Capítulo 19

Brysen

 

Me tomé unas semanas para hacer que el apartamento no pareciese la escena de un crimen. Cuando estábamos cambiando los suelos, Race decidió que quería deshacerse de todos los muebles y reemplazarlo todo para que nada recordara a lo que había sido antes aquel lugar. Todavía me miraba con preocupación y me trataba como si fuera a romperme, pero, cada vez que se acostaba conmigo, y cada día que pasaba en el que no me derrumbaba, iba tranquilizándose más. Yo estaba decidida a demostrarle y a demostrarme a mí misma que podía hacer aquello; llevar esa vida y no permitir que me aplastara. Era lo que tenía que ocurrir si iba a estar con Race y ambos lo sabíamos. Sinceramente, yo estaba bien. Drew me había acosado, había estado a punto de destruir mi vida y, si lo pensaba bien, todavía sentía sus dedos en mi cuello mientras intentaba estrangularme. No era una buena persona. Incluso aunque tuvieras razones para estar furioso con mi familia, eso no justificaba su manera de actuar.

Antes de mudarnos al apartamento, le pregunté a Race si podíamos ir a casa de mis padres para que Karsen y yo recuperásemos el resto de objetos personales que habíamos dejado atrás. También quería recoger las cosas de mi madre, porque, aunque no fuese a estar mucho tiempo sin tratamiento, seguía necesitando algo familiar a lo que poder regresar. Race y Bax se pasaron por la casa y, al regresar, me dijeron que había un cartel de Se vende en el jardín delantero y parecía que hacía tiempo que el lugar estaba vacío. En las puertas habían puesto esos candados que las agencias inmobiliarias colocaban para que la gente no entrara, pero no eran rival para un ladrón de coches profesional y, pocos días más tarde, mi hermana y yo íbamos habitación por habitación intentando recuperar a toda prisa lo que quedaba de nuestra antigua vida. Yo solo quería cosas que me trajeran buenos recuerdos, pero no le impedí a Karsen quedarse con varias fotos familiares y otras cosas de la casa que personalmente yo habría dejado atrás.

Cuando asomé la cabeza por la puerta del despacho de mi padre, no me sorprendió encontrarlo vacío. No solo nos había abandonado a nosotras, sino también el resto de sus responsabilidades. Me fijé en la mirada oscura y en la mandíbula apretada de Race cuando contempló por encima de mi hombro la habitación vacía. Yo sabía que mi padre les debía a Nassir y a él mucho dinero, pero esa rabia era por mí, no por la deuda. No iba a pedirle a Race que lo dejara correr, que permitiera que mi padre desapareciera y que olvidara la deuda. No porque supiera que en el fondo no podría hacer eso y después esperar que el resto de la gente que le debía dinero le pagara, sino porque empezaba a creer que la gente tenía que sufrir realmente las consecuencias de sus acciones. Tal vez si mi madre hubiera ido a la cárcel después del accidente, se habría visto obligada a tomar la medicación y no habría acabado así. Y tal vez, solo tal vez, Drew habría sentido que las muertes de su padre y de su hermano no habían sido en vano y que se había hecho justicia, y entonces aquella pesadilla no habría tenido lugar. Al final aquello me había llevado a acabar con Race y, siempre y cuando ese fuese el resultado final, yo no me quejaría de lo vivido hasta el momento.

Sufrí un pequeño ataque de nervios la primera vez que tuve que entrar en el apartamento. Pensaba que siempre vería el cuerpo de Booker desangrándose y a Dovie en la puerta apuntando con la pistola a Drew, pero con el nuevo suelo y los muebles modernos y brillantes que Race nos había dejado elegir a Karsen y a mí, era como entrar en un lugar nuevo, un lugar que parecía más un hogar que cualquier otro sitio en el que había estado en mucho tiempo, incluso con su desagradable pasado y su reciente historia sangrienta.

