Capítulo 3

Brysen

 

—No sé qué le pasa a ese tío.

Metí mi último examen suspenso en mi mochila y negué con la cabeza. Salía de clase de Teoría matemática y miraba a mi amigo Drew por el rabillo del ojo. Solo me quedaba un cuatrimestre antes de licenciarme en Matemáticas, al menos si lograba aprobar aquella clase. El profesor estaba bien, pero, por alguna razón, el ayudante que trabajaba para él me odiaba y yo veía que mi nota media caía en picado después de cada examen. Hablé de ello con el profesor, pero él me aseguró que todos los exámenes se calificaban con objetividad y me sugirió que me buscara un tutor.

Suspiré y me aparté el pelo de la cara. Yo quería ser contable. Entendía de números, tenía cabeza para eso y no había razón para que suspendiera aquella clase. Drew se rio de mí y me pasó un brazo por encima de los hombros.

—Quizá no deberías haberte reído en su cara cuando te pidió salir. Creo que se lo ha tomado como algo personal.

Fruncí el ceño de manera involuntaria porque tenía razón. No me había reído del ayudante, sino de la idea de encontrar tiempo en mi vida para dedicar a algo tan frívolo como una cita. Y si, gracias a un milagro, tenía algún descanso en mi horario, no tenía ganas de pasarlo con un tipo de pelo grasiento, acné y un extraño tic que no parecía poder controlar cuando me miraba. Además no creía que salir con él resultara apropiado, dado que estaba involucrado en la clase y podía opinar sobre mi nota. Por desgracia, como también era estudiante, no había normas estrictas para evitar que me mirase con lascivia o que interfiriera en mi futuro académico. Al menos mientras yo no tuviera pruebas irrefutables, cosa que no había logrado por el momento.

—La idea de tener una cita con alguien me da risa.

Drew me apretó con cariño y me soltó. Tenía dos clases más y después me reuniría con Dovie antes de que comenzaran sus clases nocturnas.

Esa noche tenía que trabajar y después volver a casa para asegurarme de que mi hermana hubiese hecho los deberes y de que mi madre no estuviese bebiendo hasta acabar inconsciente. Todo resultaba cada vez más cansado y no había ningún respiro en el horizonte.

—Adria me dijo que en la fiesta había un tío que no dejaba de mirarte. ¿Qué pasa con eso?

Adria tenía la boca muy grande y no entendía por qué desear a Race era mi infierno y a la vez mi tentación.

Me moví con inquietud y entorné un poco los párpados. Drew era un tipo simpático y era mono; el típico estadounidense de pelo castaño ondulado y ojos azules. En más de una ocasión había mencionado que, si me interesaba llevar nuestra relación a otro nivel, él no pondría problemas. Pero, repito, no tenía tiempo para un hombre en mi vida e, incluso aunque sacara tiempo, Drew no era el hombre al que deseaba.

—Pues no pasa nada. Conozco a Race gracias a una amiga en común. ¿Por qué?

Él se encogió de hombros, optó por fingir indiferencia y fracasó estrepitosamente. Levantó una mano y se frotó la nuca mientras se miraba los pies.

—Mencionó que parecías embobada con él y, que yo sepa, a ti no te interesaba nadie.

No era asunto suyo, y aquel interrogatorio no parecía tan inofensivo como él pretendía.

—No me interesa y, aunque me interesara, no sería asunto tuyo, Drew.

Me puso una mano en el hombro y me detuvo. Yo lo miré, dispuesta a decirle que se apartara y se metiera en sus asuntos, pero entonces me dirigió una sonrisa triste.

—Mira, sé que tú y yo no vamos a salir, lo has dejado muy claro. Pero me caes bien y me preocupo por ti, así que has de saber que Race Hartman es un tipo problemático.

Eso yo ya lo sabía, pero me molestaba oírselo decir a un tipo como Drew, un tipo que no tenía ni idea de cómo era el mundo más allá de La Colina.

