8.- ¿Que fue ese ruido?

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¿QUE FUE ESE RUIDO?

Frente al fuego de la chimenea, un hombre alto y delgado acercaba sus manos entumecidas a los leños llameantes. Sir George Anstruther llevó allí a Tairlaine para presentárselo; mientras Francis exponía los detalles de la situación al inspector Tape en el gran salón.

Sólo brevemente había mirado Tairlaine al inspector, y su impresión fue óptima. Tenía el porte militar de un sargento mayor y grandes ojos azules, que sabía entornar o abrir desmesuradamente con malicia y fijeza desconcertantes. En su cara de óvalo estrecho descollaba, como ornamento principal, un par de bigotes desmesurados, mayores que cuantos Tairlaine había visto desde que saliera de Francia. Ambas guías estaban enceradas y tenían una longitud aproximada a la de las agujas de ganchillo. El inspector Tape se retorcía las puntas del mostacho con el pulgar y el índice, según inclinaba la cabeza a un lado u otro, al escuchar las informaciones de Francis Steyne.

Pero Tairlaine estaba especialmente interesado en John Gaunt. Insociable, Gaunt rehuyó la charla y se acodó en la repisa de la chimenea. El norteamericano se había preparado para enfrentarse a un carácter rudo, probablemente arisco y verosímilmente con un barniz de cortesía burlona. En consecuencia, quedó sorprendido al verse frente a Gaunt. Espíritu conservador —parlamentario de la vieja escuela—, un poco gustador de sí mismo, Tairlaine había encontrado pocas veces tanta cortesía, ni llevada a un extremo tan cumplido.

En su aspecto físico, sir George lo había descrito de una manera exacta. De alta estatura, tal vez delgado, usaba chaqueta de comer, de viejo estilo, abotonada hasta cerca del nudo de la corbata, que quedaba semioculta. Sobre la pechera colgaba un monóculo, sujeto por una cinta negra. Estaba ligeramente embriagado, pero esto sólo podía advertirse después de una observación cercana, aunque el olor a brandy denunciaba claramente su estado. A primera vista, creyérasele un hombre semiexhausto, consumido por las aventuras de la vida, pero avezado al peligro y las formas de vencerlo. Moderado, cortés, impetuoso cuando el caso lo requería, y con cierta fragancia de la vida estudiantil en los claustros colegiales…, y semidormido, por lo general.

Extendió una larga mano, sonriendo.

—Tengo oídas muy buenas cosas de usted, doctor Tairlaine —expresó, y éste tuvo la sensación de que iba a simpatizar con aquel hombre—. El año pasado asistí a varias de sus conferencias en Cambridge. Sus definiciones sobre la manera de Thackeray fueron especialmente notables, casi tanto, a mi entender, como las propias de Thackeray sobre los humoristas ingleses, de las cuales conservan su aroma. Permítame que le felicite.

Tairlaine agradeció el elogio.

—Muy agradecido, míster Gaunt. Según tengo entendido, ¿se ha encargado usted del caso?

—¡Encargado del caso! —dijo, meditabundo, el criminalista; sus ojos, creeríase así, miraban hacia adentro, con ironía. Se volvió hacia sir George. Lo bueno era más aparente que real—. A propósito, George —continuó lentamente—; me encontré en París con el prefecto de Policía y el doctor Blanchard, de la Sûreté Générale, y ambos me favorecieron con varías interesantes impresiones relativas a mi persona. La síntesis de sus juicios fue la palabra fogy[4]… Estoy fuera de moda; el progreso de la ciencia moderna… Me he encargado del caso, sí. Una última aventura, queridos señores… Cometamos otro exceso antes de la brega. En Inglaterra ya no se puede beber en paz.

—¿Le ha explicado George de qué se trata? —preguntó con interés Tairlaine.

—Sí, algo. Me gustaría también conocer su apreciación de los hechos, doctor, antes que el inspector comience sus investigaciones.

Acercó a la chimenea una silla de respaldo alto que le colocaba en la penumbra, a pesar de que las llamas le iluminaban medio cuerpo, de la cintura para abajo.

