Capítulo 1

Brysen

 

Resulta imposible ignorar a algunos hombres. Es como si todos a su alrededor se movieran a cámara lenta, como si los demás estuvieran pintados en blanco y negro y él fuese la única nota de color; lo único que se mueve en la habitación. Race Hartman era ese tipo de hombre. A pesar de que nos separase una habitación llena de gente borracha y emocionada, a pesar de que dudara que supiera que yo estaba en la misma fiesta que él, no pude fijarme en otra cosa. Alto y rubio, con un cuerpo y una cara diseñados para volver a las mujeres locas de deseo, no podía negarse que era guapo y tentador, como solía serlo aquello que era malo para una. Yo no quería quedarme mirando, pero no podía evitarlo. Era dinámico y atrevido y, en mi mundo, donde todo era gris y sin vida, suponía un banquete para los sentidos y estaba encantada de darme un atracón.

Echaba de menos la época en la que me limitaba a ir a clase, salir de fiesta, pasarlo bien y hacer como si no me preocupara nada en el mundo. Esa época había quedado atrás, así que tenía que dejar de mirar a Race como una idiota y seguir intentando disfrutar de la única noche que tenía libre en el trabajo y en la que no me necesitaban en casa. Mi hermana pequeña estaba en una fiesta de pijamas y mi padre había acordado que se quedaría en casa con mi madre. Era raro que por una vez pudiera comportarme como una chica normal de veintiún años, y estaba desperdiciando la oportunidad mientras me comía con los ojos al hermano mayor de mi mejor amiga, probablemente el tipo menos indicado del que colgarse.

—¿Lo conoces?

Mi amiga Adria era la que me había convencido para salir esa noche. Recordaba que las fiestas como esa eran más divertidas. Di un trago de cerveza medio caliente en un vaso rojo y traté de evitar que mi mirada se desviara magnéticamente hacia Race.

—Es el hermano mayor de Dovie.

—¿En serio?

Su incredulidad estaba más que justificada. Mientras que Race parecía majestuoso, como una especie de dios dorado enviado a la tierra para gobernar a los simples mortales, Dovie Pryce era una pelirroja de melena salvaje llena de pecas y muy poco evidente. Era mona como mucho, no impresionante como su hermano. También era la persona más amable del mundo. Yo estaba bastante segura de que Race no tenía un ápice de amabilidad en todo su cuerpo.

Apreté el vaso con más fuerza cuando giró la cabeza y aquellos ojos verde musgo se encontraron con los míos.

—En serio. —Mi voz sonaba más áspera de lo normal, incluso a mis propios oídos.

—¿Cómo puede ser eso?

Me caía bien Adria. Íbamos juntas a clase de Economía y era una de las pocas personas que no me habían dado de lado al verme obligada a volver a casa después de que la situación con mi madre se volviera insostenible. Ya no me divertía mucho, lo que significaba que tampoco tenía muchos amigos. Sin embargo no tenía pensado pasar la velada intentando explicarle las complejas dinámicas familiares de los Hartman. La historia familiar de Race y de Dovie no era precisamente divertida, y eso era justo lo que yo iba buscando esa noche: diversión.

Estuve a punto de atragantarme con la cerveza porque Race estaba abriéndose paso entre la multitud de universitarios que bailaban y se restregaban y se dirigía hacia donde nosotras estábamos. La gente se apartaba instintivamente a su paso. Era como si hubiera un campo de fuerza de agresividad que le rodeaba y que solo se atrevían a desafiar aquellos a quienes les gustaba vivir peligrosamente. Yo no era una de esas personas. Al menos eso era lo que me decía a mí misma siempre que estaba a su alrededor.

Claro, me sentía peligrosamente atraída por él, había sido así desde la primera vez que lo vi, cuando dejó a Dovie en el trabajo, pero él nunca lo sabría. Race no era un buen tipo y mi vida ya era suficientemente dura sin la necesidad de añadir el tipo de complicación que él sin duda supondría.

Para mantener bajo control a Race y a mis traicioneros sentimientos, yo era mala con él… pero mala de verdad. Era fría. Mostraba poco interés. Era grosera y a veces era abiertamente desagradable. Actuaba como si me molestara, le trataba como si fuese un ser humano vil y detestable y, cuando eso no funcionaba, lo ignoraba y actuaba como si no mereciese la pena perder mi tiempo con él. Cada vez me costaba más trabajo hacerlo y, cuanto más desprecio le mostraba, más encanto y sex appeal desprendía él hacia mí. Estábamos metidos en un juego de seducción y desprecio que a mí me daba miedo acabar perdiendo. Race me deseaba y no lo ocultaba. Yo no sabía cuánto tiempo más aguantaría mi deseo bajo control ante el asalto de aquellos ojos verdes y aquel pelo dorado.