—Race es Race. No fantaseo sobre qué clase de persona es.

Drew suspiró y apartó la mano de mi hombro.

—Es un delincuente, un gánster. Hace que den palizas a la gente que le debe dinero y les roba el coche sin no pueden pagar. La gente dice que fue él quien tendió la trampa a Novak y que lo hizo para poder hacerse cargo del mercado negro que Novak dirigía.

Yo sabía todo eso y más porque era amiga de Dovie y no podía ignorarlo cuando ella se había visto directamente implicada.

—La gente hace lo que tiene que hacer para sobrevivir, Drew. No todo el mundo tiene una beca o unos padres ricos capaces de pagarle la universidad.

Él se apartó y me miró con los párpados entornados.

—Bueno, dado que estás tan unida a él, sabrás que ese no es el caso de Race. Sus padres tienen muchísimo dinero y él tenía un fondo fiduciario que podría comprar y vender esta universidad cien veces. Él escogió esa vida. Escogió ser un delincuente. Tuvo las mismas oportunidades que el resto, pero las desaprovechó y se hundió en el agujero negro de La Punta.

Yo dudaba que fuese tan simple, pero no me apetecía seguir manteniendo aquella conversación. Ya pasaba suficiente tiempo intentando sacarme a Race de la cabeza; no era necesario discutir sobre él con otras personas.

—Creo que las cosas en apariencia pueden ser engañosas. Juzgar basándose en los rumores y en las especulaciones no me parece lo más inteligente y, como ya he dicho, no importa, porque Race y yo solo somos conocidos. —Me recoloqué la mochila sobre el hombro y di un paso atrás—. Tengo que irme a mi siguiente clase.

Él me dirigió una mirada de preocupación a la que yo di la espalda y de la que me alejé. Yo sabía bien que las cosas por fuera escondían la horrible realidad de lo que se encontraba una vez pasabas de la puerta principal. No conocía a Race lo suficiente para intentar juzgar las decisiones que había tomado en su vida, pero era lo suficientemente lista e intuitiva para saber que había más que contar, unas circunstancias más profundas que iban más allá de lo que la gente murmuraba y especulaba.

Las siguientes dos clases, en las que sacaba sobresaliente, pasaron volando y de pronto me vi corriendo por el campus para encontrarme con Dovie y tomar un café rápido. Ahora que ella ya no trabajaba en el restaurante donde nos habíamos conocido cuando éramos camareras, era difícil encontrar tiempo para vernos. Divisé su melena anaranjada y brillante sin problemas y me dejé caer en la silla frente a ella. Ya me había pedido el café porque ella era así de cariñosa y generosa.

Me sonrió, arrugó su nariz pecosa y me miró con brillo en aquellos ojos verde musgo, iguales a los de Race. Le sentaba bien estar enamorada de un auténtico terror, no podía negarse.

—Hola.

Tuve que devolverle la sonrisa.

—Hola. Pareces muy contenta.

Se sonrojó un poco; no había manera de ocultarlo con aquella tez pálida.

—Lo estoy. ¿Y tú? ¿Qué tal te va todo?

Arg. Igual que a lo largo del último año. Me encogí de hombros.

—Bien, supongo. Tengo un profesor ayudante que se ha propuesto fastidiarme la nota media, este fin de semana casi me disparan y recibí un mensaje muy raro el sábado por la noche después de la fiesta. Las cosas en el restaurante siguen más o menos igual… y en casa… —Lo único que pude hacer fue negar con la cabeza—. Tengo que esperar a que Karsen se vaya de casa.

Ella ladeó la cabeza y me miró con preocupación.

—Vaya, Brysen, eso son muchas cosas.

Me reí secamente y saqué el portátil para poder echar un vistazo a lo que tenía que entregar al día siguiente y lo que tenía que hacer después de mi turno en el restaurante aquella noche.

—Sí.

—¿Qué tipo de mensaje recibiste?

