Capítulo 15

Brysen

 

Aquello era mucho más difícil de lo que había imaginado que sería. Hacía tiempo que mi madre había dejado de ser una de mis personas favoritas. Sin embargo, me dolía verla firmar los papeles que la mantendrían encerrada en aquel centro durante tres meses sin contacto del exterior. Parecía asustada y le temblaban las manos, Karsen intentaba secarse las lágrimas de las mejillas y yo intentaba mantener la compostura. Aquel era el único momento en el que podía ingresar en el centro, y a mi hermana y a mí aún nos quedaba por delante un día entero de clases.

El tipo con el que Race lo había organizado todo había acelerado a regañadientes el proceso para que mi madre empezara a recibir tratamiento. Era evidente que estaba saltándose las normas y podría meterse en problemas si alguien descubría cómo mi madre había encontrado plaza en el centro. Creo que debió de repetir por lo menos cinco veces que, si ella rompía alguna de las normas, si no se tomaba la medicación o si cometía cualquier tipo de infracción, sería expulsada y aun así su deuda con Race seguiría estando saldada. Mi madre se limitó a asentir como una marioneta y le aseguró a quien quisiera escucharla que estaba lista para recibir ayuda.

Yo me preguntaba si se daría cuenta de que recibir ayuda significaba hurgar en el hecho de que le había arrebatado la vida a un hombre con sus acciones y asumir el hecho de que no le quedaría nada cuando saliese del centro. Apenas había visto a mi padre desde que me enterara de sus adicciones, pero ya no había manera de ignorar los avisos de ejecución y las advertencias de bancos y prestamistas que llenaban nuestro buzón.

Habían pasado dos semanas desde que mi relación con Race se convirtiera en algo más. Dos semanas en las que lo había organizado todo para que mi madre consiguiera plaza. Dos semanas en las que había insistido en que un hombre intimidante con una cicatriz en la cara y el ceño fruncido permanentemente, que respondía al nombre de Booker, me siguiera a todas partes. Dos semanas en las que el banco había enviado el último aviso de impago, informándonos de que teníamos hasta final de mes para pagar o marcharnos. Y, quizá lo más importante de todo, dos semanas en las que me había dado cuenta de que, si no veía a mi dios dorado, lo echaba terriblemente de menos.

Entre encargarme de mi madre, intentar decidir dónde iríamos Karsen y yo y ponerme al día con las clases ahora que todo estaba aclarado, no había tenido tiempo de ver a Race. Deseaba hacerlo ese fin de semana, pero era noche de pelea en el Pozo y había una especie de combate eliminatorio, así que no había estado disponible. Cuando logré localizarlo en uno de sus muchos teléfonos, me alegró oír que él tampoco parecía contento de no verme, y después me dijo que, si notaba algo raro, se lo dijera a Booker. Yo ya había tenido que entregarle al gigante mi portátil nuevo y esperar ansiosa mientras lo manipulaba y buscaba Dios sabía qué. Si había spyware en ese, el gigante no lo localizó, lo cual hizo que Race se tranquilizara un poco, aunque yo seguía sintiéndome vigilada.

No era que me pareciera mal tener a mi lado a un hombre capaz de arrancarle la cabeza a alguien solo porque le mirase mal, lo que me molestaba era más bien el hecho de que no hablara y no pareciera muy contento de tener que cuidar de mí. Era algunos años mayor que yo y bastante más alto que Bax y que Race. Tenía el pelo corto y oscuro, y una frente ancha que hacía que la cicatriz que nacía junto a su ceja y bajaba hasta la mandíbula se notara más. Era una pena, teniendo en cuenta que era un hombre bastante guapo. Sus ojos eran de un bonito azul metálico. Eran tan claros que parecían plateados como espejos, y su cara era fuerte y angulosa, lo que le confería un aspecto muy masculino. Si no fuera por la cicatriz, habría podido compararse con Race, y no me hacía especial gracia que mi hermana le dirigiera miradas furtivas cuando pensaba que nadie la veía.

—No estés nerviosa, mamá. Aquí te darán la medicación adecuada y te ayudarán a mejorar. —Le puse una mano en el hombro e intenté no estremecerme al notar que temblaba—. Es lo que tiene que ocurrir.

Karsen asintió y se mordió el labio. Parecía tan pequeña y tan frágil que resultaba doloroso que tuviera que formar parte de aquello. Mi madre se fijó en mi mirada y bajó la voz para que solo yo pudiera oírla.