Race y yo establecimos una rutina bastante deprisa. Yo seguía yendo a clase, seguía trabajando en el restaurante y él seguía deambulando por la ciudad, seguía regresando a casa con sangre en las manos y en la ropa, y había noches en las que me llamaba y me decía que iba a quedarse en el loft porque estaba a punto de amanecer y él estaba agotado. Yo leía entre líneas y sabía que eso significaba que tenía que hacer algo realmente malo, algo que no hubiese podido zanjar aún y que no quería llevar consigo a aquel lugar que se había convertido en su refugio. Yo no era como Dovie. No le dejaba ir sin saber lo que estaba haciendo, con quién iba a estar, y quería que estuviese en casa incluso cuando estaba de mal humor y aún olía a ciudad. Si había decidido participar, era con todas las consecuencias, y él nunca me daba respuestas fáciles ni me ignoraba. Incluso aunque me estremeciera al saber lo que hacía al caer el sol, siempre me lo contaba sin adornos y yo hacía lo posible por no quedarme despierta toda la noche preocupándome por él hasta que le oía subir por las escaleras.

Tardé algunas semanas más en darme cuenta de que Karsen no estaba tan asentada como yo en nuestra nueva vida. Empecé a percatarme de que estaba muy callada y parecía no mostrar interés por lo que sucedía a su alrededor. Le pregunté a Race su opinión, teniendo en cuenta que él había tomado a Dovie bajo su protección y prácticamente la había criado cuando solo tenía dieciséis años. Me sugirió que hablara con ella en vez de hacer conjeturas, porque la mente de una adolescente era como un laberinto, así que me acerqué a mi hermana una tarde y le pregunté lo que pasaba.

Al principio me dijo que simplemente estaba acostumbrándose al nuevo lugar, que echaba de menos a nuestra madre, pero, cuanto más insistía yo, más cuenta me daba de que le sucedía algo más. Lo dejé correr durante unos días, hasta que regresé del trabajo una noche y vi no solo que tenía el labio hinchado, sino que le faltaban algunos mechones de pelo. Tenía la melena tan desigual como yo al salir del hospital. Como no había manera de ocultar los daños, se derrumbó y me dijo que las cosas en el instituto habían empeorado desde que el banco se quedara con nuestra casa. Los chicos ricos se metían con ella, la acosaban y, cuando una de las chicas se había metido con ella porque nuestra madre estuviese en rehabilitación, Karsen había perdido los nervios y le había dado un puñetazo en la cara, lo que desembocó en una pelea en el pasillo. Me dijo que probablemente fuesen a expulsarla y que no quería volver jamás a La Colina. Estaba tan decidida que ya había estado mirando otros institutos alternativos, porque sabía que yo no le permitiría dejar los estudios y bajo ningún concepto Race y yo íbamos a permitir que volviese a la zona de guerra que era el instituto público de La Punta. Estaba interesada en ir a un instituto concertado que se encontraba muy cerca de donde vivían Dovie y Bax. Era un instituto que estaba un escalón por debajo de uno privado y, aunque tendría que llevar uniforme, estaba convencida de que esa era la mejor opción y quería que yo fuese con ella a matricularse. Nunca me acostumbraría a su madurez, a aquella manera de adaptarse a nuestra nueva vida y a nuestras nuevas circunstancias como un pato se adaptaba al agua.

Le dije que quería echar un vistazo al instituto antes de aceptar, pero creo que ella sabía que estaba decidida. No encontré nada malo después de visitar el centro y hablar con el director y los profesores. Karsen parecía pensar que sería una buena decisión, así que rellené los papeles y solo tardaron unos días en aprobar el traslado.

Acababa de regresar de llevarla a la peluquería y de comprar la ropa negra y caqui que usaría para el uniforme cuando sonó mi móvil. Estaba a punto de quitarme los zapatos y dejar las llaves sobre la mesa, pero me detuve porque no reconocí el número. Eso no era raro, teniendo en cuenta que mi novio tenía como cinco teléfonos diferentes a mano en cualquier momento y que mi mejor amiga siempre usaba un móvil de prepago distinto.

—¿Sí?

Se oía mucho ruido de fondo, oí que alguien gritaba, otra persona respondía también a gritos, después un portazo, hasta que una voz profunda preguntó:

—¿Eres Brysen?

—¿Quién lo pregunta? —pregunté con el ceño fruncido.

—Soy el detective King, el hermano de Bax.

—Ah, sí, soy Brysen. ¿Qué puedo hacer por usted?