Me dirigió una sonrisa electrizante y se detuvo para mirarme desde las alturas. Aunque yo llevaba unos zapatos con tacón de diez centímetros, él seguía siendo más alto que yo.

—Vaya, hola, Brysen.

Yo puse los ojos en blanco y levanté el vaso para ocultar el movimiento involuntario de mi garganta al tragar saliva cuando su voz rasgada acarició mi piel.

—Race.

Adria me dio un codazo en las costillas. Yo me aclaré la garganta e incliné la cabeza hacia ella.

—Esta es mi amiga Adria.

Él estiró el brazo y le estrechó la mano. Casi pude ver como a ella se le derretían las bragas y su vagina le abría las puertas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Eso debería habérselo preguntado yo a él. Aquella era una fiesta universitaria llena de estudiantes. En realidad yo asistía a otra universidad, pero hacía tiempo que Race había renunciado a la vida académica en favor de otra vida llena de delitos y de actividades ilegales. Era él el que no debería estar allí.

—Divertirme un poco. —Intenté sonar seca y poco interesada aunque, si hubiera podido oír los latidos desbocados de mi corazón, me habría descubierto seguro.

Arqueó una de sus cejas y me dirigió una media sonrisa. Dios… incluso tenía un hoyuelo muy atractivo en la mejilla izquierda. Yo deseaba lamérselo. Me clavé las uñas en las palmas de las manos y tomé aliento.

—Me sorprende que sepas hacer eso, Bry… divertirte.

Tenía razón, así que lo único que pude hacer fue entornar los párpados y ponerme la máscara de frialdad que llevaba siempre que estaba en su presencia.

—¿Qué estás haciendo tú aquí, Race? ¿Estafar a pobres universitarios para quitarles el dinero de la matrícula?

Arqueó la otra ceja y, cuando nos sonrió abiertamente, Adria y yo estuvimos a punto de caernos de culo. Había algo más oscuro que brillaba en sus ojos verdes y yo quise dar un paso atrás. Race era peligroso en muchos aspectos y debía recordar eso.

—Casi todos los universitarios tienen cero sentido común y suelen gustarles los desafíos. Eso es un caldo de cultivo para un tipo como yo. Además, la temporada de fútbol empieza el próximo fin de semana y quería ver cómo estaban algunos de mis clientes más adelantados. —Me dedicó una mirada que recorrió todo mi cuerpo, desde la coronilla hasta los dedos de los pies—. Me he quedado un poco más para disfrutar del paisaje.

Adria se aclaró la garganta y nos miró a ambos.

—¿Clientes? ¿En una fiesta en una casa? ¿A qué te dedicas exactamente? —Si supiera el tipo de cosas ilícitas a las que se dedicaba Race...

Él ladeó la cabeza y desapareció de su rostro la sonrisa cegadora que usaba siempre a modo de arma. Race Hartman tenía muchas facetas, y aquel lado oscuro y peligroso había hecho su aparición cuando decidió que iba a hacerse cargo de un importante sindicato del crimen, después de desempeñar un papel importante a la hora de derrocar al antiguo cerebro, Novak. Race no era simplemente un tipo malo, un criminal; era el tipo malo. Llevaba chanchullos, cobraba préstamos con intereses abusivos, dirigía salones de juego ilegales, ayudaba a su mejor amigo a desguazar y trasladar coches robados y se aseguraba de que hombres, mujeres y niños en La Punta supieran que él era quien dominaba las calles ahora. Era demasiado guapo para ser tan malo, pero gracias a Dovie sabía exactamente hasta qué punto las manos de Race estaban manchadas desde que se hiciera cargo del imperio de Novak. Por no mencionar que su nuevo socio era un proxeneta frío y despiadado que blanqueaba dinero. Nassir debía de ser un tipo enigmático y turbio teniendo en cuenta que se encargaba de todas las operaciones clandestinas que se llevaban a cabo en las zonas marginales, y parecía que muchas de esas cualidades se le habían pegado a Race.

—A hacer dinero, cariño.

