24

« Él no les debe nada a los dioses, me lo debe a mí. Pero juro que éste es el último favor que os hago. Lo he dormido, no perdamos tiempo».

Ashlyn se quedó helada al oír la voz de Anya en su mente. «No, todavía no», gimió su cuerpo. «Necesito pasar más tiempo con él».

«Tú eliges, chica. Yo me despido».

Y lo hizo. La vibración de Anya se disipó, y la habitación se quedó vacía.

Temblando, Ashlyn se levantó y salió sigilosamente de la habitación. No quería separarse de Maddox, pero no podía perder aquella oportunidad.

—Es lo mejor —iba diciendo—. Él no va a morir otra vez, porque yo puedo salvarlo.

Durante quince minutos, vagó por los pasillos del castillo, llamando a las puertas de los dormitorios. Nadie respondía. Ni siquiera Danika. Finalmente, encontró a uno de los inmortales. El ángel del pelo plateado que la había sacado de la habitación de Danika y la había escondido en otra. Torin. Enfermedad. Se hallaba tendido en una cama, con una toalla enroscada al cuello. Estaba muy pálido y había adelgazado, y su expresión era de sufrimiento. A pesar de su evidente sufrimiento, respiraba acompasadamente.

Ella no lo despertó. Se acercó a un lado de la cama y dijo:

—Ojalá pudiera tocarte, tomarte la mano y darte las gracias por esconderme aquel día. Pude encontrar a Maddox y abrazarlo aquella noche.

Él abrió los ojos.

Asombrada, ella dio un salto hacia atrás. Sus miradas se encontraron, y Ashlyn se relajó. En sus ojos verdes sólo había bondad, y ella pensó que quizá le habría dado la bienvenida al castillo si hubiera podido.

—Espero que mejores muy pronto, Torin.

Quizá él asintiera, pero era difícil saberlo.

Después, Ashlyn siguió con su búsqueda.

Por fin encontró a un grupo de inmortales. El corazón se le aceleró mientras los observaba sin que ellos se dieran cuenta. Estaban haciendo ejercicio. Hacía flexiones, abdominales, levantamientos de pesas... Reyes estaba golpeando con saña un saco de boxeo. El sudor le resbalaba por el pecho, mezclado con gotas de sangre.

Él era el que sujetaba la espada cada noche. Ashlyn intentó no odiarlo por ello.

—Ejem —tosió, y consiguió la atención de todo el mundo.

Todos se detuvieron y la miraron. Unos cuantos entrecerraron los ojos. Ella alzó la barbilla.

—Necesito hablar con vosotros —informó a Reyes y a Lucien.

Reyes siguió golpeando.

—Si has venido a intentar convencemos de que no matemos a Maddox esta noche, ahórrate el esfuerzo.

—Yo te escucharé, cariño —se ofreció el más alto del grupo, el que se llamaba Paris. Ojos azules, piel blanca, pelo castaño... Puro sexo, según le había dicho Maddox, y ella lo creía. Las palabras estaban destinadas a que ella- no se acercara a aquel inmortal en cuestión.

—Cállate —advirtió Lucien a su amigo—. Si te oye Maddox, irá por ti.

Un hombre con el pelo azul se dirigió a ella.

—¿Quieres que los bese por ti?

¿Que si quería que los besara? Ashlyn sólo lo había visto una vez, después de que estallara la bomba, pero no le había parecido que fuera muy cariñoso; más bien, le parecía que quería matarlos.

Reyes gruñó.

—Cállate, Gideon. Y no intentes engatusarla. Está ocupada. Yo tendría que hacerte daño.

—Detestaría verte intentándolo —dijo el otro hombre con una sonrisa.

Ella parpadeó. Era muy raro. Sus palabras decían una cosa, pero su tono de voz decía otro. Bueno, no tenía importancia.

—Tienes razón —dijo a Reyes—. No quiero que matéis a Maddox esta noche. Quiero que... me matéis a mí en su lugar.

