7.— Agitaciones

Después de la tortura hasta la muerte de un hombre libre en las Murallas del Amor los acontecimientos se sucedieron unos a otros. Fragmentos de estos sucesos: llegué a descubrir demasiados, mejor no registrarlo todo en detalle.

Creo que Jibia pensó esto:

Lo han drenado de su sangre y ha muerto. Pero no fue la diosa quien lo hizo. Los guardias de caminos no cuentan con su confianza. ¿Por qué no los mata, si ella tiene el poder? El me había nombrado Reina de África, llamó a sus hijas para que salieran de la cocina con el fin de elogiar los botones negros de mis pechos; yo vi trozos de su carne volar por el aire cuando se agitaba el látigo.

Si ella no va a hacer lo necesario por el bien de su población, no es probable que lo haga por el mío, a pesar de que me haya lavado en sus estanques. Pero si ella no lo hace, ¿a quién ha designado para hacerlo? Tiene que haber designado a alguien.

Y la forma en que lo haga, ¿complacer a la diosa? Esta mañana me han hecho libre... libre para hacer... ¿nada?

Creo que yo estaba pensando esto:

Jibia me habló de un látigo y de las marcas que tiene en el cuerpo, y yo me excité bajo mis ropas, en secreto, al pensar en eso. Ella no me ha enseñado esas marcas y ahora ya no quiero verlas. Obliteradas en mi memoria por estrías, surcos, zanjas rojas y negruzcas en el cuerpo del poste.

«No es sólo el pobre hombre, sino toda la población la que deber ser castigada...», y Peloplateado necesita que le hagan el trabajo aquí... e Irene estaba con Peloplateado. Furia de Caballo sabe que esta semana fue la escogida; Furia de Caballo fue escogido por Irene; las Murallas del Amor también fueron escogidas por Irene. Ahora bien, ¿fue ella escogida por Peloplateado para estar de pie ante la ventana, o lo había escogido ella a él? Irene me vio, de eso estoy seguro, y sin embargo no hizo gesto alguno de... ni siquiera de incomodidad ante mi presencia.

Por lo tanto, se espera que la interrogue al respecto.

Destruir toda mi vida con una sola palabra si su respuesta es la que temo que será. Ella me arrastró al interior del carro de Paletilla, cuando yo tenía trece años y su fina mano salvaje se meneó dentro de mis calzones como las pinzas de un dentista fullero... Lo que ella quiere, lo toma, y yo he sido escogido. Si es o no así, debo preguntárselo.

Canción compuesta, y cantada, en su propia lengua, por Furia de Caballo mientras aseaba a las mulas; más tarde me dijo lo que significaba la letra, pero no estoy muy seguro respecto a algunos de los nombres:

Pequeña mula negra, pequeña mula roja,

nadie la libertad os ha dado nunca;

y la forma en que habéis sido hechas,

ni de orgulloso caballo, ni de honrado burro,

os estaba destinada antes de que nacierais.

Mi forma es la forma de Coranda Eala junto con Locb Orbsen:

el pantano virgen, amarillo todo en abril por la aulaga,

conformó mi pelo;

las anudadas raíces del endrino del bosque de Creag

penetraron bajo mi piel para retorcerse con los músculos de

mis lomos;

crujientes ramas de árbol junto al pozo de Brigid, de Tonagarraun

se han metido en todos los largos huesos;

los dos cisnes del rebosante río bajo el puente de Baile Chíair

volaron a las cuevas de mi cráneo para lucir en blancura detrás

de mis ojos.

Macho y hembra, los dos cisnes viven y se aman durante toda la vida.

No hay una tal promesa para mí y Copo de Nieve:

¿Quién puede decir cuándo nos separarán?

Pequeñas mulas, cuando me trajeron encadenado a este país libre,

¿pensaron acaso que rascaría por siempre vuestros cautivos pellejos?

Parte de una conversación entre Irene y yo, cuando llegó a casa, tarde por la noche, macilenta y temblorosa.

Le planteé la pregunta obvia.

Ella no intentó eludirla.

—Por supuesto que lo conocía. ¿Cómo es que tú no? Ha estado en la ciudad durante quince días completos. Nunca un bastardo secretista ha sido tan descarado en su secreto. ¿Por incompetencia o de modo deliberado? No lo sé. Mi conjetura es que quiere que la gente sepa que está aquí, pero no el motivo exacto.

—¿Conoces tú el motivo?

