1.— A bordo del «Lady Ruth»

Una buena parte de lo que sucedió en Italia no puede ser escrito, al menos no exactamente como aconteció. Si estos documentos tienen que ser usados como prueba incriminatoria (¿y cómo puedo impedirlo, si eso es lo que Dios, o los dioses, o la diosa, etcétera, han determinado para mí? Toca madera, roza tu pene, cruza y recruza, heces y escoria, conjuro sin par líbranos de todo mal... todo eso otra vez, sí), entonces ser mejor que sirva como prueba contra mí y no contra buenos amigos. Así pues, quiero que entiendas que lo que voy a describir como sucedido, por ejemplo, en el lugar llamado las Murallas del Amor, es verdad que sucedió, aunque no todo en la misma ciudad, y no todo en el mismo orden de acontecimientos. Más o menos. Eso es lo importante, en todo caso. Quiero entrar en materia. Los capítulos anteriores pueden esperar. He tomado algunas notas para ellos. Una cosa más, sobre el viaje: hubo, por supuesto, mucho más que esto en el viaje, pero ahora es lo único que puedo recordar..., que quiero recordar...

El Cuervo no se había sentido satisfecho con el tratamiento que le había dado a mi Jibia, a su Jibia, a nuestra Jibia, cuando La Mancha llegó a Éfeso. Por eso viajó a Italia con nosotros y por eso lo veía cada día sentado en la popa del barco, el Lady Ruth de Jope (capitán Habacuc). Vestía su enorme capa negra de tragedia, la que siempre llevaba para representar a Ayax enloquecido, que estaba tinta en la sangre de las inocentes bestias que el héroe había asesinado en la creencia de que eran hombres. Se sentaba detrás del timonel, dirigiendo secretamente el barco en su lugar, su nariz ganchuda apuntando hacia delante, cambiando apenas a la derecha o la izquierda cada vez que cambiaba el viento, y cada vez que lo hacía el timonel se apoyaba en el timón y la proa del barco giraba hasta quedar en la misma línea. Oh, si, yo podía verlo. Nadie más podía.

Excepto quizá Jibia. Si lo veía, nunca lo mencionó. Pero sus ojos se volvían constantemente hacia popa cuando estaba sentada o paseaba con Irene por el combés. El timonel se sintió incómodo y expresó su queja ante el primer oficial, el cual se la hizo llegar al capitán. Este último habló conmigo. Las pasajeras no debían distraer al piloto; eso traería mala suerte a la travesía. Era un hombre curtido por los elementos, con un aceitoso pelo negro atado en una enredada coleta y un aro de oro en una oreja. Pensaba que Jibia estaba practicando juegos de seducción.

Yo no podía contarle la verdad.

—Los marinos somos gente rara, y la travesía de Brindisi resulta siempre difícil, con ráfagas que se nos echan encima, las rápidas naves piratas que acechan detrás de las islas. La joven es de tu propiedad, ¿no? Depende de ti el ser responsable. Si no, daré orden de que la confinen en la bodega hasta que lleguemos a puerto.

—Si quiere que me vaya abajo, me iré —dijo ella; y ahí quedó la cosa. De todas formas había decidido no hablar conmigo durante todo el viaje. Irene también me fastidiaba; no dejaba de hablar con Jibia respecto a una idea que tenía: que la gira italiana no debía consistir sólo en ella cantando, ejecutando sus danzas y sus monólogos eróticos (que era la idea original), sino que Jibia también debía actuar con ella en algo similar a lo que habían hecho para Roscio en la gala de La Mancha. Aquello, no dejaba de decirles yo, no nos había traído muy buena suerte, pero lo decía en vano. Durante estas conversaciones no quitaba la mano de debajo de la túnica.

Irene habló conmigo un día, en la cubierta de proa (El Cuervo parecía haber abandonado la popa por algún tiempo, así que podía relajarme, o pensaba que podía hacerlo).

—Marfil —dijo—, solías ser un muchacho tan agradable, tan recto y «preciso» a pesar de tus torpes modales... El comportamiento de una pierna que sale disparada en todas direcciones no tiene por qué ser copiado por tu mente, ¿sabes? Has permitido que esa moneda mellada te retuerza al norte, al sur y al centro. Ahora estás trabajando para mí, trabaja de acuerdo con mi negocio, y eso es todo lo claro que puedo ponértelo. Yo quiero esto, y te hablo de ello, y tú lo arreglas para mí; si yo cambio de opinión y decido que quiero aquello, entonces tú tomas nota de las nuevas circunstancias y te adaptas sin hacer aspavientos. Quiero que Jibia actúe conmigo en una o dos representaciones. Nos ofrecemos a los empresarios como combinación flexible y vemos qué les parece. Ella fue educada por un actor de tragedia..., deja ya de mirar al timonel, mírame a mi cuando te hablo, por favor..., y podría ser buena idea ver qué es capaz de hacer dentro de ese estilo, así como en el cómico-erótico. Es propiedad tuya, y te pagaré a ti lo que ella gane, de la forma habitual. Qué parte de ese dinero le des a ella es asunto tuyo; pero no veo ninguna razón para que eso tenga que plantearme ninguna dificultad a mí. ¿Entendido?

Vida de un republicano en tiempos de Sila y Cayo Mario
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml