Capítulo 12

Race

 

Esperé pacientemente apoyado en el guardabarros del coche de Bax mientras este terminaba de meterle mano a mi hermana. Seguía sorprendiéndome que, después de todo ese tiempo, siguieran comportándose así. Bax era un ser oscuro, rodeado por la violencia y la incertidumbre del lugar en el que había hecho cualquier cosa por sobrevivir. Dovie era una chica dulce y, pese a los duros momentos que había tenido que soportar, no había permitido que eso envenenara la bondad que llevaba en su interior. Sabía que se querían, que nada en el mundo, nada que La Punta pudiera provocar, los separaría jamás, y eso era hermoso. También los convertía en una fuerza peligrosa. Dovie le había dado a Bax algo por lo que vivir, algo por lo que luchar, y Bax le había dado a ella algo que fuera completamente suyo. No pasaba un solo día sin dar gracias por tenerlos a ambos en mi vida.

En realidad tenía en la cabeza otros asuntos más apremiantes que el hecho de que Bax tuviera las manos por debajo de la camiseta de Dovie. El cerdo del profesor ayudante había reculado y había empezado a balbucear en cuanto lo había acorralado en el salón de actos vacío. No sé si fue porque lo agarré del cuello de la camisa y lo zarandeé como a un muñeco de trapo o porque Bax resultaba amenazante con su presencia silenciosa, pero el tipo había empezado a parlotear de inmediato y no había tardado en admitir que estaba bajándole la nota a Brysen a propósito. Creo que, si le hubiera presionado un poco más, se habría meado encima, pero la información que me había dado resultaba más valiosa que su vergüenza.

Lo solté y le dije que pediría el traslado de clase, o mejor aún, el traslado de facultad, y estuvo de acuerdo. Le dije que se mantuviera alejado de Brysen. Fue entonces cuando me dijo la razón por la que había estado fastidiándola y por qué se había propuesto arruinarle el cuatrimestre, y era esa razón la que ahora daba vueltas en mi cabeza. Sí, Brysen le había rechazado cuando le había pedido que saliera con él y no había tenido mucho tacto al hacerlo, pero el tipo insistía en que entonces ella había empezado a acosarle online. Contó que le enviaba mensajes humillantes, correos horribles en los que le decía que un tío como él nunca tendría una oportunidad con ella, que colgó cosas horribles en su Facebook y que, en definitiva, le hizo quedar y sentirse como un idiota. Según decía, Brysen se comportaba como la típica niña rica malcriada y él era su objetivo. Dijo que era una abusona sin emplear esa palabra. Así que contraatacó de la única manera que sabía, manipulando sus notas.

El problema con lo que contaba era que yo sabía que Brysen estaba muy ocupada y además había revisado su viejo ordenador. Ni siquiera tenía perfil de Facebook, y la única cuenta de correo que utilizaba era a la que tenían acceso todos los estudiantes, que estaba registrada a través de la universidad. La correspondencia que había podido rescatar eran mayoritariamente asuntos aburridos relacionados con clases y proyectos. No había nada alarmante que confirmara la historia de aquel tío, pero su reacción y su disposición inmediata a desaparecer del mapa hacían que me preguntara qué estaría pasando en realidad. Alguien no solo estaba acosándola, sino que además estaba manipulando su vida en la sombra. No me gustaba nada en absoluto.

Levanté la mirada cuando Bax regresó al coche. Iba a reprenderle por magrear a mi hermana a plena luz del día, pero no tuve ocasión porque empezó a sonar mi móvil. No quise contestar al ver que se trataba de Nassir, pero lo hice de todos modos. Al fin y al cabo, eran los negocios.

—¿Qué pasa?

—Necesito que muevas tu culo hasta el Distrito. —Parecía furioso.

—¿Por qué? —Le hice un gesto a Bax para que esperase un segundo y este se apoyó en el otro guardabarros y se encendió un cigarrillo.

—Porque alguien le ha dado una paliza a Roxie y le ha dicho que nos diera un mensaje.