—Sí. Para enfrentar a los dos bandos y sacar provecho de la oposición. Lo cual significa que él pertenece a uno de los bandos, y que puede enfrentarlo con el otro para ventaja nuestra. Así que lo hice.

Esta era una observación astuta; pero ella no tenía aspecto astuto. A mi me daba la impresión de estar desesperada.

—¿Y en qué sentido es eso asunto nuestro?

Se volvió contra mí como si, de alguna forma, yo fuese culpable de que ella me hubiese metido dentro de esta maldita trampa.

—Es asunto tuyo porque te atraparon en la red cuando estabas en Éfeso. Mío, porque estoy aquí e intento ganarme la vida. Intento que nosotros nos ganemos la vida, maldito seas. ¿Cómo podemos conseguirlo cuando ellos está n haciendo picadillo en la plaza del mercado con la sangre y la carne de nuestro público? Ten un poco de sensatez.

Podría pensarse que fui yo quien se quejó a la guardia de caminos por la grosería del granjero en la calle. Pero no iba a ponerme a discutir. Por el contrario, traté de «tener un poco de sensatez».

—¿Por qué no nos marchamos a otra ciudad? Bueno, tal vez no era demasiado sensato...

—¡Mierda, muchacho!, ¿qué te hace pensar que hay alguna otra ciudad? Haz el trabajo por el que se te paga, encárgate de mis libros.

—¿Por el que se me paga? Me paga Peloplateado... —¿Era así? Ciertamente no me había pagado, aún no, en cualquier caso; y ahora que pensaba en ello, tampoco había visto nunca el color de la pecunia de Dulcera. Sin duda tenía asignado, en algún sitio, dinero que quedaba por cobrar. Me pregunto en qué departamento. Diría que aún se me adeuda...—¿me paga Peloplateado para que le informe sobre Armonía? ¿Debo hacerlo, pues, o arruinar eso tu taquilla?

Ahora si que su expresión era astuta, tan astuta y aguda como siempre.

—Oh, hazlo, por supuesto; pero no le transmitas una sola palabra de información hasta habérmela contado primero a mí.

—¿Por qué?

—Porque trabajas para mi, por eso, y tengo derecho a enterarme si está s haciendo trabajo extra para el gremio de algún otro cabrón despreciable. Lo digo en serio: ni una sola palabra.

Me quedé sentado muy quieto y la miré. No me gustaba decir esto, pero...

—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?

Ella respondió:

—Pon tu mano sobre mis pechos. —Y se abrió la túnica de forma que yo pudiese hacerlo—. Marfil, la mano, ponía aquí. —Aún estaba macilenta, pero ya no temblaba. El que temblaba era yo. Después de tantos años, y aún me estremecía—. Así —susurró ella.

Tenía dieciséis años cuando tomé esta gorda mano, que en esa época no era gorda, sino leve y nerviosa como un colibrí, y la posé aquí, de esta misma manera. ¿Has pensado en ello desde entonces? Por supuesto que no, él piensa sólo en su Jibia, y ahora ella no lo soportar. Por cierto, ¿es libre ya? Te lo mandé; ¿lo has hecho?

El gorro rojo de Jibia estaba en lo alto del armario de pared. Alcé los ojos hacia él e Irene lo vio. Por lo demás, no le di otra respuesta.

—Quédate inmóvil —me dijo—, siente mi pecho. En todos estos años, ¿qué he hecho para darte la impresión de que no puedes confiar en mí?

La réplica sincera habría sido «todo lo que has podido». Le di una insincera:

—Nada.

—Déjala ahí —dijo ella—. La pregunta, la pregunta, cojo lascivo, no la mano.

Mientras ella se cerraba el vestido, fui a buscar agua caliente y le preparé una bebida con miel y limón; la noche era fría. Ella me pidió que le añadiese vino. No había eludido la pregunta.

Aunque, según comprendí ahora, tampoco la había respondido.

Dos notificaciones colocadas encima del cartel de actuaciones en la taquilla del teatro.

¡ACTUACIONES SUSPENDIDAS HASTA NUEVA ORDEN DE LA ASAMBLEA PÚBLICA!

¡CARTA DE PRIVILEGIOS DE LA CIUDAD EN PELIGRO!

Habrá una asamblea pública en este auditorio a las seis de la mañana del sábado 4 de noviembre para tratar los temas de la erosión de las libertades civiles y la brutalidad de los guardias de caminos.

Oradores: destacadas personalidades políticas y comunitarias (los nombres serán anunciados).

Orador visitante del senado de la Urbe: M. Livio Druso.

