Capítulo 14

Race

 

—Tu viejo es de lo que no hay.

Yo estaba golpeando impacientemente con los dedos sobre la mesa y miraba a Titus mientras este engullía una hamburguesa con patatas fritas. Tenía la corbata echada hacia un lado por encima del hombro y mostaza en la barbilla, pero seguía manteniendo su aspecto duro e intimidatorio de un modo totalmente distinto a Bax. Además parecía agotado, como si no hubiese dormido en días.

—A mí me lo vas a decir —murmuré en voz baja.

Estábamos en una cafetería mugrienta situada frente a su comisaría y el local estaba lleno de policías. Algunos con uniforme, algunos sin él, y todos me miraban de reojo y probablemente se preguntaban qué estaba haciendo yo allí. Era como invitar a cenar al lobo con las ovejas y no les gustaba un pelo. Quizás a mí me hubiera preocupado más si a Titus le hubiera importado, pero él comía tranquilamente mientras yo intentaba sacarle información sobre mi padre. Tarea que hubiese resultado mucho más fácil si hubiera dejado de cambiar de tema para hablar de los cadáveres y de quién podría haberle dado la paliza a Roxie.

—¿De verdad no tienes ni idea de quién podría estar detrás de esto? —preguntó Titus mientras masticaba un puñado de patatas fritas. Yo lo miré y puse los ojos en blanco.

—¿Realmente crees que, si tuviera idea de quién es, no os lo habría dicho a Bax o a ti? Bax está cabreado por lo de Roxie y a Nassir no le gusta que alguien intente joderle el negocio, así que te aseguro que habría algún muerto.

Él se atragantó un poco y alcanzó su refresco.

—No puedes decirme esas cosas a mí, Race. Soy policía.

—Es la verdad —respondí encogiéndome de hombros.

—Puede que sea verdad, pero hablar así hace que todo parezca premeditado.

—Nadie sabe nada, Titus.

Se quedó mirándome en silencio durante unos segundos y volvió a recolocarse la corbata. Se limpió la cara y las manos y echó a un lado el plato, ya completamente vacío.

—Tu padre cree que puede jugar a dos bandas. Cree que puede darles a los federales información suficiente para ganarse una plaza en el programa de protección de testigos, pero no quiere dar toda la información para protegerse de los últimos hombres de Novak.

Yo resoplé. Era típico de mi padre. Siempre buscaba la manera de que todo le beneficiara.

—Los federales han congelado todas sus cuentas.

—Eso es normal en un caso contra el crimen organizado. A los criminales no se les permite usar dinero sucio para pagar su defensa.

—¿Qué probabilidades hay de que salga impune y consiga entrar en el programa?

Titus soltó un taco y frunció el ceño.

—Ahora que Novak ya no está, el fiscal está menos interesado en presionar a Benny y al resto de su equipo. Ahora busca carne fresca. —Su indirecta no pasó desapercibida, y tampoco su manera de mirarme fijamente—. Tu padre podría dar su testimonio a un jurado y después desaparecer.

Yo apreté los dientes.

—Intentó hacer que mataran a Dovie.

Titus se recostó sobre su asiento.

—Lo sé, pero la justicia está más interesada en poner fin a la oleada de pistolas, drogas y sexo que Novak manejaba. Quieren conseguir sus contactos y sus proveedores, y la manera de lograrlo a veces es ofrecer tratos a gente como tu padre y Benny para que hablen.

Yo gruñí en voz alta.

—Buscarle una nueva vida a mi padre ya es suficientemente malo, pero, si Bax se entera de que van a ofrecerle un trato a Benny, se volverá loco.

Titus apretó los labios y me miró con severidad.

—Lo sé. Por eso aún no le he dicho nada. Los federales creen que tu madre sabe más de lo que cuenta. La han llamado dos veces para interrogarla.

—No creo que lo supiera. Creo que simplemente lo seguía a ciegas.

Titus se quedó mirándome. Ya era horrible pensar que mi padre era capaz de matar a alguien de su propia sangre; si mi madre lo sabía y se había quedado de brazos cruzados… mi familia era un jodido desastre.

—En cualquier caso, mi padre no podrá librarse de esta sin que haya consecuencias.

—Lo hará si consigue un trato.

Yo arqueé una ceja.

—Los federales pueden meterlo en el programa, Titus, pero yo lo encontraré.

