Capítulo 8
Race
Tenía que admitir que, hasta el momento, la noche estaba resultando ser asombrosa en muchos aspectos. Le había sentado bien a mi alma ver ganar al muchacho lesionado contra el luchador dopado. Ver a un puñado de gente codiciosa y sedienta de sangre desesperarse al darse cuenta de que habían apostado por el músculo y no por el corazón fue algo que también me produjo cierto calor en el pecho.
Aquel era un lugar malo, corrompido por gente mala, así que, cuando sucedía algo inesperado, cuando algo bueno y justo se abría paso hasta la victoria, era difícil no disfrutar del resultado. Además, la cantidad de dinero que habíamos sacado de la pelea era indecente y más que suficiente para hacer que Nassir me dejara en paz durante un tiempo.
Brysen iba en el asiento del copiloto de mi coche y volvía a casa conmigo. Eso de por sí ya situaba a la noche en lo alto de la lista de noches asombrosas. Se mostraba reticente, buscaba una manera de justificarse, pero, cuando la miraba por el rabillo del ojo, se mordía el labio inferior y se sonrojaba, y yo sabía que, aunque siguiera queriendo resistirse a la atracción, negarla, también deseaba entregarse a ella, entregarse a mí.
Estiré el brazo y coloqué una mano sobre su rodilla. Estaba nerviosa, lo notaba. Además era la única chica que conocía capaz de llevar unos vaqueros sucios y una camiseta negra y parecer increíblemente sexy. Había algo en su manera de moverse, una elegancia y una clase innatas que la convertían en una chica única y deseable. Era como si supiera que ella era mucho mejor que lo que la rodeaba, pero, en vez de contemplarlo con desdén y resentimiento, se mantenía en el ojo del huracán y dejaba que toda la destrucción y la fealdad girasen a su alrededor, esperando a ver dónde aterrizaban. Entonces se abría camino entre los escombros y acababa a salvo en el otro lado.
Colocó la mano sobre la mía y recorrió las venas del dorso con el borde de la uña. Fue una caricia apenas perceptible, pero sentí que me recorría todo el cuerpo.
—Pareces el tipo de chico que podría tener unas manos suaves y de manicura. No unas manos ásperas y marcadas.
Tenía una cicatriz en el dorso de una mano de un accidente que tuve con Bax cuando huíamos de la policía. El nudillo del medio de una de las manos se me había roto tantas veces que estaba hinchado y descentrado. Tenía numerosas marcas y cortes en los dedos de diversas peleas y diversos altercados, los más recientes de cuando había tenido que luchar por mi vida cuando Novak había enviado a sus hombres a matarme.
—Y tú pareces el tipo de chica que debería poder disfrutar de una noche fuera con un chico que está interesado en ella sin tener que volver corriendo a casa a cuidar a su hermana.
Me miró y se recostó en el asiento con un pequeño soplido de indignación.
—Supongo que las apariencias engañan.
—¿Por qué no me cuentas los detalles de lo que pasa?
No quería hacerlo, se le notaba. Si me lo contara, lo que estábamos a punto de hacer dejaría de ser un simple polvo porque nos deseábamos y se convertiría en otra cosa. Se convertiría en algo más profundo y ella no estaba preparada para eso. Aun así, pasados unos segundos, suspiró y se volvió hacia mí.
—Hace un par de años yo era una estudiante universitaria normal. Iba a clase, salía de fiesta, me metía en mis asuntos y todo estaba bien. Bueno, mi madre ha tenido episodios depresivos toda su vida. Normalmente los controla con medicación, pero el año pasado ocurrió algo terrible y perdió el control. Dejó de tomar la medicación y empezó a beber. Yo no sabía lo que pasaba. Mi padre es adicto al trabajo, se pasa el día en el despacho del trabajo o en el que tiene en casa, y básicamente se olvida de que tiene una familia.
Suspiró con tristeza y yo quise parar el coche para darle un abrazo.
