43
MADRID 2006
—Cuando se abra la puerta del garaje pisa a fondo. No tienen la calle bloqueada pero te verán salir al doblar la esquina así que cuanto más rápido, más tardarán en cogernos. Tendré que ir en el asiento trasero, no tengo ganas de que me peguen un tiro, valgo menos que nada—indicó Beth con total tranquilidad.
—Ah!, pues estupendo, que me lo peguen a mí.
—Sólo quieren hablar contigo otra vez, quizás no sepan que estás conmigo.
—Por favor, Beth ¿no has dicho antes que nos localizarían por el móvil?
—Sí, pero han tardado muy poco. Alberto a lo mejor...
—Espero que no.
Estaba perdiendo las riendas, si no las había perdido ya tiempo atrás y parecía que el caballo no se pararía por mucho que él se empeñara y encima sus amigos estaban cayendo en una red que él no había tejido.
Metió primera y descargó los caballos que aquella maravilla de la ingeniería tenía. Tal y como predijo Beth, uno de los hombres apostados en el portal, les vio. Pero como tantas otras veces, las genialidades de eso que se llama el ser humano, concretadas en forma de todoterreno, se neutralizan por algo más banal, absurdo, sin sentido ni explicación ninguna. El caótico tráfico de Madrid, por mucho Porsche que llevara, inutilizaba cualquier idea o intento por desplazarse a una velocidad superior a la de una amable viejecita volviendo de hacer la compra.
—Hay que salir cuanto antes a la M30—dijo confiado.
—Por favor, Jaime. Acelera, acelera como no lo has hecho en tu vida, métete en dirección contraria, pero hazlo. Los tenemos pegados. ¡Vamos, vamos!
La calle Alcalá a la altura de Goya, estaba como siempre, atascada. Los dos coches se acercaban rápidamente, haciendo eses entre el resto de vehículos y recibiendo todas las lindezas por parte del resto de conductores que una situación así se merece. Jaime los controlaba por el retrovisor. El embotellamiento no les permitía acercarse todo lo querían, aunque eso no le era suficiente porque si querían llegar a la estación tenían que despistarles por completo. Pero aquellos tenían más experiencia y con un volantazo invadieron el sentido contrario y avanzaron a gran velocidad, acercándose rápidamente. Pero quizás no contaban con el miedo del adversario, esa cualidad que hace poderoso al más débil. Por el espejo del conductor, Núñez sintió el reflejo de algo metálico, alargado. Podía ser una agenda electrónica, un móvil, el envoltorio de una chocolatina o cualquier otro objeto. Pero a él, no le pareció nada de eso. Una pistola, un rifle o un bazoka, le daba igual, aquello era un arma, y no tenía ninguna intención de esperar a saber que iban a hacer con él. Primera, volante hacía la izquierda y se incorporó al otro sentido. Sin duda esto sería portada mañana en cualquier suplemento local.
—Pobre Alberto, la de multas que va a tener que pagar.
—No te preocupes por eso ahora—respondió Beth desde el asiento de atrás.
El cruce de la plaza de Manuel Becerra estaba imposible, gracias en parte al excelente trabajo de los agentes de movilidad del ayuntamiento que atraían, como la miel a las moscas, los atascos.
Tocó el claxon todas las veces que pudo y vio un hueco entre un coche de bomberos que volvía al parque central y dos hormigoneras. Si conseguía pasar, tal vez sus perseguidores quedarían atrapados. Aceleró, reventó dos espejos retrovisores de sendos taxis y obligó a dos agentes a ir al suelo para salvar el pescuezo. Pasó. Sin embargo sus amigos también.
—Esto tiene que ser una pesadilla—pensó
Y no lo decía porque hubieran superado al coche de bomberos. Un motorista, todo vestido de negro, excepto el casco, blanco impoluto, hizo acto de presencia. Pudo ver como se acercaba a lo lejos, a todo gas, sorteando coches como un bolo que no quiere ser derribado. Se situó a la altura del segundo Ford y, haciendo gala de una conducción extraordinaria, introdujo su mano en la cazadora de cuero y sacando un tipo de escopeta que Núñez no pudo clasificar, descerrajó un tiro en la rueda trasera del coche que derrapó y dio dos vueltas antes de estrellarse contra la puerta de la estación de bomberos.
—No sé quién eres pero gracias. Esto empieza a estar más igualado—pensaba Núñez mientras enfilaba la plaza de toros—. Ya estamos cerca de la autopista, Beth.
El motorista misterioso se puso entre ambos coches. Jake y Williams sorprendidos por su aparición intentaban adelantarlo sin éxito. El primero intentó solucionar la situación por la vía rápida y disparó a la moto. Falló. Pero parecía que ésta esperaba algo y permaneció a tiro con rápidos y cortos cambios de dirección hasta que llegaron a Ventas. Al llegar a la raqueta, frenó bruscamente, obligó al Mondeo a hacer lo mismo para evitarle, pero con su mayor inercia superó por la derecha a la motocicleta y en un abrir y cerrar de ojos, el misterioso caballero andante, le reventó las dos ruedas traseras.
—Eres un fenómeno tío—agradeció Jaime.
Una vez parado en el semáforo, en la misma incorporación a la autopista, la moto se puso a la altura de Jaime y Beth. Una nueva sorpresa para continuar la jornada.
—Sigue a la estación, no te preocupes, la policía no te seguirá, las cámaras no funcionan. Hazme caso, no te fíes ni de tu sombra—aquella voz, familiar y perfectamente reconocible, terminaba por derrumbar los pocos cimientos que quedaban en pie en la vida de Núñez.
—No me jodas...—dijo mientras pensaba porque no prefirió dar una vuelta al mundo en lugar de volver a su pequeño barrio madrileño el día que lo despidieron con tres millones de dólares en el bolsillo.