18.- Gaunt explica los sucesos
18
GAUNT EXPLICA LOS SUCESOS
Dudo que aun en estos momentos lleguen a comprender el carácter de Bruce Massey.
Empezaba a despuntar el alba. Un gran fuego ardía en la chimenea de la biblioteca, de la cual ya habían sido retirados los restos del reloj acribillado de balas y el cuerpo del monstruo, tan acribillado como el reloj. El hombre que más difícilmente podía sosegarse era el inspector Tape, desesperado por el giro violento dado a la investigación. Sin embargo, absteníase de vituperar a Francis, comprendiendo su afán de hacer justicia por su mano. Ahora encaraba la posibilidad de que el nuevo lord fuera llevado ante un tribunal para ser acusado de homicidio por haber actuado en defensa propia.
—Suerte grande ha sido —decía alentador a Francis— que le haya arrojado esa daga para atravesarlo.
Gaunt sentábase cómodamente frente a los humeantes leños. Llevaba aún el mismo traje de la noche, anterior, y junto a él tenía el frasco de brandy, del que se servía generosamente, mientras chupaba una pipa bien provista.
Calmado el primer tumulto, todos los moradores fueron invitados a salir de la biblioteca, a excepción de Tape, Francis, Tairlaine, sir George y Gaunt. En la gran quietud reinante sólo se oían los pasos acompasados de un policía que montaba guardia frente a la puerta de la sala de armas.
—No logro explicarme —decía Francis, apesadumbrado—. Ignoro qué ha hecho para atraparlo y descubrir la trama. Se me hace increíble que haya podido matar al viejo. Desde el principio, él y el doctor Tairlaine eran las personas por cuya inocencia habría puesto las manos en el fuego.
El detective llenó otra vez la copa.
—¡Tal vez lo comprenda si me permite reconstruir los hechos desde mi punto de vista! Es decir, tal como yo los vi desde mi llegada a Bowstring cuando empecé a investigar.
Reflexivo, levantó del suelo un paquete cuidadosamente envuelto. Era el paquete que había introducido en el yelmo de la sala de armas y que contenía diez bonos al portador de mil libras esterlinas cada uno, más un fajo de billetes de Banco por valor de cuatrocientas sesenta libras. Gaunt lo sopesó en la mano y lo restableció en su sitio.
—Cuando oí por primera vez la historia de labios del doctor Tairlaine, historia luminosa y justa, tuve la certeza de que alguien mentía: míster Massey. En ese momento no estaba del todo seguro de que hubiera cometido los dos crímenes, los de lord Rayle y de Doris Mundo. Parecía probable, pero había que investigar. Vayamos por partes… Sucedió así: Según su declaración, Massey abandonó la mesa poco después de comer. Dijo que había subido al escritorio, donde escribió a máquina varias cartas. Terminó la tarea, según él, a las nueve y media, y no vio nada extraño; luego bajó y fue en busca de lord Rayle. Entró en la sala de armas, sin ser visto por el doctor Tairlaine; miró en torno, llamó, y ya iba a retirarse, cuando lord Rayle llegó junto a él presa de gran furia. Lord Rayle, al pasar, dijo algo así como: «Me han robado las perlas». Esto mismo se lo oí yo contar después. A primera vista, el hecho parece verosímil. El escritorio había sido saqueado y el estuche que contenía las perlas yacía ostentosamente en medio de la habitación. Es también muy verosímil que el doctor Tairlaine, semidormido en la silla, no le oyera pasar. De todos modos, él estaba dentro, puesto que salió. Pero consideremos de nuevo los hechos: A las nueve y media (era preciso en esto) Massey salió del escritorio. Bajó directamente las escaleras, encaminándose a la sala de armas, echó un vistazo al interior y se topó con lord Rayle al salir. Esto pasó (lo sabemos por el testimonio del doctor Tairlaine, pues estuvo mirando el reloj) no más de dos minutos después de las nueve y media. En dos o tres minutos, si hemos de creer a Massey, debió ocurrir todo lo que sigue: Que el supuesto ladrón entró en el escritorio en seguida de salir Massey; que debió de registrar la caja, abrir el cajón del escritorio, extraer