NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

En mayo de 1776, sumamente agitado, Samuel Johnson reaccionó así ante el natural inquisitivo y entusiasta con que lo abordó James Boswell, casi exactamente trece años después de haberse conocido ambos: «Señor mío, no tiene usted más que dos temas de conversación: usted mismo y yo. Y yo estoy harto de ambos». Con este exabrupto no mermó el afecto del todavía joven abogado escocés por los dos temas de conversación, y esta famosa réplica tampoco refleja la actitud de los cientos de miles de lectores que a lo largo de los últimos doscientos dieciséis años han leído con placer manifiesto, a saltos o de corrido, la Vida de Samuel Johnson, doctor en Leyes. Y el propio Johnson quizá no se ajustara a la verdad, ya que el gusto que tenía en conversar con Boswell, y el visto bueno que dio siempre a que Boswell tomara nota de sus conversaciones, es patente en toda la obra. Tres años después, Johnson le dice a Boswell: «Con usted, igual me daría pasar toda la noche en vela». Para tener sesenta y nueve años —apostilla el biógrafo—, fue un vigoroso pronunciamiento.

Entre los méritos de Boswell, uno resume todos los demás. Johnson, el coloso de la literatura de su tiempo, era un individuo inabarcable en toda su magnitud. Uno de los testimonios que Boswell recoge lo aclara sin ningún margen de duda: Johnson es «el individuo más raro y más peculiar que yo haya visto en la vida. Mide un metro ochenta, tiene violentas convulsiones de la cabeza y el cuello, y distorsiona los ojos al mirar. Habla con aspereza, en voz muy alta, y no presta atención a la opinión de nadie, siendo absolutamente pertinaz en las suyas. Mana de su boca el sentido común en todo cuanto dice, y parece poseído de una provisión prodigiosa de conocimientos, que no tiene el menor empacho en comunicar al primero que se le ponga delante, aunque con tal obstinación que da a sus parlamentos un aire falto de gentileza, algo zopenco, desagradable e insatisfactorio. En dos palabras, no hay palabras para describirlo. A menudo parece desatento a lo que suceda en la compañía que le rodea, y de pronto parece una persona provista de un espíritu superior. He reflexionado acerca de él desde que lo vi. Es un hombre de genio universal y sorprendente en todos los sentidos, pero en sí mismo es tan peculiar que no hallo la manera de expresarlo».

Aunque haya necesitado un número de páginas ciertamente elevado, Boswell sale bien librado del reto: pinta como nadie a tan insólito hombre, que como todo hombre insólito es ante todo un hombre de carne y hueso, y sabe hallar con finura las similitudes que tiene con cualquiera de nosotros, que siempre son más que las diferencias. Baste señalar, a propósito de su carácter único, que lo que en el continente europeo conocemos como el Siglo de las Luces o la Edad de la Razón, en Inglaterra es la Edad de Johnson.

Es sabido que el djinn del cuento árabe, una vez liberado del recipiente en que está preso, se expande con su forma asombrosa hasta ocupar toda la estancia. Desde 1791, cuando el público abrió el libro de Boswell, la figura de Johnson ha ido ensanchándose, se ha filtrado en el aire que respiramos —es, tras Shakespeare, el autor más citado en lengua inglesa— y sigue siendo palpable casi en cualquier recodo. Gracias a Boswell ha adquirido no ya la inmortalidad, sino un carácter demónico: el tiempo que le ha dotado de la fuerza de un símbolo no ha mermado su realidad de ser humano. La culpa de que así sea no hay que buscarla en las obras del propio Johnson, sino en el libro en que Boswell plasma su vida y manera de ser, seguramente porque la vida contada se diluye en la vida vivida: la narración se resuelve en drama, el reportaje en documental. Boswell ni juzga ni sintetiza. Más bien presenta e incluso representa, y da a su libro y a su trato con el gran Johnson el status de personaje adicional de la obra.