—Bueno, un día mi madre salió, creo que a recoger a Karsen, mi hermana, del colegio. Pero llevaba todo el día medicándose con vodka y estaba borracha. Provocó un accidente en la autopista, se lesionó y golpeó a una familia por detrás. Golpeó al otro coche con tanta fuerza que este se chocó contra el camión que tenía delante. La madre y el hijo salieron con vida, pero el padre murió. Fue terrible. Mi madre estuvo en el hospital durante mucho tiempo y acabó con muchos problemas médicos. Tuvo suerte y no le hicieron el control de alcoholemia, quizá porque los policías estaban distraídos o quizá porque los sobornaron, pero el caso es que no acabó con una infracción por conducir borracha y el seguro cubrió casi todos los gastos, pero no todos. De pronto ya no podíamos permitirnos mi coche ni las clases, y la vida en casa era una pesadilla para mi hermana. Nadie se aseguraba de que fuese a clase o de que tuviese comida o de que se pagaran las facturas de la luz.
Sacudió su melena rubia y yo vi la frustración mezclada con otras emociones en sus ojos azules. Tal vez fuese fría y distante en la superficie, pero por dentro circulaba una corriente intensa. Eso me hizo desearla más aún.
—No iba a dejar las clases, y menos cuando me quedaba tan poco para terminar, así que conseguí un trabajo y pedí algunos préstamos para pagar los últimos cuatrimestres. Volví a casa de mis padres para intentar apaciguar la situación en la medida de lo posible hasta que Karsen hubiera terminado el instituto. Un año más, solo tengo que aguantar un año más, pero mientras tanto mi madre ha añadido todo tipo de analgésicos al alcohol y mi padre está más ausente que antes. Nunca sé con qué me voy a encontrar cuando llego a casa, y eso es una mierda. Me merezco algo mejor y mi hermana desde luego no ha buscado nada de lo que le sucede a nuestra familia.
Metí el Mustang en el recinto y me volví para asegurarme de que las puertas se cerraran detrás de nosotros. Las luces de seguridad se encendieron sobre nuestras cabezas y bañaron a Brysen con un brillo etéreo y azulado. Todo en ella era refinado y puro. Dios, deseaba echarla a perder. Deseaba enredar las manos en su pelo, recorrer su piel con los dedos, saborear su boca. Deseaba verla tan alterada como yo me sentía por dentro. Nadie me había excitado tanto nunca. Tal vez fuese porque estaba acostumbrado a no tener que preguntar y Brysen nunca me había ofrecido eso. Siempre tenía que preguntarle cuál sería el siguiente movimiento y sus respuestas a veces me sorprendían. No era una apuesta segura y creo que el desafío hacía que fuera más deseable.
—Los extremos a los que llegamos para proteger a nuestra familia, para hacer lo correcto por aquellos a quienes queremos, a veces se convierten en una carga demasiado pesada. —Me bajé del coche y lo rodeé para ayudarla a salir. Cuando la levanté, apreté su cuerpo contra la carrocería del coche y me agaché hasta que nuestras bocas se rozaron.
—Haría cualquier cosa por Dovie, cualquier cosa. He hecho cosas por ella que me hacen odiar al hombre que tuve que ser para hacerlas, pero era por su bien. Te admiro por poder dejar a un lado tu vida por lealtad a tu hermana, pero en algún momento te darás cuenta de que ella tendrá que aprender a cuidarse sola. Al final tendrá que admitir que tus padres están jodidos y seguir con su vida. Dovie encontró a una persona a la que amar capaz de protegerla de todo lo que La Punta le lanza. Al final tu hermana tendrá que encontrar también su estabilidad. No te necesitará de por vida.