Me quedé con los ojos muy abiertos y miré a Bax. Roxie era una chica que se prostituía y ganaba mucho dinero haciéndolo. Bax y ella tenían un pasado, mucho antes de que ella empezara a prostituirse. Bax no se había mantenido en contacto con ella desde que empezara a salir con Dovie, pero yo sabía que aquello le cabrearía.

—¿Cuál era el mensaje?

Nassir blasfemó y oí a alguien gemir dolorosamente al fondo. Le ordenó a Chuck que fuese a ver por qué el médico tardaba tanto y después volvió a dirigirse a mí.

—Que esto es solo el principio.

—Joder. ¿Ella sabe quién era?

—Apenas puede hablar. Parece como si alguien le hubiera pisoteado la cara. Lo único que he entendido es que se trataba de un cliente normal, de los de siempre, y que, al abrir la puerta, no era él. Quien haya sido no se anda con bromas. Está fatal.

Nadie se merecía sufrir así, aunque tuviera un trabajo arriesgado.

—Pensaba que vigilabas a las chicas que trabajan para ti, Nassir. ¿Cómo ha ocurrido?

—No te atrevas a cuestionar cómo gestiono mi negocio, Race. Tengo gente en la calle vigilando a las chicas. Si aceptan nuevos clientes, si les piden cosas raras, si creen que algo parece sospechoso, no permito que hagan nada que pueda ponerlas en peligro, o poner en peligro la operación. Como ya te he dicho, Roxie dice que era un cliente rutinario, que no había nada extraño. Sea quien sea este tipo, sabe cómo funcionan los lugares como el Distrito. Sabía que ella no iría sola a recibir a un nuevo cliente.

—¿Con quién era la cita original?

Nassir se quedó callado y le oí repetir la pregunta. Se oyeron más lamentos y después una voz de mujer que le decía que era un bastardo. Tenía que ser Honor, nadie más tenía las pelotas de hablarle así a Nassir.

—Creo que está intentando decir Marcus no sé qué. —Vaya, Marcus no paraba de hacer amigos últimamente.

—¿Marcus Whaler?

Nassir repitió la pregunta y se distrajo cuando apareció el médico.

—Sí.

Dejé escapar el aliento.

—Marcus Whaler está en el hospital porque le rompí las rótulas el fin de semana pasado con una llave de cruceta. ¿Qué coño está pasando?

—No lo sé, pero tiene que parar. —La furia de Nassir dio paso a la frialdad. Era entonces cuando más miedo daba.

—Bax está aquí conmigo. Me pasaré por el hospital para ver qué dice Marcus. ¿Crees que esto podría estar relacionado con Novak? ¿Podría ser uno de sus hombres que dejaron escapar los federales?

—Me importa una mierda quién sea. Ahora esta es nuestra ciudad y haré lo que sea para protegerla.

Estaba de acuerdo con él.

—Envíame un mensaje para saber cómo está ella.

Colgué el teléfono y miré a Bax. Él había tensado los hombros y su mirada se había oscurecido de tal modo que yo sabía que no estaba contento.

Me guardé el teléfono y me froté la nuca con la mano.

—A Roxie le han dado una paliza. Nassir la tiene en Spanky’s esperando al médico. Dice que es grave.

Bax apagó el cigarrillo y se apartó del coche.

—¿Uno de sus clientes? —Su voz sonaba tan dura como su mirada.

—No. Parece que alguien le ha tendido una trampa y nos ha enviado un mensaje a Nassir y a mí. Le ha dicho que nos dijera que «esto es solo el principio».

Se quedó mirándome durante varios segundos y después caminó hasta su lado del coche.

—Eso es lo que tiene intentar llevarle ventaja a La Punta: siempre contraataca y, con frecuencia, acaban sufriendo los inocentes.

Me monté en el coche y me quedé mirando por la ventanilla mientras él salía del aparcamiento derrapando.

