ÆTAT. 30

1739: ÆTAT. 30]

Trentham,

1 de agosto de 1739

Señor,

el señor Samuel Johnson (autor de Londres, una sátira, y de otras piezas de poesía) es nativo de este país y goza de gran respeto entre algunos dignos caballeros de los alrededores, que son miembros del consejo de administración de una escuela de caridad cuya rectoría se encuentra a día de hoy vacante; el salario en cuestión es de sesenta libras al año, del cual están deseosos de hacerle titular, aunque por desgracia no sea él capaz de beneficiarse de la bolsa por dichos caballeros dotada, cosa que a él lo haría feliz de por vida, por la sencilla razón de no estar en posesión del título de licenciado, condición que según los estatutos de la escuela ha de poseer su rector.

Me hacen estos caballeros el honor de pensar que tengo predicamento suficiente en usted, a fin de pedirle que escriba al deán Swift para persuadir a la Universidad de Dublín de que me haga llegar un diploma por el cual se titule a este pobre hombre licenciado por su universidad. Ensalzan a riesgo de caer en descomedimiento la sabiduría y la probidad del candidato, y no se dejan convencer de que encuentre la menor dificultad para conferir semejante favor a un desconocido, si es el Deán quien lo recomienda. Aseguran que no le amedrenta someterse al examen más riguroso aun cuando sea tan largo el viaje, y que se aventurará a emprenderlo si el Deán lo estima oportuno, prefiriendo morir en el camino antes que morir de hambre traduciendo para los libreros, que tal ha sido su medio de subsistencia desde hace ya algún tiempo.

Mucho me temo que mayores contratiempos surjan en todo este asunto, más de los que adivinan estos amables caballeros, máxime si se tiene en cuenta que no pueden posponer su decisión más allá del día 11 del mes entrante. Si ve usted el asunto a la misma luz en que a mí se me presenta, espero que dé ésta a las llamas y me disculpe por causarle tanto quebradero de cabeza en torno a una cuestión inviable; ahora bien, si le pareciera que existe alguna posibilidad de obtener el favor solicitado, no tengo duda de que su humanidad y propensión a aliviar de sus agobios a quien lo merece le incline a prestar servicio al pobre hombre, sin que nada añada yo a las complicaciones que ya le he ocasionado, más que asegurarle que soy, con gran verdad, señor, su fiel y humilde servidor,

GOWER

Tal vez no fuese pequeña la decepción de Johnson al ver que esta respetable solicitud no surtiera el efecto apetecido; ahora bien, cuánta razón ha habido, tanto para él como para la nación toda, de regocijarse por el hecho de que no prosperase, ya que de ese modo es probable que hubiera agostado en una situación anodina todas las horas en que más adelante escribió sus obras incomparables.

Más o menos en aquel entonces hizo un último esfuerzo por emanciparse de la precariedad con que vive el escritor de profesión. Solicitó al doctor Adams que consultara con el doctor Smalbroke, de la Cámara de los Comunes, si obtendría permiso una persona para ejercer allí como abogado sin poseer el título de doctor en Leyes Civiles. «Soy —dijo— completamente ajeno a estos estudios, pero todo lo que constituya una profesión, y se mantenga bien nutrido de miembros, ha de estar al alcance de las aptitudes comunes y de cierta industria». Mucho complació al doctor Adams el propósito manifestado por Johnson de emplear su talento de este modo, confiado en que habría alcanzado una gran eminencia. Yo, desde luego, no puedo concebir a ningún otro hombre mejor cualificado para destacar con creces en el ejercicio de la abogacía, pues hubiera aportado a su profesión su copioso y variado caudal de saberes, una agudeza fuera de lo común y un dominio de la lengua en los que pocos podrían igualarle y ninguno superarle. Capaz como fue de hacer alarde de elocuencia e ingenio en defensa de la decisión de los Comunes en lo referente a la elección del señor Wilkes como parlamentario por Middlesex, y de la inconstitucionalidad de los gravámenes impuestos a nuestros súbditos de América, tuvo que haber sido poderoso abogado de cualquier causa. Pero también aquí fue obstáculo insalvable la carencia de un título universitario.

