Capítulo 10
Race
Me dolía todo. Cada parte de mi cuerpo que había recibido golpes, cada parte que había utilizado para defenderme me dolía hasta los huesos. Me sentía abatido y magullado por todos lados, por dentro y por fuera.
El único lugar que no me dolía era el pecho, donde Brysen tenía la cabeza apoyada. Estaba dormida con la oreja pegada a mi corazón y la mano rodeándome la cintura. Era como el lado frío de la almohada. Como la escarcha en el cristal de la ventana, calmando el dolor de todos los golpes. Aunque debería haber estado ardiendo por tener su cuerpo desnudo pegado al mío, sentía como si fuera una brisa refrescante que se abría paso entre la polución que normalmente inundaba mis pulmones. Su melena rubia era como la seda sobre mi piel y, sin proponérselo, hizo que mi cuerpo se agitara bajo las sábanas.
Dado que se había quedado a pasar la noche, y había permitido que hiciera con ella mi voluntad mientras intentaba liberar toda la oscuridad de mi cabeza, pensé que lo mínimo que podía hacer era sacar la cama para que pudiera dormir cómodamente. Aunque tampoco dejé que durmiera mucho. Había algo único en ella. Algo en su manera de comportarse cuando estaba conmigo que me hacía desear meterme dentro de ella, desarmarla, entender cómo funcionaba. Era el mejor rompecabezas de todos, el problema más difícil que había intentado solucionar jamás, y eso hacía que me gustara más aún.
Estaba pensando en la mejor manera de despertarla, preguntándome si se asustaría si me saltaba los preliminares y metía la cabeza directamente entre sus piernas. Hasta el momento me había sorprendido. Le parecía bien cualquier cosa que quisiera hacer con ella, pero, teniendo en cuenta que apenas había hecho alguna de las muchas cosas que me gustaría hacer con ella, seguía sin saber hasta dónde estaría dispuesta a dejarme llegar o dónde pondría el límite. Creo que yo no tenía límites concretos en lo que a ella respectaba, y eso me ponía cachondo y hacía que se me espesara la sangre.
Estaba deslizando la mano por su costado, pensando que me recordaba a todas las cosas lujosas que había dejado atrás, cuando mi oportunidad de despertarla se fue al traste porque empezó a sonar mi móvil, tirado en el suelo entre los pantalones. Estaba acostumbrado a que me llamaran a cualquier hora del día o de la noche. La gente quería darme dinero o pedírmelo y nunca prestaba atención al reloj. A lo que no estaba acostumbrado era a que me llamara mi madre… nunca. Era un tono de llamada que no había oído en meses y meses, incluyendo la vez que estuvieron a punto de matarme los hombres de Novak y acabé en el hospital. Mi madre no había dudado en unirse a la causa de «Race es un pedazo de mierda inútil» en cuanto mi padre me declaró persona non grata en el castillo de los Hartman. No tenía ni idea de qué tipo de hombre era mi padre y no tenía problema en creerse todas las mentiras que él contaba para justificar el hecho de haberme desheredado y haberme quitado todo el dinero que tenía a mi nombre.
Brysen murmuró algo y abrió los ojos para mirarme. Vi que tardaba unos segundos en darse cuenta de dónde estaba, después colocó las manos debajo de la barbilla y se quedó mirándome con el pelo revuelto.
—¿Vas a contestar?
No lo había hecho y ahora el móvil volvía a sonar.
—En realidad no me apetece. —Estaba desnuda y tumbada junto a mí, me dolía la cara y se me había puesto la polla dura. Había mil cosas que preferiría hacer antes que contestar al teléfono.
—¿Trabajo?
Suspiré y me estiré para poder recoger el teléfono del suelo. Ella giró hacia un lado y se tapó con la única manta que yo le había echado por encima en algún momento de la noche. Parecía tan dulce allí tumbada, con el pelo revuelto, tan fuera de lugar en el loft vacío y frío. Se apartó el pelo de la cara y me miró con cautela.
—Ojalá fuera trabajo. —Deslicé el dedo por la pantalla del teléfono y me acerqué al borde de la cama. Solo mi pasado podría desinflar al instante la erección que Brysen y su desnudez habían provocado.
—Cuánto tiempo, mamá.
No podía disimular la amargura y la rabia de mi voz, y vi que Brysen me miraba preocupada. Suspiré de nuevo mientras se levantaba de la cama por el otro lado y, llevándose la manta consigo, se dirigía hacia el cuarto de baño.
—Race… —Mi madre estaba llorando, casi histérica, y pensé que debería importarme algo.
