ÆTAT. 58
1767: ÆTAT. 58.] En febrero de 1767 tuvo lugar uno de los incidentes más señalados en la vida de Johnson, que gratificó su entusiasmo monárquico y que le gustaba relatar con todo detalle cuando se lo pedían sus amigos. Tuvo el honor de ser recibido en conversación privada por Su Majestad en la biblioteca de la casa de la Reina.[c45] Él había visitado con frecuencia esas espléndidas estancias y la noble colección de libros,[12] de la que dijo a menudo que era más nutrida y más curiosa de lo que a su suponer cualquier persona pudiera haber reunido en el tiempo que el Rey había dedicado a la tarea. El señor Barnard, el bibliotecario, se preocupó de que gozara de todas las comodidades que pudieran reforzar su bienestar y satisfacción cuando se solazaba en el cultivo de su gusto literario en tal lugar, de suerte que tenía en ese sitio un recurso muy grato para sus horas de asueto.
Informado Su Majestad el Rey de las visitas ocasionales del doctor Johnson, se dignó expresar el deseo de que le avisaran la primera vez que estuviera en la biblioteca. De acuerdo con esta orden, la vez siguiente que fue Johnson, tan pronto estuvo enfrascado en la lectura de un libro, Barnard se dirigió a hurtadillas al aposento en que se encontraba el Rey y, en cumplimiento de sus deseos, le informó de que el doctor Johnson se hallaba en la biblioteca. Dijo Su Majestad que estaba desocupado y que iría a verlo al punto; acto seguido, Barnard tomó una de las lámparas que había sobre la mesa de Su Majestad y alumbró su paso por una serie de estancias, hasta llegar a la puerta reservada que daba acceso a la biblioteca, de la cual Su Majestad tenía llave. Nada más entrar, Barnard se apresuró a acercarse a Johnson, que se hallaba profundamente sumido en su estudio, y le dijo al oído: «Señor, está el Rey». Johnson se levantó de un respingo y se quedó inmóvil. Su Majestad se le acercó y enseguida se mostró cortésmente accesible.[13]
Su Majestad empezó observando que, según tenía entendido, Johnson a veces visitaba la biblioteca; dijo luego que había oído decir que el doctor Johnson había estado últimamente en Oxford, y le preguntó si no le agradaba estar allí. Johnson repuso que, en efecto, le gustaba ir a Oxford a veces, pero que igualmente le agradaba regresar a Londres. El Rey le preguntó qué se estaba haciendo en Oxford. Johnson repuso que no podía elogiar demasiado la diligencia de la universidad, aunque en algunos aspectos se había enmendado, pues había sujeto la imprenta universitaria a una mejor regulación y estaba en curso de impresión la obra de Polibio. Le preguntó dónde había mejores bibliotecas, si en Oxford o en Cambridge, a lo que repuso que, según su entender, la Bodleiana era mejor que cualquiera de las bibliotecas de Cambridge, aunque al mismo tiempo añadió: «Espero que, tanto si disponemos de más libros que Cambridge como si no, hagamos de los libros al menos tan buen uso como el que ellos les dan». Preguntado si la biblioteca de All Souls o la de Christ Church era la mayor, respondió así: «La biblioteca de All Souls es la mayor que tenemos, con la sola excepción de la Bodleiana». «En efecto —dijo el Rey—, ésa es la biblioteca pública».
Su Majestad se interesó por saber si estaba escribiendo algo. Contestó que no, pues había contado al mundo prácticamente todo cuanto sabía, y se veía necesitado de leer más para adquirir nuevos conocimientos. Como si quisiera instarle a que confiara en sus propios recursos de escritor original y a continuar sus obras sin demora, el Rey le dijo: «No creo que tome usted demasiados préstamos de nadie». Johnson le informó de que creía ya cumplida su tarea de escritor. «Yo habría dicho lo mismo —repuso el Rey— si no hubiera escrito usted tan bien». Johnson me comentó después, a propósito de este encuentro, que «nadie pudo hacer un cumplido tan elegante, absolutamente propio de un rey. Fue algo completamente contundente». Cuando otro amigo le preguntó, estando en casa de sir Joshua Reynolds, si había respondido a semejante halago, contestó: «No, señor. Cuando el Rey lo dijo, es que así debía ser. No me correspondía a mí cambiar cortesías con mi soberano». Es posible que ningún hombre que hubiera pasado toda su vida en la corte llegara a mostrar un concepto más ajustado y más digno de la verdadera cortesía que el mostrado por Johnson en este caso.
