Capítulo 7
Brysen
Estaba mirando el examen con total incredulidad. Era solo un aprobado, pero un aprobado era muy superior al resto de notas que me había puesto el malvado profesor ayudante. Cierto, el examen había sido tipo test, así que no podía quitarme puntos arbitrariamente, pero aun así. Yo sabía que Race era listo, pero no tenía idea de cuánto. El nuevo orden que había dado a mis apuntes y los pequeños añadidos que había hecho donde era evidente que yo tenía problemas habían marcado la diferencia. Tenía ganas de besarlo. Bueno, tenía ganas de besarlo de todos modos, pero ahora sentía que tenía una razón que justificara aquel deseo.
Di un pequeño respingo cuando Drew me pasó un brazo por los hombros y dio un pequeño silbido al ver la hoja de respuestas a la que me aferraba como si fuese a salir volando de pronto.
—¿Cómo lo has conseguido?
Molesta, le quité el brazo de encima y me guardé el examen en la mochila.
—Estudiando.
—Supongo que tu teoría de que el profesor ayudante iba detrás de ti era equivocada después de todo.
Me aparté el pelo de la cara y resoplé.
—Bueno, tampoco es que pudiera suspenderme cuando todos hicimos el mismo examen y yo podría cotejar mis respuestas con las tuyas o algo así. Al final acabará haciendo algo evidentemente malicioso y podré denunciarlo al decano. —Pero todavía no había llegado tan lejos.
Drew me dio un empujón cariñoso y yo siseé entre dientes cuando se rozó sin darse cuenta con mi brazo, que aún estaba convaleciente. Tenía arañazos y moratones y no podía dejar de pensar que, allí donde iba, cada vez que salía de casa, alguien estaba observándome. No había recibido ningún mensaje más, no habían vuelto a intentar atropellarme, pero estaba en tensión y sentía ojos por todas partes. Lo odiaba y me hacía estar nerviosa y desconfiar de todo y de todos.
—¿Qué sucede?
La voz de Drew sonaba aguda, me agarró de la muñeca y me detuvo. Desde que me hiciera el tercer grado sobre Race, se había vuelto más intrusivo, más brusco en su manera de comportarse conmigo. A mí me daba igual. Aparté la mano y lo miré con los párpados entornados.
—La otra noche me caí al salir de trabajar. Me di algunos golpes y ese lado se llevó la peor parte.
Él arqueó las cejas y puso una cara.
—¿Te caíste? —La acusación y la incredulidad de su voz eran evidentes.
No creía que tuviera que darle ninguna explicación y estaba a punto de decírselo cuando Adria apareció de pronto y me agarró por los hombros. Daba saltitos y hablaba tan deprisa que apenas la entendía. Levanté ambas manos y las coloqué sobre sus hombros para que se estuviera quieta.
—¿De qué diablos estás hablando?
Sus ojos brillaban de emoción.
—¡Me han invitado a la noche de pelea!
Un escalofrío recorrió mi espalda. Yo había estado en la noche de pelea. Era asqueroso y brutal. Incivilizado e inhumano. Desde luego no era algo por lo que emocionarse.
—No vayas —lo dije con un hilillo de voz, pero ella lo oyó, dejó de dar saltos y me miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué no? ¿Sabes lo difícil que es que te inviten a todas las cosas clandestinas que pasan en La Punta? Tienes que conocer a alguien que conozca a alguien que conozca a alguien. Yo nunca he estado. Parece peligroso y emocionante.
A mí más bien me parecía una niña rica y aburrida en busca de emociones. Dios, no quería llegar a ser así nunca.
—Es horrible. Pelean en un círculo con gente pidiendo sangre. Las peleas no son justas, y la gente acaba herida, gente de verdad. En serio, Adria, es horrible. Hay millones de maneras mejores de pasar un viernes por la noche.
Se echó el pelo por encima del hombro y dio un paso atrás. No me di cuenta de que Drew estaba observando la conversación con curiosidad, pero noté que cambiaba de postura junto a mí.
—Creo que estás celosa.
Parpadeé porque ni siquiera sabía qué responder a eso.
—¿Qué?
—Empezaste a trabajar en un restaurante ruinoso y conociste a Dovie. De pronto te codeas con gente de La Punta, vas a sitios como la noche de pelea y conoces a chicos como Race Hartman. Creo que no quieres que nadie más se meta, como si fuera tu club privado o algo así.
Me quedé tan atónita que solo pude poner los ojos en blanco.
—Eso es una tontería y lo sabes. Voy a trabajar y voy a casa. No voy por La Punta cuando anochece llevando una doble vida.
—No sé, Brysen. Últimamente has estado actuando de manera cada vez más extraña.
Drew aprovechó ese momento para intervenir, por supuesto.
—En los últimos meses has estado más tensa y estirada.
Claro que sí. Mi vida familiar se tambaleaba, me iba mal en clase, probablemente hubiese un acosador siguiéndome por ahí, estaba intentando proteger a mi hermana y deseaba a un hombre que era la peor persona del mundo con la que obsesionarse. No me hacía falta que inventaran más razones para justificar mi comportamiento, sin importar cómo estuviese actuando.
Me aparté de ellos y me cubrí con la capa de hielo que había ido perfeccionando durante los años, como si fuera la capa de un superhéroe.
—La noche de pelea es terrible, pero ve si crees que es algo que tienes que presenciar. No tengo que justificar mi comportamiento ante vosotros y, francamente, me molesta que penséis que podéis especular así sobre mi vida. No sabéis nada. Nadie sabe nada.
Me di la vuelta y me alejé indignada mientras ellos me llamaban. Se me daba bien adoptar esa pose. Lo achacaba a mi melena rubia y a mis piernas largas, además de todo lo que practicaba en casa fingiendo que podía ignorar cosas que en realidad me molestaban. Se me daba cada vez mejor lograr que las cosas me resbalaran. En algún momento acabaría siendo inmune a toda emoción, y eso me entusiasmaba y aterrorizaba a partes iguales. Aunque me encantaría poder ignorar el dolor que me producían la adicción y la inestabilidad de mi madre, aunque sería un alivio que no me doliera el corazón cada vez que Karsen me miraba con lágrimas en los ojos, sabía que echaría de menos el ardor y los nervios que sentía cada vez que estaba con Race. Él hacía que me sintiera viva, hacía que sintiera que no estaba anclada a la realidad por las cadenas familiares y por mi propio sentido de la responsabilidad. Eso sería difícil de excluir, aunque supiera que era lo mejor. No éramos buenos el uno para el otro, teníamos diversos problemas a nuestro alrededor y no tenía ningún sentido intentar añadir otro a la lista.
Asistí al resto de clases. Me enamoré de mi nuevo ordenador y me fui a trabajar al restaurante. La noche del viernes solía tener un flujo constante de clientes, así que estuve trabajando sin parar hasta casi el cierre. Gané bastante en propinas y estaba contando el dinero mientras esperaba a que Ramón me acompañara al coche cuando empezó a sonar mi móvil. Karsen estaba en otra fiesta de pijamas, así que dudaba que fuera ella y, cuando vi el nombre de Adria en la pantalla, ignoré la llamada. Ramón me hizo un gesto para que me acercara a la puerta de entrada y fruncí el ceño cuando el móvil volvió a sonar. Adria otra vez.
Le di el brazo a Ramón y esperé a que él inspeccionara el aparcamiento. Yo seguía con la sensación de que alguien me observaba y se me puso el vello de punta. Contemplé el aparcamiento a oscuras y miré a Ramón cuando el móvil sonó por tercera vez. Suspiré y deslicé el dedo por la pantalla.
—¿Qué? —gruñí, y Ramón resopló mientras atravesábamos con cuidado el aparcamiento.
—Brysen, necesito que vengas a por mí. —Estaba llorando y parecía histérica.
—¿Qué? ¿Por qué?
Noté su hipido y oí los gritos y los vítores de la multitud sedienta de sangre al fondo. Me estremecí.
—Tenías razón. Es horrible. La gente aquí da miedo y no hay seguridad ni nada. Estaba bebiendo con unos chicos y ahora me siento rara y tengo miedo. Por favor, ven a por mí. Nadie más quiere venir a esta parte de la ciudad tan tarde.
Eso era porque la gente era lo suficientemente lista como para saber que La Punta no era lugar para principiantes después del anochecer. Miré a Ramón y él negó con la cabeza.
Suspiré y abrí la puerta del BMW.
—De acuerdo. Iré a buscarte, pero quizá la próxima vez podrías hacerme caso.
Ella volvió a hipar y se cortó la conexión. Ramón chasqueó la lengua y volvió a negar con la cabeza.
—Estás buscando problemas, chica guapa.
—Alguien tiene que ir a buscarla y yo sé exactamente dónde está el club.
—Podría ir a buscarla alguien que no tenga a un lunático intentando atropellarla con el coche. ¿Por qué no llamas al Adonis rubio y le pides que vaya a buscarla? De todos modos, probablemente ya estará por esa zona de la ciudad en una noche de pelea.
Yo me mordí el labio.
—No tenemos ese tipo de relación.
—Bry… ese chico te ha comprado un ordenador nuevo y te mira como si quisiera devorarte. Pídele que vaya a recoger a la imprudente de tu amiga y después ve a darle las gracias como es debido.
Resultaba muy atractivo, muy fácil. Pero poder delegar en alguien para que se hiciera cargo de algo era una quimera en mi mundo, y no sabía qué haría si Race aceptaba y se hacía cargo de Adria por mí. Probablemente me enamoraría de él. Como si no estuviera ya medio enamorada.
—No pasa nada. Iré a buscarla y la dejaré en casa. Ella lo haría por mí.
Él arqueó una ceja perfectamente depilada y puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, no lo haría, pero yo sé lo peligroso que puede ser ese lugar y moralmente no puedo dejarla allí sola.
Ramón se agachó para darme un beso en la frente mientras me sentaba al volante del coche.
—Ten cuidado, Bry. Últimamente parece que solo te pasan cosas malas.
Era cierto. Y era una mierda porque, sinceramente, en el fondo yo era una buena persona. Tal vez en algún momento hubiera sido una malcriada egocéntrica y ajena a todo, pero, llegado el momento de la verdad, había hecho lo que tenía que hacer. ¿Dónde se había metido mi buen karma por todo aquello?
A medida que entraba en La Punta con el coche, advertí que había una extraña línea, casi podía verse, en la que las cosas pasaban de estar deterioradas a estar completamente abandonadas. Era como si todo, los edificios, las carreteras, las luces y las pocas personas valientes que habitaban en la zona salvaje de La Punta se hubiesen visto absorbidos por la esencia del lugar. Había una oscuridad que nada tenía que ver con que fuese de noche. En el aire se notaba cierta opresión que nada tenía que ver con la polución o la niebla mezclada con el humor. Había una capa de suciedad que nada tenía que ver con que fuese la zona marginal de la ciudad. Era como si el tejido y los hilos que tejían La Punta estuvieran hechos de las peores cosas que pudieran encontrarse en un lugar. Y, cuanto más me adentraba en la ciudad, más evidentes se volvían esos patrones.
No quería aparcar el BMW, salir y exponerme a aquellos ojos siniestros que sentía que me observaban, así que llamé a Adria para decirle que se reuniera conmigo fuera. No respondió a mi primera llamada, ni a la segunda, y no contestó cuando le envié varios mensajes furiosos. Quería darme la vuelta e irme a casa, pero al hecho de que me hubiera dicho que se sentía rara después de beber con unos chicos se sumaba mi certeza de que aquel lugar lo frecuentaban bárbaros amorales y, como resultado, me sentía incapaz de abandonarla.
Aparqué el BMW a la vuelta de la esquina, recé para que siguiera allí cuando regresara y me dirigí hacia el almacén en el que se encontraba el club clandestino. Cabía la posibilidad de que ni siquiera me permitieran entrar. La puerta tenía un código y un sistema de seguridad asociado. La última vez que había estado allí había entrado solo porque iba con Dovie.
Me estremecí ligeramente en cuanto cerré la puerta del coche. Sentía esos ojos mirándome, prácticamente oía las pisadas al mismo ritmo que las mías y eso hizo que el miedo me atenazara el cuello. Aligeré el paso y bordeé el viejo almacén por donde sabía que se encontraban las desvencijadas escaleras que conducían al interior del local. En cuanto doblé la esquina del callejón, sentí que una mano se posaba sobre mi brazo y solté un grito de terror. Tenía el corazón en la garganta y di un respingo con tanta fuerza que caí al suelo de culo. No dejé de gritar ni siquiera cuando noté que un líquido misterioso que había en el suelo comenzaba a filtrarse a través del tejido de mis pantalones.
El tipo que tenía delante era delgado e inquieto. El pelo, castaño y grasiento, le caía por delante de los ojos y parecía tenerme tanto miedo como yo a él. Cambiaba el peso de un pie al otro y tenía las manos levantadas frente a él como si estuviera intentando mantenerme alejada. Cerré la boca y lo miré con rabia.
—¿Qué diablos te pasa?
Se agitó un poco más y miró hacia un lado.
—Lo siento, lo siento mucho. No se lo digas a Race —parecía aterrorizado y, cuando solté un gruñido y me puse en pie, se apartó de mí con un salto como si fuera a apuñalarlo o algo así.
