17
Daniel siguió tendiéndole sus manos. Esperaba que ella se levantara, le empujara y escapara de regreso a la pensión, desde dónde huiría de Marsella.
Le dolía el corazón por ella. Si Jacobi seguía con vida, no lo haría durante mucho tiempo. Había tomado a una mujer asombrosa y preciosa como Violet y la había quebrado, no solo ante los ojos del mundo, sino también ante los de ella. Era como si Jacobi hubiera cogido una maravillosa escultura de mármol de Miguel Ángel y la hubiera convertido en polvo… Peor, porque Violet estaba viva, era una mujer que respiraba. Que vivía presa del dolor.
No solo pensaba buscar a Jacobi, también al hombre que se atrevió a violarla, y le haría pagar cada instante de dolor. Sí, pagaría por el sufrimiento, por las lágrimas, por cada aliento de pánico.
Ella le miró durante mucho tiempo. Sus ojos azules no ocultaban la miríada de pensamientos que ocupaba su mente. Su trenza floja reposaba sobre el corpiño y subía y bajaba con el ritmo jadeante de la respiración que movía sus pechos.
Por fin, Violet alzó las manos con dedos temblorosos y las puso sobre las suyas.
Él cerró los dedos y sintió su piel fría; su miedo. Tiró para que se pusiera en pie. Estaba despeinada, tenía los ojos enormes y el polvo que oscurecía su piel casi había desaparecido, revelando parches de piel blanca.
La estrechó contra su cuerpo y cerró los brazos a su alrededor. Sintió sus estremecimientos a través de la camisa cuando ella intentó aferrarse a su espalda.
Algunas ideas para vengarla atravesaron su mente, pero no iba a asustarla con ellas. Llegaría el momento de matar dragones, ahora era el de abrazarla y conseguir que el terror se desvaneciera.
Parecía que el miedo de Violet no iba a conseguir que se detuviera, porque le sacó la camisa de la cinturilla del kilt y volvió a intentar deslizar la mano por debajo.
A él le latía el corazón tan rápido como a ella y estaba duro y dolorido por ella… pero le atrapó las muñecas y la apartó un poco.
—Sigo pensando igual que antes; quiero que me dejes saborearte.
—No puedo —confesó ella con un susurro—.
Necesito superar el miedo. Quiero hacerlo antes de que…
Ella se estremeció y volvió a tirar de la cinturilla del kilt. El alfiler que lo sostenía en su lugar se desprendió y el tartán se deslizó por sus caderas.
Mientras él intentaba que la tela no cayera al suelo, ella le empujó la camisa por los hombros. Violet se movía como un animal asustado, desesperado y tembloroso.
—No, Violet.
—Pero me deseas. —Ella parecía confundida cuando le acarició por encima del kilt, buscando su erección dura y erguida como un arpón—. Me deseas.
—Sí, claro que te deseo. —Tuvo que dejar caer el kilt para sujetarla por las muñecas. Ella intentó zafarse, pero él era más fuerte—. Ardo por ti. Llevo algún tiempo así, sin embargo, sé que no es eso lo que necesitas.
—Sí, lo es. Lo es…
—No. —La llevó consigo a una chaise longue cubierta por papeles. Los barrió con el brazo lanzándolos al suelo y la sentó allí. Una hoja olvidada crujió debajo de las faldas.
Él se arrodilló ante ella sin soltarle las muñecas mientras Violet le miraba con frenético desconcierto.
—No quiero que nos apresuremos —dijo—. No quiero que todo acabe antes de que te des cuenta de lo que ha ocurrido. No quiero que sea así. —Se llevó los apretados puños de Violet a los labios y le besó los nudillos de uno en uno—. Lo que necesitas es aprender lo bueno que es ir despacio. Disfrutar de cada momento.
Hacer que llenen tu corazón y puedas saborearlos. Y yo te enseñaré a hacerlo.
No le dio tiempo a pensar o reaccionar. Le agarró las manos mientras se levantaba y se sentaba a su lado en la chaise longue. El kilt medio caído formaba una mancha de color sobre sus faldas.
Él le alzó una mano, se la abrió y besó la palma antes de ponérsela sobre su torso desnudo. Ella abrió mucho los ojos cuando sintió su piel, y él percibió un destello de miedo.
—Haz lo que quieras —la animó—. Tócame.
Siénteme. Aráñame. Lo que quieras, pero muy despacio.
Vio que a ella le temblaba el labio inferior antes de que apretara los labios, convirtiéndolos en una firme línea. Violet dejó la mano quieta durante un instante, luego dobló levemente los dedos para acariciarle la piel. La yema de uno le rozó la tetilla.
¿Lograría quedarse inmóvil? Su corazón se aceleró un poco más y su piel se humedeció en la cálida estancia.
Ella tragó saliva mientras rodeaba la apretada aréola.
Su contacto le hizo arder, pero se contuvo y no intentó abrazarla.
Observó que el miedo de Violet comenzaba a disminuir cuando ella se concentró en su tórax. Él no era capaz de dejarse la camisa puesta cuando trabajaba con los motores o cuando ayudaba a su padre con los caballos.
