Capítulo 33
DRACY la vio alejarse, desesperado. Si él hubiera llegado a esa misma conclusión, habría podido preparar alguna defensa, alguna argumentación.
La siguió hasta la casa mientras buscaba algún modo de superar aquella nueva barrera, pero ansioso también por enviar otro mensaje a Perriam. Él no caería en una trampa tan tonta, pero debía estar constantemente en guardia.
Al menos Georgia estaba advertida contra un posible envenenamiento. Pero no le había hablado del riesgo de secuestro, y tal vez ése fuera el siguiente paso de Sellerby.
Se detuvo y se encaminó a los establos, donde se alojaban los hombres de Perriam.
—Van a turnarse para patrullar la finca —les dijo—. Mantengan los ojos bien abiertos de día y de noche, por si ven a algún desconocido.
Los hombres disimularon su sorpresa.
—Muy bien, señor.
Dracy habría querido traer un ejército para cercar la casa, pero sin duda estaba exagerando. Sellerby estaba en Londres y ahora sabía que sospechaban de él, al menos respecto a la falsificación de la carta. No se precipitaría, pues aunque podía estar loco, también era frío y astuto.
Pasado un tiempo prudencial, volvería a hablar con Georgia para explicarle ciertos aspectos del problema y hacerla entrar en razón, pero de momento la dejaría tranquila.
Escribió su carta a Perriam y la envió con un mozo. Luego se dispuso a afrontar el día. No soportaba hallarse bajo el mismo techo que Georgia sabiendo que ella estaba sufriendo. Ya que se encontraba allí, bien podía tomarle la palabra a Torrismonde y pedirle que le enseñara su propiedad. De ese modo aprendería algo más acerca de la administración de una finca. Con o sin Georgia, pronto tendría que regresar a Dracy Manor y retomar sus responsabilidades.
Georgia se acurrucó en la colcha de la cama, deseosa de estar sola, pero Lizzie fue a buscarla e insistió en que se lo contara todo.
—Es inquietante —reconoció—, pero sólo viene a confirmar la maldad de Sellerby. En cuanto él desaparezca, todo irá bien.
—¡Pero Dracy podía haber muerto!
—Sin embargo está vivo y coleando. Ha debido de estar muchas veces al borde de la muerte y haberla esquivado, así que tal vez sea especialmente afortunado.
—No será por haberme conocido.
Lizzie le lanzó una mirada y Georgia suspiró.
—Está bien. No podría soportar que le pasara algo, pero al parecer no puedo esconderme aquí eternamente.
—Entonces harías bien en disfrutar del día tan bonito que hace hoy. Ven conmigo a ver a los niños, y luego te llevaré a rastras a hacer mis tareas cotidianas. Nada como el trabajo para tranquilizarla a una.
Lizzie no quiso escuchar un no por respuesta, y a la hora de la cena Georgia tuvo que reconocer que se encontraba mejor, y ello gracias al lugar donde se hallaba.
Había visitado Brookhaven sólo en una ocasión anterior, en Navidad, con Dickon. Había sido maravilloso, pero entonces la casa estaba llena de familiares y amigos y repleta de entretenimientos, y los jardines y los campos de labor de color gris. Ni siquiera había caído nieve que les diera un poco de encanto.
Ahora era distinto. Fuera todo estaba deliciosamente vivo y fresco, y dentro de la casa reinaba un ambiente de tranquilidad. La madera de color burdeos y los muebles desgastados exhalaban armonía, y lo mismo podía decirse de la suave mezcla de aire fresco y plantas de interior.
Georgia siempre había preferido las cosas nuevas y elegantes en sus diversas casas, y la mansión de Herne había sido redecorada en estilo italiano treinta años antes. Brookhaven, en cambio, había disfrutado del cuidado de generación tras generación, y tenía por ello una pátina de confort.
Un nuevo estilo de vida rural empezaba a cobrar forma ante ella, un estilo que tal vez pudiera darse incluso en un lugar como Dracy Manor. Pero ¿podría ella contentarse con aquello año tras año? Sus desventuras en el mundo elegante le habían dejado un regusto amargo. Añoraba muchas cosas de Londres, pero tal vez resultara reconfortante llevar una vida más parecida a la de Lizzie.