Vi un brillo en aquellos ojos cerúleos, una chispa de dolor, tal vez la certeza de que yo tenía razón, pero entonces desapareció y Brysen se puso de puntillas para besarme en la boca. Deslicé las manos por sus costados hasta llegar a su trasero. Tenía el culo más bonito que cualquier chica que había visto jamás, el cuerpo más bonito, de hecho. Sus curvas estaban por todas partes y, allí donde mis manos decidían aterrizar, disfrutaban de su cuerpo firme y sexy. Lo que había visto de ella al caerse la toalla la última vez que habíamos estado así de cerca había sido suficiente para borrar la imagen de cualquier otra mujer a la que hubiera visto desnuda en los últimos años. Solo podía ver a Brysen y su preciosa piel pálida, sus pechos altos con esos pezones rosados perfectos, y su lugar más íntimo, que era igual de elegante que el resto de su cuerpo. Era una bomba sexual rubia y sentía que mi cuerpo me ordenaba que dejara de tontear y empezara a jugar de verdad.
Estaba succionando la punta de mi lengua y metiendo las manos por el cuello de mi sudadera mientras restregaba la rodilla contra la evidente erección que luchaba por escapar de debajo de mis vaqueros. Se suponía que debía hacer que su noche fuera mejor, cuidar de ella, hacer que se sintiera bien, y allí estaba ella, excitándome tanto que, si no tenía cuidado, si no me contenía, no me daría tiempo a penetrar aquel cuerpo perfecto antes de correrme en los pantalones.
Le di un beso apasionado y me aparté resoplando entre dientes.
—Por mucho que me guste la idea de follarte contra mi coche, teniendo en cuenta que tú y él sois las cosas más bonitas que jamás he visto, debería advertirte que este lugar tiene más vigilancia que la Casa Blanca. Hay más videocámaras grabando lo que estamos haciendo de lo que me gustaría pensar. Así que, a no ser que quieras público, tenemos que irnos arriba.
Ella deslizó la lengua por su labio inferior y sus mejillas se ruborizaron. Tal vez la idea de que alguien nos pillase haciéndolo no fuese tan disuasoria para ella. Brysen tenía una vena salvaje debajo de toda aquella frialdad, yo lo sabía, lo había notado en el baño la otra noche, y estaba deseando empezar a derretir todas las capas de hielo que rodeaban a aquella chica. Tenía la sensación de que, cuanto más profundizara, más cosas encontraría que me gustarían mucho. Dios, ya estaba fascinado con ella, tenía todo mi interés puesto en ella y ninguna otra chica hasta la fecha había conseguido algo así.
Le di la mano y tiré de ella hacia el taller. Recordé las palabras de Titus del otro día, burlándose, atormentándome. ¿Cómo iba a seducirla, a acostarme con ella en un lugar que prácticamente era una chabola? De pronto la idea de no querer tener nada que mostrar por todo lo que había estado haciendo en los últimos meses para tomar las riendas del legado de Novak me parecía absurda y sacrificada. No sabía qué había estado intentando demostrar al no acumular nada, al no poseer nada, pero en aquel momento hubiera deseado al menos haber puesto allí una cama.
Brysen se mostraba firme y segura frente a mí. Su paso era decidido y, cuando entramos en el loft, se dio la vuelta y colocó las manos en mi pecho. Tenía que admitir que me gustaba aquel lado atrevido de ella. Se parecía a mi lado atrevido y me gustaba que estuviese en contradicción con la apariencia sofisticada y distante que mostraba habitualmente. Sentía que en eso teníamos un vínculo. Sabía que las cosas que me importaban y que me provocaban no tenían que ver necesariamente con los genes refinados con los que había nacido. Me quitó la cazadora y la dejó caer al suelo con un ruido sordo.
Le agarré una muñeca con cada mano y fui empujándola para que retrocediera hacia el sofá. No sabía si alguna vez volvería a darme una oportunidad como aquella y tenía que aprovechar cada segundo para demostrarle que aquello era algo que tenía que dejar que sucediera. Quería que sintiera que era tan imparable como yo lo sentía.
