Capítulo 16

Race

 

Cada vez estaba más frustrado y, como consecuencia, cada vez tenía menos cuidado. Era sábado por la noche; estaba harto de no obtener las respuestas que necesitaba. Estaba cabreado porque Booker hubiera sido el que se llevara a Brysen al lugar que les había buscado a Karsen y a ella. Los médicos la habían tenido en observación durante tres días enteros, pero ya había salido de la zona de peligro y los únicos efectos secundarios de la caída eran un ligero dolor de cabeza y un espantoso corte de pelo. Yo deseaba estar con ella, pero, entre la noche de pelea del viernes y la necesidad de encontrar a quien estuviera aterrorizándola, solo había podido hacerle algunas visitas rápidas y unas llamadas telefónicas apresuradas. Me hacía sentir como un imbécil, pero su seguridad era más importante que cualquier otra cosa. Debería ser yo quien la hubiera sacado del hospital. Debería ser yo quien la hubiera llevado a un sitio seguro, y no Booker. Era una pena que tuviera otras cosas de las que ocuparme. Así que allí estaba, de nuevo en una fiesta universitaria. En esa ocasión Bax iba conmigo y yo era cien veces más peligroso porque no había ido allí a cobrar, sino a obtener información.

Estaba en el porche de atrás, el mismo al que había arrastrado a Brysen hacía una eternidad, o eso me parecía. Habían arreglado la puerta trasera, pero los universitarios seguían siendo igual de tontos. El tío al que elegí para que me diera respuestas era amigo del universitario que me había apuntado con una pistola y, después, había acabado con el cuello partido. Al arrastrarlo, borracho como estaba, por toda la fiesta hacia un lugar más tranquilo, no había parado de insultarme y de decirme que no me debía nada, intentando aparentar que era alguien importante. El muy imbécil había visto lo que ocurría cuando me apuntaban con una pistola y, al igual que su amigo, era demasiado joven y arrogante como para tener algo que le redimiera. Se me acabó la paciencia cuando me lanzó un puñetazo.

Ahora lo tenía tendido boca arriba con mi rodilla plantada en el centro de su pecho. Tenía el antebrazo sobre su cuello mientras él me arañaba con dedos frenéticos. Sus mejillas se hinchaban y deshinchaban mientras intentaba tomar aire, pero yo me negaba a soltarle. Tenía los ojos desorbitados y su piel empezaba a adquirir un desagradable tono azulado, pero no tenía intención de dejarle ir.

—Si se desmaya, no podrá decirte nada.

Bax parecía aburrido, pero tenía razón, así que levanté el brazo y apreté el puño. Le di un puñetazo al chaval en la boca que hizo que se le partieran los labios y empezara a brotar la sangre por sus dientes y su barbilla. Me aseguré de hacer fuerza con la rodilla sobre su esternón al ponerme en pie. El tío gruñó y escupió sangre.

—¿Qué quieres, Hartman? No te debo ningún jodido dinero.

Se incorporó sobre sus codos y me miró con rabia desde el suelo. Miré a Bax cuando su teléfono empezó a sonar. Lo sacó del bolsillo de la sudadera y arqueó una ceja.

—Es Titus.

Asentí y él se alejó unos metros para contestar la llamada de su hermano.

Me crucé de brazos y contemplé a mi presa desde arriba.

—¿Conoces a Brysen Carter?

Volvió a toser y a escupir sangre.

—Claro. Está buena, pero no sale mucho y no parece muy simpática, así que nadie se mete con ella.

—Alguien la empujó por las escaleras el otro día cuando iba a clase. ¿Quién querría hacerle eso?

Él gruñó y se incorporó hasta quedar sentado.

—Y yo qué coño sé. Ya te he dicho que no sale y parece un poco cabrona, sinceramente. Tal vez cabreó al tipo equivocado.

Entorné los párpados más aún.

—¿Qué tipo?

—¿Y a ti qué más te da? ¿Te la estás tirando?

En serio, aquel tío debía de haber tomado un tazón de estupidez para desayunar. Ni siquiera lo pensé, me agaché un poco y le di un fuerte golpe en el lado izquierdo de la cara. Noté que se me abría el nudillo y la fuerza del golpe le hizo gritar de sorpresa y retorcerse hacia un lado. Sacudí la mano al incorporarme de nuevo.

—¿Qué tipo? —repetí.

Él levantó los brazos para rendirse y se llevó las manos a la cabeza.

