Capítulo 41

41

Isla Demonio me permitió sentir la presencia de Billy y Georgia moviéndose furtivamente para acercarse más. Irradiaban un halo incierto de excitación que bien podría haber sido tensión, miedo o rabia. Mi idea respecto a las emociones de los centinelas era mucho más vaga, pero notaba que no ardían en deseos de iniciar una pelea conmigo.

Me dieron ganas de echarme a reír. Vamos, en serio. Uno a uno, de acuerdo, tal vez les resultaría duro de pelar. Sin embargo, había tres miembros del Consejo de Veteranos allí, y cualquiera de ellos podría hacerme pedacitos. Además me superaban en número por cinco a uno.

Entonces me di cuenta. Trataban con una amenaza mayor que yo, el mago Harry Dresden cuyo viejo Volkswagen destartalado se encontraba en ese momento en el depósito de la ciudad. Estaban tratando con el potencial hechicero, el demoníaco señor oscuro de pesadilla que se habían ocupado de temer desde que había cumplido los dieciséis años. Estaban tratando con el mago que se había enfrentado a los herederos de Kemmler montado en un dinosaurio zombi y había salido victorioso de una batalla de la que habían sido eliminados Morgan y la capitana Luccio antes siquiera de que pudiesen luchar. Trataban con el hombre que había lanzado un desafío al Consejo de Veteranos al completo y que encima se había presentado, al parecer dispuesto a luchar… a orillas de una espeluznante isla perdida en mitad de un mar de agua dulce.

Vale, técnicamente yo era esa persona, pero no tenían ni idea de lo poco que me había faltado para no poder contar algunas de aquellas historias. No conocían los pequeños detalles, los caprichos del destino o la ayuda de aliados que era probable que no mereciese y que me habían permitido escapar más o menos de una pieza de aquellas brumas de locura.

Solo sabían que era el que al final había quedado en pie, y ese hecho les inspiraba un temor saludable y racional. Es más, tenían miedo de lo que sería capaz de hacer y no conocían. Desde luego, ninguno de ellos imaginaba que preferiría estar de vuelta en mi casa, leyendo un buen libro y bebiéndome una cerveza fría.

No me moví cuando Escucha el Viento realizó su afirmación. Tan solo me quedé allí como si no estuviese impresionado. Era evidente que habían enviado a aquellos tres miembros del Consejo de Veteranos como una especie de quorum, e imaginaban que la palabra de dos de ellos sería suficiente para decidir la senda a seguir. Sin embargo, el mayor de los centinelas presentes, un tipo enorme con una gran barba negra, cuyo nombre era Beorg, Yorg o Bjorn (algo escandinavo, eso seguro), se volvió para mirar a Ebenezar.

El mago de las montañas Ozark me contemplaba con una pequeña sonrisa dibujada en la cara. Reconocí aquella sonrisa. Cuando me había mudado a vivir con él hacía tiempo, tras haber matado a mi padre adoptivo, íbamos a la ciudad cada semana para comprar suministros. Un grupo de adolescentes aburridos había reaccionado con el poco seso típico de su edad ante la presencia de un chico nuevo. Uno de ellos había tratado de buscar pelea conmigo.

Recuerdo que en aquel momento me había sentido molesto por la distracción de mi día a día. Acababa de borrar del mapa a un gran demonio y a un antiguo centinela del Consejo Blanco en un par de peleas justas, y los matones adolescentes locales no me merecían la menor atención. Para aquellos chicos solo era un juego. Yo me había hecho mayor demasiado rápido. Podría haberlos matado sin demasiados problemas, a todos, pero solo pensarlo resultaba ridículo. Habría sido como usar un lanzallamas para limpiar las telarañas de la casa.

Me había quedado firme ante ellos, solo mirándolos mientras trataban de provocarme con sus burlas para empezar una pelea. No me había movido ni había dicho ni hecho nada. Solo había permanecido allí, tras un muro de silencio y quietud, hasta que el silencio se había vuelto más y más denso. Tanto, que al final había podido con ellos y yo me había limitado a pasar de largo y seguir mi camino.