—Ve hacia el hospital —le dije, pero no respondió mientras avanzaba entre el tráfico a toda velocidad—. El tipo con el que se suponía que iba a quedar está ingresado allí. Quiero hablar con él.

—Hablar está sobrevalorado cuando pegan a una chica, Race.

Lo miré por el rabillo del ojo y le dije:

—Es el mismo que intentó librarse de pagar la deuda contratando a un matón para que me pegara. No va a ir a ninguna parte, Bax. Le rompí las rótulas después de deshacerme del matón.

Giró la cabeza hacia mí y vi que me dirigía una débil sonrisa.

—No sabía que tuvieras lo que hay que tener.

Yo resoplé.

—¿En serio? ¿Acaso no te rompí la muñeca la noche que nos conocimos?

—Sí —respondió riéndose—. Eso sí que me sorprendió. Pensé que con ese pelito rubio y esa actitud de niño rico con la que te paseabas por ahí te convertirían en un objetivo fácil. Es curioso, las cosas contigo nunca han sido fáciles.

—No, no lo han sido. ¿Crees que ha merecido la pena después de todo lo que hemos pasado?

Levantó un hombro y lo dejó caer mientras entraba en el aparcamiento del hospital.

—Tu hermana merece la pena. El taller merece la pena. Habernos deshecho de Novak merece la pena. Que Titus y tú sobrevivierais a las balas mereció la pena, así que supongo que depende de cómo se mire. Yo llevo aquí demasiado tiempo como para pensar que alguna vez será más fácil, pero estar ahora en el centro de todo hace que sea diferente. Ahora tengo una razón para hacer lo que hago.

—¿Qué razón? —Creía saber la respuesta, pero oírsela decir aliviaría parte de mi inquietud con respecto a mi hermana y a él.

—Dovie. Todo lo bueno y lo malo lo hago por y para ella.

—Yo también, Bax. Yo también.

Me miró y compartimos un momento en el que creo que ambos entendimos a la vez lo que sucedía en nuestro mundo y cuál era nuestro papel en él. Ambos sacrificaríamos todo por aquellos a los que amábamos, sin importar en qué tipo de hombres nos convirtiera eso.

Encontrar a Marcus fue fácil. Lo único que tuve que hacer fue preguntar por un tipo lastimero y ruin con las dos piernas rotas. Además Marcus era un idiota y no se hacía querer por nadie. Sobre todo por las guapas enfermeras que cuidaban de él, y a las que veía como presas. Cuando entramos en la habitación, quedó claro que debían de haberle suministrado una fuerte medicina para el dolor, porque, en vez de asustarse o pedir ayuda, me dirigió una sonrisa atontada.

Tenía ambas piernas escayoladas desde la mitad del muslo hasta los pies. Estaban suspendidas del techo mediante un artilugio que las mantenía por encima de su corazón, y parecía más una momia que un hombre. Tenía uno de los ojos aún hinchado y cerrado de la paliza que le había dado, pero no paraba de sonreír como un tonto, lo que me hizo preguntarme si nos sería de mucha ayuda.

—Rassssse. —Mi nombre se convirtió en un sonido largo y entonces sus ojos vidriosos se fijaron en Bax—. ¿Lo has traído para que termine lo que empezaste?

Bax gruñó y apoyó un hombro en el marco de la puerta.

—A mí me parece que hizo un buen trabajo.

—Que te follen.

Bax arqueó una ceja.

—Lo siento, tío, pero no eres mi tipo.

—Marcus, ¿a quién le habías hablado de tu cita con Roxie hoy?

Me miró con aquellos ojos drogados.

—¿Cómo sabías lo de Roxie?

Además de ser un pésimo jugador de póquer, Marcus estaba casado y tenía dos niños pequeños en casa. Un auténtico partido de hombre.

—Alguien se presentó en su casa porque estaba esperándote a ti. Le dio una buena paliza y ahora hay muchas personas cabreadas. Dos de esas personas están en esta habitación ahora mismo y no quieras saber lo que hará Nassir si no nos das algunas respuestas.