—Sale con un tío llamado Drew Donner. La sigue a todas partes como un perrito. Es bastante evidente que quiere dejar de ser su amigo para ser algo más, pero Brysen no cede. El tío es bastante intenso y está algo pirado. Vino aquí hace un año y no ha intentado salir de fiesta ni relacionarse. Lo único que hace es ir detrás de Brysen. Incluso corría el rumor de que tuvo una especie de crisis nerviosa al no poder apuntarse a todas las clases en las que ella se había matriculado porque no cumplía con todos los prerrequisitos. No sé tú, pero yo no me preocuparía mucho por una tía que no se abre de piernas.

Me quedé mirándolo durante un minuto, intentando comparar la validez de sus declaraciones con lo que ya sabía. Brysen no había mencionado a nadie llamado Drew.

Iba a preguntarle al universitario dónde podría encontrar a Drew cuando Bax me puso una mano en el hombro. Al darme la vuelta para mirarlo, el corazón me dio un vuelco porque sus ojos estaban más oscuros de lo normal. Eso significaba malas noticias; muy malas noticias.

—Tenemos que irnos ya. —Su tono no dejaba lugar a discusiones.

Asentí ligeramente para indicar que comprendía su urgencia y señalé después al chaval que seguía tirado en el suelo.

—Si notas algo raro, algo fuera de lo normal con ese tal Drew, llámame y cuéntamelo. —Me di la vuelta y seguí a Bax por entre la multitud de universitarios borrachos.

Cuando llegamos al Hemi, Bax me miró por encima del techo del coche mientras ambos abríamos las puertas.

—Era Nassir. Lleva una hora intentando localizarte.

Solté una retahíla de tacos.

—Anoche fue noche de pelea. Probablemente esté esperando los cobros. Tenía otras cosas en la cabeza.

—No. No es eso lo que quiere. —Bax arqueó una ceja hasta que casi le llegó al pelo—. El Pozo ha explotado.

Me quedé mirándolo como si estuviera hablando en otro idioma.

—¿Qué?

—Nassir ha dicho que el local empezó a arder. Ha ido la policía y también los bomberos y los de emergencias. Ha dicho que, siendo sábado por la noche, el lugar estaba a reventar. —Suspiró y negó con la cabeza—. Están sacando cuerpos.

¡Mierda! Eso era subir mucho las apuestas para demostrarnos a Nassir y a mí que no teníamos control sobre nada. Era una manera drástica y mortal de dejar claras las cosas que no podía ignorarse.

—¿Cómo lograron burlar la seguridad que Nassir tenía alrededor del local?

Ambos nos metimos en el coche y el motor rugió con la ferocidad de un animal salvaje. Poco después los jardines cuidados y las casas caras que adornaban La Colina quedaron atrás a medida que nos adentrábamos en el corazón de la ciudad.

—No lo sabe. Los primeros informes apuntan a que utilizaron explosivos muy potentes. Nassir dice que el lugar ha quedado reducido a cenizas.

—¿Cómo es que él ha logrado salir de una pieza? —No me caía bien Nassir, pero me alegraba que estuviese bien si el desastre había sido tan horrible como Bax describía.

—Estaba en Spanky’s.

Miré a Bax en el interior del coche. Tenía una mano en el volante y con la otra se llevó un cigarrillo apagado a los labios. Tenía el ceño fruncido con preocupación y en la estrella tatuada junto a su ojo se apreciaba aquel tic delator.

—¿Qué hacía en Spanky’s en vez de estar en el club un sábado por la noche? —Me pregunté vagamente si los cientos de miles de dólares que había estado acumulando en el club habrían sobrevivido al infierno.

Bax me miró con severidad y se encendió el cigarrillo.

—Imagino que por la misma razón por la que tú estabas dándole una paliza a un universitario imbécil en vez de estar en casa con tu chica.

—Estaba preocupado por las chicas.

—Sí, por una chica en particular. Nadie quiere que esto salpique a las chicas, y menos a nuestras chicas. Tenemos que saber quién está detrás. Nadie da un paso al frente, nadie hace nada en La Punta, es como si quisieran que supierais que pueden alcanzaros, que pueden joderos y que no haya nada que podáis hacer para evitarlo. Parece como si fuera un juego muy peligroso.