Ahora estaba haciendo otra vez lo mismo, dejando que el silencio alimentara su incertidumbre.

Mi mirada se encontró con la de Ebenezar. Ambos sonreímos un poco al recordar aquel suceso.

—Bueno, señores —dijo él, volviéndose hacia los centinelas—, habéis oído la voluntad del Consejo tal y como es. No obstante, debéis ser advertidos de que, dado que estaríais haciendo algo estúpido a instancias de alguien que actúa de manera estúpida, no contaréis con mi apoyo.

Mai giró de golpe la vista hacia Ebenezar.

—¡McCoy!

Ebenezar inclinó la cabeza en su dirección.

—Maga Mai, te aconsejaría no buscar pelea con el joven. Es un luchador hábil.

La anciana levantó la barbilla, altiva.

—En realidad no fue tu aprendiz. Solo lo vigilaste durante apenas dos años.

—Y llegué a conocerlo —dijo Ebenezar. Se volvió hacia Escucha el Viento—. ¿Qué pensaba de él ese cachorro de mapache que tenías? No paras de decir lo buenos jueces del carácter humano que son los animales jóvenes. ¿Es la clase de hombre que se involucraría en una trama como esta? Conoces muy bien la respuesta.

Escucha el Viento hizo un movimiento de negación, cansado.

—No se trata de eso, y lo sabes.

—Si no nos ayudas a reducirlo —dijo Mai con la voz crispada y siseante por la tensión—, podría considerarse como traición, mago McCoy.

—Te estoy ayudando. Te ayudo al aconsejarte que evites el conflicto —dijo Ebenezar. Hizo una pausa y añadió—: Tal vez podrías tratar de pedírselo.

—¿Disculpa? —dijo Mai.

—Pedírselo —repitió Ebenezar. Enganchó un dedo a uno de los tirantes de su peto—. Pedirle de forma educada que te acompañe de vuelta a Edimburgo. Tal vez coopere.

—No se moleste, señor —dije yo—. No lo haré.

—Anciana Mai —resonó la voz del centinela Bjork—, si hace el favor de regresar al barco, nosotros nos encargaremos de esto.

Me quedé justo donde estaba, deseando que los demás llegaran pronto. No quería empezar el baile hasta que todos estuviesen en la pista, pero si los centinelas me presionaban podría verme obligado a ello.

—Anciana Mai —repitió el centinela Yorgi—, ¿desea que…?

No llegó a terminar la frase. Hubo un sonido ensordecedor y un helicóptero surcó la colina detrás de nosotros a unos cinco centímetros de las copas de los árboles. Pasó de largo antes de virar para dar la vuelta sobre el lago y regresar a la isla. Quedó suspendido diez metros por encima de la línea de costa, tal vez a un centenar de metros de nosotros.

En las películas, los chicos de las fuerzas especiales descienden de los helicópteros con cuerdas. Incluso yo mismo fui una vez un chico de la cuerda, o más o menos, porque era más un saco de carne que un Navy SEAL. Sin embargo, cuando los que saltan del helicóptero son vampiros, prescindes de algunas cuerdas.

O de todas.

Mientras el helicóptero permanecía suspendido en lo alto, tres figuras de blanco saltaron desde él, dieron una vuelta perfecta en el aire y aterrizaron juntas, agachadas en pose de bailarín. Se levantaron con un movimiento tan hermoso, suave y coordinado como cualquier cosa que hayas podido ver en el Circo del Sol.

