Capítulo 46
46
Oí voces que hablaban en algún lugar cercano. La cabeza me estaba matando y sentía la cara hinchada y la piel tirante. Me llegaba calor al lado derecho de mi cuerpo, y percibí el aroma a madera quemada. Un fuego crepitaba. El suelo debajo de mí estaba duro, aunque no frío. Yacía sobre unas mantas o algo similar.
—… en realidad no tiene sentido hacer otra cosa aparte de esperar —decía Ebenezar—. Sí, están bajo techo, pero tiene goteras. Y si no, la propia mañana se encargará del asunto cuando llegue.
—Ai ya —murmuró Anciana Mai—. Estoy segura de que podríamos contrarrestarlo con bastante facilidad.
—No sin riesgos —dijo Ebenezar con un tono razonable—. Morgan no va a ir a ninguna parte. ¿Qué hay de malo en esperar a que caiga el escudo?
—No me gusta este lugar —respondió Anciana Mai—. Su feng shui es desagradable. Y si la chica no fuese una hechicera, ya habría bajado el escudo.
—¡No! —surgió la voz de Molly. Sonaba con una modulación extraña, como si se filtrara a través de veinte metros de tubería ondulada y un pito de carnaval—. No voy a dejar caer el escudo hasta que Harry me pida que lo haga. —Tras una breve pausa, añadió—: Además… no estoy segura de cómo hacerlo.
—Tal vez podríamos abrir un túnel por debajo —dijo la voz de uno de los centinelas.
Exhalé despacio, me pasé la lengua por los labios agrietados y dije:
—No te molestes. Es una esfera.
—¡Oh! —exclamó Molly—. ¡Oh, gracias a Dios! ¡Harry!
Me incorporé con lentitud y, antes de que me moviese más de uno o dos centímetros, Indio Joe me sujetó.
—Tranquilo, hijo —me dijo—. Tranquilo. Has perdido algo de sangre y tienes un chichón en la cabeza con el que no te cabría un sombrero.
Me sentí muy mareado mientras me decía aquello, pero me mantuve sentado. Me pasó una cantimplora y bebí despacio y con cuidado, a sorbos. Entonces abrí los ojos y eché un vistazo alrededor.
Nos encontrábamos todos en la cabaña en ruinas. Yo estaba en el suelo cerca de la chimenea. Ebenezar se sentaba delante de ella con su viejo bastón de madera apoyado en un hombro. Anciana Mai permanecía de pie en el lado opuesto de la cabaña, flanqueada por cuatro centinelas.
Morgan seguía en el saco de dormir donde lo había dejado, inconsciente o dormido, y Molly se sentaba junto a él con las piernas cruzadas en el suelo, sosteniendo el cristal de cuarzo con las dos manos. El cristal brillaba con una apacible luz blanca que iluminaba el interior de la cabaña mucho más que el fuego. Una esfera luminosa con una forma circular perfecta, del tamaño de una pequeña tienda de campaña, contenía tanto a Morgan como a mi aprendiz en una burbuja de energía defensiva.
—Ey —saludé a Molly.
—Ey —me respondió ella.
—Supongo que ha funcionado, ¿eh?
Abrió mucho los ojos.
—¿No sabías si iba a funcionar?
—El diseño era sólido —contesté—. Digamos que no tuve ocasión de hacer una prueba sobre el terreno.
—Vaya —dijo Molly—. Vale, ha funcionado.
Solté un sonido áspero con la garganta. Miré a Ebenezar.
—Señor.
—Hoss —dijo—, me alegro de que estés de vuelta con nosotros.
—Estamos perdiendo el tiempo —interrumpió Anciana Mai. Me observó y dijo—: Ordénale a tu aprendiz que baje el escudo de inmediato.
—En un minuto.
Anciana Mai entrecerró los ojos y los centinelas que había a su lado parecieron ponerse un poco más alerta.
La ignoré.
—¿Dónde está Thomas? —le pregunté a Molly.
—Con su familia —respondió con tranquilidad una voz.
