Capítulo 4

Race

 

Hubo un tiempo en mi vida en que el ruido de los puños contra la carne, el olor de la sangre y los sonidos agónicos del sufrimiento humano me conmovían. Aquello me producía escalofríos y me revolvía las tripas. Ahora era un mal necesario y, por mal que pareciera, era una parte más del trabajo.

Me encontraba en la habitación trasera de Spanky’s, el club de estriptis por antonomasia del Distrito. Las chicas que bailaban allí no eran strippers cualquiera. Eran preciosas, profesionales y hacían las veces de bailarinas y de anfitrionas cuando las luces del escenario se apagaban y el club se convertía en un casino ilegal. Spanky’s siempre había sido una buena fuente de ingresos para Novak. Ahora Nassir y yo nos encargábamos del negocio y en ese momento estábamos viendo como Chuck, el afroamericano gigantón encargado de la seguridad del local, daba una paliza a un cliente que no sabía estarse con las manos quietas.

Yo estaba de brazos cruzados, apoyado en la pared mientras el tipo, que podría haber sido el padre de alguien, recibía una buena tunda. Ya había escupido dientes y su cara parecía una hamburguesa, pero Chuck no tenía pinta de parar de golpearlo y Nassir tampoco se lo ordenaba. Nassir tenía los ojos del color del caramelo quemado y contemplaba con atención la escena que se desarrollaba frente a él. Se tomaba muy en serio la seguridad de las chicas que trabajaban para él, sin importar que fueran prostitutas o no; y Honor, aunque ese no fuera su verdadero nombre, claro, no era una chica a la que se le pudieran poner las manos encima y después salir indemne.

La chica formaba parte del Distrito igual que Bax formaba parte de La Punta. Teníamos una historia sórdida y, sinceramente, me sorprendía que no estuviera allí pateando a aquel sobón, porque ella era así. La víctima masculló con los ojos en blanco mientras se hacía un ovillo tirado en el suelo. Chuck le dio otra patada con la punta del zapato y se agachó para limpiarse las manos ensangrentadas en la camisa rasgada del tipo.

Nassir arqueó una ceja.

—¿Ya te sientes mejor?

Chuck soltó un gruñido y se quedó mirándonos.

—Hay algo en el aire. No se sabe lo que es, pero la gente no para de venir y traspasar los límites. Tenía que dejarlo claro.

Nassir y yo nos miramos y él se encogió de hombros. Siempre parecía que iba vestido para una importante reunión de negocios. Sus trajes costaban más que mi coche y su apariencia exótica y actitud letal hacían que resultara intimidante y dominante sin ningún esfuerzo. Yo le trataba como si fuera a clavarme una navaja por la espalda en cualquier momento, pero aun así solo estar en su presencia me daban ganas de asegurarme de estar siempre alerta.

—¿Qué sucede?

Se pasó el pulgar por el borde de la mandíbula y me miró pensativo.

—Algunas de las chicas han venido quejándose de que los clientes no quieren pagar. Decían que corre el rumor de que tú y yo somos demasiado novatos. La ciudad está cambiando constantemente, no hay nadie al mando, nadie a quien rendir cuentas, así que la gente le está echando huevos y poniendo a prueba su suerte.

Yo apreté los dientes y fruncí el ceño.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—Qué vamos a hacer, Race. Los dos

En serio, Nassir era la última persona del planeta con la que quería hacer negocios, pero tampoco era que tuviera otra opción.

—¿Qué vamos a hacer al respecto, Nassir?

—Ponerle fin de una puta vez. —Le hizo un gesto al tipo tirado en el suelo—. Tengo nombres, tengo direcciones, y puedo hacerle mucho daño a cualquiera que quiera poner en duda quién está al mando. Te sugiero que hagas exactamente lo mismo si alguien no quiere pagarte lo que te debe.

Todavía no me había encontrado con ese problema, pero llevaba poco tiempo siendo corredor de apuestas.

—Sí. Supongo que no puedo permitir que perciban ninguna debilidad.

A Nassir le brillaron los ojos.

—No habrá ninguna debilidad. Punto. He esperado mucho tiempo a que alguien se hiciera cargo de Novak y de toda esa locura. Yo debería haber hecho algo al respecto hace mucho tiempo, pero esperé y su veneno se extendió. Puede que tú y yo no pensemos igual, Race, pero ambos estamos de acuerdo en que alguien tiene que alimentar al monstruo y, mientras lo hagan hombres honrados, la ciudad no tendrá que sacrificarse para que este alimentado.

«Honrado» no era una palabra con la que describiría a Nassir, pero no tenía interés en discutir aquello en ese momento.

—¿Honor está bien?

En su rostro se dibujó una expresión más que terrorífica. Yo no sabía mucho sobre su pasado, pero nunca confundía a Nassir con un tipo con traje al que le daba miedo mancharse las manos. Era un hombre capaz de matar si lo estimaba necesario, el tipo de hombre que reclutaría a un ejército si pensaba que era necesario librar la batalla.

—Está cabreada.

Yo suspiré.

—Tengo un depósito que quiero entregar. Ha empezado la temporada de fútbol universitario.

Él asintió y dejamos solo a Chuck para limpiar el estropicio. Era frío, era inhumano, y una pequeña parte de mí sabía que estaba mal, pero así tenía que ser. Entramos en el despacho que utilizaba el tipo que solía llevar el club y le entregué los fajos de billetes. Cuando era más joven, manipular cientos de miles de dólares no significaba nada para mí. Ahora observaba con gran inquietud cómo Nassir aceptaba el dinero y lo guardaba en la caja fuerte situada tras el escritorio. Una de las peores cosas de ser un delincuente era que tenías que depender de otros delincuentes para vivir. En conjunto no es que fuéramos un grupo muy de fiar e instintivamente siempre cuidábamos de nosotros mismos.

Mi inquietud debió de notárseme en la cara, porque Nassir arqueó una ceja oscura y me dirigió una sonrisa que era de todo menos tranquilizadora.

—Te necesito, Race. No voy a deshacerme de ti.

Yo resoplé.

—¿Y qué pasará cuando decidas que ya no me necesitas?

—Eres un hombre listo. Sabrás encontrar tú solito la respuesta a esa pregunta. Por cierto, he oído que uno de esos niñatos universitarios te sacó una pistola cuando fuiste a por el dinero. Tienes que ponerte firme cuando pase algo así.

Yo suspiré.

—No era más que un crío.

Nassir me señaló con un dedo y su voz sonó muy seria cuando me dijo:

—Tú también lo eres, pero tú eres un crío que dirige una ciudad desde fuera. Si alguien te jode, Race, ponle en su lugar. Bax tiene una reputación sobre la que apoyarse, lo lleva en la sangre. Nació siendo malo. Tú no eres más que un niño rico jugando a ser un delincuente. Tienes que demostrar que vas en serio, que estás en esto hasta el final. Ya sea con tu sangre o con la de ellos. Solo hay una manera de hacer las cosas… nuestra manera.

Yo no era tan despiadado. No creía que alguna vez pudiera ser el tipo de hombre que arrebataba y arrebataba sin pensar jamás a quién se lo arrebataba. Eso se parecía demasiado a la frialdad; a los métodos oscuros y vacíos empleados por mi padre. No quería ser el tipo de hombre capaz de pensar en matar a su propia hija solo porque detrás había una historia turbulenta que no quería molestarse en intentar explicar.

—Yo me encargo de mi negocio, Nassir. No te preocupes por lo que hago o por lo que no hago.

Él masculló, se sentó tras el escritorio y juntó las manos a la altura de los dedos justo debajo de su barbilla.

—Me preocupa más que Bax se vuelva loco si a ti te matan y echas a perder todo lo que hemos construido juntos. Además, el poli empezaría a husmear y eso sería desagradable para ambos.

