Capítulo 2
Race
Avancé con mi Mustang del 66 color rojo cereza totalmente restaurado y crucé las puertas de seguridad que rodeaban el taller, que no parecía más que un montón de hormigón y metal oxidado. Si el mundo exterior conociera la existencia de aquel tesoro escondido de monstruos mecánicos que se alojaban tras la horrible fachada... Millones de dólares en coches de los sesenta y setenta restaurados y también elegantes deportivos de importación llenaban el taller. Algunos estaban allí para ser reparados, pero la mayoría estaban almacenados porque yo estaba esperando a que sus dueños saldaran alguna deuda o pagaran algún préstamo que me debían. Si el dueño no pagaba, yo me quedaba con el coche y dejaba que mi mejor amigo lo desguazara y vendiera las piezas a cambio de un pequeño beneficio.
Era un sistema que había demostrado ser rentable y que nos beneficiaba a Bax y a mí. A la gente no le gustaba que te llevaras su coche. Era difícil explicarles a tu mujer y a tus hijos la desaparición del coche familiar, así que mi recompensa era más alta que la de cualquier prestamista o usurero. Bax tenía incontables contactos en el mundo de los coches robados y, cuando un deudor no pagaba, era fácil recuperar la pérdida. Además, creo que Bax seguía necesitando la emoción de robar un coche ahora que estaba casi limpio y llevaba una vida ejemplar. Teníamos la norma sagrada de nunca hablar de esta parte del negocio cuando estuviera mi hermana delante.
Dovie era una muñeca. Era dulce, cariñosa y amable, y de alguna manera había logrado atravesar todo el alambre de espino que rodeaba el corazón de Bax y se había quedado a vivir allí permanentemente. Ella procedía de la calle, había tenido una infancia muy diferente a la mía y sabía de sobra que la vida no siempre era fácil, que las cosas que hacíamos en La Punta nos cambiaban. Yo sabía que Bax le había informado sobre lo que sucedía en el complejo de máxima seguridad que había empezado a construir poco después de la muerte de su padre, Novak, el hombre que había gobernado los bajos fondos de la ciudad con su puño de hierro. Pero ella nos quería a los dos lo suficiente como para no hacer preguntas o para interponerse entre nosotros y lo que teníamos que hacer. Hasta el momento era un sistema que beneficiaba a todos y mi negocio no para de crecer.
Dovie era asombrosa y, aunque al principio no me hubiese gustado la idea de que Bax y ella fueran pareja, ahora entendía que ella necesitaba a alguien como mi mejor amigo para mantenerla a salvo; para protegerla de este lugar y de esta vida. Y Bax... bueno, él necesitaba a Dovie para seguir siendo humano, para tener algo real y tangible por lo que seguir viviendo. Yo los necesitaba a ambos para poder completar la toma de poder de La Punta. Bax era mi mano derecha. Tenía contactos tanto dentro como fuera de la cárcel, la reputación y la presencia necesarias para que todo saliera bien, y Dovie era la conciencia, la luz que me recordaba por qué alguien como yo tenía que hacerse cargo de lo que Novak había dejado atrás.
En un lugar como La Punta, siempre habría cosas malas que alimentaran el engranaje diario. Cuando la gente vive en un lugar lleno de basura, ha de tener vicios para sobrellevarlo. El sexo, las drogas, el dinero, el juego, el asesinato y todo tipo de tumultos eran algo común en este particular campo de batalla y, cuando un tirano, un hombre horrible, estaba al mando de todas esas cosas... podía llegar a estrangular la ciudad. Yo no deseaba hacer eso.
Entendía que esas cosas nunca desaparecerían de La Punta y, mientras yo fuese el encargado de distribuirlas a las masas, podría convertir un lugar muy poco civilizado en un sitio en el que se pudiese vivir. Era complicado y arriesgado, pero siempre me habían gustado los desafíos, y así era como había acabado moviéndome por los bajos fondos de la delincuencia con Bax hacía tantos años. También era la razón por la que nunca me cansaba de Brysen Carter.