Supuse que querría saber cómo iban las cosas después de lo ocurrido con Drew, pero se me aceleró el corazón al oírle suspirar y decir:

—Acabo de llamar a Race y a Dovie para que vengan a la comisaría. Tengo noticias para ambos y creo que sería interesante que Bax y tú también estuvierais. Ya le he llamado porque me mataría si no lo hiciera.

Apreté con fuerza las llaves que aún tenía en la mano hasta que me clavé las puntas metálicas en la piel.

—¿Qué ha pasado?

—No puedo decírtelo hasta hablar con Race y con Dovie. Tú confía en mí y ven aquí lo antes posible.

Colgué el teléfono y salí corriendo hacia la puerta con Karsen gritando detrás de mí, preguntando qué pasaba. Llegué a la comisaría de policía en tiempo récord y no tuve que buscar mucho para encontrar a Bax dando vueltas de un lado a otro frente al mostrador de la entrada como si fuese un depredador peligroso. Sus ojos oscuros brillaron un poco al verme y dejó de moverse para acercarse después a mí.

—¿Titus te ha llamado a ti también?

Asentí y miré a mi alrededor para ver si lograba ver a mi novio o a Dovie por algún lado. Había gente por todas partes. Algunas personas de uniforme, otras con traje; casi todos llevaban ropa de calle y había muchos esposados que parecían haber sido detenidos recientemente en cualquier esquina de La Punta.

—¿Tienes idea de lo que pasa?

Bax soltó un gruñido y se frotó la cabeza con la mano. Era evidente que estaba tan nervioso como yo, pero su preocupación tenía forma de violencia apenas contenida.

—No. Pero, si no veo a Dovie en los próximos cinco minutos, voy a ir a buscar el despacho de mi hermano para obtener algunas respuestas.

Bueno, a mí me parecía bien. Podría recorrer el lugar hecho una furia y yo lo seguiría. Estaba a punto de decirle que me parecía bien el plan cuando de pronto estiró la espalda y se quedó de piedra. Apretó los dientes con tanta fuerza que casi pude oírlo y la estrella que llevaba tatuada en la cara comenzó a palpitar mientras se ponía rojo.

Me di la vuelta para ver qué le había hecho reaccionar de esa manera tan violenta y fruncí el ceño al ver a una joven guapa de melena negra y cuerpo de escándalo tambalearse al verlo y después intentar pasar frente a nosotros.

De pronto Bax me adelantó y estuvo a punto de tirarme al suelo cuando se colocó delante de la mujer y la obligó a detenerse y a mirarlo. Tenía unos ojos asombrosos de color azul marino y me di cuenta de que temblaba cuando Bax se le puso delante y literalmente gruñó como un animal salvaje.

—Eh… —Intenté intervenir porque, al fin y al cabo, estábamos en el vestíbulo de una comisaría de policía.

Bax me ignoró y dijo:

—Qué cojones.

—Hola, Shane. —La voz de la mujer sonó sorprendentemente tranquila para tener delante toda aquella furia contenida. Era extraño oír a alguien utilizar el verdadero nombre de Bax aparte de Dovie, y era evidente que no le gustaba.

—Zorra. Debería estamparte la cabeza contra esa pared después de lo que le hiciste a Dovie. Ella pensaba que eras su amiga. —Sus ojos brillaban como auténticos pozos del infierno y casi pude ver la rabia que brotaba de su cuerpo.

La mujer parpadeó despacio y se puso pálida, pero se negó a apartar la mirada. Tenía cojones. Bax daba miedo y la miraba como si ya hubiese cavado un hoyo en algún lugar de la ciudad para enterrarla en él.

—Nadie tiene amigos en La Punta, al menos eso era lo que pensaba. Estoy intentando arreglarlo. —Se le quebró ligeramente la voz y me di cuenta de que le temblaba el labio inferior. Estaba mucho más asustada de lo que quería hacer ver. Fuera lo que fuera lo que Bax estaba a punto de decir quedó interrumpido cuando Titus apareció de pronto y le dio una palmada en la nuca a su hermano, que se apartó sobresaltado de la mujer y se frotó con la mano el lugar donde había recibido el golpe.

—Déjala en paz, gilipollas. Está intentando ayudar. —Titus parecía molesto y frustrado a partes iguales.