Lara y sus dos hermanas caminaron hacia nosotros, y tan solo eso ya se les daba bien. Las curvas de Lara destacaban bajo su vestido blanco, sobre el que se cruzaban dos correas de cuero negro a la altura de las caderas. Una pistola en su funda colgaba de una de las correas. La otra portaba una espada, un estoque genuino cuya empuñadura gastada daba a entender que había sido usada de verdad. Su largo pelo negro estaba recogido en una redecilla, y la parte superior de su cabeza estaba cubierta por un trozo de tela blanca, con una estética muy al estilo gitano. Llevaba un collar de platino puro que parecía brillar por sí mismo incluso en aquella luz menguante, y de él colgaba un gran rubí rojo.

Resultaba imposible no apreciar las curvas maravillosamente femeninas de su cuerpo mientras caminaba, el cimbreo casual de sus caderas de lado a lado, enfatizando con cada movimiento el hecho de que llevaba unas armas mortales. Teniendo en cuenta que la lluvia caía sobre su vestido blanco, había otro montón de cosas de Lara que resultaba imposible no apreciar.

Como que, aparte de las armas y los zapatos, solo llevaba encima el vestido.

Me concentré en evitar que mi lengua me colgase por debajo de la barbilla y obligué a mis ojos a mirar hacia otra parte.

Sus hermanas llevaban un equipamiento distinto. Aunque también vestían de blanco, ambas lucían lo que parecían monos de cuero de motoristas. No los de los moteros americanos típicos, sino más bien los de los motociclistas profesionales de carreras. Parecían de alta tecnología y estaban sin duda blindados. En los normales, el armazón es de plástico grueso para proteger al piloto en caso de colisión o caída. Hubiera apostado lo que fuese a que los monos de las Raith habían sido mejorados con un material mucho más duro. También iban equipadas con armas de mano, tanto antiguas como actuales. Llevaban el cabello recogido y, al igual que Lara, su piel era pálida, sus ojos enormes y grises y sus labios oscuros y sugerentes.

Contemplé cómo las tres hermanas Raith se acercaban y pensé que, si había justicia en el universo, alguna vez vería aquello a cámara lenta.

Pobre de mí.

Vi por el rabillo del ojo que Mai, con parsimonia, le hacía un gesto con una mano al centinela Berserkergang para que se estuviera quieto. No me sorprendió. Mai tenía unos conceptos muy sólidos sobre las normas adecuadas de comportamiento y sobre cómo debían seguirse. Nunca habría consentido que nadie ajeno al Consejo presenciase una división entre sus miembros.

Lara se detuvo a unos seis metros de nosotros y sus hermanas, a un paso detrás de ella. Sus ojos estaban fijos en los centinelas, los cuales a su vez permanecían impávidos y atentos a las vampiras.

—Harry —dijo Lara con un tono cálido, como si acabáramos de encontrarnos en mitad de una agradable velada nocturna—, eres un hombre muy muy malo. No me dijiste que tuviera que compartirte con otros esta noche.

—¿Qué puedo responder? —dije, volviéndome hacia Lara. Le sonreí e incliné la cabeza sin apartar los ojos de ella. Esta paranoia era más agradable que la que sentía hacia los centinelas, pero no menos precavida—. Solía ser un alma confiada y gentil, pero los rigores de este mundo cruel me han vuelto cauto y cínico.

Lara paseó su mirada entre los centinelas y yo, reflexiva. Entonces les sonrió con una dulzura que habría derretido una placa de acero y avanzó hacia mí. De algún modo, convertía sus contoneos en algo de una femineidad perfecta. Extendió ambas manos cuando me tuvo cerca.

Yo también sonreía, pero mi sonrisa era mucho más tensa y artificial.

—Tienes que estar de broma —murmuré entre dientes.

Ella bajó la vista con recato y su sonrisa se redujo a una pequeña mueca de suficiencia.

—Sé amable conmigo, mago mío, y te devolveré el favor —susurró.

No creo que vacilara demasiado antes de ofrecerle mis manos. Las estrechamos. Sus dedos eran suaves como la seda y muy fríos. Sonrió, radiante, e inclinó la cabeza hacia mí. Un gesto lento, formal, lleno de gracia.

Entonces, antes de que pudiese parpadear y mucho menos moverme, me dio un bofetón en la boca.

Lo hizo con la mano abierta, y eso evitó que el golpe fuese mortal. Aun así, fue como si me hubiera atizado con un bate. Me hizo retroceder varios pasos, dando vueltas sobre mí mismo como si estuviese borracho, y terminé con mi culo en el suelo a tres metros de distancia.

—Nos has mentido de nuevo —espetó—. Nos has usado. Ya he tenido suficiente de tus engaños, mago.

Me quedé allí sentado en el suelo con la boca abierta, preguntándome si mi mandíbula empezaría a mecerse con la brisa naciente como si fuera de gelatina.

La furia emanaba de Lara como un aura gélida, y cada fibra de su ser parecía dispuesta a la violencia. Me tenía frente a ella mientras los miembros del Consejo estaban a su izquierda y la oscuridad del bosque a la derecha. Me concentré en mi brazalete escudo, convencido de que existían muchas posibilidades de que estuviera a punto de sacar su arma y dispararme.

—Si mi hermano no me es devuelto ileso esta noche, habrá sangre entre nosotros —continuó con una voz fría y letal—. Mi honor no será satisfecho hasta que uno de nosotros yazca muerto en el terreno de duelo.

Me guiñó el ojo derecho.

—¿Lo comprendes? —exigió saber.

—Ah —mascullé, tratando de mover la mandíbula. Al parecer estaba entera—. Sí. Mensaje recibido.

—Niño arrogante —dijo, y escupió en el suelo a mi lado.

Me dio la espalda y caminó decidida hacia los miembros del Consejo de Veteranos. Se detuvo a unos tres metros de Anciana Mai, lo justo para que los centinelas de detrás de ella no decidiesen reaccionar lanzando truenos y furia. Adoptó una educada pose llena de gracia y, acto seguido, hizo una profunda reverencia ante ella.

El rostro de Mai no reveló nada. Se limitó a devolverle el gesto, pero inclinándose menos.

—Es un placer conocerla en persona —dijo Lara—. Usted debe de ser Anciana Mai.

—Lara Raith —respondió Mai—. No había previsto su presencia en esta reunión.

—Ni yo la suya. —Me lanzó una mirada de disgusto—. La cortesía, al parecer, es una mercancía devaluada en este mundo. —Volvió a inclinarse, esta vez ante Ebenezar y Escucha el Viento, y los saludó por su nombre—. Su reputación, señores, les precede.

Indio Joe asintió sin decir nada.

—Señora Raith —dijo Ebenezar sin alterarse—, toque de nuevo a ese muchacho y lo único que le quedará a su familia para enterrar serán esos zapatos de quinientos dólares.

—Ai ya —dijo Anciana Mai en un tono sin emoción alguna.

Lara se quedó inmóvil un momento ante la afirmación de Ebenezar. No es que la inquietase precisamente, pero le echó otro vistazo a mi antiguo maestro e inclinó la cabeza.

—Señores, señora, es obvio que tenemos problemas urgentes que han de ser abordados. Resulta igual de obvio que ninguno de nosotros preveía la presencia de los otros, y un incidente violento no beneficiaría a nadie. En nombre de la Corte Blanca, propongo un acuerdo formal de no agresión para esta reunión.

Anciana Mai le lanzó una mirada dura a Ebenezar, y entonces alzó un poco la barbilla y apartó la vista. De alguna manera, daba la impresión de que lo había expulsado formalmente de su realidad.

—De acuerdo —dijo—. En nombre del Consejo, acepto la propuesta.