Todo en ella era frío y distante. El desprecio que sentía por mí prácticamente resbalaba por sus elegantes hombros cada vez que estábamos el uno en presencia del otro. Sus ojos, de un azul oscuro, intentaban congelarme cada vez que me miraba, y esa manera en que su delicioso cuerpo se tensaba cada vez que yo estaba cerca hacía que se me pusiera dura… sin excepción. Era educada y perfecta. Me recordaba a otra vida a la que había dado la espalda y la deseaba tanto como deseaba seguir respirando. El hecho de que no me soportara y que pensara que era una basura, hacía que su atractivo fuese mayor. Lo único que deseaba era desnudarla y tirármela, pero, como a Dovie le caía tan bien, mantenía el control. Al menos hasta aquella noche.
Al meter el coche en el garaje, cerré la puerta metálica a prueba de balas y tuve que cambiar de posición sentado al volante al pensar en sus labios. Brysen Carter era una buena chica. Una rubia guapa del lado bueno de la ciudad, pero, Dios, besaba como una chica mala, como una chica de mi lado de la ciudad. Hacía que el deseo abrasador que me devoraba por dentro se volviese más insistente.
Cerré de golpe la puerta del coche y bordeé el guardabarros justo cuando Bax salía de su despacho. Yo nunca cuestionaba nada cuando Bax estaba allí hasta tarde. Aquellos coches, los clásicos estropeados, significaban algo para él. Estaba devolviéndolos a la vida pieza por pieza, lo que significaba que, dado que yo vivía arriba en un loft reformado, tenía que escuchar el sonido de los motores y el ruido de las herramientas hasta bien entrada la madrugada algunos días. Chocamos el puño y Bax se pasó las manos por la cabeza afeitada.
Físicamente éramos muy distintos. Bax tenía el pelo oscuro, los ojos oscuros, una estrella negra tatuada junto al ojo, una boca que apenas sonreía y una complexión corpulenta que con frecuencia utilizaba como arma. Parecía un matón y un criminal, pero le favorecía. Ambos éramos altos, superábamos el metro noventa, pero yo era mucho más delgado, más desgarbado, y había nacido con todas las características aptas para tener un buen cuerpo, con mi pasado en el club de campo. Podía defenderme solo, si era necesario llegar a las manos, pero prefería hablar para librarme de un aprieto, pensaba que mi cerebro siempre era la mejor arma, aunque eso no se reflejaba en la superficie. Tenía el pelo rubio y ondulado, con reflejos dorados, lo llevaba algo largo y desgreñado y, con frecuencia, me caía sobre los ojos, que eran de color verde. Parecía un pijo de vacaciones. Lo sabía y, aunque consideraba que La Punta ahora era mi hogar, me negaba a cambiar de aspecto. Mi apariencia hacía que la gente me subestimara siempre y, dado que Bax y yo teníamos aún veintipocos años e intentábamos gobernar una ciudad construida sobre las almas de aquellos años rotos antes de que nosotros naciéramos, necesitaba todas las ventajas que tuviera a mi disposición.
Bax se llevó un cigarrillo a la boca y arqueó una ceja negra al mirarme.
—¿Tienes el dinero de ese universitario?
Asentí y giré la cabeza sobre los hombros.
—No me ha hecho ninguna gracia. —Una de las primeras lecciones que había aprendido era que la gente no apostaba porque pensase que iba a ganar. Apostaba porque se sentía obligada a hacerlo. Era una adicción como otra cualquiera.
—¿A qué te refieres?
Lo miré con los párpados entornados a través del humo que flotaba entre nosotros.
—Ha sacado una pistola y se ha puesto a pegar tiros. —En una casa llena de universitarios borrachos. Menudo idiota, y menuda amenaza de mierda. Encontrarme con pistolas era un riesgo más de mi trabajo. A no ser que la pistola en cuestión me apuntase directamente a la cara, solía ignorarla.
—Mierda. Menos mal que le pedí a Dovie que no fuera.
Yo negué con la cabeza y me crucé de brazos.
—Le pediste que no fuera porque te da miedo que conozca a algún estudiante encantador que le prometa una vida mejor y te dé una patada en el culo.
Masculló y tiró la colilla del cigarrillo en uno de los desagües del suelo antes de girar los hombros.
—Podría buscarse algo mejor.
Yo resoplé.
—Ella no dice lo mismo. —Dovie lo amaba. Le encantaban sus cicatrices, su actitud arrogante, su pasado turbio y el hecho de que parecía siempre estar a punto de dejarse domar. A ella le gustaba todo. Bax era su hombre perfecto y a mí seguía sorprendiéndome que él pareciera no darse cuenta.
—¿Qué ha ocurrido en la fiesta?
—No lo sé. He visto a Brysen y me he distraído. Ya tenía el dinero, así que pensaba que todo iba bien, pero entonces el imbécil empieza a enseñar la pistola y de pronto se ha armado un revuelo.
Yo había agarrado a Brysen y me había dirigido con ella hacia la puerta trasera porque no veía al atacante y todos los demás estaban intentando salir a empujones por la puerta principal. No iba a permitir que le pasara nada y además eso tenía la ventaja añadida de poder tocarla.
Me sentía como un imbécil por haber tenido que dejarla sola, pero la vida que llevaba ahora era incompatible con quedarme a charlar con la policía. Últimamente me había vuelto de esos que se escabullen entre las sombras.
—¿Fuiste a la fiesta armado?
Desde que yo había tomado la decisión de intentar retomar las cosas donde Novak las había dejado, Bax me vigilaba para que tuviera más cuidado. Tal vez él se sintiese cómodo llevando un arma, quizá estuviese acostumbrado a la sangre y a los tiros, a los puñetazos y a que la gente se acobardara en cuanto entraba en una habitación, pero yo seguía acoplándome a esa nueva vida y todavía no estaba preparado para entregar esa parte de mí a La Punta.
—No. Solo era un grupo de chicos. No pasa nada. El tío tendrá que buscarse otra manera de pagarse las apuestas y la cerveza este cuatrimestre. No suponía una gran amenaza. —La gente no debía arriesgar aquello que no podía permitirse perder. Yo había aprendido esa lección por las malas.
—Todo el mundo es una amenaza cuando tienes lo que desean o cuando te deben algo que no quieren darte. Has de tomarte en serio todas y cada una de las situaciones en las que te metas. Los chicos matan por menos, Race.
—Tomo nota.
—¿Te la sigue poniendo dura la rubia de hielo?
Solté una carcajada y lo miré con una ceja levantada. A él no le caía muy bien Brysen, pero creo que tenía más que ver con el hecho de que ella vivía más cerca de La Colina que de La Punta y Bax no confiaba en nadie que no supiera cómo era la vida en el arroyo. Yo era una excepción a esa regla, pero había tenido que ganarme su respeto con sangre, sudor y lágrimas. Seguía luchando por volver a entrar en aquel santuario privado porque había tomado algunas decisiones difíciles años atrás que habían hecho que Bax acabara en prisión. Estábamos unidos, llevábamos juntos un negocio, él estaba enamorado de mi hermana, pero no creía que se hubiesen curado todas las heridas abiertas que le había dejado con mi traición.
—Desde luego. Hay algo en ella que me pone. Quiero hacerle cosas muy sucias y perversas.
Él murmuró y levantó los brazos para ponerse la capucha de su sudadera negra. Como si necesitara algo para resultar más amenazante.
—No lo parece. Siempre parece a punto de gritar cuando entro en la habitación. Apuesto a que se pondría histérica si se rompiera una uña.