Tribunos plebe:21 destacado luchador en favor de los derechos itálicos.

Asamblea organizada por el Comité de Defensa de los Derechos Civiles (CDDC) de las Murallas del Amor, especialmente formado.

¡No dejéis de asistir!

(Seguridad para la asamblea pública garantizada por el grupo voluntario de defensa del CDDC.)

Informe de Copo de Nieve a Irene a primera hora de la mañana siguiente al azotamiento:

Puesto que Furia de Caballo no acudió a mi lado en toda la noche, y debido al hombre de la plaza del mercado (oh, señora, vi su sangre, ¿y sabéis que le hicieron lo mismo a mi tío en Zaragoza?, lo azotaron hasta la muerte, señora, pero esa vez yo no lo vi), estaba asustada y, ¿qué podía hacer sino subir al templo y hablar de ello con Nuestra Señora? Oh, señora, todos los soldados... En la vieja ciudadela, antes de la entrada de la casa de Nuestra Señora, han alzado sus barracas y tiendas entre las murallas rotas de la ciudadela y está n bebiendo de las fuentes de Nuestra Señora.., incluso con la sangre roja de su milagro en el agua, y el templo está cerrado, la sacerdotisa tiene allí a un hombre velludo para que despida a la gente; él dijo que no se atreverán a violar el altar, pero la sacerdotisa y sus damas se han encerrado en el santuario, ¿y qué vamos a hacer nosotros?

Una proclama de la sede del municipio:

El consejo y los magistrados desean asegurarles a todos los residentes libres de las Murallas del Amor que han presentando las más urgentes protestas ante las autoridades militares pertinentes por la instalación, de la noche a la mañana, de una guarnición de infantería regular en la ciudadela, y los trastornos que esto les ha ocasionado a los adoradores del templo respetuosos de la ley.

El oficial al mando ha replicado asegurando que dicha acción ha sido emprendida sólo en interés de la seguridad, hasta que llegue el momento en que la ley y el orden puedan ser restituidos a manos de la policía municipal. No garantizar que la guardia de caminos vaya a ser trasladada fuera de la ciudad, como se le ha solicitado.

El consejo y los magistrados no pueden considerar esta declaración como enteramente satisfactoria, pero instan a todos los residentes a hacer todos los esfuerzos posibles por evitar los intentos, realizados por cuerpos no representativos, para crear desorden.

Puede celebrarse la anunciada asamblea pública que tendrá lugar el sábado en el teatro, con la condición de que se observen las siguientes condiciones:

a) No habrá en la asamblea guardia no autorizada de ningún grupo, excepto la designada por el edil.

b) Ningún destile o marcha preceder o seguir a la asamblea.

c) Los nombres de los oradores propuestos deber n ser aprobados por esta oficina.

A cualquier residente libre que se proponga armar a sus sirvientes, se le recuerda por la presente la ordenanza pública (jurisdicción interna de Murallas del Amor — No. IV BX) que prohíbe dicha práctica bajo las penas más severas. Las licencias justificadas por circunstancias especiales para suplicantes de buena fe, pueden obtenerse en esta oficina con la presentación del correspondiente documento.

Furia de Caballo a Irene:

Por supuesto que si la señora dice que no lleve mi lanza para la salvaguardia de nuestro carro y mulas y la de ella misma, tengo el derecho de no llevarla, pero la lanza tiene sus propias opiniones y tendrá un muy mal concepto de semejante decisión.

Irene a Marfil:

No estaré en la asamblea, o al menos no a la vista del público. Es un asunto de los itálicos, y todos saben que yo no soy itálica. Pero tú sí estar s allí. Escribe todo lo que oigas y veas. No serás la única moneda mellada presente, por supuesto; él quiere tu informe como control imparcial de un forastero sobre los informes de todos los demás, los cuales tendrán desviaciones de carácter local en uno u otro sentido. Yo lo leeré y te diré lo que debes incluir en el escrito definitivo que vas a enviarle. No te preocupes por mis razones ocultas, muchacho. Yo estoy al mando de esta gira y tú te encargas del trabajo administrativo, puedes creer en mi palabra cuando te digo que todo esto forma parte de ese trabajo. Por cierto, Jibia necesita tu ayuda: tiene un monólogo de Eurípides que le han pedido que declame en la asamblea.

Discusión entre Jibia y yo:

—¿Qué monólogo —grité yo—, quién te lo ha pedido, en qué demonios anda metida Irene? ¡Por Dios, este asunto no tiene absolutamente nada que ver con nosotros, podría ser muy peligroso!

