23
—Tu nombre de casada.
Daniel se quedó quieto, asimilando el significado de aquellas palabras con su embotado cerebro. Se sentía igual que cuando ella le rompió el florero en la cabeza.
—Sí —susurró ella, con mucha vergüenza y un poco de desafío.
Él se puso en pie cuando lo comprendió.
—¿De casada?
—Sí —repuso ella otra vez.
Él caminó hasta la puerta que comunicaba con el resto del tren, la cerró con llave y volvió junto a ella, cada vez estaba más enfadado.
Todos los Mackenzie guardaban una furia desatada en su interior; la furia salvaje de los berserker. Muchas generaciones de hombres, que habían crecido con gente a su alrededor intentando matarlos o robarles sus tierras. Su abuelo había usado esa furia para aterrorizar a su familia.
Tío Hart la utilizó para amedrentar a Inglaterra. La cólera de tío Ian se había perdido en su interior, aterrándole a él mismo. Ahora, él la sentía latiendo en sus venas por lo que acababa de decir Violet, por lo que eso significaba.
—¡Por todos los demonios, mujer! —Su acento escocés borró cualquier rastro inglés de su voz—.
¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿O no pensabas hacerlo? Si hubieras huido de la Policía francesa por tu cuenta, no habría vuelto a verte, ¿verdad? Habrías escapado como hiciste en Londres, como si tuvieras que cumplir una condena y borrar el pasado. No te hubieras molestado en decir al estúpido de Daniel que te marchabas.
La cara de Violet estaba pálida como un cadáver.
—Iba a decírtelo. Todo, te lo prometo. Pensaba hablarte de mi matrimonio en la posada, si era allí adónde pensabas llevarme hoy. Pero llegó la Policía y…
—¿ Si? ¿Cómo que si era allí? —Golpeó la mesa con la mano abierta haciendo bailar las tazas de café—.
¿Acaso piensas que no pensaba llevarte allí? ¿Aunque te lo había dicho ya? ¿Es que creías que estaba jugando contigo? —Su cólera aumentó todavía más—. Así que me dijiste que sí, que te gustaría regresar conmigo a esa acogedora posada, que eso te gustaría, ¿pero durante todo el tiempo pensaste que estaba mintiéndote?
—No pensé ni por un momento que me mintieras —repuso ella en tono agudo—. Pensé que era lo que querías en ese momento. Pero podrías haberlo olvidado o podrías haber cambiado de idea. ¿Cómo iba a saberlo?
—¿Por qué puñetas iba a cambiar de idea?
El temperamento de Violet hacía que le chispearan los ojos.
—¡Porque eres un aristócrata! Porque puedes permitirte el lujo de atravesar Francia en un vagón privado y destrozar un costoso globo contra un árbol con un encogimiento de hombros. Puedes hacer lo que quieras, Daniel Mackenzie. ¿Por qué deberías molestarte en decirme la verdad?
—Bueno, ¡pues no es que tú me la hayas dicho a mí!
—Volvió a golpear la mesa—. Sin embargo, yo jamás te he mentido, Vi. He sido honesto contigo. Ese es mi problema, ¿entiendes? Soy sincero. No me gustan los secretos, así que no los tengo. —Se enderezó—. Bien, volvamos al hecho de que estás casada. ¿Dónde está tu afortunado marido? ¿Sabe que andas de aquí para allá seduciendo a jóvenes desventurados? ¿Soy solo otra conquista para ti? Lo sabías todo sobre mí y mi familia cuando entré en tu casa de Londres. ¿Me viste y me consideraste un buen trofeo?
Ella se estremeció al escuchar aquello, pero él no se sentía bondadoso. Violet había jugado con él de la misma manera que había jugado con Mortimer y con los demás jóvenes que entraron con él en aquella casa. Y él, deslumbrado por su belleza, no había visto nada más.
Violet tenía los labios blancos.
—¿Estás insinuando que en el momento en que te conocí debería haberte tendido la mano y contado la historia de mi vida? ¿Cómo iba a saber yo si te importaría o no?
—¿Si me importaría o no? Todo lo tuyo me importa, Vi. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido lo suficientemente tonto como para ponerme de rodillas y declararme? ¿Me hubieras hablado entonces de tu matrimonio?