Así pues, se vio en la necesidad de perseverar por el camino que se había visto forzado a emprender, y en este punto hallamos la propuesta que hizo desde Greenwich al señor Cave para traducir la Historia del padre Paolo Sarpi, que fue aceptada[59].

Llegaron a imprimirse algunos pliegos de esta traducción, pero se abortó el proyecto, pues se dio el caso, por extraordinario que pueda resultar, de que otra persona que atendía por el nombre de Samuel Johnson, bibliotecario de St. Martin in the Fields y cura de la misma parroquia, había emprendido idéntico trabajo con el patrocinio del clero, en especial del doctor Pearce, que después fue Obispo de Rochester. En los periódicos del día se libraron varias escaramuzas, bien es verdad que de poca monta, entre los traductores rivales, a resultas de lo cual se hicieron trizas el uno al otro, ya que ninguno de los dos siguió adelante con el trabajo iniciado. Es muy de lamentar que la notable obra de fray Paolo, autor de célebre genio, perdiera la ventajosa ocasión de incorporarse al acervo de la literatura británica de la mano magistral de Johnson.

Obra en mi poder, gracias al favor de John Nichols, un papel escrito de puño y letra por Johnson y titulado «Cuentas pendientes entre el señor E. Cave y Sam. Johnson, en relación con una versión de la obra del padre Paolo, etc., comenzada a 2 de agosto de 1738», por el cual parece ser que desde ese día, y hasta el 21 de abril de 1739, Johnson percibió por su trabajo un total de cuarenta y nueve libras y siete chelines, pagadas en entregas de una, dos, tres y a veces cuatro guineas, aunque lo más habitual es que fueran dos. Y no deja de ser curioso observar la minuciosa, escrupulosa exactitud con que Johnson ha empastado una hoja de papel que titula «Cuenta menor», que contiene una sola entrada: «9 de septiembre, el señor Cave pagó dos chelines y cinco peniques». A esta cuenta se agrega una lista de algunos de los suscriptores de la obra, en parte de puño y letra de Johnson, en parte de otra persona, a la que siguen una o dos hojas plagadas de caracteres diversos, que tienen todas las trazas de ser signos taquigráficos, un modo de escritura abreviada que Johnson quizá trataba por entonces de aprender.

Al señor Cave

Miércoles

Señor,

no me tomé la molestia de retener a su recadero mientras escribía respuesta a su carta, en la que parece dar a entender que yo prometí más de lo que estoy dispuesto a dar. Si he dado pie a que elevara sus expectativas al decir o hacer algo que a mi memoria escapa, mucho lo lamento y le pido disculpas; si tuviera a bien recordármelo, le agradecería el favor. Si introduje menos alteraciones de lo habitual en los debates parlamentarios, fue sólo porque me parecieron y aún me parecen menos necesitados de retoques. Los versos en loor de lady Firebrace[60] los tendrá cuando le plazca, pues bien sabe usted que semejante asunto no merece muchas cavilaciones, ni menos aún las requiere.

Los cuentos chinos[61] pueden estar listos para la imprenta en cuanto desee enviar a recogerlos, pues no guardo memoria de que hubiera indicado introducir ninguna alteración.

Muy deseoso estoy de escribirle respuesta a otra pregunta, que de grado le hubiera consultado anoche de haber tenido tiempo, pues ésa me parece la manera más apropiada de acicatear una correspondencia tal que pueda representar una ventaja sobre el papel, no una pesada carga.

Por lo que atañe a los versos del premio, no oculto mi reticencia en cuanto a precisar el mérito que posean. Aún puede, si le parece oportuno, conocer cuál es mi opinión; ahora bien, con escaso ímpetu entraré en un asunto que muy difícilmente pueda concluir a plena satisfacción de las partes implicadas[62].

En cuanto al padre Paolo, aún no he hecho justicia a mi propuesta, pues me han salido al paso impedimentos que espero ya hayan tocado a su fin; si en lo sucesivo hallara que mis progresos no son tales como tiene usted todo el derecho a esperar, fácilmente estaría en su mano el acicatear a un traductor remolón.