Me las arreglé para recuperar la verticalidad, tambaleándome. Parecía como si Lara me hubiese partido la cabeza en dos mitades y tenía un moratón en forma de mano en la mejilla, pero no iba a quedarme allí sentado quejándome porque me había pegado una chica. Claro que la chica tenía cientos de años de edad y podría cambiar los neumáticos de un camión de bomberos sin utilizar un gato, pero era una cuestión de principios. Ya en pie, caminé con cuidado hasta colocarme junto a Ebenezar, frente a las vampiras. Uno de los centinelas me dejó un poco de hueco. Toda su atención se centraba en Lara y sus hermanas.

Je. Se sentían mucho más cómodos conmigo cuando me enfrentaba al enemigo en lugar de a ellos. Traté de mantener un parte de mi consciencia centrada en Isla Demonio. Había hecho todo lo que había podido para reunir a aquel grupo. Confiaba en lo que había supuesto sobre el asesino para llevarlo a la siguiente fase, pero, hasta que apareciera, debía seguir tensando la cuerda tanto con Lara como con el Consejo.

La mejor manera de hacerlo, de momento, era guardar silencio y dejar que hablaran ellos.

—Supongo que lo primero que debemos hacer es compartir información —le dijo Lara a Anciana Mai—. ¿Preferiría usted que empezara yo?

Mai lo consideró un instante e hizo una inclinación a modo de leve asentimiento.

Lara procedió sin más trámite.

—Mi hermano, Thomas Raith, ha sido capturado por un cambiapieles, uno de los antiguos naagloshii. El cambiapieles ha propuesto un intercambio, mi hermano por el centinela Donald Morgan.

Mai torció la cabeza hacia un lado.

—¿De qué manera está Dresden involucrado en este asunto?

—Asegura que está tratando de demostrar la inocencia del centinela Morgan en alguna clase de asunto interno del Consejo. Como gesto de buena voluntad hacia el Consejo y con el fin de ayudar a mantener la paz en Chicago, había dado instrucciones a mi hermano para que le proporcionase a Dresden una ayuda razonable y de bajo riesgo. —Me miró—. Dresden ha abusado de mis buenas intenciones de forma repetida. En esta ocasión, de alguna manera involucró a mi hermano en su investigación y Thomas fue emboscado por el cambiapieles.

—¿Y eso es todo? —preguntó Mai.

Lara me miró llena de furia y, de una forma muy evidente, pareció forzarse a hacer una pausa para pensar.

—Afirma que un tercero se halla tras la difícil situación del centinela Morgan y que intenta que la Corte y el Consejo se enfrenten. Para mi sorpresa, de momento mi propia investigación no ha demostrado que sus especulaciones sean mentira. Parece posible que uno de mis directores financieros haya sido de alguna manera obligado a malversar el saldo de una considerable cuenta corriente. Dresden afirma que el dinero fue transferido a una cuenta que se hizo aparecer como perteneciente al centinela Morgan.

Mai asintió.

—¿Y lo era?

Lara se encogió de hombros con elegancia.

—Es posible. Mi gente está trabajando en encontrar evidencias que aclaren con mayor precisión lo que ocurrió.

Mai asintió. Permaneció inmóvil durante unos segundos antes de hablar.

—A pesar del cuidado con el que ha esquivado usted el asunto, sabe de forma precisa la razón por la que estamos aquí. —Lara sonrió de una manera muy sutil—. La historia que cuenta Dresden carece de la credibilidad propia de lo simple —continuó Mai—. A pesar del cuidado con el que ha evitado usted usar las palabras exactas, parece que quiere hacernos creer que la Corte Blanca no estaba involucrada en el asunto de la muerte de LaFortier. Por lo tanto, su historia también carece de la credibilidad propia de lo simple.

—Según mi experiencia, los asuntos de estado rara vez son simples —respondió Lara.

Mai agitó una mano, un pequeño gesto que de alguna manera transmitía que estaba de acuerdo.

—Sin embargo —siguió Mai—, dada la historia reciente, las acciones de un enemigo conocido son una causa más probable del asesinato de LaFortier que las de algún posible tercer grupo sin nombre ni rostro.