Marcus intentó negar con la cabeza, pero más bien la dejó caer de un lado a otro.

—Yo no sé nada. No he podido moverme desde que la ambulancia me trajo aquí. Además, mi mujer ha estado viniendo con los niños, así que no podía arriesgarme a llamar a una puta porque podría haberme oído.

Yo arqueé una ceja y agarré la barandilla del pie de la cama con ambas manos.

—Era una cita antigua, Marcus. ¿Quién lo sabía?

Cerró los ojos y vi que fruncía ligeramente el ceño.

—Tuve que mentir a mi mujer y decirle que me había atropellado un coche. Que te jodan, Race. ¿Qué más vas a hacerme? No podré caminar por lo menos en cuatro meses, y después a saber cuánto tiempo pasaré en silla de ruedas.

Típico de los adictos. Siempre echándole la culpa a otro. Era culpa mía que Marcus lo hubiera apostado todo con mano temblorosa y hubiese intentado soltar un farol. Era culpa mía que se hubiese jugado cuarenta mil dólares que no tenía. Y, claro, era culpa mía no haberme quedado de brazos cruzados mientras me daban una paliza para que él se librase de pagar. No había nada más molesto que alguien que intentara echarme la culpa de sus decisiones equivocadas. Así pensaba decírselo cuando de pronto Bax cerró la puerta tras él y se acercó al cabecero de la cama de Marcus. Incluso drogado como estaba, vi que Marcus abría mucho los ojos y se acobardaba.

Abrió la boca para gritar, pero Bax fue más rápido. Le tapó la boca con la mano y sacó una de las almohadas de debajo de su cabeza. Agarró el mando con el botón de la enfermera para que no pudiera alcanzarlo y se tomó la justicia por su mano. Yo debería al menos haber protestado cuando colocó la almohada del hospital sobre la cara de Marcus y apretó. Marcus le agarró los brazos y empezó a retorcerse sobre la cama mientras intentaba gritar por debajo de la almohada. Sacudía las piernas escayoladas haciendo que el artilugio metálico vibrara. Bax me miró y yo me encogí de hombros. ¿Qué iba a decir a esas alturas?

Bax levantó la almohada y oí que Marcus jadeaba mientras intentaba recuperar el aliento.

—Un imbécil que no paga sus deudas es una cosa. Un subnormal que engaña a su mujer es otra cosa, pero alguien que se queda de brazos cruzados mientras una mujer está herida no merece seguir viviendo entre nosotros. No tengo ningún problema en liquidarte, cabrón.

Bax daba miedo sin proponérselo. Cuando se lo proponía, era capaz de rivalizar con el mismo Satán.

A Marcus le caían lágrimas de los ojos y mocos de la nariz cuando Bax al fin soltó la almohada.

—Se os ha ido la puta cabeza.

Yo suspiré.

—No, pero me estoy quedando sin tiempo. —Le hice un gesto a Bax con la cabeza y volvió a imponerse sobre Marcus, que levantó ambas manos y negó violentamente con la cabeza.

—Vino un tío a verme la noche después de que ingresara aquí. Me dijo que me daría dinero para pagar lo que te debo si le decía la manera de acceder a una de las chicas de Nassir. Le dije que Nassir es cuidadoso, que sabe lo que hace, y que nunca permitiría que una de las chicas recibiera a un nuevo cliente sin estar acompañada. —Marcus nos miró a los dos y tragó saliva—. Le dije que mantendría mi cita con Roxie. Que podría ir en mi lugar si me daba otros cinco mil dólares.

Bax soltó un gruñido y Marcus levantó las manos como si aquello fuese a ser suficiente para protegerse de aquel hombre oscuro y peligroso.

—Yo no lo conocía, no lo había visto nunca. Creo que no era de aquí.

—¿Era de La Colina?

Marcus parpadeó y me miró como si la pregunta no tuviese sentido.