Si alguna de estas cuestiones, o todas ellas, algo tuvieran que ver con su descontento, le encarezco que las deseche a la vez que le expreso mi deseo de que exponga cuál es la cuestión de la que desea respuesta. Soy, señor, su humilde servidor,

SAM. JOHNSON

Al señor Cave

[s. f.]

Señor,

soy de su misma opinión en el sentido de que el Comentario no puede seguir adelante si nada indica que pueda tener algún éxito, pues como los nombres de los autores concernidos pesan más en su desempeño que el mérito que intrínsecamente puedan tener, el público pronto se dará por satisfecho. Y creo que el Examen habría que sacarlo adelante de la manera más expeditiva. Así pues: «A día de hoy, etc., Examen del ensayo del señor Pope, etc., que contiene una sucinta indagación en torno a la filosofía de Leibnitz sobre el sistema de los fatalistas, con una refutación de sus opiniones y una ilustración acerca de la doctrina del libre albedrío» (con lo que por añadidura le parezca oportuno).

Sobre todo, será de primerísima necesidad dar cuenta de que se trata de algo diferente del comentario.

Tan lejos estaba de suponer que se hallaban mano sobre mano[63] que antes bien di por hecho que tenían trabajo de sobra, y por eso no me había agobiado por aprovisionarlos de más. Ahora bien, si alguna vez se quedan mano sobre mano por mi culpa, sin duda debe cargarse en mi debe, y siempre que sea razonable no me opondré a pagar lo que me corresponda, no obstante lo cual le ruego que suspenda ese dictamen hasta mañana por la mañana, para cuando le encarezco que me haga llegar una docena de propuestas, y entonces tendrá texto para dar, tomar, vender y regalar. Soy, señor, suyo, e impransus,

SAM. JOHNSON

Sin embargo, si bien cruzó correspondencia con el señor Cave en lo tocante a una traducción del Examen de Crousaz del Ensayo sobre el hombre, de Pope, y si bien se prodigó en consejos como si estuviera muy deseoso de contribuir a su éxito, hace ya tiempo quedé convencido, mediante una lectura a fondo del prefacio de la misma, de que esa traducción se le atribuía de manera errónea, y por fin he visto aclarado este punto sin la menor sombra de duda gracias al siguiente artículo, hallado entre los manuscritos del doctor Birch, que se conservan en el Museo Británico:

ELISAE CARTERAE. S.P.D. THOMAS BIRCH.

Versionem tuam Examinis Crousazianijam perlegi. Summum styli et elegantiam, et in re difficillima proprietatem, admiratus.

Dabam Novemb. 27º 1738[64].

En efecto, recientemente la señora Carter ha reconocido a la señora Seward que fue ella quien tradujo el Examen.

Es llamativo que la última de las cartas de Johnson al señor Cave, de las citadas hasta ahora, concluya con la franca confesión de que ese día no ha cenado. Y no es menos notable que, hallándose en tal estado de necesidad, su corazón benévolo no fuera insensible a las necesidades de un humilde trabajador de la literatura, como se desprende de la siguiente carta:

Al señor Cave

[s. f.]

Estimado señor,

tal vez recuerde que anteriormente he hablado con usted de un diccionario militar. El mayor de los Mcbean, que estuvo con el señor Chambers, dispone de muy buenos materiales para acometer la redacción de tal obra, que de hecho he podido hojear, y lo haría a muy bajo precio. Creo que abarcaría una terminología amplia en materia bélica y naval, provista de muy buenas explicaciones, en un volumen en octavo, en pica, tarea que está dispuesto a realizar por doce chelines el pliego, que se podrían redondear en una guinea en caso de una segunda impresión. Si quiere pensarlo, aguardaré con él su decisión. Soy, señor, su humilde servidor,

SAM. JOHNSON

Le ruego me preste la obra de Topsel sobre los animales

No debo pasar por alto que este Mcbean era natural de Escocia.

En la Gentleman’s Magazine de este año Johnson publicó una «Vida del padre Paolo»* y escribió el prefacio del volumen,† que, si bien antepuesto cuando se publicó encuadernada, siempre figura con el apéndice, y es por tanto la última composición del libro. La destreza, la facilidad de adaptación que tenía para redactar un proemio, era uno de los puntos en que más y mejor sobresalía.