—¿Qué?
—Race. No le digas a Race que te he asustado y te has caído. Te he visto doblar la esquina y había un tío, un tío grande, y te estaba siguiendo. Solo quería advertirte para que no entraras sola en el callejón.
Intenté en vano quitarme parte de la suciedad de los pantalones, pero no tuve mucha suerte.
—¿Qué quieres decir con que un tío me estaba siguiendo? ¿Qué tiene que ver Race con eso?
El tipo se pasó las manos por el pelo y se tiró de las puntas grasientas, obviamente preocupado.
—Race me dijo que te vigilara. Le debo mucho dinero y no podía decirle que no. Había un tío, lo he visto en un par de ocasiones. Te observa. Te ha seguido hasta aquí esta noche y estaba detrás de ti cuando te has bajado del coche. Este callejón está oscuro y aislado por un motivo. No quería que el tío te agarrara o algo. Race me mataría por eso, así que te he agarrado yo. Quería advertirte.
Se apartó varios pasos de mí y sacó su teléfono. Yo seguía intentando asimilar el hecho de que Race hubiera encargado a alguien que me siguiera cuando el tipo del pelo grasiento volvió a hablar.
—Voy a llamarle.
Justo en ese momento mi teléfono empezó a sonar porque Adria al fin me devolvía la llamada.
—¿Dónde estás?
Yo estaba enfadada y asustada. No era una buena combinación.
—¿A qué te refieres? —Sonaba atontada y borracha.
—He venido a buscarte como me habías pedido. ¿Dónde diablos estás, Adria? —Arrugué la nariz al captar la peste del líquido sobre el que había aterrizado. Qué manera tan maravillosa de acabar la noche.
—Me he marchado con unos chicos que eran muy simpáticos. Voy a una fiesta junto a la universidad. Deberías reunirte conmigo allí.
Por el amor de Dios. Iba a asesinarla. Apreté los dientes y el teléfono con tanta fuerza que me hice daño en la mano.
—¿Por qué me has pedido que viniera a por ti si ibas a marcharte después con unos desconocidos, Adria? —Estaba empezando a replantearme seriamente considerarla mi amiga.
—Oh, relájate, Bry. Tienes que salir más. Sabía que no vendrías de fiesta si te lo pedía. Tienes que vivir un poco. ¡Ven a la fiesta! Ah, trae al rubio guapo. Lo he visto entre la multitud cuando estaba allí. Qué bueno está.
Le colgué el teléfono y tuve que contener seriamente las ganas de lanzar el móvil contra el suelo. Solté un gruñido más propio de una bestia y volví a mirar al tipo nervioso que me observaba.
—¿Cómo era el tipo que me estaba siguiendo?
—Sí, Aldo, ¿cómo era?
Me di la vuelta, sobresaltada al oír la voz profunda de Race. Su cabellera dorada apareció en lo alto de las escaleras y no pude evitar devorarlo con la mirada. Llevaba unos vaqueros oscuros remangados por encima de unas botas de cowboy negras y gastadas, una sudadera negra con capucha y una cazadora gris que parecía cara y hecha a medida. Parecía tan fuera de lugar en aquel callejón pestilente como yo me sentía.
El tipo, Aldo creo que se llamaba, comenzó a dar vueltas de un lado a otro frente a mí como si fuera un roedor asustado. Enseguida llegué a la conclusión de que no me gustaba la gente con la que Race hacía negocios.
—Un tío corpulento, como tú de alto, pero más ancho. Al principio pensaba que eran dos personas diferentes, y por eso no dije nada. Lleva gorro y gafas, y creo que una vez incluso llevaba peluca. Y nunca conduce el mismo coche. Un día llevaba una camioneta que la siguió hasta el trabajo, después un Volkswagen que la siguió desde clase. Yo no estoy hecho para esta mierda, Race. A mí solo me gusta apostar en los deportes.
Race me miró con sus ojos verdes y después se fijó en el tipo nervioso. Vi que su pecho subía y bajaba al suspirar.
—De acuerdo. Considera saldada tu deuda.
—¿De verdad? —El chico prácticamente vibraba de emoción.
—Sí, pero la próxima vez tendrás que pagar con dinero de verdad, Aldo. No más favores.
El chico asintió y salió corriendo en la oscuridad.
Yo me crucé de brazos e intenté no estremecerme al ver que Race se acercaba a mí.