Miré por encima del hombro y vi a Lara Raith de pie en la puerta. Era una forma esbelta envuelta en una de las mantas de los camastros del Escarabajo Acuático. Su aspecto era tan hermoso y pálido como siempre, a pesar de que el pelo le había ardido casi hasta la raíz. Sin él para enmarcar su rostro, sus rasgos se percibían con una delgadez más afilada, más angulosa, y sus ojos grises parecían incluso más grandes y llamativos.
—No te preocupes, Dresden, tu marioneta vivirá para ser manipulada otro día. Mi gente está cuidando de él.
Traté de encontrar algún detalle en su rostro que me revelase algo más sobre Thomas. No había nada. Me miraba con una frialdad absoluta.
—De acuerdo, vampira —dijo Anciana Mai con educación—. Ya lo has visto y has hablado con él. Lo siguiente es solo asunto del Consejo.
Lara sonrió con suavidad a Anciana Mai y se volvió hacia mí.
—Una cosa más antes de irme, Harry. ¿Te importa si tomo prestada la manta?
—¿Qué pasa si me importa? —le pregunté.
La dejó resbalar un poco, revelando un hombro pálido.
—Te la devolveré, por supuesto.
La imagen de la criatura hinchada, amoratada y quemada que había besado a Madeline Raith mientras le sacaba las entrañas regresó vívida a mis pensamientos.
—Quédatela —le dije.
Lara volvió a sonreír, esta vez dejando ver sus dientes, e hizo una leve inclinación de cabeza. Después se dio la vuelta y se marchó. Seguí con ociosidad su camino hasta la orilla, donde saltó al muelle flotante y desapareció.
Miré a Ebenezar.
—¿Qué ha pasado?
Gruñó.
—Quien fuese el que viniera a través del Nuncamás abrió un portal a unos cien metros entre los árboles —dijo—. Y trajo un centenar de viejas arañas peludas gigantes.
Parpadeé.
—¿Arañas? —pregunté, frunciendo el ceño.
Ebenezar asintió.
—Y no eran formas conjuradas. Eran reales, del reino de las hadas tal vez. Nos lo pusieron difícil de verdad. Algunas comenzaron a hilar telas entre los árboles para atraparnos mientras las demás nos mantenían ocupados.
—No querían que llegáramos hasta su retaguardia, hasta donde se hallaba el que abrió el portal —dijo Escucha el Viento.
—Más bien no querían que nadie viese de quién se trataba —dije—. Ese era nuestro sospechoso. Ese era el asesino.
—Tal vez —dijo Ebenezar en voz baja, asintiendo con la cabeza—. En cuanto los árboles y las telas de araña se vinieron abajo, empezamos a hacerlas retroceder. Él salió corriendo. Y, una vez que se fue, las arañas también se dispersaron.
—Maldita sea —dije en voz baja.
—Y eso fue todo —dijo Ebenezar—. Ni hubo confidente ni hubo testimonio.
Asentí.
—Os conté aquello para atraer al verdadero asesino. Para obligarlo a actuar. Y eso es lo que hizo. Lo visteis con vuestros propios ojos. Debería bastar como prueba de que Morgan es inocente.
Anciana Mai negó con la cabeza.
—Lo único que demuestra es que alguien más está dispuesto a traicionar al Consejo y tiene algo que ocultar. No quiere decir que Morgan no haya matado a LaFortier. A lo sumo, sugiere que no actuó solo.
Ebenezar la miró fijamente.
—Así que ahora hay una conspiración, ¿es eso lo que estás diciendo? ¿Qué era lo que habías dicho antes acerca de la simplicidad?
Mai apartó los ojos de él y se encogió de hombros.
—Reconozco que la teoría de Dresden es la explicación más simple y la más probable. —Suspiró—. Sin embargo, resulta insuficiente para esta situación.
Ebenezar habló con desagrado.
—¿Hay que colgar a alguien?
Mai volvió de nuevo la vista hacia él, impasible.
