7.— Señora de Gracia

Él era un melancólico pedante, y mejor lo habría sido si, en la edad decrépita, no se hubiese visto inesperadamente embobado con aquella diminuta jovencita de piel cobriza, ojos negros y pelo moreno, que rescató de la guerra. Era un eunuco que se había mutilado a sí mismo, como tantos servidores de la diosa, y jamás había conocido la calidez del afecto familiar; al menos no desde la propia infancia que dejó atrás hacía tantos años. Su vocación lo había confinado a la oficina y a la biblioteca del templo, y no mantenía contacto con los niños que allí cuidaban. Creo que se asombraba de sí mismo por la feroz determinación, que iba transformándose en cariño, que lo impulsó a llevársela a través de la zona de guerra y las famélicas montañas hasta llegar con ella al lugar seguro. Le dio el nombre de devoto pero inadecuadamente circunstancial. Para él, el la intimidad, ella era Señora de Gracia; para todos los demás, simplemente Gracia.

Un pariente lejano, ahora difunto, poseía tierras cerca de Lanuvium que heredó Cluilio; y (ahora que no tenía el templo para vivir y trabajar) era libre para asentarse aquí y aguardar la muerte con unos ingresos que le permitían una vida desahogada. Lo encontré en una modesta y pequeña casa de la periferia de la ciudad. Estaba sentado en una silla plegable colocada en el jardín, fingiendo leer, mirando la puesta de sol, y contemplando a su pequeña Señora de Gracia jugando a pelota con la niñera, entre los arbustos, el último juego del día antes de que se la llevaran, protestando, a la cama.

Me recliné sobre la puerta del cercado, sin que repararan en mí, y observé toda la escena.

La niña fue finalmente atrapada por la niñera, entre risas y forcejeos, llevada hasta el archivero para que le diera un tembloroso abrazo de anciano, y conducida al interior de la casa. Aguardé durante un minuto o dos, analizando mis emociones..., no me preguntes cuáles eran. Me sentía como si hubiera estado observando a Jibia antes de que los agentes de Antioquia cayeran sobre su aldea africana, y toda la claridad de lo que pensaba decirle a Cluilio se hubiese borrado de mi cabeza. A continuación, reuní valor y entré en el jardín.

No tenía un aspecto muy presentable, tus ropas eran las de un granjero del sur de medios modestos, además desgastadas por el viaje; también, un granjero con la furtiva actitud «siria», poco fiable, de la que tantos latinos tomaban inmediata nota.

Llevaba en la mano las dos tablillas de arcilla.

—Señor —comencé—, ¿tienes razones para creer que estos documentos son obra de tu mano?

Él parpadeó suavemente al mirarme, tomó las tablillas y se las acercó a sus viejos ojos reumáticos.

—Oh, sí —replicó—, así lo parecen... ¿Has estado en el templo? Dime, es verdad? ¿Todo el recinto está completamente en ruinas...?

Asentí con la cabeza y él volvió a mirar las tablillas.

Comprendió el particular mensaje que contenían. Sus facciones blancas y de suave redondez se alargaron con aprensión; se levantó a medias del asiento y volvió a sentarse con movimientos débiles, mientras su boca se abría y cerraba con una respiración repentinamente agitada.

—¿Qué quieres? ¿Por qué vienes aquí? ¿Has venido a buscar a la niña? ¿Tienes autoridad para ello? ¿Del gobierno? ¿No serás... de la policía...

—No, no, no, no... —Intenté tranquilizarlo, pero él no me escuchaba.

—No he hecho nada malo, ella es propiedad de la diosa... no he hecho nada más que alejarla del peligro. Nunca participé, ni tampoco el templo, en nada relacionado con la rebelión. Sólo nos ocupábamos del culto a la diosa, y de la labor médica para cualquiera que la necesitara... ¡por favor...!

Cayó hacia delante sobre la hierba y se arrodilló a mis pies.

Fue muy desagradable. Había esperado que supusiese que yo era alguna clase de agente comercial, un timador, un abogado tramposo; pero que pudiese parecer un agente de la policía secreta era algo que jamás me había pasado por la cabeza. Por supuesto que yo ahora tenía más o menos la edad de mi padre en la época en que me marché de casa, y debería de haber tenido en cuenta la impresión que él habría causado...

Tomé las manos de Cluilio con toda la suavidad que pude, lo hice alzarse, lo senté en silencio, me acuclillé a su lado con un aire tan sumiso como me fue posible, y comencé a explicar.