de allí el estuche de perlas, ocultar las perlas, que después fueron halladas en manos de Doris; arrojar el estuche al suelo y revolver los papeles del escritorio en forma bastante laboriosa. Después que logró escapar, lord Rayle entró en el escritorio, descubrió el robo, examinó la habitación, bajó las escaleras y se encontró con Massey en la puerta del museo… a los dos o tres minutos de haber salido Massey del escritorio. Señores, es materialmente imposible hacer todo eso en tan poco tiempo. Aparte del absurdo que hay en toda esa situación, un hombre, al descubrir que ha sido robado, no abandona inmediatamente el lugar del robo y baja las escaleras para dar un fantástico paseo por un museo en tinieblas. Ante todo, comprueba qué le han robado, da la voz de alarma, y hace todo lo posible para que el ladrón sea capturado. Además, examinemos este hecho…
La pipa se había apagado: la llenó de nuevo y prosiguió, pensativo:
—El escritorio cerrado y la caja del dinero no fueron violentados; los abrieron con llaves. Consideramos esto natural, puesto que las llaves de lord Rayle…, siempre las llevaba consigo…, desaparecieron del cuerpo asesinado. Todos los indicios, sin embargo, concurren para demostrar que el robo precedió a la muerte. ¿Conformes? —preguntó suavemente—. Luego, ¿qué hizo el malhechor para conseguir las llaves? Ustedes no pueden aporrear a un hombre, sustraerle sus cosas más queridas y fríamente saquear sus bienes. Eso ocurriría si la víctima, en vez de alarmar a la servidumbre, se apartase de ustedes y se fuese a rondar por la casa murmurando de sí mismo, pero sin hacer nada por detener a su agresor. Pero hay otra falla. Supongan que el malhechor tiene también un juego de llaves, y que lord Rayle tiene las suyas mientras baja las escaleras. ¿Por qué, Dios santo, creyó necesario el criminal robar las llaves cuando su señoría estaba muerto?
—Así debió de ser —murmuró Francis, perplejo—. Nunca se me ocurrió… Esas llaves…
—Todo eso resaltaba como falsedades notorias. Después fui examinando nuevas evidencias. A qué deducción me condujeron estos hechos, voy a indicarlo dentro de un momento. Del relato del doctor. Tairlaine, lo que me preocupaba es un hecho curioso: ese clic que oyó antes del asesinato. No estaba seguro en el momento en que lo oyó, pero en cuanto a la hora parece ser categórico. No pudo haber sido causado por nada, de esta biblioteca, allá abajo en la dirección de la puerta; veánlo ustedes mismos. Por consiguiente, debió de haberse producido dentro de la sala de armas y ocurrir en el breve período en que la puerta se hallaba abierta, desde el momento en que se vio entrar a lord Rayle hasta que echó a Massey y cerró violentamente la puerta. Un período de tiempo muy breve, repito. Si hubiera ocurrido después de cerrar la puerta, el doctor Tairlaine no hubiera oído absolutamente nada. Además, debió de haber sucedido muy cerca de la puerta; de otra forma, el ruido de la cascada lo hubiera ahogado. Muy bien, retengo estos hechos y prosigo: cuando examinamos el cuerpo en la sala de armas, como ustedes notaron, me encontré con varios hechos curiosos. El botón de hueso y el de la camisa que saltaron de las ropas de lord Rayle en la lucha, sin duda, habían sido cuidadosamente puestos en su bolsillo. También el cuerpo de la víctima…, que debió de quedar cojo en el momento de su muerte…, había sido colocado bien visiblemente en esa posición ante la estatua. Sufrió un golpe en la cabeza y heridas en la cadera y muslos. Cuando traté de conciliar todas estas inconsistencias, me vi ayudado por una observación que hizo usted, míster Steyne. Fue ésta: «¿Por qué atarle una cuerda al cuello, si fue estrangulado con un par de guanteletes? ¿Y por qué esa extraña postura?». Diríase que el criminal le sostuvo en el aire, como ahorcándole por suspensión, y lo dejó caer cuando estuvo muerto. Señores: eso es precisamente lo que ocurrió.
Sir George se inclinó hacia adelante y preguntó ansioso:
—¿Cree entonces que…?