A mí no me parecía un juego. Me parecía un asunto de vida o muerte. Sentía un nudo en el estómago y la furia en la sangre. La Punta no era gran cosa, era difícil justificar el hecho de querer luchar por ella, de querer mantenerla con vida después de toda la desolación y de todo el dolor que había causado a tanta gente. Pero era mía. Era mi hogar. Tal vez fuera un reino en el que nadie quisiera reinar, pero yo lo haría hasta que me matara, y no iba a permitir que un intruso desconocido la destruyera desde dentro. No si podía evitarlo.

Mientras pensaba en cuál debería ser mi siguiente movimiento, le envié a Stark un mensaje pidiéndole que buscara información sobre Drew Donner. Era el único nombre que tenía por el momento. Solo esperaba encontrar algo al fin para poder olvidarme de todo lo que estaba pasando con Brysen.

Cuando aparcamos frente al almacén, la escena parecía sacada de una película. La vieja fábrica nunca había sido bonita, y las paredes de grafitis y ladrillos medio rotos proporcionaban el camuflaje perfecto para todos los excesos que se producían en su interior. Ahora parecía aún peor. Los muros que permanecían en pie estaban negros, las partes metálicas estaban fundidas y las ventanas reventadas. Todo el edificio era una mezcla de ladrillo y argamasa calcinados. El olor a humo y a algo mucho peor inundaba el aire. Había coches de policía por todas partes e intenté no estremecerme al ver varias furgonetas forenses aparcadas frente a la puerta.

Bax y yo salimos del coche en silencio y observamos a los equipos de emergencia corriendo de un lado a otro. No vi a Nassir por ninguna parte, pero Bax dio un silbido y señaló con la cabeza hacia donde estaba aparcado el sedán de Titus. El detective y mi socio estaban hablando y ambos parecían furiosos. Titus hablaba deprisa y hacía gestos con las manos, Nassir mirando fijamente lo que antes era su club. Tenía la mandíbula apretada e incluso en la distancia, cuando Bax y yo nos acercábamos, advertí la furia en sus ojos color caramelo.

—No se trata de ninguna broma. Estamos hablando de explosivos militares, Nassir. Esto no son dos cuerpos en un callejón. De momento han sacado seis cadáveres. Ninguno superaba la edad de Dovie, por el amor de Dios. Esto no puede ocultarse.

Nassir tenía un tic nervioso en la mandíbula, me miró un instante y después volvió a contemplar el edificio destruido.

—No debería ocultarse. Averiguar quién está detrás de todo esto, poli.

Aquello no sonaba bien y yo sabía que Titus no iba a localizar al culpable para entregárselo después a Nassir y que él se tomara la justicia por su mano. El hermano de Bax no operaba según las normas de La Punta, solo le importaba cumplir la ley.

—¿Cómo entró? —les pregunté, aunque fue Titus quien respondió.

Se volvió para mirarnos, se aflojó el nudo de la corbata y se pasó las manos por el pelo.

—No entró, fue desde arriba. Parece que se originó en el tejado del edificio. Creemos que hubo una explosión en el tejado y después varias explosiones pequeñas en el interior, y por eso hay tantas víctimas. Sorprendentemente, el local de este tío —señaló a Nassir con el pulgar— cumplía con todas las normas antiincendios. El sistema de aspersión ha hecho que el número de muertos sea mínimo.

Seis muertos no me parecían el mínimo y, a juzgar por el ceño fruncido de Nassir y la rabia de su mirada, a él tampoco se lo parecían.

—Una de las bailarinas me llamó y me dijo que había un grupo de alborotadores en Spanky’s. Dijo que Chuck no daba abasto y que estaban asustadas. Llegué al club de estriptis y ni siquiera había entrado por la puerta cuando me han llamado para decirme que el Pozo estaba ardiendo. Sea quien sea el responsable, no me quería aquí. Fue una trampa para que pudiera ver todo lo que había conseguido reducido a cenizas.

Titus suspiró y preguntó:

—¿Y el dinero?

Nassir negó con la cabeza y se apartó del coche.

—El dinero está a salvo. Soy un hombre cauteloso por naturaleza. Así es como he conseguido sobrevivir tanto tiempo —. Miró fijamente a Titus—. Hablo en serio, poli. Si te enteras de un nombre, dámelo.

Titus no dijo nada mientras Nassir se alejaba con el teléfono pegado a la oreja. Yo miré a Bax, que intercambió una mirada con su hermano y se encogió de hombros.

—Nosotros no podemos hacer nada más aquí.