La mujer los miró a los dos, después se fijó en mí y fue lo suficientemente lista como para huir mientras tenía oportunidad. Se marchó sin decir nada más.

—¿Quién diablos era esa?

Bax correspondió dándole un codazo a Titus en el estómago, lo que hizo que el hermano mayor se quedara sin aliento y lo mirase con odio. Bax me miró y dijo:

—Reeve Black. Es la persona que le dijo a Novak que Dovie estaba sola la noche que sus chicos la secuestraron en la calle. Se fue a la cama con él por una deuda y Novak lo utilizó para herir a Race y a Dovie. Debería estar en prisión por asesinato, pero los federales le ofrecieron un trato y la metieron en el programa de protección de testigos. Se supone que debería estar muy lejos de aquí. Le dije a este idiota —señaló a su hermano mientras hablaba— que, si alguna vez la volvía a ver, no sería responsable de mis actos.

—Y yo te dije que dejaras de decirme esas cosas. Recuerda, soy policía.

—¿Y qué hacemos aquí, detective?

Titus lo miró con el ceño fruncido y después me miró a mí con los párpados entornados. Hizo un gesto con el dedo para que nos acercáramos más a él.

—He recibido una llamada de uno de los federales que se encargan de todos los testigos del caso de Novak. —Vi que tragaba saliva al mirar a Bax a los ojos—. El padre de Race y de Dovie fue asesinado anoche en el lugar seguro que el programa le había asignado. Hartman estaba dispuesto a dar los nombres de importantes traficantes de armas y de drogas al sur de la frontera, y mucha más información que la unidad contra el crimen organizado estaba impaciente por obtener sobre este caso. Tenía un servicio de seguridad, estaba escondido en medio de ninguna parte y aun así alguien consiguió dar con él.

Yo me mordí el labio y compartí una mirada de preocupación con Bax.

—¿Cómo han recibido la noticia?

—Dovie es un encanto, así que creo que está principalmente preocupada por Race, porque él no ha dicho una sola palabra. El muy cabrón intentó hacer que Novak la matara, así que creo que se siente aliviada de no tener que preocuparse ya por esa amenaza. Pero Race está como ausente; nunca antes le había visto así. Y eso no es todo. —Se balanceó sobre sus talones y se llevó la mano a la pistola que llevaba en el cinturón—. Dado que Hartman estaba tan aislado, sabemos que el asesinato se produjo desde dentro. Tuvo que ser alguien encargado de su reubicación.

—¿Un federal? —preguntó Bax.

—Probablemente —confirmó Titus.

Bax soltó todos los improperios que yo había oído en mi vida y apretó los puños.

—No es suficiente que tengamos que preocuparnos por los malos, ahora también vamos a tener que preocuparnos por los buenos, ¿no?

—Eso parece.

—¿Qué estaba haciendo aquí Reeve, Titus? —Fue un cambio de tema muy drástico y resultaba evidente que no le hacía gracia que aquella despampanante mujer anduviese por su ciudad.

—Tiene información que voy a necesitar si quiero atrapar al federal corrupto.

Eso hizo que Bax volviera a blasfemar.

—¿Qué tipo de información?

Titus negó con la cabeza y se pasó las manos por el pelo.

—Esa es la línea que un policía no puede traspasar, Shane. Déjala en paz. La necesito para hacer mi trabajo y me cabrearé mucho si te interpones.

Yo estaba harta de chulería masculina cuando lo que quería era cuidar de mi novio. Era mucha información para asimilar y simplemente quería estar con él.

—¿Dónde está Race?

—En mi despacho, con Dovie —Titus detuvo a Bax poniéndole una mano en el pecho cuando este quiso adelantarle—. Mira, necesito a esa chica para detener lo que está pasando en La Punta. Es absolutamente necesaria. Se lo he contado todo a Dovie y ella lo entiende, así que tienes que usar la cabeza y no ponerte chulo porque te pararé los pies antes de que te des cuenta. ¿Entendido, Bax?

Bax no dijo nada, simplemente echó a Titus a un lado y se dirigió hacia una puerta de cristal con las palabras Detective King impresas en negro. Yo me dispuse a seguirlo mientras la cabeza me daba vueltas con el exceso de información que acababa de recibir cuando Titus estiró el brazo y me detuvo.