—Correcto, así es. Es plausible pensar que Morgan estuviera involucrado. La evidencia sugiere de forma clara que es culpable, y el Consejo Blanco no mostrará debilidad frente a tal acto. No podemos permitirnos el lujo de que la muerte de LaFortier quede sin castigo.
—Castigo —dijo Ebenezar—. No justicia.
—La justicia no es lo que impide a los distintos poderes de este mundo destruir al Consejo Blanco y hacer lo que les plazca con la humanidad —respondió Anciana Mai—. El miedo sí. El poder también. Deben saber que, si nos atacan, habrá consecuencias letales. Soy consciente de lo reprobable que sería el hecho de condenar a muerte a un hombre inocente, y más a uno que ha demostrado en repetidas ocasiones su dedicación a la seguridad del Consejo. Pero, en términos generales, es menos destructivo e irresponsable que permitir que nuestros enemigos vean debilidad.
Ebenezar apoyó los codos en las rodillas y se miró las manos. Negó con la cabeza y no dijo nada.
—Ahora —dijo Anciana Mai, volviendo su atención de nuevo hacia mí—, le ordenarás a tu aprendiz que baje el escudo o lo destruiré yo misma.
—Puede que prefieras dar unos cuantos pasos atrás antes de hacerlo —dije—. Si algo que no sea la secuencia correcta lo desactiva, explotará. Se llevará por delante la cabaña. Y la torre. Y la parte superior de la colina. A la chica y a Morgan no les pasará nada, eso sí.
Molly soltó un sonido ahogado.
—Vaya, al final has logrado hacer funcionar aquella idea tuya, ¿verdad? —preguntó Ebenezar.
Me encogí de hombros.
—Después de que aquellos zombis apareciesen y atravesaran así sin más mis defensas, a golpes, quería algo que me diese un poco más de juego.
—¿Cuánto tiempo te llevó hacerlo?
—Muchas noches y fines de semana durante tres meses. —Suspiré—. Todo un dolor de cabeza.
—Suena a eso —estuvo de acuerdo Ebenezar.
—Mago McCoy —dijo Mai con brusquedad—, te recuerdo que Dresden y su aprendiz ayudaron y ocultaron a un prófugo de la justicia.
Escucha el Viento interrumpió desde detrás de mí.
—Mai, ya es suficiente.
Mai se volvió hacia él y se lo quedó mirando con dureza.
—Suficiente —repitió Escucha el Viento—. Este momento ya es bastante oscuro como para añadir más personas al saco en el que nos vemos forzados a meter a Morgan. Una muerte es necesaria. Agregar dos inocentes más a la cuenta sería algo insensible, sin sentido y malvado. El Consejo va a interpretar las acciones de Dresden como una muestra de apoyo a las Leyes de la Magia y al Consejo Blanco. Y ahí terminará todo.
No había expresión en el rostro de Mai. Ninguna en absoluto. No me veía capaz de captar ni un maldito indicio de lo que estaba pasando detrás de aquella máscara. Contempló a los dos viejos magos durante un rato. Después me miró a mí.
—El Merlín no estará contento.
—Eso es bueno —dijo Escucha el Viento—. Nadie debería estar contento con lo que ha pasado hoy.
—Pondré a Morgan bajo custodia, Mai —dijo Ebenezar—. ¿Por qué no llevas a los centinelas de vuelta a la ciudad en el barco? Os dará menos problemas sin mí ni Indio Joe a bordo. Os seguiremos en la otra embarcación.
—Quiero tu palabra —dijo Mai— de que llevarás a Morgan a Edimburgo.
—Lo llevaré, y lo llevaré sano y salvo —respondió Ebenezar—. Tienes mi palabra.
Mai asintió.
—Centinelas.
Tras eso, salió de la cabaña con serenidad. Los cuatro centinelas la siguieron.
Permanecí atento a ellos una vez estuvieron fuera. Comenzaron a bajar por el camino que los llevaría de vuelta al muelle.
Miré a Escucha el Viento.
—Necesito tu ayuda para algo.
Asintió.