—No —respondió Titus—. Idos a casa y alegraos de no haber estado aquí esta noche, de lo contrario podríais haber acabado en una de esas furgonetas, o siendo interrogados en la comisaría.

No pude evitar estremecerme al desviar la mirada automáticamente hacia las furgonetas blancas de la oficina del forense. No quería pensar en la gente que había terminado su noche de sábado con un viaje al depósito, pero era imposible no hacerlo. Aquel era el precio a pagar por adentrarse en las profundidades de La Punta. Me quedé absorto en mis pensamientos, empezaba a sentir que daba igual lo que hiciera, lo mucho que intentara controlar aquel lugar, porque lo peor siempre acababa por ganar.

Bax me dio un golpe en el hombro y me sacó de mi ensimismamiento.

—Vete a casa con tu chica. La noche ha acabado. —Hacía que pareciera como un día más, otro fallo más en el engranaje que hacía funcionar aquel lugar. Me produjo un escalofrío por la espalda.

—De acuerdo.

Cuando estuvimos de nuevo en el coche, camino del taller para que yo pudiera sacar el Stingray, me preguntó si estaba bien. Yo tardé en responder.

—No estoy seguro. Esto es La Punta. Se supone que es un lugar que cuida de sí mismo. Nada ni nadie puede ser peor que La Punta. No sé cómo sentirme viendo que la atacan y que no puedo hacer nada.

—Es más que La Punta. Este lugar es más que una advertencia para chicos malcriados. No importa lo feo que sea, lo duro que resulte vivir aquí, porque sigue siendo un hogar. Es mi hogar, es tu hogar y, cuando ves que lo destrozan, cuando sabes que la amenaza es real y proviene del exterior, eso te da ganas de luchar por ello, aunque sepas que la ciudad no haría nada por ti.

Tenía razón. Tal vez La Punta fuese un reino podrido, pero era mi reino podrido y no podía quedarme de brazos cruzados mientras un intruso lo destrozaba. Aunque nunca lo hubiera creído posible, era de la opinión de Nassir. Cuando tuviéramos a la persona responsable de tanta destrucción, a quien hubiera enviado aquel mensaje sangriento al corazón de la ciudad, no habría brazo largo de la ley, no habría justicia; solo habría castigo y venganza en nombre de aquel lugar que no era tan indestructible como parecía.

Me despedí de Bax antes de que se fuera a casa con mi hermana. Ahora entendía un poco mejor esa necesidad, ahora que no podía dejar de pensar en Brysen y en mantenerla a salvo. Ella era mi vínculo con la realidad más allá de la violencia y las maquinaciones que conformaban mi día a día. La necesitaba si quería ganar aquella guerra que se estaba luchando. Gracias a ella no perdía la cabeza.

Llegué al piso construido en los muelles en el límite de la ciudad. Estaba lo suficientemente lejos de La Punta para ser un lugar seguro, pero también lo suficientemente lejos de La Colina y de los barrios residenciales como para que nadie se molestase en buscar a dos chicas de clase media alta que pudieran estar escondidas allí. El piso era el nidito de amor secreto de mi padre. Era allí donde llevaba a todas las mujeres con las que engañaba a mi madre. Lo había pagado en efectivo, de modo que había logrado escapar a la redada que los federales habían hecho sobre cualquier cosa relacionada con el apellido Hartman. La única razón por la que yo sabía de su existencia era que Novak había disfrutado informándome de todos los trapos sucios que conocía sobre mi padre para poder tenerme controlado. Unos cuantos apretones de manos y un soborno al administrador de la propiedad fueron suficientes para hacer desaparecer cualquier vínculo de mi padre con la propiedad. No dudé en poner el piso a nombre de Brysen. Cierto, si alguna vez se presentaba a juicio, la legalidad de su posesión de la propiedad no podría demostrarse, pero por el momento el piso era suyo, aunque ella no lo supiera o acabara por no quererlo.

Aparqué en el garaje subterráneo y tomé el ascensor hasta el ático. El piso daba al agua, a los muelles de carga. Si La Punta hubiese sido un lugar mejor, si hubiera estado en una ciudad más bonita, la vista habría sido asombrosa. Sin embargo, lo único que se veía era humo y niebla, barcos oxidados y trabajadores en los muelles. Cuando abrí la puerta, me encontré con una pistola apuntándome a la cara. Booker no se andaba con tonterías desde que Brysen fuera atacada en la facultad. Yo sabía que no era un tipo sentimental o compasivo, pero tampoco que gustaba dar la impresión de que alguien pudiera vencerlo. Se tomaba el ataque de Brysen como algo personal y a mí me parecía bien.

