorios que puedan superponerse, sino que mantienen territorios exclusivos frente a otras manadas. No resulta más posible juntar dos manadas de este tipo que a dos machos de una especie solitaria.

En segundo lugar, muchas especies que viven en manadas durante parte del año son territoriales en la época reproductiva, durante la cual luchan y no toleran la presencia de otros ejemplares. Éste es el caso de la mayoría de las especies de cérvidos y antílopes (de nuevo con la excepción del reno), y es uno de los principales factores que ha descalificado para la domesticación a todas las especies sociales de antílope por las que África es famosa. Aunque lo primero que se nos ocurre al pensar en el antílope africano es en «grandes y densas manadas que se extienden por el horizonte», lo cierto es que los machos de estos grupos se espacian en territorios y luchan ferozmente entre sí al llegar la época de la reproducción. De ahí que estos antílopes no puedan mantenerse en recintos superpoblados en cautividad, como es posible en el caso de la oveja, la cabra o la vaca. El comportamiento territorial se une asimismo a una disposición feroz y a una lenta tasa de crecimiento para proscribir al rinoceronte de la granja.

Finalmente, muchas especies gregarias, incluidos de nuevo la mayoría de los cérvidos y el antílope, no tienen una jerarquía de dominación bien definida y no están instintivamente preparados para recibir la impronta de un líder dominante (y por tanto para recibir erróneamente la impronta de los humanos). En consecuencia, aunque muchas especies de cérvidos y antílopes han sido domadas (pensemos en todas esas historias de Bambi), nunca se ve que esos ciervos y antílopes domados sean conducidos en rebaños como las ovejas. Este problema también hizo fracasar la domesticación de la oveja de las montañas Rocosas de América del Norte, que pertenece al mismo género que la oveja muflón asiática, antepasado de nuestra oveja doméstica. La oveja de las montañas Rocosas es adecuada para nosotros y semejante al muflón en la mayoría de los aspectos excepto en uno fundamental: carece del comportamiento estereotipado del muflón, por el que algunos individuos se muestran sumisos ante otros individuos cuya dominación reconocen.

Volvamos ahora al problema que planteábamos al comienzo de este capítulo. Inicialmente, una de las características más desconcertantes de la domesticación de animales es la aparente arbitrariedad con la que algunas especies han sido domesticadas, mientras que sus parientes cercanos no lo han sido. Resulta que todos los candidatos a la domesticación, excepto unos pocos, han sido eliminados por el principio de Ana Karenina. Los humanos y la mayoría de especies animales forman un matrimonio desdichado, por una o más de muchas razones posibles: la dieta, la tasa de crecimiento, los hábitos reproductivos, la disposición, la tendencia al pánico y varias características diferenciadas de la organización social del animal. Sólo un pequeño porcentaje de especies de mamíferos salvajes terminaron formando felices matrimonios con los humanos, en virtud de la compatibilidad en todos esos aspectos descritos.

Los pueblos eurasiáticos heredaron muchas más especies de grandes mamíferos herbívoros salvajes y domesticables que los pueblos de otros continentes. Este resultado, con todas sus trascendentales ventajas para las sociedades eurasiáticas, tuvo su origen en tres hechos básicos de la geografía, la historia y la biología de los mamíferos. Primero, Eurasia, en consonancia con su gran superficie y diversidad geológica, comenzó con la mayoría de los candidatos. Segundo, Australia y América, pero no Eurasia ni África, perdieron la mayoría de sus candidatos en una oleada masiva de extinciones a finales del Pleistoceno, posiblemente porque los mamíferos de los dos primeros continentes tuvieron la mala suerte de ser los primeros en enfrentarse de improviso al ser humano y en época avanzada de nuestra historia evolutiva, cuando nuestra capacidad cinegética estaba ya sumamente desarrollada. Finalmente, de los candidatos supervivientes resultó apto para la domesticación en Eurasia un porcentaje mayor que en otros continentes. Un examen de los candidatos que nunca fueron domesticados, como los grandes mamíferos formadores de manadas de África, revela razones concretas que descalificaban a cada uno de ellos. Así pues, Tolstói habría aprobado la idea ofrecida en otro contexto por un autor anterior, Mateo: «Muchos son los llamados, pocos los elegidos».