La eché hacia atrás hasta que sus piernas golpearon el sofá y cayó sobre él con un grito ahogado. Tenía los ojos muy abiertos, lagunas azules llenas de anticipación y de deseo. Me arrodillé frente a ella, le separé las piernas para poder colocarme en medio y sentí que empezaba a temblar contra mí. Me dirigí a agarrarle el dobladillo de la camiseta y me sorprendió que ella se me adelantara y se la sacara por encima de la cabeza. Su melena rubia se alborotó a su alrededor como si fuera un halo. Me miró con una ceja arqueada y la barbilla levantada.
—Tu turno, guapo.
Aquello me hizo soltar una carcajada, así que obedecí y me saqué la sudadera por la cabeza tirando de la parte trasera del cuello. Me gustaba cómo me miraba, como si estuviera viendo más de lo que había en la superficie. Recorrió con la mirada mi torso y mis abdominales antes de llegar a mi cara. Estiró un dedo y lo deslizó por las pocas cicatrices que me había dejado mi último encuentro con los chicos de Novak. La peor parte se la había llevado la pierna, que estaba llena de cicatrices después de todos los puntos. Si no le gustaban las imperfecciones de arriba, se espantaría con lo que había más abajo cuando lo viera.
Utilicé el nudillo para recorrer la curva superior de sus pechos, que asomaban por encima del sujetador de encaje. Tenía el corazón disparado y tomó aliento al sentir la caricia. Continué el viaje por su costado hacia el cierre trasero. Se inclinó hacia delante para que pudiera desabrochárselo y dejar libres sus pechos. Se bajó los tirantes por los brazos y se echó hacia delante para apretar sus pechos desnudos contra mi torso, también desnudo. Era muy agradable tenerla así, como si aquel fuera el lugar en el que debiese estar.
Deslicé las manos por la curva de su espalda y me eché hacia delante para poder susurrarle al oído.
—Vas a tener que quitarte más ropa para que pueda cuidar de ti, Bry.
Acaricié el contorno de su oreja con la lengua y aquello hizo que ella apretara las piernas contra la cara externa de mis muslos.
—De acuerdo. —Fue apenas un susurro, pero hizo que se me pusiera la polla tan dura que casi dolía.
Dejé que se apartara lo suficiente para desabrocharse los vaqueros, la ayudé a quitarse los zapatos y conseguí que se desnudara por completo sin renunciar a mi posición ventajosa, ubicado entre sus largas piernas y el centro de su deseo. No había un solo centímetro de su cuerpo que no fuese precioso y perfecto. Era el tipo de chica con el que un chico podría fantasear de mil maneras diferentes sin tener que repetirse. Había algo en esa melena rubia y en esa piel sedosa que le confería un aspecto onírico que no muchas chicas poseían. Cualquier tío se excitaría solo con mirarla.
La agarré de las caderas y tiré de ella hasta el borde del sofá. La besé con pasión y noté que estaba preparada para hacer aquello conmigo. Lo noté en cómo sus manos se enredaban en mi pelo y tiraban. No era tímida y eso resultaba más que asombroso. Me agaché para besarle el cuello y lamerle el pulso errático. Deslicé las manos por sus costillas y me detuve para acariciar sus pechos con los pulgares. Sentí que sus pezones se endurecían como diamantes contra mi torso. Le besé la clavícula y tuve que hacer un esfuerzo por no succionar, por no marcarla con mi boca. Su piel era pálida y marcar un paisaje tan prístino con algo tan bárbaro me parecía un crimen. Sabía que lo haría de todas formas.
Tuve que empujarla ligeramente hacia atrás para dejar espacio suficiente entre nosotros para llevar la boca a su pezón. Cuando lo hice, ella gimió y me tiró del pelo. Hice girar la lengua sobre el pezón una y otra vez hasta que empezó a jadear y sentí que se humedecía contra mí. Le temblaban los muslos y respiraba aceleradamente. Con el otro pezón utilicé los dientes y no me sorprendió ver que parecía gustarle aún más. Me acercaba más a ella y murmuraba mi nombre. Además levantó involuntariamente las caderas del sofá, lo cual yo aproveché. Deslicé las manos por debajo de sus nalgas y la levanté un poco mientras yo me apartaba y sonreía.