—No. Me refiero a que era de otro país. Tenía acento.

Bax y yo nos miramos extrañados. Nadie iba a La Punta desde otro lugar con un propósito.

—¿Acento de dónde? —preguntó Bax.

—No sé… en serio. Irlandés, escocés, británico, surafricano… algo así. Por favor, dejadme en paz. —Gimoteó y Bax lo miró con desprecio antes de acercarse al pie de la cama, donde yo estaba.

—¿Dónde está mi dinero? —pregunté.

—¿Qué? —dijo Marcus con los ojos muy abiertos.

Me crucé de brazos y entorné los párpados.

—Has dicho que ese tío te dio suficiente dinero para saldar la deuda más cinco mil extra. ¿Dónde está mi dinero, Marcus?

Era una habitación muy pequeña y resultó evidente que intentaba mirar hacia cualquier parte menos hacia la bolsa de viaje negra que alguien había intentado esconder sin mucho cuidado bajo la silla que había junto a la cama. La señalé con la cabeza y Bax se acercó para levantarla del suelo. Oí la cremallera y entonces asintió con la cabeza. Le puse a Marcus una mano en la punta del pie y le dirigí una sonrisa de todo menos sincera.

—Ya he acabado contigo. No aceptaré más apuestas tuyas. Mantente alejado de las chicas de Nassir; mantente alejado de La Punta en general, Marcus.

Tiré con fuerza hasta que el cable que sujetaba la pierna sobre la que estaba apoyado se soltó del aparato que la mantenía elevada. La pierna con la escayola cayó con fuerza sobre la cama y Marcus soltó un grito de dolor. Bax y yo nos marchamos justo cuando dos enfermeras corrían hacia la puerta. Bax se echó la bolsa al hombro y yo lo seguí hasta el aparcamiento sin decir nada.

Cuando estuvimos de vuelta en el coche en dirección al taller, no pude evitar preguntar:

—¿Un tío con acento?

Bax tardó un minuto en contestar y entonces negó con la cabeza.

—No tengo ni idea.

—Mañana me reuniré con Titus para ver qué sabe sobre mi padre. Le preguntaré.

—No me gusta.

Estábamos acostumbrados a saber quién era el enemigo, a saber lo que nos esperaba en la oscuridad. Aquel nuevo giro de los acontecimientos no entraba en nuestros planes.

—A mí tampoco. —Y no quería ni pensar en la reacción de Nassir cuando se enterase. Se suponía que nosotros éramos los nuevos amos de La Punta, y no una figura misteriosa y vengativa con acento capaz de moverse entre las sombras con la misma habilidad que nosotros.

Realizamos el resto del trayecto en silencio, que fue interrumpido solo por el sonido de mi teléfono mientras escribía a Nassir para ponerle al corriente de la situación. Su respuesta fue una retahíla de tacos. Estaba a punto de guardar el teléfono cuando me sorprendió ver que Brysen me llamaba. Suponía que seguía enfadada conmigo y pensaba darle hasta el fin de semana para calmarse. Después iría a por ella, se le hubiera pasado o no.

—¿Sí?

—¿Dónde estás?

Nada de preámbulos, y no parecía contenta.

—Voy ya de camino al taller.

—Bien. Te veré allí.

—Eh, de acuerdo. —Colgó sin decir nada más y yo me quedé mirando el teléfono con asombro. Miré a Bax y él me sonrió—. Va a reunirse conmigo en el taller.

—Probablemente haya descubierto lo de nuestra visita al profesor.

—Mierda.

—¿Parecía enfadada?

—No… no exactamente. Con ella es difícil de saber.

—Te dejaré allí y después iré a ver a Roxie.

—Será mejor que le digas a Dovie que estarás allí.

—En serio, tío, se te tiene que meter en la cabeza que lo mío con tu hermana es real. Ella confía en mí. Sabe que ya no estoy con Roxie y nunca lo estaré. No importa nadie salvo ella.