Mientras bajaban del cuarto de los niños, camino del comedor, su amiga le preguntó:
—¿Estás mejor?
—Sí, pero me siento culpable por ello. Cuando me sentía una ruin, tenía la certeza de que me lo merecía. Ahora no estoy segura de que deba relajarme.
—¿Y a quién beneficia tu sufrimiento?
—Estoy segura de que en algún pasaje de la Biblia se ordena que los pecadores sufran.
—Tú no has cometido ningún pecado.
—Claro que sí, pero no parece que sea capaz de sufrir como es debido. Me temo que soy una criatura muy superficial.
—Simplemente práctica. A pesar de ser lady May, eres una persona muy realista. Por eso somos amigas.
—Y doy gracias por ello. —Georgia se detuvo en el rellano—. Lizzie, he de confesarte una cosa aunque te repugne.
—Eso es imposible tratándose de ti.
—No estoy tan segura. Quiero que Sellerby muera. De veras. Nada de perdón cristiano, ni de poner la otra mejilla. Quiero bailar sobre su tumba.
Lizzie pareció sorprendida, pero dijo:
—Si planeó el asesinato de Dickon, creo que es posible que yo sienta lo mismo.
Georgia la abrazó.
—¡Gracias! Por comprenderme. Le prohibí a Perry que lo retara a duelo, pero ahora hasta me parecería bien. Dracy sugirió que tal vez se suicide.
—Eso estaría muy bien.
—¡Lizzie, me sorprendes!
—Yo misma estoy un poco sorprendida, pero nunca me había topado con tanta maldad. Hay que detener a ese hombre, ¿y por qué ha de mancharse nadie las manos con su sangre? Además, lo enterrarían en una tumba sin consagrar y ardería en el infierno. —Asintió—. Rezaremos por eso.
Georgia sofocó una exclamación de sorpresa, pero se le escapó una risilla.
—¡Ay, Lizzie! ¡Gracias a Dios que te tengo a ti!
Los hombres no habían vuelto, así que cenaron en el tocador de Lizzie.
—Estarán cenando en alguna granja por ahí y disfrutando de lo lindo.
Georgia le habló a Lizzie de la taberna que había visitado con Dracy, y al final se pasó toda la cena relatándole las diversas aventuras que había corrido con él.
Pero no todas. Las nocturnas no podía contárselas.
Salvo una, quizá.
Le contó cómo había llegado Dracy a casa borracho y magullado y cómo había quitado importancia a sus heridas, pues en realidad no eran preocupantes. Y le confesó que había vuelto a su dormitorio y se lo había encontrado en camisón.
—Pero bueno, Georgia, eso estuvo muy mal por tu parte —dijo Lizzie, pero parecía divertida. De hecho, sonreía al ver la prueba evidente de los sentimientos de Georgia hacia Dracy, y ella se sentía incapaz de negarlos en ese momento.
—Tiene unos pies muy bonitos —dijo, y para su sorpresa se sonrojó.
—Quizá deberías escribirles una oda —repuso Lizzie esbozando una sonrisa.
—Se llama Humphrey. Pero no lo llames así.
—Estoy segura de que era un nombre muy noble en la Edad Media.
Georgia estuvo a punto de hablarle de sus hazañas amorosas, pero por suerte no lo hizo, pues en ese instante Dracy regresó con Torrismonde. El aire fresco y la comida sencilla parecían haberles puesto de buen humor.
—Al llegar me he encontrado con una carta de tu hermano. —Dracy se aseguró de que la puerta estaba cerrada y añadió—: No le costó trabajo encontrar a alguien que se acordaba de un cadáver que con toda probabilidad era el de Vance.
—¡Dracy! No le he hablado a Lizzie de eso.
—Mis disculpas, pues, lady Torrismonde.
—No, no —dijo Lizzie divertida—. ¿Sir Charnley Vance está muerto?
Su marido contestó:
—Creo que debería explicarte este nuevo giro de los acontecimientos, amor mío.
—En efecto —repuso Dracy y ladeó la cabeza, indicando a Georgia que saliera con él.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella cuando estuvieron en el pasillo—. ¿A qué viene tanto secreto?
Dracy sonrió.
—Hay un pequeño detalle. Vamos a la salita del desayuno.
—No seas bobo. Ésta es mi habitación. Entremos. —Lo hizo entrar en la habitación y cerró la puerta—. Bueno, cuéntame, y no me mires con esa cara. Confío en que no vayas a abalanzarte sobre mí.
—Lo cierto es que es mi virtud la que me preocupaba —repuso él con un brillo en los ojos—. Muy bien, el asunto es cómo podía informarse Perry acerca de un cadáver sin identificar aparecido hace un año. Y resulta que Charnley Vance tenía una virilidad de proporciones colosales.
Ella arrugó el entrecejo.
—Pero… ¡Ah, te refieres a su enorme pene! Dickon me habló de ello, y circulaban algunas caricaturas. En una de ellas aparecía dibujado como el mástil de una bandera.
Dracy se recostó contra la puerta sacudiendo la cabeza.
—Eres la ingenua mejor informada del mundo.
—No soy tan ingenua.
Él sonrió.
—No, no tanto como antes. —Se irguió—. Pero olvidémonos de eso. Por lo que dice tu hermano, el cadáver fue sacado del río cuatro días después del duelo, vestido con camisa y calzas. Tenía un saco lleno de piedras atado a la cintura, pero al final lo había arrastrado la marea baja. Se supuso que era un suicidio. A veces ocurre. Los suicidas se atan lastres al cuerpo para ahogarse más deprisa.
—Qué horror, llegar a ese extremo de desesperación.
—Naturalmente, nadie sospechó que pudiera ser un asesinato, y dudo que para entonces quedara rastro del veneno. En vista de que era un suicidio, lo enterraron en una tumba sin lápida, en tierra sin consagrar.
—Así que ya tenemos nuestra prueba —dijo Georgia—, pero no basta para un juicio por asesinato.
—No. Sería fácil que un abogado argumentara que Vance se sentía tan culpable por haber matado a tu marido que se quitó la vida. Pero de todos modos esto confirma nuestras sospechas.
—¿Qué va a pasar ahora?
—Dada la falta de pruebas materiales, tu hermano propone otra falsificación. Otra carta escrita por Vance, pero esta vez confiada a alguien antes del duelo. Si algo le sucediera, la carta debía entregarse al justicia mayor. Naturalmente, también contendrá una descripción detallada de la conspiración.
Georgia lo miró con pasmo.
—Pero eso es… es… es una maldad. Y sin embargo es maravilloso. ¡Pagarle con la misma moneda! Si se corre la voz de que Vance está muerto… Pero ¡espera, espera! La carta no es auténtica.
—Ahora lo es. Vance se la da alguien, llamémosle Hermes. Desaparece sin dejar rastro después del duelo, pero Hermes da por sentado que ha huido al extranjero. Ahora, en cambio, al enterarse por las habladurías de que tal vez haya muerto, decide sacarla a relucir y la envía anónimamente a lord Mansfield, el juez del Tribunal de Justicia.
Georgia siguió mirándolo fijamente, un poco jadeante.
—Eso sería lo más justo, puesto que Sellerby se sirvió de una falsificación como arma. ¿Qué ocurrirá entonces?
—Una acusación semejante contra un conde es una cuestión peliaguda. Con toda probabilidad, Mansfield llamará a Sellerby para que conteste en privado a sus preguntas.
—Pero lo negará todo y asunto zanjado. —Georgia contuvo el aliento de pronto—. En cambio, si estuviera advertido…
—Los Perriam debéis de ser conspiradores natos. Sellerby será advertido de algún modo, con el detalle añadido del lugar del asesinato de Vance. Tu hermano no ha averiguado aún dónde fue, pero está de acuerdo en que tal lugar debe existir, de modo que Sellerby se enterará de que un testigo pueda situarlo en el lugar de los hechos junto a Vance el mismo día del duelo.
—Ojalá pudiera ver su cara en ese momento.
—Lo mismo digo. Pero el resultado final será satisfactorio, suponiendo que huya del país o ponga fin a su miserable existencia. Si huye, recuerda que tu hermano confía en encontrar el lugar del asesinato de Vance y a algún testigo que lo viera allí, y de ese modo poder llevar a Sellerby ante la justicia.
Georgia se sentó, un poco temblorosa.