—Ya te he dicho que no me digas esas cosas, sobre todo porque sé que cualquier cosa que maquines incluirá al estúpido de mi hermano.

Entonces cambié de tema, porque, como le había dicho a Brysen la noche anterior, estaba harto de que el mal siempre ganara, y mi padre sin duda era el mal.

—El acosador de mi chica ha ido un paso más allá. En vez de limitarse a intentar hacerle daño físico, ha estado jodiéndole la vida desde dentro. Ha estado a punto de conseguir fastidiarle todo el cuatrimestre, lo cual le impediría licenciarse.

Él ladeó la cabeza.

—¿Tu chica?

—Sí, mía. —Y así era. Brysen era el puente perfecto entre quien yo era y quien tenía que ser para sobrevivir, y de ninguna manera pensaba dejarla marchar cuando hacía que me resultara tan fácil volver a ser yo mismo.

—¿Estás seguro de que no tiene algún excabreado o algún viejo amigo al que jodiera la vida? Cuando un acosador se esfuerza tanto por destrozarle la vida al objeto de su obsesión, suele ser porque intenta aislar a la víctima, de forma que esta solo pueda recurrir a él en busca de ayuda.

—Ella jura y perjura que no hay nadie de su pasado que pudiera estar tan interesado en arruinarle la vida.

Él se frotó la mandíbula con el pulgar y prácticamente pude ver cómo se ponía en marcha su cerebro de policía.

—Sea quien sea, tiene mucha rabia acumulada hacia ella y la ve como un objetivo, como una figura importante en su vida. ¿Qué hay del resto de su familia? Tal vez el acosador quiera joderla para castigarlos a ellos.

Parpadeé varias veces y sentí el miedo en el abdomen.

—Su padre me debe más de trescientos mil dólares y su madre es una alcohólica con inestabilidad emocional. Cabe la posibilidad de que alguien esté cabreado con ellos y lo pague con Brysen.

Él asintió y me miró con cara sombría.

—¿Te permitiría hurgar en los trapos sucios de su familia para averiguarlo?

—Ya sabe lo de su padre y el dinero. Y me ha dicho que su madre va a buscar ayuda. Creo que provocó un accidente hace un año y murió un tipo.

En cuanto lo dije, ambos nos quedamos mirándonos. Blasfemé y Titus se inclinó hacia delante.

—¿Hubo supervivientes?

—Sí. Brysen me dijo que solo murió el padre.

—Una familia dolida es un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar. Buscaré el informe del accidente y veré qué puedo averiguar.

—Te lo agradezco, Titus.

—A cambio, dame cualquier información que obtengas sobre el hombre misterioso con el acento.

—Si me entero de algo, te lo diré.

Ambos fuimos a levantarnos de nuestros asientos, pero él me detuvo poniéndome una mano en el hombro.

—El asunto con tu padre… yo lo dejaría correr, Race. El peor castigo para un tipo como él es vivir en algún pueblo perdido de Iowa, llevar una vida de clase media con una pensión que le dé el gobierno. No será nadie y no tendrá nada, y para un hombre como él eso es mucho peor que la muerte.

Yo iba a responderle que solo la muerte era apropiada para un hombre que estaba dispuesto a matar a su propia hija solo para evitar responder preguntas incómodas, pero en ese momento se abrieron de golpe las puertas de la cafetería y entró corriendo un agente de uniforme.

—¿De quién es el Mustang rojo?

Yo miré a Titus y me puse en pie.

—El Mustang del 66 es mío.

—Ya he llamado a los bomberos, pero será mejor que salgas. Estaba en llamas cuando he aparcado.

Empleé todos los tacos que se me ocurrieron mientras salía corriendo de la cafetería seguido de Titus. En efecto, una multitud se había arremolinado en torno a mi coche mientras las llamas amarillas y naranjas devoraban la pintura roja.

El olor a gasolina y a humo era casi asfixiante mientras un par de agentes de uniforme se afanaban en apartar a la gente del fuego.

—Race.

Miré a Titus por el rabillo del ojo.

—No lo digas, Titus. Me encanta ese coche.

Me ignoró mientras sonaban las sirenas de fondo.

—Cuando tienes tanto enemigos que no sabes en qué dirección mirar para protegerte… —hizo una pausa para asegurarse de que entendía lo que estaba diciendo—, entonces estás en una posición muy peligrosa.