—¿Qué quieres? —Sonaba como un imbécil, pero no podía evitarlo. Alcancé los pantalones vaqueros.
—Necesito que te reúnas conmigo en la comisaría de policía.
—¿Por qué? —pregunté tras una pausa.
Soltó un hipido y después un sonido parecido al de un animal agonizante.
—Han detenido a tu padre.
No era mi intención, pero me eché a reír. Oí que se indignaba y, cuando levanté la mirada, vi que Brysen salía del cuarto de baño vestida, lo cual era una pena.
—No tiene ninguna gracia —dijo mi madre, destrozada.
—¿Por qué le han detenido? —Mi padre era un mal hombre. Un delincuente en muchos más aspectos que yo. No me sorprendía y no podía creer que a mi madre sí. ¿Cómo podía estar casada con un hombre, pasar su vida a su lado y no saber todos los chanchullos en los que andaba metido para que ella pudiera comprarse pieles y diamantes?
—No estoy segura. Esta mañana antes de que saliera el sol ya estaban aquí los federales. Tenían una orden judicial y se han llevado a tu padre esposado. He llamado a nuestro abogado. —Se echó a llorar y yo fruncí el ceño cuando Brysen señaló con la cabeza hacia las escaleras, como si pensara marcharse sin decirme nada. Hice un gesto de negación y fruncí el ceño—. Todas nuestras cuentas están congeladas. Ni siquiera ha querido ir a la comisaría conmigo para ayudarme a pagar la fianza de tu padre. No hay dinero.
Vaya. El destino era retorcido cuando se lo proponía.
—Son los federales, mamá. No creo que puedas pagar una fianza para que lo suelten. —No si querían retenerlo para que delatara a los proveedores de Novak. Mi padre estaba metido hasta el cuello en aquel asunto y, sinceramente, me sorprendía que hubieran tardado tanto tiempo en atraparlo.
—¿Qué voy a hacer? Ni siquiera puedo quedarme en la casa. —Parecía perdida y asustada. Me puse en pie y caminé hasta donde se encontraba Brysen, observándome en silencio. No me detuve hasta que la tuve delante. Deslicé una mano por su nuca y le levanté la cara.
—Eso no es asunto mío. Tú me echaste a la calle sin pensártelo dos veces.
Tardó un minuto en responderme y yo aproveché ese tiempo para perderme en un mar azul profundo.
—Tu padre dijo que era lo que teníamos que hacer. Me dijo que te había envenenado aquel chico, aquel estilo de vida al que te arrastró. Decidiste desaparecer durante años, malgastaste el dinero de la universidad en una chica, Race. Tu padre me dijo que echarte de nuestras vidas era la única manera de que te dieras cuenta de las cosas a las que renunciabas. Se suponía que debías volver a casa.
Yo apreté los dientes y Brysen levantó las manos para deslizarlas por los moratones negros y azulados de mis costados. La gente con poder y dinero siempre pensaba que llevaba ventaja, que podía manipular a los demás sin consecuencias.
Agaché la frente para tocar la suya y le dije a mi madre con tono decisivo:
—Puedes venir a la ciudad a por algo de dinero, pero no para papá. Te daré suficiente para que te alojes en un hotel hasta que decidas qué hacer.
Ella empezó a hablar por encima de mí, pero la interrumpí.
—Esa chica, en la que me gasté el dinero de la universidad, no era una desconocida, mamá. Es la hija de papá, e intentó que la mataran. Una vez antes de que naciera y de nuevo cuando su madre apareció e intentó extorsionarle. Es un jodido monstruo y espero que delate a los hombres de Novak, porque nunca llegará al estrado con vida. Por lo que a mí respecta, que se pudra en el infierno con Novak.
Colgué el teléfono antes de que pudiera decirme nada más y me agaché para poder besar a aquella chica que siempre lograba que las cosas malas no estuvieran tan presentes en mi día a día. Sabía a menta y a mañana y, cuando hundí los dedos en su pelo y tiré, me aseguré de que supiera que, si quería, estaba más que dispuesto a volver a llevarla a la cama. Pero me entusiasmé demasiado y noté que me ardía el labio partido, así que levanté la cabeza y, al hacerlo, vi que ella tenía sangre en la boca. Utilicé el pulgar para limpiársela, pensando que esa era justo la razón por la que debía tener cuidado con ella. No quería que le tocara la sangre: ni la mía, ni la suya, ni toda la sangre que La Punta parecía derramar sin pensar.
