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MADRID, 2006
La puerta del salón se abrió, y de nuevo el batín tipo Hércules Poirot en Asesinato en el Orient Express hizo acto de presencia junto con su vasito de leche caliente.
—Como comprenderéis he estado escuchando atentamente desde mí habitación—dijo mirando a Jaime e intercambiando una sonrisa con él.
—No esperaba menos de ti.
—Como corresponde, aprendí a escuchar cuando mi mujer se levantaba por las noches para hablar con sus amantes. Si os contara la de posibilidades sexuales que están por ahí escondidas y que yo nunca caté, os sorprenderíais. Recuerdo una vez, que hablaba con un sudamericano y decían algo sobre...
—Alberto, por favor, la del sudamericano no. Que son las cuatro de la mañana. ¿Sólo te has levantado para esto?
—Decía, y no me interrumpas, que una vez que la guarra de mí ex, hablaba con un chico, aunque a lo mejor es mucho suponer que era un chico, y por lo visto debía ser un superman porque ella no era su única amante, estaba yo escuchando. El caso es que el muchacho estaba en la cornisa de una ventana intentando escapar, como en la canción de Barricada, de otro marido cornudo. ¿No los conoces?—preguntó a Beth que no salía de su asombro—. No te preocupes, luego te dejo un disco. Sabina tiene otra canción parecida, esa seguro que la has escuchado.
—Es americana, Alberto.
—Y qué, yo me lo bajo de Internet y supongo que allí también hay. Bueno, el caso es que mi ex le comentaba que si el tonto de su marido, ése era yo, hubiera mirado más de una vez por la ventana se hubiera encontrado con muchos spiderman en la fachada.
—¿Y?—preguntaron al unísono.
—Pues veréis, desde que empecé a escuchar la divertida historia en la que te ha metido una diabólica mujer, no es nada personal guapa,—espetó a Jones que seguía sin liberarse de su cara de estupefacción— he creído que era conveniente mirar por la ventana, por si las moscas.
En ese momento, se levantó y cogió el vaso de leche. Dio un sorbo y mojó una galleta María.
—¡¿Y?!— gritaron mientras Aguilera se limpiaba las migas.
—Pues veréis, debéis ser gente importante porque en cada una de las esquinas tenéis un coche, estuvieron con las luces encendidas un rato, pero las han apagado. Cuando lo de mí ex, me compré unas gafas de visión nocturna, no penséis mal, eran para espiarla por supuesto. Las mejores, no escatimé en gastos, las llevan unos americanos, la Delta Force, salen en las películas. Hay dos personas en cada coche, y todas tienen pinta de guiris. Los de aquella esquina son moros o lo parecen. Seguro. Los de aquí no lo sé, la verdad. También había una moto, pero desapareció hace una media hora más o menos.
Jaime empezó a ponerse nervioso y el efecto de la cerveza huyó rápidamente. Esto se estaba saliendo de madre e iba de mal en peor, cada minuto que pasaba un invitado nuevo aparecía y ninguno traía la tarta. A pesar de todo seguía tomándose las cosas con humor.
—Sólo faltan los hermanos Marx. ¿Y ahora qué 007? ¿Alguna idea? Maldita sea, ¿quién es toda esa gente?
—El coche que tenemos más cerca es nuestro. Supongo que serán Williams y Jake, o a lo mejor el comandante lo está siguiendo desde el hotel. En cuanto a los moros, no lo sé. Pueden ser de cualquier sitio.
—Estupendo, encima no sé a qué embajada tendrán que ir mis herederos a reclamar daños y perjuicios, tócate las narices. ¿Y cómo salimos de aquí, eh?
—No lo sé, Jaime, no puedo pensar.
—¡¿Cómo que no puedes pensar?! No dudaste tanto cuando me enviaste el sobre, joder. Esto ya no me hace ninguna gracia. Voy a llamar a la policía y me apañaré con ellos—dijo mientras descolgaba el teléfono.