El poli era el hermanastro de Bax, Titus King. Había desempeñado un papel importante a la hora de cazar a Novak y ahora no era más que un grano en el culo para mí. Me caía bien Titus. Era un buen hombre, un policía entregado, pero, si realmente supiera en qué andaba metido, el tipo de cosas que Bax y yo hacíamos, se pasaría al otro bando y no dudaría en acabar con mi operación. Siempre nos vigilaba con ojos de halcón y creo que sabía más de lo que decía, pero Nassir era un bastardo despiadado y, si Titus se acercaba demasiado, no me cabía duda de que intentaría librarse de él.

Yo no tenía nada más que decirle y se me había acabado la paciencia para tratar con aquel cabrón sin escrúpulos. No estaba jugando a nada. Sabía lo serio que era aquel asunto en el que estaba metido y lo trataba como tal. Simplemente no tenía intención de convertirme en un Novak en el proceso.

Al doblar la esquina estuve a punto de chocarme contra Honor. Su verdadero nombre era Keelyn Foster y probablemente fuese la chica más guapa del mundo entero. Cierto, pagaba mucho dinero por mantener esa apariencia, pero, para mí, no había mucha diferencia entre algo creado por el hombre y algo caído del cielo. Llevaba puesta una bata de seda negra, la melena cobriza revuelta y el maquillaje corrido. Incluso con la luz tenue del club pude ver el corte en su labio inferior y el moratón que tenía en el pómulo.

Solté un silbido.

—¿Estás bien?

Ella puso una ligera cara de dolor y se llevó los dedos a la mejilla.

—He tenido días mejores. ¿Nassir ha traído aquí a ese idiota?

Yo asentí y le advertí:

—Si Nassir te ve la cara de cerca, ese idiota va a salir del club con los pies por delante.

—Bien. El imbécil se lo merece. «No tocar» significa no tocar. Tiene suerte de que no lo haya castrado con uno de mis tacones.

Era difícil llevar aquella vida y no desarrollar esa actitud. Las chicas guapas no deberían tener que vivir así. Era una pena.

—Ha hecho que Chuck se encargara de él, pero hablo en serio cuando te digo que lo matará si ve lo que te ha hecho en la cara. Creo que siente debilidad por ti.

Puso los ojos en blanco y cruzó los brazos sobre sus pechos envueltos en seda. Yo estaba muy familiarizado con su cuerpo desnudo, sabía que ganaba el dinero que ganaba por una razón, pero ahora había en ella una frialdad que no tenía cuando me marché cinco años atrás.

—Nassir es como un animal salvaje que se ha escapado del zoo. Es asombroso mirarlo, contemplarlo, pero preferiría que hubiera barrotes y un cristal que nos separase. Ese hombre no siente debilidad por nada.

Yo arqueé una ceja.

—¿No te gusta que lleve el control del club?

Ella parpadeó con aquellas pestañas obscenamente largas y me dirigió una media sonrisa. Solo Honor podía estar tan guapa con el labio partido.

—Ernie era un guarro fácil de manipular. Le gustaba fingir que mandaba, pero en realidad éramos nosotras las que manejábamos el negocio. Antes este era un trabajo divertido que las chicas podían hacer con resaca y sin esfuerzo. Enseñar una teta y ya se ponían cachondos. Pero a Nassir solo le interesan los negocios y ahora las bailarinas tienen que dejarse el pellejo para ganar cada dólar. No podemos andarnos con rodeos y, ahora que Novak ya no está, todo el mundo se pelea por demostrar que es el nuevo amo del lugar. Las cosas se han vuelto más peligrosas, más desesperadas. Todos intentan aprovecharse de la ciudad y eso se nota. —Se señaló la cara magullada—. A la vista está.

A mí no me gustaba lo que decía, pero era cierto.

—¿Por qué no lo dejas y te buscas algo menos arriesgado?

Ella estiró el brazo y me dio una suave palmadita en la mejilla.

—Siempre fuiste demasiado guapo y demasiado listo para tu propio bien, Race. —Se apartó el pelo de la cara—. ¿Qué crees que estoy cualificada para hacer? Llevo desnudándome por dinero desde que tenía diecisiete años. No terminé el instituto. No tengo unos padres ricos detrás de mí. ¿Dónde voy a ganar mil dólares la noche y que el único riesgo sea un cliente demasiado entusiasta? Esto es lo que sé hacer.