—¿Qué vas a hacer? La casa… no hay dinero.

Parecía verdaderamente angustiada por las circunstancias, y tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no recordarle que ya era demasiado tarde. Tal vez si no hubiera conducido estando borracha, tal vez si hubiera seguido tomando la medicación, tal vez si hubiera abandonado al egoísta de mi padre antes de llegar a ese punto, yo me habría creído su arrepentimiento y su vergüenza. Sin embargo me revolvía las tripas y la incredulidad y el resentimiento luchaban por la supremacía en mi interior.

—No te preocupes por nosotras. Ya se me ocurrirá algo.

Terminó de rellenar los papeles y se los entregó a una enfermera que estaba a un lado contemplando aquel incómodo momento familiar. La empleada nos dijo que teníamos cinco minutos más para despedirnos y después le asignarían una habitación a mi madre. Karsen dejó de intentar disimular las lágrimas y rodeó a mi madre con los brazos. Oí que le decía que la quería y mi madre repitió lo mismo. Cuando se separaron, mi madre se volvió hacia mí y yo negué con la cabeza. Quería que recibiera ayuda y que fuera capaz de ofrecerle a mi hermana cierta estabilidad paterna, pero no iba a fingir que estábamos allí, en aquel lugar, sin razón.

Estiré el brazo, le apreté la mano y le dije:

—De verdad quiero que recibas la ayuda que necesitas, mamá. Por favor, no malgastes esta oportunidad. No habrá más.

Al final Race se quedaría sin gente a la que pedir favores y, si mi madre echaba a perder aquella oportunidad de arreglar su vida, ya no habría nada que yo pudiera hacer para intentar enderezar a la familia.

Karsen se apoyó contra mí y le pasé un brazo por los hombros mientras veíamos cómo se llevaban a nuestra madre. Ella nos miró por encima del hombro y yo noté que el cuerpo delgado de Karsen temblaba junto al mío. Era demasiado frágil para eso. ¿Cómo iba a sacarla de una bonita casa en las afueras y a meterla en un cuchitril en el centro de la ciudad si ni siquiera podía afrontar la realidad de quién era realmente su madre?

—Todo saldrá bien. —Quería parecer tranquilizadora, pero soné cansada y triste.

—Eso espero. Hace tiempo que las cosas no están bien.

Al oírla sentí un vuelco en el estómago, así que la abracé con más fuerza.

—Lo siento mucho.

Ella suspiró y me dio un empujón con el codo, como hacíamos cuando éramos pequeñas y nos zarandeábamos la una a la otra.

—Tú siempre has hecho todo lo posible para que todo estuviese bien, Brysen, pero, si nadie más en esta familia está dispuesto a mantener las apariencias, entonces empiezan a notarse las grietas. No es culpa tuya.

—No, pero no pienso rendirme.

—Sé que no lo harás —dijo mirándome con sus ojos caoba.

La saqué de la sala de espera y la llevé hasta la puerta de entrada del centro. No parecía tanto un hospital como un bonito spa donde las señoras de clase media pasarían la tarde. Cuando llegamos al aparcamiento me puse las gafas de sol y vi que Karsen se fijaba de inmediato en la enorme furgoneta negra que había aparcada a pocos metros de mi BMW.

—¿Por qué ese tío te sigue a todas partes?

No disimuló que estaba mirando al hombre sentado al volante y no me gustó que él le enseñara los dientes como un lobo hambriento. Mi hermana me había preguntado en repetidas ocasiones por qué ese hombre sombrío y su furgoneta parecían estar cerca siempre que íbamos a cualquier parte, y las respuestas fáciles ya no parecían funcionar, así que le dije la verdad.

—Porque Race está preocupado por mí. Alguien estaba espiándome a través de mi antiguo ordenador y después intentó hacerme daño después del trabajo. Race conoce a algunas personas que dan mucho miedo, y al parecer Booker es una de esas personas, y espera que, si tengo una especie de guardaespaldas, mi acosador se mantenga alejado.