—Que comience el espectáculo.
Ella abrió más los ojos, si acaso era posible, y se clavó los dientes en el labio inferior, lo que hizo que mi polla estuviese a punto de salirse ella sola de los pantalones.
Le separé más las piernas y me agaché para poder lamerle el ombligo, después le besé el vientre y recorrí la curva de su pierna hacia mi objetivo. Oí que gimoteaba y literalmente sentí que se calentaba a medida que me acercaba cada vez más a las partes de su cuerpo que más ansiaban mis caricias. Era tan ligera que pude levantarla con facilidad hacia mi boca, sujetándola con las manos mientras utilizaba la punta de la lengua para abrirme paso entre sus pliegues húmedos. Sabía igual que parecía, cara y única, sedosa y suave, y aquella era la única parte de su cuerpo que no parecía estar helada perpetuamente. Se retorcía de placer mientras yo la estimulaba y clavó las uñas a ambos lados de mi cabeza.
—Race…
Mi nombre fue como una súplica, no sabía si me pedía más o si quería que parase, pero me daba igual, porque estaba emborrachándome solo con su sabor y ni siquiera había empezado todavía.
La levanté más, saqué una mano de debajo de su cuerpo para poder darle un mejor uso. Le separé más las piernas, aspiré su esencia, atrapé su clítoris con los dientes y tiré. No fui precisamente cuidadoso y a ella no pareció importarle. Arqueó la espalda y me apretó la cabeza con tanta fuerza entre las piernas que me carcajeé. Nunca me había visto en una trampa tan sexy.
Acaricié el clítoris una y otra vez con la lengua, utilicé los dedos para jugar con ella, los deslicé por sus paredes interiores, que se encogían y estremecían con la más mínima caricia. La chupé, la succioné, utilicé la mano de debajo para apretarle el culo y noté que se incorporaba, noté en su cuerpo todo el placer que estaba dándole. Nunca había estado con una chica que fuese tan receptiva. Daba su aprobación con murmullos, dijo mi nombre cuando mis dedos intrépidos alcanzaron el punto justo y no se avergonzó ni se molestó en ocultar las señales físicas que estaba extrayendo de su cuerpo. Toda ella era fuego y líquido, y aquello hizo que me preguntara si sería capaz de terminar aquello sin quedar en ridículo. No recordaba haber tenido nunca una erección tan dura, ni haberme dejado llevar por el deseo hasta sentir dolor físico.
Brysen estaba a punto de llegar al orgasmo. Oía los sonidos guturales de su garganta. Lo notaba en el deseo húmedo que inundaba mi lengua. Apartó una mano de mi pelo y la deslizó por su espalda hasta agarrarme la mano con la que le sujetaba la nalga. Me apretó los dedos, vi que cerraba los ojos y que abría la boca sin emitir sonido, y entonces su cuerpo explotó contra mi lengua mientras yo seguía devorándola. Noté los espasmos de sus músculos internos alrededor de mis dedos y de pronto se quedó quieta entre mis manos. Dejó caer los brazos sin fuerza alrededor de mi cuello cuando levanté la cabeza de entre sus piernas para mirarla. Se deslizó por el borde del sofá hasta quedar sentada sobre mis piernas. Mi pene erecto dio un respingo cuando su entrepierna húmeda golpeó mi bragueta.
Sus ojos color cielo tenían los párpados hinchados y parecían satisfechos. Si no la hubiera tenido entre mis brazos, me habría dado una palmadita en la espalda a mí mismo. Pero no tuve oportunidad de disfrutar del trabajo bien hecho, porque dejó de ser complaciente y se volvió agresiva antes de que pudiera darme cuenta de su cambio de humor.
Me besó, enredó su lengua en la mía, succionó el sabor que quedaba de ella misma en mis labios y deslizó una mano entre ambos para empezar a desabrocharme el cinturón. Yo la eché hacia atrás ligeramente para que apoyara los hombros en el borde del sofá y gemí contra su boca cuando rozó con las yemas de los dedos la punta palpitante de mi erección.