Yo creía firmemente en el principio de que el conocimiento era algo que no paraba de crecer, que seguía desarrollándose siempre y cuando uno deseara perseguirlo. Para mí siempre había algo nuevo que aprender, pero no podía culparla por hacer lo que sentía que tenía que hacer para sobrevivir. Me agaché y le di un beso en la mejilla magullada.

—Cuídate.

Ella me devolvió el beso en el hoyuelo.

—Que conste que me alegra que hayas vuelto. Solo espero que sepas lo que haces al meterte en un negocio con un tiburón como Nassir.

—Yo también, pero normalmente solo necesito de un error para aprender la lección.

Me dirigió una sonrisa triste.

—Un error es demasiado en este mundo, Race. Esto no es La Colina. Recuérdalo.

La vi desaparecer por la puerta del despacho donde yo había dejado a Nassir. Ojalá la gente dejara de sacar el tema de mi procedencia. Sabía bien que Spanky’s no era La Colina. Nada aquí se parecía a lo de allí, ni siquiera yo. Supongo que solo el tiempo diría si tenía lo necesario para hacer que el resto de la ciudad se diese cuenta de eso.

Caminé hasta el Mustang y saqué el móvil del bolsillo. Llamé a Brysen para ver cuándo salía de trabajar. Su portátil era un pisapapeles. No había manera de salvarlo. Saqué los pocos datos que pude de su disco duro y los transferí a un MacBook nuevo que le había comprado. Sabía que no iba a querer aceptarlo, pero tampoco pensaba darle a elegir. Lo necesitaba para la universidad y Dovie había mencionado que no podía permitirse uno nuevo, así que iba a marcharse con el Mac le gustase o no. Además, había logrado recuperar casi todos sus apuntes de Teoría matemática, así que esperaba que eso me allanase el camino para lograr que lo aceptara.

Contestó aceleradamente y me dijo que saldría poco después de medianoche. Quedaba solo media hora, así que le dije que la esperaría en el aparcamiento. Habría resultado más fácil entrar y tener la pelea con ella delante de testigos, pero quería ver si me había hecho caso e iba a buscarse a alguien que la acompañara hasta el coche. No me gustaba la idea de que estuviese sola de noche en aquella parte de la ciudad. Cierto, mi hermana había hecho el mismo camino, incluso había tomado el autobús para volver del trabajo, pero Dovie era una chica de la calle y distinguía una amenaza a un kilómetro de distancia. Brysen parecía una princesa de hielo de un cuento de hadas. No creía que fuese estúpida, pero tampoco creía que tuviese idea de lo que acechaba realmente en la oscuridad.

Se abrió la puerta delantera del restaurante y el pelo superrubio de Brysen se reflejó en los cristales. Llevaba una camiseta ajustada y una falda corta, obviamente no se había molestado en cambiarse después de su turno. Un tipo latino y alto caminaba junto a ella. Brysen iba riéndose de algo que él había dicho. Realmente era la chica más guapa que había visto jamás. Había algo despreocupado en ella, algo natural que hacía que se me acelerase el corazón. Colocó la mano en el brazo de su acompañante y señaló hacia donde estaba el Mustang. El tipo asintió, se agachó para darle un beso en la mejilla y se dio la vuelta para volver a entrar.

Brysen comenzó a caminar en mi dirección, así que abrí la puerta del coche y me puse en pie. No sé de dónde salieron los faros, no sé cómo no pude ver que había otro coche en el aparcamiento, pero en ese instante oí un derrape, advertí el olor a goma quemada y vi un sedán que avanzaba velozmente hacia ella. Vi que Brysen se quedaba quieta y eché a correr. Había demasiado espacio entre nosotros y el coche se dirigía hacia ella. La vi levantar las manos mientras el motor rugía con más fuerza. No gritó, no emitió ningún sonido, así que la llamé. Ella giró la cabeza para mirarme y grité «¡Apártate!» con todas mis fuerzas.