Al enterarme de lo de mi ordenador, me había derrumbado. Lloré durante una hora y después grité a Race cuando me preguntó quién podría haber descargado esos programas. Si tuviera la respuesta a esa pregunta, no me encontraría en esa situación. Después de colgarle el teléfono y dar vueltas de un lado a otro hasta casi hacer un surco en el suelo, empecé a sentirme culpable por pagar mi frustración con la única persona que estaba intentando ayudarme. Antes de poder llamarle para disculparme, me había enviado un mensaje con la foto de Booker y me había dicho que ahora tenía una nueva sombra. Aquel hombre corpulento me seguiría allí donde fuera, me gustara o no. Después me escribió diciendo que, si alguna vez volvía a colgarle el teléfono, se presentaría en mi puerta al cabo de diez minutos y no me gustaría el resultado. Me molestaba que me amenazara, pero entendía de dónde provenía, así que le dije que lo sentía y que estaba deseando que se presentara en mi puerta de verdad.

Karsen, por supuesto, con su mente romántica e inocente, se centró en la parte de mi confesión que menos importancia tenía.

—Entonces, ¿Race es como tu novio?

Le dirigí una mirada de reojo y desbloqueé el coche. Tras montarnos y ponernos los cinturones, le dije:

—No creo que Race esté hecho para ser novio.

Ella giró la cabeza y se quedó mirando por la ventanilla. Tardé un segundo en darme cuenta de que estaba mirando fijamente la furgoneta aparcada detrás a través del espejo retrovisor.

—Pero tiene a alguien protegiéndote y te ha ayudado con mamá, además te llama y te envía mensajes todo el tiempo, y sé que las noches que no vuelves a casa después de trabajar te quedas con él. Si no es tu novio, entonces ¿qué es?

No estaba segura de tener respuesta para esa pregunta. Race era muchas cosas, no solo para mí, sino en general.

—Es importante para mí y sé que se preocupa por mí. Me gustaba desde hacía mucho tiempo, pero viene de un mundo muy distinto al mío y todavía no sé si puedo encajar en él.

Ella volvió la cabeza para mirarme y vi que empezaba a tirar de los hilos sueltos de un agujero que tenía en la rodillera del pantalón vaquero.

—¿Porque vive en La Punta?

Yo resoplé. Si al menos fuera tan fácil de explicar.

—No. Race no empezó en La Punta, pero, ahora que está allí, ha decidido que quiere hacerse cargo de todo lo que sucede. No es precisamente un ciudadano que cumpla la ley y, aunque creo que en el fondo es un buen hombre que toma decisiones difíciles, esas decisiones son horribles y afectan a más personas. No sé si puedo formar parte de eso, aunque desee estar con él.

Volvió a mirar a través del espejo y bajó la voz.

—Si es amable contigo, cuida de ti y te hace feliz, las decisiones que tome que afecten a otras personas no deberían importar. Las personas siempre se hacen daño las unas a las otras y, si tienes a un hombre que se desvive por no hacerte daño, bueno, eso es lo que importa. Sea rico o pobre.

—Es una visión muy sombría para una chica de dieciséis años, Karsen.

Ella se metió el pelo detrás de la oreja como hacía yo y se volvió hacia mí.

—En algún momento, mamá y papá se quisieron, pero han acabado haciéndose daño y también a nosotras. Los chicos de mi instituto se creen con derecho a todo porque viven en un código postal concreto y no les importa el daño que puedan hacer. Dovie estuvo a punto de morir por culpa de malas personas y de las acciones de otras personas que no tenían nada que ver con ella. Hay dolor por todas partes, Brysen. No estoy ciega. Las decisiones de todos afectan a los demás. Mira dónde acabamos de dejar a nuestra madre.

Vaya, y yo que pensaba que estaba aislándola y protegiéndola de los demonios que llamaban a nuestra puerta y, sin embargo, ella los veía con más claridad que yo.

—Tienes razón.

Me dirigió una leve sonrisa que me produjo un vuelco en el corazón. Adoraba a aquella chica.

—Además, Race está muy bueno. Serías una idiota si dejaras escapar la oportunidad de estar con alguien así.

Eso me hizo reír, principalmente porque tenía razón. Sería una idiota si no aprovechaba todo lo que Race parecía dispuesto a ofrecerme, incluido su cuerpo.

Al acercarnos al instituto, recordé las palabras de Karsen. Mi hermana era una chica pacífica que quería que todo el mundo se llevase bien y fuese feliz. Me había quedado preocupada al oírle decir que los chicos de su instituto se creían con derecho a todo.

—Oye, ese chico que te gustaba, ¿qué pasó con él?

Se encogió de hombros y siguió mirando por el espejo la furgoneta.

—No era tan majo como pensaba.

Apreté la mandíbula y el volante con las manos.