Bajó el arma y arrugó la cicatriz que recorría la mitad de su cara.

—No sabía que vendrías esta noche.

Se guardó la pistola donde fuera que la tuviera antes de apuntarme con ella mientras yo cerraba la puerta detrás de mí.

—Mi chica está aquí. ¿Dónde iba a ir si no?

Él resopló y alcanzó una cerveza abierta que había sobre la mesa del café.

—Será mejor que se lo digas. No le ha hecho gracia que fuese yo a recogerla hoy del hospital. Lleva todo el día de mal humor.

Fruncí el ceño. Debería haber sacado tiempo para llevarla allí. No se me daba bien eso de las relaciones. Ella siempre debería ser lo prioritario.

—Y la pequeña… —Booker enarcó las cejas—. Acabará metiéndose en problemas. Va por ahí con esos ojitos de cachorro, como si buscara un amo que le pueda dar un hogar. Yo la mantendría encerrada hasta que fuese mayor de edad.

—Lo tendré en cuenta.

—¿Quieres que me quede o puedes quedarte solo?

—Puedes largarte.

Se terminó la cerveza.

—Me ha dicho un pajarito que sueles ir por ahí desarmado. —Dovie. Mi hermana siempre se preocupaba por todos menos por ella misma. Booker se acercó a la pistola con la que me había apuntado y la dejó sobre la encimera—. ¿Sabes usarla?

Yo lo miré con las cejas levantadas. Llevaba mucho tiempo en La Punta. Hacía negocios con Nassir y mi mejor amigo era Bax. Claro que sabía usar una pistola. Simplemente prefería no hacerlo.

—De acuerdo. Buena suerte con tu chica. Creo que la vas a necesitar.

Lo vi salir por la puerta y me quedé mirando la pistola. No podía negar que mi vida estaba cambiando. Algunas partes a mejor y otras a peor. El truco era encontrar el equilibrio. Agarré el arma y la guardé encima del frigorífico para que no estuviese a la vista por el momento. Después subí las escaleras que conducían al dormitorio principal, que ocupaba todo el piso superior del apartamento. Las luces estaban encendidas y cuando entré esperaba encontrar a Brysen en la cama viendo la tele o algo así. Me quedé desconcertado al ver que la habitación estaba vacía. Entré y miré a mi alrededor, como si la hubiera pasado por alto sin darme cuenta, después oí un ligero ruido procedente de la puerta abierta del cuarto de baño, ubicado a un lado de la estancia.

Me quité los zapatos, me desabroché la camisa y fui a buscar a mi chica. Estaba de pie frente al espejo con unas tijeras en una mano y un peine en la otra. Su melena color platino había desaparecido y ella me miró con sus ojos azules a través del espejo. Dejó las tijeras y se pasó las manos por el pelo. La hilera de puntos que decoraba la parte de atrás de su cabeza me hizo apretar los dientes mientras nos mirábamos en silencio a través del espejo.

—Esto es lo mejor que he podido hacer. —Parecía nerviosa e insegura.

En realidad por delante no le quedaba mal. Estaba muy corto, con un flequillo recto sobre la frente. La parte de atrás estaba casi rapada, salvo por una zona lo suficientemente larga para tapar la herida. Era provocador y retro al mismo tiempo. Parecía una joven de los años veinte. Podría haber sido una buena Bonnie para mi Clyde.

—Siento no haber estado cuando te han dado el alta. Estaba intentando averiguar quién te tiró por las escaleras. Pero debería haber estado allí para traerte a casa.

Brysen se dio la vuelta y se apoyó en el lavabo, de modo que yo me quedé mirándola y al mismo tiempo veía mi propio reflejo detrás de ella. Vi como mis ojos se oscurecían solo con estar en la misma habitación que ella.

—¿A casa? Ni siquiera sé dónde estoy, Race. ¿Qué lugar es este? ¿Cómo podemos estar aquí? Tengo un millón de preguntas y tú no estabas aquí para responderlas. Por no mencionar que no puedo darme la vuelta sin chocarme con Booker, y a ninguno de los dos nos hace gracia. Lo odio.

Yo no pude más que mirarla, porque era cierto que debía odiarlo, pero estaba haciendo todo lo posible. Agachó la mirada y dio un paso hacia delante para agarrarme la mano. Me había olvidado por completo de las heridas de los nudillos y de la sangre seca que cubría mis manos.