Justo antes del impacto, justo antes de tener que ver como acababa destrozada contra el parabrisas, el tipo que la había acompañado fuera la echó a un lado de golpe con un veloz placaje que hizo que ambos cayeran contra el asfalto. Yo oí su grito cuando golpeó el suelo y me di la vuelta para intentar ver la matrícula del coche. Fruncí el ceño al llegar hasta ellos porque el coche no llevaba matrícula, lo que hacía que aquello pareciese muy deliberado y en absoluto accidental. Le di una palmada en el hombro al español y este levantó la mirada.

—Aparta.

Él resopló y se quitó de encima de Brysen. Ella me miró por entre los dedos con los que se había tapado los ojos como si aquello fuese a evitar que la atropellase un coche a toda velocidad. Me agaché para ponerla en pie y apreté los dientes al ver el estado en el que estaban su brazo y sus piernas después del impacto contra el suelo.

—¡Oh, Dios mío, Ramón! —Brysen se apartó de mí y se lanzó al otro tipo. Él le dio un abrazo y negó con la cabeza.

—Ha sido una locura. ¿Un conductor borracho, quizá?

Ramón murmuró aquellas palabras mientras me miraba directamente y yo lo miraba a él. Quería que soltara a Brysen, igual que el día anterior.

Ella dio un paso atrás y se sujetó el brazo lesionado contra el pecho con la otra mano.

—Muchas gracias. Acabas de salvarme la vida.

—Te pasan cosas muy raras, chica. Tienes que estar atenta. —Ramón le apretó el hombro con cariño y me miró—. Búscate a alguien que te proteja.

Lo vimos alejarse en silencio y al fin ella se volvió y me miró. La miré con el ceño fruncido y ella arqueó sus cejas rubias.

—¿Por qué me miras como si hubiera hecho algo malo? No es culpa mía que ese tío fuese borracho y perdiese el control. —Parecía malhumorada, pero le temblaba la voz. Estaba tremendamente asustada.

Agaché la barbilla y dejé escapar el aliento que no me había dado cuenta de que estaba conteniendo.

—No ha sido un conductor borracho. El coche no tenía matrículas, no tenía las luces encendidas hasta que has salido del restaurante e iba directo hacia ti. Si tu amigo no te hubiera tirado al suelo, te habría atropellado con premeditación. ¿Qué diablos te pasa?

Ella parpadeó y se mordió con fuerza el labio inferior. Yo deseaba reemplazar sus dientes por los míos.

—Me duele mucho el brazo. —No era de extrañar. Se había levantado la piel con el asfalto y sangraba profusamente.

—¿Quieres que te siga hasta casa para que puedas limpiarte?

Ella negó vehementemente con la cabeza y preguntó en un susurro:

—¿Puedes llevarme a algún sitio para que pueda lavarme las heridas? No quiero que mi hermana o mi madre me vean así.

Algún día iba a tener que averiguar la historia completa sobre aquella chica.

Me gustaban los desafíos, pero Brysen había dejado de ser un desafío hacía un mes. Ahora mismo se acercaba más bien a lo imposible.

—Puedo llevarte a mi casa.

Ella asintió con vehemencia y después miró hacia su pequeño BMW.

—No puedo dejar el coche aquí. Cuando volvamos ya no estará.

Tenía razón. Suspiré y la miré de arriba abajo. Estaba hecha un desastre y no podría conducir con un solo brazo. Le puse la mano en el otro brazo y la conduje hacia el Mustang. Le abrí la puerta y saqué el móvil del bolsillo. Esperé a que respondiera la voz nerviosa al otro lado de la línea antes de decirle a Brysen que me diera sus llaves.

—¿Aldo?

—¿Sí?

Probablemente yo fuese la última persona con la que quisiera hablar.

—¿Quieres que me olvide de los dos mil pavos que aún me debes del partido de Alabama del fin de semana pasado?

Hubo una larga pausa y vi que Brysen me miraba con curiosidad. Yo le cerré la puerta y bordeé el coche hacia el otro lado. Intenté no entristecerme demasiado con el hecho de que probablemente estuviera manchando de sangre la tapicería vintage.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Aldo. Era una pregunta justa. En este mundo nadie hacía nada bueno sin pedir algo a cambio.