—Creo y sostengo que lord Rayle cayó desde una altura, desde una ventana, y lo propio acaeció con Doris Mundo —una débil y satírica sonrisa contrajo la cara del detective al acomodarse en la silla y llevar la copa a los labios. Continuó—: Las dos incongruencias, la cuerda del arco y la posición, han sido fácilmente aclaradas. La tercera incongruencia (los dos botones: el del hábito y el de la camisa) confirma incontestablemente nuestra presunción. ¿Por qué tuvo el malhechor que recoger esos objetos y ponerlos después en los bolsillos de su víctima? No podían hacer ningún daño donde estaban. Aparentemente, el criminal perdió un tiempo precioso en buscarlos. Si quieren ustedes realizar el experimento de buscar unos botones perdidos en una habitación bien iluminada, comprenderán cuál no será el fastidio de un criminal que trate de dar con ellos en una oscuridad casi absoluta… La única explicación es que lord Rayle no fue muerto en la sala de armas. ¿Dónde fue muerto, entonces, y por qué los botones fueron puestos en su bolsillo? La razón es que tenían que ser encontrados cerca del cuerpo de la víctima, a fin de que las sospechas se concentraran en la sala de armas. Aquí debemos repetir lo dicho antes: que fue arrojado desde una altura, una ventana. Claramente, el asesino no podía aventurarse a arrojar el cuerpo por encima de la baranda del balcón; de allí habrían saltado sabe Dios dónde; pero si los ponía en el bolsillo del hábito de lord Rayle antes de arrojar el cuerpo, era de esperar que cayeran cerca de la víctima. Debió de intentar esta prueba, puesto que el cuerpo no podía ser arrojado de cabeza. El asesino quería evitar el riesgo de fracturas craneanas o mayores lesiones que las necesarias. Luego, para conseguir todas estas seguridades, realizó la tentativa de dejarlo caer de pie…
Sir George prorrumpió en una exclamación de asombro.
—¿Crees entonces que Henry fue arrojado desde una de las ventanas del museo?
—Sí —contestó Gaunt plácidamente—. Para ser más preciso, desde la ventana de su propio dormitorio. Un cuerpo arrojado desde allí iría a caer en el escaso trecho de la estatua ecuestre.
—¡Pero el polvo, hombre! —preguntó sir George—. ¡El polvo en la balaustrada!
—Yo no he dicho que el cuerpo fue arrojado desde el balcón. ¿Qué dimensiones tiene aquella ventana?
—Unos siete u ocho pies de alto y cuatro de ancho.
—Exacto. Y está casi a cuatro pies de altura, tanto sobre el piso de la habitación como sobre el del balcón. La barandilla del balcón tiene una altura aproximada a esto.
—Concedo —dijo el baronet— que lord Rayle era muy ligero; pero ningún hombre, incluso un hombre fornido como Massey, puede estar en la parte interior de la ventana y arrojar un cuerpo por encima del antepecho de cuatro pies de alto, con un estrecho balcón detrás.
Gaunt levantó una ceja para ponerse el monóculo.
—Lo siento, George. Procuraba llamar tu atención acerca de ello. Incluso llegué a vocearlo por todo el castillo cuando hablé con el inspector Tape… ¡Oh, sí! Un hombre pudo hacerlo si se colocó de pie sobre una cómoda del siglo diecisiete, de unos cinco pies de alto, arrimándola contra la ventana (ustedes vieron sus marcas de polvo) para desviar toda sospecha. Y después que el criminal estuvo sobre ella, limpió su superficie cuidadosamente, de forma que no se notaran las huellas de los pies. Era demasiado evidente…
Bebió de un trago el contenido de su vaso; sus ojos se volvieron más claros y fríos y sus mejillas se sonrojaron.
—Pero déjenme continuar. Las conclusiones a que he llegado me permiten afirmar que lord Rayle murió mucho antes de lo que ustedes creen. Su cuerpo yacía en la sala de armas no más tarde de las nueve y quince minutos.
Francis botó en su silla.
—Pero ¿cómo puede ser? Si el doctor Tairlaine vio al viejo…
—Repito que he llegado a mis conclusiones por las razones ya expuestas —replicó Gaunt, imperturbable; luego, volviéndose hacia Tairlaine—: ¿Cómo está de la vista, doctor?
Tairlaine se llevó una mano a los ojos, desconsolado.