—Tienes las manos ensangrentadas.

—No te haces idea —contesté con una carcajada ahogada.

Me miró con el ceño fruncido y suspiré al acercarme al lavabo para quitarme la sangre. Siempre estaba haciendo lo mismo; viendo cómo la sangre se iba por el sumidero.

—Mi padre traía aquí a sus amantes. Está lo suficientemente lejos de La Colina como para que mi madre nunca se enterase. El administrador de la propiedad es un tío turbio, así que he comprado su silencio y ahora no hay ningún papel que vincule este lugar a nadie de mi familia. Le pedí que lo pusiera a tu nombre. No es del todo legal, pero por ahora Karsen y tú podréis quedaros aquí, incluso cuando resolvamos lo de tu acosador. Sé que te preocupaba lo que iba a ocurrir después de que el banco se quedara con vuestra casa. Ahora ya tienes un lugar donde vivir.

Oí que hacía un ruido gutural y después colocó las manos sobre las mías para ayudarme a terminar de borrar los restos de aquella noche horrible. Me miró a través del espejo y yo vi en sus ojos el miedo, la incertidumbre y todas las preguntas que quería hacerme, pero también vi el agradecimiento, la esperanza y algo más profundo, y fue a eso a lo que me aferré.

—Debería haber estado aquí hoy.

Ella cerró el grifo y apoyó la mejilla en mi hombro.

—No. Entiendo que tienes muchas cosas que hacer y que además estás intentando averiguar quién me ha hecho esto. Es solo que te echaba de menos y me siento mejor cuando estás cerca. Sé que tengo que compartirte con La Punta.

Levanté una mano para pasarla por su pelo. Quizá estuviera más corto y algo revuelto, pero seguía siendo suave como la seda entre mis dedos húmedos.

—No deberías.

Ella se rio con ironía.

—En un mundo perfecto, puede, pero de momento ni La Colina ni La Punta ni ningún otro sitio entre medias lo son. Tenemos que sacar el máximo partido a lo que tenemos.

—¿Estamos enamorándonos, Bry? —le pregunté mientras le rodeaba la nuca con la mano.

Ella volvió a reírse y se apartó de mí.

—Probablemente. ¿Por qué no íbamos a hacerlo? La vida es un desastre, hay alguien que intenta matarme, tú estás en mitad de una guerra en la ciudad. ¿Qué mejores condiciones se te ocurren para enamorarse?

Sin duda era la Bonnie de mi Clyde. Me di la vuelta para seguirla hacia el dormitorio.

—¿Crees que sobreviviremos? —Yo ni siquiera había estado enamorado antes, era como si fuera otra batalla diferente que estuviera intentando ganar.

—No lo sé —respondió con un suspiro—, pero espero que sí.

Necesitaba cambiar de tema antes de que el sentido común nos hiciera ver la temeridad de lo que estaba ocurriendo entre nosotros.

—¿Qué sabes de Drew Donner?

Brysen estaba doblando la colcha de la cama, así que respondió mirando por encima del hombro.

—Tenemos algunas clases en común este cuatrimestre. Es simpático, así que a veces estudiamos juntos.

—¿Nunca te ha pedido una cita?

Se quitó los pantalones negros que llevaba y se quedó solo con una camiseta y unas bragas diminutas. Se trataba de una conversación seria, pero se me quedó la mente en blanco y solo pude fijarme en esas piernas largas cuando se subió a la cama y se quedó sentada en el borde. Todavía tenía una marca roja en la rodilla del incidente en el aparcamiento, y aquello bastó para hacerme recordar sus lesiones y volver al presente. Se quedó mirándome durante varios segundos antes de responder.

—Ha dejado muy claro que le gustaría ser algo más que mi amigo, pero yo nunca he accedido y así se lo he dicho. No le hace mucha gracia, pero nunca insiste.

Me acerqué a ella y no me detuve hasta alcanzar el lado de la cama y ubicarme entre sus piernas. Me incliné hacia delante hasta que quedó apoyada sobre los codos y yo a escasos centímetros de tumbarme sobre ella.

—¿Y por qué no has accedido?

Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración, entonces dejó caer el peso y ambos caímos sobre la cama, yo encima de ella. Enredó las manos en mi pelo y me miró a los ojos fijamente.

—Porque a mí me gustabas tú, aunque no quisiera, y sabía que nadie podría compararse contigo.