—Una cosa ante todo —propuso pensativo—, antes que vea los cuerpos… Tú, George, solías ser un buen dibujante en el colegio. Mientras el doctor Tairlaine me ofrece una explicación de los hechos, ¿querrías hacerme un plano sencillo de las plantas de la casa? No es posible formarse una idea clara de un lugar tan grande como éste y seguir los presuntos pasos del criminal. Porque aquí, por lo que veo, la clave del enigma radica en la disposición de las habitaciones… Gracias, y si no lo toman a mal, ¿un frasco de brandy?…

Sir George llamó a Wood y le encomendó el suministro del brandy. Luego se sentó y comenzó trazar el plano del castillo, con toda la minuciosidad posible.

Tairlaine, por su parte, plenamente absorto en los terribles sucesos de la noche, comenzó una dolorosa descripción de todo lo que vio en la casa, desde el momento de la comida hasta el descubrimiento del segundo cuerpo. Gaunt se quedó inmóvil, cubriéndose los ojos con la mano y abismado en las meditaciones que le provocaba el relato. Cuando llegó el brandy, no hizo más que extender la mano derecha para alcanzar la copa y llevarse el licor a los labios. Tairlaine observó, a medida que avanzaba en la descripción, que los dedos de la mano izquierda se iban contrayendo lentamente.

—No debe atenerse únicamente a mis impresiones —continuó el norteamericano—; debe utilizar las notas de los testimonios. El inspector Tape probablemente…

—Gracias, doctor —dijo Gaunt, escéptico—. Creo que lo recordaré todo.

Un largo silencio. El rugir de la cascada se hizo más sonoro, pero Tairlaine estaba ya tan acostumbrado al rumor de las aguas que difícilmente lo advirtió.

Sin comentario alguno, sir George hizo entrega del plano. Gaunt extrajo una larga pipa, la llenó de tabaco y la encendió. El plano quedó sobre sus rodillas. Gaunt lo examinó un largo rato, mientras las espirales de humo se desvanecían sobre su cabeza.

—Para empezar por algo, doctor, ¿quién, además de ese hombre, Saunders, sabía que las puertas habían sido clausuradas?

—Por lo que yo sé, nadie.

—¿Vio alguien los clavos y el martillo que lord Rayle enarbolaba, además de ustedes dos, míster Francis Steyne y míster Massey?

—No podría asegurarlo. El viejo lord esforzóse por ocultarlos después que míster Steyne le llamó la atención sobre ellos, como ya le dije.

Gaunt movió la cabeza.

—Tenemos ante nosotros, doctor, un caso de no mucha astucia. El asesino, evidentemente, ha simulado estar a punto para descargar su golpe en otro, e impedir así toda sospecha respecto a su delito. En este caso, quiere hacérsenos creer que el criminal entró y salió por la puerta clausurada, detrás del tapiz. Pero falló en esa simulación; no sospechó que la puerta era infranqueable y que podía seguirse la verdadera dirección de sus pasos. —Gaunt adoptó una actitud más alerta—. Abrigo la esperanza de que podremos demostrar, por el dictamen médico, que miss Steyne no pudo haber estrangulado a su padre.

—Así lo espero también. Es de una delicadeza extrema.

—Por mi parte, doctor, espero que esta posibilidad no sea admitida por el inspector Tape. No deja de interesarme la situación de esa señorita, a pesar de su extraña conducta. Pueden buscarse otras explicaciones. Las hay —el humo formaba anillos sobre su cabeza; cuando levantó la copa, bebió casi todo el contenido del brandy—. Revela usted una cualidad notable, doctor, para recordar detalles —continuó distraídamente—. Por ejemplo…, ese clic que oyó me intriga. El punto importante es éste: ¿Cuándo lo oyó usted? ¿Provino ese clic del interior de la sala de armas?

Tairlaine se mostró contrariado.

—Lo siento mucho, míster Gaunt. Ese es precisamente el punto que no puedo recordar. Ocurrió en algún momento mientras lord Rayle estaba dentro de su galería, antes o después de su muerte.

—Pero ¡por el amor de Dios, señor!… —momentáneamente, se desvaneció la expresión fatigada de sus ojos; un fulgor súbito brilló en ellos, cual si hubiera descubierto un indicio revelador. Después recayó en su calma y prosiguió con el tema—: ¿No sabe…, no se le ocurre cuál pudo ser la causa?