Y así era. Cambié el peso de un pie a otro sobre aquellos zapatos demasiado altos e intenté que no viera lo mucho que se me aceleraba el pulso con su mirada. Era raro ser el objeto de deseo de un hombre que sabías que podría destruir a cualquiera en aquella habitación. No debería sentirme bien, no debería hacer que se me apretaran los muslos y que me palpitaran las entrañas, pero así era.

Le dirigí una sonrisa de suficiencia y di un golpe de melena, que llevaba cortada justo por encima de los hombros.

—Race es una especie de emprendedor. —El tipo de emprendedor que solo encontrarías en un lugar tan oscuro y marginal como La Punta.

Era evidente que Adria deseaba hacer más preguntas. Vi que abría la boca, pero, antes de que pudiera decir nada, se oyó un fuerte estallido y la típica fiesta universitaria que estaba usando para intentar escapar de la dolorosa realidad de mi vida diaria se convirtió en un auténtico caos.

El olor a pólvora era inconfundible y todo se volvió confuso cuando empezaron a oírse más tiros. Me dispuse a agarrar a Adria, pero, como estábamos tan cerca de la puerta, una marea de cuerpos asustados nos separó en un segundo. Noté que unas manos fuertes me agarraban y me apartaban de la estampida. Me encontré con la cara pegada a un torso firme y con una mano que me mantenía la cabeza agachada mientras me abría paso entre el tumulto y la confusión de gente que corría de un lado a otro.

Tenía el corazón en la garganta y oí un nuevo disparo, seguido de un grito de mujer. Race dejó escapar una retahíla de insultos por encima de mi cabeza y me soltó solo durante un segundo. Oí el ruido de cristales rotos, sentí que Race se movía, que me colocaba tras él, y entonces noté el aire frío de la noche a nuestro alrededor. Me apartó ligeramente de él, pero me agarró la mano y tiró de mí. Pasamos por encima de los cristales rotos de la puerta trasera, que obviamente acababa de destrozar para que pudiéramos escapar.

Yo iba jadeando y corriendo con unos tacones de aguja y vaqueros ajustados detrás de un tío con unas piernas el doble de largas que las mías, cosa que era casi imposible de hacer, pero yo lo hice. Él no se detuvo hasta que hubimos bordeado el jardín por el otro lado de la casa y cruzado la calle. Casi todos los demás asistentes a la fiesta se habían dispersado y ya se oía a lo lejos el sonido de las sirenas. Le puse las manos en el pecho y le dije:

—Tenemos que encontrar a Adria.

Race tenía los ojos prácticamente negros, llenos de emociones que yo no me atrevía a nombrar.

—No puedo estar aquí cuando aparezca la policía, Brysen. Tengo que irme.

Me quedé mirándolo con la boca abierta y apreté los puños para poder darle un fuerte golpe en el pecho.

—¡Ayúdame a encontrarla, Race!

Negó con aquella cabeza de melena rubia perfecta y me miró.

—Eras tú la única que me preocupaba.

El corazón me dio un vuelco, pero las sirenas sonaban cada vez más cerca y él se estaba alejando de mí. Lo agarré de la muñeca y me di cuenta de que estaba temblando con tanta fuerza que apenas podía sujetarlo.

—No me dejes. —Mi voz sonaba perdida y asustada. No sabía qué hacer en una situación con pistolas y violencia. Me desquiciaba que él estuviera tan tranquilo.

La sombra de su mirada pareció alterarse y entonces apretó los labios. Antes de que yo pudiera reaccionar, me puso las manos en la nuca, por debajo del pelo, y tiró de mí hacia arriba hasta que me quedé de puntillas. Le agarré las muñecas con las manos e intenté no asustarme cuando mi pecho chocó contra el suyo. Prácticamente estaba allí colgando mientras él empezaba a besarme.

Estaba oscuro, la gente se tambaleaba borracha y desorientada, yo estaba preocupada por mi amiga, estaba enfadada con él… siempre enfadada, pero, por primera vez desde que me fijara en él, di rienda suelta a todo ese deseo y toda esa pasión, y le devolví el beso.

No fue algo romántico, ni dulce, ni cariñoso. Fue brutal, violento, duro y ardiente, y jamás en mi vida me había sentido mejor. Su lengua invadió mi boca. Me arañó con los dientes. Me agarró con las manos y yo notaba su erección a través de los vaqueros. Debería haber protestado, haber dicho algo para que se detuviera, pero lo único que podía hacer era gemir y restregarme contra él como si fuera una gata en celo.