—Por supuesto. Ustedes son, después de todo, magos —dijo Lara sin rastro perceptible de ironía—. Ustedes son los poseedores de grandes secretos. Si hubiera tal grupo, sin duda conocerían de su existencia.

—Es posible que esté juzgando de forma injusta a su gente al acusarlos de planear la muerte de LaFortier —respondió Mai. Su voz sonó con una profunda tranquilidad—. Ustedes son, después de todo, vampiros, y son bien conocidos por su naturaleza honesta y gentil.

Lara inclinó la cabeza con una sonrisa leve.

—En cualquier caso, aquí estamos.

—Eso parece incuestionable.

—Mi objetivo es que mi hermano regrese sano y salvo.

Mai sacudió la cabeza con convicción.

—El Consejo Blanco no entregará a uno de los nuestros.

—Me parece —dijo Lara— que el centinela Morgan no se encuentra en su compañía.

—Una situación transitoria —dijo Mai. No llegó a mirarme, pero estuve seguro de que el acero cortante de su voz iba dirigido a mí.

—Entonces tal vez sea preciso un esfuerzo de cooperación —dijo Lara—. No es necesario permitir que el cambiapieles se lleve al centinela.

—Los que se alían con la Corte Blanca acaban arrepintiéndose —respondió Mai—. El Consejo no tiene la obligación de ayudarla a usted ni a su hermano.

—¿A pesar de los recientes actos en beneficio del Consejo por parte de mi rey y su Corte? —preguntó Lara.

Mai la miró sin pestañear y no respondió nada.

—Thomas es de mi sangre —añadió Lara, impasible—. Haré lo necesario para recuperarlo.

—Valoro su lealtad —dijo Mai en un tono que sugería lo contrario—. Sin embargo, el deseo del cambiapieles de realizar un intercambio difícilmente guarda relación con el asunto que tratamos en este momento.

—En realidad —intervine—, en cierto modo sí, Anciana Mai. Hice que alguien le revelase a Melenas dónde podría reunirse conmigo esta noche. Dependiendo de cómo cruce el lago, podría estar aquí de un momento a otro.

Ebenezar parpadeó con sorpresa. Se volvió hacia mí con una cara con la que me preguntaba con toda claridad si me había vuelto rematadamente loco.

—El Coyote —le dije muy serio—. Suuuuuupergenio.

Vi cómo mi viejo mentor meditaba sobre ello y reconocí el momento en que lo comprendió, en que entendió mi plan. Lo supe porque adoptó aquella expresión suya que solo le he visto cuando sabe que las cosas están a punto de ir de verdad muy mal y quiere estar preparado para ello. Dejó reposar el bastón contra su pecho y se puso a rebuscar de forma discreta en un bolsillo. Mientras, sus ojos se movían por el bosque que nos rodeaba.

Desconocía por qué derroteros iba la cabeza de Mai o si se olía algo. Sospechaba que no. Dado que sus procesos mentales partían de hipótesis incorrectas, no tenía muchas posibilidades de llegar a una conclusión acertada.

—Lo cual significa —me dijo Mai— que lo más sabio sería terminar nuestros asuntos aquí y retirarnos de este lugar.

—Por desgracia, estoy llegando a la misma conclusión —dijo Lara de manera deliberada—. Tal vez ha llegado la hora de que esta reunión sea pospuesta.

Detrás de ella, una de sus hermanas movió una mano de forma muy leve.

Unos relámpagos brillaron sobre nuestras cabezas y unos truenos obligaron a hacer una pausa en la conversación. Se levantó aire de nuevo, y Escucha el Viento alzó la cabeza de golpe, su mirada se volvió hacia el norte y entornó los párpados.

Un instante más tarde, sentí nuevas presencias en la isla. Varias personas acababan de pisar el otro extremo de la colina pelada donde se alzaba la torre de Isla Demonio. Eran doce, y subían por el camino de la colina a una velocidad sobrehumana. Vampiros de la Corte Blanca. Debían de serlo.