—Hay una zona de zarzas ahí afuera. Uno de los pequeños intentó jugar a ser mi ángel de la guarda. El naaglosh…
—No pronuncies la palabra —me interrumpió Escucha el Viento con calma—. Obtiene poder del miedo, difundiendo su reputación. Referirse a ellos por su nombre solo sirve para hacerlos más poderosos.
Resoplé.
—Vi cómo lo hacías salir huyendo. ¿Crees que me da miedo?
—En este momento no —respondió Indio Joe—. Pero pronunciar la palabra no atrae nada bueno. Además, es un hábito poco cuidadoso en el que es mejor no caer.
Refunfuñé un poco. Eso podía aceptarlo. Era probable que él articulara sus frases de esa forma con toda intención. Además, de entre los dos, ¿quién tenía mejor historial contra el naagloshii? Decidí no actuar como un idiota y hacer caso al viejo curandero.
—La criatura —dije— lo dejó fuera de combate. Tal vez lo hirió o lo mató.
Indio Joe asintió. Su brazo roto estaba entablillado, vendado y envuelto en esparadrapo. Los centinelas habían debido de traer su propio equipo.
—Presencié el final de tu pelea. Esa es la razón por la que me pareció apropiado darle a la criatura el mismo tratamiento. —Sacudió la cabeza—. Ese pequeño necesitó el coraje de un león para actuar como lo hizo. Ya fui antes a buscarlo.
De repente me sentí mal.
—¿Está…?
Escucha el Viento sonrió un poco mientras negaba con un gesto.
—Inconsciente durante un rato y herido por las espinas de las zarzas, pero su armadura lo protegió de lo peor.
Se me escapó una risita de alivio.
—¿Esa armadura? Es una broma.
Volvió a negar.
—Lo que más le dolía era el orgullo, creo. —Sus ojos oscuros centellearon—. Un tipo tan pequeño tomándola con algo tan por encima de su división. Fue un espectáculo digno de ver.
Ebenezar resopló.
—Sí. Me pregunto dónde aprendió eso el pixie.
Sentí que se me enrojecían las mejillas.
—Yo no quería. Tuve que hacerlo.
—Peleaste bien —dijo Escucha el Viento—. No fue una lucha muy inteligente, pero ese viejo fantasma es lo más cercano a la maldad pura que verás jamás. Un buen hombre siempre se enfrenta a eso.
—Hiciste que huyese —le dije—. Podrías haberlo matado.
—Por supuesto —dijo Escucha el Viento—. Habría habido una persecución y después más lucha. Podría habernos llevado horas. Yo habría hecho que el viejo fantasma se desesperase. Él habría empezado a utilizar a inocentes como escudos, como obstáculos, distracciones. —El anciano curandero se encogió de hombros—. Incluso tal vez yo habría perdido. Y, mientras todo eso hubiese estado ocurriendo, las arañas se habrían estado comiendo a viejos palurdos con sobrepeso y usando sus huesos como palillos de dientes.
Ebenezar resopló.
—Eso nunca habría sucedido. No me gustan mucho los vampiros, en especial esas comadrejas de la Corte Blanca, pero he de decir algo a su favor: cuando quieren, saben luchar. Después del primer ataque, aquellos bichos fueron mucho más cuidadosos.
—Sí —dije—. Tampoco mostraron mucho carácter cuando intentaron detenerme en el camino a Edimburgo.
Los dos viejos magos intercambiaron una mirada. Indio Joe se volvió hacia mí.
—¿Te asaltaron arañas en el camino?
—Sí —respondí. Me detuve a pensar en ello y me quedé sorprendido. ¿Había pasado tan poco tiempo?—. Hace dos días, cuando fui a Edimburgo. Te hablé de ello. El asesino debía de tener algún tipo de vigilancia en el extremo de Chicago del camino para haberlos podido colocar a tiempo en posición e interceptarme.
Dejé escapar una risita cansada.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Ebenezar.
—Nada, solo me reía de la ironía. Supongo que no quería que le hiciera saber al Consejo dónde estaba Morgan.