—Te acabo de decir que pensaba contártelo todo esta noche en la posada. —Notó que ella tenía los ojos llenos de furia, pero también de lágrimas—. Te lo hubiera dicho esta noche. He necesitado tiempo para reunir el valor y decírtelo… Sé que seguramente me darás la espalda cuando lo sepas todo, pero quiero contártelo. Quiero intentarlo.
—No le des la vuelta a la cuestión, cariño. He sido sincero contigo desde el momento en que te conocí y tú me lo has pagado con medias verdades, mentiras y huidas.
¡Por Dios! Si te deshiciste de mí llevándome en una carretilla de mano al no poder despertarme.
Ella se puso en pie con rapidez, las tazas volvieron a traquetear cuando se apoyó en la mesa.
—No te pedí que me siguieras a través de Europa ni que aparecieras en el teatro en mitad de la función. Pensé que preferirías estar lejos de mí.
—Un sencillo «¿Sabes?, Daniel, estoy casada» me hubiera convencido de que me mantuviera alejado.
—Lo dudo mucho. —Los ojos de Violet lanzaban rayos azules—. Tú tomas todo lo que deseas y te deshaces de lo que se interpone en tu camino. Quieres probar tu teoría sobre volar, así que tomas mi máquina del viento, el globo de tu amigo, y vuelas… Hasta un árbol, eso sí, pero qué más da, ya le comprarás uno nuevo. Nos vemos atrapados por una tormenta, pero no pasa nada, ya convencerás a los posaderos con tus encantos para que nos proporcionen la mejor habitación. Y si una mujer que quieres llevarte a la cama es detenida por la Policía, tampoco importa, le dirás a tu padre que busque favores y la liberen de inmediato. ¿Por qué? —Ella cerró los puños—. ¿Por qué no me dejas en paz? Si tanto te he mentido y me he escapado de ti, ¿por qué demonios no me dejas en paz?
Sus palabras resonaron sobre el traqueteo del tren, que atravesaba el corazón de Francia a toda velocidad.
Violet parecía tan vencida, tan desesperada, que él casi se aplacó. Pero su temperamento no se lo permitió.
—¿Por qué tengo que dejarte en paz? —respondió a gritos—. Parece gustarte mi compañía. Has tenido la oportunidad de rechazarme muchas veces, ¿por qué no lo has hecho?
—¿La oportunidad?
¡No he tenido ninguna oportunidad! Haces lo que te da la real gana, da igual lo que piensen los demás. Yo, tus amigos, los posaderos, tus brillantes cortesanas…
Ella se interrumpió de golpe y cerró la boca como si las últimas palabras se le hubieran escapado.
—¿De qué brillantes cortesanas hablas? —Él fingió mirar a su alrededor—. No veo ninguna cortesana.
¿Estarán escondidas debajo del sofá?
—Te vi —dijo ella con frialdad—. La noche que regresamos del campo. Estabas delante de un restaurante con tus amigos… y amigas. Eran muy hermosas. Estaban cubiertas de diamantes, por eso las llamo brillantes cortesanas, por lo mucho que brillaban. Por favor, no finjas que no eres un aristócrata rico que tiene a cualquier mujer que quiere, respetable y no tan respetable; te lo pasas bárbaro con cualquiera.
La confusión de él se aclaró un poco.
—¿Estás diciendo que me viste en la puerta de un restaurante la noche que mi amigo Richard me convenció para ir a cenar con ellos? Las mujeres se fueron con Richard y los demás, yo me fui al hotel, donde estaba mi preciosa hermanita dispuesta a interrogarme. Acababa de estar contigo, Vi. No me interesa otra mujer.
Ella lo miró como si se hubiera vuelto loco. Imaginó que cualquiera pensaría que estaba chalado por ignorar a las cortesanas más caras y hermosas de Marsella a causa de una farsante desconfiada de hermosos ojos azules, pero solo lo pensaría si no conociera a Violet.
—Ya discutiremos más adelante sobre esa falta de confianza en mí —aseguró—. No lo dudes. Me he dado cuenta de que has cambiado de tema limpiamente, para que yo sea el culpable de algo en vez de hablar de lo que estábamos
hablando.
Venga,
cuéntame
sobre
tu
matrimonio. Quiero saber cada detalle. ¿Quién es él?
Vio que Violet hinchaba el pecho bajo el corpiño del vestido de la noche anterior, que todavía no había podido cambiarse.
—Me casé con Jacobi. Dijo que debía hacerlo para salvar mi reputación.
—¿Con Jacobi? —El odio que sentía por aquel hombre se hizo más intenso.