—Race es un buen hombre. Ahora mismo se encuentra en una situación delicada y tiene que tomar algunas decisiones realmente difíciles, pero siempre ha sido mucho más blando que Bax. Su padre era un cabrón, un asesino y un hijo de perra, pero, cuando sea consciente, cuando realmente lo asimile, necesitará ayuda para superar que su padre ya no está.

Levanté la barbilla en un gesto desafiante.

—No pienso ir a ninguna parte —dije.

—Bien.

Me dirigía a ver a mi dios dorado cuando de pronto salió del despacho seguido de Bax y de Dovie. Dovie iba acurrucada junto a Bax y, aunque tenía los ojos secos, estaba más pálida de lo normal y se aferraba a él como si fuera lo único que la mantuviera unida al presente. Race estaba como siempre. Me mostró aquel delicioso hoyuelo, su melena brillaba como el oro y, cuando me alcanzó, colocó ambas manos en mis mejillas y me dio un beso. Si no lo conociera tan bien como lo conocía, habría pensado que estaba bien, pero veía la tensión alrededor de sus ojos y, a pesar del hoyuelo, me di cuenta de que tenía los dientes apretados detrás de la sonrisa. Me agarró la mano y empezó a tirar de mí hacia la puerta de entrada antes de que pudiera preguntarle a Dovie si estaba bien o darle un abrazo.

—Tengo algunos asuntos de los que ocuparme —me dijo sin mirarme directamente—. Te veré en casa más tarde, ¿de acuerdo?

Lo miré a la cara, vi la oscuridad en sus ojos verdes y le di un fuerte abrazo.

—Siempre y cuando me prometas que volverás a casa esta noche.

Apartó la mirada y me di cuenta de que quería contradecirme.

—En serio, Race. Ven a casa.

Pasados unos segundos asintió, me dio un beso en los labios y se alejó hacia su coche. Me quedé mirándolo hasta que se montó y salió del aparcamiento. Maldije en voz baja y, cuando me disponía a alejarme en dirección contraria, hacia donde tenía aparcado el BMW, Bax me detuvo poniéndome una mano en el brazo. Dovie me dirigió una sonrisa torcida y frotó la mejilla contra él.

—Se recuperará. Solo tiene que asimilarlo —dijo Bax con voz áspera—. Me alegra que haya sido otro, porque yo lo habría matado de haber tenido la oportunidad.

Me estremecí al oír sus palabras y vi que Dovie lo miraba, resoplaba ligeramente y después se volvía hacia mí.

—No permitas que intente culparse por esto, porque lo hará.

Yo asentí y le dije:

—Llámame si necesitas algo.

—Estoy bien —respondió ella—. Tengo lo que necesito. —Se acurrucó más junto a Bax mientras él la guiaba por las escaleras hacia la monstruosidad de coche que conducía. Juro que, cuando lo puso en marcha, el motor sonó como si un millón de demonios estuvieran gritando por escapar de su prisión subterránea.

No estaba de humor para ir a clase, pero no tenía excusa para saltármelas cuando ya había faltado a tantas, así que fui y no paré de revisar el teléfono cada cinco minutos. Cada vez que me encontraba con la pantalla en blanco, se me encogía el corazón. No tenía que trabajar aquella noche, así que regresé al apartamento, ayudé a Karsen con sus deberes, preparé una cena sencilla y escribí a Race en cinco ocasiones para ver dónde estaba y saber cómo se encontraba. No respondió. Estaba preocupada, pero también comenzaba a enfadarme. Vi con Karsen un absurdo reality sobre citas, me hice la pedicura y estuve dando vueltas de un lado a otro hasta pasada la medianoche. Me quedé mirando el móvil sin llamadas ni mensajes y decidí que ya era demasiado. No me cabía duda de que Race estaría en el taller, sufriendo a solas, y no pensaba tolerarlo.

Llamé a la puerta de Karsen y le dije que iba a pasar la noche fuera. Ella me dirigió una mirada cómplice y siguió haciendo lo que fuera que estuviera haciendo con su móvil. Creo que la pobre estaba harta de los dramas ajenos y ya había tenido suficiente.