Tal vez le hubiera dado la razón si no la hubiera besado. Había en ella algo más que la fachada perfecta que ofrecía al mundo. Había desesperación en la punta de su lengua, había pasión en su respiración y había deseo en su manera de aferrarse a mí con las manos. Al menos así era hasta que la había dejado tirada, porque, aunque quizá en otra época hubiéramos jugado en el mismo equipo, ahora habitábamos dos mundos totalmente diferentes. No podía quedarme con ella, no podía esperar hasta que encontrara a su amiga, y una chica como Brysen nunca aguantaría a un tipo que tuviera las prioridades tan cambiadas.
—No importa. Está buena y me gusta que me mire como si fuera algo que acaba de despegarse del zapato. Hace que perseguirla resulte mucho más divertido.
Bax se rio y sacó del bolsillo las llaves del Hemi’Cuda que acababa de terminar de reparar.
—Estás jodido.
Después de todo lo que nos había pasado a lo largo de los últimos cinco años, no creo que hubiese una manera de no estar jodidos.
—Saluda a Dovie de mi parte.
Él asintió y se dirigió hacia su coche. Salió del garaje con un fuerte rugido del motor que hizo temblar todo el metal apilado contra el hormigón. Era un motor extraordinario. El coche no era legal para conducirlo por las calles; podía adelantar a cualquier otro vehículo que se encontrara en la carretera, era grande y hacía mucho ruido. Era una copia en cromo y acero del hombre que lo conducía.
Me aseguré de volver a conectar todas las alarmas, subí las escaleras metálicas hasta el loft y me tomé unos minutos para guardar el dinero del universitario en la caja fuerte que había construido en la pared. La caja era más bonita que el resto de muebles del loft. Y además estaba llena de bienes ilícitos que yo estaba esperando a que Nassir filtrara por sus clubes y convirtiera en dinero que se pudiera usar.
No me entusiasmaba la idea de hacer negocios con Nassir Gates. No confiaba en él, no me gustaba que manipulara y utilizara a la gente para sus propios fines, pero era la única persona que podía llevarse el dinero que yo ganaba cobrando apuestas y blanquearlo. Nassir dirigía todos los clubes, todos los antros de perdición que existían en La Punta. Organizaba peleas ilegales, tenía una legión de chicas que salían por la puerta de atrás de sus negocios y, por mucho que lo despreciara, lo necesitaba. Yo no utilizaría a las chicas, no vendería sexo, pero alguien tenía que hacerlo, y Nassir no tenía escrúpulos ni problemas a la hora de ensuciarse las manos. Teníamos una alianza incómoda y, hasta el momento, funcionaba bien. Tratar con Nassir era como atravesar cada día un campo de minas; peligroso, mortal, lleno de amenazas ocultas que yo nunca vería acercarse. Siempre estaba temiendo que se volviese en mi contra.
Fui al congelador, saqué una botella de Oban que había metido allí, me serví una cantidad generosa en un vaso con hielo y me tiré en el sofá que hacía las veces de cama. Cierto, podía mudarme, buscar un lugar más limpio, más alejado del corazón de la ciudad, pero me gustaba aquello. Me sentía a salvo allí. Nadie podía entrar al taller ni colarse en mi propiedad sin que yo lo supiera y, después de la paliza, cuando mi cuerpo quedara destrozado después de que Novak y sus matones me encontraran, necesitaba aquella sensación de seguridad para poder dormir por las noches.
Aquella vida no se parecía en nada a la vida de mi infancia, estaba muy alejada del lugar en el que la gente que conocía a mis padres y conocía mi pasado pensaría que estaría. No había nacido con una cuchara de plata en la boca, sino con una vajilla entera de platino asfixiándome desde el primer momento. Mis padres eran ricos. Asquerosa e indecentemente ricos. Llevaban una vida de lujos, ajenos a la necesidad y a las penurias, sin importarles lo que pudiera pasarles a aquellos a quienes no les iba tan bien.