Ella se humedeció los labios.
—Es una de las razones de que le perdonara. En aquel momento llegué a pensar que él había sido una víctima, como yo. Me convirtió en una mujer casada, aunque solo de nombre, para protegerme… —Se detuvo un instante y él vio un nuevo dolor en sus ojos—. Porque estaba embarazada.
¡Santo Dios! Su furia desapareció como por ensalmo.
Notó que ella le observaba con temor, esperando que la rechazara como temía. Él sabía que, siendo realista, con cualquier otro hombre sus miedos estarían fundados.
Tendría que convencerla de que no era como los demás.
—¿Era del hombre que… abusó de ti? —La palabra resultó amarga en su boca.
—Sí.
Violet lo dijo con serenidad, pero no estaba tranquila. Le temblaban las manos y no era capaz de mirarle a los ojos.
—¿Dónde está el niño? —preguntó él en voz baja.
Ella se mantuvo callada mucho tiempo y, cuando levantó la cabeza, él supo qué había pasado. Sintió un profundo dolor en el corazón, como si alguien le hubiera clavado un puñal.
—Jamás llegué a tenerlo. Tuve un aborto.
—Violet…
Ella sostuvo la mano en alto con los dedos abiertos con rigidez.
—No, espera. Déjame terminar. Estaba en el escenario con mi madre cuando ocurrió. Ella no sabía nada. —La vio sonreír con aquella sonrisa triste que hacía que él quisiera matar a cualquiera que le hubiera hecho daño alguna vez—. Era demasiado joven e ignorante para comprender qué me pasaba. Una mujer del público, una cortesana llamada lady Amber, supo lo que estaba ocurriéndome. Fue a la parte trasera del escenario, me llevó a su casa y llamó a un médico, un médico de verdad, para que me ayudara. Ese hombre me salvó, pero no pudo salvar al niño.
La voz de Violet se desvaneció. El chasquido de las ruedas en las vías llenó el silencio mientras el tren se alejaba a toda velocidad en dirección a París.
—Lo siento, Violet —dijo él sin moverse—. Lo siento muchísimo.
—Quizá fue lo mejor. —Ella dijo las palabras con voz quebrada.
—No, no es lo mejor. Eso nunca es lo mejor. Solo lo dices para soportar el dolor. Mi madrastra perdió también un bebé de un hombre que la engañó, pero su sufrimiento fue horrible.
Vio que las lágrimas comenzaban a resbalar por las mejillas de Violet y se acercó a ella. La llevó hasta el sofá, al mismo lugar donde antes estaba acompañada por Ainsley, y se sentó a su lado.
—Cuéntamelo todo.
Ella le miró con los ojos anegados.
—No hay mucho más. Jacobi fue amable conmigo, intentó que olvidara lo ocurrido, pero cuando volvió a verse hundido en las deudas, intentó hacer lo mismo otra vez. Entonces hice las maletas y me largué de París con Mary y mi madre. No quería pasar por eso otra vez.
Desde ese día no he vuelto a ver a Jacobi.
Él dejó que reinara el silencio durante un rato. Ella sufría, pero ya no había mentiras entre ellos.
—¿Fue legal ese matrimonio? —preguntó al cabo de un tiempo—. Eras muy joven. ¿Estás segura de que fue legal?
Ella asintió con la cabeza.
—Vino un sacerdote, nuestros nombres aparecen en el registro, tuvimos licencia, testigos… Estoy segura de que fue legal. Sin embargo, como ya te dije, no tengo ni idea de si Jacobi está vivo o muerto. Es posible que sea viuda, pero no lo sé.
—¿Jamás has tratado de encontrarlo? ¿De obtener el divorcio o la anulación?
Ella negó con la cabeza.
—Nunca quise volver a verlo. Me mantuve alerta por si me llegaban noticias de él, pero nunca escuché nada. Y
él jamás trató de encontrarme. —Dejó caer los hombros—. No me importaba, no tenía intención de casarme con otro hombre, así que estarlo con él no significaba nada.
«No significaba nada». Él tuvo que levantarse, no podía estar quieto. Si lograra estrangular a Jacobi, no solo se sentiría de maravilla, además conseguiría que Violet fuera libre.
Se volvió hacia ella.
—Para mí sí es importante, cariño. Voy a buscarle y, si todavía está vivo, conseguiré que se anule ese matrimonio. De todas maneras, llevas tantos años sin verlo que estoy seguro de que es nulo de pleno derecho.