¿Con eso era con lo que se había quedado de todo lo que acababa de contarle sobre mi vida?

—Un pirado que me decía que estaba muy guapa y que sentía que me hubiese escapado.

Ella frunció el ceño.

—Qué miedo. ¿Era un número desconocido?

—Sí, y he rechazado a muchos tipos raros que me piden salir en el campus o en el restaurante y a los que les encantaría tomarme el pelo. Hoy en día es bastante fácil encontrar el número de alguien en Internet si te lo propones.

—Eso no me gusta en absoluto, Bry.

Teniendo en cuenta que ella había sido secuestrada, maltratada y utilizada por Novak como peón para lograr que Bax se comportara, apuesto a que no le gustaba, pero ese tipo de cosas no ocurría en mi mundo.

—Probablemente solo fuese una broma, o dirigido a otra persona. Me molestó por cómo acabó la fiesta. Los disparos son terroríficos cuando los experimentas en persona.

Ella se mordió el labio y no me dio la razón ni me la quitó. Yo metí mi contraseña y me quedé helada. La pantalla se puso azul… mala señal. Miré a Dovie por encima del monitor e intenté no gritar.

—Mi portátil tiene la pantalla azul.

Ella parpadeó, se levantó y rodeó la mesa para poder verlo.

—Oh, oh.

Tragué saliva, lo apagué y volví a encenderlo. Seguía estando azul.

—Mierda.

Ella me apretó el hombro.

—Eso no es bueno.

—No tienes ni idea. Toda mi vida universitaria está ahí. El trabajo que tengo que entregar mañana, todos mis apuntes y, si quiero intentar aprobar Teoría matemática, necesito todo lo que la pantalla azul acaba de tragarse. Esto no puede estar pasando.

Estuve a punto de tirar el trasto al suelo y pisotearlo.

—Probablemente puedas recuperar las cosas que hay en el disco duro. —Dovie intentaba parecer optimista, pero no ayudaba.

—Bueno, ese problema podría resolverse, pero no puedo permitirme un ordenador nuevo. —No pretendía decirlo, pero me salió solo.

Dovie había estado en la casa; sabía que en algún momento mis padres habían tenido mucho dinero. Parecía absurdo no tener dinero para un ordenador cuando vivía en un buen barrio y conducía un BMW, pero la verdad era que necesitaba mantener el trabajo en el restaurante si quería seguir teniendo el coche, si quería terminar la carrera. No había más dinero. Entre las facturas del médico de mi madre y lo que fuera que mi padre estuviera haciendo en el mercado de valores, teníamos suerte de tener luz en casa.

—Y no tengo tiempo ni energía para buscar un segundo trabajo. Esto es una mierda.

Me pasé los dedos por el pelo y froté las palmas de las manos contra las sienes. Todas esas cosas que me tragaba diariamente ascendían por mi garganta y amenazaban con ahogarme. ¿Cuánto más podía soportar una persona? ¿Por qué el universo se empeñaba en intentar vencerme?

—¿Puedo sugerir algo?

Levanté la mirada y la vi enrollando uno de sus rizos en los dedos, señal de que estaba nerviosa. Yo sabía que no iba a gustarme lo que fuese a decirme.

—Claro, siempre y cuando no implique trabajar en una esquina del Distrito.

El Distrito era la parte de La Punta donde chicas mucho más jóvenes que yo realizaban el trabajo más viejo del mundo. Era donde iban los hombres a pasar un buen rato y a gastarse el dinero en mujeres que los olvidarían en cuanto tuvieran ese mismo dinero en la mano. En realidad yo nunca había estado en esa parte de la ciudad, pero era legendaria y constituía el último recurso para demasiada gente.

Me dio un golpe en una de las manos cuando las coloqué de nuevo sobre la mesa y me miró con el ceño fruncido.

—No seas ridícula. Mira, sé que Race y tú no es que seáis amigos. —Hizo una pausa y yo puse los ojos en blanco. Claro que no éramos amigos. No podía ser amiga de alguien a quien quería arrancar la ropa y devorar—. Pero se le dan bien los ordenadores. Muy bien. Podrías pedirle que le echara un vistazo. Apuesto a que te lo arreglaría sin problemas.

Genial. Una solución que sería económicamente útil, pero que pondría a prueba mi autocontrol, de por sí frágil, en lo referente a su hermano, el dios dorado. Como si tuviera alguna posibilidad después de aquel beso. Murmuré en voz baja y levanté las manos en un gesto de rendición.

—Dame su número y le llamaré.

Ella puso una cara.

—Ya no es tan fácil ponerse en contacto con él. Tiene números diferentes para todas las cosas en las que anda metido y no mira mucho su teléfono personal porque, francamente, yo soy la única que le llama a ese número. Le diré que se pase por el restaurante y le eche un vistazo al ordenador.

Otra prueba irrefutable de que no tenía sentido estar colada por Race Hartman. No tenía ni idea de qué hacer con un tipo que tenía que llevar múltiples móviles para realizar sus diversas actividades ilegales.

—De acuerdo. Si crees que no le importará.

Dovie volvió a sonreír.

—No le importará. Lo hará solo porque yo se lo pido, pero le gustas. Siempre le has gustado.

—¿Cómo es posible? Nunca le he dado alas en ningún sentido. —De hecho, hacía todo lo posible para desalentarlo.

Ella me miró con suficiencia y agarró su bolso y su teléfono.

—Es difícil entender a un chico como Race. Las decisiones que ha tomado, las cosas de las que ha elegido hacerse cargo… —Dejó la frase a medias y se encogió de hombros—. No le dan miedo los desafíos, ni trabajar para sortear los obstáculos. Mira a su mejor amigo. Bax nunca confiaba en nadie, nunca se preocupaba por nadie, salvo por Race. Es el tipo de hombre que trabaja duro para llegar a estar donde quiere estar.

Mierda. Eso hacía que yo tuviera pocas posibilidades de resistirme a su encanto y a su atractivo, pero no tenía elección. Era cierto que no podía permitirme otro ordenador.

—Mándame un mensaje cuando sepas algo de él y me dices cuándo se va a pasar.

Ella asintió y me dio un abrazo. Olía a alegría y a luz. No sé cómo alguien que había sido tan maltratada, que se había enfrentado una y otra vez a todo lo malo que la vida le ofrecía, podía ser tan amable. Era una maravilla y yo me sentía muy afortunada porque me hubiera permitido entrar en su círculo de confianza.

—Gracias, Dovie.

Ella resopló.

—No me des las gracias hasta saber si realmente puede arreglarlo o no. Las pantallas azules suelen anunciar la muerte de los ordenadores.

Ojalá no me lo hubiera recordado. Guardé mis cosas también y me puse en pie.

Tenía que dirigirme hacia el restaurante y prepararme para empezar mi turno.

—Bueno, aun así, gracias por pensar en una solución que puedo permitirme.

Caminamos hacia el centro del campus y ella me detuvo poniéndome una mano en el antebrazo antes de que tuviéramos que separarnos.

—Mira, Brysen. —Me miró muy seria y fijamente—. Tú me acogiste sin hacer preguntas cuando mi vida era un desastre. Siempre has sido amable, nunca has husmeado ni hecho preguntas que yo no podía ni quería responder. Si necesitas ayuda, dímelo. —Miró al suelo y después volvió a levantar la mirada—. Yo no tengo mucho, pero Bax sí, y te lo entregará sin rechistar si yo se lo pido.

Iba a hacerme llorar. Estiré el brazo y le di un último abrazo.

—No, estoy bien. Solo tengo que esperar el momento. Supongo que todos hemos de hacer sacrificios.

Ella estaba dispuesta a sacrificar su vida y su libertad para quedarse con su hombre. Yo estaba dispuesta a sacrificar mi independencia, mi visión de lo que creía que sería mi vida, por mi hermana.

Llegué hasta el coche y conduje hasta el restaurante en el que había trabajado durante casi dos años. Estaba justo en la linde entre La Punta y La Colina, así que servíamos a clientes de lo más variopintos. Ganaba un buen sueldo y me gustaba que estuviese cerca de la universidad y me ofreciese un descanso del estrés de casa y la oportunidad de conocer gente a la que de otro modo no habría conocido.

Entré al baño de la parte de atrás y me puse la diminuta falda negra y la camiseta negra demasiado ajustada que constituían mi uniforme. En realidad, siempre y cuando vistiéramos de negro, al dueño no le importaba lo que llevásemos, pero yo no había tardado en descubrir que, cuanto más sexy fuese el atuendo, más rojo el pintalabios y más brillante mi pelo, más dinero sacaba en el turno. Era sexista y asqueroso, pero me venía bien cualquier dinero que pudiera obtener y parecer sexy era una manera infalible de lograrlo.

Quiero decir, tampoco es que yo fuera nada especial. Tenía una piel bonita, unos ojos azules y grandes, pero las rubias guapas abundaban y no había nada que yo tuviera que me hiciera destacar entre la multitud. Creo que el hecho de que tuviera curvas, de que no fuera demasiado alta ni demasiado baja, de que estuviera bien dotada en los lugares adecuados, era lo que habían ido persiguiendo mis más recientes admiradores. Tenía buen cuerpo y no me importaba explotar eso si significaba poder sobrevivir económicamente y no tener que recurrir a restregarme contra una barra o a prostituirme para pagar las facturas.

Me ahuequé la melena asimétrica, me puse algo de perfume y salí corriendo. Era «juernes», lo que significaba que el local estaría lleno de universitarios dispuestos a emborracharse la noche del jueves. Los bares de La Colina ofrecían cócteles caros y lujosos clubes de baile. Los sitios a los que iban los jóvenes en La Punta eran todos clandestinos. Tenías que conocer a alguien que conociera a alguien para averiguar dónde iban. Yo oía las historias sobre drogas, sobre peleas, sobre música atronadora, sobre esa atmósfera de «todo vale». Incluso había estado en una ocasión en uno con Dovie, cuando a ella la engañaron para ir y acabó teniendo que ver a Bax recibir una paliza a manos de un monstruo drogado hasta las cejas. Yo no encajaba en ninguno de esos lugares, así que me daba igual trabajar y ganar dinero mientras ellos bebían. En serio, era la historia de mi vida. Demasiado pobre para pertenecer a La Colina y demasiado rica para encajar en la complicada vida de La Punta. Yo existía en algún lugar intermedio e indeterminado.

Me pasé las primeras horas corriendo como loca. Ramón, el barman, estaba entreteniéndose mucho con las bebidas y la cocina se colapsaba con frecuencia a medida que se amontonaban las comandas. Yo era bastante organizada y tenía una gran capacidad para administrarme el tiempo, así que todo iba bastante bien. Para cuando pude tomarme un descanso y encontré un minuto para comerme un taco antes de la siguiente avalancha, me sorprendió que Ramón se acercara con cara de desconcierto a la zona de servicio, donde yo me escondía.

—Oye.

Me limpié la crema agria de la barbilla y arqueé una ceja.

—¿Qué pasa?

—¿Tenías pensado reunirte con alguien aquí esta noche?

Yo fruncí el ceño y me saqué el móvil del sujetador, donde solía guardarlo, para ver si Dovie me había enviado algún mensaje sobre Race. No tenía nada, solo un mensaje de Karsen pidiéndome que le llevara helado.

—No. ¿Por qué?

Él enarcó sus cejas elegantemente depiladas y chasqueó la lengua.

—Había un tipo en la barra. No paraba de mirar a su alrededor. Le he preguntado como quinientas veces si podía ayudarle en algo, pero solo ha pedido un refresco y se ha sentado a la barra. Te he visto salir de la cocina con un pedido y él también. He visto cómo te miraba durante un minuto, después se ha levantado y se ha ido. Pensaba que quizá era un amigo o algo.

Me quedé con la boca abierta y parpadeé como una idiota.

—¿Cómo era?

Teniendo en cuenta que a Ramón le gustaban los chicos más que a mí en esos momentos, pensé que podría darme una descripción detallada, pero se encogió de hombros.

—Nada especial. De hecho era raro, como si estuviese intentando pasar desapercibido. Llevaba gafas y un sombrero, como si quisiera aparentar ser otra persona. Tampoco ha hablado con nadie más.

Sentí un escalofrío que me subía por la espalda y de pronto el taco que tenía en la boca empezó a saberme a tierra. Sí, había tipos raros que entraban e intentaban ligar conmigo y me dirigían miradas lascivas, pero un tipo que no decía nada, sumado a aquel extraño mensaje, me dio miedo.

—Qué raro.

Ramón asintió.

—Ha sido muy raro.

—Si vuelves a verlo, dímelo.

—Claro. Quizá sea mejor que esperes y que alguien salga contigo.

Me estremecí de nuevo y asentí. Vibró el teléfono y solté un gemido al ver el mensaje de Dovie.

Estará allí a la hora del cierre. Espéralo.

¿Sería posible encontrarme con algo más difícil y cubierto de espinas? Empezaba a dudarlo.

Respondí diciendo que de acuerdo y volví al trabajo para atender a los últimos clientes que entraban cada noche justo antes de que cerráramos la cocina. Estaba alerta, mirando todo el rato a mi alrededor. No me gustaba la idea de que un acosador estuviese al acecho, y me gustaba menos aún con los extraños mensajes dando vueltas por mi cabeza. Solía pensar que podía cuidar de mí misma, era lista y me consideraba espabilada, pero en realidad nunca había tenido que poner en práctica esa teoría. Era una idea que daba miedo.

Para cuando terminó mi última mesa y hube limpiado y contado mi dinero, estaba cansada y estresada. Estaba deseando ponerme mi ropa normal, comprarle el helado a mi hermana e irme a casa… bueno, la última parte no tanto, pero aun así.

Me recogí el pelo, volví a ponerme los vaqueros y guardé el uniforme en el bolso para lavarlo en casa. Ramón todavía tenía a un rezagado en la barra y los chicos de la cocina estaban ocupados limpiando o ignorándome, así que parecía que iba a tener que salir yo sola para ir al coche a por mi ordenador. Ojalá aquella idea no me erizara el vello de la nuca, y en realidad me sentía algo decepcionada de que Race no estuviera ya allí para acompañarme.

Salí a la calle y escrudiñé el aparcamiento con la mirada. Normalmente las cosas allí eran tranquilas, pero ya nos habíamos encontrado a algún borracho problemático en más de una ocasión. La última vez que sucedió, Bax había aparecido justo a tiempo y, desde entonces, todo había estado tranquilo. El novio de Dovie tenía una reputación que llegaba a todas partes, pero ella ya no trabajaba allí, así que los degenerados estaban volviendo a aparecer.

Yo siempre aparcaba debajo de la única luz parpadeante del aparcamiento, y estuve a punto de gruñir al ver que aquella era la noche en la que finalmente había decidido rendirse y fundirse del todo. El aparcamiento estaba a oscuras y parecía como si mi coche estuviera a kilómetros de distancia en vez de a unos pocos metros. Empezó a arderme el estómago y se me puso la piel de gallina. Tomé aliento, me armé de valor y salí corriendo hacia donde estaba aparcado el BMW. Puse una mano en el picaporte de la puerta con un suspiro y di un respingo al notar una mano pesada que caía sobre mi hombro.

Sin pararme a pensar, grité con todas mis fuerzas, eché la cabeza hacia atrás hasta notar que chocaba contra algo duro y me di la vuelta con la rodilla ya levantada para causar el mayor daño posible. Mi atacante me tapó la boca con la mano, me atrapó con un brazo fuerte contra el pecho al darme la vuelta y me empujó contra el coche. Yo seguía gritando detrás de la mano y respiraba aceleradamente, pero, al fijarme en aquellos ojos verdes tan familiares que me miraban con rabia, empecé a calmarme. Agarré con ambas manos la muñeca del brazo que me tapaba la boca y me dejé caer contra el coche.

—¿A qué coño ha venido eso? —Race se apartó de mí y levantó la mano para frotarse la barbilla, donde le había dado el golpe con la cabeza.

Me llevé las manos temblorosas a la boca y negué con la cabeza. Quería disculparme, pero se me habían quedado las palabras atascadas en la garganta.

—¿No te dijo Dovie que iba a pasarme cuando terminaras de trabajar?

Parecía molesto y no podía culparle.

—Lo siento. En el aparcamiento a estas horas me pongo nerviosa.

Él miró la luz fundida y después volvió a fijarse en mí con el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí fuera sola tan tarde?

—Los demás estaban ocupados preparándose para el cierre. Ya sabes cómo es. Todos tienen prisa por marcharse a casa después de cerrar.

Su mirada indicaba que aquello no le gustaba en absoluto. Race siempre parecía majestuoso, como un rey, dorado y elegante. Aquella noche, a la sombra de la luz estropeada y con el asfalto agrietado bajo sus pies, parecía más bien un guerrero nórdico, feroz y enfadado.

No era un aspecto que imaginé que pudiera lograr, pero la actitud intimidatoria encajaba muy bien con aquellos rasgos tan atractivos. Cuando no le gustaba algo, estaba decidido a hacer algo al respecto, y yo lo veía en sus ojos.

Estiré una mano y le agarré con ella la muñeca.

—No te preocupes por eso, Race. Solo necesito que me ayudes con el ordenador, de lo contrario estoy jodida.

Se quedó mirándome en silencio, obviamente intentando decidir qué asunto le parecía más apremiante, mi seguridad o mi crisis electrónica. Por suerte ganó el ordenador, pero su voz sonaba rasgada y ronca cuando me dijo:

—Todavía no hemos terminado esta conversación, Bry.

Yo asentí con rigidez y me agaché para sacar el portátil de debajo del asiento, donde lo había dejado. Cuando volví a darme la vuelta, sentí que el calor me inundaba la cara porque, inclinada así, le había dado a Race la oportunidad de mirarme el culo en todo su esplendor. El verde de sus ojos se había oscurecido y yo tragué saliva nerviosamente.

—¿Qué le pasa al ordenador?

Lo sujeté con actitud protectora contra mi pecho mientras él me miraba. Era inquietante ser el único objetivo de un tipo como Race. Sentía como si estuviese intentando ver dentro de mí, como si estuviera intentando descubrir todas las cosas que me hacían saltar.

—No sé. Lo encendí y la pantalla se puso azul. Sé que eso es mala señal, pero aquí dentro está todo lo que necesito para las clases, así que tengo que hacer algo.

Él enarcó una ceja y estiró la mano hacia el portátil.

—¿No guardas nada en un disco duro externo o en una base de datos como Google Drive?

Yo solté un gruñido y me llevé las palmas de las manos a los ojos.

—¿En serio, Race? Si fuera tan lista como para hacer eso, ¿crees que estaría rezando para que me lo arregles? Nada es nunca tan fácil en mi vida.

Él se quedó mirándome con la boca muy seria y el ceño algo fruncido. Prefería esa expresión a la que ponía cuando sacaba a relucir aquel hoyuelo tan sexy. Era más fácil resistirse así.

—¿Para cuándo lo necesitas?

—Tengo ahí un trabajo que es para mañana, pero el profesor es muy majo y me dejará entregarlo el lunes si le explico la situación. Lo que realmente necesito son mis apuntes de Teoría matemática. Tengo un profesor ayudante horrible que la tiene tomada conmigo porque le rechacé cuando me pidió una cita. Apruebo a duras penas y, sin los apuntes, estoy jodida.

Sus ojos se oscurecieron más y su ceño se frunció aún más. Su pecho subió y bajó cuando respiró profundamente y después dejó escapar el aire muy despacio.

Tenía las cejas casi juntas sobre aquellos ojos oscuros y su voz sonó más rasgada de lo habitual cuando me preguntó:

—¿Qué es lo que te pasa, Brysen? ¿Por qué todo lo que me has contado esta noche me da ganas de romper cosas y hacer daño a mucha gente?

Tragué saliva y me estremecí mientras nos mirábamos en silencio.

—La vida no es siempre diversión, Race. Tú mejor que nadie has de saber eso.

Él negó con la cabeza y dio un paso atrás. Yo quise estirar los brazos y atraerlo de nuevo hacia mí. Era horrible para mi autocontrol.

—No, no lo es, pero eres una buena chica e indescriptiblemente guapa. Las cosas no deberían ser tan difíciles para ti.

Bueno, pues eran difíciles e iba a tener que vivir con eso.

—¿Crees que puedes recuperarlo?

Dio otro paso hacia atrás y sonrió. Juro que todo lo que me definía como mujer se derritió en mi interior cuando aquel hoyuelo hizo su aparición en su mejilla.

—Tengo bastante habilidad con todo aquello que me propongo, Brysen.

Aquel subtexto tan provocador me dio ganas de gimotear.

—¿Cuándo crees que podrás dármelo?

—Dame tu número. Tengo muchas cosas que hacer mañana, pero, cuando me haya encargado de eso, le echaré un vistazo. Concédeme hasta el fin de semana.

Solo quedaban tres días para eso. Salvo por Teoría matemática, podría arreglármelas hasta entonces. Le di mi número y fruncí el ceño al ver que no sacaba su móvil para apuntarlo.

—¿Te acordarás? —No soportaba que mi voz sonara como si estuviera haciendo pucheros.

—No se me olvidará, Bry. Todo en ti es fácil de recordar.

Argg… ese beso. Iba a atormentarme para siempre. Cambié el peso de un pie al otro y me aparté del coche.

—Tengo que llevarle helado a mi hermana pequeña y asegurarme de que haya hecho los deberes.

Se quedó observándome unos segundos y echó ligeramente la cabeza hacia un lado. Yo no quería ser el objeto de la atención de Race Hartman; así resultaba demasiado difícil disimular mi reacción hacia él.

—A partir de ahora tendrás a alguien que te acompañe hasta tu coche. —No era una pregunta, sino una afirmación.

—Lo intentaré. —Lo preferiría, pero últimamente la vida tenía por costumbre no darme nada de lo que prefería.

—Hazlo, Brysen. —Su tono de voz parecía sugerir que le hiciera caso o no me gustaría lo que pudiera pasar después.

—Sí, Race. A partir de ahora me las apañaré para que suceda.

Él masculló algo y se dio la vuelta para dirigirse hacia donde tenía aparcado su Mustang rojo resplandeciente. Era un coche de lo más sexy para un tipo de lo más sexy. Qué injusto resultaba.

—Estaremos en contacto.

Se marchó sin decir una palabra más y yo sentí que me iba a desplomar allí mismo. Tenía un límite lo que cada persona era capaz de soportar. Añadir a Race al caos absoluto en el que ya me encontraba sumida me hacía sentir que no quedaba más espacio en mi interior para acumular más cosas. Todo empezaba a salir a la superficie, todos los sentimientos y todas las emociones que me negaba a admitir y a reconocer comenzaban a rasgar las costuras y amenazaban con explotar. Y nadie querría molestarse en limpiar los destrozos de esa explosión cuando finalmente se produjera.

Suspiré y llamé a Karsen para ver qué tipo de helado quería que le llevara.