—De pronto todo parece más real. Más concreto. Más horrible. Sellerby lo planeó todo. Planeó la muerte de Dickon y el asesinato de Vance. Envenenó a Vance, lo vio morir y lo arrojó al río como si fuera basura. Y después esperó pacientemente para reclamar su trofeo, es decir, yo. ¡Cuánta frialdad! Sin duda la sangre que corre por sus venas no es caliente, sino fría.
Dracy tomó sus manos y las apretó entre las suyas, grandes y cálidas.
—Es un villano y tú eres tan víctima suya como lo fue tu marido. —La hizo levantarse y añadió—: Voy a romper mi promesa. —Y la estrechó entre sus brazos.
Georgia se estremeció un momento. Luego, sin embargo, el calor de su cuerpo la reconfortó y se acurrucó contra él. De pronto se sintió segura.
—Mi hogar —dijo.
Dracy acarició su espalda.
—¿Quieres volver a tu hogar? ¿Y dónde está?
Ella levantó la vista.
—En ti. Tú eres mi hogar.
Él bajó la cabeza y la besó con ternura. Georgia jugó con sus labios, bebió de ellos la esencia que necesitaba, que la alimentaba y la hacía sentirse completa.
Luego se retiró.
—Yo también voy a romper mi promesa, y soy una egoísta, pero te quiero para siempre. Te necesito a mi lado, como mi marido y como mi mejor amigo. Por favor.
Vio en sus ojos felicidad, una promesa, una bendición.
—Soy yo quien debería suplicarte, pero primero he de decirte algo.
—¿Decirme algo? No me gusta cómo suena eso.
—Sí, en cierto modo es una confesión. —La llevó al pequeño sofá, tan pequeño que tuvieron que sentarse muy apretados—. Seguramente te has preguntado por qué ideó tu madre nuestro falso compromiso.
Georgia se encogió de hombros.
—Supongo que intentaba seguirle el juego a mi padre para conservar a Imaginación Libre.
—Cierto, pero no es el juego que imaginas. El plan de tu padre para conservar a su caballo se basa en un trueque, pero el objeto de intercambio has sido tú desde el principio.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—En Herne, después de la carrera, me ofreció tu mano junto con tu sustanciosa dote, a cambio de Imaginación Libre.
—No puedo creerlo.
—¿Te mentiría yo? Te ordenó que bajaras a cenar para que yo pudiera ver la mercancía.
Ella lo miró boquiabierta. Después, el enfado la hizo levantarse de un salto.
—¡No tenía derecho a hacer eso! ¡Soy libre de casarme con quien quiera!
—Parecía creer que podía hacerte acatar su voluntad.
—Pues se equivocaba —afirmó ella, casi gruñendo—. ¿Cómo ha podido?
—No te enfades demasiado, Georgia. Creo que estaba muy preocupado. Tú no eras consciente del alcance del escándalo, pero tus padres sí, y creo que les preocupaba cómo iba a recibirte el gran mundo. Seguramente también tenían sus dudas respecto a tu futuro comportamiento, puesto que tu padre mencionó mi comprobada capacidad para imponer disciplina.
—¡Disciplina!
—Lo sé, lo sé. Me costó contenerme para no darle un puñetazo en esa narizota suya.
Georgia sofocó una carcajada al oírlo.
Dracy sonrió.
—Se dejó engañar por mi cara, claro. Me hace parecer mucho más feroz de lo que soy en realidad.
Georgia sacudió la cabeza. Se había puesto furiosa, pero el buen humor había disipado su enfado.
—No me cuesta imaginármelo. Mi padre se cree Dios en lo que respecta a la familia, sea cual sea nuestra situación legal. Así que se proponía salvarme del deshonor atándome a un tirano que debía encerrarme en los páramos de Devon y molerme a palos si me portaba mal.
—Y que era lo bastante pobre para dejarse tentar por un premio tan amargo.
Ella lo miró con los ojos entornados.
—Te tentó, ¿verdad? ¡Y estabas dispuesto a hacer todo lo posible por conseguir el trofeo!
—No sigas por ese camino. Me tentaste tú, lo reconozco. Tu belleza, sí, pero también tu bondad, casi enseguida. Me miraste a la cara desde el principio.
—Me habría avergonzado de no hacerlo.