—Suena a teoría razonable —dijo Indio Joe. Miró a Ebenezar—. Debe tratarse de alguien de Edimburgo. Eso reduce aún más el grupo de sospechosos.
Ebenezar soltó un gruñido para mostrarse de acuerdo.
—Pero no mucho. Nos estamos acercando. —Suspiró—. Sin embargo, eso no le va a hacer ningún bien a Morgan. —Se puso en pie y sus rodillas crujieron un par de veces—. Muy bien, Hoss, supongo que no podemos alargar esto más tiempo —dijo con calma.
Me crucé de brazos. Lo miré fijamente.
El rostro del anciano se ensombreció.
—Hoss —insistió en el mismo tono—, esto me fastidia tanto como a ti. Pero, aunque no te guste, aunque a mí tampoco me guste, Anciana Mai tiene razón. El verdadero asesino sabe que Morgan es inocente, pero los otros poderes no. Solo verán que resolvemos nuestros asuntos con rapidez y dureza, como siempre. Demonios, podría incluso darle al verdadero asesino la confianza suficiente como para venirse arriba y cometer un error.
—Le prometí a Morgan que lo ayudaría —dije—. Y lo haré.
—Hijo —intercedió Indio Joe en voz baja—, nadie puede ayudarlo ahora.
Apreté los dientes.
—Tal vez sí. Tal vez no. Pero no voy a entregároslo. Y lucharé si me obligáis.
Ebenezar me observó. Sacudió la cabeza con una sonrisa triste.
—Ahora mismo no podrías luchar ni contra uno de tus amigos de la gente pequeña, muchacho.
Me encogí de hombros.
—Lo intentaré. No vais a llevároslo.
—Harry —dijo una voz tranquila, alterada de forma extraña por el escudo.
Al levantar la vista encontré a Morgan tumbado en paz en su lecho, con los ojos abiertos y mirándome.
—Está bien —añadió.
Parpadeé.
—¿Qué?
—Está bien —repitió en voz baja—. Iré con ellos. —Sus ojos se volvieron hacia Ebenezar—. Yo maté a LaFortier. Engañé a Dresden haciéndole creer que era inocente. Haré una declaración.
—Morgan —exclamé con brusquedad—, ¿qué demonios estás haciendo?
—Mi deber —respondió. Creí detectar en su voz una leve nota de orgullo, algo que había estado ausente desde que había aparecido ante mi puerta—. Siempre supe que llegaría el momento de entregar mi vida para proteger al Consejo. Y así ha sido.
Contemplé a aquel hombre herido. Se me revolvió el estómago.
—Morgan…
—Lo has hecho lo mejor que has podido —prosiguió—. A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros. Te has puesto en peligro una y otra vez por mí. Ha sido un esfuerzo digno. Tan solo no ha podido ser. No hay nada de lo que avergonzarse. —Volvió a cerrar los ojos—. Lo aprenderás si vives lo suficiente. No siempre se gana.
—Maldita sea. —Suspiré. Traté de apoyar la cara en mis manos, pero di un respingo cuando me toqué la mejilla derecha y me ardió de dolor. Todavía no había recuperado la visión en el ojo derecho—. Maldita sea, después de todo esto. Maldita sea.
El fuego crepitaba. Nadie dijo nada.
—Padece mucho dolor —dijo Escucha el Viento en voz baja, rompiendo el silencio—. Al menos puedo aliviarlo un poco. Y tú también necesitas algo más de atención. —Me puso una mano en el hombro—. Baja el escudo. Por favor.
No quería hacerlo.
Pero no era decisión mía.
Le indiqué a Molly cómo bajar el escudo.
Instalamos a Morgan en un camastro del Escarabajo Acuático y nos preparamos para salir. Molly, preocupada por mí, se había prestado voluntaria para quedarse con Morgan. Escucha el Viento le iba a mostrar algunas cosas de las que hacía con magia de curación. Me tomé unos analgésicos mientras estábamos allí y al menos me sentí con fuerzas para ir en busca de Will y Georgia.
Isla Demonio me mostró el lugar donde estaban durmiendo. Guie a Ebenezar por el bosque hacia ellos.