—Te acompañaré abajo. El taller está cerrado los domingos, pero Bax estará allí. —Confiaba en que mi mejor amigo mantuviera la bocaza cerrada y no se lo hiciese pasar mal, pero me sentía mejor, como un caballero, si la acompañaba a través de la caverna que era el taller. Todavía quedaba algo de caballerosidad en mí, aunque estuviera enterrada bajo capas y capas de cosas más duras.
No me molesté en ponerme una camiseta o unos zapatos, simplemente le di la mano y la guie por las escaleras. Hacía frío en el taller, dado que iba medio desnudo, y vi que una de las enormes puertas metálicas estaba abierta. El Hemi’Cuda de Bax estaba subido en una de las plataformas, pero a él no se le veía por ninguna parte. Iba a llevar a Brysen fuera cuando de pronto se detuvo y se soltó de mi mano. Me disponía a preguntarle qué diablos pasaba cuando se volvió con decisión hacia la fila de coches robados aparcados en la pared del fondo.
La flota de coches que Bax había recolectado para mí estaba esperando pacientemente a que sus dueños pagaran. En la oscuridad, con las luces interiores atenuadas, eran difíciles de ver. Sin embargo, con la puerta abierta, y con la luz de la mañana, era mucho más evidente que aquella colección dispar no formaba parte de los trabajos de restauración y reparación que Bax llevaba a cabo.
—¿Brysen? —dije su nombre, pero me ignoró y avanzó con decisión hacia un Lexus utilitario de color blanco aparcado entre los demás.
No era el mejor coche de todos. Tampoco el peor. No entendía por qué se había ido directa hacia él como si fuera un misil, hasta que se dio la vuelta y sus ojos adquirieron la ira de una tormenta en altamar.
—¿Por qué tienes este coche?
La miré e intenté decidir qué contestar. Podría mentir, decirle que estaba esperando a que lo arreglaran, pero tenía la impresión de que ella ya sabía más sobre el porqué estaba allí de lo que a mí me hubiera gustado.
Me crucé de brazos y la miré con el ceño fruncido. Yo también podía volverme frío y duro como al piedra.
—No creo que eso sea asunto tuyo, Bry.
Ella se quedó con la boca abierta y vi que el rubor ascendía por su cuello hasta inundar su cara. Fue directa hacia mí y me clavó un dedo en el pecho. Tenía un moratón en esa parte de la noche anterior, así que me hizo daño y fruncí el ceño más aún.
—Es el coche de mi padre, Race. El coche que se supone que está en el taller, y que hizo que ayer me exigiera a mí el mío. Así que sí, es asunto mío.
Di un paso atrás y, por el rabillo del ojo, vi a Bax salir de su despacho. Estaba serio e, incluso desde lejos, advertí la oscuridad de su mirada al encontrarse con nuestro conflicto. Bax no permitiría que nadie se inmiscuyera en sus negocios, y le daría igual que la amenaza fuese una universitaria guapa prácticamente inofensiva.
La agarré del codo y la llevé al aparcamiento delantero, donde estaba aparcado el BMW junto a mi Mustang.
—Ya sabes a qué me dedico, Bry. No finjas que no, porque ya es un poco tarde.
Ella apretó los labios y me miró con los ojos entornados.
—Mi padre no apuesta. Es programador informático, por el amor de Dios.
Apostaba gente de todo tipo y no quería decírselo, pero los informáticos eran de los más compulsivos. Siempre pensaban que podían vencer a las probabilidades, desafiar las reglas. Pero no lograba olvidar, incluso aunque quisiera, la imagen de un hombre de mediana edad, desesperado, suplicándome mientras me entregaba los ahorros de toda su vida y su plan de jubilación para poder participar en una partida privada en Spanky’s hacía una semana. Me debía más de trecientos mil dólares y el Lexus apenas cubría su deuda. No tenía ni idea de que fuese el padre de Brysen y, francamente, daba igual. Mi trabajo era cobrar el dinero, no salvar familias.
—Todo el mundo apuesta en algo. El fútbol, los caballos, los coches. Apuesta con sus vidas, con sexo barato, con drogas peligrosas, con amor. —La miré fijamente—. No sabía que fuese tu padre. Normalmente no pido nombres ni detalles personales. Solo acepto el dinero y les hago apostar o sentarse a jugar a una mesa.
Ella resopló y miró hacia la puerta abierta.
—Devuelve el coche, Race —dijo en voz baja y temblorosa. Yo sabía que estaba más sorprendida por la revelación sobre su padre que por el hecho de que le hubiese robado el coche. Eso no significaba que lo entendiera, ni que fuese a perdonarme, pero al menos ya sabía la verdadera razón por la que parecía tener ganas de vomitarme encima.
Negué lentamente con la cabeza y le permití ver el arrepentimiento en mi mirada mientras la observaba.
—No puedo hacer eso.
Dejó escapar el aliento entre los dientes y se alejó hacia su coche.
Yo la miré y dije con el ceño fruncido:
—En este negocio no se hacen amigos, Brysen. Yo no pido nombres ni estadísticas. Solo cobro el dinero y, si no lo tienen, me llevo otra cosa. —Tal vez no hiciera falta que supiera el resto, pero, ya que habían llegado hasta allí, se lo diría—. El Lexus no cubre ni la mitad de lo que me debe tu padre, Bry.
Vi la sombra en su cara y el odio y la pena en sus ojos.
—Si hubieras sabido que era mi padre, ¿habría cambiado algo?
Si no me importara tanto, habría podido mentirle sin más.
—No. Aun así le habría permitido sentarse a jugar y me habría llevado el coche. Es a lo que me dedico.
Ella negó con la cabeza y me dijo con frialdad:
—Que te jodan.
—Siempre que quieras, guapa —respondí con una ceja levantada.
Ella abrió la boca como si fuera a decir algo más, vi que no le salían las palabras, pero entonces negó con la cabeza y murmuró en voz baja:
—Tu trabajo es asqueroso, Race. No puedo formar parte de esto. Te dedicas a arruinar vidas.
Por fin lo entendía. No dije nada mientras se montaba en el coche y se alejaba. Cuando las puertas se cerraron tras ella, fue como si la hubiera expulsado de mi mundo para siempre. Nunca debería haberle permitido entrar en la fortaleza. Aquel mundo era sombrío y gris. Allí no llegaban los rayos de sol.
Noté que Bax se acercaba a mí y olí el humo acre que siempre le rodeaba.
—¿Algún problema?
Lo miré y me encogí de hombros.
—Su padre está endeudado y ella ni siquiera sabía que le gustase jugar a las cartas. Por desgracia al tío se le da fatal y debe por lo menos trescientos mil dólares.
—Joder.
—Sí. Probablemente esté más enfadada con él que conmigo, pero no puedo devolverle el Lexus y eso le duele.
—Si se lo devolvieras, parecerías un calzonazos.
Fruncí el ceño.
—Parecería que pagar lo que debes no importa, y no puedo permitir que eso suceda.
—¿Y qué es lo que te ha pasado? ¿Nassir te ha echado al Pozo?
El Pozo era el círculo manchado de sangre en el suelo de cemento donde los hombres intentaban matarse en las noches de pelea y los universitarios bailaban al ritmo de música house de mala calidad.
—Marcus Whaler no quería pagar lo que me debe. En vez de pensar en cómo conseguir el dinero, pagó a un matón la mitad de lo que me debía a mí para persuadirme de que le perdonara la deuda. No funcionó y ahora Marcus tiene las dos rodillas rotas.
—¿Y qué hay del matón?
—Si Marcus hubiera tenido más dinero, ahora yo estaría muerto. El tipo no llevaba arma, no era más que un chico de gimnasio en busca de emoción y dinero fácil. Después de tumbarle, le dije que se pusiera en contacto con Nassir. Es perfecto para el Pozo en las noches de pelea y, cuando empecé a hablar de dinero, de pronto ya solo le importaba eso y no tenía interés en liquidarme.
—Tienes que empezar a llevar una jodida pistola, Race. Esto está volviéndose cada vez más peligroso.
No podía quitarle la razón y aquello empezaba a repetirse. Tenía que ponerme una camiseta y unos zapatos. Estar en el taller medio desnudo no ayudaba a mi cuerpo lesionado.
—Sí, y voy a hablar con Nassir para que contrate a alguien. Quiero seguir encargándome de los cobros importantes, pero de los pequeños, los que no superen los diez mil dólares, pueden encargarse unos mensajeros. Estoy harto de que me usen como saco de boxeo.
Regresamos dentro, me pasé las manos por el pelo y apreté los dientes al sentir el dolor en los costados.
—¿Lo superarás si esa chica no entra en razón?
Lo miré por el rabillo del ojo. Nunca había ido en serio con una chica, pero me gustaba Brysen, me quedaría con ella si pudiera, pero mi vida no era para todo el mundo y ella tendría que querer estar en las trincheras si quería que las cosas entre nosotros fueran algo más que sexo y diversión.
—No lo sé. Quizá. —Era una pregunta para la que no tenía respuesta por el momento—. Ahora mismo no puedo preocuparme por ella. Los federales han ido hoy a casa de mis padres y se han llevado a mi padre esposado. Han congelado todas las cuentas y mi madre ha llamado histérica.