Me aparté para que pudiera bajarme la cremallera y vi como sus ojos se iluminaban con aprobación. Se inclinó hacia delante para besarme de nuevo y un pensamiento fugaz cruzó mi mente. Le agarré la barbilla con la mano y apoyé la frente en la suya.
—No tengo preservativos.
Aquello encajaba con mi estilo minimalista. No tener cosas significaba no echarlas de menos cuando las perdiera, incluyendo la necesidad básica de echar un polvo. Pero en aquel momento habría matado por un trozo de látex porque, si no penetraba aquel cuerpo perfecto y dispuesto en los próximos segundos, estaba seguro de que moriría.
Me agarró de la nuca con una mano mientras con la otra acariciaba mi miembro, que asomaba por la abertura de los vaqueros. En su mano diminuta parecía enorme y dominante. Dios, solo ver cómo me tocaba iba a hacer que me corriera.
—No necesitamos preservativo.
Yo la miré con una ceja levantada y ella ladeó la cabeza.
—Antes de volver a casa llevaba una vida activa y bastante normal. Yo estoy limpia si tú lo estás.
Mierda. No había mantenido relaciones sexuales sin protección desde un descuido en la adolescencia que me había hecho mear fuego durante un mes. Era arriesgado y, aunque pareciera un chico del coro por fuera, había hecho cosas, había estado con mujeres peligrosas que no me convertirían precisamente en una apuesta segura por la que arriesgar. Cierto, todas esas decisiones despreocupadas con las mujeres habían sido hacía tiempo y nunca cometía el mismo error dos veces, así que estaba limpio. La deseaba más de lo que deseaba seguir respirando, pero me sentí obligado a decir:
—Brysen, es un riesgo bastante importante. ¿Estás segura?
Si decía que no, se me bajaría la erección, pero tenía que respetar sus deseos.
Se quedó mirándome en silencio durante unos segundos. Prácticamente veía sus pensamientos dando vueltas detrás de aquellos ojos ardientes. Se inclinó hacia mí y rozó mi torso con sus pechos. Me acarició la mejilla con la nariz y se detuvo junto a la oreja. Acercó a ella los labios y susurró:
—Tú haces que merezca la pena correr cualquier riesgo, guapo. —Después clavó los dientes en mi lóbulo y yo me dejé llevar.
La levanté lo suficiente para quitar de en medio el tejido vaquero y volví a sentarla directamente sobre mi erección. Estaba tan dilatada y húmeda que la penetré con un solo movimiento. Quedamos unidos, más cerca de lo que creía haber estado nunca con otra chica. Ella echó la cabeza hacia atrás, arqueó el cuello y no pude resistir la tentación, la invitación a succionarle la piel, a dejar en ella una marca.
Empezó a moverse, utilizando las manos sobre mis hombros para subir y bajar mientras yo cambiaba de postura sobre mis rodillas para poder embestirla mejor. Enredé las manos en su pelo, le besé los ojos cerrados, la nariz y finalmente llegué hasta su boca. Me encantaba besarla. Me encantaba su sabor y su manera de responder a mí. Había tenido más relaciones sexuales de las que quería admitir, pero nunca había tenido una relación así. La rutina consistía en meterla, moverme, correrme y se acabó. Con ella había mucho más que eso. Estaban los preámbulos, el deseo erótico, su manera de atraerme, de pedirme más sin usar palabras. Estaba su manera de pronunciar mi nombre una y otra vez, su manera de clavarme los dientes en el hombro hasta hacerme gruñir de dolor. Su manera de decirme que fuese más rápido, más fuerte y, si no respondía lo suficientemente deprisa, se las apañaba para deslizar una mano entre nosotros y acariciarme las pelotas para animarme. Se mostraba sexualmente desinhibida y me encantaba, y creía estar a punto de amarla. Era preciosa y, cuando se corrió por segunda vez, yo la acompañé, me estremecí y alcancé el orgasmo con aquella chica tan especial que, sabía, iba a desestabilizar mi mundo, ya de por sí inestable.