Yo estuve anestesiado hasta los dieciséis años. Era un niño malcriado, engreído y caprichoso. No sentía nada. Vivía en una burbuja en la que me daban directamente cualquier cosa que deseara o necesitaba, y nunca me cuestionaba lo que pasaba en el mundo, nada más allá de la cartera de mis padres.
Una noche tuve una cita. A la chica había decidido olvidarla, pero todo lo demás seguía estando cristalino. Mi padre me había regalado un Roush Mustang por mi cumpleaños. Yo alardeaba, pensaba que era el amo, intocable e invencible, hasta que me equivoqué de camino y acabé perdido en una carretera que circulaba entre La Colina y La Punta. Estaba parado en un semáforo, intentando buscar la dirección en mi teléfono, cuando la ventana del conductor quedó hecha añicos y unas manos fuertes me sacaron del coche. Recordaba a la chica gritando, recordaba el sabor de mi propia sangre mientras esquivaba los puñetazos, pero sobre todo recordaba la sensación de estar vivo.
Estaba nervioso, estaba asustado, pero no iba a renunciar al Mustang sin luchar. Mi vida no había sido tan real hasta ese momento. Toda esa anestesia se esfumó. Conseguí asestar un puñetazo, tuve suerte y vi como el tipo enorme que tenía delante se doblaba y caía al suelo. Oí el crujido de los huesos y me derrumbé en mitad de la calle, frente a un chico que no debía de ser mayor que yo, pero que parecía haber vivido cien vidas más.
Bax se sujetaba la muñeca, le sangraba la cara y la nariz y me miraba fijamente. La chica salió del coche y gritó que iba a llamar a la policía, y yo no podía más que maravillarme de lo rápido que me latía el corazón, asombrarme con la adrenalina que recorría todo mi cuerpo.
—Nunca pensé que un chico guapo como tú pudiera dar un puñetazo así. Aunque haya sido pura suerte.
Fue el mejor cumplido que podría haber recibido. Me quité la sangre y el pelo de los ojos y le pregunté si necesitaba ir al hospital. Era extraño, acababa de intentar robarme el coche, me había dado una paliza, pero fue un momento decisivo en mi vida. Bax, su vida y su mundo me despertaron y ya no pude volver a mi sueño de algodón.
Yo no estaba tan metido como él en los bajos fondos. No tenía las credenciales de la calle, la actitud para triunfar. Pero era listo y tenía recursos, así que al poco tiempo ya éramos un equipo. Yo no robaba coches, no quebrantaba la ley, pero, cuando él necesitaba ayuda, se la brindaba, y me gustaba pensar de que mucho antes de que se enamorase de mi hermana yo era su voz de la razón. Era excitante; llevar esa vida vertiginosa me había abierto las puertas a un mundo nuevo. Hubo chicas, mujeres más bien, que me mostraron cosas que ningún adolescente debería saber. Había drogas, había emociones y desafíos a la vuelta de la esquina, y fue maravilloso hasta que las cosas se complicaron demasiado.
Bax se arriesgaba cada vez más, Novak estaba usándolo más y más. Empezábamos a perdernos en el cieno turbio que corría por las venas de La Punta, y yo quería salir, quería salvarnos antes de terminar de hundirnos. Pero Novak era más listo de lo que yo había imaginado y también mucho más retorcido. Quería quedarse con Bax y no dudó en utilizarme a mí para llegar hasta él.
Mi padre, como casi todos los ricos, no podía mantener la polla dentro de sus pantalones hechos a medida. Dovie era mi hermanastra, de madre yonqui a la que habían pagado para abortar. Nadie debería confiar en un yonqui: lo único que les importa es de dónde sacarán la próxima dosis. Dovie estuvo perdida en el sistema hasta que dejó de estarlo.
Novak la utilizó, utilizó la necesidad de secretismo de mi padre, para engañarme. Mi padre pagó a Novak para que la matara, pero Novak lo engañó, grabó toda la conversación y me metió a mí en su juego oscuro y retorcido. De ninguna manera permitiría que le pasara algo a alguien de mi misma sangre, a mi hermana, incluso sin conocerla, así que chantajeé a mi padre, saqué a Dovie del sistema y acepté el plan retorcido de Novak, diseñado para que Bax estuviese atado a él para siempre.