—¿Qué quiere decir eso exactamente? —Mi voz sonaba severa y vi que ella se estremecía al oírme.

—Quiere decir que, como en realidad no vivo en La Colina, sino al lado, puede tontear conmigo, pero no salir conmigo. Cuando me di cuenta de eso y le ignoré, se puso pesado. Se portó mal e intentó que me rebajara a su nivel una y otra vez. —Giró la cabeza y me miró a los ojos—. Los chicos como Parker son el tipo de persona que no debe tomar las decisiones difíciles del mundo, Brysen. Es una persona horrible y será peor a medida que crezca. Todos estamos mejor cuando son hombres como Race los que se encargan de las cosas malas del mundo. Al menos él es buena persona.

Al fin habíamos llegado al instituto y, cuando nos detuvimos, se inclinó y me dio un beso en la mejilla. Después abrió la puerta, salió y agachó la cabeza para mirarme una última vez.

—Desde mi punto de vista, Race nos está dando a todos la oportunidad de empezar de nuevo. Sigue el consejo que le has dado a mamá y no dejes pasar esa oportunidad, Brysen. Te quiero.

Cerró la puerta y yo me quedé mirando cómo se mezclaba con la multitud de adolescentes vestidos de manera similar. Vi que agitaba la mano para despedirse, pero no de mí, sino del mastodonte que iba al volante de la furgoneta negra. Las Carter no podrían hacer borrón y cuenta nueva. Nuestros padres ya se habían encargado de eso.

Pensé en las palabras de Karsen, en lo madura que parecía para la edad que tenía, y en lo inútiles que habían sido realmente mis esfuerzos por protegerla de las desagradables realidades de nuestra familia. Me fastidiaba que mi hermana pequeña pareciese entender mejor que yo lo que sucedía a nuestro alrededor. Salí del BMW resoplando y caminé hasta la furgoneta que estaba aparcada detrás. Me puse las gafas en la cabeza y me obligué a mirar directamente a aquellos ojos pálidos sin fijarme en la cicatriz.

—Tengo clase todo el día, así que puedes tomarte el día libre hasta las siete.

Booker dejó caer uno de sus brazos fuertes por la ventanilla y arqueó una ceja sobre el ojo que tenía la imperfección. Le dio un aspecto aún más siniestro.

—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe a clase y te lleve los libros?

El sarcasmo de su voz sonó tan claro que casi pude tocarlo. Ladeé la cabeza y lo miré con una ceja levantada.

—Obviamente no quieres estar haciendo esto. ¿Qué es lo que le debes a Race exactamente?

Él soltó una carcajada seca y se pasó la mano por el pelo engominado.

—Puede que parezca tonto, pero crecí en La Punta, así que sé a qué caballo apostar en una carrera si quiero mantener intactos mis órganos vitales. —Puse los ojos en blanco al oír su inteligente elección de palabras—. A Race no le debo nada. Me ofrecí a hacer esto, rubita, porque quiero que tu chico guapo me deba a mí algo. Además, seguir a dos chicas guapas no es tan difícil, aunque sea terriblemente aburrido.

Dios. Parecía que nadie en el mundo de Race hiciera nada de corazón. De hecho, empezaba a pensar que mi dios dorado era el único que caminaba entre las sombras que poseía aquella parte del cuerpo en concreto.

—Mi hermana no es más que una cría, así que vigila dónde miras, gigantón. —Me recoloqué la mochila sobre el hombro y lo miré con los párpados entornados—. Sean cuales sean tus razones, te agradezco que me vigiles.

—Guapa, salí de la cárcel hace poco. No tengo intención de volver allí por una jovencita guapa, y además no quiero que mis restos acaben desperdigados por toda la ciudad si tu chico la toma conmigo. Ya te he dicho que puede que parezca tonto, pero las apariencias engañan.

A mí me lo iba a decir. Me despedí de él y me dirigí hacia el edificio donde tenía la clase de estadística. Una cosa estaba clara: los personajes que formaban parte de mi vida desde que empezara a verme con Race eran las personas más interesantes y terroríficas que una chica podría conocer. Me preguntaba qué diría de mí el hecho de preferir a esos tipos antes que a los universitarios y académicos que avanzaban a mi alrededor mientras subíamos todos las escaleras hacia el segundo piso del edificio.