—Hay un BMW negro aparcado en la esquina de Paradise y Loft. Quiero que esté en el taller en los próximos veinte minutos. Voy a dejar las llaves dentro, así que, si lo roban durante los próximos cinco minutos, añadiré el coche al total de lo que ya me debes. —Nada como un poco de motivación para hacer que las cosas avanzaran en la dirección que quería.

—Estoy al otro lado de la ciudad, tío.

—Pues te sugiero que te des prisa.

Colgué el teléfono, me acerqué al coche de Brysen y dejé las llaves debajo de la alfombrilla. Era algo arriesgado, pero sabía que Aldo no tenía dinero a mano para saldar su deuda, así que lo conseguiría de un modo u otro solo para librarse de la deuda y de mi ira.

Regresé al Mustang y contemplé a mi acompañante en la oscuridad. Tenía los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas. Me pregunté si tal vez debiera preocuparme ante la posibilidad de que tuviera una conmoción.

—¿Estás bien?

Ella negó lentamente con la cabeza sobre el asiento de cuero.

—No. Hace mucho tiempo que no estoy bien.

Puse en marcha el coche y salí del aparcamiento. El sonido del motor resultó extrañamente tranquilizador y vi que cambiaba ligeramente de posición cuando la sangre de las piernas empezó a resbalar hacia la alfombrilla. Quería decirle que no se preocupara por ello, pero sus palabras zumbaban en mi cabeza como un enjambre de abejas furiosas.

—¿Por qué han intentado atropellarte esta noche en el aparcamiento?

Ella me miró de reojo y se apartó el pelo de la cara para ponérselo detrás de la oreja.

—No lo sé. Tampoco sé por qué estoy recibiendo mensajes de texto extraños, ni por qué me disparan en una fiesta, ni por qué suspendo una clase que debería ser pan comido, ni por qué sigo excusando a mis padres. No sé en qué momento se convirtió en mi responsabilidad tener que asegurarme de que mi hermana se convierta en una adulta sin verse muy afectada por todo lo que pasa en casa. Nada de esto tiene sentido, pero sigue sucediendo y sucediendo y ya no tengo ningún tipo de control sobre mi vida.

Suspiró y vi que le brillaban los ojos con las lágrimas que no había derramado. Probablemente fuese lo más abierta que se hubiera mostrado nunca en mi presencia, y yo quería reaccionar, pero solo podía fijarme en el hecho de que había recibido mensajes y de que pensaba que los disparos de la fiesta estaban de algún modo relacionados con ella. Todo aquello me inquietaba y hacía que me sintiera mal.

—¿Hay alguien que te esté amenazando, Brysen?

Ella se mordió el labio con más fuerza.

—No lo sé. Después de la fiesta recibí un mensaje inquietante de un número que no conocía, y después Ramón, el barman que acaba de salvarme la vida, dijo que había un tipo en el restaurante merodeando durante mi turno. Quiero decir que sí, alguna vez he tratado mal a un tipo después de rechazar una cita, pero solo cuando no captaban las indirectas. Podría ser todo una coincidencia, pero, después de lo de esta noche, ya no sé qué pensar.

Llegamos al taller y utilicé el teclado para que se abrieran las puertas. En cuanto las enormes verjas metálicas se cerraron a nuestras espaldas, ella se relajó. Metí el coche en el garaje y cerré la puerta. Estaba insonorizado, era como estar dentro de una enorme caja de hierro y acero y, cuando me acerqué a su lado para ayudarla a salir, tuve que hacer un verdadero esfuerzo por mantener bajo control la rabia y la confusión que habían provocado en mí sus palabras. No me gustaba que las mujeres recibieran amenazas ni que sintieran miedo en general, pero, teniendo en cuenta que se trataba de ella, y algo en ella me había llegado al corazón, todo aquello hacía que me cegara la ira.

Me dio la mano y yo la puse en pie. Estábamos pecho contra pecho, sus ojos brillaban de manera atractiva y me obligué a no agachar la cabeza y meterme en la boca aquel labio mordido. Estaba herida, estaba asustada y fingía con todas sus fuerzas que yo no le gustaba en absoluto. Pero aquello no impedía que se me pusiera dura ni que se me hincharan las fosas nasales al aspirar su provocador aroma.