El abandono o desaparición de los cónyuges disuelve los votos matrimoniales. Incluso podría ocurrir que haya sido el propio Jacobi quien le haya puesto fin para poder casarse con otra persona.
—Es posible. Sin embargo yo no tuve nunca dinero ni tiempo que perder en eso. Como te digo, no quería volver a verlo… nunca.
Él asintió con la cabeza.
—Sí, huiste. Se te da bien eso de huir… ¿Cómo es posible que la Policía diera contigo esta mañana? Me extraña que no pusieras pies en polvorosa.
—Ya te lo he explicado, quería que me pillaran.
Tenía que dar tiempo a mi madre para que escapara.
Su cólera surgió de nuevo. Se acercó al sofá a toda velocidad, se inclinó sobre ella y plantó los puños a ambos lados de ella.
—¿Estás diciendo que te sacrificaste por ella, igual que te sacrificaste por Jacobi e igual que sacrificaste cualquier posibilidad de casarte porque él te convenció?
Te sacrificas y huyes, y ¿sabes qué, Violet?, ¡tienes que detenerte!
—¿Cómo puedo hacerlo? ¿Qué más me queda?
Su tono de derrota le oprimió el corazón.
—Voy a mostrártelo. Te lo dije antes y… no me creíste. Tú me consideras el frívolo señor Mackenzie, el conquistador indolente. ¡Dios, apenas puedo pronunciar indolente! Pero por desgracia para ti, ahora conozco a la verdadera Violet. Te he observado sacrificarte, trabajar duramente por todo el mundo. Te he visto abrir los brazos y gritar en voz alta al viento, y voy a volver a verte así.
Voy a conseguir que seas tú misma, cariño, te guste o no.
—¿Y luego qué? ¿Dejarme sola de nuevo para que me estrelle? Es lo que hacen los caballeros cuando se cansan de las mujeres que mantienen.
—Por mucho que me encante ese empecinamiento con que intentas convertirme en un villano todo el tiempo, voy a acabar enfadándome. Si afirmo que voy a enseñarte todo lo que te has perdido de la vida, lo digo en serio. Yo no soy Jacobi, no soy uno de esos tipos capaces de usar la inocencia de una chica como moneda de cambio, y no soy como esas marcas que haces para convencer a los ilusos.
No me importan tus trucos, las pinturas luminiscentes ni las mentiras que sueltas en el escenario. Voy a enseñarte cómo es la vida de verdad. La alegría. Te guste o no, y aunque no me creas. No, no digas nada ahora; no importa.
—¿No importa lo que yo piense? —La altanería de Violet regresó con toda su fuerza.
—No, no importa. —Él se puso en pie sonriente—.
Ahora solo importa lo que yo pienso. Te has puesto en mis manos, cariño, y voy a mostrarte el mundo de la manera en que debes verlo. —Le tendió la mano y la ayudó a levantarse—. Pero ahora mismo, vas a dormir. Cuando lleguemos a nuestro destino, no tendrás tiempo de descansar. Ahora ya no tienes que andar buscándote la vida, yo cuidaré de ti, y eso es todo.
Ella se dejó caer contra él, que notó las cuentas del corpiño bajo las manos. Violet le miró con ojos tormentosos y el cuerpo rígido.
La besó y ella le devolvió el beso con labios temblorosos y suaves. Él le puso la mano en la nuca y se dejó llevar durante un rato.
Cuando se retiró, ella le miraba con los ojos llenos de desesperación, pero también de deseo. Le habían hecho mucho daño, había sido aplastada y él la deseaba con una intensidad que casi le mataba. En el momento en que por fin la poseyera, el mundo se estremecería sin control.
Pero de momento, estaban en el vagón privado que había contratado su padre; su madrastra y su hermanita estaban en los dormitorios, por no mencionar que la madre de Violet ocupaba otro. Y su padre regresaría en cualquier momento del vagón de fumadores, o dondequiera que hubiera ido, para reunirse con Ainsley; no le gustaba estar alejado de ella.
Por otro lado, Violet realmente necesitaba descansar.
Se la veía encorvada, agotada y pálida. Volvió a besarla en los labios y la acompañó a uno de los dormitorios vacíos de la parte trasera. La besó de nuevo ante la puerta; sus ojos seguían llenos de miedo y deseo.