Y, justo cuando empezaba a plantearme la idea de enrollarme sobre aquel cuerpo grande y acomodarme contra él, me dejó caer, dio un paso atrás y me dejó mirándolo como una idiota. Negó con la cabeza y desapareció en la oscuridad sin decir palabra. Yo me quedé mirando el lugar en el que había estado, me rodeé el pecho con los brazos e intenté no derrumbarme allí mismo.

—¡Brysen!

Levanté la cabeza y vi que Adria se acercaba corriendo hacia mí. Estuvo a punto de tirarnos a las dos al suelo.

—¡Oh, Dios mío, qué miedo he pasado! ¿Dónde estabas?

Yo la abracé, principalmente para ver si así dejaba de temblar. Pero no fue así.

—Por alguna razón, Race me ha sacado por la puerta de atrás.

Ella me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Por qué iba a hacer eso? Nadie sabía dónde estaba el que iba armado.

Yo negué con la cabeza.

—No lo sé, simplemente lo he seguido. Tampoco me ha dado otra opción.

—Un tipo ha pillado a su novia con otro. ¿Te lo puedes creer? Todo ese alboroto por algo tan estúpido.

No llegué a preguntarle cómo diablos sabía lo que había pasado porque la policía al fin llegó y empezó a aplicarnos el tercer grado a aquellos que quedábamos allí.

La universidad y la casa donde se celebraba la fiesta se encontraban en La Colina. Los tiroteos, los novios celosos y las novias que engañaban eran algo propio de La Punta; al menos eso era lo que le gustaba creer a la gente de La Colina. Para cuando terminamos, yo estaba agotada y todavía podía saborear el beso de Race en mis labios.

Mi noche de fiesta para olvidar se había convertido en una que recordaría siempre, aunque supiera la mala idea que sería aferrarme a cualquier recuerdo suyo. Tal vez no fuese tan malo estar rodeada de gris después de todo. Era aburrido e insulso, pero al menos me sentía a salvo.

Llevé a Adria de vuelta a su apartamento y, durante todo el trayecto, fui respondiendo a sus preguntas sobre Race. La fascinaba y podía sentir aquella atracción magnética que parecía emitir de manera natural. Yo intenté decirle que era un tipo conflictivo, que el mundo en el que se movía estaba muy lejos de su existencia casi perfecta, pero, claro, eso no hizo sino aumentar su misterio y su atractivo. ¿Qué chica buena de La Colina no fantaseaba con un chico malo de La Punta? No podría haber sido más cliché ni aun habiéndolo intentado. Para cuando me dirigía hacia mi casa, me dolía la cabeza y sentía un nudo en el estómago.

Cuando aparqué frente a la casa de tres pisos que mis padres habían construido antes de que todo se viniera abajo, tuve que pensar seriamente si quería o no dejar el motor en marcha y seguir conduciendo hasta estar en otra parte, hasta llegar a otra vida. Dos años atrás, todo en mi vida era alegría, luz y color. Vivía en un apartamento con amigas, iba a la universidad, esquivaba a los chicos que solo tenían una cosa en mente. Era tonta, despreocupada, y no pensaba que nada de aquello fuese a desaparecer.

Ahora vivía otra vez en casa de mis padres, cuidaba de una madre que sufría un devastador brote depresivo y tenía tendencia a automedicarse y de un padre adicto al trabajo que obviamente se evadía en él para evitar los problemas que tenía en casa. Pero sobre todo había vuelto para evitar que mi hermana pequeña, Karsen, se viera afectada por la tristeza y la oscuridad de la situación. Tenía dieciséis años, era buena estudiante y se iría a la universidad en un par de años. Yo podría aguantar hasta entonces. Al fin y al cabo, mis padres siempre se habían esforzado por mantener a nuestra familia en la delgada línea entre La Colina y La Punta, y sentía que era lo mínimo que podía hacer a cambio por ellos. Nunca habíamos sido ostentosamente ricos, pero tampoco nos habíamos visto obligados a intentar sobrevivir en el campo de batalla que era la vida en las calles de La Punta. Sentía que al menos estaba en deuda con ellos por eso.

Suspiré y entré en la casa. Las luces estaban apagadas porque Karsen no estaba en casa y mi madre sin duda estaría inconsciente en la cama. Fui a la cocina a buscar una cerveza que estuviese fría y pasé por el despacho de mi padre de camino al piso en el que estaba mi habitación. Estaba sentado frente al ordenador, como siempre. Con su cabeza calva agachada y los ojos puestos en aquello que hubiera en la pantalla. Fruncí ligeramente el ceño y retorcí el cuello de la botella.