Fruncí el ceño cuando el fuego se volvió tan ardiente que el parabrisas delantero estalló. El coche iba a quedar inservible y aquello me rompía el corazón. Era el primer coche que me había comprado sin el dinero de mi padre. Estaba hecho una tartana hasta que Bax se ocupó de él. Era lo único que era mío, lo único que había sido mío desde el principio, y ahora era solo una masa negra y humeante de metal fundido y goma quemada. Me rompía el corazón y me encendía de rabia.

—¿Se trata del hombre misterioso con el acento o de tu chica?

No tenía ni idea, y además no importaba. Fuera quien fuera, pagaría por lo que había hecho. No dije nada, solo apreté la mandíbula mientras el camión de bomberos entraba en el aparcamiento y echaba agua a presión sobre lo que antes era mi bonito coche. La multitud se dispersó y nos dejó a Titus y a mí de pie en el aparcamiento. Me dio una palmadita en el hombro y me zarandeó ligeramente.

—Hay cámaras en la comisaría. Veré si podemos captar alguna imagen o un número de matrícula. Te llevaré de vuelta al taller.

Dejé escapar el aliento y me froté la cara con las manos.

—De acuerdo.

Todavía tenía que ir a ver a mi amigo informático para que echara un vistazo al ordenador de Brysen, pero no podía hacerlo sin coche. Menos mal que en el taller había de sobra.

Me monté en el sencillo sedán de Titus, cerré los ojos y me froté las sienes con fuerza. Perder el Mustang me hizo recordar de pronto todos aquellos miedos a perder cosas que eran importantes para mí.

Estaba enganchado a una chica a la que perseguía un psicópata, mi hermana estaba enamorada de la persona más peligrosa de La Punta y mi socio podría matarme cualquier día que se lo propusiera. Aquello me provocaba un nerviosismo que amenazaba con hacerme perder el control. Mi destino sería aquel que decidiera La Punta, pero, si les ocurría algo a Dovie o a Brysen, o incluso a mi mejor amigo, por muy invencible que pareciera, eso me destrozaría, y lo sabía.

Volvimos al taller a última hora de la tarde y casi todos los empleados de Bax se habían marchado ya, pero el Hemi de mi amigo seguía allí aparcado. No quería tener que explicarle por qué iba con Titus y no con mi propio coche, pero Bax ya estaba caminando hacia nosotros mientras fumaba un cigarrillo y hablaba por teléfono. Miró el sedán con indiferencia y después nos miró a su hermano y a mí.

—¿Cómo vas perseguir a alguien con este pedazo de mierda?

Le dio una patada al guardabarros y después tuvo que agacharse para esquivar un manotazo de Titus.

—No dirías tantas gilipolleces si vieras lo que hay debajo del capó. Es un coche de policía, idiota, se supone que tiene que pasar desapercibido.

Bax resopló y tiró el cigarrillo al suelo.

—¿Dónde está el Mustang?

Me pasé las manos por el pelo y tiré con frustración de las puntas.

—Fundido en el aparcamiento de la cafetería que hay delante de la comisaría.

Se quedó mirándome con la boca abierta y con los ojos que parecía que iban a salírsele de las cuencas.

Yo suspiré y le dije:

—Titus va a ver si pueden ver quién lo ha hecho, pero no sé si tiene que ver conmigo o con el loco que va detrás de Bry.

Él me miró con una ceja levantada.

—Si no fuera por la mala suerte…

—No tendría suerte en absoluto. A mí me lo vas a decir. Tengo que llevarme uno de los coches durante el resto de la noche. Tengo cosas que hacer.

Bax se frotó la barbilla con el pulgar de un modo siniestramente parecido a Titus y me dijo con voz seca:

—¿Por qué no le dices a tu chica que te venda el BMW para el que me ha dicho que le busque un comprador hoy mismo?

Estiré la espalda de golpe y apreté los dientes con fuerza.

—¿Qué? —No pude ocultar la sorpresa y el enfado que acompañaban aquella palabra.

Bax sonrió con suficiencia y le dijo a Titus que abriera el capó del sedán.