Cuando ella cerró la puerta, alejando la tentación de ambos, él regresó al saloncito y salió a la plataforma posterior. Allí estuvo fumando hasta que el frío viento aplacó su deseo lo suficiente como para poder entrar.
Cambiaron de tren en París a la mañana siguiente, muy temprano, sin detenerse siquiera a degustar los placeres de la ciudad. La novísima Torre Eiffel dominaba el horizonte con sus vigas de acero entrecruzadas como si fueran cuerdas contra el cielo matutino.
Violet no había pisado París salvo para cambiar de tren desde que se erigió la torre. La contempló con anhelo, deseando subir a la parte superior. Quizá algún día…
Sintió un momentáneo y escalofriante deleite cuando pensó que al volar en el globo había subido todavía más arriba.
En ese momento estaba más que encantada de marcharse
de
París,
aunque
no
quería
volver
necesariamente a Inglaterra. Daniel había dicho que permanecerían en Berkshire, lo que quedaba bastante alejado de Londres y los problemas que allí le aguardaban.
Daniel había afirmado que tenía que dejar de huir, pero él no imaginaba siquiera de qué tipo de situaciones había escapado, puesto que siempre había tenido una vida segura y una familia que se preocupaba por él.
Era posible que sus primeros años hubieran sido solitarios, pero al observarlo junto a su padre se dio cuenta de que este le quería con toda su alma. Incluso aunque lord Cameron no hubiera sabido cómo actuar con el inquieto niño, jamás le había abandonado. Y si de algo no le cabía duda era de que Daniel había sido inquieto.
Todavía lo era. Él ayudó a su padre a dirigir el cambio de tren para continuar viaje hasta Calais, y se aseguraron de que tanto Mary como el resto de los sirvientes se encontraran a gusto en sus compartimentos.
Ayudó a cuidar de Gavina, llevándola de paseo por el tren cuando el viaje comenzó a resultar aburrido y habló durante todo el rato; con su padre de deportes, con su hermana de todo lo que veían a través de la ventana, con su madrastra de música, obras de teatro, moda y, para su sorpresa, de tartas.
Ainsley le había prestado algunas prendas de ropa para que pudiera quitarse por fin el vestido que habían encontrado en el teatro, dado que Mary había logrado llevar consigo los accesorios de los espectáculos y alguna ropa para Celine, pero nada para ella.
La madrastra de Daniel restó importancia a cederle un par de vestidos, añadiendo que, por supuesto, comprarían ropa para ella en cuanto pisaran Inglaterra.
La amabilidad que Ainsley mostraba no era fingida, sino matizada con amistosa comprensión y muy fácil de aceptar; algo realmente nuevo para ella.
Daniel no dijo ni una palabra acerca de la discusión.
No se mantuvo distante con ella, pero tampoco le dedicó todo su tiempo. Incluyó a Celine y a ella en todas las conversaciones, haciéndolas hablar con facilidad de temas neutrales mientras se aproximaban a Calais, donde pasarían la noche. Se mostró muy alegre en el restaurante donde cenaron y le deseó que pasara una buena noche antes de retirarse a un salón con su padre.
Hasta que no estuvieron en el ferry al día siguiente, cruzando el Canal de la Mancha, no se encontraron a solas.
Ella se agarró a la barandilla del barco y miró hacia delante, encontrando un extraño alivio en el estruendo del enorme motor. Celine, que odiaba navegar, permaneció en el camarote, con Mary. Cuando subió a cubierta, vislumbró a lord Cameron, a su esposa, a su hija y a Daniel en la sala de pasajeros de primera clase. En lugar de unirse a ellos, prefirió salir para estar a solas con sus pensamientos. El frío viento mantenía en el interior a la mayoría de los pasajeros, así que estaba sola en la cubierta.
Observaba fascinada cómo el agua gris lanzaba espuma blanca. El mar era cambiante, pero de alguna manera estable, como si el agua estuviera atada al planeta de alguna manera misteriosa. Las olas surgían y rompían, surgían y rompían, pero jamás detenían el barco, que seguía avanzando lentamente.
Notó una fuente de calor a su espalda. Daniel la rodeó con los brazos y apoyó las manos enguantadas al lado de las suyas, sobre la barandilla.
—No podía estar alejado de ti —le dijo. Ella notó su aliento en la oreja—. Necesitaba verte enfrentándote al viento, llena de coraje, mirando de frente a cualquier cosa que te depare el destino.