Nadie podría compararse con ella. Aquella chica me provocaba como nadie me había provocado en mucho tiempo, y la atracción que había entre nosotros era algo que la gente buscaba durante toda su vida. No importaba que mi mundo fuese peligroso, que ella fuese a tener que arriesgar al estar conmigo, porque teníamos que estar juntos, y ningún acosador trastornado lograría separarnos.

Le di un beso rápido y fui a incorporarme. Al fin y al cabo, estaba herida y no pensaba causarle más dolor, pero me agarró del pelo y no me dejó marchar.

—Voy a pedir que lo investiguen. Los tíos de tu universidad se lo toman muy mal cuando los rechazan. Quiero saber de qué va.

Me miró con brillo en los ojos y enroscó una pierna en mi cintura, lo que hizo que mis manos buscaran su piel desnuda en contra de mi voluntad.

—No va de nada. No es más que un típico universitario. No me haría daño. No tiene razón para ello.

Le acaricié el muslo y noté que se me aceleraba el corazón. Tuve que recordar que probablemente le dolería mucho la cabeza. Le di un beso junto a la ceja.

—Aun así voy a investigarlo. Brysen, has salido del hospital esta mañana. Deja que me levante. Ya te he dicho que quiero cuidar de ti.

Una de sus manos me soltó el pelo y me rodeó los hombros con el brazo mientras la otra pierna imitaba a la primera, lo que significó que acabé atrapado contra su cuerpo y lo único que había entre mi erección y su punto más caliente eran las bragas y mis vaqueros.

—Te echaba de menos, Race. Quiero que cuides de mí. Pero hazlo de este modo.

Iba a insistir en que estaba herida, pero me quedé sin palabras cuando me besó como si lleváramos meses separados, y no solo un par de días. Me dejé caer contra sus labios, hacia la seducción de su lengua acariciando la mía. Me entregué a las exigencias de sus dientes cuando los utilizó para dejar claros sus deseos. Coloqué las manos sobre la curva de sus caderas y aproveché la postura para acercarnos a ambos hacia el centro de la cama. Ella no paraba de tocarme, como si temiera que fuese a irme a alguna parte. Estaba casi desnuda y debajo de mi cuerpo; yo no habría preferido estar en ningún otro lugar del mundo.

Le quité la camiseta por encima de la cabeza, con cuidado de no hacerle daño, y dejé que ella me desabrochara los pantalones y utilizara las manos y los pies para intentar quitármelos. Sonreí, me arrodillé ante ella para terminar de quitármelos y el corazón me dio un vuelco cuando Brysen me acarició el hoyuelo de la mejilla con el dedo índice. Me sonrió cuando metí los dedos bajo sus bragas y comencé a bajárselas por las piernas. Siempre me gustaba desenvolver mi regalo favorito.

—Eres de lo que no hay, Race Hartman.

Vi que se le encogía ligeramente el vientre cuando agaché la cabeza y acaricié con la punta de la lengua el hueco de su ombligo.

—Yo estaba pensando lo mismo de ti.

Tenía que recordar que era frágil y demasiado humana. No podía volcar en ella todas las cosas que normalmente volcaba cuando me la llevaba a la cama. Normalmente era mi puerto en mitad de la tormenta, mientras todo se tambaleaba a nuestro alrededor, pero esa noche necesitaba cuidados, necesitaba cariño y que yo le demostrara que estaba a salvo conmigo.

Deslicé la lengua desde su ombligo hasta el hueso de la cadera mientras ella se retorcía con impaciencia bajo mi cuerpo. Ya tenía las piernas abiertas para hacerme sitio entre ellas, así que no me costó trabajo acariciar con la boca todas las partes de su cuerpo que ya estaban húmedas de deseo. Me encantaba que estuviese tan preparada para mí como yo parecía estarlo siempre para ella. Había una pasión y un deseo en ella que hacían que se me endurecieran las pelotas y se me hiciese la boca agua.

Susurró mi nombre cuando acaricié sus pliegues por primera vez con la lengua. Me agarró con fuerza de las orejas al utilizar mis hombros para separarle las piernas más aún y poder sumar mis manos a la fiesta. La oí gimotear, pero estaba tan concentrado en lo que hacía, tan absorto en su manera de fundirse contra mi boca, que no me paré a pensar si sería un sonido de placer o de dolor. Noté que sus paredes internas se tensaban alrededor de mis dedos, su clítoris palpitaba mientras se lo estimulaba con los dientes y retorcía los muslos sin parar contra mi cabeza al ritmo de mis caricias. Sentí que se tensaba, que la humedad se acumulaba en las yemas de mis dedos, y la devoré mientras se lanzaba al abismo y decía mi nombre en un gemido. Si lograba que reaccionara así durante el resto de mi vida, me enfrentaría a cualquier problema diario con una sonrisa.