Cada verano su piel adquiría un bronceado profundo que apenas se desvanecía durante el invierno. Por eso, tanto el pecho como la espalda y los brazos presentaban un leve bronceado y el tatuaje, que se había hecho grabar por un japonés en Londres, destacaba en el antebrazo.
Las puntas de los cabellos de Violet le hicieron cosquillas cuando se inclinó, pero él siguió conteniéndose. Estaba a punto de darle un infarto, pero quería que ella aprendiera a no tenerle miedo.
Notó el aliento de Violet en la tetilla, que se erizó todavía más. Su pene palpitó en respuesta, dolorido.
Ella casi le acariciaba con la nariz, oliéndole, como si quisiera inhalar su aroma personal. Él apenas pudo contener un gruñido.
Violet alzó la cabeza con las mejillas ruborizadas.
—No.
—¿No qué? ¿Que no disfrute del examen de una mujer hermosa?
—No sé. —Incluso su mirada desconcertada era cautivadora.
—Déjame recordarte algo —dijo él—. Cuando estábamos en la posada, lejos del mundo, no te di miedo.
—Recordó cómo había respondido ella cuando introdujo la mano en su camisón, cuando comenzó a seducirla lentamente—. Me devolviste los besos. No me rehuías entonces.
—Eso fue diferente. Fue como si no fuera real.
Había sido muy real, él recordaba cada segundo.
—Bueno, si así te resulta más fácil, esto tampoco tiene por qué ser auténtico.
Ella frunció el ceño.
—Pero lo es. Es muy auténtico.
—Es lo mismo, ¿no crees? Estamos aquí escondidos mientras la ciudad se mueve a nuestro alrededor. Solos tú y yo.
Ella meneó la cabeza.
—Esto es real. Quiero que sea real. —Ella le miró; la esperanza y el miedo daban una extraña expresión a sus ojos—. ¿Podrá serlo en algún momento?
—Claro que sí. ¡Oh, sí! Ven aquí. —La rodeó con el brazo y la estrechó con suavidad hasta que ella apoyó la cabeza en su hombro—. Ahora vamos a quedarnos aquí sentados un ratito, ¿te parece? Y ya veremos cómo va todo.
Aquello acabaría por volverle loco. Nunca en su vida se había contentado con quedarse sentado junto a una mujer por muy bella que fuera. Pero sus amantes normalmente eran mayores que él —no le gustaba ir con cortesanas que la mayoría de las veces acababan de dejar de ser niñas— y no se quedaban quietas. Le deseaban y no lo ocultaban.
Violet era como un potro sin domar; uno que había sido maltratado, que miraba el mundo desde fuera con temerosa incertidumbre. Él no quería quebrarla como hacían algunos entrenadores con los caballos jóvenes.
Necesitaba domarla para ganar su confianza.
Ella seguía apoyando la cabeza en su hombro y él notó que comenzaba a relajarse. Si tenía que hacerlo, pasaría otra noche con ella en un lecho acogedor, solo durmiendo. Ya visitaría el baño privado cuando regresara al hotel, no importaba.
—No comprendo el deseo —musitó ella.
Él se inclinó para escuchar las palabras, pensando que no había oído bien.
—¿Qué hay que comprender? El deseo es algo natural. Lo más natural del mundo.
—¿En serio? —Ella se acomodó contra su hombro y deslizó la mano por su pecho desnudo—. Observo que los demás persiguen la pasión… Que las chicas se acercan a mí, como adivina, para que les prometa que encontrarán el amor y los hombres me preguntan si encontrarán placer.
Pero también veo dolor; mujeres que quieren saber si sus maridos las traicionan, mujeres que están heridas profundamente. Es horrible. Me pregunto qué es lo que se busca realmente en la cama de un amante.
— Mmm. Estás siendo un poco cínica, cariño.
—El caso es que he visto mucho dolor y todo por eso que la gente llama deseo.
Daniel sabía que a algunos hombres no les interesaba lo que sentían sus mujeres, ni física ni emotivamente.
Creían que una mujer era para su uso y disfrute. Las cortesanas le aseguraban que él les gustaba porque hablaba con ellas. Con ellas como personas, no solo eran cuerpos comprados para hacer con ellos lo que quisiera.
Violet no era solo un cuerpo, aunque Jacobi y el otro bastardo la hubieran obligado a serlo. Le habían enseñado que el deseo era dolor y miedo. Su necesidad femenina debería haber florecido cuando se convirtió en mujer, sin embargo el terror y la vergüenza lo habían impedido. Él había conocido a mujeres que habían sido forzadas; o se volvían cínicas y decidían que su destino era ser usadas por los hombres, o acababan hechas pedazos.
Violet no había seguido ninguno de esos dos caminos, pero su lucha para seguir adelante había sido muy ardua.
Y, o mucho se equivocaba, o todavía lo era.
Le acarició el hombro mientras intentaba elegir las palabras adecuadas.
—Conozco algunas razones por las que cedemos a la pasión, cariño. La primera es pura biología. Si has leído los libros del señor Darwin, sabrás que afirma que todos vivimos para hacer tantas copias de nosotros mismos como podamos, pues sabemos que tendremos que dejar este mundo algún día. Si no tuviéramos hijos, pronto nos extinguiríamos, ¿no crees?