—Me ha dicho que tiene que venderlo para buscarse un apartamento para su hermana y para ella porque su padre la ha jodido bien. Le he dicho que tendría que hablar contigo de eso, porque el único lugar que podrá alquilar con lo que saque del BMW será una mierda.

—No va a mudarse a los suburbios con su hermana. —De ninguna manera.

—Le he dicho que ibas a decir justo eso. Creo que es bastante osada al intentar solucionar una situación así y estar dispuesta a hacer un sacrificio. Parece demasiado refinada para ser de las que se ensucian las manos. Me alegra haberme equivocado con ella si va a participar en esto con nosotros. Es difícil quitar las manchas de sangre.

—Dios, Bax —murmuró Titus.

Bax se encogió de hombros y dijo:

—Es la verdad.

—Salir con vosotros dos va fatal para mi presión arterial y para mi carrera. —La voz de Titus indicaba que no bromeaba.

Miré a mi amigo con los párpados entornados.

—¿Es eso lo que le dices a Dovie? ¿Qué es difícil quitar las manchas de sangre?

Su mirada oscura fue como contemplar un pozo sin fondo. Sin final y sin luz.

—Tu hermana sabe perfectamente lo difícil que es quitar la sangre, Race. Lo ve cuando se viste cada día y se cubre la cicatriz que Novak le dejó en el pecho. Lo ve cuando vuelvo a casa de algún lugar en el que no debería haber estado y ella no me hace preguntas porque sabe que la respuesta la asustará. La sangre forma parte de esta vida y Brysen tiene que entender eso si ha venido para quedarse.

Yo no sabía si había venido para quedarse, pero no me costaba admitir que quería que fuera así. Sabía que regresar junto a ella por las noches después de pasar el día rodeado de cosas horribles era una manera infalible de no perder la cabeza. Tener algo que perder como su amor resultaba una motivación inmensa para mantener intactas las partes que seguían siendo íntegramente mías. Con ella no tenía que ser Race el corredor de apuestas, Race el prestamista, podía ser un tipo normal preocupado por hacer feliz a una chica normal.

—¿El objetivo no debería ser conseguir que la sangre no manche a aquellos que te importan?

Creo que al principio no me oyó porque tenía la cabeza metida en el compartimento del motor del sedán. Cuando se apartó, le dirigió una sonrisa a su hermano.

—Es un motor V-10. ¿Quién lo puso ahí y se molestó en hacer que esta tartana aguantara toda su fuerza de arranque?

El rostro de Titus se ensombreció.

—Gus.

Los ojos oscuros de Bax se volvieron más oscuros aún.

Gus había sido como un padre para Bax. Era el antiguo dueño del taller y me había proporcionado a mí un lugar donde esconderme al regresar para vengarme de Novak. También dirigía el taller de desguace de Novak, así que, cuando el difunto gánster se enteró de la traición del habilidoso mecánico, hizo que lo asesinaran. Delante de mis narices. Mientras Benny y sus chicos me daban una paliza, me rompían la pierna y me golpeaban la cara una y otra vez contra el asfalto hasta que apenas podía ver más allá de la sangre que cubría mis ojos, logré distinguir a uno de los matones de Novak apuntando con una escopeta a Gus antes de pegarle un tiro.

Bax soltó un sonido gutural y se pasó una mano por la cara. Cerró el capó del sedán y sacó un cigarrillo con el que me señaló.

—Por eso mismo es mejor que los que te rodean se acostumbren a la sangre, Race. Aunque sepan que existe, aunque sepan cómo funciona este lugar, seguirán ocurriendo cosas malas sin importar quién sea el guardián.

Aquella conversación era deprimente y yo ya estaba bastante decaído por lo de mi coche. Me alejé después de decirle a Bax que ni se le ocurriese ayudar a Brysen a deshacerse de su coche y dejé a los hermanos hablando de motores y caballos de potencia, como si la muerte y la sangre no fueran temas interesantes para ellos. Yo sabía que enfrentarse a algo como la pérdida de alguien a quien admirabas y respetabas, sobre todo perderlo antes de tiempo, era una parte brutal de la realidad de vivir en aquel lugar, pero seguía sin entender cómo no se tomaban ni un minuto para reflexionar sobre lo triste que era todo aquello.

Tal vez fuera porque yo había visto morir a Gus, tal vez fuera porque seguía sintiéndome culpable porque la única razón por la que Novak la había tomado con el mecánico fuese yo, pero pensar en él y en los motivos por los que su taller ahora era de Bax me deprimía y hacía que afloraran recuerdos amargos que permanecían ocultos.

Agarré un manojo de llaves del despacho de Bax y me decanté por un Chevrolet Stingray nuevecito que pertenecía a un dermatólogo que había cometido la temeridad de pedirme dinero para pagar la matrícula de la universidad. Teniendo en cuenta que yo cobraba una tasa de interés del treinta y cinco por ciento sobre el dinero que prestaba, no tenía ni idea de en qué estaba pensando, pero el coche estaba bien y era rápido. Si el dermatólogo no reunía el dinero que debía, quizá me quedara con el vehículo. No tenía ganas de volver a restaurar otro clásico. Dolía demasiado ver cómo se quemaba.

Recogí el viejo portátil de Brysen y llamé a mi amigo Stark para decirle que iba de camino. Stark era un friki de los ordenadores. Creo que no había visto la luz del día en más de cinco años, teniendo en cuenta que siempre estaba pegado a algún juego, pero él podría encontrar cualquier cosa en el ordenador que a mí se me hubiese escapado, así que estaba dispuesto a adentrarme en sus dominios llenos de Cheetos y de refrescos para buscar respuestas. De hecho Stark era la única persona de La Colina con la que seguía manteniendo el contacto. También era un antiguo niño rico al que sus adinerados padres habían dado la espalda. Cierto, lo desheredaron después de que fuera declarado una amenaza para la seguridad nacional tras una redada del Departamento de Seguridad que había sido la comidilla de la élite durante meses. Resulta que entrar en la base de datos de la Agencia de Seguridad Nacional para ver los seguimientos que realizaba el gobierno no era una gran idea.

Por suerte para Stark, era un auténtico genio y había encontrado una empresa de desarrollo de software que le pagaba un dineral por tener acceso a su supercerebro. Ganaba casi tanto dinero como yo respondiendo correos cuando la empresa se los enviaba.

Aparqué frente a un respetable adosado ubicado al pie de La Colina. Cuando Stark abrió la puerta, hube de admitir que no parecía un informático cualquiera o un adicto a los videojuegos. Era algunos centímetros más bajo que yo, tenía el pelo oscuro con algunos reflejos rojizos y llevaba unas gafas negras al estilo de Buddy Holly. Todo aquello era bastante normal; lo que no era tan normal era que el tío estuviese cuadrado. Quiero decir como el protagonista de una película de acción, tan fuerte que probablemente fuese capaz de defenderse en el Pozo frente a cualquiera de los luchadores de Nassir. El otro aspecto que haría que nadie lo tachara de friki informático era que estaba cubierto de tinta.

Tenía tatuajes de colores que comenzaban en su clavícula y descendían por los brazos hasta las manos. Yo no entendía la temática que se escondía detrás de los diseños y personajes, pero era muy colorida y detallada, y ocultaba el hecho de que Stark era un tipo tranquilo que se ganaba la vida navegando por Internet. Parecía un delincuente y un matón igual que Bax.

—Ey, tío. Gracias por echarle un vistazo a esto.

Le entregué el portátil y lo seguí hacia el interior de la casa. Había aparatos electrónicos y cables por todas partes, así como monitores y televisiones de todo tipo. Así me imaginaba que sería el centro de mandos de una nave espacial. Acepté la cerveza que me ofreció y me senté en un enorme sillón de cuero situado frente a una televisión del tamaño de una pantalla de cine.

Stark se sentó en el sofá y comenzó a pulsar teclas en el ordenador.

—¿Qué es lo que estoy buscando exactamente si el disco duro está jodido?

—Cualquier cosa que tuviera por qué estar ahí —respondí encogiéndome de hombros—. Mi chica tiene un acosador y, sea quien sea, está jodiéndole la vida. Ha creado una cuenta falsa de correo y de Facebook, e incluso un número de teléfono falso, y todo fingiendo ser ella. Sea quien sea, ha conseguido colarse ya hasta el fondo de su vida.

Stark me miró por encima del ordenador.

—¿Tienes una chica?

—¿Por qué a la gente le sorprende tanto?

Él se rio.

—Te conozco desde hace mucho tiempo, Race. Recuerdo que ibas de chica en chica antes de conocer a Bax y empezar a toquetear coches en vez de animadoras.