—¿Tenías a ese chico siguiéndome y ni siquiera te molestaste en mencionarlo? Llevo toda la semana de los nervios pensando que alguien va detrás de mí.
Race se encogió de hombros y se movió hasta ocupar mi espacio vital. Aspiré su aroma y me pregunté cómo podía hacer que incluso aquel callejón maloliente oliese bien.
—Si Aldo no fuera tan torpe, ni siquiera habrías sabido que estaba allí. Yo quería que, sea quien sea quien te estuviera siguiendo, supiera que sabemos que está ahí. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás sucia?
Me sonrojé y esperé que no se diera cuenta.
—El tal Aldo me ha agarrado y me ha dado un susto de muerte. Me he caído al suelo.
Arqueó una ceja y estiró la mano para limpiarme una mancha de la mejilla.
—¿Y qué hacías aquí?
Parecía que aquella era la pregunta de la noche.
—Mi amiga estaba emocionada porque había sido invitada a la noche de pelea. Yo soy idiota e intenté disuadirla para que no viniera, así que me ha engañado para que viniera aquí a recogerla. Pero se ha ido antes de que yo llegara y ahora estoy llena de mierda y un pirado ha estado a punto de matarme del susto. No es que sea una noche maravillosa.
Race ladeó la cabeza un poco y se quedó mirándome. Me estremecí de nuevo y, en esa ocasión, no tuvo nada que ver con estar en La Punta en mitad de la noche, ni con tener la sensación de que me seguían.
—Yo puedo hacer que mejore.
Tuve que morderme la lengua literalmente para no gemir.
—¿No estás trabajando?
Aquel hoyuelo hizo su aparición y sentí que me quedaba sin aliento.
—Uno de los luchadores ha empezado la pelea lesionado. Ha sido difícil de ver, pero al final ha conseguido ganar. Dado que era improbable, casi todo el mundo había apostado por el perdedor. Ha sido una noche de cobrar, no de pagar. He cumplido con mi parte, pero ahora Nassir no deja que nadie se marche sin soltar la pasta.
Su mundo no se parecía en nada a lo que yo había conocido, y odiaba admitir que resultaba todo fascinante, atractivo y peligroso… como él.
—Debería irme a casa. —Mi voz me sonó forzada hasta a mí. No podría haber resultado menos convincente ni aunque lo hubiera intentado.
—Siempre hay otras cosas que deberíamos estar haciendo. Vuelve a casa conmigo, Brysen.
No era una pregunta, sino más bien una orden. No debería haber sonado tan excitante.
—No creo que esa sea muy buena idea. Además, ni siquiera hemos mencionado el hecho de que oficialmente tengo un acosador.
Dio otro paso más hacia mí y el dedo que había utilizado para limpiarme la mejilla lo utilizó ahora para ponerme el pelo detrás de la oreja. Probablemente fue la caricia más tierna y respetuosa que había recibido de otra persona en toda mi vida. El hecho de que proviniese de aquel hombre tan complejo y problemático provocó un vuelco en mi interior.
—Tienes un acosador hasta que yo le ponga las manos encima. Y puede que sea una mala idea, pero es una mala idea que va a suceder de un modo u otro, así que me parece una estupidez resistirse y además requiere una energía que podría usarse para otras cosas. Deja que cuide de ti esta noche, Brysen. Te prometo que no te arrepentirás.
Claro que no me arrepentiría. Lo deseaba, me había dejado encandilar por él y, después de saciarme, después de aceptar todo lo que pudiera darme, después de vivir el placer y la pasión que desataría dentro de mí, me mataría saber que nunca podría volver a tenerlo. Resoplé, levanté una mano para agarrarle la muñeca y estaba decidida a decirle que no, que no merecía la pena exponerme al desengaño posterior, pero lo que salió de mi boca fue:
—No sé qué hacer contigo, Race.
Deslizó su mano cálida bajo mi pelo por la nuca y agachó la cabeza hacia la mía. Me besó y yo separé los labios para invitarlo.
—Sí que lo sabes.
Cuando me besó, yo ya estaba decidida. Deseaba aquello, lo deseaba a él y hacía mucho tiempo que no me permitía un capricho. Sabía que me conduciría a cosas malas, pero, hasta que llegara ese momento, quería disfrutar de todo lo que pudiera ofrecerme. Incluyendo su manera de acercarme a él. La forma en que sus manos resbalaron sobre mi trasero. La manera en que su lengua atrajo a la mía para jugar, y quizá sobre todo la manera en que lograba hacerme olvidar el resto de cosas que me atormentaban. Con su boca en la mía, con sus manos recorriendo mi cuerpo, no me acordaba de mi desastrosa vida familiar, ni de los suspensos en matemáticas, ni de las amenazas invisibles y acechantes… lo único que sentía era el calor, el deseo ardiente y la desesperación. Resultaba un cambio tan agradable con respecto a lo que sentía habitualmente que de ninguna forma podría decirle que no.
Dio un paso atrás y me apretó la nuca. Yo estaba sin aliento y sus ojos habían adquirido aquel tono verde profundo y sexy.
—No puedo ofrecerte nada sofisticado. Llevas mucho tiempo en mi cabeza, pero te prometo que haré que merezca la pena.
Suspiré y acepté la mano que me ofrecía.
—Ya lo has hecho, Race.
Volvió a mostrarme su hoyuelo y señaló con la cabeza hacia la entrada del callejón.
—¿Dónde has aparcado?
—A la vuelta de la esquina. —Me miró como diciendo que tendría suerte si me encontraba el BMW de una pieza cuando regresáramos.
—He visto a tu amiga, la de la fiesta. No tiene ni idea de qué hacer en un lugar así. Es ostentosa y grita. Esas cosas son como carnaza en el agua para los tiburones. Cualquiera que sea de aquí, cualquiera que sepa cómo funciona La Punta, sabe que, cuanto menos llames la atención mejor. Y además ha intentado agarrarme el paquete cuando he pasado junto a ella.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Acababa de tachar a Adria de la lista de amigos. Lo miré con la esperanza incierta de que el pringue sobre el que me había caído no se le estuviese extendiendo a él cuando me acercó más a su cuerpo. Me encantaba sentir esos músculos firmes contra mí mientras se movía. Sabía que me encantaría más aún cuando no hubiese ropa entre nosotros.
Frené en seco cuando doblamos la esquina. Como tenía tan buena suerte, y como mi noche tenía que acabar así, claro, el BMW estaba apoyado en el suelo, sin neumáticos ni llantas. La ventanilla del conductor estaba reventada, lo que significaba que probablemente también se habrían llevado la radio y todo lo que no estuviese enganchado. Por suerte había guardado las cosas de la universidad en el maletero que aún parecía intacto.
—Mierda —murmuré, y dejé que Race me abrazara con fuerza.
—Eso es lo que ocurre aquí.
—Es una mierda.
No me quitó la razón, pero sacó su móvil y empezó a dar órdenes por teléfono. Parecía que estaba pidiéndole a alguien que remolcara el coche hasta el taller.
—¿Más secuaces?
Me dirigió una sonrisa que hizo que me derritiera por dentro.
—A veces sirven para algo. Vamos. Tengo el Mustang detrás del almacén.
—Tengo que ver si el ordenador y los libros siguen en el maletero.
Me miró severamente y negó con la cabeza.
—No deberías venir aquí con esas cosas. A la gente le asaltan el coche por un teléfono móvil, imagina por un ordenador nuevo.
Fruncí el ceño y fui a recoger mis cosas.
—Como te he dicho, no sé qué hacer contigo y no tengo ni idea de qué hacer en este lugar, y sin embargo no hago más que venir.
Suspiré aliviada al ver el Mac en el maletero. Lo agarré y me volví hacia mi sexy acompañante.
Volvió a darme la mano y me dio un beso en el dorso. Estuve a punto de desmayarme. Nadie debería poder ser tan suave. Era como si no tuviera ningún lado áspero, a pesar de saber con certeza que eso no era cierto.
—Quieras o no quieras estar aquí, tienes que saber cómo cuidar de ti misma cuando llegues aquí. La Punta se come con patatas a las chicas guapas como tú.
—¿Y qué hay de los chicos guapos como tú? ¿También te come con patatas?
Me dirigió una mirada oscura que no tenía nada que ver con las que me dirigía cuando estaba excitado. Vi sombras en sus ojos, lugares profundos que le habían marcado, y sentí miedo, pero no de él, sino por él. Irme a la cama con Race Hartman entrañaba sus riesgos. Lo sabía, y su mirada me lo confirmaba.
—Así es, hasta que al chico guapo le crecen los dientes afilados para poder morder también.
Aquello le convertía en un depredador como el resto de cosas que se escondían en las sombras de aquella ciudad, y yo estaba a punto de irme con él y permitir que «cuidara» de mí. Parecía que era incapaz de evitar las situaciones complicadas, por muy buenas que pudieran ser mis intenciones.