—Y una mierda. No vas a ayudar a ese cabrón. —Yo sentía la rabia y el odio que brotaban de su cuerpo. Mi padre había intentado matar a Dovie. No era algo que Bax fuese a olvidar jamás. Si alguna vez tuviera la oportunidad, sabía que se cargaría a mi padre y no se lo pensaría dos veces porque amaba a mi hermana y eso era lo único que para él tenía sentido.
—No. Espero que delate a Benny y a los demás y que su gente lo apuñale mientras está entre rejas. No llegará con vida al juicio, es demasiado blando.
—¿Y si los federales intentan ponerlo en el programa de protección de testigos, como hicieron con la zorra esa que delató a Dovie?
Si lo ponían en el programa de protección de testigos, lo localizaría y dejaría que Bax hiciera con él lo que quisiera, no me sentiría culpable por ello; al menos eso era lo que me decía a mí mismo.
—Si eso ocurre, lo encontraré y tú harás lo que tengas que hacer.
Se quedó mirándome con sus ojos oscuros para determinar si lo que estaba diciendo era cierto. Vi en su mirada aquella desconfianza que no lograba quitarse de encima. No me arrepentía de las decisiones que había tomado y que habían hecho que acabara en prisión, al fin y al cabo eso le había salvado la vida y le había alejado de Novak de la única manera posible. Sin embargo, sí que lamentaba que aquello hubiese roto el fuerte vínculo que siempre habíamos tenido.
—Lo que tengo que hacer no es agradable.
—Lo sé. Hablando de hacer cosas que no son agradables, ¿crees que podrías sacar unas horas algún día de la semana que viene para venir conmigo a la universidad?
Me miró con una ceja levantada.
—¿Para qué?
Me froté la nuca al responder.
—Creo que ya es hora de que alguien tenga una charla con el profesor que está fastidiando a Brysen.
Él se rio mientras caminaba hacia el Hemi.
—¿Crees que le gustará que te involucres?
—Probablemente no, pero voy a hacerlo de todos modos.
Colocó una mano en el guardabarros del coche y me miró fijamente.
—¿Crees que la razón por la que estás tan enganchado a esa chica es que te recuerda a todo lo que perdiste? Es deslumbrante y sofisticada, como lo eras tú antes de que te arrastrara conmigo al arroyo.
Me toqué el corte del labio con el dedo y reflexioné sobre su pregunta. Sí que era deslumbrante y sofisticada, pero por dentro era dura y valiente.
—Ha tenido que volver a casa de sus padres para cuidar de su hermana pequeña. Tiene a un lunático acosándola. Tiene un trabajo de mierda con un turno de mierda, pero está comprometida con ello. En clase están jodiéndola porque no ha querido salir con un perdedor. Acaba de descubrir que su padre le debe un dineral al tío con el que se acuesta y que yo me he llevado el coche familiar. Por fuera puede que se parezca a mi antigua vida, pero por dentro creo que se parece más a la de ahora.
Él asintió ligeramente y yo le di un puñetazo en el hombro. Fue como golpear una pared de ladrillo.
—Además, no me arrastraste al arroyo. Yo te seguí por las calles, Bax. Supongo que entonces pensaba que habría una salida si alguna vez quería volver atrás.
—¿Es eso lo que estás haciendo? —murmuró—. Los negocios con Nassir, el dinero, el riesgo. ¿Sigues buscando una salida?
¿Era eso lo que estaba haciendo? A veces ya ni siquiera lo sabía, pero sí que sabía dos cosas con total claridad.
—Tú estás aquí. Dovie está aquí. Eso significa que, si de mí depende, pienso hacer de este un lugar en el que se pueda estar.
—¿Crees que vas a conseguir librar a La Punta de la quema, Race?
Me di la vuelta y me dirigí hacia las escaleras.
—No. Pero sí que creo que puedo controlar el fuego, Bax, y eso es lo único que deseo hacer.
No esperé a ver cuál era su respuesta. Me dolía el cuerpo y necesitaba analgésicos. Tenía que llamar a Titus y ver si averiguaba qué pasaba con mi padre, pero sobre todo tenía que decidir qué iba a hacer con Brysen.
Siempre había pensado que podía cuidar de mí mismo, que era más listo que aquel horrible lugar al que llamaba hogar. Ahora ya no estaba tan seguro. La Punta llevaba mucho tiempo allí, había sido testigo de todo tipo de barbaridades. Lo único que parecía cambiar en aquel lugar eran las estaciones.