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MADRID, 2006

Salió a la calle aturdido, entre la sorpresa y el miedo, al fin y al cabo no era más que un simple científico, el cine de espías le quedaba muy lejos y sus deudas con la justicia no iban más allá de una multa por no pagar la contribución. Necesitaba tiempo y tranquilidad para analizar lo que había en el sobre. Era una persona de ideas brillantes y rápidas pero muchas veces equivocadas, lo que para él siempre tenía ventajas, aunque para otros como Jones, mucho más reflexiva, sólo eran inconvenientes. Muchas buenas ideas y una genial es mejor que sólo una, decía él. Una sola buena idea es un ahorro de energía, respondía ella. El problema era que la idea que se le ocurrió nada más ver el contenido del sobre no le gustaba nada, principalmente porque las iba a pasar canutas en los próximos días si la teoría se convertía en realidad. Algunos otros también iban a tener serios problemas para seguir respirando, pero su cuello estaba el primero en la lista.

—Ahora sí que me sigue medio planeta—pensaba mientras confundía a cualquier señora con un agente del KGB—. ¿Por qué cojones tiene que pasarme esto a mí?

En el fondo tenía mucho que perder, olvidado ya el trauma de la muerte de su familia y sin una novia ni nada que se le pareciera a la vista, dinero, amigos y ninguna responsabilidad eran sus bienes más preciados.

Al llegar a casa subió por las escaleras. Lo había visto en alguna película de espías y pensó ponerlo en práctica para la ocasión, y aunque trataba de tomarlo con humor, tenía los nervios a flor de piel. Al abrir la puerta se le vino el mundo encima y, concretamente, un tipo gordo y grande que le agarró sin contemplaciones por la espalda, retorció su mano derecha noventa grados y le tapó la boca con la otra. Intentó defenderse pero las posibilidades eran nulas así que decidió guardar las fuerzas para mejor ocasión.

Esperaba que lo matara o le pegara un golpe de esos que se recuerdan toda la vida, pero le condujo al salón de forma bastante amable dadas las circunstancias.

Dos tipos, con corte de pelo militar le esperaban en su sofá junto al premio gordo del día. Jones.

—Señor Núñez, le ruego disculpe este pequeño asalto. Espero que mi amigo Jake, no le haya hecho daño. No es nuestra intención incomodarle...

—Pues se está luciendo—interrumpió Jaime mientras se soltaba de un empujón de su amigo Jake.

—Mi nombre es Williams, Comandante Eugene Williams, pertenezco a una Agencia de seguridad norteamericana...

—Puede llamarla CIA, veo la televisión—interrumpió otra vez.

—Me parece muy bien, pensaba que ustedes los científicos no veían la caja tonta. Bien, él es nuestro agregado en España—dijo señalando a un trajeado señor con el pelo engominado y gafas de sol—me permitirá que no le diga su nombre. Y creo que ya conoce a la señorita Jones.

—Nunca dejarás de sorprenderme, bonita. ¿No te llegaba el sueldo que te buscaste ingresos gubernamentales? Y qué, seguro que sabes quién mató a Kennedy. Tienes que decírmelo, por favor, sabes que las conspiraciones me encantan.

—No sabes de qué estás hablando. El viejo anda en negocios sucios, lo sabes, o al menos lo sospechas como muchos de los que allí trabajamos.

Su voz sonaba sincera pero su rostro trataba de decirle algo.

—No me digas. ¿Y te ofreciste tú o te buscaron ellos?

—Señor Núñez, entiendo su malestar pero Elizabeth no ha hecho nada malo. La formamos para trabajar allí y no salió mal, ¿verdad? Tenía madera para ello.

—¿Desde el principio? Vaya, vaya yo pensaba que ustedes los espías no tenían paciencia, pero veo que sí. Y, ¿decías que Cooley iba a provocar el fin del mundo? Por cierto, yo creo que tampoco llegamos a la Luna, fue un montaje para ganar a los soviéticos, ¿tú sabes algo?

—Qué capullo eres. Estás al tanto, tan bien como yo, de que no sabemos a qué nos dedicamos durante todos estos años—contestó una acalorada Beth.

—Señor Núñez, lo que queremos decirle es que nos ayude a encontrar el motivo de su labor durante tantos años. Hágalo por usted.

—¡Qué cabrón! es bueno este tipo—pensó Jaime observando a Jake y su nuevo cambio de look desde el incidente del metro—. Pues ya me diréis que queréis que os cuente.

—Información, datos, sospechas, lo que sea.

—Pues le repito que no sé nada. Teniendo a quien tienen en su equipo sabrán casi todo de todo a lo que nos dedicábamos. No dispongo de nada más que ofrecer.

Mentía, pero se sentía orgulloso, estaba seguro de que no se le notaba.

—Miente.

—¿Perdón?

—Miente.

—No—respondió acusando el golpe.

—Déjeme que se lo explique mejor. Obviamente no somos los únicos que estamos detrás de su antiguo jefe. Hay otras agencias y otros países dedicando muchas horas a esto. Probablemente nos estén grabando incluso. Pero, tenga claro un par de cosas, tiene mucha suerte de que sea con nosotros con quien esté sentado. Generalmente cuidamos a nuestros amigos como usted, al estilo occidental, ya sabe, respeto a sus derechos y tal. Créame nuestros perseguidores no son así. ¿Recuerda a su compañero Higgins?

—Debe estar pegándose unas buenas vacaciones. Siempre quiso ir a Egipto.