También parece ser que prestó muy amistosas atenciones a Elizabeth Carter, ya que en una carta de Cave a Birch, del 28 de noviembre de este año, encuentro que «el señor Johnson aconseja a la señorita C. que emprenda una traducción de Las consolaciones de Boecio, porque es obra que contiene verso y prosa, y que la firme con su nombre cuando se publique». No se tuvo en cuenta este consejo, probablemente por temor a que la obra no gozara de popularidad suficiente y no alcanzase unas ventas sustanciales. Podemos juzgar con qué acierto había pergeñado Johnson una traducción de este poeta filosófico a tenor de la siguiente muestra, que apareció publicada en el Rambler (lema del n.º 7):

O qui perpetua mundum ratione gubernas,

Terrarum cœlique sator! (…)

Disjice terrenae nébulas et pondera molis,

Atque tuo splendore mica! Tu namque serenum,

Tu requies tranquilla piis. Te cernere finis,

Principium, vector; dux, semita, terminus, ídem

Oh, tú, cuyo poder preside el mundo en movimiento,

cuya voz lo ha creado, cuya sabiduría lo guía,

brilla con la más pura refulgencia sobre el hombre oscurecido

y revive su ánimo nublado con tu luz divina.

Sólo en ti está el calmar a la bestia piadosa

con callada confianza y reposo sagrado;

de ti, grandísimo Dios, brotamos, a ti tendemos,

senda, motivo, guía, origen y destino.

En 1739, amén de la ayuda que prestó en los debates parlamentarios, sus escritos publicados en la Gentleman’s Magazine fueron los siguientes: «La vida de Boerhaave»,* en la que cabe observar que descubre el gusto por la Química, materia a la que seguiría siendo de por vida aficionado; «Una apelación al público en nombre del director de la publicación»;† «Una interpelación al lector»;† «Un epigrama a Eliza, tanto en latín como en griego»,* y versos en inglés también a ella dedicados;* por último, «Un epigrama en griego al doctor Birch».* Se ha supuesto erróneamente que un ensayo publicado en la revista en ese mismo año, con el título de «La apoteosis de Milton», era obra de Johnson; debido a tal suposición, se ha insertado de manera impropia en la edición que de sus obras hicieron los libreros después de su muerte. De no haber testimonio irrebatible en cuanto a esto, el estilo de la composición, así como el hecho de que no aparezca el nombre de Shakespeare en un ensayo que presuntamente pasa revista a los principales poetas en lengua inglesa, bastarían para precisar que no es obra de Johnson. Ahora bien, no es menester recurrir a las pruebas internas, ya que milord el Obispo de Salisbury (el doctor Douglas) me ha certificado que se trata de una obra de Guthrie. Sus publicaciones aparecidas aparte fueron: «Una completa vindicación de los licenciatarios de la escena, en defensa de las maliciosas y escandalosas difamaciones vertidas por el señor Brooke, autor de Gustavus Vasa»* que es una irónica diatriba contra ellos por haber suprimido dicha tragedia, y Marmor Norfolciense, o ensayo sobre una antigua inscripción profética, en rima monacal, descubierta recientemente en Lynne, condado de Norfolk, por Probus Britannicus.* En este escrito finge que se ha producido el hallazgo de una inscripción en Norfolk, condado natal de sir Robert Walpole, por entonces detestable Primer Ministro del país, y lo aprovecha para lanzar una invectiva contra la sucesión de los Brunswick y las medidas tomadas por el gobierno en consecuencia[65]. A la presunta profecía añadió un comentario en el que cada una de sus expresiones se aplican al momento presente, con furibundo celo antihanoveriano.

Este panfleto anónimo, por lo que he podido averiguar, no hizo tanto ruido como hubiera sido de esperarse, y no tuvo por tanto una circulación muy extendida. Refiere sir John Hawkins que «se promulgaron órdenes de arresto y se despacharon alguaciles para prender al autor, el cual, si bien había evitado el suscribir con su nombre el opúsculo, fue a la sazón descubierto gracias a la atenta vigilancia de quienes emprendieron su caza», y se nos informa también de que se ocultó en las marismas de Lambeth hasta que se enfrió su rastro. Ahora bien, todas estas informaciones carecen de fundamento, ya que el señor Steele, uno de los secretarios del Tesoro, quien entre la gran variedad de asuntos de importancia que le ocupaban tuvo la cortesía de atender a mis preguntas, me da cuenta de que ordenó «que se llevara a cabo el registro más exhaustivo que fuera posible en los archivos del Tesoro y de la Secretaría de Estado, sin hallar el menor rastro de que alguna vez se promulgara una orden de arresto para prender al autor del panfleto».

