Capítulo 9

Brysen

 

Pasé la noche con Race. Aunque tampoco fue ningún suplicio tener sus manos y su boca sobre mi cuerpo durante gran parte de la noche. Pero, a plena luz del día, el hecho de que hubiera bajado las barreras, de que me hubiera alejado de lo que sabía que tenía más sentido hacía que me sintiera algo abrumada. Era la primera vez en mucho tiempo que me sentía yo misma, como si tuviera una vida a la que quisiera aferrarme, y no quería malgastarla. Incluso el hecho de haberle permitido hacerme el amor una y otra vez sin protección era algo por lo que debería maldecirme, pero tomaba la píldora y era responsable de mis propias decisiones. Si nunca volvía a tener la oportunidad de volver a estar con Race, al menos sabía que lo había tenido todo para mí, y era mejor que cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Creo que la emoción y el desconcierto de estar con alguien como él se sumaban al hecho de que le resultara tan fácil provocarme.

Se había levantado de la cama esa mañana cuando empezó a sonar su teléfono. Había murmurado palabras como «pagos» y «margen de beneficios». Se había puesto unos vaqueros sin calzoncillos, lo que resultaba increíblemente sexy, me había dado un beso en la boca y me había dicho que Bax ya tenía reparado el BMW. Después desapareció entre despedidas precipitadas. Yo no sabía si volvería a verlo pronto y, francamente, me parecía bien, porque no estaba segura de cómo debía asimilar aquel cambio tan importante en nuestra relación. Nunca habíamos sido amigos, no nos conocíamos el uno al otro más allá de la poderosa atracción que parecía juntarnos, pero, cuanto más descubría de él, más me daba cuenta de lo mucho que se parecía a mí. Su vida tenía una apariencia, pero bajo la superficie había mucho más, sucedían muchas cosas.

No había sido mi intención contarle mi triste vida la noche anterior, pero, después de hacerlo, sentía que me había quitado cierto peso de encima. Era un alivio que alguien más supiera por qué hacía lo que hacía en casa, que, aunque ese sacrificio fuese ignorado en mi casa por aquellos por quienes lo realizaba, Race lo supiera, que de algún modo a él le importara.

Me di una ducha rápida bajo el agua hirviendo y me estremecí al tener que volver a ponerme la ropa sucia de la noche anterior. Llevaba la cara lavada, el pelo húmedo y tenía un chupetón en el cuello. Era la viva imagen de «la mañana del día siguiente» y no podía decir que me molestara. Tenía los ojos muy abiertos, pero brillaban como hacía tiempo que no lo hacían, y tal vez incluso parte de mi antiguo yo anduviera por allí, en aquellas profundidades azules.

Recogí mis cosas y me preparé para lo que Bax fuese a decirme antes de ir en busca de mi coche. En el taller había mucho ajetreo y mucho ruido. Se oían las máquinas, las voces masculinas hablando, una radio que emitía música rock en alguna parte y, por encima de todo, los motores rugiendo y los gases de escape perfumando el aire. Había tanto alboroto que albergaba la esperanza de pasar inadvertida, pero, claro, no tuve esa suerte. Una chica recién duchada saliendo del loft de Race no iba a pasar inadvertida, así que me sonrojé al ver las miradas de los tipos cubiertos de grasa y de aceite de motor.

Vi la imponente figura de Bax salir del despacho. Llevaba un cigarrillo colgando a un lado de la boca y el teléfono pegado a la oreja. Me vio mientras yo bajaba los escalones metálicos y señaló con la cabeza hacia la parte trasera del taller. Todo en él resultaba oscuro e intimidatorio. No tenía idea de cómo Dovie no salía corriendo despavorida cada vez que la miraba. Solo mirarlo a los ojos, negros como el carbón, fue suficiente para que caminara como un conejillo asustado en la dirección que me había indicado.

El BMW tenía unas ruedas nuevas y unas llantas que parecían mucho más caras que las que me habían robado la noche anterior. Dejé el bolso y el portátil en el asiento del copiloto y me sorprendió ver que incluso habían instalado una radio nueva. Me sobresalté cuando Bax me llamó y me lanzó las llaves. Las atrapé con la mano y lo vi acercarse a mí. Una nube de humo escapó de sus labios y me miró con el ceño ligeramente fruncido. Tenía una estrella negra tatuada en la cara, junto al ojo, y su manera de arrugarse y moverse era fascinante. Era la personificación del tipo de hombre forjado en las calles de La Punta.

—¿Te lo pasaste bien anoche? —Fue una pregunta indiscreta y además no era asunto suyo, pero era típico de Bax preguntar algo así.

Me aclaré la garganta y apreté las llaves del coche con fuerza contra la palma de mi mano.

—Sí.

Se sacó el cigarrillo de la boca, lo tiró al suelo y lo apagó con la bota antes de pasarse las manos por el pelo.

—Race llevaba tiempo detrás de ti, pero sus negocios en la ciudad ahora mismo están en una situación delicada. La Punta nunca deja de ser inestable y ahora mismo todo podría venirse abajo. Tiene que mantener la cabeza despejada y la mirada en el objetivo o podrían ocurrirle cosas muy malas. Si piensas quedarte a su lado, también te arrastrará a ti.

Fue una advertencia tan sutil como una excavadora.

—Solo está ayudándome un poco. Tengo un problema con un acosador. No quiero distraerlo ni ponerlo en peligro.

Él sonrió levemente y entonces pude ver realmente la belleza que hacía que Dovie estuviese tan locamente enamorada de él. Estuve a punto de suspirar.

—Deberías saber que no tienes más que respirar para distraerlo. Solo te digo que tengas todo eso en mente cuando decidas adentrarte en el lado salvaje. Aquí hay que pensar en más cosas además de en echar un polvo.

Tomé aliento al oír la brusquedad de sus palabras y lo miré con el ceño fruncido. Él ladeó la cabeza y se quedó mirándome también durante unos segundos.

—Tu acosador… ¿tienes idea de quién podría ser? ¿No hay ningún ex? ¿Alguien que te guarde rencor?

Negué con la cabeza.

—No, nadie. Hace más de un año que no tengo una cita. Vivo en casa de mis padres. Voy a trabajar y a clase, nada más. Soy aburrida. Quiero decir que sí que he rechazado a algunos chicos cuando me han pedido una cita, y estoy segura de que un profesor ayudante de la universidad quiere arruinarme la vida, pero nadie me había amenazado directamente.

—Eres lo suficientemente interesante para que alguien quiera joderte, y cualquiera puede ser una amenaza.

Suspiré y me aparté el pelo húmedo de la nuca.

—El profesor ayudante es un imbécil. Me pidió una cita y yo lo rechacé de mala manera. Desde entonces estoy segura de que está manipulando mis notas y convirtiendo este cuatrimestre en un infierno. Es la única persona que se me ocurre a la que podría haber fastidiado lo suficiente últimamente, pero no puedo demostrar que esté haciendo nada turbio.

Bax se pasó el pulgar por la barbilla y arqueó una ceja oscura.

—¿Se lo has dicho a Bax?

—No. No es más que un empollón de matemáticas. Es molesto y estoy segura de que está intentando fastidiarme las notas para que suspenda. Pero no puedo demostrarlo.

—Una chica guapa no tiene que hacer mucho para provocar a un tipo solitario.

Yo no sabía qué decir a eso, así que nos quedamos mirándonos durante unos segundos hasta que él sacó otro cigarrillo y se lo llevó a la boca. Me aclaré la garganta ligeramente y me dirigí hacia mi coche.

—Gracias por ponerle ruedas nuevas al coche.

—Dale las gracias a Race.

Bueno, estaba bastante segura de haberme ocupado de eso la noche anterior, pero no pensaba decírselo a Bax.

—Oye, Bax. —Me miró—. Todo eso que hace Race, los negocios en los que anda metido… no le pasará nada, ¿verdad? —En realidad no quería una respuesta sincera, pero sabía que me la iba a dar.

Bax se encendió el cigarrillo y se encogió de hombros.

—Race es el tipo más listo que conozco. Está haciendo lo que cree que hay que hacer. Toma decisiones drásticas que a veces afectan a quienes le rodean, y no siempre para bien. Pero es más listo que ellos y eso tiene que servir para algo, ¿no?

Aquello no sonaba muy tranquilizador, pero uno de sus trabajadores le llamó y a mí me despachó como si fuera una junta de culata o algo así.

Abandoné el taller pensando en la noche anterior y en todas las cosas que podrían pasarle a Race si no era lo suficientemente listo como para mantenerse por encima de todas las cosas que sucedían en La Punta. Me gustaba. Me gustaba de verdad. Era difícil resistirse. Era encantador y cariñoso, pero lo más irresistible de todo eran las pequeñas sorpresas ocultas. Quería conocerlo de verdad, colarme en su cabeza y ver cómo funcionaba. Era una pena que no tuviera tiempo para ello ni para reflexionar sobre cómo podrían salir las cosas entre nosotros.

Cuando llegué a mi parte de la ciudad, mi hermana estaba en casa, mi madre estaba en la cocina, sorprendentemente sobria y preparando sándwiches y, como de costumbre, mi padre no estaba por ningún lado, pese a ser fin de semana. Me escabullí con la esperanza de que mi aspecto desaliñado no provocara un escándalo y fui a arreglarme a mi habitación.

Quizá Karsen quisiera fingir que nuestra madre estaba bien, absorber los pocos momentos de lucidez y sobriedad entre sus ataques maníacos, pero eso requería un esfuerzo que yo no estaba dispuesta a hacer y una actitud que no pensaba adoptar. Ignoré el mensaje de disculpa de Adria y respondí a uno sarcástico de Dovie. No iba a ocultarle a nadie el hecho de que me hubiese acostado con Race, pero tampoco iba a alardear de ello. Estaba muy bueno, ambos estábamos solteros y hacía tanto tiempo que lo deseaba que parecía algo innato en mí, y no pensaba intentar explicarle a nadie aquella necesidad de poseerlo sin más, ni siquiera a la bienintencionada Dovie.

Me hacía gracia que a un tipo tan peligroso y masculino como Bax le gustara cotillear sobre la vida amorosa de su amigo como si fuera una chica. Era la única forma de la que Dovie podría haberse enterado de que había pasado la noche con su hermano.

Me acomodé en la cama para pasar la tarde haciendo deberes y poniéndome al día después de que mi ordenador se estropeara la semana anterior. Minutos más tarde mi hermana llamó a la puerta y asomó la cabeza. Llevaba uno de los sándwiches en un plato y una sonrisa en la cara.

—¿No quieres comer con mamá y conmigo?

Entró en la habitación, dejó el plato en el borde de la cama y se tumbó en una esquina del colchón.

—No. Ver a mamá pasando el rato en la cocina después de haberla destruido la semana pasada no me parece bien. Me sorprende que estés en casa. Pensaba que pasarías el fin de semana con alguna de tus amigas.

Cada vez era más frecuente que Karsen se buscara un sitio donde pasar los fines de semana, y la verdad era que no podía culparla. Si yo hubiera tenido un lugar al que huir, también me habría ido. Pero sabía que la distancia no solventaría los problemas que iban creciendo entre las paredes de aquella casa.

Ella se retorció un mechón de pelo con el dedo y sonrió.

—Me han invitado a una fiesta esta noche, así que tenía que venir a casa a cambiarme. Connie y yo vamos a ir juntas y me quedaré con ella esta noche.

Arqueé una ceja y la miré. Recordé entonces que Race había augurado que mi hermana crecería y empezaría a hacer su vida sin mí.

—¿Qué tipo de fiesta?

Las fiestas en La Colina eran peligrosas. No peligrosas como en La Punta, donde debías temer por tu vida, sino peligrosas en un sentido más insidioso y disimulado. Los chicos de La Colina no solían aceptar un «no» por respuesta, y los niños ricos tenían acceso a muchas cosas a las que no deberían tenerlo. Yo no era la madre de Karsen y sabía que era una chica lista, pero no había renunciado a todo lo que tenía para verla caer víctima de un chico embaucador con un coche bonito. Estuve a punto de poner los ojos en blanco al pensar en mis actuales circunstancias con un chico que originariamente era de La Colina.

—Nada especial. Un par de amigas se van a juntar en casa de un chico que se llama Parker. Creo que es simpático. Juega al béisbol y Connie está saliendo con su mejor amigo.

Se sonrojó y pareció nerviosa.

—Te gusta.

Dejó caer las pestañas y pasó los dedos por mi colcha.

—Un poco.

Suspiré y dejé el ordenador a un lado. Crucé las piernas y me incliné hacia ella. Tenía que admitir que me sentía algo celosa. Parecía que hubiese pasado una eternidad desde que yo era una chica normal colgada de un chico mono de la escuela. Me alegraba por ella y por el hecho de que, pese a la inestabilidad de nuestras vidas, pese a la presión que ejercía sobre nosotras la situación de nuestros padres, mi hermana pudiera ser una adolescente que quisiera salir y divertirse como una chica de su edad.

—¿Cómo es?

Se rio y yo agarré el sándwich para darle un mordisco.

—No es tan guapo como tu chico, pero aun así está bueno.

Estuve a punto de atragantarme con el sándwich.

—Yo no tengo ningún chico.

Entonces fue ella la que me dirigió una mirada especulativa mientras se bajaba de la cama.

—No has dormido en casa. Tenías el pelo mojado cuando has entrado. Y, no sé si te has mirado en un espejo esta mañana, pero tienes un chupetón en el cuello del tamaño de Texas, y además sonríes. Sinceramente, me alegro. No hay razón para que no puedas tener a un tío bueno detrás de ti y no te había visto con esa sonrisa de tonta en mucho tiempo. Es un cambio agradable para variar.

Era del todo inapropiado que mi hermana pequeña prácticamente estuviese alentándome a echar un polvo, y además no me había dado cuenta de que estuviese sonriendo. Dios ¿qué iba a hacer con Race?

—Pues ten cuidado, no hagas ninguna estupidez mientras estás fuera, ¿de acuerdo?

—Nunca lo hago, Brysen.

Ojalá yo pudiera decir lo mismo. Me dejó sola, yo terminé un proyecto que tenía, repasé los apuntes de Teoría matemática y, en algún momento, debí de quedarme dormida durante unos minutos. Después tuve que correr para prepararme antes de ir a trabajar al restaurante esa noche, porque la siesta no entraba en mis planes, pero obviamente mi cuerpo necesitaba descansar después del ejercicio de la noche anterior. Creo que nunca antes había tenido el tipo de encuentro sexual que se sigue notando después por todo el cuerpo. Esa era razón suficiente para desconfiar de tener algo más serio con Race. Cualquier chica podría volverse adicta fácilmente a esa sensación, y en mi vida no había lugar para una adicción tan frívola en aquel momento.

Bajé corriendo las escaleras mientras intentaba recogerme el pelo con una horquilla cuando vi que mi padre al fin había vuelto a casa. Estaba dando vueltas entre la cocina y el salón con el teléfono pegado a la oreja mientras mi madre permanecía sentada en el sofá y lo observaba con ojos vidriosos. No parecía que hubiese estado bebiendo, pero ya no parecía tan calmada como esa tarde.

—¿Qué pasa? —pregunté sin esperar realmente una respuesta por parte de ninguno de los dos.

Mi padre levantó la mano y yo miré a mi madre, que me ignoró sin más. Tenía ganas de estrangularlos a ambos.

Estaba a punto de marcharme, de dejarlos pudriéndose en aquel ambiente de incomodidad y amargura que parecía invadir siempre la casa, cuando mi padre me agarró de la muñeca al llegar a la puerta. Lo miré sorprendida y me zafé. Me había agarrado con más fuerza de la necesaria y, al fijarme, vi en su mirada cierta desesperación que me puso nerviosa.

—Brysen, necesito que me dejes usar tu coche durante unos días.

No pude evitar reírme. Había renunciado a todo para volver a casa, para estar allí con Karsen. Lo único que me quedaba era el coche y las clases. Cosas que mantenía trabajando duramente.

—Ni hablar. Tengo que ir a trabajar y no pienso tomar el autobús o buscar a alguien que me lleve. ¿Qué le pasa al Lexus?

Mi madre ya no conducía. Le habían retirado el carné después del accidente, pero mi padre había logrado quedarse con un bonito Lexus utilitario.

Me miró con el ceño fruncido y miró el teléfono cuando este comenzó a sonar de nuevo.

—Estará en el taller un par de días. No seas egoísta. Yo traigo el pan a esta casa, no tú. Necesito tu coche.

Volví a reírme, pero esa vez estuve a punto de atragantarme.

—No. —No pensaba tener aquella discusión. No iba a renunciar a mi coche, era el último vínculo que me quedaba con la libertad. Habría preferido lamerme la suela del zapato a quedarme atrapada en aquella casa sin manera de ir a ninguna parte. Además, me dejaba la piel trabajando para mantener el coche. Mi padre no iba a conseguir hacerme sentir culpable por no prestárselo.

Abrí la puerta y salí de casa sin mirar atrás. Oí que me seguía, miré por encima del hombro y vi a mi madre de pie en el umbral de la puerta. En cuanto pudiera, sabía que agarraría una botella, y que estar sola en casa mientras mi padre se encerraba en su despacho sería un detonante para ella. No me preocupaba ya, era demasiado habitual. Estaba enfadada, muy enfadada, y cuando mi padre volvió a agarrarme del brazo le aparté la mano de un manotazo, lo que le hizo retroceder y mirarme con el ceño fruncido.

—Déjalo ya. No pienso prestarte mi coche, papá. Puedes ir en autobús, o andando, o yo qué sé, pide un bicitaxi. No pienso permitir que me crees otro problema más.

—Yo no te he creado ningún problema, Brysen.

—¿De verdad? ¿Dejar que mamá destrozara la cocina sin hacer nada al respecto, sin molestarte en asegurarte de que Karsen estuviera bien no es crearme problemas? ¿Y qué me dices del hecho de que mamá no sale a ninguna parte y que siempre se las apaña para tener una botella de alcohol a mano? ¿Eso tampoco es mi problema?

Negué con la cabeza y caminé hacia el BMW. Eran cosas que quería decirle desde hacía mucho tiempo, y había más, muchas más, pero, a juzgar por la determinación de su barbilla y sus párpados entornados, sabía que solo se habría quedado con mi negativa a entregarle mis llaves.

Era la misma historia de siempre, ni mi madre ni él tenían idea de lo duro que estaba siendo para mí, y obviamente estaban demasiado absortos en sus deprimentes vidas como para preocuparse. Y por eso mismo no podía dejar a Karsen sola en la casa, fuera ella a necesitarme siempre o no.

Mi padre me miró con odio mientras sacaba el coche de la entrada y volvió a llevarse el teléfono a la oreja. Estaba enfadada, estaba frustrada y, sobre todo, estaba harta de todo. No quería seguir sintiéndome así, indefensa e infravalorada. Me detuve un minuto cuando aparqué frente al restaurante para asegurarme de que nadie estuviera observándome ni siguiéndome. También me detuve un minuto para llamar a Race.

Sonó y sonó, pero no respondió, y me sentí terriblemente decepcionada. No sabía qué pensaría de lo de la noche anterior, no sabía si habría sido tan alucinante y trascendental para él como para mí. Sin embargo, con la inquietud que me había dejado la pelea con mi padre, creía que solo él podría hacerme sentir mejor.

Ramón me dirigió una mirada cómplice y maliciosa cuando me vio. Por suerte, enseguida me asignaron un grupo enorme y logré evitar los cotilleos y responder preguntas durante casi todo mi turno.

Estaba de malhumor y seguía enfadada con mi padre, y un poco molesta porque Race no hubiese respondido a mi llamada, cuando una de mis compañeras se acercó a mí durante el descanso para decirme que tenía otra mesa. No entendía por qué nadie más podría hacerse cargo de ella, pero me dijo que habían preguntado específicamente por mí. Teniendo en cuenta que alguien estaba siguiéndome, me puse nerviosa al volver al comedor, sin saber quién estaría esperándome. En cuanto vi aquella melena dorada y ese hoyuelo, algo en mi pecho se liberó y sentí que podía respirar de nuevo por primera vez desde que me dejara sola en la cama aquella mañana.

Me acerqué a la mesa y apoyé la cadera en el borde del asiento. Él me miró con esos ojos verdes y se me secó la boca.

—Hola.

Me sonrió y tuve que contenerme para no suspirar. Las sonrisas de Race Hartman deberían estar prohibidas; eran un arma peligrosa.

—He visto que me has llamado. He pensado en pasarme para asegurarme de que estuvieras bien.

Parpadeé sorprendida y jugueteé con el dobladillo del delantal. Nadie se había preocupado nunca por mí de esa forma. Hacía que a mi corazón le entraran ganas de cometer estupideces.

—Estoy bien. Me preguntaba qué hacías esta noche. Mi hermana no está en casa y, francamente, no quiero estar allí. Sé que es fin de semana y que probablemente tengas un millón de cosas que hacer, pero pensé que merecía la pena intentarlo.

Race enarcó una de sus cejas y se giró para poder ponerme una mano en el muslo. Teniendo en cuenta que llevaba falda, colocó la mano sobre mi piel justo por encima de la herida a medio curar del incidente en el aparcamiento. Mi respiración tardó un minuto en normalizarse y noté que se me espesaba la sangre solo con la caricia de su mano. Normalmente no era tan directa y descarada, pero, igual que la noche anterior, había algo en él que me hacía traspasar límites e ir a por lo que deseaba: a él.

—Estoy ocupado. Estaba trabajando cuando me has llamado. Llevo trabajando todo el día. ¿A qué hora sales?

—Sobre la una.

Se puso en pie de pronto y nos quedamos muy cerca. Me puso una mano en el cuello y se agachó para darme un beso en la boca.

—Reúnete conmigo en el taller. Te enviaré el código para que puedas entrar. Puede que no llegue justo a la una, pero, si vas directa desde aquí, no te pasará nada en esa parte de la ciudad, incluso siendo tan tarde.

Yo quería pasar la noche con él, quería sentir que recuperaba mi antigua vida, como la noche anterior. Asentí en silencio y él apoyó la barbilla en mi frente. Me acarició el labio inferior con el pulgar.

—No tengo un «secuaz» que pueda seguirte esta noche, Bry. Así que tendrás que tener cuidado, ¿de acuerdo?

Asentí de nuevo y él dio un paso atrás.

—Race… —Me miró con sus ojos verdes y una sonrisa fácil—. Ten cuidado tú también. —Sentía que alguien tenía que decirle aquello antes de irse a hacer Dios sabía qué.

Una sombra tenebrosa cruzó su rostro, algo que me hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

—De pronto cuidar de todo el mundo me parece más prioritario que el otro día.

Me dio otro beso y se marchó mientras lo miraba con una anticipación que resultaba muy agradable, pero también me quedé algo preocupada pensando en qué me estaría metiendo exactamente.

Acabé con una mesa de tipos escandalosos y Ramón no pudo acompañarme al coche hasta casi la una y media. Estaba cansada, pero me aseguré de mantenerme alerta mientras caminaba hacia el vehículo. No emergió nadie de entre las sombras. Ningún coche trató de atropellarme y, cuando Ramón se despidió de mí con un beso en la mejilla y un guiño, me sentí bastante bien.

El trayecto hacia La Punta nunca era divertido. Seguía entristeciéndome ver como las cosas iban deteriorándose a medida que me adentraba en la ciudad. Pero, ahora que pasaba más tiempo allí, empezaba a entender cómo funcionaba, me daba cuenta de que la ciudad se alimentaba de las vidas de la gente que vivía en ella, y por ello me daban cada vez menos miedo todas las cosas que se movían en la oscuridad de la noche. Tuve un momento de pánico al ver unos faros encendidos por el espejo retrovisor. Entorné los párpados por el destello y agarré involuntariamente el volante con más fuerza. Aumenté la velocidad, doblé una esquina y respiré aliviada al ver el monolito metálico del taller.

Me detuve frente a la puerta e introduje el código numérico que Race me había enviado antes. El coche que iba detrás de mí siguió su camino sin detenerse y mi corazón se tranquilizó. Me calmé más aún cuando las enormes puertas metálicas se cerraron y me encontré dentro. Por muy austero que fuese aquel lugar, por industrial y fría que resultase la fachada, no podía negar que parecía una fortaleza de hierro capaz de mantener alejados a los lobos callejeros. Me tomé un minuto para ordenar mis pensamientos y quitarme el delantal, y estaba a punto de entrar en la casa cuando me detuve al oír que las puertas volvían a abrirse desde fuera.

El Mustang entró levantando a su paso una nube de polvo. Race aparcó junto a mi BMW y apagó el motor. Agité una mano frente a mi cara para dispersar parte del polvo y me acerqué al coche para saludarlo. Pero me detuve en seco y me quedé con la boca abierta al verlo. Frunció el ceño al verme y escupió sangre al suelo.

Tenía el pelo revuelto y el labio inferior partido. Un corte abierto en la ceja y una mejilla hinchada y amoratada. Llevaba la camisa rasgada a la altura del cuello y manchada de sangre. En ambas manos tenía rozaduras y arañazos.

—¿Qué te ha pasado? —Mi voz sonó tan aguda que parecía que hubiese aspirado un globo de helio.

Él volvió a escupir sangre y sacudió una de las manos. Me estremecí al ver gotas de sangre que salían disparadas con el movimiento.

—El trabajo. Eso me ha pasado.

Se movía con lentitud, pero caminó con estabilidad hacia mí. Estiré los brazos para abrazarlo, pero levantó las manos y retrocedió.