A explicar una parte de la historia, en cualquier caso. Que yo era miembro de una compañía teatral itinerante dispersada por la rebelión, que Jibia y yo nos habíamos visto separados en nuestra huida de las Murallas del Amor, y cómo había tardado dos años en averiguar qué había sido de ella. Dejé fuera a piratas, hechiceras, El Mulero y todo eso, que sólo serviría para confundirlo.

Lo que sí le conté fue que ella había muerto. Me miró fijamente con expresión desamparada.

—¿Y dices que crees ser el padre...? ¿Has venido aquí para llevártela? ¿Para alejarla de mí? ¿La has visto?

Le respondí que si, que acababa de verla poco antes, ese mismo atardecer. Estaba seguro de que era hija de su madre.

—Señor —dijo él—, yo recuerdo a su madre. Como archivero, no era misión mía entrar y salir mucho del hospital o del orfanato, pero a aquella señora sí que la recuerdo. Nadie sabía qué hacer con ella. No tenía ni la más ligera noción de dónde estaba cuando la llevaron allí. Las complicaciones ginecológicas, por lo que recuerdo, eran extremas. Además, puesto que era de Etiopía, todos sentíamos una natural curiosidad. ¿Cómo podía haber llegado hasta el lugar donde la encontraron? La hallaron los pastores, según creo, en lo alto de las montañas. Extraordinario. La operación quirúrgica, como sabes, no tiene precedentes. Si se le hubiera practicado en época de paz, el templo habría alcanzado gran renombre cuando se supiera, pero, ay... Ella tenía dinero y algunas joyas que, cuando se recuperó un poco, insistió en entregar a nuestro tesoro en recompensa y como dote para la pequeña Señora de Gracia. Debíamos criaría para servir en el templo, mientras su madre... su madre, creo recordar, no dejaba de decir que tenía trabajo que hacer en otra parte... ¿el drenado de la sangre...? Oh, una cosa horrenda para que la dijera con tanta frecuencia; supusimos que estaba trastornada por la operación que se le practicó, y pensamos que no debíamos permitirle partir en semejantes condiciones. Pero ella no quiso ni oír hablar de eso, y se marchó a pesar de todos nuestros argumentos en contra. La sacerdotisa que le abrió el vientre estaba extremadamente angustiada, y a menudo hablaba de ella después de su partida. Luego la batalla llegó al valle y puso final a toda nuestra vida y obra.

»Pero ahora, ¿qué vas a hacer? Si no te permito llevarte la niña, ¿la reclamarás ante la ley? ¿Tienes pruebas de tu paternidad? —Me escrutó con una mirada muy penetrante; oh, desde luego que era un archivero, conocía el valor de los documentos, no iba a dejar que su causa se perdiera por descuido, hasta ahí las cosas estaban ciaras.

—No, señor, no tengo ninguna prueba, y por tanto no puedo presentar demanda alguna. —Pensé que era mejor ser directo. ¿Podía un hombre que parecía sirio llegar a parecerle honrado a un latino? Bueno, yo lo intentaría—. Elia cree que es tu hija...

Él sonríe por primera vez.

—No exactamente. Me llama abuelo. Cuando tenga la edad suficiente para saber qué es un eunuco, supongo que le explicaré que en realidad soy un tío abuelo. No deseo presentarme sólo como lo que sor.

—De todas maneras, señor, ella cree que eres su pariente y su tutor, y por lo que he visto parece feliz bajo tu cuidado. No he tenido buena suerte. Ciertamente, no tengo capacidad para mantenerla con ninguna clase de seguridad. No veo ninguna razón para arrebataría de tu lado. Deseo, no obstante, que se me permita llegar a conocería, por amor a su madre, y hacer por ella el bien que pueda, tan pronto como esté en condiciones de hacerlo.

No tenía ni idea de lo que significaba todo eso. Era incapaz de prever ningún futuro inmediato para mi mismo, en Lanuvíum menos que en ninguna otra parte, puesto que obviamente se trataba de una pequeña ciudad cerrada, donde a un extranjero le resultaría difícil establecerse a partir de la nada. Pero después de haber visto a Gracia, no podía volverle tranquilamente la espalda. Ella era, por así decirlo, un anda para mi vida; si podía hallar la forma de atarme al otro extremo del cabo...

Debía tener un aspecto tan desamparado como el que él presentaba poco antes. Volvió a sonreír, de alivio y quizá con una cierta cautelosa complacencia; al fin y al cabo, este hombre indigente que se había presentado en su casa no era una amenaza tan grande como creía, Luego su semblante se tensó un poco..., cuando las convenciones del funcionario del templo hicieron sentir su presencia.