—He tratado de explicármelo, pero… Tal vez pudiera…

—Le pido disculpas por mi temperamento, querido doctor. Creo que podría determinarse fácilmente cuándo ocurrió, si bien hay ahí elementos perturbadores. Tal vez se debiera… ¿Por ejemplo?

—¿La llave de la luz? Lo he estado pensando algún tiempo.

—La puerta según me ha dicho, estaba cerrada —las miradas de Gaunt se dirigieron hacia ese lado—. Un ruido de esa clase, por fuerte que sea, difícilmente podía ser oído a través de una puerta tan gruesa.

—O bien pudiera ser —murmuró Tairlaine pensativo— que lord Rayle diera vuelta al conmutador central al entrar en la sala y antes del instante preciso en que la cerrara de un portazo. Es perfectamente lógico un hecho así. El criminal pudo haberlas apagado después.

Gaunt movió la cabeza.

—La iluminación central es muy brillante, según infiero de lo que me ha dicho. En esa sala no había más luz que la de la chimenea y las pocas velas puestas sobre la repisa. En otros términos, la puerta de la sala de armas debía de estar casi a oscuras. Luego usted habría visto el resplandor de aquellas luces en caso de que él hubiera girado el conmutador antes de cerrar la puerta… ¿No le parece?

—Sí… debería haberlas visto.

—Hagamos la prueba. George, ¿quieres ayudarnos? Ve allá abajo. Penetra en el museo, haz girar la llave de la luz y cierra la puerta.

Gaunt cerró los ojos mientras sir George cumplía el encargo. El fuerte golpe de la puerta retumbó en la biblioteca, precedido por la iluminación del museo.

Gaunt interrogó:

—Y bien, doctor, ¿qué dice ahora?

—Vi las luces de forma distinta.

—Muy bien. ¿No se le ocurre ninguna otra explicación?

Tairlaine vaciló un instante.

—Casi no se me ocurre nada. Son puras fantasías.

—Mi estimado señor, tengo el hábito de alentar esta clase de facultades. El comisionado las rechaza. Ruégole que continúe.

—Hemos llegado a la conclusión de que el criminal, al estrangular a lord Rayle, llevaba guanteletes, como suponemos que ocurrió cuando dio muerte a la doncella. Estos guantes son pesados.

Si las puntas de los dedos de acero chocan contra el piso, en caso de que uno de los guantes se le hubiera caído al criminal; en otras palabras, si…

Gaunt miró fijamente la pipa. Sus oscuras cejas estaban levemente arqueadas y sus pómulos salientes formaban pozos de sombras en aquella cara pálida.

—El ruido, doctor, no pudo haberse producido cerca del pedestal de la estatua donde lord Rayle fue estrangulado. Tampoco pudo haber sido hecho en la segunda mitad de la sala…, el lugar contiguo a la puerta condenada…, o en cualquier otro sitio distante de la puerta.

—¿Por qué no?

—Por la cascada, doctor; no se olvide de la cascada. De haberse producido allí, usted no lo habría oído. Si me ha repetido correctamente las palabras de miss Patricia, ésta hizo ver que una vez transpuesta la mitad de la sala, hacia el fondo, el rugir de la catarata es tan potente que no pueden ser oídos los ruidos más fuertes.

—Así lo afirmó… Aquí, en cambio, oyó no solamente el rumor de una disputa, sino también el ruido de las pisadas de lord Rayle al acercarse a la puerta. Lo que nos lleva a la conclusión de…

Sir George, desasosegado, se enjugó la frente, y argüyó:

—¡Gaunt, por favor! No pierdas de vista una cosa. Ya habrás supuesto, más o menos, por qué miss Patricia andaba por allí, ¿no? Convendría que…

Gaunt hizo una señal de asentimiento.

—Te prometo no mencionar eso, George —contestó solemnemente—. Creo poder encontrar un medio para desviar la atención del inspector Tape si el hombre se vuelve harto imaginativo. En el ínterin…

Hizo una pausa y se arrellanó nuevamente en la silla, sumido en las sombras. Casi inmediatamente después fueron apareciendo en la biblioteca la mayor parte de los hombres que había en la casa. Primeramente transpuso la puerta el inspector Tape, con su apostura militar y retorciéndose las puntas del bigote. Luego, el doctor Manning, con una maleta-botiquín de cuero; Francis, detrás de él, y a continuación Kestevan, Massey y Wood.