Dejé que los espasmos de su cuerpo recorrieran mi miembro y cambié de posición para poder tumbarla sobre el sofá harapiento. Tuve que hacer algunas maniobras para mantenerme dentro de ella y que cupiésemos los dos, pero al final acabé entre sus piernas con sus brazos sobre los hombros mientras me miraba con los ojos entornados. Le aparté algunos mechones de pelo de la cara y utilicé los pulgares para acariciarle los pómulos.
—Lo retiro. Tú eres mucho más preciosa que el Mustang.
Ella puso los ojos en blanco y abrió las piernas un poco más para que pudiera acomodarme sobre ella.
—Siento que he salido perdiendo en lo referente a comprobar el estado de la mercancía, bonito. Tú me has visto desnuda dos veces y, sin embargo, te las has apañado para seguir medio vestido en ambas ocasiones.
La miré con una ceja levantada y sonreí. Se fijó en mi hoyuelo y noté su respuesta entre las piernas, donde seguíamos unidos. Me alegraba comprobar que era tan fácil para mí provocarla como para ella provocarme a mí.
—No todo en mi es así de bonito. —Llevé su mano a la cicatriz que tenía en el pecho—. Los chicos de Novak me destrozaron la pierna cuando fueron a por Bax y Dovie. Tuve suerte de que no me mataran, pero se aseguraron de que recordara lo que ocurre si crees que puedes enfrentarte a La Punta y ganar.
Brysen puso una cara y empezó a retorcerse bajo mi cuerpo. Era increíble, pero evidentemente quería levantarse. Solté un gemido, me aparté de ella y dejé que se levantara. Me agarró las manos y tiró de mí para ponerme en pie. Iba a preguntarle qué estaba haciendo, pero de pronto invadió mi espacio personal y tiró hacia debajo de mis vaqueros y de mis bóxer. Ver a una rubia sexy y desnuda a cuatro patas frente a mí no era algo que mi pene recientemente satisfecho pudiera ignorar, y ella arqueó ambas cejas al ver que empezaba a agitarse. Yo le habría quitado importancia, habría sonreído e intentado aparentar tranquilidad, pero no podía respirar, porque colocó la cabeza junto al lado dañado de mi rodilla, la parte donde peor aspecto tenían las cicatrices, y empezó a darle besos.
Aquello me provocó algo en el pecho, hizo que el corazón me latiera con tanta fuerza que me sorprendió que no se me rompieran las costillas.
Deslizó los dedos por la cara externa del muslo, me besó los abdominales justo por debajo del ombligo y se puso en pie delante de mí. Me rodeó el cuello con los brazos y apoyó la mejilla en el centro de mi pecho. Creo que nunca me habían abrazado con tanto cariño. Yo la rodeé con los brazos y acaricié su columna con los dedos arriba y abajo.
—Me alegra que no seas físicamente perfecto, Race. Ya resulta suficientemente difícil intentar asimilar tanta perfección. Saber que algunas partes de ti están defectuosas te hace parecer más humano.
Volví a tumbarla sobre el sofá. La cubrí con mi cuerpo imperfecto y empecé a besarla de nuevo.
—Soy más defectuoso de lo que imaginas, Bry. Quédate el tiempo suficiente y lo verás.
No debía de tener prisa por marcharse, porque, cuando le agarré la rodilla y la coloqué sobre mi cadera, deslizó la otra hacia el otro lado de mis caderas por voluntad propia y dejó espacio para que yo pudiera sumergirme de nuevo en su cuerpo. Cerró los ojos y una leve sonrisa se asomó a sus labios. Arqueó la espalda hacia mí y me susurró contra el cuello:
—Gracias por cuidar de mí esta noche.
No tenía ni idea. Cuando empecé a moverme de nuevo, cuando empecé a hacerla cada vez más mía, Brysen no sabía hasta qué extremos acabaría llegando para cuidar de ella, y yo tampoco.