—Deja que me limpie primero.

Fruncí el ceño y lo seguí mientras entraba en el garaje. No se molestó en encender las luces y, cuando tropezó al llegar al pie de las escaleras que conducían al loft, estiré los brazos, puse las manos en su espalda y noté que se estremecía con el contacto. Aquel era un hombre contradictorio y no sabía qué hacer con él. En ese momento no parecía guapo ni majestuoso. Parecía tan enfadado y furioso como me sentía yo a veces.

—Venga, deja que te ayude.

Murmuró algo, pero no se apartó cuando lo guie escaleras arriba hasta su casa vacía. Seguimos caminando hasta el cuarto de baño, allí encendí la luz y le dije que se sentara en el retrete para que pudiera limpiarle las heridas como había hecho él conmigo la otra noche. Para cuando regresé con una toalla limpia, se había desnudado de cintura para arriba y estaba mirándose la cara en el espejo con una expresión distante y vacía. Era como si hubiese bloqueado sus emociones.

—¿Qué ha pasado?

No sabía si me lo contaría… no si eso le incluía a él en alguna actividad criminal. Pero, cuando estiré la mano para quitarle la sangre seca de las cejas, suspiró, dejó caer los hombros y se apoyó en el lavabo.

—Nunca entenderé por qué la gente arriesga lo que no puede permitirse perder.

—¿Ha sido uno de tus jugadores?

—No. Alguien que contrató el tipo que me debe dinero para intentar librarse de pagar. Probablemente le haya costado más de lo que debe, y el tipo que ha enviado era de risa, pero aun así…

Coloqué el dedo índice sobre el corte del labio inferior y lo miré.

—A mí no me parece que sea de risa.

Él puso una cara y yo me agaché para poner los labios sobre un moratón que comenzaba a aparecer sobre sus costillas.

—Podría ser peor. Siempre podría ser peor. El tipo solo quería darme una paliza, no matarme. Normalmente puedo defenderme bien en una pelea, pero esta no la esperaba. Lo cual me hace sentir como un idiota, y no me gusta sentirme como un idiota. No sé por qué sigo pensando que la gente hará las cosas de la manera más lógica y fácil. Las cosas no funcionan así aquí.

—Creo que las cosas no funcionan así en ninguna parte.

Avancé desde el lado de su pecho hasta el esternón y le di un beso allí. Noté su piel caliente y dura bajo mis labios. Sentí que su cuerpo comenzaba a responder a mis caricias. Enredó los dedos en mi pelo mientras yo deslizaba la lengua por su pezón. En respuesta se le aceleró el corazón.

Recorrí sus costillas con las manos y las apoyé en sus caderas, justo por encima de los vaqueros. Race estaba en forma y tenía los músculos bien definidos. Tenía ganas de lamer su piel, de recorrer cada contorno de su cuerpo con la punta de la lengua. Metí las manos por debajo de la cintura del vaquero y sonreí al notar con los dedos su erección. Me encantaba que, incluso de mal humor, no tardase en reaccionar a mis caricias. Hacía que todo el descaro que despertaba en mí pareciera más correspondido.

—Ahora me toca a mí cuidar de ti —susurré mientras lo besaba sobre el corazón antes de apartarme para poder desabrocharle la hebilla del cinturón.

Brysen… —dijo con la voz rasgada y áspera—, no sé cuánto podré aguantar esta noche.

Bien. Lo llevaría hasta el límite como había hecho él conmigo, haría que todo estuviese mejor con una caricia relajante y sensual. El cinturón cedió con facilidad y vi que estaba tan excitado que su erección prácticamente se abrió paso a través del tejido de los vaqueros. Tenía un miembro largo y duro que acaricié con las manos. Vi que los músculos de su vientre se tensaban, vi que respiraba aceleradamente y que el color de sus ojos pasaba de verde a negro.

Me arrodillé frente a él, algo que debería haberme puesto nerviosa, debería haber hecho que me preguntara hasta dónde estaba dispuesta a llegar para complacer a aquel hombre, pero no fue así. Me hizo sentir que tenía el control, que estaba al mando de lo que pasaba entre nosotros, y me gustó que me agarrara con fuerza la cabeza cuando me eché hacia delante para introducir la punta de su erección entre mis labios. Soltó un gemido gutural mientras yo recorría con la lengua cada centímetro de su poderoso miembro.