Tal vez estuviera estúpidamente enamorado de mi hermana pequeña, pero a veces era un idiota en lo referente a las emociones humanas básicas.

—Bax, antes te acostabas con Roxie y ella fue la primera persona a la que fuiste a ver cuando saliste de la cárcel. Sí, Dovie confía en ti, pero le dolería enterarse por otra persona de que has ido al Distrito a ver a una chica a la que te tirabas. Explícale la situación para ahorrarle dolor, ¿de acuerdo?

Se limitó a murmurar, pero, cuando detuvo el Hemi frente a la verja del taller, yo abrí la puerta del coche y le vi sacar el móvil del bolsillo de su capucha. Le dije que hablaríamos después y le ordené que le entregara el dinero de Marcus a Nassir, después introduje el código de seguridad justo cuando el BMW de Brysen doblaba la esquina. Atravesó las puertas y yo acababa de seguirla cuando otro coche apareció por la calle. En circunstancias normales no le habría dado importancia, pero, con todo lo que estaba pasando a su alrededor, no podía catalogarlo de simple coincidencia. Esperé unos segundos para ver si el vehículo se daba la vuelta y regresaba, pero no hubo suerte.

Las puertas se cerraron detrás de mí y caminé hasta donde Brysen había aparcado. El coche estaba vacío y ella no estaba por ninguna parte. Había llegado con antelación suficiente como para entrar por la puerta lateral y llegar al taller. No estaba seguro de si era una buena o una mala señal que me esperase en mi terreno, pero no le tenía miedo y me daba igual lo que fuese a decirme. No estaba dispuesto a dejarla marchar. Sabía que había obstáculos importantes en nuestro camino, pero eso no impedía que mi instinto animal quisiera quedarse con ella de todos modos.

Entré en el loft y me detuve en seco. Brysen estaba sentada con las piernas cruzadas en el centro de la cama, que no me había molestado en guardar. Tenía la botella de whisky del congelador en una mano y un vaso medio lleno en la otra. Llevaba el pelo recogido detrás de las orejas y me miraba fijamente con sus ojos azules. Aquella imagen fue suficiente para que mi pene se agitara al verla, pero el hecho de que llevara puesta una de mis camisas y aparentemente nada más hizo que toda la sangre de mi cuerpo se acumulara por debajo del cinturón.

Dio un trago al whisky y tuve que hacer un esfuerzo para no gemir cuando sacó la lengua para lamer una gota que resbalaba por su labio inferior.

—¿Vas a hacerle daño a mi padre, Race?

Suspiré y me acerqué a la cama para quitarle la botella. Me quedé mirándola y murmuré:

—Aún no te he mentido, Bry, y no pienso empezar ahora. Aunque eso haga que empieces a vestirte y salgas por esa puerta.

Ella ladeó la cabeza y se terminó el whisky.

—Necesito saber la verdad.

—No sé qué va a pasar con tu padre, Brysen. Debe mucho dinero y al final tendrá que encontrar la manera de pagar. Te diré una cosa: los muertos no pueden pagar, así que, aunque al final tengamos una charla, me limitaré a dejarle bien claro que será mejor que reúna el dinero… por ahora.

Eso sonaba tan poco tranquilizador que estaba seguro de que se indignaría y se marcharía, así que le quité el tapón a la botella y me terminé el whisky de un trago. Tuve que tomar aliento entre dientes. El alcohol ardía en mi garganta.

—No hay dinero, Race. La casa es del banco, se ha jugado el dinero de su jubilación y ya tienes el coche. No queda nada.

Parecía tan triste y derrotada que yo solo quise abrazarla y decirle que todo saldría bien, pero, como acababa de decirle, no iba a empezar a mentirle.

—Sucede más de lo que piensas. —Daba pena, pero era la cruda realidad y hacía tiempo que había dejado de importarme cuando oía la misma historia. Pero esta vez había algo más, algo más profundo que la decepción en su mirada, algo que hizo que el remordimiento golpeara las paredes de la caja de hierro en la que me resguardaba para hacer negocios.