Sin embargo, su siempre expresivo rostro se congeló en ese momento.
—No hay línea.
—La habrán cortado ellos. Es muy fácil, ahora todas son digitales, sólo necesitan un ordenador.
—¿No me digas? Dame tu móvil, Alberto.
—Sabes que no tengo.
—¡Mierda! ¿Beth?
—El mío está conectado con ellos, no necesitan ni posicionar el satélite para escuchar lo que digamos. Si llamamos a la poli entrarán en un minuto. ¿Este edificio tiene garaje?
—Sí, podéis usar mi coche si queréis.
—Vamos hombre, digo yo que esto ya lo habrán pensado ellos, sabrán hasta el número de tu matrícula.
—No creas, no tienen porque saber que estamos acompañados—contestó Jones—. Al menos, nosotros sólo hemos traído un equipo. Quizás haya una persona en el garaje, pero podemos coger otro coche y que conduzca Alberto.
—No le metas a él también.
—Ey, ey, Jaime, yo me meto donde haga falta. Aunque no me gusta ninguna idea que salga de una mujer, por supuesto os acompaño. Me voy a cambiar.
Núñez se pellizcó para intentar despertar de lo que se estaba convirtiendo, demasiado deprisa, en una pesadilla.
—Escúchame, Beth. Te juro por Dios, que si le pasa algo a él o a cualquier otra persona que conozca, te la cobraré todo lo cara que pueda. Por éstas. Estoy muy harto de todo esto. Yo no soy ni espía, ni madero, ni nada de nada.
—Lo siento de verdad, creo que mereces...
—Bueno, ¿nos vamos?—interrumpió Aguilera.
Botas negras, pantalón vaquero negro, gorro de lana negro y jersey de cuello alto, por supuesto negro, le daban un aspecto a medio camino entre un deshollinador y un dandi trasnochado.
—Joder, Alberto, que discreto por Dios—concluyó Jaime.
Bajaron por el ascensor y llegaron al garaje.
—Lo mejor será ir en el todoterreno, cabréis sin problemas en el maletero.
Se dirigieron a la plaza número siete, no porque estuviera así numerada sino porque era su séptima plaza en propiedad en aquel garaje, aunque sólo utilizaba una. Para guardar el Porsche Cayenne blanco que había comprado el verano pasado. El resto, incluyendo Mercedes y BMW, más los que su ex se había quedado, los aparcaba en la calle haciendo las delicias de los niños del barrio.
—¿Y cuánto dices que te costó este bicho? Tengo unos ahorros que me traje de América, como Colón.
—Primero, procura no acabar en una cuneta—respondió Aguilera con tono paternal—. Luego yo mismo te llevaré al concesionario.
Jones, y Jaime se acomodaron en el amplísimo maletero del coche.
—Te veo muy tranquila, guapa. Parece que no es la primera vez que haces esto.
—Ya te he dicho que llevo muchos años con mi segunda actividad. Tranquilo, saldremos de esta.
—Eso espero.
Alberto arrancó y accionó el mando a distancia. Núñez temblaba por dentro aunque no permitía que su compañera lo viera, recurriendo a aquello tan hispano de comportarse como un macho ibérico. Sin embargo, los cien metros que recorrieron entre la puerta y la salida a la calle Alcalá se le hicieron eternos pensando que alguien pararía el coche y los ametrallaría sin piedad.
—Creo que ya estamos a salvo. El del coche de la primera esquina me ha mirado un buen rato pero no deben de tener mi foto en sus archivos. Ya sabéis, sólo soy una piltrafilla la mitad de rico de lo que pudiera haber sido si no es por aquella perra que conocí en el....
—Por favor, déjalo ya. No creo que a ella le interese—interrumpió Jaime—. ¿Dónde vamos?
—Tengo un apartamento en la calle Velázquez, ya sabes para limpiar alguna factura, no todo van a ser coches caros. También tiene acceso por el garaje, os dejaré el Porsche. Allí tengo otro.