Pero la forma de la vasija misma que contiene el éter del genio ha cambiado con el tiempo. La tercera edición, publicada en 1799, es la última en la que Boswell pudo trabajar con la ayuda de Edmund Malone antes de su muerte, acaecida en 1795. En ella, el orden vino a sustituir el caos de la segunda, donde se habían añadido fragmentos diversos al azar de la impresión. La Vida, y no sólo en vida de su autor, tiene mucho de work in progress, de trabajo inacabado, siempre mejorable, pendiente de una versión mejor. Junto con otros volúmenes en torno a Johnson y su círculo, la Vida siguió leyéndose en el primer tercio del siglo XIX ya en su formato definitivo —la edición de 1799, en la que se basa ésta—, hasta que un político y ensayista conservador, John Wilson Croker, tomó la decisión de anotar el texto profusamente, identificar las referencias y expandirlo: a partir de su edición en 1831, en cinco grandes volúmenes, la suya pasó a ser la biografía oficial del sabio. Pero Croker incorporó incidentes recogidos por Hawkins y la señora Piozzi, trató en sus notas con un desprecio manifiesto a Boswell, relegó a los apéndices buena parte de lo que había escrito éste y desfiguró con negligencia inconcebible toda la obra. Más grave aún, su edición —apropiación más bien de Johnson, como si fuera menester arrebatarle a Boswell la figura que había escrito como nadie— dio lugar a una de las reseñas más abrasivas que nunca se hayan escrito.

Ensayista y parlamentario whig, como Croker, Thomas Macaulay en ese mismo año destruyó por completo la reputación del que, sin embargo, siguió llamando «primer biógrafo entre todos». A partir de su reseña, pasó a ser lugar común que Boswell era un simple botarate que tuvo la suerte de pasar por el lugar oportuno y a la hora apropiada para tomar nota de lo que oyese. «De no haber sido un zoquete —dice Macaulay—, nunca habría podido escribir una obra maestra».

Esta percepción de Boswell sólo empezó a cambiar años más tarde, con el descubrimiento de 97 cartas de Boswell a su amigo Temple, que un comerciante de Boulogne utilizaba como papel para envolver los alimentos que vendía. En estas cartas comparece Boswell tal cual era, pero abundan también las referencias a su trabajo de confección de la Vida de Johnson: se empieza entonces a saber que el libro obedece a una planificación detallada con el mayor de los esmeros.

Y es en 1887 cuando Boswell se encuentra por fin con el erudito y editor que su obra requiere y merece: George Birbeck Hill publicó una Vida de Johnson, obra de James Boswell, en seis volúmenes, de los cuales el quinto comprende el Diario de un viaje a las Hébridas y el sexto los copiosos índices de la obra, además de incluir un generoso adelanto de otra compilación, Ingenio y sabiduría del doctor Johnson, en la que Hill mezcla citas y apotegmas de Johnson con otros de Boswell. Esta restitución de la obra de Boswell a su estado de precisión máxima se ha convertido para los estudiosos en la edición canónica de una obra mayor, que hasta ahora nunca había visto la luz íntegramente en castellano.

La edición de Hill cierra el ciclo de los avatares que ha corrido la Vida de Johnson. Protegiéndola con una fortaleza de escolios, con un aparato filológico descomunal, la preserva de todo pillaje posterior. Las decenas de miles de notas que puso Hill a su edición —en muchas páginas hay más Hill que Boswell, dicho sea de paso— garantizan infinidad de similitudes entre lo que Johnson escribió, lo que otros a los que Boswell no tuvo acceso dijeron de él (en especial, los diarios de Hannah Moore y de Fanny Burney) y lo que el biógrafo dejó escrito sobre él.

Ésta, naturalmente, es la que hemos empleado en esta primera traducción íntegra de la Vida de Johnson. Nos hemos servido tanto de los seis volúmenes de Hill (Oxford, Clarendon Press, 1887) como de la versión revisada por L. F. Powell (Oxford, Clarendon Press, 1934-1950; también en seis volúmenes, la edición definitiva es de 1964, aunque no se haya reeditado posteriormente; tan canónica es la de Hill que esta revisión de Powell respeta incluso la paginación). Afortunadamente, la revisión de Powell existe en el muy socorrido soporte digital junto con la obra completa de Johnson y otras de Boswell: Major Authors on CD-ROM, Primary Souce Media © 1997.