Habiéndole señalado Su Majestad que sin duda tenía que haber leído muchísimo, Johnson repuso que en realidad más que leer pensaba, y que sí había leído mucho durante su juventud y primeros años de madurez, pero que cuando empezó a tener achaques de salud ya no fue capaz de leer gran cosa, al menos en comparación con otros; por ejemplo, dijo que no eran muchas sus lecturas en comparación con las del doctor Warburton.[a nota 149, Vol. III] A esto apostilló el Rey que, según tenía entendido, Warburton era un hombre de tan amplios conocimientos que era poco menos que imposible conversar con él sobre cualquier tema del que no estuviera plenamente cualificado para opinar, y que su erudición recordaba el arte interpretativo de Garrick, por ser igualmente universal.[14] Su Majestad se refirió entonces a la polémica desatada entre Warburton y Lowth, que parecía haber leído, y preguntó a Johnson cuál era su opinión. Johnson respondió que «Warburton posee una erudición más general, más escolástica. Lowth es un erudito más correcto. No sé yo a cuál de los dos se le da mejor desairar e insultar al otro». Al Rey le complació reseñar que era de idéntico parecer, y añadió: «Así pues, doctor Johnson, no parece que piense usted que hubiera muchos argumentos en la discusión». Johnson respondió que no lo creía. «Cierto es —dijo el Rey— que cuando se pasa a los insultos es que se han agotado los argumentos».
Su Majestad le preguntó entonces qué pensaba de la Historia de lord Lyttelton, que se acababa de publicar. Johnson señaló que el estilo le parecía francamente bueno, pero que cargaba las tintas demasiado en culpar a Enrique II. «Rara vez —dijo el Rey— se hacen estas cosas por mitades». «Desde luego —replicó Johnson—, y menos aún a los reyes». Pero se ve que temió dar lugar a un malentendido, de modo que procedió a explicarse y añadió: «No ha querido el autor hallar excusa para quienes hablaron de los reyes peor incluso de lo que merecían, y en cambio se le antoja fácil y comprensible que algunos hablasen de ellos mejor de lo que merecían, pero sin aviesa intención, ya que como era mucho el poder que estaba en manos de los reyes otorgar, quienes recibían su favor a menudo y por elemental gratitud exageraban sus alabanzas, que por ser debidas a buenos motivos eran sin duda excusables, al menos en la medida en que sea excusable un craso error».
El Rey le preguntó entonces qué pensaba del doctor Hill.[c46] Johnson respondió que era un hombre ingenioso, pero que no era veraz, y comentó al punto, para poner un ejemplo, una afirmación de este autor, a saber, que había visto objetos ampliados en muy gran medida al emplear tres o cuatro microscopios a la vez, en vez de limitarse a emplear uno solo. «Todo el que tenga algún conocimiento acerca de los microscopios —añadió Johnson—, sabe que cuantos más se empleen para mirar algo, menos y peor se verá». «En tal caso —ratificó el Rey—, eso ya no sólo es afirmar una falsedad, más aún decirla con torpeza, ya que, si tal fuera el caso, todo el que pueda observar algo al microscopio detectará su mentira».
«En ese momento —decía Johnson a sus amigos al relatar la conversación— comencé a sopesar que estaba yo menospreciando a este hombre y, peor aún, rebajándolo en la estima de su soberano, y comprendí que era hora de que dijese algo más favorable». Por consiguiente, apostilló que el doctor Hill era pese a todo un hombre muy observador y curioso, y que si se hubiera dado por satisfecho con decir al mundo sólo lo que sabía de cierto, podría haber sido un hombre muy considerable, y no habría tenido que recurrir a tan mezquino expediente para reforzar su reputación.[c47]
El Rey habló entonces de las revistas literarias, mencionó en concreto el Journal des Savants y preguntó a Johnson si le parecía buena. Johnson contestó que antiguamente era muy buena y habló un poco de las personas que la pusieron en marcha y que la mantuvieron en activo durante unos cuantos años, a la vez que abundó sobre la naturaleza y la utilidad de tales esfuerzos. Quiso el Rey saber si seguía haciéndose igual de bien. Johnson respondió que no tenía motivo para pensar que así fuera. El Rey le preguntó si existía alguna otra revista literaria que se publicase en el reino, con la excepción de la Monthly Review y la Critical Review; al recibir por respuesta que no había ninguna otra, el Rey quiso saber cuál era la mejor, a lo que Johnson respondió que la Monthly se editaba con un cuidado exquisito, y la Critical sobre los más sólidos principios, aunque no dejó de señalar que los autores de la Monthly Review estaban enemistados con la Iglesia. Esto dijo el Rey que lamentaba saberlo.