—Vamos a quitarte las piedras de la rodilla y del brazo antes de que te causen más problemas.

Ella asintió con fuerza y me dio la mano para que pudiera guiarla hacia el loft. Notaba que le temblaba la palma contra la mía.

—Por cierto, ¿has conseguido salvar mi portátil?

Después de haber estado a punto de ver como la atropellaban, se me había olvidado el motivo por el que estaba esperándola en el aparcamiento.

—No. Estaba muerto, pero he conseguido meter casi todos los apuntes de Teoría matemática en un nuevo disco duro. Tienes razón; es una asignatura fácil y no deberías suspenderla.

Emitió un ligero sonido detrás de mí y yo no me molesté en enseñarle la casa, ya que en realidad estaba todo en una misma habitación y podía ver de un solo vistazo todas mis pertenencias. La llevé directamente al pequeño cuarto de baño y abrí la puerta.

—Genial. No paro de recibir buenas noticias. —Parecía tan triste y derrotada que algo se encogió en mi pecho.

—Te he conseguido uno nuevo. —Le di un pequeño empujón para poder alcanzar el grifo de la ducha—. Creo que primero deberías aclararte las heridas con el agua de la ducha. Sale a la temperatura del sol o del antártico, así que elige lo que menos te duela.

Me eché hacia atrás y me detuve, porque estaba mirándome fijamente con aquellos ojos grandes y azules como el cielo un día de verano. Podría haberme dejado llevar y haberme perdido en aquellos ojos sin proponérmelo.

—¿Me has comprado un ordenador nuevo? —Su voz apenas se oía.

—Sí, y vas a quedártelo y a contarme por qué alguien podría haberla tomado contigo, y entonces encontraré a ese alguien y haré que se replantee las decisiones que toma.

Ella abrió la boca para discutir, o para darme las gracias, pero no tuvo oportunidad de hacer ninguna de las dos cosas porque recibí un mensaje de Aldo diciendo que estaba fuera y que quería saber cómo meter el BMW en el taller. También decidí que tendría que hacer mucho más por mí antes de poder considerar saldada su deuda.

—Date una ducha, Bry. Límpiate las heridas y, cuando vuelva, te ayudaré a quitarte el resto de la porquería, te vendaré y te enviaré a casa.

Estaba a punto de salir del cuarto de baño cuando ella me puso una mano en el brazo y me detuvo.

Observé su mano pequeña y temblorosa y después me fijé en sus ojos preciosos y tristes. Pensaba estrangular al responsable de aquella mirada.

—Race… —Se quedó callada y lo único que yo quise hacer fue tomarla en brazos, tumbarla en algún lugar plano y ponerme encima de ella. Estaba herida y aquello resultaba del todo inapropiado, pero a mi libido le daba igual—. ¿Por qué estás haciendo esto? Soy amiga de tu hermana, no tuya. Ni siquiera he sido amable contigo nunca. ¿Por qué me ayudas tanto?

Parecía que todo el mundo cuestionaba mis motivaciones. Empezaba a cansarme. Estiré un dedo y le retiré de la cara la parte más larga de su melena para metérsela detrás de la oreja. Aquel movimiento hizo que se estremeciera.

—Cuido de los míos, Brysen. Te guste o no, eso te incluye a ti.

Me aparté de ella al ver que se quedaba con la boca abierta por la sorpresa. Poco a poco iba entendiendo lo que le pasaba a Brysen Carter y, en el proceso, iba derribando el absurdo muro que había levantado entre nosotros. Como había dicho antes Nassir, solo había una manera de hacer las cosas, y esa era mi manera. Fuera lo que fuera a lo que se enfrentara, por mucho control que hubiera perdido sobre su vida, iba a recibir el peor tipo de ayuda para recuperarlo. Solo esperaba que estuviera dispuesta a ceder un poco para que yo no nos destruyera a ambos mientras chocaba incansablemente contra esos escudos que se empeñaba en levantar.