Se comportó casi con tanto desdén como su preceptora del templo.

—Si tú eres un moneda mellada, por supuesto que tiene que ver contigo. No descuides informar a tus señores del nuevo atuendo que llevaré puesto.

—Te he preguntado qué monólogo, y por qué.

Ella cesó su enfurecedor paseo por la habitación, se sentó, y empezó a tratarme como algunas veces yo había visto al Cuervo tratarla a ella cuando mostraba un exceso de temperamento.

Una paciencia apenas controlada, y una mano crispada lista para golpear con fuerza en caso de que la paciencia no obtuviese respuesta. Hice lo posible por responder a esa paciencia.

—El de la diosa del amor en Hipólito22 —dijo con voz monótona—. La sacerdotisa se ha encerrado en el templo. Alguien tiene que hablar en nombre de Nuestra Señora. Hay soldados en esta ciudad, y la gente les tiene miedo; debemos recordarles que los soldados, a su vez, pueden... deben... tener miedo de la diosa. Copo de Nieve y Furia de Caballo tocar n tambores; Irene ha concedido en ello.

Una nota sobre los trajes escogidos por Irene y Jibia para el monólogo.

Trajes hechos por Copo de Nieve.

Borceguíes: justo por debajo de la rodilla, de fieltro verde botella con cordones y adornos dorados, suelas rojas de 4 dedos y medio de grosor.

Piernas: desnudas.

Traje: amarillo pálido con ribete de oro trenzado.

Recogido por un lado lo bastante como para que se vea el muslo.

Una manga blanca muy ahuecada, de linón (brazo izquierdo).

Pecho muy a la vista. Cinturón bordado, dedos de ancho, verde hierba, ribeteado con trenza de plata.

Manto: seda tornasolada verde azulado. Sobre los hombros y drapeada por encima del hombro izquierdo. Lo bastante larga como para que arrastre por el suelo en la parte de atrás. Salpicada toda ella de lentejuelas.

Máscara: dorada con labios y cejas azules. Expresión de inexorable poder (del material del teatro: una máscara de Apolo, modificada).

Peluca: dorado rojizo, 18 dedos de alto con dieciocho trenzas largas hasta la cintura. Disco de plata representando la luna llena en el centro de la frente.

Accesorios: lanza con punta dorada, dos alas (oro, plata, plumas blancas) hechas de cuero: también del teatro, del traje de Pegaso, modificadas.

Tiempo dedicado por Jibia para practicar pasos, gestos, monólogo, con los antedichos atavíos: tres horas.

Coste de persuadir al director de escena del teatro para que practicara el balanceo de Jibia colgada en el extremo de una grúa: dos horas de sueldo extra y una comida con bebida gratuita.

Coste de contratar los servicios del director de escena (y ayudantes) para el teatro durante la asamblea pública: nulo (los trabajadores ofrecen su trabajo voluntariamente como parte de un servicio comunitario).

El discurso de Eurípides según lo ensayó Jibia:

Yo soy Afrodita, de la costa de Chipre, alzándome para imperar en poder sobre todos los hombres mortales y hacer espléndida la inmortal carne de Dios. En toda esta tierra, desde el Oriente donde nace el sol a la lobreguez de Occidente que se encumbra cada noche desde la corriente oceánica, mi soberanía impulsa a criar a todas las criaturas vivientes bajo el enorme cielo. Yo les sonrío con júbilo y acaricio gentilmente hasta la vibrante calidez a dichas criaturas cuando me rinden reverencia. Pero al independiente altivo orgullo lo derribaré y hollaré.

A funesto sol o a llama de estrella,

os lo juro, no habéis de temer

ni la mitad que al dardo de Afrodita

que hace enloquecer el corazón humano:

lanzada desde la asesina mano de Amor,

severa hija del gran Dios de lo alto,

terror, terror, aquí llegaré,

para preparar el lecho de amor o la tumba,

veloz como la abeja que es portadora de dulzura

pero enloquece con su picadura a quienes se interponen en su paso:

directo y fiero volar su poder,

recto hacia el ojo más ciego...

Ahí lo tienes, ¿qué piensas? Marfil, no debes tocarme; estoy preparándome para llevar su máscara; yo seré, por así decirlo, ella.

No debes tocarme, no debes hablarme, a menos que sea para decirme con qué énfasis pronuncio los versos. Ya te he explicado el efecto que ella desea.

Vida de un republicano en tiempos de Sila y Cayo Mario
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