La conversación versó entonces sobre las transacciones filosóficas, y Johnson observó que ahora existía un método mejor que el de antes para disponer los materiales. «Desde luego —señaló Su Majestad—, en ese aspecto están en deuda con el doctor Johnson», pues el Rey había conocido y recordaba la circunstancia, que el propio Johnson había olvidado.[c48]
Expresó Su Majestad su deseo de que las biografías de los literatos de la nación se ejecutasen con la debida competencia, y propuso al doctor Johnson que emprendiera esa tarea. Johnson manifestó su disponibilidad para cumplir los deseos de Su Majestad.
Durante toda la entrevista, Johnson se dirigió a Su Majestad con profundo respeto, aunque no obstante empleó un tono firme y viril, una voz resonante, y nunca ese tono sumiso que por lo común se emplea en la corte y en los salones de palacio. Luego de que el Rey se retirase, Johnson se mostró sumamente complacido de la conversación con Su Majestad y de su conducta bondadosa, diciendo al señor Barnard: «Dirán del Rey lo que quieran, pero es el caballero más gentil que he tratado jamás». Y posteriormente dijo a Langton: «Señor, sus maneras son las de un caballero tan pulido como podamos suponer que lo sean Luis XIV o Carlos II».
En casa de sir Joshua Reynolds, donde se congregó a su alrededor un círculo de amigos suyos para oírle relatar esta conversación memorable, el doctor Joseph Warton, con su bulliciosa franqueza de costumbre[c49] fue muy insistente en su apremio para que entrase en los detalles de la misma: «Vamos, señor; éste es un asunto muy interesante, háganos el favor de compartirlo con nosotros». Con humor, Johnson accedió a sus peticiones.
Les dijo: «Descubrí que Su Majestad deseaba que yo hablase, así que decidí hablar en serio. Descubrí que a uno le sienta bien que le hable su soberano. En primer lugar, nadie puede apasionarse…». En ese punto le interrumpió alguna pregunta, lo cual es muy de lamentar, ya que sin duda hubiera señalado e ilustrado numerosas circunstancias de provecho, por haberse encontrado en una situación en la que la capacidad del intelecto se excita en un despliegue vigoroso a la vez que se templa por el respeto reverencial debido al monarca.
Durante todo el tiempo que dedicó Johnson a relatar ante el círculo reunido en casa de sir Joshua Reynolds los particulares del encuentro que mantuvo con el Rey, el doctor Goldsmith permaneció impertérrito en un sofá y a cierta distancia, afectando visiblemente no sumarse en lo más mínimo a la ansiosa curiosidad de la concurrencia. Adujo como motivo de su malhumor y aparente desinterés el haber sabido que Johnson renunció a su propósito de proporcionarle un prólogo a su obra de teatro El hombre de buen natural, esperanza que a Goldsmith le había encandilado. Muy por el contrario, se sospechó que le reconcomía la pesadumbre y la envidia por el singular honor de que había disfrutado Johnson. A la larga, la franqueza y la sencillez de su natural carácter pudieron más que su encono. Se levantó del sofá, avanzó hacia Johnson y, con una especie de titubeo muy marcado, imaginándose en la situación que acababa de oír descrita, exclamó de este modo: «En fin, pues ha salido usted bien parado de tal conversación, mucho mejor de lo que habría salido yo, puesto que yo me habría deshecho en reverencias y balbuceos de principio a fin».