Dejó caer las piernas sobre mis hombros y yo se las bajé antes de subir hasta ponerme a su altura. Me detuve para lamerle los pezones y acariciarle el cuello con la nariz. Tenía la polla dura, me dolían las pelotas y lo único que quería era hundirme en ella y quedarme allí para siempre. Me incorporé con los brazos y esperé a que abriera los ojos y me mirase. Tenía las mejillas sonrojadas y una agradable sonrisa en los labios. Tenía un aspecto delicioso. Habría renunciado a cualquier fortuna, habría librado cualquier batalla y me habría desangrado una y otra vez si ella era mi recompensa.

Deslizó las manos por mis costillas y volvió a rodearme la cintura con las piernas. Utilizó aquella postura para incorporarse y hacer que la punta de mi pene se deslizara por sus pliegues.

—Te necesito.

Su voz sonaba rasgada y un poco rota. Le coloqué las manos en el trasero y la levanté hacia mí mientras lentamente me hundía en su cuerpo. Caímos los dos sobre el colchón, la besé en la boca y susurré contra sus labios:

—Yo también te necesito Bry.

La besé con todo lo que había en mí, dejé que sintiera mi corazón, dejé que con mi boca supiera que, para mí, ella era el final del camino. No había nada más allá. Y entonces comencé a moverme, a embestirla despacio, utilizando la lengua para imitar los movimientos de la mitad inferior de mi cuerpo, lo que hizo que Brysen se retorciera contra mí y me clavara las uñas en la espalda. Yo quería perderme en ella, poseerla como hacía normalmente, pero no deseaba hacerle daño e, incluso a través del placer y del deseo que veía en su mirada azul, advertí una sombra de incomodidad que me impidió perder el control. Probablemente estuviese matándole la cabeza.

Sus músculos internos temblaban alrededor de mi pene, su corazón latía desbocado junto al mío, sus pezones erectos se rozaban contra mi torso. Enredaba su lengua en la mía y sus caricias eran tan desesperadas como las mías. Noté que mi placer comenzaba a aumentar en la base de mi espalda, sentí que mi cuerpo empezaba a estremecerse. Levanté la cabeza y le dije:

—Tienes que correrte conmigo.

Ella movió la cabeza a un lado y al otro y noté que apretaba las caderas contra las mías, mientras que yo intentaba por todos los medios no penetrarla con todas mis fuerzas.

Me rodeó con los brazos y me miró con una ceja levantada.

—Entonces déjate de tonterías y dámelo todo.

Eso me arrancó una carcajada y me quedé mirándola sonriente.

—No quiero hacerte daño en la cabeza, lista.

—Pues dame otra cosa en la que pensar, guapo.

Mierda. Era un desafío que estaba encantado de aceptar. Coloqué las manos a ambos lados de su cabeza, me aseguré de que me mirase a los ojos e hice justamente lo que me pedía; dárselo todo.

La embestí con fuerza, me moví sobre ella y uní nuestros cuerpos como si estuviera intentando fundirlos en uno solo, y quizá fuese así. Teniendo en cuenta que yo ya estaba cerca del orgasmo, a punto de correrme solo con verla desnuda y excitada bajo mi cuerpo, tardé solo unos minutos en dejarme llevar dentro de ella sin importarme que me acompañara o no. Por suerte, Brysen era una amante muy expresiva y resultaba fácil interpretarla, porque, cuando dejé de gemir y de convulsionarme, oí que gimoteaba y noté que palpitaba a mi alrededor.

Dejé pasar unos segundos, hasta que ambos recuperamos la respiración, y me eché a un lado para quedar tendido sobre la cama junto a ella. Brysen entrelazó los dedos con los míos y me dio un beso en cada nudillo magullado.

—Gracias por cuidar de mí, Race.

Yo sabía que no se refería al sexo, aunque eso habría sido una maravillosa inyección de autoestima.

—Gracias a ti por darme algo bueno por lo que regresar a casa, Brysen.

Ella era el equilibrio que tanto necesitaba.