—¿Cómo supo Indio Joe que había reclamado este lugar como santuario? —le pregunté.
—Rashid envió un mensajero —respondió Ebenezar—. Indio Joe está más familiarizado con lo que se puede hacer con este tipo de vínculos, así que subió a buscarte para decirte que quitaras los árboles de debajo de esos bichos.
Sacudí la cabeza.
—Nunca había visto a nadie cambiar de forma como lo hace él.
—Pocos lo han visto —dijo Ebenezar con evidente orgullo hacia las habilidades de su viejo amigo. Pasado un momento, añadió—: Se ha ofrecido a enseñarte algunas cosas, si es que quieres aprender.
—¿Con mi suerte? Me transformaría en un pato o algo parecido y no sería capaz de volver atrás.
Resopló en silencio.
—No hablo de transformaciones. Sabe más que cualquier hombre vivo respecto a cómo sobrellevar la rabia que causa una injusticia y ser tratado de forma ultrajante. No me entiendas mal. Pienso que es admirable que tengas ese tipo de sentimientos y elijas actuar en consecuencia. Sin embargo, también pueden hacerle cosas terribles a un hombre. —Su expresión se tornó distante por un segundo, con la mirada perdida en algún lugar—. Cosas terribles. Él lo ha sufrido. Creo que si pasas algún tiempo a su lado, te beneficiará.
—¿No soy un poco viejo para ser aprendiz?
—Cuando dejas de aprender, empiezas a morir —dijo Ebenezar con el tono de alguien que cita una máxima grabada a fuego—. Nunca se es demasiado viejo para aprender.
—Tengo responsabilidades —dije.
—Lo sé.
—Me lo pensaré.
Asintió. Luego guardó silencio unos instantes mientras elegía con cuidado sus palabras.
—Hay una cosa de anoche que no consigo entender, Hoss —dijo mi viejo mentor—. Te tomaste un montón de molestias para que todo el mundo estuviese en la isla. Para atraer al asesino aquí. Te concedí una excusa perfecta para recorrer con toda libertad la retaguardia, sin nadie que te vigilase, para que pudieras hacer tu trabajo. Pero, en vez de escabullirte entre la maleza y atrapar al asesino, cosa que podría haber aclarado todo este asunto, vas y subes a la colina y te lanzas contra algo que, maldita sea, eres muy consciente de que no puedes vencer.
—Sí. Lo sé.
Ebenezar extendió las manos.
—¿Por qué?
Di unos cuantos pasos más, cansado, antes de contestar.
—Thomas se había metido en problemas por ayudarme.
—Thomas —dijo Ebenezar—. El vampiro.
Me encogí de hombros.
—Fue más importante para ti que detener la posible fragmentación del Consejo Blanco —añadió.
—La criatura iba directa hacia la cabaña. Mi aprendiz y mi cliente estaban allí. Y además tenía a Thomas.
Ebenezar murmuró algo para sí.
—La chica tenía ese cristal para protegerse —dijo luego—. Demonios, hijo, si explotaba de una forma tan violenta como has dicho que haría, podría incluso haber matado a la criatura. —Hizo un gesto de negación—. Por lo general creo que tienes una cabeza bastante sólida sobre los hombros, Hoss, pero esa fue una mala decisión.
—Quizá —dije en voz baja.
—No existen los quizá en esto —respondió con firmeza.
—Es mi amigo.
Ebenezar se detuvo en seco y me miró a la cara.
—No es tu amigo, Harry. Puede que él lo sea para ti, pero tú no lo eres para él. Es un vampiro. Al final, te comería si tuviera suficiente hambre.
Es lo que es. —Ebenezar señaló hacia los bosques que nos rodeaban—. Por todos los diablos, muchacho, encontramos lo que quedaba de la prima de ese monstruo de los Raith. Imagino que viste lo que hizo con alguien de su propia sangre.
—Sí —respondí sin fuerzas.