Llegué al taller, introduje el código de las puertas de seguridad y me alivió ver el Stingray aparcado donde solía estar el Mustang. Abrí la puerta lateral y prácticamente subí corriendo los escalones metálicos hacia el loft. Cuando entré en aquel espacio diáfano estuve a punto de tropezar con Race, que estaba sentado en el centro de la sala, con una botella de whisky medio vacía en la mano y los ojos vidriosos. Me arrodillé junto a él y le quité la botella.

—Prometiste que vendrías a casa.

Él respiró profundamente y sacó la lengua para deslizarla por su labio inferior. Incluso borracho y de mal humor, seguía siendo el hombre más guapo que jamás había visto. Estiré el brazo para acariciarle la mejilla con la palma de la mano, él cerró los ojos y giró la cabeza hacia mi caricia.

—Lo de «estar al lado del otro» es algo bidireccional, guapo.

—Me siento fatal por sentirme fatal. —Le olía el aliento a alcohol, pero hablaba con claridad, lo que me hizo preguntarme cuánto tiempo llevaría bebiendo. Tal vez hubiese sido algo de todo el día y realmente no estuviese tan ebrio como parecía.

—¿De qué estás hablando? —Aparté la botella y le pasé los dedos por el pelo. Siempre parecía seda dorada.

—Él quería matar a Dovie. Novak lo tenía comiendo en la palma de su mano. Engañaba a mi madre todo el tiempo y a mí me desheredó sin pensar. Era manipulador y despiadado. Merecía morir, incluso habría permitido que Bax lo matara si hubiera llegado el caso, pero ahora… —Dejó caer la cabeza y vi que levantaba y bajaba los hombros—. Me siento fatal.

Le froté la nuca e intenté aliviarle parte de la tensión.

—Era tu padre. Claro que te sientes fatal. No importa lo horrible que fuera, seguía siendo tu padre. Se te permite estar triste, pero no se te permite sentirte responsable de ello.

Levantó la cabeza y me miró mientras yo me sentaba en su regazo. Colocó las manos en mi cintura y arqueó ambas cejas.

—¿Qué quieres decir?

—No es culpa tuya que tu padre delatara a los hombres de Novak para lograr un acuerdo y salvar su pellejo, y no es culpa tuya que Novak tuviera más veneno que esparcir por ahí incluso después de muerto. Tu padre ha terminado así por culpa de sus propias decisiones, no por nada que tú hayas hecho.

Murmuró algo y se puso en pie sin soltarme. Teniendo en cuenta que no se tambaleó en absoluto, comencé a dudar realmente que estuviera tan borracho como había pensado al principio.

—Eso ya lo sé, pero necesitaba un tiempo, y quizá también que tú lo dijeras en voz alta para asimilarlo. —Se dirigió hacia la cama desplegable y me tiró en el medio con bastante menos delicadeza que la que había mostrado desde el ataque de Drew—. Y sí que iba a ir a casa, pero primero tenía que calmarme un poco y aclarar mis ideas. Este es el tipo de cosas que no tienen cabida en nuestra casa.

Dado que estaba de pie junto al borde de la cama, estiré los brazos, los metí por debajo de su camiseta de manga larga y comencé a acariciar su impresionante torso. Nunca me cansaría de ver cómo flexionaba y contraía los abdominales cuando deslizaba las yemas de los dedos sobre su piel tersa.

—Te equivocas. Te dije desde el principio que lo quiero todo de ti; eso incluye esta parte de ti. Lo entiendo, Race, haces lo que tienes que hacer, no siempre lo que deseas hacer, pero conmigo no puede ser así. Conmigo has de desear hacerlo, no tener que hacerlo. Vienes a casa y juntos nos enfrentamos a ello, como tú me dijiste.

Como ya estaba desnudo de cintura para arriba, decidí que quería terminar de desnudarlo. Alcancé el botón de sus vaqueros, le bajé la cremallera y me alegró ver que, aun melancólico y atribulado, su deseo sexual no se veía afectado. Deslicé las manos hacia la parte de atrás del pantalón y le apreté las nalgas mientras lo miraba lascivamente.

Él dejó caer la cabeza y su hoyuelo apareció para atraerme. En esa ocasión fue una sonrisa de verdad y eso me alegró inmensamente.

—He querido hacerlo contigo desde el principio, Bry. ¿Cómo puedes dudarlo?