No paraba de decirle que quería cuidar de ella y sin embargo allí estaba, causándole dolor indirectamente. Eso hizo que por primera vez empezara a arrepentirme de lo que hacía en La Punta, teniendo en cuenta todo el sufrimiento que Brysen había tenido que soportar ya por culpa de las decisiones de otras personas.

Entonces fue ella la que suspiró y se inclinó hacia el otro lado de la cama para dejar el vaso vacío en el suelo. El movimiento me permitió ver sus nalgas desnudas y, en esa ocasión, no pude contener el gemido. Ella arqueó las cejas, se puso de rodillas y se arrastró hasta el borde de la cama donde yo me encontraba. No se detuvo hasta estar justo delante de mí. Levantó la barbilla y me miró fijamente y con descaro.

—¿Eres tú la razón por la que el maldito profesor ayudante ha cambiado de clases de repente? El profesor va a volver a evaluar mi trabajo de todo el cuatrimestre y ahora es probable que apruebe.

Levanté la mano que no sujetaba la botella helada y le acaricié la mejilla. Deslicé el pulgar por la curva aterciopelada de su labio inferior.

—Eres una chica buena y cariñosa. Estoy harto de que la vida se empeñe en joderte. Tenemos que hablar de lo del profesor, Brysen. La historia no concuerda.

Ella frunció el ceño, pero giró la cabeza y me dio un beso en la palma de la mano que me llegó hasta la parte de mi alma que no estaba contaminada por la vida que había elegido vivir.

—¿Estás intentando cuidar de mí, Race?

—Intentándolo. Hasta el momento solo lo he conseguido al cincuenta por ciento.

Ella se rio y colocó las manos a ambos lados de mi cintura.

—¿Por qué? ¿Por qué, con todo lo que tienes en tu vida, quieres añadirme a la ecuación, sabiendo que puede que no sea capaz de aceptar todo esto? Yo no soy Dovie. No soy de la calle, Race. Tu vida me da mucho miedo.

Dejé caer la botella de whisky al suelo sin importarme que pudiera romperse. Enredé los dedos en el pelo de sus sienes y le levanté la cara para mirarnos y que no pudiera apartar la mirada.

—Ya lo sé, pero estás aquí de todos modos y por eso quiero añadirte a la ecuación. Tú haces que toda las cosas feas resulten más agradables y, la verdad… —me incliné hacia ella para que sintiera mis palabras contra sus labios en vez de limitarse a oírlas—, ahora mismo tu vida da tanto miedo como la mía.

Dejó escapar el aliento y se incorporó sobre las rodillas para que nuestras bocas quedaran casi pegadas.

—Quería convencerme a mí misma de que podía odiarte. Quería que fueras lo peor de mi mundo, pero, cada vez que me doy la vuelta, acabas siendo lo mejor.

Rocé mis labios contra los suyos, acaricié con la punta de la lengua su labio superior y eso hizo que se estremeciera y me agarrara con fuerza de la camisa.

—No soy muy buena persona —le dije aceleradamente—, pero sé distinguir el bien del mal. Estoy cansado de que reine siempre el mal en este lugar, y estoy cansado de que el mal trate de comerte viva, así que haré lo posible por asegurarme de que no te clave los dientes.

Ya había acabado de hablar. Brysen estaba casi desnuda, era preciosa y había ido a buscarme. Tenía intención de besarla y recostarla sobre la cama, pero me rodeó con los brazos, subió las manos por mi espalda, se incorporó más y me besó. Sabía a whisky, pero, bajo el alcohol, advertí su sabor dulce y ácido. Volví a pensar de nuevo en lo que había pensado antes. No había acabado con ella ni de lejos y, a ese ritmo, probablemente nunca acabase. Estaba más que dispuesto a enamorarme de ella y, cuando se echó hacia atrás y me arrastró con ella sobre la cama, sentí que nada podría haberme hecho más feliz.