El mafioso fue listo, pero yo lo fui más. Tendí una trampa a Bax. No hay otra manera de expresarlo. Traicioné a mi único amigo, lo vendí para poder salvar a Dovie, para que mi padre se viese obligado a ser la marioneta de Novak. Conduje a Bax hacia la trampa, sabía que iba a acabar mal, pero, como Bax era Bax, lo empeoró todo huyendo de la policía. Una detención que debería haber resultado en una sentencia de seis meses como mucho se convirtió en un auténtico caos que hizo que mi amigo acabara pasando cinco años en la cárcel y que yo tuviera que llevarme a Dovie y desaparecer hasta que quedase en libertad y pudiera llevar a cabo mi venganza. Viví con la culpa y con la amenaza de Novak pendiendo sobre mí durante cinco interminables años.
En cuanto Bax salió de la cárcel, puse en marcha mi plan, saqué el tablero de ajedrez y comencé a mover las piezas necesarias para que quedásemos libres de las garras de Novak. Pero, una vez más, Bax había complicado el plan enamorándose de mi hermana y dándole a un hombre muy malo un punto vulnerable desde el que atacarle. Bax estaba dispuesto a sacrificase, a reducir a cenizas La Punta si eso significaba que Dovie salía con vida. Por suerte las cosas no llegaron a tanto y todos salieron con vida, magullados, rotos y ligeramente peor que antes. Pero Novak ya no estaba y ahora estábamos reconstruyendo los bajos fondos, los cimientos de ese horrible lugar, ladrillo a ladrillo, porque, si no lo hacíamos nosotros, lo harían otros.
Mi padre me había echado, me había mirado con pánico, esperando a ver si iba a delatarlo. Me cortó el suministro económico, me desheredó, fingió que no me conocía, aun sabiendo que yo podía acabar con su mundo de lujo y ostentación en un abrir y cerrar de ojos. Yo me alejé, quería asegurarme de que Dovie no se viese afectada por él y por sus maquinaciones desesperadas. Mi padre sabía que Bax formaba parte de la vida de Dovie, sabía que nadie podría hacerle daño sin pasar primero por él, y por ahora eso era suficiente. Mantenerla a salvo era lo prioritario, siempre. Era una de las principales razones, además de no tener otra manera legítima de ganar dinero, por las que hacía lo que hacía.
Sinceramente, yo nací para cobrar apuestas. Tenía cerebro para ser corredor de apuestas y prestamista. Tenía memoria fotográfica. Recordaba cada nombre, cada cara y cada cantidad de dinero que se debía y que se prestaba de la gente con la que trataba. No necesitaba una hoja de cálculos, no necesitaba anotar nada. Los federales nunca encontrarían un librito negro, jamás hallarían en mi ordenador prueba alguna que me inculpara. Estaba todo en mi cabeza, a salvo. Además así resultaba más fácil hacer los cálculos. Tenía resultados infinitos, toneladas de estadísticas, los horarios de cada partido y las alineaciones de los equipos por días, todo almacenado en mi cabeza, esperando a ser recordado en el momento oportuno. Para mí era un buen sistema, aunque no tanto para aquellos que arriesgaban lo que no podían perder. Yo nunca me olvidaba, de modo que no había manera de librarse de una deuda, ni de discutir lo que se debía, razón por la cual el taller estaba lleno de coches robados que esperaban a que sus dueños pagaran.
Me serví otro whisky y estaba desnudándome para darme una ducha antes de meterme en la cama cuando sonó el teléfono. Siempre sonaba. La gente quería hacer apuestas, quería pedir dinero a cualquier hora del día y de la noche, pero el tono de llamada que resonaba por el loft era el de Dovie, así que dejé caer los vaqueros y me llevé el teléfono a la oreja mientras manipulaba la ducha. No había temperatura intermedia en el loft. O salía el agua hirviendo o helada.