Marmor Norfolciense fue enseguida un opúsculo del que se encontraban poquísimos ejemplares, a tal punto que durante muchos años me esforcé en vano por hacerme con uno. Por fin quedé en deuda con la perfidia de uno de los numerosos y mezquinos adversarios de Johnson, quien en 1775 publicó una nueva edición del mismo, «con notas y una dedicatoria a Samuel Johnson, doctor en Leyes, por Tribunus», en la que algún gracioso escritorzuelo trató con envidia de fundamentar sobre el texto una acusación de incoherencia contra su autor por haber aceptado una pensión dotada por el actual monarca y haber escrito en defensa de las medidas aprobadas por el gobierno. Para mortificar semejante perfidia, por lo demás tan impotente, de la cual tantos ejemplos abundan contra los grandes hombres, me alegra referir que esta telum imbelle[c32] no alcanzó su diana hasta un año después de publicarse, ocasión en que se lo comenté, por suponerle al tanto de la reedición. Vi con sorpresa que no tenía la menor noticia del asunto. Me pidió que fuese de inmediato a hacerme con un ejemplar para él, como en efecto hice. Le echó un vistazo y se echó a reír al mismo tiempo, al parecer muy divertido con los débiles esfuerzos de su desconocido adversario, quien espero que aún siga vivo para leer este relato de lo ocurrido. «A lo que se ve —me dijo—, alguien anda por ahí convencido de haberme causado una enojosa vejación, pero de no haber sido por usted, granuja, es probable que nunca me hubiese enterado».

Como el billete del señor Pope referente a Johnson, al que hice alusión en una página anterior, incide tanto en su Londres como en su Marmor Norfolciense, he preferido postergar su inserción hasta ahora. Estoy en deuda con el doctor Percy, Obispo de Dromore, quien me permitió copiarlo del original que obra en su poder. A Su Señoría se lo obsequió sir Joshua Reynolds, al cual le fue entregado por el señor Richardson, el pintor, precisamente destinatario del mismo. Lo he transcrito minuciosamente, de modo que el peculiarísimo estilo y la desmañada ortografía del célebre poeta queden expuestos a ojos de los curiosos de la literatura. Justifica con creces el epíteto de Swift, que llamó a Pope «ahorrador avaro de papel», pues está escrita en un cuadrado no mayor que la habitual tarjeta de visita, y le fue enviada a Richardson junto con la imitación de Juvenal.

Ésta es imitación de un tal Johnson, que aspiró a una escuela pública en Shropshire pero se llevó un batacazo. Padece una enfermedad de tipo convulsivo que a veces lo ataca y lo convierte en triste espectáculo. Por los méritos de su obra y sin saber nada más de él el señor P. quiso hacerle el servicio sin medio de su solicitud y así escribió a mi querido pariente pero sin éxito: luego publicó Johnson otro poema en latín con sus notas muy humorístico titulado Profecía de Norfolk.

P.

Alguien habló a Johnson de esta nota, y sir Joshua Reynolds le dio cuenta de la alabanza que contenía, si bien tuvo la elemental delicadeza de abstenerse de mostrarle el billete. Cuando sir Joshua comentó a Johnson que parecía sumamente deseoso de ver el billete de Pope, él respondió: «¿Y quién no estaría orgulloso de que un hombre de la talla de Pope se muestre tan solícito al interesarse por él?».