Ella sonrió de medio lado a pesar de la ansiedad que la atenazaba.
—Él se refiere a animales, no a personas.
—Conozco a muchas personas que actúan como animales… Te sorprenderías. —Alzó el otro brazo para incluirla en un círculo de calor, pero no la abrazó con fuerza. No quería que se sintiera atrapada—. Te diré que buscamos la pasión porque puede ser algo maravilloso.
Íntimo. Nunca estarás más cerca de otro ser humano de ninguna otra manera. —La besó en la coronilla, encantado de que ella no protestara al estar rodeada por sus brazos—. Además, se disfrutan sensaciones maravillosas.
—Quizá para los hombres —repuso ella muy seria—.
Las mujeres no sienten igual que los hombres.
Él parpadeó con sorpresa. Giró la cabeza y bajó la mirada hacia ella. Violet se la sostuvo con serenidad; era evidente que creía cada palabra que había dicho.
—Mi dulce Violet, te demostraré que estás equivocada sobre eso.
El destello del reto que apareció en los ojos de Violet hizo que su cuerpo comenzara a arder. La seguridad en sí misma regresaba poco a poco, el oscuro terror que la había atenazado comenzaba a remitir.
—¿De veras? —se burló ella—. ¿Qué estás dispuesto a apostar?
—Digamos… un chelín. No me gustaría dejarte en la ruina.
—Hecho. —Violet le tendió la mano. Daniel la estrechó al tiempo que esbozaba una sonrisa ladina. Ella volvió a apartar la mirada; parecía convencida de que no iba a perder esa apuesta. Pobrecita.
—De todas maneras, ¿cómo vas a demostrármelo?
—preguntó ella—. Solo cuentas con la palabra de las mujeres y debo decirte, señor Mackenzie, que pueden mentir. En especial cuando quieren algo.
—¿Estás insinuando que me cuentan historias bonitas para que les dé dinero? Sí, no te equivocas en eso, pero te lo demostraré aquí y ahora.
Violet alzó la mirada alarmada.
—¿Aquí y ahora? Pero has dicho que… Pensaba…
—Te he dicho que no te apresuraría. Y no lo haré.
—Le acarició la mejilla—. No dije nada de que no fuera a hacer que te sintieras de maravilla.
Notó el brillo temeroso otra vez en su mirada.
—Daniel, no puedo… No estoy preparada.
La necesidad que le embargaba de hacer desaparecer su miedo, volvió con fuerza. La estrechó entre sus brazos al tiempo que rozaba los labios en su sien.
—No voy a entrar en ti, cariño. Esta noche no, salvo que quieras. Te lo prometo. —Y él siempre mantenía sus promesas, sin importar lo difícil que fuera.
Ella pareció confundida.
—Entonces, ¿cómo demonios vas a demostrármelo?
No puedes convencerme sin más. No pienso creerte.
Él no pudo contener la risa.
—Violet… —Bajó el tono una octava para que resultara seductor—. Tú eres muy hábil para saber lo que quiere escuchar la gente de los seres del Otro Lado. Eres experta en ofrecer una función asombrosa… Bien, pues yo soy experto en esto. Ponte en mis manos, y te garantizo que me tendrás que entregar tu chelín tan rápido que te parecerá que la habitación da vueltas.
—Estás muy seguro de ti mismo, Daniel Mackenzie.
—Porque sé lo que digo. Esta noche no sentirás dolor ni miedo, solo placer. Te sentirás muy bien. ¿De acuerdo?
La seguridad que había mostrado Violet desapareció.
Era evidente que no sabía qué iba a hacerle y eso era lamentable.
—¿Recuerdas cuando íbamos en el globo? —le preguntó—. Surcábamos el aire en la dirección que el viento nos llevaba.
Violet recuperó la sonrisa y su mirada se suavizó con deleite mientras recordaba.
—Sí, fue maravilloso.
—Será así.
Ella no le creyó.
—¿Cómo es posible? Jamás había sentido nada así.
—Parecía esperanzada—. ¿Volverás a llevarme en globo alguna vez?
—Por supuesto que sí. Te lo he dicho ya; en Escocia.
Es una tierra muy hermosa y los vientos son imprevisibles. Resultará excitante. Pero antes… —La soltó y la empujó para que se tumbara en la chaise longue—. Tienes que permitir que intente ganar la apuesta.
Ella se humedeció los labios, un movimiento fruto del nerviosismo que a él le hizo la boca agua.
—¿Qué tengo que hacer?
—Eso es lo mejor, no tienes que hacer nada. —Él se movió hasta quedar sentado en el borde del asiento mientras ella quedaba con la espalda contra los cojines—.
Yo lo haré todo.
Ella asintió con rigidez.
—Solo deberás hablar conmigo —prosiguió él—. Si quieres saber por qué estoy haciendo lo que sea que haga, si te asustas, dímelo. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —su voz apenas se oyó.
—Estupendo. —La miró con ternura—. Vamos allá.