Segundos más tarde, otro par de presencias humanoides aparecieron de la nada en el bosque, a cuatrocientos metros de nosotros. Y, por si todo eso no fuera suficiente, dos personas más llegaron a la costa noroeste de la isla.

Mai reparó de inmediato en la expresión de Indio Joe y ladeó la cabeza, mirando de forma dura a Lara.

—¿Qué ha hecho? —exigió saber.

—He llamado a mi familia —respondió Lara con calma—. No he venido aquí a luchar contra ustedes, Anciana Mai, pero voy a recuperar a mi hermano.

Me concentré en los dos grupos más pequeños, ambos parejas, y me di cuenta de que su número estaba creciendo. En la playa, muchos más pares de pies habían comenzado a pisar el terreno de Isla Demonio, treinta o más. En el bosque cercano, surgió una presencia que la isla nunca antes había conocido, seguida de más y más y más del mismo tipo.

Solo existía una explicación para aquello: los recién llegados estaban trayendo matones desde el Nuncamás. Habría apostado a que la pareja de la playa eran Madeline y Atador, y a que él había empezado a llamar a sus hombres grises justo en el momento en que sus pies habían tocado el suelo. Los dos que habían aparecido sin más en el bosque debían de haber tomado un camino en el Nuncamás y emergido directamente en la isla. Era posible que hubiese en marcha una segunda invocación como la de Atador, pero me pareció mucho más probable que alguien hubiera reunido apoyos y los hubiese traído a través del camino.

Mientras tanto, Mai y Lara empezaban a sacar las garras.

—¿Es eso una amenaza, vampira? —dijo Mai en un tono sin emociones.

—Preferiría que lo considerase una certeza —respondió Lara. Su propio tono perdió el encanto y la cordialidad que en cierta medida había mostrado durante la conversación.

Los centinelas que tenía detrás de mí comenzaron a ponerse nerviosos. Lo pude sentir tanto por mí mismo como a través de Isla Demonio. Oí crujir el cuero cuando las manos se cerraron sobre las armas y las empuñaduras de las espadas.

Lara, como respuesta, apoyó los dedos ligeramente sobre sus propias armas. Sus dos hermanas hicieron lo mismo.

—¡Esperad! —grité—. ¡Esperad!

Todos se volvieron hacia mí. Debí de parecerles un loco que deliraba, con los ojos desenfocados mirando hacia delante y hacia atrás, por puro instinto y pura costumbre, según el intellectus de la isla me informaba de todos aquellos sucesos tan rápidos. Los refuerzos de la Corte Blanca habían pasado de largo la torre de la colina y se dirigían a la playa para apoyar a Lara, lo que por lo menos era algo. El helicóptero de Lara no los había soltado en aquel punto específico para buscar a Morgan. Debía de haber volado bajo desde el norte y haber usado el relieve de la propia colina para enmascarar el sonido de su llegada.

Me obligué a centrar mi atención de nuevo en la escena que me rodeaba.

—Mierda. Sabía que esto iba a meterle presión, pero este tipo ha venido preparado para una guerra.

—¿Qué? —preguntó Escucha el Viento—. ¿Qué estás diciendo?

—¡No os volváis los unos contra los otros! —grité—. Lara, tenemos que trabajar juntos o acabaremos todos muertos.

Inclinó un poco la vista a un lado y me miró.

—¿Por qué?

—Porque más de cien seres, ciento diez ahora, acaban de llegar a diferentes puntos de la isla. Y no han venido a servir el catering del pequeño picnic que tenemos aquí montado. Nosotros solo somos nueve, vosotros quince. Nos superan cinco a uno en número. Seis a uno ahora.

Mai se me quedó mirando.

—¿Qué?

El aire se llenó de aullidos. Amortiguados por la lluvia, pero eso los hizo más inquietantes aún al no permitir saber con exactitud de dónde venían. Los reconocí enseguida. Eran los hombres grises de Atador. Venían hacia nosotros con determinación, sin una mente que les hiciese preocuparse por los peligros de un bosque por la noche.