Con posterioridad, gracias a una serie de rocambolescos descubrimientos que aquí sería prolijo detallar, se ha recuperado en su práctica totalidad la inmensa producción de Boswell, sus diarios y cartas, que han ido viendo la luz en cuidadísimas ediciones a cargo de un experimentado y muy riguroso equipo de la Universidad de Yale. De estos volúmenes, han sido de especial utilidad en esta edición en castellano el último de la serie de diecisiete (titulado The Great Biographer, abarca los años de 1789-1795; la edición, a cargo de Marlies K. Danziger y Frank Brady, es de 1989), y el volumen de cartas recopilado por Marshall Waingrow y ya citado por Frank Brady en su presentación, además de la excelente síntesis de Bruce Redford, Designing the «Life of Johnson». (Oxford University Press, 2002), y The Samuel Johnson Encyclopaedia, obra de Pat Rogers (Greenwood Press, Westport, Connectitud, 1996). Son sólo algunos de los volúmenes de los que nos hemos servido en la confección de las notas. Las obras de referencia constituyen un listado demasiado tedioso de enumerar.

Ya dijo Nabokov, ante la edición anotada de Lolita, que «la cultura popular de una época es el arcano de la siguiente». El doctor Johnson naturalmente se le había adelantado: «Observó —apunta Boswell— que todas las obras que describen las costumbres de una sociedad requieren notas en un plazo de sesenta o setenta años, e incluso menos, y nos dijo que había comunicado todo cuanto sabía acerca del Spectator, todo cuanto pudiera arrojar alguna luz sobre sus páginas».

En el aparato de esta edición hemos espigado y descartado infinidad de notas posibles, pensando que al lector en lengua española, doscientos veintidós años después de fallecido el doctor Johnson, no todas le son indispensables. Hemos dejado a pie de página las del propio Boswell y las de Malone, así como algunas más que corresponden a la tercera edición. Al final del volumen quedan todas las que sirven de aclaración a pasajes de comprensión difícil. De las notas que aparecen sin firma en las páginas finales de este volumen, que no son las más, es responsable el traductor del mismo. Téngase en cuenta que el libro de Boswell no es precisamente un dechado de precisión académica, además de no ser una biografía al uso: es a veces tan asistemático para los usos de hoy en día que algunos títulos aparecen citados de dos o tres modos distintos. En este sentido, conviene tener en cuenta todo lo que detalla Boswell en la portadilla a la tercera edición, que hemos reproducido en facsímil: su Vida es, por añadidura, una relación de los estudios y numerosas obras de Samuel Johnson, así como diversas series de su epistolario y de sus conversaciones, junto con piezas hasta la fecha inéditas, conjunto que «expone una panorámica de la literatura y de los literatos en Gran Bretaña durante casi el medio siglo en que estuvo Johnson en pleno apogeo». Hemos mantenido también la división de la obra en cuatro volúmenes, aunque, como señala Brady, la Vida tiene el carácter de un bloque marmóreo en el que cada lector habrá de realizar sus propias muescas e incisiones.

Las notas, al decir de Johnson, son a menudo necesarias, pero no dejan de ser un mal. Necesario, sin duda. Al lector que vaya a pasar ahora por vez primera las deliciosas páginas de Boswell yo le daría el mismo consejo que da Johnson sobre Shakespeare, de cuyas obras completas preparó una valiosa edición anotada:

Quien aún no esté familiarizado con el poderío de Shakespeare y desee experimentar los mayores placeres que pueda proporcionarle el teatro, que lea cada obra de la primera a la última escena haciendo caso omiso de todo comentarista. Cuando su imaginación haya emprendido el vuelo, no se deje descender a tierra por un apunte o una explicación. (…) Que lea a pesar de la brillantez deslumbrante y de la oscuridad impenetrable, que lea la integridad y la corrupción del texto; que mantenga su comprensión del diálogo, su interés por la fábula. Y cuando los placeres de la novedad hayan cesado, pruebe entonces la exactitud y lea los comentarios.

Por último… «Pocas cosas hay —dice el doctor Johnson— que no sean puramente perversas, y de las que uno pueda decir sin emoción, sin inquietud, que esto ha terminado». El libro de Boswell y la vida y obra de Johnson me han acompañado en muchas horas de felicidad y en algunas de tristeza. Con un punto de pesar lo dejo en manos del lector a cuyo alcance no esté la lectura del original, con la confianza de que encuentre el lugar que le corresponde en su biblioteca personal entre las grandes obras de la literatura en cualquier lengua.

M. MARTÍNEZ-LAGE