—No pasó de México, estuvo en Tijuana y allí se quedó para siempre. Murió a golpes y luego lo dejaron en un cuarto pudriéndose mientras se lo comían las ratas. Quienes le interrogaron siguieron otros métodos. Nosotros también los conocemos pero preferimos preguntar primero y luego valorar otras opciones—dijo mientras a Jaime se le abría la boca del susto—. Tranquilo, no se preocupe, no tenemos intención de matarle.

—Se lo agradezco, de verdad, tengo bastante apego a mí vida No es por no colaborar, pero no sé nada que no les haya contado ella. Beth buscaba nuevos fármacos a la carta en función de lo que Cooley y su hijo le pedían. Higgins y yo buceábamos en las muestras de ADN que nos pasaban. Él buscaba como podrían combinarse sin necesidad de secuenciarlas todas seguidas y yo trataba de localizar originalidades, rarezas, singularidades, ya sabe.

—¿Y encontró muchas?

—Sí, claro, encontré bastantes. Solamente continué con mí teoría sobre el ADN basura. Yo creo que se reduce a un porcentaje infinitesimal, quizás unos pocos pares de bases que arrastramos durante la evolución, nada más. El resto es útil, lo que no quiere decir que todo codifique para proteínas. Y creo que tengo razón, es más, hay secuencias que funcionan como señalizadores unas veces y otras codifican para sus propios aminoácidos. Es muy curioso. Al menos para mí. Quizás les estoy aburriendo.

—No, ni mucho menos, tengo cierta formación en ciencias, no como la suya pero entiendo lo que dice. Siga por favor.

—No tengo más que decir, de verdad, a eso me dediqué casi nueve años. Encontramos muchas secuencias repetidas, esto me sorprendió y generamos algunos patrones para encontrarlas y reproducirlas. No lo teníamos muy claro pero muchas de estas secuencias eran para proteínas similares a las enzimas que participan en la síntesis de hemoglobina. Repito, simples curiosidades científicas, al común de los mortales les importa un pijo este tipo de cosas.

—¿Nunca se preguntó para que servían esos descubrimientos?

—Pues la verdad, no. Me pagaban estupendamente, como a un ejecutivo de una petrolera, mi trabajo era interesante y claro que me hubiera gustado conocer que se hacía con él, pero la verdad me sentía bien así. Siempre nos pareció raro pero bueno, era él el que ponía la pasta y tenía derecho a gastarlo como quisiera.

—¿Sabe que Cooley fue un oficial nazi?

Nuevo puñetazo. No ganaba para golpes durante esa mañana. Y éste era bastante fuerte, su descabellada teoría alumbrada en la taberna más destartalada de Madrid comenzaba a no serlo tanto.

—No, no lo sabía, siempre se rumoreaba en la prensa sobre su origen europeo pero nada más. ¿Tú lo sabías?—preguntó a Jones.

—Sí, ese era el motivo de mí infiltración.

Sus ojos volvían a decir lo contrario y miraba fijamente a Jaime.

—Recibió un sobre ayer sobre las doce del mediodía. Procedía de Estados Unidos. ¿Qué contenía?

Menuda pregunta. Se dio cuenta de que no estaba preparado para los juegos de espías. ¿Qué podía contestar? Dijera lo que dijera se iba a meter en un buen lío, además no sabía quién era el tipo que tenía delante. Durante unas décimas de segundo que parecieron minutos miró a sus interlocutores. El hombre engominado no decía nada, sólo parecía tomar nota de todos los gestos, no únicamente de los suyos sino también de sus agentes, aparentaba llevar muchos años sentado en sillón pidiendo café a su secretaria y atendiendo a reuniones estúpidas. De Jake, su aspecto lo decía todo. Williams, sin embargo, le ofrecía confianza, estaba seguro de sí mismo y eso le gustaba. Agente norteamericano decía, pero si lo que creía era cierto, donde mejor estaba su teoría era en el fondo del mar, en una caja de plomo, donde ningún gobierno lo encontrara jamás. En cuanto a Jones, su mirada le perturbaba constantemente, no sabía lo que quería decirle pero algo había que no iba bien. Se disponía a cantar como un pajarillo cuando los ojos de Beth volvieron a cruzarse con los suyos, así que haciendo uso de la vieja teoría de la boca, las moscas y los portaaviones, decidió cambiar de discurso.

—Está en la basura. Lo tiré ayer a la salida del metro, cuando aquí, su amigo el marine y otro tipo me seguían. No contenía nada en especial. Hace un mes compré una agenda electrónica por Internet, a una tienda de California. Era su catálogo nuevo.

En su cabeza, esta trola chirriaba por todos sus vértices, pero parecía que había confundido a Williams. Éste no esperaba una respuesta así y parecía desorientado.

—¿Está seguro de lo que acaba de decir? Es muy fácil de comprobar si miente.

—Compruébelo si quiere, seguro que no le costará mucho. Son la CIA, ¿no?

La mirada de Jones había pasado del nerviosismo a una calma tensa, parecía decir que habían ganado tiempo, aunque Jaime seguía sin entender nada.

—Señores, aquí no tenemos nada más que hacer entonces. Le llamaremos alguna vez, sin duda. Esté localizable, se lo agradeceríamos—dijo un Williams pensativo al estrechar la mano de Jaime.

—Aquí estaré. Bueno Beth, ya me contarás como es eso de ser un 007. Siempre te gustó mucho más Moore que Connery, ¿verdad?

—Gilipollas.