—Hola.

Le vi dar un respingo y apartar la mirada del ordenador.

—Brysen Carter, me has dado un susto de muerte.

—¿Cómo está mamá?

Se aclaró la garganta y devolvió la atención al ordenador.

—Bien. Todo bien.

Eso era altamente improbable.

—¿Te has molestado en ir a verla esta noche, papá?

—Brysen, esto es muy importante. ¿Puede esperar?

En realidad no, pero todo era menos importante que su trabajo. Yo no dije nada, simplemente me quité los zapatos y doblé la esquina en dirección al dormitorio principal. La puerta estaba entreabierta y la televisión puesta. Empujé la puerta con la palma de la mano y murmuré una palabrota.

Mi madre estaba tirada de lado en la cama. Le colgaba la cabeza por el borde del colchón y su melena revuelta, del mismo rubio blanquecino que mi pelo, tocaba el suelo. Sobre la almohada yacía una botella de vodka vacía y mi madre roncaba suavemente. Dejé la botella de cerveza sobre la cómoda y fui a ponerla derecha. Obviamente mi padre no se había molestado en dejar el trabajo para ir a asegurarse de que estuviera bien. La había dejado campar a sus anchas y aquel era siempre el resultado final.

Mi madre abrió un ojo vidrioso para mirarme y murmuró mi nombre cuando la metí bajo las sábanas. Agarré la botella vacía y resistí la tentación de estrellarla contra el suelo. Me costó no hacerlo. Mi madre no había sido así siempre. Siempre fue un poco melancólica, con altibajos emocionales, pero entonces tuvo un accidente de coche, acabó con una horrible y dolorosa lesión en la espalda que le impidió volver a trabajar y se convirtió en aquella mujer triste y alcohólica. Siempre se me encogía el corazón y el estómago porque sabía que no tenía por qué ser así. Podía buscar ayuda, mi padre podría apoyarla y tal vez así mi vida volvería más o menos a la normalidad, pero eso no pasaba y, por el momento, tendría que apañármelas hasta que Karsen fuese lo suficientemente mayor para independizarse.

Apagué la tele y cerré la puerta detrás de mí con un golpe seco. De todas formas habría hecho falta un tornado para sacar a mi madre de aquel sueño etílico. Suspiré con fuerza y me fui por fin a mi habitación.

Vivir otra vez en casa de mis padres siendo adulta era muy raro. No era que tuviera toque de queda o las mismas normas de cuando era adolescente, pero no me sentía a gusto en aquella habitación infantil. Era como si dejara algo de mí en la puerta cada vez que me resignaba a otra noche, a otro día pasado allí.

Saqué el móvil del bolsillo de atrás y abrí el último mensaje que le había enviado a Dovie pidiéndole que fuera a la fiesta conmigo esa noche. Ahora que tenía un trabajo a jornada completa en un hogar de acogida para todos los chicos perdidos en el sistema, apenas la veía. Si además añadíamos el hecho de que vivía con el único tipo de La Punta que me daba más miedo que Race, yo no me acercaba a su casa y no solía verla fuera de las clases. Esa noche había rechazado la invitación porque tenía deberes que hacer, pero yo me preguntaba si Bax le habría dicho que no fuera.

Él odiaba todo lo que tuviera que ver con La Colina. Él procedía de las calles, era un exconvicto, un ladrón, y no me cabía duda de que estaba metido hasta las cejas en la empresa criminal de Race. En aquella zona Shane Baxter tenía una reputación tan legendaria como el hombre que lo había engendrado. El hombre al que Race y él habían derrocado. No eran el tipo de hombres a los que una querría enfadar, pero a mí me caía muy bien Dovie, así que me adentraba en las aguas infestadas de tiburones en las que ella nadaba para poder mantenerla en mi vida y considerarla mi mejor amiga.

Retorcí el teléfono con las manos y le envié un mensaje:

He visto a Race en la fiesta esta noche.

Tardó algunos minutos en responder.

¿Qué hacía allí?

Ha dicho que estaba trabajando.

Seguro.

Puse los ojos en blanco al pensar en lo que él consideraba «trabajo» y respondí.

Alguien tenía una pistola y ha abierto fuego dentro de la casa. Race me ha sacado de allí, pero se ha largado porque venía la policía.

Seguía bastante alterada y bastante acalorada por el beso. ¿Por qué tenía que saber tan bien y, sin embargo, ser tan perjudicial?