—Pero —siguió Gaunt— la buena o mala vista no altera los hechos. Creo que cualquiera con excelentes ojos hubiera sido igualmente engañado. Recuerde: usted estaba sentado frente a la chimenea, como a unos diez metros de la puerta del museo; su única iluminación consistía en unas cuantas velas, y los alrededores de la puerta estaban en completa oscuridad. En esa situación vio usted a alguien, con un vestido blanco y una capucha sobre la cabeza, marchando presuroso hacia la sala de armas. Profería sonidos ininteligibles, pero sin hablar. Era un hombre pequeño…
—¿Quiere insinuar que era Massey? —inquirió Francis.
—Mi estimado señor, no sabemos por el momento quién era. Expreso tan sólo mis conjeturas, tal como se me ocurrieron. Veamos, sin embargo, quién pudo haber sido. He dicho ya por qué creí que Massey mentía y cómo descubrí que lord Rayle habría sido asesinado antes de las nueve y media. Nuestro hombre llega a la puerta…, una puerta completamente a oscuras. ¿Qué es lo que se ve o se oye? Ese hombre, que no es lord Rayle, desaparece, se oye una voz, y en el espacio, digamos, de un minuto, Massey entra en acción al ser cerrada la puerta de un portazo. Todo esto acaece en la penumbra y es presenciado por un caballero de vista delicada, a una distancia de diez metros. Sabemos ya que era un impostor. Sí, este impostor llega a la puerta, intérnase unos pasos en la sala, donde se quita la ropa blanca y murmura unas palabras para sí mismo, y en seguida vuelve a salir dando un gran portazo…
—Pero tenía que ocultar la ropa blanca —objetó Francis—. No podía ocultar la ropa ni arrojarla a cualquier sitio; nosotros la habríamos encontrado. No era posible tal transformación…
—Habría sido imposible —repuso con calma el detective— si no hubiera llevado su maleta. Pero la llevaba…
Un violento y emocionante silencio siguió a estas palabras. Indefinidamente, esbozando una sonrisa, John Gaunt miró en su derredor.
—¡Señores, señores! —prosiguió en tono persuasivo—. ¿No tiene ninguna significación aquel clic que llegó a oídos del doctor Tairlaine? Hemos convenido en que ese clic fue producido cerca de la puerta. Convinimos también en que eso se produjo durante el breve período en que la puerta estuvo abierta, después de llegar el supuesto lord Rayle. Sólo podía ser el clic de una maleta al ser cerrada, luego que el criminal metió en ella rápidamente su disfraz.
—Bien. ¡Condenado sea! —dijo Francis, repentinamente, después de una larga pausa. Se pasó una mano por su frente—. ¡Que los diablos me lleven! ¡Qué listo! ¡Diabólicamente listo! ¿Así que tenía la cartera escondida bajo el hábito cuando pasó por la puerta?
—Sí. El hábito, como han debido de advertir, era muy amplio, de forma que la delgada figura de lord Rayle aparecía más corpulenta. Míster Massey, como ustedes vieron, no era mucho más alto que su señoría; pero su ropaje ocultaba su peso y su corpulencia. No era necesario, en verdad, con semejante penumbra, pero era una protección… Massey, pues, era nuestro hombre. Rehizo el camino pasando frente al doctor Tairlaine con la evidencia de su transformación bajo el brazo. Pero en la agitación del momento, ávido de crear indicios que desorientaran la investigación, cometió un desliz que echó por tierra todas sus maquinaciones. Si Massey, en ese crítico y emocionante período, se hubiese abstenido de forjar más embustes, habría tardado mucho más tiempo en descubrir su labor infernal. Pero no supo contenerse. Largó lo primero que le pasó por la imaginación… y mencionó lo de las perlas hurtadas. Permítanme algunas especulaciones sobre el particular. ¿Por qué mencionó lo de las perlas? ¿Qué razón especial tuvo para recordarlas? La respuesta la hallamos en el análisis de los hechos que acompañaron a la muerte de Doris Mundo. Aquí se impone un examen retrospectivo de los hechos. Cuando descubrimos la muerte de la pobre joven, nos encontramos con la casi plena certeza de que la muchacha había sido arrojada por una ventana después de muerta. Tú, George, deseas saber por qué ella había sido arrojada por la ventana de su propia habitación, y por qué los guanteletes habían sido puestos tan hábilmente cerca de la cama.