—Y pertenecía a su propia familia. —Negó con la cabeza—. La amistad no significa nada para esas criaturas. Son tan buenos con sus mentiras que a veces puede que incluso ellos mismos se las crean, pero, en el fondo, uno no se hace amigo de la comida. Llevo bastante tiempo rondando por este mundo, Hoss, y permíteme que te diga esto: es su naturaleza. Tarde o temprano es ella quien gana la partida.
—Thomas es diferente —dije.
Me miró.
—¿Ah, sí? —Volvió a negar para él mismo y siguió caminando—. ¿Por qué no le preguntas a tu aprendiz qué fue exactamente lo que le hizo abandonar el velo y usar ese escudo?
Yo también eché a andar de nuevo.
No le respondí.
Volvimos a Chicago a la hora de las brujas.
Anciana Mai y los centinelas aguardaban en el muelle para escoltar a Ebenezar, Indio Joe y Morgan hasta Edimburgo «por si surgían problemas». Tardaron tres minutos en marcharse después de que yo amarrara el Escarabajo Acuático al muelle.
Contemplé cómo se iban mientras bebía agua a través de una pajita. Escucha el Viento me había limpiado las heridas y aplicado varios puntos de sutura en la cara, incluyendo un par en el labio inferior. Me informó de que no había perdido el ojo y me untó toda la zona con una pasta que parecía guano y olía a miel. Entonces me convirtió en el principal candidato a Míster Idiota Herido cuando me cubrió ese lado de la cara y parte del pelo con otro vendaje que pasó alrededor de la cabeza. Añadido al que necesitaba para el maldito chichón que me había hecho el cambiapieles, tenía todo el aspecto de un paciente de cirugía cerebral, solo que con peor humor.
Dejé a Will y Georgia durmiendo la mona en un saco de acampada extendido sobre un colchón inflable en la cubierta trasera del Escarabajo Acuático, bajé al muelle y crucé el aparcamiento hasta un Mercedes estacionado allí.
Vince bajó la ventanilla y me echó un vistazo.
—¿Has maldecido a todos los que profanaron tu tumba o solo a los caballeros ingleses?
—Acabas de perder la propina —respondí—. ¿Lo conseguiste?
Me pasó un sobre manila sin hacer ningún comentario. Entonces se inclinó, abrió la puerta del copiloto y Ratón saltó desde el asiento y dio la vuelta al coche para saludarme, agitando la cola entusiasmado. Me arrodillé para darle un abrazo a mi gran bestia.
—Tu perro es raro —dijo Vince.
Ratón me estaba lamiendo la cara.
—Sí. ¿Qué le vamos a hacer? —Vince sonrió y, por un segundo, no me pareció un tipo del todo impersonal. Tenía la clase de sonrisa que podría subir la temperatura de una habitación. Me puse de pie y asentí hacia él—. Ya sabes dónde enviar la factura.
—Sí —dijo, y se marchó.
Volví al barco y me serví un poco de coca-cola en mi botella de agua ya vacía. Di un sorbo con cuidado de no abrirme uno de los cortes y sangrar más aún. Estaba demasiado fatigado como para tener que limpiarlo después.
Molly echó un vistazo alrededor del barco para asegurarse de que estaba bien amarrado. A continuación sacó dos pares de pantalones cortos y dos camisetas del pequeño armario de la cabina y los dejó donde Georgia y Will pudieran encontrarlos. Luego se sentó en el otro camastro, al lado opuesto de donde yo estaba.
—El escudo —le pregunté en voz baja—. ¿Cuándo lo utilizaste?
Tragó saliva.
—El cambiapi… La criatura lanzó a Thomas a la cabaña y… —Se estremeció—. Harry, estaba cambiado. No era… No era él. —Se pasó la lengua por los labios—. Se incorporó y se puso a olfatear el aire como… como un lobo hambriento o algo así. Buscándome. Y su cuerpo estaba… —Se sonrojó—. Estaba duro. Hizo algo, y de repente lo único que yo quería era arrancarme la ropa. Y sabía que no era capaz de controlarse. Y sabía que me mataría. Pero… yo quería de todos modos. Era tan intenso…
—Así que armaste el escudo.