Dovie me respondió de aquella manera directa que solo podía emplear alguien metida de lleno en La Punta:

No puede arriesgarse a tener un problema con la policía. Aquí nadie puede. No me sorprende que se haya largado. ¿Están todos bien?

Sí. Todos bien.

Yo no estaba bien. Una cosa era tener idea de que alguien era un criminal, de que no estaba limpio del todo, y otra muy distinta era encontrarte la confirmación en tus narices. Yo no entendía aquel mundo, no quería entenderlo, así que, por muy bueno que estuviese, por mucho que me sacase de la monotonía de mi vida diaria, Race Hartman nunca sería mi tipo, y eso hacía que mis entrañas se retorcieran.

Dovie y yo estuvimos charlando un rato más. Yo sobre nada en particular y ella sobre los chicos. Bax me daba tanto miedo que me ponía nerviosa cuando estaba en su presencia y creo que Dovie intentaba humanizarlo más, hacerlo más amable a mis ojos, para compensarlo. Y Race… bueno, me volvía loca y tenía que hacer un gran esfuerzo por fingir desinterés en vez de curiosidad cada vez que ella mencionaba algo sobre él. Cada vez era más difícil lograrlo.

Le di las buenas noches y envié un mensaje a mi hermana para darle las buenas noches a ella también. Karsen era una buena chica y se merecía salir de aquella casa sin dejarse afectar por el estado en el que vivían actualmente los Carter. Era pequeña, tenía mi mismo pelo rubio, pero los ojos marrones de nuestra madre en vez de los azules de mi padre que había heredado yo. Era una chica muy dulce y, cuando me respondió con un emoticono sonriente, al fin me entregué a mi rutina antes de acostarme.

Después de lavarme la cara, cuando me metí en la ducha, admití por fin que me sentía sola, que me sentía triste, que estaba abrumada por todas las cosas que sentía y por el esfuerzo de tener que mantener bajo control en todo momento lo que sucedía en mi interior. En la ducha podía llorar y nadie se daría cuenta. Esa no era la vida que deseaba. No era allí donde pensaba que estaría a los veintiún años, pero tenía que adaptarme, tenía que cambiar para poder hacer lo mejor para todos, y así sería. No tenía elección.

Me sequé, me cepillé el pelo y me puse unos pantalones de yoga y una camiseta para dormir. La adrenalina de todo lo ocurrido comenzó a desvanecerse de mi organismo y al fin me dejé caer boca abajo sobre el colchón. Estaba dejando que se me cerraran los ojos, intentando no revivir el roce de la lengua de Race, ni los arañazos de sus dientes, cuando mi móvil se iluminó con un nuevo mensaje. Era tarde y la única persona que pensaba que podía ser era Karsen, así que me incorporé de un brinco y pasé un dedo por la pantalla.

No era un mensaje de Karsen. No reconocía el número. Tenía solo cinco palabras, no era gran cosa, pero el vuelco que sentí en el estómago al leerlo me indicó que algo no iba bien.

Estabas muy guapa esta noche.

Me quedé mirando el mensaje unos segundos antes de responder.

¿Quién eres?

Qué pena que te hayas escapado.

¿Qué diablos significaba eso? Volví a preguntar quién era y, al no obtener respuesta, apagué el teléfono y lo volví a lanzar sobre la mesilla. Me quedé sentada en la oscuridad durante largo rato con el pulso acelerado y una inquietud que hizo que se me erizara el vello de la nuca. Me estremecí antes de tumbarme en la cama y taparme con las sábanas hasta la cabeza.

Hablar de «escapar» cuando había habido un tiroteo no tenía gracia y a mí no me gustó en lo más mínimo. Cerré los ojos y mi cerebro empezó a preguntarse por qué motivo Race me habría sacado por la puerta de atrás cuando todos los demás habían salido en estampida por la puerta delantera.

Por eso no tenía tiempo para un tipo como Race. Si hubiese sido otra persona, jamás me hubiese cuestionado sus motivos. ¿Y qué había querido decir con eso de «eras tú la única que me preocupaba»? Era solo porque me deseaba, porque le gustaba jugar conmigo ya que le suponía un desafío. Pero nada más… ¿verdad?

Arg. No tenía tiempo ni espacio en la cabeza para todo aquello. Y aun así, cuando al fin me quedé dormida, fueron su atractivo rostro y su boca perfecta los que me siguieron al reino de los sueños, no la ansiedad y el miedo que me carcomían después de leer aquel mensaje tan extraño.