—No es coraje —comentó ella—. El humo de los motores es demasiado espeso en la popa.
—No me arruines la imagen, cariño. Además, no me equivoco. No estás mirando el humo, ni siquiera la costa de Francia, estás observando Inglaterra, que es tu hogar pase lo que pase.
Daniel le rozó la mejilla con los labios; un dulce calor. Ella no se atrevió a girar la cabeza, a devolverle el beso, porque una vez que le abrazara no querría volver a soltarlo.
—¿Cómo es Berkshire? —preguntó.
—No está mal para ser Inglaterra. Escocia es, por supuesto, mucho mejor, pero Berkshire es un lugar magnífico para entrenar a los caballos y no queda demasiado lejos de Newmarket y Ascot cuando llega el momento de las carreras. Además allí están las carreteras más adecuadas para probar mi automóvil. Allí la primavera es muy bella; las flores inundan los campos de colores, los corderos pastan por doquier, y los aristócratas corren a Londres para disfrutar de la temporada, dejando una dichosa quietud tras su marcha.
Es perfecto.
Ella había vivido tanto tiempo en ciudades, sintiendo los adoquines bajo las suelas, que nunca había disfrutado de la primavera en el campo. En las ciudades, aquella florida estación era visible solo en los parques… Y si estaban abiertos al público, podía disfrutarla; si no, se mantenía en las calles grises bajo el cielo plomizo.
—Estoy deseando verla.
Él apretó la mejilla contra la de ella.
—Y yo estoy deseando mostrártela. Sin embargo, iremos antes a Londres. Permaneceremos allí unos días.
Ella se apartó bruscamente.
—¿A Londres? Pensaba que solo cambiaríamos de tren y proseguiríamos viaje.
—Ainsley comentó en el desayuno que necesitábamos detenernos, y tiene razón. Si no paramos a visitar a tía Isabella, nuestra vida no valdrá nada. Es la reina de la temporada londinense. Tío Mac se lo toma con calma, pero ella disfruta mucho. Como tía Isabella suele decir, a él se le da bien dar a la gente lo que desea.
—Pensaba que eso se te daba bien a ti. —Se esforzó por no sonreír.
—Descarada. He aprendido de un maestro.
Tendremos que visitarlos, lo que quiere decir que Isabella nos obligará a acompañarla a sus veladas, lo que significa que necesitarás vestidos de fiesta. Sé cómo sois las mujeres.
—No puedo quedarme en Londres, Daniel. Tampoco puedo asistir a una velada. Salimos huyendo de allí porque debíamos el alquiler a Mortimer. Ordenará que nos arresten en cuanto nos vea.
—¿Te da miedo Mortimer? Qué locura… Y ya me he encargado de Mortimer; no le debes nada. De hecho, he comprado la casa. Puedes quedarte allí, si quieres. Tienes acomodo para todos tus artilugios. Madame y mademoiselle Bastien pueden volver a su negocio.
Ella se dio la vuelta y le miró fijamente.
—¿Cómo que te has encargado de Mortimer? ¿De verdad has comprado la casa?
Daniel encogió los hombros.
—Esa propiedad es una inversión productiva, o eso me han dicho, y quería que Mortimer os dejara en paz. No es más que un maldito hipócrita, ¿sabes? Debe dinero a la mitad de corredores de apuestas y a la mitad de prestamistas de Londres, por no hablar de lo que me debe a mí todavía. Un tipo que no tiene cabeza para las apuestas no debería hacerlas.
A ella se le secó la boca. Daniel estaba diciéndole que, en lugar de ir a la Policía después de que ella le atacara, había decidido comprar la casa a Mortimer, pagar sus deudas y ponerse a buscarla.
—Estás loco.
—Lo cierto es que no. Mortimer es estúpido y tú eres una mujer hermosa y valiente, con más espíritu del que él tendrá nunca. Quería utilizarte para liquidar su deuda, y a mí me pone enfermo que hagan eso. No pienso permitirlo.
La decisión de Daniel era casi palpable, como si estuviera dispuesto a erigir una pared entre ella y el mundo. Era reconfortante y algo aterrador. No sabía cómo responder. Nadie había estado dispuesto a protegerla hasta ese momento.
—Me ha sorprendido que no quisieras detenerte en París —comentó—. Pensé que querías encontrar a Jacobi.