Aquello captó la atención de todo el mundo. Dejaron lo que estaban haciendo y la miraron.

—¿Qué has dicho? —preguntó Reyes, quitándose el sudor de la frente.

—Las maldiciones se rompen con un sacrificio — explicó ella— Preferiblemente, con el sacrificio de uno mismo. Si me sacrifico muriendo en lugar de Maddox, su maldición terminará.

Silencio.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lucien—. ¿Y si no funciona? ¿Y si la maldición de Maddox no se rompe y tú mueres para nada?

—Al menos, lo habré intentado. Pero, eh... una alta autoridad me ha asegurado que esto funcionaría.

—¿Los dioses?

Ella asintió. Bueno, Anya nunca le había verificado aquel detalle. Ashlyn lo había dado por hecho.

De nuevo, silencio.

—¿Y tú estás dispuesta a hacer eso por Violencia? —preguntó París con una mirada de incredulidad.

—Sí —respondió Ashlyn. Pensar en el dolor que tendría que soportar la asustó, pero no vaciló en la respuesta.

—Yo lo apuñalo seis veces en el estómago —le recordó Reyes—. Eso significa que tendría que hacerte lo mismo a ti.

—Lo sé —dijo ella suavemente, y se miró los pies—. Lo veo en tú cabeza todos los días, y lo revivo todas las noches.

—Digamos que se rompe la maldición —dijo Lucien—. Lo habrás condenado a pasar la vida sin ti.

—Yo prefiero que viva sin mí a que muera todas las noches conmigo a su lado. Sufre demasiado, y no puedo permitirlo.

—Sacrificio —repitió Reyes—. A mí me parece ridículo.

Ashlyn alzó la barbilla y usó el mismo razonamiento que había usado con ella la diosa.

—Mira los cuentos de hadas. Las reinas egoístas siempre mueren, y las princesas buenas ganan.

Reyes resopló.

—Como tú bien has dicho, son cuentos de hadas — no se dejaba convencer fácilmente.

—¿Y los cuentos no están basados en la realidad? Se supone que vosotros mismos no sois más que un mito. La caja de Pandora es un cuento que los padres leen a sus hijos por las noches —dijo ella—. Eso significa que la vida misma es un cuento. Al igual que hacen sus personajes, nosotros vivimos, amamos y buscamos siempre un final feliz.

Todos siguieron mirándola con una expresión indescifrable en la mirada. ¿Quizá admiración? Pasaron unos minutos. Ella había tomado la decisión, y si tenía que apuñalarse a sí misma, lo haría.

—Está bien —dijo Lucien, y la dejó asombrada—. Lo haremos.

—¡Lucien! —exclamó Reyes.

—Esto también nos liberaría a nosotros, Reyes. Podremos salir del castillo para más de un día. Podríamos viajar si quisiéramos. Podríamos marcharnos cuando quisiéramos estar solos.

Reyes abrió la boca, pero después la cerró.

—Si hacemos esto, quizá recibamos una maldición mayor. Quizá los dioses nos castiguen más por desafiar su voluntad.

—Por Maddox y por la libertad, ¿no merece la pena intentarlo?

—A Maddox no le va a gustar —dijo Reyes—. Creo... creo que preferiría tener a la humana.

Aquel comentario satisfizo a Ashlyn, pero no se dejó convencer. No podía permitir que Maddox siguiera sufriendo noche tras noche sabiendo que podía hacer algo por evitarlo. Él ya había pagado por sus crímenes con intereses incluidos.

«Ojo por ojo», pensó. Maddox le había dado la paz. Ella haría lo mismo por él.

—Algunas veces, lo que queremos no es lo que necesitamos —dijo Lucien. En su voz había un deje de nostalgia. ¿Qué podría querer y no necesitar aquel hombre?

—Está bien —dijo Reyes finalmente.

—Esta noche —insistió Ashlyn—. Tiene que ser esta noche —ella no quería que Maddox tuviera que sufrir más, y tampoco quería arriesgarse a cambiar de opinión—. Sólo quisiera... poder pasar con él todo el tiempo posible, ¿de acuerdo?

Los dos hombres asintieron con gravedad.

Maddox se ocupó de las necesidades de Ashlyn durante el resto del día. Comieron juntos, y él amó su cuerpo tantas veces que perdió la cuenta. Le habló de sus planes para pasar la vida juntos. Le dijo que su nuevo trabajo podría ser el de ayudar a los guerreros a encontrar la caja de Pandora, si lo deseaba. Le dijo que se casarían y pasarían todo el tiempo junto, si ella lo deseaba. Le dijo que buscarían la manera de evitar que ella envejeciera para poder vivir unidos durante toda la eternidad, si ella lo deseaba. Podrían leer juntos sus novelas románticas, si ella lo quería.

Ashlyn se rió con él, bromeó con él, pero también sentía una desesperación silenciosa que se notaba en su rostro, y que Maddox no entendía. Era tristeza. Él no la presionó, tenían tiempo. Por una vez, consideró al tiempo como un amigo. Ella no podía saber que lo había domesticado, que también había domado al espíritu y que, a partir de entonces, los dos existían para complacerla.

— ¿Qué te ocurre, mi amor? —preguntó él—. Dímelo y lo solucionaré.

—Es casi medianoche —respondió Ashlyn, temblando.

Ah. Maddox lo entendió. La miró; estaban sentados al borde de la cama, y él le tomó la mano. La luz de la luna iluminaba sus preciosos rasgos, iluminaba la preocupación que había en sus ojos.

—Estaré bien.

—Lo sé.

—Apenas duele, te lo prometo.

Ella emitió una suave carcajada.

—Mentiroso.

Su risa le produjo una agradable calidez.

—Quiero que esta noche te quedes en otra habitación.

Ashlyn negó con la cabeza.

—Voy a quedarme contigo.

Maddox suspiró al notar la decisión de su tono de voz.

—Está bien.

Él no se permitiría ni una reacción al acuchillamiento. No haría un ruido, no movería un músculo. Moriría con una sonrisa en la cara.

—Haremos...

En aquel momento, Reyes y Lucien entraron en la habitación, con el semblante muy grave. Él quiso saber por qué, pero decidió no preguntárselo delante de Ashlyn. No había ningún motivo para preocuparla más en aquel momento, estaba a punto de ver cómo lo asesinaban.

Maddox le dio un beso rápido en los labios y Ashlyn lo retuvo para que no se separara de ella. Le devolvió un beso fiero, casi desesperado. Él se permitió unos momentos más. Cuánto quería a aquella mujer...

—Terminaremos esto mañana —dijo él.

Mañana... Apenas podía esperar.

Se tumbó sobre la cama y se acercó al cabecero. Reyes le esposó las muñecas y Lucien los tobillos.

—Al menos, date la vuelta cuando empiecen —pidió a Ashlyn.

Ella sonrió con tristeza y se arrodilló a su lado. Le acarició la mejilla con suavidad.

—Sabes que te quiero.

—Sí —respondió Maddox. Nunca había estado tan contento por nada en toda su vida. Aquella mujer era su milagro—. Y tú sabes que yo te querré para siempre, y después también.

—Escucha, Maddox... No culpes a nadie más que a mí por esto, ¿de acuerdo? Tú ya has sufrido suficiente, demasiado, y como yo soy la mujer que te quiere, me toca salvarte. Tienes que saber que lo hago voluntariamente, porque eres más importante para mí que mi propia vida.

Volvió a besarlo, brevemente en aquella ocasión, y se puso en pie. Se volvió hacia Lucien y Reyes.

—Estoy lista.

Maddox frunció el entrecejo, desconcertado, asustado.

—¿Lista para qué? ¿Por qué iba a culparte?

Reyes desenfundó la espada. La hoja silbó en el aire. El miedo de Maddox se incrementó.

—¿Qué sucede? Cuéntamelo. Ahora.

Nadie dijo una palabra. Reyes se acercó a Ashlyn.

Maddox se estiró y tiró de las cadenas.

—Ashlyn. Márchate de la habitación. Márchate y no vuelvas.

—Estoy lista —susurró ella—. ¿No deberíamos ir a otro dormitorio?

—¡Ashlyn! —gritó Maddox.

—No —respondió Lucien—. Has dicho que querías hacer un sacrificio definitivo, ¿no? Él tiene que verlo, y entender que lo estás haciendo por él.

Ashlyn miró a Maddox con los ojos llenos de lágrimas.

—Te quiero.

En aquel momento, él se dio cuenta de lo que iban a hacer. Comenzó a tirar de las cadenas, luchando por liberarse. Gritó blasfemias que ni siquiera París pronunciaría, y derramó lágrimas calientes.

—¡No! No lo hagáis. Por favor, no hagáis esto.

Ashlyn, te necesito. Reyes, Lucien. Por favor. ¡Por favor!

Reyes titubeó. Tragó saliva.

Y entonces atravesó a Ashlyn por el estómago.

Maddox gritó y tiró con tanta fuerza de las cadenas que las esposas le cortaron la carne hasta el hueso. Si continuaba así, iba a perder las manos y los pies. Sin embargo, no le importaba. Lo único que le importaba era que Ashlyn estaba muriendo delante de él.

—¡Ashlyn! ¡No, no, no!

La sangre brotó de las entrañas de Ashlyn y tiñó la camisa. Ella apretó los dientes y consiguió mantenerse en pie, en silencio.

—Te quiero —repitió.

Reyes volvió a acuchillarla. Con cada nuevo corte, Maddox sentía que las ataduras se aflojaban, como si unas cadenas invisibles que lo hubieran atado durante miles de años se estuvieran deshaciendo lentamente. ¡Y él las quería! Quería a Ashlyn.

—¡Ashlyn! ¡Reyes! Parad. Parad.

Sollozó abiertamente. Se estaba muriendo, pero se sentía más fuerte que nunca.

—¡Lucien, detenlos!

Al tercer golpe de la espada, Ashlyn cayó al suelo. Gritó. No, era él. Ella sólo gimoteaba.

—No duele. Como tú decías...

—Ashlyn —dijo él temblorosamente—. Oh, por los dioses. Ashlyn, ¿por qué estás haciendo esto? Reyes, para. ¡Tienes que parar!

No podía repetirlo suficientes veces.

Los ojos de Ashlyn volvieron a encontrarse con los de Maddox, y él se dio cuenta de que estaban líenos de amor.

—Te quiero —repitió ella.

—Ashlyn, Ashlyn. Espera, nena. Te curaremos. Te daremos medicinas. No te preocupes. Reyes, para. No hagas esto. Es inocente.

Reyes no le prestó atención; volvió a apuñalarla con los ojos cerrados. Después, se detuvo y tuvo que tomar aire. Miró al cielo, y después a Lucien.

—¡No te la lleves! Por favor, no te la lleves. Finalmente, Reyes hundió por sexta vez la espada.

—¡Ashlyn!

La sangre fluyó del cuerpo sin vida y comenzó a formar un charco rojo. Maddox no podía dejar de llorar. Seguía luchando por liberarse, las cadenas aún lo aprisionaban.

—¿Por qué? ¿Por qué?

Lucien lo desató. El se tiró al suelo y se arrastró hasta Ashlyn. La tomó en brazos.

Estaba muerta. Había muerto, y él notó que la maldición salía de su cuerpo, que se evaporaba como si nunca hubiera existido.

—¡No! —sollozó.

Aunque antes lo más importante para él había sido librarse de aquella maldición, preferiría soportar mil maldiciones más antes que perder a Ashlyn.

—Por favor.

—Ya está hecho —dijo Reyes—. Esperemos que su sacrificio no haya sido en vano.

Maddox escondió el rostro en el pelo de Ashlyn y la meció entre sus brazos.