Me acerqué un poco más para poder darle un beso en el corazón y terminé de bajarle los pantalones por las caderas.

—Entonces ven a casa conmigo para que podamos tener sexo en una cama y pueda cuidar de ti como siempre cuidas tú de mí… ¿recuerdas?

Se libró de los pantalones con los pies y se quedó de pie ante mí en toda su gloria antes de agachar la cabeza y darme el beso más dulce y embriagador que jamás había experimentado. Desapareció cualquier duda sobre cómo sobreviviríamos a estar juntos cuando nuestro aliento se mezcló y yo pude apreciar su devoción en su lengua con sabor a whisky.

—De acuerdo, iré a casa y podremos enfrentarnos a ello juntos.

Le apreté los bíceps y solté un grito de sorpresa cuando me levantó y comenzó a bajarme los pantalones.

—No tengo miedo. —Estaba sin aliento y el corazón se me había disparado.

Sus ojos pasaron de verde musgo a negro noche y el hoyuelo apareció más definido. Yo quería besárselo.

—Bien.

Terminó de desnudarme con manos impacientes y al fin regresó el Race con el que estaba acostumbrada a irme a la cama. Sus caricias ardían, sentía su boca por todas partes, marcándome la piel a su paso, utilizaba palabras sucias y me tiraba del pelo. Era asombroso, lo echaba de menos. Me hizo gemir, me hizo jadear y me hizo gritar su nombre una y otra vez cuando colocó la boca entre mis piernas y no me soltó hasta que estallé en mil pedazos llevada por las caricias de su lengua y de sus dedos. Pensaba que estaba exhausta, pensaba que se pondría encima de mí, me penetraría y nos conduciría a ambos hasta un final satisfactorio, pero Race estaba encendido y tenía otros planes para mí. Le había dicho que no tenía miedo e iba a hacer que se lo demostrara.

Hundió los dedos en mis caderas y me dio la vuelta antes de arrastrarme hacia el borde de la cama. Me colocó a cuatro patas, como deseaba tenerme, se quedó detrás de mí y se agachó para darme un beso en la curva de la espalda. Me agarró del pelo con una mano y deslizó la otra por entre mis piernas, donde seguía notando la piel sensible de sus caricias anteriores.

Me hizo susurrar su nombre y estuve a punto de atragantarme cuando de pronto me penetró sin ningún preámbulo. En esa posición, sentía cada centímetro de su sexo moviéndose dentro de mí. Parecía enorme, poderoso, incansable, moviéndose detrás de mí. Eso, combinado con las caricias de sus dedos, me hizo pensar que así no duraría mucho.

—¡Race!

Él gruñó, me tiró del pelo con más fuerza y yo intenté por todos los medios no dejarme llevar por el sonido de su piel golpeando la mía y por aquel movimiento que hacía que me temblaran los brazos. Noté que el placer comenzaba a desatarse en la base de mi columna, le oí blasfemar y repetir mi nombre. Cuando mis brazos cedieron por la fuerza del orgasmo, Race gimió, me soltó el pelo y se dobló sobre mi cuerpo. Sentí sus labios acariciando mi nuca y sus manos deslizándose por mis costados mientras intentaba recuperar el aliento.

—Gracias por venir a buscarme.

Recordé el momento en que le había rogado que no me dejara cuando me llevaban al hospital y le dije justo lo contrario a lo que él me había dicho a mí entonces, aunque significara lo mismo.

—Siempre.

Se quitó de encima, rodó sobre la cama, me colocó sobre su pecho y me acarició la coronilla con la barbilla.

—Pensaba que nadie apostaría por nosotros, pero ahora mismo yo apostaría todo o nada.

Le pellizqué la piel justo por encima del trasero y le dije:

—¿Y si dejas de apostar porque sabes que somos una apuesta segura?

Él se rio e hizo que su pecho vibrara bajo mi mejilla.

—Te quiero, Brysen. Tú haces que siga siendo yo.

—Te quiero, Race, seas quien seas y seas quien tengas que ser.

Ya no cabía duda de que sobreviviríamos, incluso aunque La Punta fuese a ponernos a prueba en cada etapa del camino. Estaba dispuesta a desafiar a esa zorra si pensaba que podía arrebatarme a mi hombre.