Estaba tan absorta en mis pensamientos que, cuando alguien me dio un empujón, le resté importancia y no me di la vuelta para ver quién había sido. La escalera estaba llena de estudiantes y todos llevaban mochilas enormes llenas de libros y cuadernos, así que estaba segura de que había sido un accidente y que alguien me habría empujado sin darse cuenta. Intenté moverme para ver si podía apartarme del centro de la escalera, pero sentí otro empujón más fuerte que me hizo girar la cabeza para decirle al responsable que anduviese con más cuidado. Fue un gran error.

Tenía un pie en los escalones a punto de subirlo al siguiente y no tenía mucho equilibrio debido a lo pesado de mi mochila. No estaba cerca de la barandilla y no encontré nada a lo que agarrarme o algo que me impidiera caer hacia atrás cuando alguien me dio un empujón y comencé a descender por las escaleras mientras la gente me abría paso y me dejaba caer. No habría sido para tanto, la gente se caía por las escaleras a diario, pero, cuando unas manos fuertes aparecieron de la nada y me dieron un último empujón para asegurarse de que me precipitaba contra el suelo de cemento del piso de abajo, supe que el resultado no iba a ser agradable. Solté un grito ahogado porque sabía que el impacto era inminente.

Por suerte, justo antes de terminar de caer, un chico que no era consciente de la caída no logró apartarse a tiempo y acabó frenándome. Aterricé con medio cuerpo encima de él y el otro medio contra el suelo. Por desgracia para mí, fue la parte superior de mi cuerpo la que golpeó el suelo de hormigón cubierto de linóleo. Me di un golpe seco en la cabeza y noté el dolor inmediato. Saboreé mi propia sangre y oí las voces de preocupación a mi alrededor. Oí que alguien decía mi nombre e intenté mirar en esa dirección, pero eso me produjo un fuerte dolor por toda la cabeza. La oscuridad comenzaba a nublarme la vista, quería decir que alguien me había empujado, que alguien estaba intentando hacerme daño. Pero, sobre todo, quería que alguien llamase a Race. Quería que él estuviese allí.

Oí que alguien mencionaba una caída y quise gritar que no, que me habían empujado, pero sentía la sangre en la nariz y creo que estaba empezando a tragármela. Resultaba mucho más fácil cerrar los ojos y dejar que la oscuridad me envolviera como un manto. Al final fue más fácil rendirme y dejar que la oscuridad me rodeara.

 

 

—No pienso dejar que volváis a la casa después de esto.

Yo no podía abrir los ojos, pero oía la voz de Race y su rabia en algún lugar de la nube en la que flotaba. La voz de Karsen sonó temblorosa al responderle.

—Ya no estamos a salvo en ninguna parte.

Race maldijo en voz baja y sentí sus dedos acariciándome la frente. Incluso medio inconsciente, consumida por el dolor, reconocería sus caricias en cualquier parte.

—Yo me encargaré de eso. En cuanto se despierte, pienso ir a la universidad. Alguien tuvo que ver lo que ocurría y, si tengo que romperles la nariz a todos los estudiantes del campus, lo haré.

Karsen lloriqueó y yo quise abrir los ojos para decirle que no tenía por qué llorar, pero no podía. La oscuridad era cálida, agradable y, mientras estuviera allí, no tendría que preocuparme por cosas como perder la casa, enamorarme de un delincuente o el hecho de que alguien estuviera intentando matarme. Era un cambio agradable para variar.

—Cuando se despierte, el médico querrá hacerle un TAC. Se ha dado un fuerte golpe en la cabeza. —A Karsen le temblaba la voz.

Yo sentí la caricia en la frente y sobre las cejas. Quería girar la cabeza, dejar que me acariciara y que se encargara de todo. Sabía que lo haría si delegaba en él. Eso me aterrorizaba. No quería pensar en lo que significaría confiar en Race cuando el destino de una ciudad ya dependía de él.

—Entonces menos mal que tú hermana tiene la cabeza muy dura. Se pondrá bien. Solo tiene que abrir los ojos. Sé que puedes oírme, Bry. Enséñame tus ojos azules.

Karsen soltó una risa triste que me dio ganas de abrazarla.

—Se va a poner de los nervios cuando vea lo que le han tenido que hacer en el pelo para coserle la herida.

¡Mi pelo! Eso me hizo abrir los ojos y soltar un gemido cuando la luz me golpeó. Me dolía todo lo que podía dolerme.

—¿Qué le ha pasado a mi pelo? —Sí, era superficial por mi parte, y había asuntos más urgentes de los que ocuparse, pero, maldita sea, tenía un pelo asombroso. Era una razón más para enfurecerme por cómo aquel acosador había invadido mi vida. Mi voz sonaba áspera y apenas audible en mis propios oídos.