La enfermedad a que alude Pope también a mí me pareció, ya lo he señalado en otra parte[66], de tipo convulsivo y de la misma naturaleza que ese destemple que llaman baile de San Vito, opinión que me confirma plenamente la descripción que de la enfermedad aporta Sydenham: «Este trastorno es un tipo de convulsión. Se manifiesta en la detención o la falta de firmeza de las piernas, que el paciente arrastra tras de sí como un cretino. Si la mano del mismo costado se sujeta contra el pecho, o cualquier otra parte del cuerpo, no podrá mantenerla ni un instante en la misma postura, pues la convulsión se la llevará con violencia a cualquier otra, a pesar de que se esfuerce a fondo por conseguir lo contrario». Sir Joshua Reynolds, en cambio, era de otra opinión, y me hizo el favor de facilitarme el siguiente escrito:

Los movimientos o tics del doctor Johnson se llaman convulsiones,[c33] sí, pero de un modo impropio. Cuando se le pedía, era capaz de permanecer sentado, inmóvil, igual que cualquier otro hombre. Soy de la opinión de que esto era debido a un hábito en que se había complacido, o que no se había esforzado por domeñar, y que consistía en acompañar sus pensamientos de ciertos gestos indecorosos, y estos gestos siempre me pareció que tenían por finalidad reprobar en parte su comportamiento en el pasado. Cuando no estaba ocupado en conversar, ese tipo de pensamientos se precipitaba en su ánimo; por este motivo, prefería estar acompañado, prefería cualquier ocupación antes que estar solo. El gran cometido de su vida, decía él, no era otro que escapar de sí mismo; ésta era la disposición que consideraba la enfermedad de su espíritu, de la que no le curaba sino la compañía.

Tal vez valga la pena referir un ejemplo de esa ausencia y particularidad, por ser tan característica del hombre. Cuando hicimos juntos un viaje por el oeste, visitamos al difunto señor Banks en el condado de Dorset; como la conversación tratara sobre unos cuadros que Johnson no alcanzaba a ver demasiado bien, se retiró a un ángulo del salón, donde tomó asiento y estiró la pierna derecha cuan larga la tenía, sobre la cual montó luego la izquierda y aún estiró más la derecha. Al percatarse el anciano caballero de su postura, se le acercó y con mucho tacto le aseguró que, si bien la casa no era nueva, la solera era del todo segura. El doctor despertó de su ensueño con un sobresalto, como alguien a quien se saca de pronto de un sueño profundo, pero no dijo ni una palabra.

Ya que en este asunto estamos, es posible que a mis lectores no les desagrade conocer otra anécdota que me comunicó la misma fuente acerca de su relación con el señor Hogarth.

Johnson era asiduo visitante de la casa de Richardson, el autor de Clarissa y de otras novelas de gran renombre. El señor Hogarth acudió un día a visitar a Richardson, poco después de llevarse a cabo la ejecución del doctor Cameron, condenado por haberse alzado en armas en defensa de la dinastía de los Estuardo en 1745-1746; como se trataba de una acalorado partidario de Jorge II, le comentó a Richardson que a buen seguro tenían que haber concurrido algunas circunstancias muy desfavorables en este caso en particular, que habían inducido al Rey a decretar la ejecución por actos de rebeldía mucho después de la comisión de los mismos, pues aquello tenía todas las trazas de una condena a muerte dictada a sangre fría[67], sumamente impropia de la habitual clemencia de Su Majestad. Mientras hablaba, reparó en la presencia de una persona de pie ante una ventana, que sacudía la cabeza y se contorsionaba de un modo tan extraño como ridículo. Concluyó que debía de tratarse de un cretino, a quien sus familiares habían puesto al cuidado de Richardson, un hombre de muy buen natural. Sin embargo, comprobó con estupor que dicha persona echaba a caminar hacia donde se hallaba sentado Richardson, y que de inmediato se sumaba a la conversación para estallar en invectivas contra Jorge II, al cual motejó de bárbaro y recalcitrante cada vez que tuvo ocasión, reseñando numerosos ejemplos de su talante, en especial uno en que un oficial de alto rango fue absuelto en un consejo de guerra y el propio Jorge II tachó con su pluma el nombre de la lista. En resumidas cuentas, hizo tal despliegue de elocuencia que Hogarth lo miró asombrado, llegando a imaginar que el cretino había tenido un fugaz arranque de inspiración. Ni Hogarth ni Johnson fueron debidamente presentados en este encuentro.