—Bax acaba de marcharse. No creo que tarde en llegar. —Se tardaba veinte minutos en coche desde el corazón de la ciudad hasta los suburbios donde vivían Dovie y Bax, lo que significaba que él tardaría diez.
Ella soltó una suave carcajada. Siempre me alegraba oír la alegría sin filtros con la que vivía mi hermana ahora.
—Ya está en casa. Solo quería ver cómo estabas. Brysen me ha dicho que ha habido un tiroteo en la fiesta y Bax me ha dicho que fuiste a saldar deudas desarmado… otra vez.
Había censura en su tono. Nunca pensé que llegaría el día en que mi hermana pequeña me alentara a llevar una pistola.
—No eran más que críos. No pasa nada.
—Si alguien te dispara, sí que pasa. Alguien podría haber resultado herido.
Por «alguien» di por hecho que se refería a Brysen. Estaban muy unidas y Dovie no tenía muchas amigas, así que comprendí su sutil advertencia. Debía tener más cuidado con el momento y el lugar en los que llevara a cabo las transacciones asociadas a mi trabajo.
—Me he asegurado de que ella estuviera a salvo.
Dovie suspiró.
—Gracias, pero también hablaba de ti, Race. No puedo permitir que te ocurra algo.
Todos teníamos heridas que seguían intentando cicatrizar después de la desaparición de Novak.
—Lo sé, hermanita. Lo sé.
Ella emitió un sonido y le gritó algo a Bax.
—Brysen no sale mucho desde que volvió donde sus padres. Es una mierda que su única noche fuera del trabajo tenga que acabar así.
Metí una mano bajo el agua y la saqué de inmediato. Ni los cubitos de hielo podían estar más fríos. Me estremecí y giré el mando en la otra dirección.
—¿Por qué trabaja tanto? Pensaba que era de buena familia. Sé que vive en una buena zona y tiene una casa en condiciones.
Dovie suspiró de nuevo.
—En realidad no conozco toda la historia. Cuando me alojé en su casa en la época en la que se complicaron las cosas con Bax, me dio la impresión de que ella era quien llevaba la casa. Cuida de su hermana pequeña. Yo ni siquiera vi a los padres mientras estuve allí. Tú mejor que nadie deberías saber que no hay que juzgar a la gente basándose en su código postal.
Era cierto.
—Estaba a punto de darme una ducha. ¿Algo más?
—Te quiero, Race. Por favor, recuérdalo.
—Lo sé, Dovie. Créeme, lo sé.
—Y creo que Brysen está colada por ti.
Eso hizo que me carcajeara.
—Ya te gustaría. Si me odia.
Pero también estaba ese beso. El beso que era solo la punta del iceberg de las fantasías sexuales que tenía con ella.
—En serio. Hablo de ti a todas horas. Cuando hablo de Bax, cambia de tema, se pone nerviosa, pero, cuando hablo de ti, me deja hablar y hablar. Haríais buena pareja.
Era verdad, y habría renunciado a todo el dinero que tenía en la caja fuerte con tal de poder ver desnuda a Brysen Carter.
—Me alegra que no hayas perdido la capacidad de soñar.
Ella se rio de aquella manera despreocupada y me deseó buenas noches. Tiré el teléfono junto al lavabo y me desnudé para poder meterme bajo el agua, que abrasaba. Siseé entre dientes y dejé que el vapor y el calor aliviaran parte de la frustración sexual que me atenazaba las tripas.
Podía sentirla. Sus pechos generosos, su piel suave, su melena sedosa, y una boca dulce y codiciosa a partes iguales. Me besó como si supiera las obscenidades que deseaba hacer con ella. Apreté los dientes mientras el agua caliente resbalaba sobre mi erección. Tal vez debiera haber elegido el agua fría si iba a empezar a tener fantasías pornográficas mientras me duchaba.