—Me callo —dijo el baronet—. ¿Y cuál es la respuesta?
—La respuesta —contestó Gaunt— es que ella no fue arrojada por la ventana de su habitación.
—No te comprendo.
De nuevo Gaunt llenó displicentemente su vaso.
—Me indicaste varias veces que ella fue arrojada desde una ventana —replicó—. De acuerdo con esto. Era verdad. Pero cuando dijiste: «la ventana de su habitación», no contesté nada; no te contradije porque Massey estaba allí entonces y no tenía interés en ponerle en guardia. Mira esto —llevóse la mano al bolsillo y extrajo el plano de la casa—. Aquí está, George; lo has tenido bajo tus ojos largo tiempo. Tú mismo lo dibujaste… Aquí —su dedo se movió— está el pasaje que conduce a la cocina. Puedes ver la ventana del cuarto de Doris. ¿De quién es la ventana que corresponde a la parte opuesta?
—¡Oh Dios! —exclamó Francis—. No necesitan mostrármela. El cuarto de Massey…
—El cuarto de Massey, en efecto —asintió Gaunt—, contiguo al cual está también el escritorio saqueado. Y, lo recordarán ustedes, yo insistí particularmente con el inspector Tape sobre si la ventana de Doris estaba abierta…
—¿Luego supone que Doris no fue muerta en su puerta? —inquirió Francis, emocionado.
—Podría jurarlo. Doris fue estrangulada en el escritorio o en la habitación de Massey y arrojada al pasillo desde la ventana de éste. Conociendo entonces quién era el asesino, no hallé difícil la deducción. Sería una circunstancia sospechosa si se hubiese hallado que el cuerpo fue arrojado desde la ventana de él. Tratándose de un ser tan avieso, amañó una coartada por… ¿No?
Sir George sacudió la cabeza.
—Ahora comprendo por qué los guanteletes fueron encontrados en el cuarto de la mujer. El criminal los arrojó por la ventana a la habitación inmediata. Caerían sobre la cama y no harían ruido. Después se deslizaron y rodaron al suelo.
—Exacto. La luz estaba encendida y pude ver que no había nadie más allí. Pero por la cautela de mistress Carter al mandar a Annie Morrison a dormir en otra habitación, él se halló en una situación peligrosa, y, para salvarse en aquella ocasión, se vio obligado a arrojar sus armas. Ella yacía en el pasillo, pues, con las perlas en su mano. Para comprender la conducta de Massey y situar los sucesos en orden cronológico, podemos volver de nuevo a esas perlas. ¿Por qué se hallaban en la mente de Massey cuando habló al doctor Tairlaine poco después de las nueve treinta? Uno se pregunta: ¿fue porque él había matado a Doris Mundo al mismo tiempo que a lord Rayle? La respuesta es: no. Prescindiendo del informe médico con respecto a la hora de la muerte, que tiene que ser defectuoso en diagnósticos precipitados; prescindiendo de ello, repito, tenemos todavía una buena razón para creer algo distinto… Míster Kestevan la vio cuando entraba en la habitación de lady Rayle alrededor de las nueve y media, y esto está confirmado por lady Rayle, quien conversó con ella. En otras palabras: ella vivía sin duda alguna, a la hora en que Massey debió de bajar para realizar su caracterización de lord Rayle. Y después de esta personificación, Massey estuvo durante algún tiempo ante testigos. Ella fue muerta después. ¿Cuál es, pues, la respuesta? De esa observación de Massey deducimos toda la serie de sucesos.
Las ventanas de la biblioteca que miraban al este se iluminaban ahora y una claridad penetraba en los rincones. Sír George estaba sentado con sus gruesas manos enlazadas, con muestras de cansancio en sus párpados, que se entornaban.
Durante toda esta explicación, el inspector Tape permaneció silencioso, asintiendo ocasionalmente con gestos y haciendo anotaciones en su agenda de apuntes. Francis, de pie, encendía un cigarrillo tras otro… De todos ellos, Gaunt era el más tranquilo; podría estar horas así, discurriendo plácidamente y auxiliándose alternativamente de la pipa y el frasco de brandy.