Sabía a Race. Misterioso y exótico al mismo tiempo. Tenía un camino de vello dorado que recorría su abdomen desde debajo del ombligo y que me hacía cosquillas en los dedos cuando rodeé la base de su erección con la mano, porque de ninguna manera iba a caberme entera en la boca. Gimió de nuevo y enredó los dedos en mi pelo. Empecé a chupar y a succionar, a excitarlo hasta que empezó a mover las caderas involuntariamente contra mi boca. Yo quería usar la otra mano, quería acariciarlo, estimularlo, hacerle sobrepasar el límite para que pudiera aliviar toda esa tensión que recorría su cuerpo, pero Race ya se había cansado de recibir sin dar nada a cambio.

Solté un grito de sorpresa cuando me levantó, me dio la vuelta y me sentó en el borde del lavabo, donde él había estado apoyado. Me lamí el labio inferior con la lengua, lo que le hizo soltar un taco, y le rodeé la cintura con las piernas cuando metió las manos impacientes por debajo de mi falda para quitarme las bragas.

—No había acabado —dije. Quería sonar sexy y seductora, pero me salió más como Minnie Mouse.

Él sonrió y aquel hoyuelo fue suficiente para hacerme sentir la humedad y el calor entre las piernas.

—Yo estaba a punto de hacerlo, y no es eso lo que deseo. Te deseo a ti.

Se colocó entre mis piernas, agachó la cabeza y me besó en la boca. Yo me estremecí un poco al saborear la sangre de su labio partido. Segundos más tarde, me penetró con una embestida firme y se me olvidó por completo su herida mientras lo besaba con pasión. No hubo preliminares ni preámbulos como la noche anterior, pero aun así sentir su cuerpo duro y caliente mientras se movía dentro de mí era como estar en el paraíso. Rodeé sus hombros desnudos con los brazos, intentando en vano no rozar los moratones que decoraban su piel.

Aquel encuentro fue más primario. Se trataba de llegar a la meta, de hacer que ambos nos sintiéramos mejor, no como el día anterior. Pero fue igual de intenso, igual de potente e impactante. Hizo que mi cuerpo reaccionara igual de rápido, que mis entrañas se retorcieran del mismo modo, pero había algo más allí, algo que lo hacía más penetrante.

Había algo en aquellos ojos y en sus caricias que me hizo sentir que esa noche estaba con el otro Race. Aquel era el Race que vivía y trabajaba en La Punta. Aquel era el Race que se había enfrentado a un gánster y había ganado. Aquel era el Race al que no le daba miedo quebrantar la ley. Aquel era el Race maltrecho y algo triste porque pensaba que estaba haciendo lo correcto y nadie allí se lo agradecía. No se estaba desviviendo por complacerme, pero era igual de bueno, y consiguió que empezara a jadear y a retorcerme contra él con unas pocas embestidas y el roce de sus dedos sobre mi piel. Aquello era maravilloso.

Metió las manos debajo de mi camiseta y me la sacó por encima de la cabeza. Me dio un beso en cada pecho y vi la intensidad ardiente de su mirada mientras nos miraba movernos juntos. Se trataba de hacerle olvidar lo que le había enfadado; se trataba de intentar dejar a un lado al tipo que creía que tenía que ser en aquel lugar. Estar conmigo también le hacía sentir como si fuera otra persona y, cuando metió los dedos entre mis piernas y tiró más de mí hacia el borde del lavabo, donde ya me encontraba casi en equilibrio, no pude aguantar más y me entregué a las sensaciones.

Susurré su nombre y me deshice entre sus brazos mientras él me mostraba sus dientes y hacía lo mismo. Solo un chico como Race podría resultar tan atractivo al alcanzar el orgasmo y estremecerse de placer. Me quedé jadeando contra su cuello mientras él me acariciaba el pelo.

—¿Ya te encuentras mejor?

Ahora mi voz sonaba rasgada y adormecida por el sexo.

Él se rio y deslizó las manos por mi espalda para poder desabrocharme el sujetador.

—No, pero tú haces que me resulte más fácil olvidarme de lo mal que funcionan aquí las cosas.

Bueno, ¿qué chica no querría oír eso de un chico atractivo mientras este la levantaba y se la llevaba al salón para seguir poseyéndola? Se suponía que estaba con él para sentirme como una persona normal, pero no iba a quejarme si podía devolverle el favor.