Tragó saliva de nuevo y asintió.
—Creo que si hubiera esperado más… no habría sido capaz de pensar en hacerlo. —Me miró y luego volvió a bajar la vista—. Estaba cambiado, Harry. Ya no era Thomas.
«No he dejado nada de él. No hay palabras para describir las cosas que le he hecho».
Thomas.
Dejé la bebida a un lado y crucé los brazos.
—Hiciste bien, pequeña.
Me dedicó una sonrisa cansada. Hubo un silencio incómodo. Molly parecía buscar la forma de decir algo.
—Van… Van a juzgar a Morgan mañana —susurró—. Escuché a Mai decirlo.
—Sí —contesté.
—Esperan que nosotros estemos allí.
—Por supuesto que estaremos —dije.
—Harry… Hemos fallado —siguió. Tragó saliva—. Va a morir un hombre inocente. El asesino sigue suelto. Ha habido incluso una batalla y no ha servido para nada.
Alcé la vista hacia ella. Entonces, de forma deliberada, abrí el sobre manila que me había dado Vince.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Fotos de vigilancia. Hechas con una lente de teleobjetivo desde una manzana de distancia.
Parpadeó, incrédula.
—¿Qué?
—Contraté a Vince para que tomase algunas fotos —dije—. Bueno, técnicamente lo contrató Murphy porque me preocupaba que mi teléfono estuviera pinchado. Pero yo pago la factura, así que en realidad fui yo.
—¿Fotos? ¿Qué fotos?
—Del camino de Chicago a Edimburgo —respondí—, del lugar donde sale a ese callejón detrás de la antigua planta de envasado. Justo después de informar a Edimburgo sobre la reunión en la isla, le pedí a Vince que hiciera fotos de cualquiera que saliese por allí.
Molly frunció el ceño.
—Pero… ¿por qué?
—No les di margen para pensar, pequeña —contesté—. Estaba bastante seguro de que el asesino se encontraba en Edimburgo, así que me aseguré de que a él o ella no le quedara otro remedio que venir a Chicago. Y, además, de que no tuviese tiempo de llegar hasta aquí por otros medios.
Saqué las fotos y las fui pasando una tras otra. Vince había hecho un trabajo profesional y eficiente. Podrían haberse usado como retratos, así que con más razón para identificar a alguien. McCoy, Mai, Escucha el Viento, Bjorn Bjorngunnarson y los otros centinelas aparecían en las fotografías tanto en plano general como caminando en grupo al estilo Elegidos para la gloria, además de en un plano cerrado de sus caras.
—También me aseguré de que Vince y Ratón estuvieran allí para vigilar el único camino rápido hasta la ciudad desde Escocia.
Mientras yo pasaba las fotos, Molly juntó las piezas del puzle.
—Entonces… toda esa situación en la isla… la reunión, la lucha… ¿ha sido todo un truco?
—El Coyote —respondí en un alarde de sabiduría—. Suuuuuupergenio.
Molly sacudió la cabeza.
—Pero… ¿no se lo dijiste a nadie?
—A nadie. Tenía que parecer real —contesté—. No sabía quién era el traidor, así que no podía permitirme el lujo de advertir a nadie.
—Guau, Obi-Wan —dijo el pequeño saltamontes—, estoy… algo así como impresionada.
—El plan de «batalla total en la isla» podría haber funcionado —dije—. Y lo necesitaba para tener una oportunidad contra el cambiapieles en un terreno favorable. Pero de un tiempo a esta parte he empezado a pensar que no hay que idear un solo camino hacia la victoria. Es mejor planificar las cosas de modo que haya más de una manera de ganar. Lo que de verdad necesitaba era un arma que pudiese utilizar contra el asesino.
Me quedé mirando la última foto. Entonces la giré y se la mostré a mi aprendiz. Mi voz sonó casi como un rugido:
—Y ahora tengo una.
Molly contempló la foto sin comprender.
—Vaya —dijo—. ¿Quién es?