ÆTAT. 27
1736: ÆTAT. 27] Estableció entonces una academia privada, propósito para el cual alquiló una casa amplia y bien situada, cerca de su localidad natal. En la Gentleman’s Magazine, durante el año de 1736, aparece el siguiente anuncio: «En Edial, cerca de Lichfield, condado de Stafford, se ofrece pensión completa a los jóvenes y se les enseña latín y griego a cargo de Samuel Johnson». No obstante, los únicos pupilos puestos a su cuidado fueron el célebre David Garrick y su hermano George, así como un tal señor Offely, joven caballero de buena fortuna que murió prematuramente. Con todo, su nombre aún no estaba unido a la celebridad que más adelante iba a suscitar las más altas atenciones y todo el respeto de la humanidad. De haber aparecido ese anuncio después de la publicación de su Londres, o de los ensayos de su Rambler, o de su Diccionario, ¡qué gran estallido hubiera causado en el mundo de la sociedad! ¡Con qué afán hubieran aprovechado al punto los grandes y los ricos la ocasión de poner a sus hijos bajo la erudita tutela de Samuel Johnson! La verdad, sin embargo, es que no estaba tan bien cualificado como puedan estarlo hombres de una capacidad intelectual muy inferior a la suya para ser profesor de materias elementales, ni para encauzar en el aprendizaje a sus alumnos de manera gradual. Sus propias adquisiciones en el terreno del saber las había realizado a saltos y sobresaltos, por medio de violentas y breves escaramuzas con las que irrumpía en las diversas regiones de la sabiduría, y no cabía esperar, así pues, que su impaciencia se sometiera, que su ímpetu se contuviera en la medida necesaria para adiestrar de manera apacible a los novicios. El arte de comunicar la instrucción, sea del tipo que fuere, ha de tenerse en gran estima; siempre he pensado que quienes se dedican de lleno a este cometido, y cumplen su deber de enseñar con diligencia, y con éxito lo coronan, tienen todo el derecho a gozar del mayor de los respetos en la comunidad, tal como el propio Johnson a menudo sostenía. Y sin embargo soy de la opinión de que no sólo no se requieren grandes capacidades para dedicarse a este oficio, sino que, incluso, el hecho de poseerlas, hace que uno sea menos adecuado para desempeñarlo.
Si bien reconocemos la justicia que se contiene en el bello comentario de Thomson:
¡Deleitosa tarea! ¡Criar al pensamiento más tierno
y enseñar a la joven idea cómo crecer hasta lo eterno!,
hemos de considerar que ese deleite sólo resulta perceptible para «un espíritu en paz», un espíritu a la par sereno y claro, mientras que un espíritu lúgubre e impetuoso, como el de Johnson, no puede permanecer fijo durante un tiempo dilatado y en total atención, y ha de irritarse muy a menudo por la inevitable lentitud y el error que son connaturales a los progresos de los alumnos, tanto que muy difícil ha de resultarle el cumplimento del deber, con mínimo disfrute para el maestro y poco provecho para el discípulo. En un preceptor, el buen temple es la más esencial de las cualidades. Horacio pinta la blandura de ese carácter:
… Ut pueris olim dant crustula blandi
Doctores, elementa velint ut discere prima.[c21]
Johnson no estaba ni mucho menos satisfecho con su situación de maestro de academia, tal como tampoco lo estuvo con la de simple maestro de una escuela de provincias; no será por tanto preciso extrañarnos de que no llegara a mantener su academia durante más de un año y medio. Según el relato del señor Garrick, ni siquiera parece que sus alumnos le tuvieran un profundo respeto. Sus rarezas de carácter y su zafia gesticulación a la fuerza tenían que ser motivo de chanza entre ellos; los jóvenes bribones en concreto pegaban la oreja a la puerta de su dormitorio, y miraban por el ojo de la cerradura, con objeto de ridiculizar las tumultuosas y poco elegantes muestras de cariño que tuviera con la señora Johnson, a la cual llamaba con el apelativo familiar de Tetty o Tetsey, que, como Betty o Betsey, se emplea provincialmente como apócope de Elizabeth, su nombre de pila, aun cuando a nosotros pueda parecemos ridículo al aplicarse a una mujer de su edad y apariencia. Garrick me la pintó como una mujer sumamente obesa, con unos senos de protuberancia mucho mayor que la habitual, con las mejillas hinchadas y enrojecidas a causa de la gruesa capa de pintura que se aplicaba y a su generosidad en el consumo de cordiales; llamativa, fantástica incluso en su manera de vestir, afectada tanto en su manera de hablar como en su conducta en general. He visto a Garrick ponerla en solfa, por medio de su exquisito talento para la imitación, de tal manera que excitó las mayores carcajadas entre los presentes; sin embargo, tal como suele ser el caso en esa clase de representaciones, es harto probable que exagerase de manera muy considerable el retrato.
Johnson estaba perfectamente al tanto de lo que sería más aconsejable en la instrucción de los jóvenes, como prueba con total autenticidad el siguiente papel, de su puño y letra, que dio en esta época a un pariente,[c22] y que hoy se halla en poder de John Nichols:
PLAN DE CLASES EN UNA ESCUELA PRIMARIA
Cuando la introducción, o formación de nombres y verbos, quede perfectamente dominada, enséñeseles el Corderius del señor Clarke, comenzando al mismo tiempo a traducir la introducción, de modo que así puedan aprender la sintaxis. Pásese después a Erasmo, con traducción inglesa del mismo autor.