No recibí ninguna carta de Johnson en todo este año, ni he descubierto nada de la correspondencia que sostuvo,[15] con excepción de las dos cartas a Drummond que ya se han insertado en relación con la escrita al mismo caballero en 1766. Su diario no aporta ninguna luz sobre lo que hizo en este tiempo. Pasó tres meses en Lichfield,[16] por lo que no puedo omitir una escena solemne y conmovedora que él mismo relata.
Domingo, 18 de octubre, 1767. Ayer, 17 de octubre, alrededor de las diez de la mañana, me despedí para siempre de mi querida y vieja amiga Catharine Chambers, que vino a vivir con mi madre más o menos en 1724, y que apenas se ha separado de nosotros desde entonces. Enterró a mi padre, a mi hermano y a mi madre. Tiene ahora cincuenta y ocho años.
Quise que todos se retirasen y luego le dije que íbamos a despedirnos para siempre; añadí que, como cristianos que éramos, nos despediríamos con una plegaria, y que yo deseaba, si ella accedía, decir una breve oración a su lado. Expresó su gran deseo de oírme y elevó sus pobres manos, pues estaba postrada en cama, con gran fervor, mientras yo rezaba, arrodillado a su lado, más o menos con estas palabras:
Padre Todopoderoso y Misericordiosísimo, cuya benevolencia supera todas tus obras, contempla, visita y alivia a esta tu servidora, postrada en cama por la enfermedad. Concede que el sentimiento de su debilidad añada vigor a su fe y seriedad a su arrepentimiento. Y concede que con la ayuda de tu Espíritu Santo, luego de los pesares y trabajos de esta corta vida, podamos todos obtener la felicidad perdurable por medio de Jesucristo Nuestro Señor, por cuyo amor te rogamos que oigas estas plegarias. Padre nuestro, etc.
Luego la besé. Ella me dijo que despedirnos era la pena más grande que había sentido jamás, y que esperaba que nos volviéramos a reunir en un lugar mejor que éste. Le expresé, con los ojos hinchados y con gran y enternecida emoción, las mismas esperanzas. Nos besamos y nos separamos. Humildemente espero encontrarnos de nuevo para no separarnos más.[17]
Lean sin prejuicios esta escena rebosante de ternura y llena de afecto quienes han dado en considerar a Johnson un hombre de carácter encallecido, áspero y severo, y juzguen después si es frecuente hallar en la naturaleza humana más calor de afecto, más cordialidad de sentimiento y más agradecida amabilidad.
Encontramos el siguiente apunte en el registro de sus devociones:
2 de agosto de 1767. Largo tiempo llevo intranquilo y desazonado, sin resolverme a dedicarme al estudio o a otras ocupaciones, estorbado por repentinos achaques y obnubilado de súbito.[18]
Sin embargo, proporcionó al señor Adams una dedicatoria al Rey* para el Tratado de los orbes escrito por este ingenioso caballero; la dedicatoria está concebida y expresada de manera que no podía dejar de resultar muy grata a un monarca distinguido por su amor a las ciencias.
En este año se publicó una sátira que ridiculizaba su estilo, titulada Lexífanes. Sir John Hawkins la atribuye al doctor Kenrick, aunque el autor es un tal Campbell, un escocés que era contador de la Armada. La ridiculización consistía en aplicar las «palabras de grandes significados» de que hablara Johnson a cuestiones insignificantes, como si uno le pusiera a un enano la armadura de Goliat. El contraste puede ser risible, pero la dignidad de la armadura sigue siendo la misma, y lo será sin duda en el ánimo de cualquier persona considerada. Es pues fácil de suponer que esta chusca y maliciosa mojiganga de ningún modo podía perjudicar al ilustre objeto de sus burlas.[c50]
A Bennet Langton, en la perfumería del señor Rothwell, en New Bond Street, Londres
Lichfield,
10 de octubre de 1767
Querido señor,
que haya pasado usted todo el verano en Londres es una razón más para que lamente mi prolongada estancia en el campo. Espero que no se marche de la ciudad antes de mi regreso. Aquí sólo disponemos del azar de que haya una plaza libre en las diligencias de paso, y se me ha informado de que tal vez haya una, si en efecto fuera el caso, que me llevaría a la ciudad el 14 de este mes, pero esto no es seguro.
Me hará usted un gran favor si se lo comunica a la señora Williams. Ansío ver a todas mis amistades. Soy, querido señor, su más humilde servidor,
SAM. JOHNSON