El segundo grupo se encontraba más cerca. Su número había dejado de crecer al llegar a ciento veinticinco y ya avanzaban hacia donde estábamos. No eran tan rápidos como los hombres grises, pero se movían a un ritmo constante y se abrían en un enorme abanico que buscaba barrer el bosque y rodear a su presa cuando la encontrasen. Una luz roja comenzó a filtrarse entre los árboles desde donde venían. Proyectaba unas inquietantes sombras negras y convertía la lluvia en sangre.

Me obligué a pensar, a hacerle a Isla Demonio las preguntas adecuadas. Después de un segundo, comprendí que las dos fuerzas convergerían sobre nosotros justo al mismo tiempo. Estaban actuando coordinadas.

La desventaja numérica era demasiado grande. Los centinelas lanzarían unos cuantos hechizos y los miembros del Consejo de Veteranos con mucha probabilidad dejarían montones de cadáveres apilados a su alrededor, pero, superados en proporción de seis a uno, en una noche cerrada, con problemas para ver a sus objetivos hasta que no estuvieran a unos pocos pasos, no ganarían. El grupo grande atacaría desde un lado y el más pequeño desde el otro. Nos acorralarían.

A menos que…

A menos que alcanzásemos primero a uno de los dos grupos y lo elimináramos antes de que sus compañeros llegaran y nos atacasen por la espalda.

Tan superados como estábamos, lo más inteligente habría sido correr como almas que llevase el diablo. Pero sabía que nadie haría eso. El Consejo aún tenía que recuperar a Morgan. Lara aún tenía que recuperar a Thomas. Ninguno de los dos disfrutaba de la ventaja con la que contaba yo. Para ellos el peligro era solo una amenaza vaga, algunos aullidos en la oscuridad, y seguiría así hasta que fuese demasiado tarde para correr.

Lo que nos dejaba solo una opción.

Había que atacar.

Los hombres grises aullaron de nuevo, mucho más cerca.

Le lancé una mirada desesperada a Ebenezar y di un paso adelante alzando el bastón.

—¡Nos tienen acorralados! ¡Nuestra única oportunidad es abrirnos paso luchando! ¡Todo el mundo conmigo!

Lara y sus hermanas me miraron confundidas. Los centinelas hicieron lo mismo, pero el miedo en mi voz y en mi cara era muy real, y cuando un ser humano reacciona con miedo, los que están cerca tienden a encontrarlo contagioso a nivel psicológico. Los ojos de los centinelas se movieron al momento hacia Anciana Mai.

Empecé a correr haciendo señas para que me siguieran. Ebenezar reaccionó de inmediato.

—¡Ya lo habéis oído! —rugió—. ¡Centinelas, moveos!

Con su grito, el bloqueo se rompió y los centinelas se lanzaron hacia delante para unirse a nosotros.

Lara me miró durante otro medio segundo y entonces gritó a sus hermanas:

—¡Vamos, vamos!

Echaron a correr con nosotros manteniendo el paso sin esfuerzo, con unos movimientos tan gráciles y ligeros que no parecía posible que dejasen huellas en el terreno.

Eché un vistazo por encima del hombro mientras aceleraba poco a poco mi carrera. Anciana Mai se había vuelto hacia la odiosa luz roja que salía del bosque, al sur, para enfrentarse a ella con serenidad.

—Mago Escucha el Viento, conmigo. Veamos si somos capaces de frenar el avance de lo que quiera que venga hacia aquí.

Indio Joe se colocó a su lado y ambos se quedaron allí, concentrando sus voluntades y murmurando entre ellos.

Le consulté a Isla Demonio la mejor ruta para llegar hasta el enemigo, bajé la cabeza y cargué contra los demonios que venían a matarnos, con centinelas y vampiras a mi lado.