Clase II. Que aprendan a Eutropio y a Cornelio Nepote, o a Justino, con su traducción.
N. B. La primera clase dará cuenta todas las mañanas de las reglas que hayan aprendido con anterioridad, y por la tarde aprenderán las reglas latinas de la declinación de los nombres y la conjugación de los verbos.
Se les examina de las reglas que hayan aprendido los jueves y los sábados.
La segunda clase hará lo mismo mientras estén con Eutropio; después, han de ocuparse de los nombres y los verbos irregulares, y de las reglas para componer y escandir versos. Se les examina como a la primera.
Clase III. Las Metamorfosis de Ovidio por la mañana, los Comentarios de César por la tarde.
Practíquense las reglas latinas hasta que las sepan a la perfección; después, comienzo de la gramática griega del señor Leeds. Examen como el anterior.
Acto seguido se pasa a Virgilio, comenzando al mismo tiempo a escribir redacciones y versos y a aprender griego elemental; de ahí pasamos a Horacio, etc., como se vea más conveniente.
No sé bien qué libros son los más aconsejables, ya que no me informa usted de cuál es el estudio al que tiene previsto dedicarse. Creo que le será más ventajoso aplicarse por completo a las lenguas hasta que vaya a la universidad. Los autores griegos que estimo más aconsejables para su lectura son los siguientes: Cebes, Aeliano y Luciano, en traducción de Leeds; Jenofonte (ático), Homero (jónico), Teócrito (dórico), Eurípides (ático y dórico).
De este modo logrará una razonable destreza en todos los dialectos, comenzando por el ático, al cual han de hacer obligada referencia todos los demás.
En el estudio del latín es harto aconsejable no leer a los autores de épocas posteriores mientras no esté uno bien versado en los de la época más pura, como son Terencio, Cicerón, Salustio, Nepote, Velleius Paterculus, Virgilio, Horacio y Fedro.
La tarea más exigente, y la más necesaria, sigue siendo alcanzar el hábito de la expresión, sin el cual todo saber es de escasa utilidad. Esto es algo necesario en latín y más si cabe en inglés; su adquisición sólo es viable mediante la imitación diaria de los mejores autores, de los más correctos y excelsos en el empleo de la lengua.
SAM. JOHNSON
Mientras Johnson estuvo al frente de su academia, poca duda puede caber de que sin darse cuenta fue pertrechando su intelecto de variados conocimientos; ahora bien, no he sabido precisar si escribió algo más al margen de la mayor parte de su tragedia titulada Irene. Peter Garrick, hermano mayor de David, me dijo que, según recordaba, Johnson le había pedido prestada la Historia de Turquía, de la cual iba a tomar material para su tragedia. Cuando tuvo una parte sustancial terminada, leyó lo hecho al señor Walmsley, quien objetó que ya había puesto a su heroína en grandes aprietos, y le preguntó cómo tenía previsto ingeniárselas para precipitarla en calamidades aún mayores. Johnson, en una taimada alusión al proceder presuntamente opresivo del tribunal en el que Walmsley era registrador, replicó de este modo: «Señor, siempre podré llevarla ante un tribunal espiritual».
El señor Walsmley, complacido sin embargo ante esta prueba de la capacidad que tenía Johnson como dramaturgo, le aconsejó que terminase la tragedia y que la hiciera representar.
Johnson pensó entonces en la posibilidad de probar suerte en Londres, gran campo abonado para el genio y el empeño, donde los talentos de toda suerte tienen más variadas posibilidades de brillar y cuentan con más apoyo. Es circunstancia memorable que su alumno, David Garrick, decidiera establecerse en Londres en esta misma época[41], con la intención de completar sus estudios y dedicarse a la profesión de la abogacía, de la que pronto se apartó por su decidida preferencia por la escena.
Esta expedición conjunta de los dos hombres insignes a la metrópolis fue muchos años después conmemorada en un poema alegórico sobre La morera de Shakespeare, del señor Lovibond, ingenioso autor de Las lágrimas de aquel primero de mayo.
Ambos habían sido recomendados al señor Colson[42], eminente matemático y profesor de una academia, por medio de la siguiente misiva del señor Walmsley:
Al reverendo señor Colson
Lichfield, 2 de marzo de 1737
Estimado señor,
recibí el favor que me hizo, y le estoy sumamente agradecido, aunque no puedo decir que tenga por usted un afecto mayor del que ya le tenía antes, pues hace ya mucho tiempo que le tengo una grandísima estima cimentada en nuestra amistad de juventud, así como en sus muchas, excelentes y valiosas cualificaciones; de haber tenido yo un hijo, habría sido mi ambición, en vez de enviarlo a la universidad, disponer de él como de este joven caballero.
En compañía de otro vecino mío, el señor Samuel Johnson, emprendió viaje a Londres esta misma mañana. Davy Garrick estará con usted la semana próxima, mientras el señor Johnson probará suerte con una tragedia, amén de ver si encuentra empleo para realizar alguna traducción, ya sea del latín o del francés. Johnson es un consumado erudito y poeta, a pesar de su corta edad, y tengo fundadas esperanzas de que se convierta en un buen autor de tragedias. Si estuviera en su mano, no tenga el menor reparo en recomendarlo a quien estime y en ayudar a su paisano
G. WALMSLEY