—Debemos admitir —continuó diciendo el detective— que al saquear la oficina y el dormitorio de lord Rayle, Massey se aplicó necesariamente a la primera. Luego, sorprendido en el momento de robar en el dormitorio, viose en la necesidad de matar a lord Rayle. Supimos después que hacia las nueve y media, Doris Mundo fue a visitar a lady Rayle, en busca de su protección; pero que, tratada despectivamente, salió desesperada de la entrevista. La joven, de regreso a su habitación, tuvo que pasar por el balcón cubierto, al cual dan los aposentos de lord y lady Rayle. Y al pasar frente al dormitorio de su señoría… ¿Qué vio la joven? ¿La linterna del criminal a través de la ventana? ¿A Massey saliendo de la habitación, con la maleta conteniendo el producto del robo bajo el brazo y vistiendo la ropa con la cual personificaría a lord Rayle? Simples conjeturas, por supuesto. Es improbable que haya visto el asesinato ni tampoco el lanzamiento del cuerpo por la ventana, pero es evidente que estuvo con Massey. Es muy probable que en cualquier otra circunstancia y, sabiendo lo que estaba ocurriendo, Doris le hubiese traicionado sin remisión. Mas era Massey quien la había seducido y la infeliz estaba desconsolada. Hacía algún tiempo que ella le habría amenazado con descubrirlo todo; por ello, él decidió alzarse con cuanta riqueza encontrara a mano y desaparecer. El médico ya había revelado el estado de gravidez de la joven… Inesperadamente, ella se le presenta en el lugar del crimen. ¿Qué pudo decirle en ese instante horrendo? A buen seguro le ruega que guarde silencio, que espere un poco más. En cualquier momento puede ser descubierto el cuerpo en la sala de armas. Hay que ganar tiempo… Lo primero que se le ocurre son… las perlas. Se las saca del bolsillo y las pone en manos de ella. La lleva, la empuja a su cuarto, y le ordena espere allí a que él vuelva. Cuando regrese, tomarán las últimas medidas y escaparán. Y mientras ella le espera, él corre abajo para su personificación.
La pipa de Gaunt se apagó otra vez y la volvió a encender.
—Recapitulemos ahora. Pregunté antes, y pregunto ahora de nuevo, si ustedes se dan cuenta, incluso llegados a este punto, de la verdadera naturaleza del hombre. Le han visto ustedes manejar impasiblemente sus asuntos. Ustedes le han supuesto tan impávido como ese reloj que cayó junto a él, pero me divertía observar el verdadero carácter del hombre cuando supe que era el culpable. Ante ustedes, él era evidentemente un mal embustero; lo dejó ver a las claras. Era patente que carecía de imaginación. Tenía una imaginación de tipo teutónico, metódica, y lo ocultaba maravillosamente. Recuerdo que una vez, tú, George, dijiste que las diez mil libras debían de haber sido robadas para despistar y ocultar el verdadero designio del asesinato. Tú lo dijiste, y él contestó: «Nadie roba diez mil libras sólo como un tapujo», lo que, de acuerdo con su propio temperamento, era perfectamente cierto. Habló sin ironía, diciendo la verdad exacta, con palabras que le salían del alma. Y tú replicaste: «¡Oh, por el amor de Dios, tenga un poco más de imaginación!». Esa broma le disgustó. Le repugnaba depender de un patrón quisquilloso, algo colérico y siempre irrazonable. Me figuro que durante cierto tiempo estuvo planeando el robo, pero dudo que lo hubiese puesto en práctica, a no ser obligado por las circunstancias. Hubo siempre una enorme cantidad de valores al portador a la mano…
—Pero ¿cómo iba a poder negociarlos? —preguntó sir George—. La justicia tenía los números…
—No los números exactos —asintió Gaunt distraídamente—; él era el secretario de lord Rayle, y los números que tendría la justicia serían los que él hubiese suministrado.
Francis interrogó, ansioso:
—Entonces, ¿los números que nos proporcionó?