Me recosté en el sillón y fruncí el ceño.

—Supongo que, cuando descubrí que tenía una hermana pequeña y que había estado pasando penalidades, que había tenido que luchar para sobrevivir todos los días de su vida, empecé a ver de otra manera a las chicas con las que perdía el tiempo.

Tampoco era que viviese como un santo, pero, desde que conocí a Dovie y la acogí bajo mi protección, me aseguré de que cualquier chica con la que estuviera supiera lo que había. Solo me interesaba una cosa y eso tenía que parecerles bien. Esa era una de las principales razones por las que sabía que Brysen era diferente desde el principio. No se había dejado llevar por mi encanto ni por mi flirteo, y solo por eso me daban ganas de conocerla. Pero era el hecho de que, a pesar de su fingido desprecio hacia mí, yo sabía que la deseaba para algo más que para el sexo. Deseaba que aquellos ojos azules me mirasen como si fuera su héroe, deseaba que me sonriera porque la hacía feliz y deseaba que aquella piel blanca se sonrojara porque la excitaba y porque me deseaba tanto como yo a ella.

—¿Cómo está Dovie? —preguntó Stark; siguió pulsando teclas y frunció el ceño bajo la montura de sus gafas.

—Bien. Tiene un trabajo que le gusta y gana mucho dinero. Está yendo a la universidad para licenciarse y, a pesar de lo que yo pensaba sobre Bax y ella, parecen la pareja perfecta. Lo han logrado. Ella es feliz y le hace feliz, al menos todo lo feliz que puede ser Bax, y creo que eso es lo único que puedo pedir como amigo y como hermano.

Stark negó con la cabeza y se rio ligeramente.

—Que tú vayas en serio con una chica es sorprendente, pero que Bax haya sentado la cabeza resulta directamente increíble. Pensaba que pasaría el resto de su vida en la cárcel, no jugando a las casitas.

—Es un tío afortunado —respondí yo— y creo que tiene más de nueve vidas.

Stark me dio la razón con un murmullo y después me miró con el ceño fruncido.

—En este ordenador hay todo tipo de software dañino, Race. El disco duro se tragó buena parte al estropearse, pero hay rastros por todas partes.

—¿Qué quieres decir?

—Hay software de rastreo, hay un código escrito aquí que permite a cualquiera ver lo que se ve a través de la cámara. Hay también software de repetición que sirve para que cualquier cosa que viera en su pantalla se proyectara en el ordenador de la otra persona. Cada vez que utilizaba el ordenador, alguien vigilaba todo lo que hacía. Es una puerta abierta a la vida de tu chica.

Yo me quedé mirándolo como un estúpido. ¿Cómo había podido pasar por alto todo aquello al meterme en su ordenador para recuperar sus apuntes?

—Tiene que ser una broma.

—No. Si alguien intentara localizar de dónde procedían todas las cosas que envió su falso yo, todo señalaría a este ordenador y su dirección IP. ¿Quién está cerca de ella como para poder instalar todo esto sin que lo supiera? Este tipo de programas ocupa mucho espacio y se tarda mucho en instalar. Ella tendría que haberle entregado el ordenador a alguien voluntariamente para que se lo descargaran todo.

—No puedo creerlo.

—Yo tampoco. Esto es muy serio, como el Gran Hermano que tiene ojos por todas partes. No había visto nada parecido fuera del ejército o el gobierno. Te enfrentas a un tío obsesionado.

Yo quería agarrar el portátil y estamparlo contra el suelo, pero sobre todo quería encontrar al responsable de aterrorizar a Brysen y estrangularlo con mis propias manos. Cuando descubriera quién era, una llave de cruceta y unas rodillas rotas no serían más que un juego de niños.

—¿Hay alguna manera de rastrear el otro el ordenador?

—Si el disco duro no se hubiera roto, probablemente la habría. Tiene suerte de que se le haya estropeado. No hay manera de saber desde cuándo estaba funcionando ese software en segundo plano.

No había manera de saber cuánto tiempo llevaba Brysen en el punto de mira y eso me daba ganas de matar. Normalmente me gustaba utilizar la cabeza primero, pero en aquel momento mi corazón y mis instintos más primarios me pedían sangre. Haría cualquier cosa por mantenerla a salvo, y al diablo con la cabeza.