—¿Piensas que me voy a poner a recorrer las calles buscándolo? ¿Yo? Ni de broma. Yo voy a sentarme cómodamente en Berkshire mientras lo hacen otros.
Bueno, quizá no tan cómodamente; papá espera que colabore, no que me ponga a holgazanear. Y allí sobran tareas qué hacer.
Ella se preguntó qué debería hacer, qué esperaría Daniel que hiciera. ¿Eso le asustaba o le excitaba?
Él cerró los brazos a su alrededor, envolviéndola con su calor. Notó sus labios en la mejilla, en la oreja, en el pelo… Aunque sus abrigos los mantenían separados, ella sintió el fuerte latido de su corazón, el calor de su cuerpo, su fuerza. En el vórtice de aquella vida alocada que le había tocado vivir, Daniel estaba convirtiéndose en su único pilar sólido.
En Londres, Violet volvió a sentirse presa de la incertidumbre. Había supuesto que su madre y ella se acomodarían en alguna casa de alquiler o se mudarían a la antigua casa de Mortimer… Aunque después de todo lo ocurrido allí, ella prefería buscar una pensión.
Ainsley, por su parte, asumió que se alojarían con el duque de Kilmorgan.
Ella quiso saltar del carruaje en el que atravesaban el corazón de Mayfair y regresar corriendo a la estación del tren cuando lo oyó. Ainsley continuó explicando el asunto mientras el vehículo seguía rodando, sin notar ningún fallo en el plan. El duque tenía una mansión enorme en Grosvenor Square, donde podrían alojarse todos durante unos días. Por supuesto que se quedarían allí.
Celine consideró que era una idea fantástica.
—Un duque… —dijo con los ojos muy abiertos—.
Figúrate, Violet, un Grande. ¡Qué amable por su parte! Le haré una sesión, y también a la duquesa, sin cobrarles nada, por supuesto.
—Mamá, ni se te ocurra —dijo ella
precipitadamente.
—No digas tonterías. Incluso a los duques les gusta tener noticias del Otro Lado. Mmm… La casa de un duque en Grosvenor Square suena muy bien.
Ella lanzó a Daniel una mirada de advertencia. Él se había sentado junto a Ainsley, enfrente de ella y su madre.
Cameron y Gavina ocupaban otro carruaje. Lord Cameron había declarado que no pensaba apiñarse allí dentro.
Mary se sentó junto al cochero del primer vehículo, y los sirvientes de Cameron y Ainsley lo hicieron en el segundo.
Daniel pareció comprender su preocupación.
—Ainsley —dijo—, sabes de sobra que tío Hart es algo aterrador para sus invitados, en especial después de un viaje tan largo. La casa de Ian y Beth es muy cómoda y menos intimidatoria. Violet estará allí mucho más relajada. Mac e Isabella no tienen hueco y tampoco estarán libres. Si papá mantuviera una casa en Londres, la vida sería mucho más sencilla, pero no lo hace.
Ainsley frunció el ceño.
—Pero Ian…
Parecía preocupada.
—Hablaré con Beth —aseguró Daniel—. Todo irá bien. —Él se volvió hacia ella—. Ian y Beth tienen tres niños bastante ruidosos, Vi, ¿te importa?
Si los niños eran parecidos a Gavina, que la había incluido en cada una de sus conversaciones, que eran siempre entretenidas, a ella no le importaba en absoluto.
—Me encantan los niños —afirmó.
Celine vaciló.
—Yo no sé… Mis nervios… Un duque será mucho más civilizado.
—Entonces, está
decidido
—la interrumpió
Daniel—. Violet se alojará con Ian y Beth, y su madre con tío Hart.
Celine abrió mucho los ojos.
—¿Estar sin Violet? Jamás me he alojado en un lugar sin Violet.
Ainsley se inclinó hacia delante y dio una palmadita en la rodilla de Celine.
—No se preocupe, el duque tiene un montón de sirvientes dispuestos a cumplir cada uno de sus caprichos.
Incluso hay un criado cuya única función es llamar a los demás criados si así lo desea. Se sentirá como una reina.
—Muy bien. —Celine parecía más tranquila—.
Imagino que podremos intentarlo. Violet no estará lejos, ¿verdad?
—No —aseguró Ainsley—. Bien, eso lo arregla todo.
Daniel le guiñó un ojo.
Violet no sabía lo que maquinaban Daniel y su madrastra, pero de lo que no tenía ninguna duda era de que él tenía una mirada triunfante.