—Falsos, por supuesto. Una farsa divertida para él. Aquí y allá cambia usted una cifra, y bancos y escribanos vense en tal confusión, que tardan mucho en localizar los bonos… cuando usted ya los ha negociado… Si alguna vez le interrogan a usted, tiene la muy acertada respuesta de que fue el propio lord Rayle, notoriamente loco, quien le proporcionó los números. Casi todo puede ser creído de un hombre que escribe la combinación de su caja de caudales en la pared. Además, ¿quién pensaría en un robo relacionado con el secretario? Durante muchos años tuvo el dominio absoluto de los negocios de un loco y le sirvió fielmente. Cuando el loco es descuidado en sus combinaciones de letras, ¿quién puede acusar al secretario si algún miembro de la servidumbre saquea la caja de caudales? Pero el robo exigía necesariamente la muerte de lord Rayle. Así entraría en posesión de los números auténticos, después forjaría un círculo de apariencias para que se inculpara de la muerte a alguna persona de la casa, tarea relativamente fácil, aunque peligrosa. Él lo sopesó lentamente y anduvo con cuidado, hasta que se encontró con dificultades que requerían decidida rapidez e ingenio. Y se encontró con dificultades; descubrió que Doris Mundo estaba encinta. Durante algún tiempo pudo lograr que estuviera callada. Ahora ven ustedes quién robó las manoplas y por qué. Para aterrorizar el temperamento supersticioso de ella; para situarse en la escalera y amenazarla Dios sabe con qué castigos sobrenaturales si ella revelaba su pecado. Por qué robó la cuerda del arco, nunca lo sabremos. Pero me imagino que manejándola con las manos enfundadas en los guanteletes, a la luz de la luna, como un lazo de verdugo, además de aterrorizarla… bien, pudo haber sido eficaz. Hace dos noches, él se dio cuenta de que su secreto había sido descubierto. La muchacha tuvo una crisis de histeria; se llamó al doctor, y él tuvo el convencimiento de que al fin ella hablaría. Llegado a este extremo, creo que abandonó toda idea de asesinato de lord Rayle y seguramente no habría estrangulado a Doris Mundo únicamente para prevenir el descubrimiento de un hijo ilegítimo. Esto hubiera sido una locura y, además, no era necesario. Lo único que deseaba era saquear la caja de caudales de su patrón y obtener lo bastante para poder irse al extranjero. Estaba jugando entonces por una ridiculamente pequeña apuesta, pero vuestro verdadero criminal no desdeña el levantar incluso peniques. Todos sus planes estaban ya trazados cuando el doctor Tairlaine y George llegaron al castillo. ¿No los informó minuciosamente de los extravíos de lord Rayle, el escribir en las paredes las combinaciones de la caja? ¿No destacó las excentricidades del hombre, llamando varias veces la atención sobre las cartas que escribió en la noche? Me extrañó esa insistencia; por cualquier motivo traía a colación asuntos como ése. Evidentemente, esto tendía a algún propósito. Cuando abandonó la mesa después de la comida, estaba seguro de que lord Rayle, si se decidía a subir al escritorio, no sería hasta muy avanzada la noche. Con toda probabilidad estaría dedicado a la tarea de mostrar al doctor Tairlaine su colección de armas. Un hecho fortuito desbarató sus planes. Precisamente, lord Rayle había elegido aquella noche para tapiar las puertas del museo y del torreón, de las cuales miss Patricia y Kestevan se servían para sus citas, y, naturalmente, quería ver el éxito de su travesura. No sabemos quién le informó de aquellos amores; probablemente lady Rayle…
Francis murmuró algo entre dientes, que hizo sonreír al detective.
—¿Qué hizo en ese ínterin su señoría? Dio amplio tiempo a su hija para subir las escaleras y cambiar de traje, y esperar atentamente hasta tener la seguridad de que Patricia ya estaría en la sala de armas. Y entonces…
—Comprendido —comentó sir George—. Nos dejó a todos tomar el café en el recibimiento, atravesó furtivamente el gran salón y fuese directamente a la sala de armas.
—Exacto. Entre tanto, Patricia se había ocultado en la sala de armas, para su encuentro furtivo con el galán; allí estaba, oculta tras la vitrina de los trofeos, sorprendida de que la puerta disimulada por el tapiz flamenco no se abriera. Lord Rayle entró inadvertidamente. Ella no le vio, en sus forcejeos para abrir la puerta. Pero él vio algo que le sorprendió más que lo que esperaba presenciar en el museo.
—¿Qué era eso? —preguntó sir George.
—Vio una luz en la ventana de su aposento… —dijo John Gaunt.