Race dejó de acariciarme y de pronto solo podía ver sus ojos verdes mirándome sobre la cama. Tenía los labios apretados y me miraba con una sombra de preocupación.

—Aquí está. Karsen, ¿por qué no vas a buscar a una enfermera y le dices que se ha despertado?

Aquellos ojos verdes se acercaron más antes de besarme en los labios.

—No sabes lo preocupado que estaba, Brysen. —Su voz sonaba rasgada y quería acariciarle la cara, pero me dolía hasta parpadear.

—Me empujaron por las escaleras.

—Lo sé. Caíste un tramo entero de escaleras hasta aterrizar en el suelo. Te abriste la cabeza. Perdiste mucha sangre y has estado inconsciente cuatro horas. El médico temía que te hubieses dañado el cerebro.

Sonaba bastante serio. Solté un gemido y me concentré en algo que pudiera comprender.

—¿Qué le ha pasado a mi pelo?

Él suspiró contra mis labios y se apartó. Me acarició la mejilla con la palma de la mano y me mostró aquel hoyuelo seductor.

—Vas a necesitar un corte de pelo cuando salgas de aquí. Te han dado nada menos que treinta puntos para cerrarte la herida de la cabeza. Te diste un buen golpe, preciosa.

Maldije en voz baja y lo miré parpadeando.

—Esto es una mierda, Race —dije, y supe que sabría que no me refería al destrozo en mi melena.

—Cada vez va a más. No creo que estés a salvo, ni siquiera con Booker pegado a ti. Voy a buscar un sitio para que te mudes con Karsen hasta que descubra de quién se trata. Estoy harto de perder el tiempo y de esperar a ver cuál es su próximo movimiento. No estoy dispuesto a ponerte en peligro.

Aquello fue suficiente para que se me derritiera el corazón, o al menos habría sido así si hubiera podido sentir el corazón a través del intenso dolor que inundaba mi cuerpo.

—¿Qué voy a hacer ahora?

Él volvió a agachar la cabeza y, en esa ocasión, me besó con una ferocidad que casi pude paladear.

—Tendrás que quedarte aquí un poco. Tenemos que asegurarnos de que estás al cien por cien. Le pediré a Booker que se quede contigo y buscaré un sitio seguro donde llevar a tu hermana. Después rebuscaré en todos los rincones hasta dar con el cabrón que te ha hecho esto.

Se apartó y me dio la mano. Yo le apreté los dedos y dejé que se me cerraran los ojos.

—No puedes llevar a mi hermana a un desguace. Gracias por querer protegerla, pero no es lugar para ella, Race.

Él se rio.

—Solo es un desguace a veces, pero ya sé que no puede ir allí. Confía en mí, Brysen.

Volví a abrir los ojos para que pudiera ver lo que sentía. Esperaba que se me notara a pesar del dolor.

—Confío. No creí que pudiera, pero ahora mismo eres la persona en la que más confío.

—Cuidaré de ti.

Volví a cerrar los ojos y le apreté los dedos de nuevo. Oí la voz de Karsen frente a la puerta y otra voz más profunda que le hacía preguntas. Estaba preparada para delegar. No podía seguir aferrándome a todo y no mentía. Sí que confiaba en Race y sabía que hablaba en serio al decir que cuidaría de mí. Creo que al fin estaba dispuesta a permitirle hacerlo y, más que eso, estaba dispuesta a permitirle ayudarme a cuidar de mi hermana. Solo esperaba que no nos decepcionara a ninguna de las dos porque sabía que, si fracasaba, nadie saldría con vida.

Se despidió de mí y me dijo que volvería en cuanto pudiera. También me recordó que Booker, con su presencia amenazante y corpulenta, montaría guardia frente a mi puerta, así que podría descansar tranquila sin miedo a que alguien me atacara mientras no pudiera moverme. Claro, era más fácil decirlo que hacerlo.

Se marchó y lo sustituyó mi hermana. Me obligué a sonreír, pero no logré levantar los párpados. Le tiré de la mano cuando me la agarró y pregunté:

—¿Mi pelo está muy mal?

La oí tomar aire y supe la respuesta. Esperaba que, cuando Race lograra desenmascarar al acosador, pudiera tener un minuto a solas con él y con unas tijeras. Disfrutaría de mi venganza.