—Lo sé, pero la mayoría de la gente no lo haría. Fui a Herne, te vi y quedé prendado de ti, pero no esperaba ganar semejante premio, y jamás te habría aceptado contra tu voluntad aunque tu padre te hubiera forzado de algún modo a casarte conmigo. Era verdad entonces y es verdad ahora. —La abrazó de nuevo—. Pero estaré encantado de casarme contigo, amor mío… cuando hayas visto Dracy Manor.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No es Brookhaven, Georgia. Es un caserón destartalado. Quiero que sepas lo que te llevas al aceptarme como esposo.
Aquello la asustaba, tenía que reconocerlo, pero dijo:
—Entonces iremos juntos lo antes posible. Y si hay trabajo que hacer, decidiremos cómo hacerlo.
Dracy apoyó la cabeza sobre la suya.
—Espero que no cambies de opinión cuando lleguemos. —Se apartó para que sólo se dieran las manos, y luego se desasió del todo—. También espero que las cosas estén más calmadas y que este disparate acabe de una vez por todas para que puedas elegir sin miedo, ni angustia.
—Eres muy noble —repuso ella, enojada—, pero eso no cambiará nada. Lo cierto es que no puedo vivir sin ti, bobo, así que si tenemos que vivir en una pocilga, ¡que así sea!
Dracy se rió y la levantó en brazos, girando, pero Georgia golpeó accidentalmente un jarrón con el pie. El jarrón chocó contra uno de los cristales de la ventana, haciéndolo añicos.
Dracy la dejó en el suelo y se quedaron mirándose el uno al otro, atónitos pero risueños. Entonces se apresuró a abrir la puerta cuando llegaron corriendo los Torrismonde y una criada.
—Mis más sinceras disculpas —logró decir, pero miró a Georgia suplicándole ayuda.
—Me ha hecho enfadar —explicó ella—, así que le he tirado un jarrón. Y he fallado. Lo siento mucho, Lizzie. Pagaré los desperfectos.
—Nada de eso. No tiene importancia, pero… —Lizzie se esforzaba por no sonreír. Posiblemente, la felicidad aún se dejaba sentir en el ambiente—. Apartaos, dejad que Betsy recoja los pedazos del suelo. No sé qué podrá hacerse con la ventana.
—Es una noche de verano —dijo Georgia—. Será agradable que entre la brisa.
En efecto, era agradable que entrara la brisa, pensó Georgia al sentarse junto a la ventana, con la cabeza tan llena de ideas y ensoñaciones que no lograba conciliar el sueño. Sospechaba que Dracy también estaría despierto, pero no iría a verlo. Aquél era un momento de quietud, de reflexión. Pero aunque procuraba pensar con pragmatismo en la vida en el campo y en los gastos que conllevaba, la verdad seguía aflorando a cada instante. La verdad que había expresado en voz alta. No podía vivir sin él.
Había llevado el retrato de Dickon al alféizar de la ventana. Al principio, al ver que la luz de la luna lo despojaba de sus colores dándole un aspecto fantasmagórico, se había sentido turbada. Luego, sin embargo, había encontrado consuelo en ello. Dickon había muerto, y ella sólo podía rezar por que estuviera en un lugar placentero, en un verdadero paraíso.
Él no habría querido venganza.
—Pero sí querrías pararle los pies a Sellerby, ¿verdad? —murmuró—. Temo que sea como un mal perro. Ha aprendido a morder, así que morderá de nuevo. Si no a mí, a otra persona.
Si tienes algún poder, le dijo para sus adentros, allá donde estés, ayúdanos a poner fin a esta amenaza y a que estemos todos a salvo. Me preocupa Perry, aunque sé que está alertado del peligro. Y también me preocuparía Dracy si no estuviera aquí, conmigo. Por favor, no permitas que les suceda nada a Lizzie o a su familia.
La luz de la luna se reflejó en un objeto. Georgia pensó por un momento con sobresalto que era una señal, un mensaje, pero luego vio un trozo de cristal en el marco, junto al hueco de la ventana. Alguien había quitado los cristales rotos, pero se había dejado uno.
Georgia tiró de él, pero estaba bien sujeto y al intentarlo de nuevo se cortó en el dedo.
—Idiota —masculló, y se chupó el corte pasando la lengua por él.
Después, en vista de que aquel gesto había avivado en ella anhelos peligrosos, se fue resueltamente a la cama.