—Has dicho que tú y su madre erais gente de teatro, ¿no es cierto? No querría parecer crítico, pero debo hacerte una pregunta. ¿Tienes alguna intención de hacerla subir a la escena pública en algún momento futuro? No podría consentir eso. Ella es mi niña, extraoficialmente, que en efecto has concedido en ello. Oficialmente, y confío en que la lev lo confirmar, es servidora de la diosa. Tanto si se casa como si marcha al extranjero, O hace cualquier otra cosa, debe hacerlo con la aprobación de la casta sacerdotal. En esta ciudad hay un templo. He trabado buen conocimiento con las damas que lo dirigen, y hemos acordado que se harán cargo de la custodia de Señora de Gracia cuando yo muera..., cosa que no tardar en suceder como, desde luego, ya habrás calculado. La escena pública, lamento decir, aunque es una institución deleitable para quienes presencian las representaciones, e incluso en ocasiones constituye una oportunidad para dar testimonio piadoso, no es, en mi modesta opinión, algo que conduzca a la elevada moral de quienes practican sus misterios a cambio de remuneración económica. Son personas de condición servil o recientemente servil y, con independencia de sus ancestros, mi Señora de Gracia ahora está tolerada por una casta social en todo superior. Mi deseo no es ofender. Mantengo relaciones personales de la naturaleza más elegante e intelectual con al menos un actor distinguido, pero no es lo mismo que si le diera la bienvenida como miembro de mi familia, ¿me comprendes? Quiero decir que, incluso en el caso de que mi excelente amigo Roscio me preguntara, por ejemplo, si en alguna fecha futura podría prometerse en matrimonio con Señora de Gracia, tendría que decirle incluso a él...

Continuó divagando, pero yo me quedé atascado en el nombre.

—¿Roscio? ¡Tú conoces a Roscio!

—Desde luego. Nació muy cerca de esta ciudad, y aún mantiene una casa aquí, aunque durante la mayor parte del tiempo se encuentra de gira o en la Urbe. ¿Estás al tanto de su reputación?

Le dije que si, en efecto, que estaba deseando volver a verlo. ¿Había alguna posibilidad...?

—Ya lo creo. Estás de suerte, porque ahora se encuentra en Lanuvium. Está preparando una obra en nuestro teatro... bueno, lo llaman teatro, aunque para aquellos de entre nosotros que hemos vivido en el sur, es algo improvisado. No obstante, creo que Roscio tiene intención de sufragar las reformas para mejorarlo una vez que se hayan calmado los disturbios. Como verás, no hay ninguna certidumbre respecto al gobierno de la Urbe.

Lucio Cornelio Sila ha situado a toda su gente en los puestos de poder, pero dado que ha partido hacia la guerra del Ponto, se teme que una vez más el «grupo nuevo» (qué nombre tan vulgar) se haga con el dominio y nos veamos todos arrojados de nuevo al desorden y la confusión.., oh, espero que no... Perdóname, divagaba. Te estaba preguntando sobre tus intenciones respecto a Señora de Gracia. Señor, tengo que saberlas.

Al final, acordé con él que no presentaría ninguna demanda formal, que no me opondría a los deseos de las sacerdotisas; a cambio se me permitiría conocer a la niña, pero como amigo, no como padre, y él no me impediría dedicar parte de mi fortuna (suponiendo que alguna vez ganara algo) a su crianza, sin ninguna atadura. Todo esto debía ser escrito, firmado y sellado, en presencia de un abogado y de una de las señoras del templo local, y todo quedaba condicionado a la ausencia de cualquier otro demandante que reclamara el parentesco. A fin de cuentas, yo no tenía ninguna prueba de que Jibia hubiese muerto. Sólo Esperanza Divina podía ayudarme a probarlo, y no me era posible introducirlo en la conversación. Era un resultado bastante parco para haber recorrido esa gran distancia, pero tenía la sensación de que el viejo Cluilio estaba más o menos persuadido de que yo era quien decía ser.

Tal vez la propia debilidad de mi historia contribuyó a convencerlo. Ningún timador habría acudido a él tan poco preparado para conseguir de él... bueno, ¿con seguir qué? No se le ocurría ningún motivo para que yo lo engañara y, por lo tanto, estaba dispuesto a creerme.

Prometí regresar al atardecer del día siguiente, y le deseé respetuosamente buenas noches. Era verdad que lo respetaba; tenía algo de santo, el pobre anciano castrado. Además, había visto las patéticas ruinas del templo lucano que él había amado y servido con tanta devoción. Pasé la noche en una posada barata, y por la mañana me encaminé directamente al teatro.

Vida de un republicano en tiempos de Sila y Cayo Mario
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml